Pablo de Tarso predicando a los demócratas griegos
La historia de la democracia orgánica es la historia de la representación política y de la democracia desde sus inicios hasta la Revolución de las Trece Colonias y la francesa. A partir de ellas la democracia se desvía de sus orígenes, al sostenerse sobre ineficaces mecanismos artificiales de representación inorgánica fundamentados en la demagogia y el arte de manipular a las mayorías, hasta conducirnos a la situación actual de todos conocida.
Una de las opiniones con mayor aceptación afirma que los partidos políticos modernos tuvieron su origen remoto en el siglo XVII, evolucionaron durante el XVIII y se organizan, en el pleno sentido del término, a partir del XIX y, concretamente, después de las sucesivas reformas electorales y parlamentarias iniciadas en Gran Bretaña en 1832.
Dada la complejidad del tema y el poco tiempo disponible esta sección se irá completando poco a poco sobre los cimientos de la espléndida obra descatalogada de Gonzalo Fernández de la Mora: «Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica» progresivamente ampliada con otras fuentes. Este aparentemente modesto trabajo de Fernández de la Mora me parece una auténtica «piedra de Rosetta» indispensable para una interpretación más correcta y completa de la historia del pensamiento político en Europa y por lo tanto del mundo. Debería ser más divulgada.
Para evitar confusiones entre el «maremágnum» de ideologías aparentemente diferentes e incluso contrarias hay que diferenciar entre organicismo y democracia orgánica. El primero es una teoría de la organización de la sociedad o un modo de percibirla que se llevó a cabo mediante diferentes formas políticas. Una de estas formas es la democracia orgánica, de relativamente reciente aparición, que es un modo práctico de llevar a cabo el organicismo. A su vez ambos han sido compatibilizados a lo largo de la historia con diferentes ideologías políticas.
No debe confundirse la representación orgánica con la representación estamental defendida por la nobleza ni el sufragio censitario de la alta burguesía.
El corporativismo es otra consecuencia del organicismo, hasta el punto de ser considerados sinónimos por parte de algunos autores.
La mayoría de los pensadores relacionados en este blog pueden ser considerados teóricos organicistas pero su relación con la democracia orgánica es tan solo la de ilustres precursores.
Características comunes a todos ellos son:
—Su incompatibilidad con el contractualismo y su consecuencia: el sufragio universal inorgánico.
—La imbricación de la sociedad a través del establecimiento de cuerpos intermedios con el fin de representar a la sociedad y «enfrenar el poder de sus gobernantes» en palabras de Ramiro de Maeztu.
—La preservación de los cauces naturales preexistentes para la representación política, en lugar de inventar mecanismos sociales o instituciones artificiales.
LOS INICIOS DE LA DEMOCRACIA ORGÁNICA
El organicismo en sentido genérico y lato afirma que la sociedad humana es un fenómeno espontáneo y natural, que la división de funciones es un proceso necesario y articulado, y que los ciudadanos se cualifican y definen por su actividad social. De estos postulados fundamentales los clásicos dedujeron que la persona no es sujeto, sino miembro del cuerpo político. Y los medievales concluyeron que las comunidades intermedias y, singularmente, los estamentos son órganos básicos de la colectividad. Cuando el voluntarismo mecanicista del siglo XVIII impuso la doctrina del pacto social y el prototipo constitucional de la democracia individualista y aritmética, los organicistas se dividieron en dos corrientes políticas principales (la sociológica fue predominantemente académica): la del romanticismo alemán y el tradicionalismo francés que pretendieron restaurar el sistema estamental del Medievo; y la del krausismo que asimiló parcialmente el espíritu liberal de 1789 y elaboró el nuevo método representativo de la democracia orgánica.
Son numerosos, pues, los pensadores que en algún momento cavilaron alrededor del organicismo, pocos lo vertebraron como una realidad posible y aún menos lo experimentaron en la forma política de la democracia orgánica. Dejando al margen a la Iglesia católica, en cuya organización terrenal siempre hubo un componente de democracia orgánica.
Aunque la inspiración medievalista no se extinguió totalmente, ciertos neotradicionalistas decimonónicos, el conservatismo positivista francés, el guildismo anglosajón, los corporativismos portugués, italiano y español del siglo XX, etc., acusan una innegable similitud con la interpretación krausista de la sociedad y el estado.
