MAX WEBER: CIENCIA Y DESENCANTO DEL MUNDO

 


Tras siglos de avances científico-técnicos, los conocimientos de la gente han disminuido. Esta fue la tesis, más vigente que nunca, de Max Weber (1864-1920), el sociólogo alemán más importante del siglo XX, considerado «el Marx de la burguesía».

En diciembre de 1917, un año después del final de la 1GM, Weber pronunció en Múnich una conferencia titulada Wissenschaft als Beruf (La ciencia como vocación) de la que se desprende una esclarecedora descripción de la ética científica en la sociedad moderna, así como del papel, o más bien de la responsabilidad, que ésta confía a quienes desean dedicarse a ella. Por cierto, a lo largo de su vida, Weber se ocupó ampliamente de la racionalidad y la racionalización. El primer concepto expresa las modalidades y la natura naturans inmanentes a las acciones sociales humanas. De hecho, los cuatro tipos clásicos de racionalidad son suyos; la acción humana, según la perspectiva sociológica, puede serlo de hecho:

Racional con respecto a la finalidad = el sujeto actúa eligiendo los mejores medios para alcanzar la finalidad, tratando de evaluar todas las consecuencias.

Racional con respecto al valor = actuar justificadamente según las creencias y valores ético-morales del individuo, incluso a expensas de la utilidad calculada en términos materiales.

Tradicional = el sujeto actúa por costumbre; no hay una verdadera conciencia o razón detrás de la posible rutina diaria.

Afectivo = el sujeto se mueve por sentimientos, emociones u otras influencias no racionales.

El segundo (concepto), en cambio, representa para Weber ese largo proceso que ha forjado el mundo moderno, es decir, la lenta y gradual salida de la humanidad (occidental in primis) del pensamiento mágico y tradicional de origen clásico-medieval. Ya en las primeras páginas de «La ética protestante y el espíritu del capitalismo» Weber describe con límpida claridad en qué consiste la razón científica, la causa de la gran divergencia cultural de Europa respecto al resto del mundo. Pues, aunque en la India, Egipto, China, Babilonia, etc. se desarrollaron avances científicos y artísticos de los que también se nutrieron los antiguos europeos, «sólo en Occidente ha alcanzado la ciencia», en su desarrollo, la fase en la que hoy reconocemos la «validez». M. Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, p.33, BUR Rizzoli, 2016

Sin embargo, tras milenios de avances científico-técnicos, la humanidad es más ignorante, en el sentido de que ignora, como se suele decir. El propio Weber describe el proceso como cualquier cosa menos optimista. Volviendo a la conferencia sobre la Wissenschaft, explica con agudeza cómo en realidad la racionalización hipertecnológica impuesta no ha anulado en absoluto el recurso a la magia y a la fe supersticiosa: por poner un ejemplo, cualquiera que tome el tranvía hoy en día, a menos que sea un experto en ingeniería o transporte, no tiene ni idea de cómo funciona en términos técnicos; todo el mundo confía en la costumbre y en la creencia de que el vehículo cumple de algún modo su función. Lo mismo ocurre con la gran mayoría de las cosas que nos rodean. Por el contrario, un salvaje en estado de naturaleza tiene un conocimiento real, total y personal de las técnicas que utiliza para el sustento de su vida. El hombre moderno (medio), a diferencia del salvaje (pero lo mismo puede decirse de un pequeño empresario europeo del siglo XIII) no sabe casi nada de su mundo.

Ahí está el quid de la cuestión: la ciencia moderna, lejos de haber superado las supersticiones y los ídolos mágicos del pasado, está dotada ella misma de puros dogmas que la contradicen. O más bien, surgen nuevos dioses, que se levantan sobre el cadáver del Dios muerto nietzscheano. La Razón divinizada ha dejado de lado el diálogo socrático consigo misma, el logos. Es la confirmación de la advertencia de Chesterton:
«Cuando la gente deja de creer en Dios, no es cierto que ya no crea en nada: cree en cualquier cosa».

La contrapartida de la verdadera religión de la memoria agustiniana no es la ausencia de religión, de fe; es la apoteosis de los phantasmata (φάντασματα), los falsos ídolos de la caverna como los llamaba Platón. La nueva tecnocracia científica se ha convertido así en el nuevo clero; las teorías y meras opiniones de expertos, ya sean médicos o económicos, se afirman con la misma carga dogmática que una bula papal, aunque a menudo tengan cualquier cosa menos certeza científica.

Hay que decir que, según explica Weber, la «intelectualización y racionalización» exponenciales, aunque no contribuyen a un mayor conocimiento de las condiciones de vida, han permitido sin embargo un importante giro copernicano:
«La conciencia o la fe de que, si uno lo deseara, en cualquier momento podría llegar a saber [que puede] dominar todas las cosas mediante el cálculo racional». M. Weber, La scienza come professione/La politica come professione, p.20, Einaudi, 2004

Sin embargo, inmediatamente después añade: «Pero esto significa el desencanto del mundo. La humanidad se ha encerrado en una jaula de acero al abrigo de la cual se protege de sus antiguos enemigos: la astrología, la magia, la alquimia, los misterios sapienciales. Víctimas de su propia represión violenta, desde la época de la Reforma que masacró brujas y normas éticas en defensa de lo sagrado. No es casualidad que hoy estemos asistiendo al retorno de ese conocimiento (véase Giorgio Galli), ya que ese racionalismo de la Ilustración fue incapaz en última instancia de dar al hombre el conocimiento del conocimiento, el objetivo último de la vida y de las cosas interconectadas. La especial valoración, de la que el propio Weber es un defensor consciente, presupone una renuncia al sentido de la vida y a la explicación completa de los fenómenos.

Tolstoi, citado por Weber, afirmaba que la muerte ya no tiene sentido para el hombre, en la medida en que la técnica y la ciencia presuponen un progreso infinito; el hombre y su Dasein se reducen a una mera yuxtaposición infinitesimal de un universo en continua autoexigencia. La muerte, para un universo necesitado de progreso, no tiene sentido, es una interrupción inconveniente. Del mismo modo, ya no podemos sentirnos «llenos de vida»: un antiguo campesino podía obtener todo lo que la vida tenía que ofrecerle en su ciclo orgánico y morir sin la angustia de la suspensión de algo. Hoy, en cambio, el espíritu sólo capta una parte fragmentada, mínima y temporal. Por tanto, «puesto que la muerte carece de sentido, también lo tiene la vida de la cultura como tal». M. Weber, La scienza come professione/La politica come professione, p.21, Einaudi, 2004

Por último, el desencanto weberiano se manifiesta en la limitación inherente a la ciencia:
«No tiene sentido —citando a Tolstoi— porque no da respuesta a la única pregunta importante para nosotros, los seres humanos: ¿qué debemos hacer?» M. Weber, La scienza come professione/La politica come professione, p.26, Einaudi, 2004

Un remedio al problema podría venir de la «ciencia sin supuestos»; sin embargo, cualquier disciplina en sí misma no puede prescindir de ellos. Por poner un ejemplo, los médicos conceden un valor positivo a la conservación perenne e inviolable de la vida como tal. No hay (afortunadamente) ningún médico en el mundo que dejaría morir una vida en su guardia; pero la suposición de que la vida como tal es digna de preservación eterna no puede explicarse en sí misma; desde luego no por los «profesionales». El problema, por tanto, existe y concierne no tanto al contenido, porque es cierto que la vida debe mantenerse y es sagrada, sino a quién debe ocuparse de ella y cómo. Porque, como se ha dicho, las disciplinas científicas contemporáneas son, en esencia, incapaces de realizar la tarea. Y aquí es donde la jaula de acero se vuelve gélida.

El nudo gordiano no será respondido por el autor. De hecho, murió en 1920 con sólo 56 años a causa de la gripe española, después de haber participado como delegado de Alemania en las conferencias de paz de Versalles. Queda, sin embargo, el eco de un dilema apenas susurrado:
«Nadie sabe aún quién vivirá en el futuro en esta jaula y si al final... [surgirá] un renacimiento de los antiguos pensamientos e ideales».

Fuente: Matteo Parigi 

LA PROFECÍA DE LA FILOSOFÍA RUSA SOBRE EL COLAPSO DE LA CIVILIZACIÓN LIBERAL OCCIDENTAL, Y LA MISIÓN HISTÓRICA DE RUSIA.

 
La profecía de la filosofía rusa sobre el colapso de la civilización liberal occidental y la misión histórica de Rusia

En las circunstancias actuales, primero hay que ver los cambios tectónicos e históricos, cuyas raíces se remontan a principios del siglo XIX. La filosofía rusa siempre se ha implicado en las cuestiones históricas mundiales y ha tratado de comprender los acontecimientos históricos. Estaba a la altura de los tiempos y preveía el futuro. Intentemos comprender si las profecías de los pensadores rusos se han hecho realidad.