La genealogía de cada tendencia y aún de cada posición personal, es de variada trayectoria. En Posada, por ejemplo, la transmisión es directa y plena; en Mella es indirecta y parcial, y en Manuel Durán, Antonio Maura,, Enrique Prat de la Riba, Miguel Primo de Rivera, el vizconde de Eza, Víctor Pradera, Eugenio d'Ors, José Ortega y Gasset, Ángel Herrera Oria, Manuel Bofarull, Santiago Ramírez, Eduardo Aunós, José Mª Gil Robles, y otros, es colateral y resulta difícil determinar dónde concluyen las coincidencias ambientales y donde comienza el influjo doctrinal.
Sean cuales fueren las relaciones precisas entre cada autor organicista contemporáneo y el krausismo, es, sin embargo, claro que la procedencia temporal y conceptual corresponde, en esta materia, a Heinrich Ahrens, que fue el primer gran teórico de la representación de intereses y de la democracia orgánica, y cuya argumentación y cuyos esquemas institucionales se repiten durante generaciones.
Hasta ahora, el paralelismo español entre el organicismo krausista y el corporativismo tradicional no había sido estudiado, ni siquiera mínimamente; pero no pasó del todo inadvertido. El primero que dio testimonio de la analogía de ambos modelos fue Giner de los Ríos, aunque su alusión sea velada:
En 1891, después de citar a Ahrens, a Giner, a Azcárate y a Pérez Pujol como representantes del organicismo liberal, E. Gil Robles reconocía que:
En 1893, Mella, siguiendo a Gil Robles, se declaró consciente de los puntos de contacto entre su pensamiento y lo que él llamaba el «liberalismo orgánico del cual son caracterizados representantes en Alemania, Ahrens y Bluntschli y... en nuestra patria... el señor Azcárate y el señor Salmerón» pero, al enumerar las discrepancias, demostró que sus conocimientos de la teoría krausista no eran satisfactorios
En 1928, Posada, también confeso del paralelismo doctrinal, comparaba a su maestro con la máxima figura de la escolástica hispana:
«La idea del organismo (el organismo social) sostenida por Giner, es bastante más vecina de la del cuerpo místico, de la sociedad organizada sustantiva (Aristóteles) de Suárez que de las sostenidas por el organicismo de Worms o de Lilienfeld. Un análisis más detenido de la respectivas posiciones de Suárez y de Giner nos llevaría muy lejos; nos llevaría probablemente a afirmar que más que meras analogías de conceptos o de puntos de vista, sea cierta otra analogía superior entre espíritu y espíritu».
Y en 1931, a la vista del corporativismo portugués y, sobre todo, del italiano, Posada se preguntaba:
El organicismo krausista y el corporativismo tradicional español coinciden en las tesis siguientes:
—La sociedad no es una situación a la que el hombre accede voluntariamente a través de un contrato social. La sociedad es algo necesario y dado en donde el hombre nace, y solo en ella es viable.
Una de las opiniones con mayor aceptación afirma que los partidos políticos modernos tuvieron su origen remoto en el siglo XVII, evolucionaron durante el XVIII y se organizan, en el pleno sentido del término, a partir del XIX y, concretamente, después de las sucesivas reformas electorales y parlamentarias iniciadas en Gran Bretaña en 1832.
Dada la complejidad del tema y el poco tiempo disponible esta sección se irá completando poco a poco sobre los cimientos de la espléndida obra descatalogada de Gonzalo Fernández de la Mora: «Los teóricos izquierdistas de la democracia orgánica» progresivamente ampliada con otras fuentes. Este aparentemente modesto trabajo de Fernández de la Mora me parece una auténtica «piedra de Rosetta» indispensable para una interpretación más correcta y completa de la historia del pensamiento político en Europa y por lo tanto del mundo. Debería ser más divulgada.
Para evitar confusiones entre el «maremágnum» de ideologías aparentemente diferentes e incluso contrarias hay que diferenciar entre organicismo y democracia orgánica. El primero es una teoría de la organización de la sociedad o un modo de percibirla que se llevó a cabo mediante diferentes formas políticas. Una de estas formas es la democracia orgánica, de relativamente reciente aparición, que es un modo práctico de llevar a cabo el organicismo. A su vez ambos han sido compatibilizados a lo largo de la historia con diferentes ideologías políticas.
No debe confundirse la representación orgánica con la representación estamental defendida por la nobleza ni el sufragio censitario de la alta burguesía.
El corporativismo es otra consecuencia del organicismo, hasta el punto de ser considerados sinónimos por parte de algunos autores.
La mayoría de los pensadores relacionados en este blog pueden ser considerados teóricos organicistas pero su relación con la democracia orgánica es tan solo la de ilustres precursores.