Como historiador de la filosofía, debo esbozar dos cuestiones. La primera es la idea del colapso de la civilización occidental. La segunda es la visión del papel de Rusia en este nuevo mundo que se está creando. Los pensadores rusos han especulado sobre ello desde principios del siglo XIX, empezando por Piotr Chaadayev.

El colapso de la civilización occidental
El colapso de la civilización occidental es un tema que ha sido tocado por casi todos los pensadores rusos. Incluso Chaadayev, que parecía admirar a Occidente y criticar a Rusia, admiraba en realidad la gran cultura milenaria europea y consideraba a la Europa liberal una extraña entidad histórica que no viviría mucho tiempo.

Hoy he decidido hablar de un hombre muy especial, el fundador del liberalismo ruso. La paradoja es que el liberalismo también nació en Rusia, sólo que en nuestra versión. Pero incluso el teórico más famoso del liberalismo ruso, Boris Chicherin, criticó duramente el liberalismo occidental en sus libros. Incluso se preguntaba cómo podía surgir una construcción tan ridícula, y mucho menos plasmarse en la realidad. Desde el punto de vista de un liberal ruso que ofreció su versión muy bien pensada del liberalismo, que yo sigo, el liberalismo occidental es un callejón sin salida absoluto del desarrollo social. Sin embargo, es necesario ser conscientes de lo que propusieron los liberales rusos del siglo XIX y continuar esta tradición.

Chicherin llama la atención sobre la absoluta falsedad de las premisas originales de la civilización liberal de Occidente. Esta civilización surgió no hace mucho, en la época de la Ilustración, e inmediatamente fue en contra de la cultura tradicional europea.

Afirmaba que la libertad humana es una cualidad puramente externa; no hay nada interno en el hombre. En otras palabras, veía al hombre como un átomo social sin esencia espiritual interior. El liberalismo occidental ofreció a la sociedad un orden en el que lo principal es el máximo de libertades formales externas. Chicherin y otros críticos de la civilización occidental comprendieron naturalmente que, si se supone que el hombre no tiene una esencia profunda, entonces es generalmente imposible justificar su diferencia con los animales. Entonces esta civilización liberal es una especie de máquina que existe según leyes mecánicas. Los elementos individuales de este mecanismo creen que tienen libertades y hablan de ellas con orgullo. En realidad, no poseen lo más importante. La libertad humana sólo tiene sentido cuando está orientada a la creatividad, a la creación de una naturaleza y una cultura artísticas. Si la libertad es sólo una cualidad negativa, como la ausencia de restricciones («puedo ir donde quiera»), entonces dicha libertad no ofrece nada al hombre. Cualquier animal del bosque puede pensar que es libre, porque va donde quiere, donde la naturaleza se lo permite.

La civilización, que ha reducido la libertad a una forma externa, sólo a la ausencia de restricciones en el comportamiento, no ha visto realmente una esencia espiritual en el hombre. Al contrario, ha ido destruyendo gradualmente esta esencia a lo largo de la historia. La civilización liberal surgió en la Europa cultural, donde los individuos se distinguían por su cultura espiritual. Las tradiciones de la cultura europea no podían abolirse en un abrir y cerrar de ojos.

Pero la paradoja es que durante dos siglos de existencia de la civilización liberal (siglos XIX y XX), esta civilización consiguió matar la esencia espiritual. Lo que tenemos ahora es una Europa moderna que no entiende ni conoce en absoluto su pasado, no posee lo más importante que solía considerarse lo principal para un europeo, es decir, una educación excelente, una cultura interior magnífica, un profundo conocimiento de la cultura, la espiritualidad, la creatividad y la historia. Todo esto ha desaparecido porque en el modelo liberal todo se reduce a factores externos. Este es un aspecto de lo que está ocurriendo.

En realidad, se trata de una civilización que ha descendido gradualmente a la barbarie. Esto lo interpreta muy clara y sutilmente un filósofo alemán del Báltico, Hermann Graf Keyserling, en su libro Amerika. Der Aufgang einer Neuen Welt (Deutsche Verlags-Anstalt, Stuttgart und Berlin, 1930). Vivió en Estados Unidos en la década de 1930 y observó la civilización occidental, que pronto superaría todo lo que la humanidad había logrado en términos de desarrollo material. Concluyó que ésta es la civilización de la nueva barbarie. Pero civilización significa básicamente sociedad, personas, su espíritu. El principio espiritual es fundamental tanto para el hombre como para la sociedad. No es el PIB el que impulsa el desarrollo humano y social. Es el grado de espiritualidad concentrado en cada miembro de la sociedad lo que lo hace. Keyserling tiene toda la razón cuando dice que, con todo el desarrollo material, Estados Unidos, en la esencia espiritual más importante de los individuos y de la sociedad en su conjunto, se está convirtiendo en una nueva barbarie. Este bárbaro no sabe que es un ser espiritual o creativo. Puede hacerlo muy bien sin cultura. Su vida es la de una máquina o un animal impulsado por los reflejos más simples. Este proceso de barbarización no pasó desapercibido para los pensadores rusos del siglo XIX y para muchos occidentales del siglo XX. Se ha llegado a un punto en el que la civilización occidental es incapaz de resolver los problemas más básicos y de comprender a otras civilizaciones que tienen sólidos fundamentos espirituales. Asistimos a un proceso en el que la humanidad entera se divide en dos civilizaciones. La primera es aquella en la que el principio espiritual es el principio rector del hombre y de la sociedad, en la que el espíritu y la cultura son verdaderamente valorados y son exactamente lo que separa al hombre de la bestia. La segunda civilización es la que, debido a la lógica paradójica de su desarrollo durante los dos últimos siglos, ha perdido por completo la comprensión de lo que significa ser humano. Los hombres de esta sociedad son los nuevos bárbaros. Son incapaces de comprender al otro. Son incapaces de responder a otro punto de vista. Son incapaces de desarrollar unas relaciones normales, como resulta evidente si nos fijamos en las relaciones internacionales. El choque entre estas dos civilizaciones era inevitable.

Si la humanidad tiene un futuro, entonces la civilización guiada por un principio espiritual debe vencer de algún modo.

La misión de Rusia, o la «idea rusa»
El segundo punto es cómo veían los pensadores rusos la misión de Rusia en este contexto de crisis inevitable y colapso de Occidente. El colapso es inevitable porque una civilización en la que el hombre se degrada al nivel de un animal es una catástrofe antropológica, la extinción del hombre en su verdadera esencia espiritual. Entonces, ¿cómo se define exactamente la «idea rusa»?

Para responder a esta pregunta, debemos recurrir al concepto que asusta a todo el mundo, a saber, el concepto de «imperio». Se nos acusa constantemente de querer restaurar la URSS o el Imperio ruso. Extraño, porque la URSS se fundó sobre las ruinas del Imperio ruso. Existe una contradicción lógica. Sin embargo, se trata de un ejemplo típico de sustitución psicoanalítica de conceptos. En realidad, el imperio es absolutamente legítimo. Es más, puede que sea uno de los conceptos más importantes de toda la historia política del mundo de los dos últimos siglos. No me cabe duda de que Occidente sigue el mismo camino. La civilización liberal, que ha hecho del concepto de «imperio» un coco, es ella misma un imperio.

Todos vivimos bajo el imperio estadounidense, que se manifiesta como una entidad pública mundial que pretende mostrar el camino correcto a toda la humanidad. Estados Unidos intenta imponer un determinado modo de desarrollo a todo el mundo. Son un imperio porque los imperios son de diferentes tipos.

El estadounidense es un imperio canónico, en el que la economía está en primer plano. La Unión Europea también ha seguido el mismo camino imperial. Es un intento de unificación global, que conduce a toda la humanidad hacia un futuro brillante, donde lo principal es el bienestar material. La paradoja es que ningún imperio ha vivido sólo de la economía. De hecho, todos los imperios llegan a ser verdaderamente enteros sólo gracias a alguna ideología, o religión, o cualquier idea que vaya más allá de la economía.

La filosofía rusa vuelve constantemente sobre esta idea. El camino de la humanidad es el camino imperial. Los pensadores rusos no tenían dudas al respecto. Vladimir Solovyov es el filósofo más famoso que estuvo de acuerdo con esta idea. Pasó toda su vida planeando un imperio mundial en el que, contra todo pronóstico, el zar ruso es el emperador y el Papa el sumo sacerdote. Suena un poco gracioso, pero parece que Solovyov no creía del todo que algo así fuera posible. Un extraño contraste con su utopía geográfica es la obra «Monarquía mundial». En él afirma que la humanidad tiende inevitablemente a la unidad, y que deberíamos llamar a esta unidad «imperio». Es muy importante comprender cómo se organiza, sobre qué base. Se refiere a la antigua Roma como ejemplo de imperio antiguo, como modelo para todos los imperios del mundo. Basándose en ello, intenta trazar un rumbo hacia el futuro, en el que Rusia desempeñe su papel. A diferencia de todas sus demás obras, en las que aboga por la teocracia, Solovyov sitúa la idea religiosa en primer plano. Pero es poco probable que una idea religiosa pueda unir a toda la humanidad. Los pueblos profesan religiones demasiado diversas como para unirse por este principio, sobre todo imponiendo el cristianismo en todo el mundo. Ni siquiera nuestro país es puramente cristiano. En este artículo, Solovyov propone otra idea: la cultura como fundamento del imperio. Esta es la idea clave de toda la filosofía del siglo XIX, según la cual la base del futuro liderazgo de Rusia en el mundo es su elevada cultura espiritual. Occidente se encamina hacia la crisis y la muerte porque ha desaparecido la idea de espíritu, de cultura espiritual. La gente no entiende para qué vive. Rusia, por el contrario, ha mantenido este entendimiento.

Diferentes pensadores, aparentemente incompatibles, coinciden en esta idea. Por ejemplo, el poeta y diplomático ruso Fiodor Tyutchev y el escritor y pensador ruso Aleksandr Herzen. En 1850, Tyutchev publicó en Alemania el artículo «Rusia y la revolución». La llevó a Alemania de forma anónima. Sostuvo que Europa está al borde del colapso porque la revolución se está extendiendo y destruirá la gran Europa. Rusia, en cambio, es una roca que no se rinde. La única posibilidad de supervivencia de Europa es formar parte del Imperio ruso. La famosa utopía de Tyutchev tiene un bello final. El arca flota en la arena de la historia del Imperio ruso. Es inquebrantable y sólo ella se convertirá en el baluarte del próximo orden mundial. Está claro que las naciones europeas no se unirán al Imperio Ortodoxo Ruso. Esto es ridículo. Nos odian. Sabemos cuán grande es la diferencia entre la ortodoxia y el catolicismo, aunque ambos sean cristianos. El propio Tyutchev era europeo. Vivió en Alemania durante 40 años. Sus dos esposas eran alemanas. Apreciaba la cultura europea. Pero, ¿cómo es posible que un europeo inteligente, que conoce perfectamente Europa, escriba que es el Imperio ruso el que salvará a la humanidad?

Un año después de la publicación del artículo de Tyutchev, en 1851, Herzen publicó su libro Sobre el desarrollo de las ideas revolucionarias en Rusia. En él afirma que Rusia es la locomotora de la revolución, es decir, exactamente lo contrario. Herzen sostiene que la Europa pequeñoburguesa se hunde porque su cultura ha muerto, mientras que en la Rusia autocrática la cultura aún no ha florecido.

Gracias a la revolución, Rusia se convertirá en un país espiritual y abrirá esta cultura al mundo.

Tyutchev habla de un imperio ortodoxo, del que todos deben formar parte para sobrevivir a la revolución; Herzen sostiene que la revolución debe salvar a todos. ¿Cómo es posible combinar estas ideas? Herzen considera a Pedro el Grande como el principal revolucionario de la Revolución Rusa. Alexander Pushkin y la literatura rusa continuaron la tendencia revolucionaria. Y aquí comprendemos que está hablando de una revolución espiritual y cultural, en absoluto política. Tenía una actitud negativa hacia los revolucionarios políticos, calificándolos de «autocracia en salsa de mosquito». En consecuencia, resulta que Tyutchev y Herzen hablan de lo mismo. Al igual que Tyutchev ve el imperio de la cultura espiritual a imagen del imperio ortodoxo, Herzen entiende la revolución como la organización de toda la humanidad en un sistema determinado en el que el valor principal es la cultura espiritual. Esta idea debe impregnar toda la sociedad hasta el gobierno. Por eso ambos utilizan el concepto de imperio en sus argumentos. Solovyov también dice lo mismo.

El Occidente moderno se ha degradado a una barbarie indigna de la historia europea. Debemos afirmar con confianza que somos los únicos europeos que continuamos las tradiciones de la gran cultura europea. Esto es lo que dice toda la filosofía rusa.

Por lo tanto, nuestra misión es crear un espacio determinado, incluido un espacio político, que reavive las tradiciones de la cultura rusa, europea y mundial. Entonces todos los pueblos de este espacio podrán seguir desarrollando esta cultura a su manera. Será un nuevo imperio espiritual, una nueva forma de cultura espiritual y una asociación política y social de personas. Y de ellos depende que el Occidente actual encuentre un lugar en esta nueva formación. Si hay fuerzas cuerdas que entienden qué tipo de futuro quieren, para revivir las tradiciones de la gran cultura espiritual europea, entonces Europa puede entrar en este futuro imperio espiritual mundial, pero no hay duda de que Rusia será su líder.

EN UCRANIA SÓLO HAY UN ASPECTO DE LA GUERRA HÍBRIDA CONTRA RUSIA

 

El diplomático Kirill Logvinov, enviado de la Federación Rusa ante la Unión Europea, ha analizado la situación internacional acusando a Occidente de lanzar una guerra híbrida contra Moscú.

Nombrado en septiembre nuevo jefe de la misión de la Federación Rusa ante la Unión Europea, Kirill Logvinov concedió una entrevista a la agencia de noticias TASS en la que analizó la actual situación internacional, empezando por el conflicto ucraniano. Según la lectura de Logvinov, el conflicto ucraniano no es más que el aspecto más evidente de la guerra híbrida que el mundo occidental ha lanzado desde hace tiempo contra Moscú.

Logvinov, que tomó el relevo de Vladimir Čižov, de quien había sido adjunto, al frente de la misión diplomática, reiteró que Rusia no considera el conflicto de Ucrania como un conflicto local, señalando también que la UE no ha aprovechado la oportunidad de llegar a un entendimiento mutuo con Rusia, prefiriendo seguir servilmente las órdenes de Washington: «Consideramos que lo que está ocurriendo no es un conflicto local, sino una guerra híbrida desatada por Occidente contra Rusia en los ámbitos político, económico, humanitario y de la información», declaró Logvinov. «Si queremos hablar de acuerdos, Occidente, incluida la UE y sus Estados miembros, tuvo la oportunidad de llegar a un acuerdo, para evitar que la situación se desarrollara según el escenario actual. No aprovecharon la oportunidad y lo hicieron de forma provocadora y despectiva en relación con los intereses de Rusia y, de hecho, de toda Europa».

«La reticencia a pensar en el futuro se aplica no sólo a las propuestas rusas sobre garantías de seguridad, sino también a otras áreas en las que hasta ahora hemos tenido acuerdos prácticos con la UE, incluidas las áreas económica y humanitaria», añadió más tarde el diplomático. De hecho, hemos señalado en varias ocasiones cómo los dirigentes europeos han preferido sacrificar sus propios intereses para complacer a sus amos estadounidenses. Esta elección suicida nos conduce directamente hacia un gran conflicto mundial, en el que Europa pagaría el precio más alto, como lo hizo en las anteriores guerras mundiales.

El mundo occidental construyó entonces una narración de los hechos según la cual el conflicto ucraniano comenzó en febrero, con el lanzamiento de la operación militar especial por parte del gobierno ruso, haciendo borrón y cuenta nueva de lo ocurrido en los ocho años anteriores: «Esto se hace únicamente para no mencionar episodios como, por ejemplo, el chantaje descarado al entonces presidente de Ucrania (Viktor Yanukovich) por parte de la UE y sus Estados miembros en vísperas de la cumbre de la Asociación Oriental celebrada en Vilna en noviembre de 2013 o el apoyo de facto de Kiev en su sabotaje de los acuerdos de Minsk, que duró muchos años», dijo Logvinov al respecto.

El diplomático también señaló que la UE está utilizando el pretexto de la «amenaza rusa» para reducir aún más el margen de maniobra de los Estados miembros. Al igual que la crisis económica o el COVID-19 en el pasado, la «amenaza rusa» se convierte así en una oportunidad para privar a los Estados miembros de su soberanía, que ha sido transferida en cantidades cada vez mayores a las instituciones supranacionales de Bruselas: «Durante la fase aguda de la pandemia del COVID-19, las organizaciones supranacionales de la UE ampliaron significativamente sus competencias en el ámbito de la salud, ahora la Comisión Europea intenta situarse a la cabeza de los esfuerzos para superar la crisis energética, tratando de ser coordinadora de las compras conjuntas de gas por parte de los Estados miembros a partir de la primavera de 2023».