Características comunes a todos ellos son:
—Su incompatibilidad con el contractualismo y su consecuencia: el sufragio universal inorgánico.
—La imbricación de la sociedad a través del establecimiento de cuerpos intermedios con el fin de representar a la sociedad y «enfrenar el poder de sus gobernantes» en palabras de Ramiro de Maeztu.
—La preservación de los cauces naturales preexistentes para la representación política, en lugar de inventar mecanismos sociales o instituciones artificiales.
LOS INICIOS DE LA DEMOCRACIA ORGÁNICA
El organicismo en sentido genérico y lato afirma que la sociedad humana es un fenómeno espontáneo y natural, que la división de funciones es un proceso necesario y articulado, y que los ciudadanos se cualifican y definen por su actividad social. De estos postulados fundamentales los clásicos dedujeron que la persona no es sujeto, sino miembro del cuerpo político. Y los medievales concluyeron que las comunidades intermedias y, singularmente, los estamentos son órganos básicos de la colectividad. Cuando el voluntarismo mecanicista del siglo XVIII impuso la doctrina del pacto social y el prototipo constitucional de la democracia individualista y aritmética, los organicistas se dividieron en dos corrientes políticas principales (la sociológica fue predominantemente académica): la del romanticismo alemán y el tradicionalismo francés que pretendieron restaurar el sistema estamental del Medievo; y la del krausismo que asimiló parcialmente el espíritu liberal de 1789 y elaboró el nuevo método representativo de la democracia orgánica.
Son numerosos, pues, los pensadores que en algún momento cavilaron alrededor del organicismo, pocos lo vertebraron como una realidad posible y aún menos lo experimentaron en la forma política de la democracia orgánica. Dejando al margen a la Iglesia católica, en cuya organización terrenal siempre hubo un componente de democracia orgánica.
Aunque la inspiración medievalista no se extinguió totalmente, ciertos neotradicionalistas decimonónicos, el conservatismo positivista francés, el guildismo anglosajón, los corporativismos portugués, italiano y español del siglo XX, etc., acusan una innegable similitud con la interpretación krausista de la sociedad y el estado.
La genealogía de cada tendencia y aún de cada posición personal, es de variada trayectoria. En Posada, por ejemplo, la transmisión es directa y plena; en Mella es indirecta y parcial, y en Manuel Durán, Antonio Maura,, Enrique Prat de la Riba, Miguel Primo de Rivera, el vizconde de Eza, Víctor Pradera, Eugenio d'Ors, José Ortega y Gasset, Ángel Herrera Oria, Manuel Bofarull, Santiago Ramírez, Eduardo Aunós, José Mª Gil Robles, y otros, es colateral y resulta difícil determinar dónde concluyen las coincidencias ambientales y donde comienza el influjo doctrinal.
Sean cuales fueren las relaciones precisas entre cada autor organicista contemporáneo y el krausismo, es, sin embargo, claro que la procedencia temporal y conceptual corresponde, en esta materia, a Heinrich Ahrens, que fue el primer gran teórico de la representación de intereses y de la democracia orgánica, y cuya argumentación y cuyos esquemas institucionales se repiten durante generaciones.
Hasta ahora, el paralelismo español entre el organicismo krausista y el corporativismo tradicional no había sido estudiado, ni siquiera mínimamente; pero no pasó del todo inadvertido. El primero que dio testimonio de la analogía de ambos modelos fue Giner de los Ríos, aunque su alusión sea velada:
«Verdad es que, si algún raro presentimiento de la naturaleza orgánica del Estado rompe a trechos la oscura niebla de nuestros partidos políticos, débase las más de las veces a los hombres conservadores, sobre todo a los antiguos».La realidad de esta coincidencia viene confirmada por un argumento contrario. Los análisis globales del krausismo elaborados desde el pensamiento católico español no impugnaron la concepción orgánica de la sociedad. Ese papel lo asumió por primera vez Alonso Martínez, quien, instalado en posiciones russonianas, insinuó en 1874 el reaccionarismo de la teoría krausista del Estado, negó su veracidad, la calificó de quimérica y condensó las razones de su repudio en esta exclamación: «¿Pobre libertad humana, si no tuviera más defensa que el artificioso mecanismo ideado por la escuela krausista!» La consideraba, pues, antiliberal.