En lugar de seguir obedeciendo ciegamente las órdenes de Washington, los países europeos deberían formular una política exterior independiente basada en el nuevo contexto internacional de un mundo que avanza cada vez más hacia la multipolaridad. Frente a la emergencia de nuevas potencias regionales y mundiales, el proyecto hegemónico estadounidense de dominación mundial está condenado al fracaso, y Europa corre el riesgo de ser absorbida por el remolino de este naufragio si no cambia de rumbo a tiempo. «Hoy en día, todo el sistema de relaciones internacionales está experimentando sin duda un cambio tectónico. Y en algún momento, cuando comience la estabilización (y esto ocurrirá inevitablemente), nosotros —y ahora no hablo sólo de Rusia, sino de todos los representantes sensibles de la comunidad internacional, que no se limita en absoluto a Europa u Occidente— tendremos una oportunidad real de sentar las bases de un nuevo orden mundial más justo, basado no en las «reglas» inventadas por una de las partes, que pueden reescribirse en el transcurso del «juego», sino en los principios del auténtico respeto mutuo y la igualdad, concluyó Logvinov.

Fuente: Giulio Chinappi

¿UN NUEVO CAOS MUNDIAL?

 
¿Un nuevo caos mundial? | Alexander Dugin

El conflicto entre dos órdenes mundiales distintos
Parece que el SVO (Operación militar especial por sus siglas en ruso) se refiere a un conflicto de dos órdenes mundiales: uno unipolar, representado por el Occidente colectivo + Ucrania, y otro multipolar, defendido por Rusia y los que de alguna manera están de su lado (principalmente China, Irán, Corea del Norte, algunos Estados islámicos, en parte India, Turquía de alguna manera, pero también países iberoamericanos, y de África). Este es precisamente el caso. Pero veamos el problema desde una perspectiva que nos interese y averigüemos qué papel desempeña aquí el caos.

Subrayemos de inmediato que el término orden mundial, apela claramente a la estructura explícita, es decir, es la antítesis del caos. Así pues, nos enfrentamos a dos modelos de cosmos: unipolar y multipolar. Si es así, se trata de una colisión entre mundos, entre órdenes, estructuras, y el caos no tiene nada que ver.

Occidente ofrece su propia versión: el centro frente a la periferia, donde el centro es Occidente mismo y su sistema de valores, y por otro lado la periferia... Rusia, y (más a menudo de forma pasiva) los países que la apoyan defienden un cosmos alternativo: tantas civilizaciones, tantos mundos. Una jerarquía contra varias, organizadas sobre principios autónomos. La mayoría de las veces sobre una base histórico-religiosa. Así es exactamente como Huntington imaginó el futuro.

El choque de civilizaciones es una competición de mundos, de órdenes. Existe una occidental-céntrica y otra pluralista.

En este contexto, el SVO (Operación Especial Militar) aparece como algo bastante lógico y racional. El mundo unipolar, casi establecido tras el colapso del modelo bipolar desde 1991, no quiere renunciar a su posición de liderazgo. Los nuevos centros de poder luchan por liberarse del poder de un «hegemón» en decadencia. Incluso Rusia puede tener prisa por desafiarlo directamente. Pero nunca sabrá lo débil (o fuerte) que es realmente hasta que lo intente. En cualquier caso, está bastante claro: hay dos modelos de mundo enfrentados, uno con un centro claro y otro con varios.

En cualquier caso, aquí no hay caos. Y si nos encontramos con algo así, es sólo como una situación de transición de fase. Eso explicaría en parte la situación en Ucrania, donde el caos se hace sentir plenamente. Pero el problema tiene también otras dimensiones.

El caos hobbesiano: el Estado Natural y/o el Leviatán
Echemos un vistazo más de cerca a lo que constituye un orden mundial unipolar centrado en Occidente. No se trata sólo de la dominación militar y política de EE.UU. y de sus Estados vasallos, sobre todo de los países de la OTAN. Es también la puesta en práctica de un proyecto ideológico. Este proyecto ideológico corresponde al de una democracia progresista. El significado de la democracia progresista es que debería haber cada vez más democracia, y el modelo vertical de sociedad debería ser sustituido por uno horizontal —en el caso extremo, uno de red, uno rizomático.

Thomas Hobbes, el fundador de la ciencia política occidental, imaginó la historia de la sociedad de la siguiente manera. En la primera fase, la gente vive en un estado natural. Aquí, «el hombre es un lobo para el hombre» (homo homini lupus est). Es un caos social inicial agresivo basado en el egoísmo, la crueldad y el poder. De ahí el principio de la guerra de todos contra todos. Esta es, según Hobbes, la naturaleza del hombre, ya que el hombre es intrínsecamente malo. Malvado, pero también inteligente.

La inteligencia en el hombre le dijo que, si continuaba en su estado natural, la gente tarde o temprano se mataría. Entonces se decidió crear un terrible ídolo artificial, el Leviatán, que impondría las normas y las leyes y se aseguraría de que todo el mundo las siguiera. Así la humanidad ha resuelto un problema de coexistencia de lobos. Leviatán es un superlobo, sin duda más fuerte y cruel, que cualquier hombre. El Leviatán es un Estado.

La tradición del realismo político —en primer lugar, en las relaciones internacionales— se detiene ahí. Sólo existe el estado natural y el Leviatán. Si no quiere una, tendrá la otra.

El caos en las relaciones internacionales en la tradición del realismo
Este modelo es bastante materialista. El estado natural corresponde al caos agresivo, la enemistad (νεῖκος) que representa la alternativa de Empédocles al amor/amistad. La introducción del Leviatán equilibra la enemistad imponiendo reglas y normas a todos los «lobos», que no se atreven a violar so pena de castigo. De ahí la fórmula que planteó Max Weber mucho más tarde: «el Estado es el único sujeto que debe asumir la violencia». Leviatán (el Estado) es a sabiendas más fuerte y más terrible que cualquier depredador y por ello es capaz de detener una serie de agresiones irreversibles. Pero Leviatán no es amor, ni Eros, ni psique. Es sólo una nueva expresión de enemistad, una enemistad total elevada de grado.

De ahí el derecho de cualquier Estado soberano (y el Leviatán es soberano y ésta es su principal característica) a iniciar una guerra con otro Estado. Una vez pacificada la enemistad interior, el Leviatán es libre de desatar una guerra exterior.

Es este derecho a ir a la guerra el que se convierte en la base del caos en las relaciones internacionales, según la escuela del realismo. Las relaciones internacionales son un caos precisamente porque no puede existir una autoridad suprema entre varios Leviatanes. Están a nivel macro repitiendo el estado natural: el estado es egoísta y malvado porque egoísta y malvado es el hombre que lo fundó. El caos interior se congela para revelarse en una guerra entre Estados.

A día de hoy, el realismo político tampoco ha sido totalmente superado en las democracias y se considera un punto de vista legítimo en las relaciones internacionales.

La orden de Locke
Pero eso no es todo. A Hobbes le siguió otro importante pensador, John Locke, que creó una escuela diferente de pensamiento político: el liberalismo. Locke creía que el hombre en sí no era malo, sino éticamente neutro. Es tabula rasa, una pizarra en blanco. Si el Leviatán es malvado, sus ciudadanos también lo serán. Pero si Leviatán cambia su temperamento y sus orientaciones, es capaz de transformar la naturaleza de las personas. Las personas en sí mismas no son nada —se pueden hacer lobos u ovejas de ellas. Se trata de la élite gobernante.

Si Hobbes piensa en el Estado antes del Estado y predetermina su carácter monstruoso (de ahí el caos hobbesiano), Locke examina el Estado ya existente y lo que podría seguir, si el propio Estado deja de ser un monstruo maligno y se convierte en una fuente de moralidad y educación, y luego desaparece del todo, habiendo pasado la iniciativa a los ciudadanos reeducados. Hobbes piensa en términos de pasado/presente. Locke piensa en términos de presente/futuro. En el presente, el Estado es malvado, egoísta y cruel (de ahí las guerras y el caos en las relaciones internacionales). Sin embargo, en el futuro está destinada a convertirso en bueno, por lo que sus ciudadanos dejarán de ser lobos y cesarán las guerras, ya que prevalecerá la comprensión mutua en las relaciones internacionales. En otras palabras, Hobbes propone una dialéctica del caos y su relativa eliminación en el Leviatán (con una nueva invasión de las relaciones interestatales), mientras que Locke propone arreglar la naturaleza violenta del Estado rehaciendo (reeducando, ilustrando) a sus ciudadanos y aboliendo la guerra entre naciones. Pero la enemistad inherente a Hobbes, Locke propone sustituirla no por el amor y el orden, sino por el comercio, el intercambio, la especulación. El comerciante (y no el profeta, el sacerdote o el poeta) sustituye al guerrero. Al mismo tiempo, el comercio se denomina douce commerce, «comercio suave». Es suave en comparación con la brutal incautación del botín por parte del guerrero tras la captura de la ciudad. Pero lo brutal que es se evidencia en El mercader de Venecia de Shakespeare.

Es importante destacar que Locke piensa en el orden comercial puro post-estatal como algo que sigue a la era de los estados. Esto significa que la mente colectiva hipostasiada en el Leviatán no está en absoluto abolida, sino sólo rebajada a un nivel inferior. Un ciudadano reeducado e ilustrado (antiguo lobo) es ahora él mismo un Leviatán. Pero sólo uno nuevo. Al reeducar a sus súbditos, el monarca ilustrado (sinónimo de Estado ilustrado) se reeduca a sí mismo.

El Gobierno Mundial como proyecto de la Ilustración
A partir de aquí comienza la teoría de la democracia política. El Estado educa a sus ciudadanos, desarraiga la agresividad y el egoísmo y se convierte él mismo en altruista y pacifista. De ahí la principal ley de las relaciones internacionales: las democracias no luchan entre sí.

Y aún más. Si los Estados dejan de ser egoístas (soberanos), son capaces de establecer democráticamente una autoridad supranacional o Gobierno Mundial. Se encargará de que todas las sociedades sean buenas y sólo comercien entre ellas y nunca entren en guerra. Poco a poco se irán aboliendo los Estados y surgirá una sociedad civil global.

Economía: el caos de Locke
Parecería que en Locke y en la tradición posterior del liberalismo que continúa sus ideas, se ha eliminado el caos. Pero no es así. No hay caos militar, pero sí económico. Por lo tanto, no hay agresión, pero permanece el caos. Sí, y la agresión y la hostilidad permanecen, pero adquieren un carácter diferente, a saber, el que impuso a la sociedad el Estado comercial (capitalista). Concretamente, el estado europeo occidental de la Nueva Era.

Que el mercado debe ser libre y la economía desregulada es la tesis central del liberalismo, es decir, de la democracia moderna. Así se reintroduce el caos, pero sólo tomado en un corte transversal diferente: con la agresión cortada y el egoísmo sin más. El Leviatán se identifica con la razón (se estableció sobre su base), y se piensa en la razón como algo universal. De ahí Kant, su razonamiento trascendental y sus llamamientos a la paz universal. Este razonamiento no es abolido (junto con la superación del Leviatán), sino transformado, suavizado, colectivizado (el Leviatán es colectivo), y luego atomizado en muchas unidades, escritas sobre pizarras en blanco de individuos atómicos. El hombre post-estado difiere del hombre pre-estado en que la mente es a partir de ahora su dominio individual. Así entendía Hegel la sociedad civil. En él, la racionalidad común de la antigua monarquía se transmite a la multitud de ciudadanos: los burgueses, la gente del pueblo.

Por lo tanto, en la teoría liberal, puesto que el Leviatán es la racionalidad, la distribución de la racionalidad a todos los individuos elimina la necesidad de la misma. La sociedad será pacífica tal y como es (lo que ya preveía el Leviatán), y realizará sus tendencias lobunas de forma eliminada: mediante la competencia comercial. El teórico liberal racista darwinista social Spencer dice lo mismo de forma descarnada.

El comercio suave, el douce commerce, es el caos suave, el caos en el contexto de la democracia liberal.

Nueva democracia y gobernanza: el suave caos de la disipación
En Occidente existe un equilibrio entre Hobbes y Locke, una comprensión pesimista y retrospectiva del Estado (y de la propia naturaleza humana) y otra optimista y progresista. El primero se denomina realismo, el segundo liberalismo. Ambas teorías modernas, occidentalocéntricas y modernistas coinciden en lo general, pero difieren en lo particular. En primer lugar, en la interpretación del caos. Para los realistas, el caos es intrínsecamente malvado y agresivo. Y fue para combatirlo que se creó el Estado: el Leviatán. Pero el caos no desapareció, y del caos interno se pasó al externo. De ahí la interpretación de la naturaleza de la guerra en el realismo.

El liberalismo comparte la interpretación de la génesis del Estado, pero cree que el mal en el hombre puede ser superado. Con la ayuda del Estado, que transforma (ilumina) y luego ilumina también a sus ciudadanos, hasta el punto de penetrar en su código, en su naturaleza. En esto, el Estado, sobre todo el Estado ilustrado, actúa como programador para instalar un nuevo sistema operativo en la sociedad.

Con el éxito del liberalismo, empezó a tomar forma la teoría de una nueva democracia o globalismo. Su esencia es que los Estados-nación son abolidos y las guerras desaparecen con ellos, mientras que la naturaleza agresiva y egoísta del hombre se cambia mediante la ingeniería social, que transforma al hombre, y convierte al lobo en oveja. El Leviatán ya no existe y el antiguo caos —militar-agresivo y lobuno— queda abolido. Comienza el caos del comercio mundial, la mezcla de culturas y pueblos, los flujos migratorios incontrolados, el multiculturalismo, la fusión de todos y de todo en un sólo mundo.

Pero esto crea un nuevo caos. No agresivo, sino suave, «gentil». Al mismo tiempo, el control no se suprime, sino que desciende a un nivel inferior. Mientras que el gobierno, incluso en la antigua democracia, era una estructura elegida pero jerárquica y vertical, ahora es la gobernanza, o el «gobernar», donde el poder se adentra en el sujeto gobernado, fundiéndose con él hasta hacerlo indistinguible. No censura, sino autocensura. No control desde arriba, sino autocontrol. Así, el Leviatán vertical se plasma en el horizonte de los individuos atómicos dispersos y entra en cada uno de ellos. Es un híbrido de caos (estado natural) y Leviatán (racionalidad universal). De hecho, así es como Kant pensaba en la sociedad civil. Lo universal se derrama en los átomos, y ahora ya no es una instancia externa, sino el propio razonamiento individual del ciudadano ilustrado el que frena su propia agresividad y modera su propio egoísmo. Así es como la violencia se instala en el interior del individuo. El caos no divide al poder y a las masas, ni a los Estados entre sí, sino al hombre mismo. Es la Sociedad del Riesgo (Risikogeselshcaft) de Ulrich Beck: el peligro emana ahora del yo y de sus propias escisiones esquizofrénicas, que se convierten en la norma. Así llegamos al esquizoindividuo, portador del caos particular de la nueva democracia liberal progresista. En lugar de dañar a los demás, el «caotista» liberal se daña a sí mismo, se golpea, se divide y se divide. La cirugía de reasignación de sexo y la promoción de las minorías sexuales en general no podían llegar en mejor momento. La opcionalidad del género, la libertad de elección, enfrenta dos identidades autónomas en un mismo individuo. La política de género permite que el «caos» surta pleno efecto.

Pero es un caos especial, desprovisto de formalización en forma de agresión y guerra.

«Caótica» como norma humana de la nueva democracia
Es precisamente este orden de la nueva democracia el que Occidente pretende imponer a la humanidad. El globalismo insiste en el caos comercial (libre mercado) combinado con la ideología LGBT+, que normaliza la escisión dentro del individuo, postula el «caotismo» como modelo antropológico. Esto supone que la racionalidad y la prohibición de la agresión ya están incluidas en el «caotismo», a través de la demonización masiva del nacionalismo y el comunismo (sobre todo en la versión soviética, estalinista).

Resulta que el mundo unipolar y el orden mundial correspondiente es un orden de caos progresivo. No es un caos puro, pero tampoco un orden en el pleno sentido de la palabra. Es una «gobernanza» que tiende a desplegarse horizontalmente. Así que la tesis de un Gobierno Mundial resulta ser demasiado jerárquica, leviatánica. Gilles Deleuze señaló acertadamente que durante la época del capitalismo clásico la imagen del topo es óptima: el capital trabaja de forma invisible para socavar las estructuras tradicionales premodernas y construir su propia jerarquía. La imagen de la serpiente se adapta mejor a la nueva democracia. Su flexibilidad y sus contorsiones apuntan al poder oculto que ha penetrado en la masa atomizada de los liberales del mundo. Cada uno de ellos por separado es portador de espontaneidad e imprevisibilidad caótica (bifurcación). Pero al mismo tiempo, se construye en ellos un programa rígido que predetermina toda la estructura del deseo, el comportamiento y la fijación de objetivos, como una fábrica con máquinas de deseo en funcionamiento. Cuanto más libre sea el átomo en relación con la constelación, más previsible será su trayectoria. Esto es lo que Putin quiso decir al citar «LOS DEMONIOS» de Dostoievski en su pasaje sobre Shigaliov: «Empiezo con la libertad absoluta y termino con la esclavitud absoluta». El Leviatán como ídolo global, un demonio omnipotente creado por el hombre, ya no es necesario, puesto que los individuos liberales se convierten en pequeños «Leviatanes» —«caóticos» ejemplares, liberados de religión, clases, nación, género. Y la hegemonía de ese Occidente progresista-democrático no sólo representa el orden en el sentido antiguo o incluso el orden democrático, sino precisamente la hegemonía del caos «pacífico».