En 1891, después de citar a Ahrens, a Giner, a Azcárate y a Pérez Pujol como representantes del organicismo liberal, E. Gil Robles reconocía que:
«contiene afirmaciones formales comunes, en las que no pueden menos de coincidir las escuelas y que son de gran utilidad para que, purgadas del vicio intrínseco del liberalismo, las emplee la política cristiana como materiales constructivos de una teoría embrionaria e implícitamente contenida en el derecho teórico tradicional».Es muy revelador que este doctrinario tan radical admitiera que los krausistas desarrollaran nociones que latían en el Derecho público cristiano sólo de modo incoado, es decir, que no llegaron a ser ni formuladas ni elaboradas por el pensamiento tradicional, luego éste las recibió del krausismo.
En 1893, Mella, siguiendo a Gil Robles, se declaró consciente de los puntos de contacto entre su pensamiento y lo que él llamaba el «liberalismo orgánico del cual son caracterizados representantes en Alemania, Ahrens y Bluntschli y... en nuestra patria... el señor Azcárate y el señor Salmerón» pero, al enumerar las discrepancias, demostró que sus conocimientos de la teoría krausista no eran satisfactorios
En 1928, Posada, también confeso del paralelismo doctrinal, comparaba a su maestro con la máxima figura de la escolástica hispana:
«La idea del organismo (el organismo social) sostenida por Giner, es bastante más vecina de la del cuerpo místico, de la sociedad organizada sustantiva (Aristóteles) de Suárez que de las sostenidas por el organicismo de Worms o de Lilienfeld. Un análisis más detenido de la respectivas posiciones de Suárez y de Giner nos llevaría muy lejos; nos llevaría probablemente a afirmar que más que meras analogías de conceptos o de puntos de vista, sea cierta otra analogía superior entre espíritu y espíritu».
Y en 1931, a la vista del corporativismo portugués y, sobre todo, del italiano, Posada se preguntaba:
«¿Habremos sido fascistas los llamados krausistas sin saberlo?»
Desde la otra orilla filosófica, Larraz desbrozó la cuestión y estableció un paralelo entre el corporativismo de Giner y el de Maeztu. Pero salvo breves alusiones, como la certera y precursora de Ollero, la esencial y extensa coincidencia pasó inadvertida a los historiadores del pensamiento político español, a los doctrinarios y a los gobernantes.
La explicación más razonable es que los pocos que estudiaban a los krausistas eran russonianos de ejercicio y prestaban oídos de mercader al organicismo de la escuela, mientras que los tradicionalistas y conservadores no leían bien a sus adversarios, ni querían reconocerles magisterio en punto tan polémico.
De este breve y panorámico examen de la conciencia histórica se deduce que la postergación de la teoría krausista de la democracia orgánica revela que la izquierda política no seguía a sus pensadores oficiales, y que la comunicación intelectual entre las llamadas dos españas era mínima.
La explicación más razonable es que los pocos que estudiaban a los krausistas eran russonianos de ejercicio y prestaban oídos de mercader al organicismo de la escuela, mientras que los tradicionalistas y conservadores no leían bien a sus adversarios, ni querían reconocerles magisterio en punto tan polémico.
De este breve y panorámico examen de la conciencia histórica se deduce que la postergación de la teoría krausista de la democracia orgánica revela que la izquierda política no seguía a sus pensadores oficiales, y que la comunicación intelectual entre las llamadas dos españas era mínima.
El organicismo krausista y el corporativismo tradicional español coinciden en las tesis siguientes:
—La sociedad no es una situación a la que el hombre accede voluntariamente a través de un contrato social. La sociedad es algo necesario y dado en donde el hombre nace, y solo en ella es viable.
—No existe el hombre aislado, sino únicamente el hombre dentro de uno o de varios grupos.
—Entre la familia y la humanidad hay una serie de cuerpos sociales intermedios. Esos cuerpos intermedios, como el municipio o el gremio, tienen autonomía propia, y el Estado debe respetarla.
—Entre la familia y la humanidad hay una serie de cuerpos sociales intermedios. Esos cuerpos intermedios, como el municipio o el gremio, tienen autonomía propia, y el Estado debe respetarla.
—La misión del Estado es subsidiaria, y solo podrá asumir aquellas funciones que no sean efectivamente realizadas por los cuerpos intermedios.
—En los órganos políticos deberán estar representados los intereses de los distintos grupos sociales mediante el voto plural y corporativo.
—El sufragio universal e individualista o inorgánico no permite la representación genuina de la estructura y de los intereses sociales.
—La autonomía de los cuerpos intermedios incrementa las posibilidades de libertad real.
Los partidos políticos y los gobernantes, excepto Salmerón, afines al krausismo no fueron fieles, en la práctica, al organicismo desarrollado por sus intelectuales. En cambio los partidos y los gobernantes de signo tradicional incluyeron en sus programas el corporativismo que defendían sus doctrinarios.