Los pacifistas van al frente
¿Hasta qué punto es pacífico este caos lockeano? Hasta el punto de no encontrar ninguna alternativa, es decir, ningún orden. Puede tratarse de órdenes occidentales, incluso de la vieja democracia hobbesiana (que podría denominarse colectivamente trumpismo o viejo liberalismo), y aún más de otros tipos de órdenes, generalmente no democráticos, que Occidente denomina colectivamente «autoritarismo», es decir, los regímenes de Rusia, China, muchos países árabes, etc. En todas partes vemos otras articulaciones del orden que se oponen abierta y explícitamente al caos.

Y aquí hay un punto interesante: cuando se enfrenta a la oposición, el pacifista liberal neodemócrata occidental enloquece y se vuelve extremadamente militante. Sí, las democracias no luchan entre sí, pero con los regímenes no democráticos, por el contrario, la guerra debe ser despiadada. Sólo un «caótico» sin género ni otra identidad colectiva es un ser humano, al menos un ser humano en el sentido progresista. Todos los demás son las masas atrasadas y no ilustradas sobre las que se basa el orden vertical, ya sea el Leviatán cínico o versiones aún más autónomas y autárquicas del orden. Y hay que destruirlos.

Después del pedido
Así, el mundo unipolar entra en una batalla decisiva con el mundo multipolar, precisamente porque la unipolaridad es la culminación de una voluntad de acabar con el orden en absoluto, sustituyéndolo por un post-orden, un Nuevo Caos Mundial. La interiorización de la agresión y la esquizocivilización del «caos» sólo son posibles cuando no existen fronteras en el mundo: ni naciones, ni Estados, ni «Leviatán», es decir, ningún orden como tal. Y hasta que no lo haya, el pacifismo seguirá siendo totalmente militante. Los transexuales y los pervertidos reciben uniformes y son enviados a la batalla escatológica contra los adversarios del caos.

Los cerdos de Gadara
Todo ello arroja una nueva luz conceptual sobre la SVO (Operación militar especial, por sus siglas en ruso), la guerra de civilización de Rusia contra Occidente, contra la unipolaridad y a favor de la multipolaridad. La agresión aquí es multidimensional y tiene diferentes niveles. Por un lado, Rusia está demostrando su soberanía, lo que significa que está aceptando el imperio del caos en las relaciones internacionales. Se mire como se mire, se trata de una guerra real, aunque no sea reconocida por Moscú. Moscú vacila por una razón: no se trata de un conflicto militar clásico entre dos Estados nación, es algo más: es una batalla del orden multipolar contra el caos unipolar, y el territorio de Ucrania es precisamente la frontera conceptual en este caso. Ucrania no es el orden, ni el caos, ni un Estado, ni un territorio, ni una nación, ni un pueblo. Es una niebla conceptual, un caldo filosófico en el que se desarrollan los procesos fundamentales de la transición de fase. Cualquier cosa puede nacer de esta niebla, pero hasta ahora se trata de una superposición de diferentes caos, lo que hace que este conflicto sea único.

Si se considera a Rusia y a Putin como realistas, la SVO es una continuación de la batalla para consolidar la soberanía. Pero implica una tesis realista del caos de las relaciones internacionales y, por tanto, la legitimación de la guerra. Para un Estado verdaderamente soberano, nadie puede prohibir hacer o no hacer algo, ya que esto contradiría la noción misma de soberanía.

Pero Rusia lucha claramente no sólo por un orden nacional contra el caos dirigido de los globalistas, sino también por la multipolaridad, es decir, el derecho de las distintas civilizaciones a construir sus propios órdenes, es decir, a superar el caos con sus propios métodos. Así pues, Rusia está en guerra con el Nuevo Caos Mundial sólo por el principio del orden, no sólo por el suyo propio, el ruso, sino por el orden como tal. En otras palabras, Rusia pretende defender el propio orden mundial que se opone a la hegemonía occidental, que es la hegemonía del caos interiorizado, es decir, el globalismo.

Y hay otro punto importante. La propia Ucrania es una entidad puramente caótica. Y no sólo ahora, en su historia, Ucrania fue un territorio de anarquía, una zona donde prevalecía el «estado natural». Ucrania es una zona natural de libre albedrío anárquico, un Campo de Cócteles total, donde los autonomistas regordetes atomizados buscan el beneficio o la aventura, sin estar limitados por ningún marco. Ucrania también es un caos, espantoso, inhumano y sin sentido. Es ingobernable y difícil de manejar. Un caos de cerdos desbocados y sus novias.

Se trata de los cerdos de Gadara, en los que entraron los demonios expulsados por Cristo y que se precipitaron al abismo. El destino de Ucrania —como idea y como proyecto— se reduce a ese mismo símbolo.

Uno de los más preciosos milagros del Señor tuvo lugar en Gadara. Hay algunas cosas curiosas y de aplicación que podemos apreciar en este relato del Evangelio según Mateo.

SVO, la guerra del caos polisemántico
Por lo tanto, no es sorprendente que diferentes tipos de caos chocaran concretamente en Ucrania. Por un lado, el caos global controlado de la nueva democracia occidental ha apoyado y orientado a los «caoticistas» ucranianos en su enfrentamiento con el orden ruso. Sí, esa orden sigue siendo sólo una promesa, sólo una esperanza. Pero Rusia, de vez en cuando, se comporta precisamente como su portador. Hablamos de imperio, de multipolaridad y de confrontación frontal con Occidente. La mayoría de las veces, sin embargo, este vector se expresa en forma de soberanía (realismo), que ha hecho posible el Nuevo Orden Mundial ruso. No debemos perder de vista la profunda penetración de Occidente en el seno de la sociedad rusa —el caos en la propia Rusia tiene su propio y serio apoyo, que socava el vector de identidad de Rusia y la afirmación de su orden. La quinta y sexta columnas en Rusia son partidarias del caos occidental. Ambos están agudizando y corroyendo la voluntad del Estado y del pueblo para vencer en el NWO.

Por lo tanto, Rusia en la SVO, estando prioritariamente del lado del orden, actúa a veces según las reglas del caos, impuestas tanto por Occidente (Nuevo Caos Mundial) como por la propia naturaleza del enemigo.

Caos ruso. El caos ruso. Debe ganar, creando un orden ruso
Y lo último. La sociedad rusa lleva en sí misma un comienzo caótico. Pero se trata de otro caos: el caos ruso. Y este caos tiene sus propias características, sus propias estructuras. Es opuesto al Nuevo Caos Mundial de los liberales, porque no es individualista ni material. También es diferente del pesado, carnoso y sádico caos corporal de los ucranianos, que naturalmente engendra violencia, terrorismo, pisoteando todas las normas de la humanidad. El caos ruso es especial, tiene su propio código. Y este código no coincide con el Estado, se estructura de forma totalmente independiente de él. Este caos ruso es el más cercano al griego original, que es un vacío entre el Cielo y la Tierra, que aún no está lleno. No es tanto una mezcla de las semillas de las cosas que guerrean entre sí (como en Ovidio) como un anticipo de algo grande: el nacimiento del Amor, una aparición del Alma. Los rusos son un pueblo precoz para algo que aún no se ha dado a conocer plenamente. Y es precisamente este tipo de caos especial, preñado de nuevos pensamientos y nuevas acciones, lo que el pueblo ruso lleva dentro.

Para este caos ruso, el marco de la estatalidad rusa moderna es estrecho e incluso ridículo. Lleva las semillas de alguna gran realidad imposible inconcebible. Una estrella rusa del baile.

Y el hecho de que el Nuevo Orden Mundial ruso incluya no sólo al Estado, sino al propio pueblo ruso, lo hace todo aún más complejo y complicado. Occidente es un caos. Ucrania es un caos. El pueblo ruso es un caos. Occidente tiene orden en el pasado, nosotros tenemos orden en el futuro. Y estos elementos de orden —fragmentos del orden del pasado, elementos de futuro, esbozos de alternativas, aristas conflictivas de proyectos— se mezclan con la batalla del caos.

No es de extrañar que la SVO parezca tan caótica. Se trata de una guerra del caos, con el caos, por el caos y contra el caos.

El caos ruso. Es él quien debe ganar, creando un Orden ruso.

Traducción de Enric Ravelló Barber

LA VISITA DE XI JINPING A ARABIA SAUDÍ

 

Mientras la atención de los medios de comunicación finlandeses sigue centrada en Ucrania, los rumores de ratificación de su ingreso en la OTAN y los enfrentamientos entre gobiernos, Asia Occidental (el «Oriente Próximo» anglosajón) bulle bajo la superficie. El centro de atención de la política mundial está cambiando. De hecho, la dirección de estos cambios es perceptible desde hace tiempo.

Como ejemplo de ello, está en marcha un encuentro decisivo de alto nivel entre China y el mundo árabe. El presidente chino, Xi Jinping, se ha embarcado en una histórica visita de tres días a Arabia Saudí, donde China y el mundo árabe están sinergizando sus pautas de cooperación y sus visiones de futuro.

El Reino ha sido tradicionalmente uno de los socios más estrechos de Estados Unidos en la región, pero ahora la monarquía saudí busca estrechar lazos con China, que ya es el mayor socio comercial de los saudíes. El viaje de Xi al mayor exportador de petróleo del mundo se produce dos meses después de que Riad rechazara las súplicas del presidente estadounidense, Joe Biden, sobre la producción de petróleo.

Durante la visita de Xi, se celebrarán cumbres de cooperación y desarrollo con representantes de treinta países, así como de varias organizaciones internacionales. Al menos en Finlandia, los medios de comunicación aún no informan sobre el tema; al fin y al cabo, aquí no se entiende que la globalización centrada en Occidente ya ha terminado y que se está construyendo un nuevo orden en su lugar, en el que Estados Unidos ya no tiene un papel dominante.

Según algunos observadores, el «giro hacia Oriente» conjunto supone un importante cambio estratégico para los países del Golfo. Mientras que el presidente de EE.UU., Joe Biden, tuvo un recibimiento apagado, Xi Jinping tuvo una ceremonia de bienvenida más festiva con una escolta de cazas.

Las relaciones entre China y Arabia Saudí podrían convertirse en un modelo para otros países árabes. A medida que las relaciones bilaterales sean cada vez más beneficiosas para las partes, otros países de la región les seguirán. Durante la visita de Xi se firmarán varios acuerdos nuevos.

A medida que se agravaba la crisis ucraniana, Arabia Saudí y otros países del Golfo expresaron opiniones que diferían de las de EEUU y la UE, demostrando independencia y autonomía estratégicas, lo que enfureció a los responsables políticos de Washington y a la Casa Blanca.

En Estados Unidos se afirma que China está aprovechando la disputa del régimen democrático con Arabia Saudí y otros países de la región para ampliar su influencia, con el objetivo último de echar a Estados Unidos del Golfo. Resulta revelador que China haya conseguido concluir un acuerdo de asociación estratégica tanto con Arabia Saudí como con la República Islámica de Irán.

«Algunos responsables políticos estadounidenses siguen albergando ambiciones hegemónicas y se imaginan que pueden dictar al mundo árabe. Creen erróneamente que la región árabe es su patio de recreo y que tienen derecho a unas relaciones unilaterales que les benefician principalmente a ellos, a expensas de los pueblos de la región», declaró Ebrahim Hashem, investigador, al periódico chino.

Las diferencias en la forma de interactuar de las superpotencias no podrían ser mayores. China hace hincapié en los principios de respeto mutuo, beneficio mutuo (igual que la Federación Rusa), mientras que Estados Unidos, interfiere política-económica y socialmente en los asuntos privativos de los países con los que se relaciona. China aparece así como un socio más atractivo que el arrogante Occidente.

Los países árabes tienen claro cuáles son las políticas que les interesan. Asia Occidental se está convirtiendo cada vez más en un espacio en el que el curso de los acontecimientos viene determinado por la interacción entre los actores regionales y las potencias euroasiáticas.

Mientras que Estados Unidos, Gran Bretaña y varias potencias europeas han sido los artífices de la inestabilidad en el Golfo, la nueva fase verá cómo la región adquiere un control más autónomo sobre sus asuntos. Las potencias occidentales no están completamente fuera de juego, pero su influencia ha disminuido.

Como argumenta Xi en una carta al público árabe, las relaciones entre China y los Estados árabes se remontan a hace más de dos milenios, a los flujos de caravanas de la Ruta de la Seda y a las primeras innovaciones científicas. También cita al profeta islámico Mahoma, que supuestamente dijo a sus seguidores que «buscaran el conocimiento aunque tuvieran que ir hasta China».

¿Es la visita china a Arabia Saudí el comienzo de lo que Xi denomina una «nueva era», reflejo del multilateralismo y la estabilidad mundial? ¿Conseguirá el orden mundial cambiar de rumbo en medio de las crisis? ¿Qué hará Estados Unidos, que sigue viviendo en sus fantasías de dominación, mientras observa con rostro sombrío el ascenso de China?

Fuente: Markku Siira

VOTÉ NO. TENÍA RAZÓN

 

Tenía veintidós años y una Patria, algunas lecturas, bastantes más de las que tienen (¿?) cualesquiera de los botarates que hoy vegetan en el Congreso de los Diputados, y la esperanza sin fe en un futuro sin el «César». Entre saberes heredados, conocimiento adquirido, conductas ejemplares y principios transcendentes, leí la Constitución. Me acerqué a ella con el mito de Pandora gravitando en mi conciencia. Voté NO con el mismo convencimiento con el que Juré Bandera. Voté NO con la certeza moral que nos proporcionan las cosas que sabemos sin haberlas aprendido porque no las hemos vivido.

Los españoles, aún lo eran, a partir de entonces empezaron a dejar de serlo en el sentido histórico del gentilicio que bautizó a las generaciones que les precedieron, votaron afirmativamente la Constitución con el mismo entusiasmo con el que Pandora abrió la mitológica Caja que Zeus le ofreció como regalo de bodas, con la exigencia expresa de que no la abriese jamás, sabiendo que la tóxica curiosidad de Pandora era más fuerte que su miedo a los males que palpitaban en el vientre de la Caja.

Pandora liberó el mal tal y como los españoles aprobaron mayoritariamente, el 6 de diciembre de 1978, la destrucción de su Patria y de su Historia, de su Cultura y de su Idioma, al liberar en las urnas las nacionalidades de naciones inexistentes edificadas sobre agravios inventados y lenguas vernáculas que no van más allá de la cartografía aldeana y a las que se equipara con la universalidad de la Lengua en la que Dios le regaló a Cervantes el Evangelio del Quijote.

Ni hablo castellano ni creo que cualquier aldeano nacionalista tenga derecho a calzarse las botas de Bismarck proclamando nación al territorio en el que recoge bellotas, gobernando con la voluptuosidad de los catetos que se piensan nobles y con la traición implícita de los nobles que se sueñan reyes. Por eso voté NO. Tenía razón. Pero ni siquiera eso me consuela, porque en la Caja de Pandora de la Constitución ya no queda ni la Esperanza, que es lo único que aquella insensata griega pudo conservar en su interior para que sus compatriotas no perdieran ni la identidad ni la dignidad.  

Fuente: Eduardo García Serrano

LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN Y SUS IMPLICACIONES SOCIALES.

 

La cultura de la cancelación promueve retirar el apoyo a personas o empresas como consecuencia de determinados comentarios o acciones, pero, ¿realmente consigue su objetivo?

Con 3.8 mil millones de usuarios, las redes sociales se han vuelto una parte fundamental en la vida de muchas personas. Han impactado desde la manera en cómo se manejan los negocios, la publicidad, e incluso, la política. Y aunque tienen aspectos y usos positivos, también tienen efectos negativos.

Recientemente ha surgido la «cultura de la cancelación», un concepto que consiste en retirar el apoyo o «cancelar» a una persona que dijo o hizo algo ofensivo o cuestionable. Es un tipo de bullying grupal ya que son muchas personas que se ponen de acuerdo para atacar o descalificar los puntos de vista de otra persona o de alguna empresa. Esto se ha vuelto aún más popular al delatar actitudes racistas, homofóbicas y machistas. Es un movimiento tan grande que varias personas han perdido sus trabajos por ser canceladas, sin la posibilidad de enmendar o arreglar sus acciones, quedando para siempre sumergidas en un charco de odio público.