¿Porqué esta paradoja? El krausismo era una filosofía antimaterialista, antipositivista, casi mística, contrarrevolucionaria y burguesa que, en otros países, estuvo asociada a posiciones políticas moderadas, aunque laicas. Pero en la, entonces confesional España, la heterodoxia de los krausistas les impulsó a vincularse con los movimientos republicanos y revolucionarios, cuya arma principal de lucha era el sufragio universal inorgánico con el que la nueva clase media aspiraba a sustituir a la nobleza, atrincherada en la representación estamental, y a la alta burguesía, defensora del sufragio censitario.
Así se produjo la contradicción entre unos intelectuales fieles al corporativismo de la escuela y unos políticos afines, que estaban asociados a los partidos de la izquierda.
Esto explica, por ejemplo, el enfrentamiento teórico y práctico de dos presidentes de la 1Re, Pi y Margall, que dependía del federalismo de Proudhon, y Salmerón, que creía en el organicismo de Krause y que, por ello, se convirtió en cabeza de la derecha republicana.
Y así se explica también que Giner, que fue el mentor espiritual de muchos políticos de la izquierda española, afirmara el organicismo social; pero fuera bastante tímido en propugnar las fórmulas de representación corporativa que del sistema se derivan.
Los tradicionalistas encontraron en el organicismo una superación actualizada del modelo social prerrevolucionario, y un poderoso argumento contra el individualismo demoliberal y, por eso, incluyeron el corporativismo en sus esquemas doctrinales y en sus programas de acción.
Así se da la paradoja de que fueron los amigos políticos de los krausistas los que construyeron una sociedad inorgánica, mientras que fueron sus adversarios políticos los que trataron de configurarla orgánicamente.
El pragmatismo circunstancial fue la causa de esa contradicción entre teoría y práctica.
También el krausismo fue diferente en España.
Fuente: http://historiademorganica.blogspot.com.es/
—En los órganos políticos deberán estar representados los intereses de los distintos grupos sociales mediante el voto plural y corporativo.
—El sufragio universal e individualista o inorgánico no permite la representación genuina de la estructura y de los intereses sociales.
—La autonomía de los cuerpos intermedios incrementa las posibilidades de libertad real.
Los partidos políticos y los gobernantes, excepto Salmerón, afines al krausismo no fueron fieles, en la práctica, al organicismo desarrollado por sus intelectuales. En cambio los partidos y los gobernantes de signo tradicional incluyeron en sus programas el corporativismo que defendían sus doctrinarios.
¿Porqué esta paradoja? El krausismo era una filosofía antimaterialista, antipositivista, casi mística, contrarrevolucionaria y burguesa que, en otros países, estuvo asociada a posiciones políticas moderadas, aunque laicas. Pero en la, entonces confesional España, la heterodoxia de los krausistas les impulsó a vincularse con los movimientos republicanos y revolucionarios, cuya arma principal de lucha era el sufragio universal inorgánico con el que la nueva clase media aspiraba a sustituir a la nobleza, atrincherada en la representación estamental, y a la alta burguesía, defensora del sufragio censitario.
Así se produjo la contradicción entre unos intelectuales fieles al corporativismo de la escuela y unos políticos afines, que estaban asociados a los partidos de la izquierda.
Esto explica, por ejemplo, el enfrentamiento teórico y práctico de dos presidentes de la 1Re, Pi y Margall, que dependía del federalismo de Proudhon, y Salmerón, que creía en el organicismo de Krause y que, por ello, se convirtió en cabeza de la derecha republicana.
Y así se explica también que Giner, que fue el mentor espiritual de muchos políticos de la izquierda española, afirmara el organicismo social; pero fuera bastante tímido en propugnar las fórmulas de representación corporativa que del sistema se derivan.
Los tradicionalistas encontraron en el organicismo una superación actualizada del modelo social prerrevolucionario, y un poderoso argumento contra el individualismo demoliberal y, por eso, incluyeron el corporativismo en sus esquemas doctrinales y en sus programas de acción.
Así se da la paradoja de que fueron los amigos políticos de los krausistas los que construyeron una sociedad inorgánica, mientras que fueron sus adversarios políticos los que trataron de configurarla orgánicamente.
El pragmatismo circunstancial fue la causa de esa contradicción entre teoría y práctica.
También el krausismo fue diferente en España.
Fuente: http://historiademorganica.blogspot.com.es/
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