Uno de los casos más conocidos es el del youtuber James Charles, quien perdió más de 3 millones de seguidores en cuestión de días después de ser etiquetado como depredador sexual por otros creadores, sin pruebas al respecto. Otro caso famoso es el de la autora de Harry Potter, J.K. Rowling, quien fue cancelada por hacer comentarios ¿transfóbicos? en Twitter. Es un fenómeno que se ha vuelto tan común que incluso «cancel culture» fue la palabra o frase del año 2019 en el Macquarie Dictionary. Este tipo de acciones o eventos se ha amplificado durante la pandemia.

Actualmente, debido a las cuarentenas y otras medidas establecidas para evitar contagios por COVID-19, muchas personas pasan cada vez más tiempo en casa e invierten más tiempo usando las redes sociales, lo que ha resultado en muchas «cancelaciones». Varias personas creadoras de contenido en YouTube y TikTok han sido atacadas por organizar o atender fiestas durante la pandemia. Este tipo de acusaciones públicas no se limita para aquellas personas que tienen miles de seguidores. En Instagram, por ejemplo, hay un sinfín de perfiles reportados y clasificados como «covidiotas» o personas que rompen la cuarentena.

Aunque la intención es buena, señalar a personas que han hecho «algo malo» se ha llevado a un extremo tóxico. Un ejemplo es el de la creadora número uno de TikTok, Charli D’Amelio, de 16 años. Ella subió a YouTube un video de una cena con sus padres, hermana y el youtuber James Charles, donde la comida fue preparada por el famoso chef Aaron May. Entre los platillos que probaron esa noche estaban los caracoles, los cuales no fueron del agrado de las hermanas D’Amelio, además de que Charli comentó que quería alcanzar los 100 millones de seguidores al año de recibir su primer millón. Estos comentarios molestaron a sus seguidores y en cuestión de días perdió un millón de seguidores en TikTok.

¿Qué opinan los jóvenes de la cultura de la cancelación?
Uno de los mayores retos que enfrentan muchos jóvenes es poder realmente cancelar a alguien. Un ejemplo es Chris Brown, un rapero quien a pesar de que golpeó a su novia, la cantante Rihanna en el 2009, este sigue siendo popular porque muchos disfrutan de su música, pero no están de acuerdo con sus acciones.

En un artículo del New York Times, varios adolescentes fueron entrevistados sobre el tema. Ben, uno de los entrevistados de 17 años, dijo que para él, las personas tienen que rendir cuentas por sus acciones pero apoyar esta cultura evita que aprendan de sus errores.

Uno de los mayores problemas de este movimiento es que, lo que alguien haya hecho o dicho hace 10 años en redes sociales, cualquier persona lo puede tomar fuera de contexto y usar en su contra. Esto le pasó al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, cuando salieron a la luz fotos de él en el 2001 con la cara pintada de negro. Esto se considera racista por la connotación histórica que tiene, ya que por mucho tiempo comediantes blancos se pintaban la cara basados en estereotipos negativos de los negros para burlarse de ellos. «Todos hacemos cosas vergonzosas y cometemos errores tontos y lo que sea. Pero la existencia de las redes sociales ha llevado eso a un lugar donde la gente puede tomar algo que hiciste en ese entonces y convertirlo en quien eres ahora», dice L., una de las entrevistadas.

Varios jóvenes ven la cultura de la cancelación como un potencial para crecer y conocer más sobre lo que es políticamente correcto, sin embargo, otras personas argumentan que puede ser una práctica que causa preocupación por su impacto en la sociedad. Otra de las jóvenes entrevistadas comentó que cancelar a alguien es como golpear e insultar a una persona en lugar de educarlo pacientemente y mostrarle lo que hizo mal, sin darle la oportunidad de demostrar que pueden mejorar. Otros jóvenes están de acuerdo con que es importante ayudar a la gente a comprender sus errores en lugar de torturarlos, permitiéndoles tener diálogos abiertos en lugar de desterrar a la gente.

La cultura de la cancelación ha creado una severa censura en internet y provoca miedo a equivocarse en las redes sociales y ser cancelados. Además, crea una falta de comprensión de las opiniones de otras personas ya que demuestra que sólo importa la opinión de las masas y si alguien piensa diferente o cometió un error hace años, su reputación puede ser destruida.

Combatiendo la cultura de la cancelación en el aula
La profesora Loretta J. Ross propone combatir la cultura de la cancelación por medio de una clase en Smith College. Ella busca desafiar a sus alumnas a identificar características y límites del movimiento. «Lo que realmente me impacienta es llamar a la gente por algo que dijeron cuando eran adolescentes cuando ahora tienen 55 años. Quiero decir, todos en algún momento hicimos cosas increíblemente estúpidas cuando éramos adolescentes, ¿verdad?», comentó en una entrevista para el New York Times.

Para ella, la solución está en llamar la atención en privado en lugar de hacerlo públicamente, «hacerlo con amor». Si algún conocido hizo algo ofensivo, en lugar de pedir que se cancele por las redes sociales, mandarle un mensaje privado o llamarlo para discutir al respecto. Esto puede llevar a una conversación con contexto y puede convertirse en un momento educativo.

En sus clases, la profesora incluye el ejemplo de Natalie Wynn, una youtuber que elaboró una especie de taxonomía después de ser cancelada varias veces. En su video explica cómo la cultura de cancelación toma una historia y la transforma en una situación distinta. Busca la presunción de la culpa sin hechos, como fue el caso de James Charles. Además explica que parte del movimiento es el esencialismo que sucede cuando la crítica del error convierte a esa persona en «mala persona», el pseudointelectualismo o la superioridad moral del que acusa y la contaminación o culpa por asociación.

Regresando al ejemplo de J. K. Rowling, varias de las estudiantes de la profesora Ross admitieron que se sentían culpables por ser fanáticas de Harry Potter después de los comentarios que realizó, ejemplificando como la culpa por asociación es algo muy común. Una alumna incluso admitió que se estresa al comprar una sudadera con la foto de una banda que le gusta por temor a que hayan cometido algo ofensivo y ella no sepa y sea cancelada. «No puedes ser responsable de la incapacidad de crecer de otra persona», dijo la profesora Ross. «Así que consuélate con el hecho de que ofreciste una nueva perspectiva de la información y lo hiciste con amor y respeto, y luego te alejas».

Aunque la cultura de la cancelación parece no irse a ningún lado y su intención es buena, mientras se siga llegando al extremo de no permitir ni aceptar el crecimiento del cancelado, seguirá siendo un movimiento tóxico que no llevará a ningún lado. Clases y maneras de pensar como las de la profesora Ross son necesarias para combatir esta problemática y enseñar a las nuevas generaciones a dialogar de manera privada, más en una época donde todo es público en las redes sociales.

¿Habían escuchado sobre la cultura de la cancelación? ¿Qué necesita hacer alguien para merecer ser cancelado? Una vez que alguien es cancelado, ¿debería ser perdonado? Déjanos tus comentarios abajo.

EL COVID Y LA CULTURA DEL MIEDO

 

Durante dos años hemos sido testigos del mayor y más exitoso experimento de control del comportamiento de la población de la Historia.

Esta masiva manipulación psicológica, que el paso del tiempo nos permite analizar con mayor sosiego, no podría haber tenido tanto éxito de no haber encontrado el campo abonado en una sociedad previamente debilitada por la Cultura del miedo.

La Cultura del miedo nos infunde un miedo constante a todo mientras pretende que no confiemos en nosotros mismos sino en el Poder, carcelero benevolente a quien debemos entregar nuestra libertad para que nos proteja de todo mal en el único lugar verdaderamente seguro: entre rejas.

Así, sólo podremos estar a salvo de todo peligro si cumplimos a rajatabla las normas que nos imponga el Poder en cada momento.

El ejemplo más patente de la Cultura del miedo ha sido el experimento totalitario puesto en marcha durante el COVID-19, esa «gran oportunidad», en palabras de los iluminados del Foro Económico Mundial.

«Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas».

El miedo
El primer ingrediente de este experimento fue el pánico creado por la campaña de terror mediático, diseñada para lograr que la población aceptara unos atropellos alucinantes y se inyectara alegremente unas «vacunas» y terapias genéticas experimentales.

Esta histeria colectiva, creada adrede, permitió escenarios dictatoriales, como abusos policiales, toques de queda y confinamientos, mientras aparecía la penosa figura del colaboracionista que denunciaba a sus vecinos, típica de regímenes totalitarios.

Causa estupefacción la hipocresía de políticos y medios occidentales, que habiendo defendido el encierro de sus ciudadanos y la persecución como delincuentes de quienes osaban desobedecer, aparentan escandalizarse ante los confinamientos en China y aplauden a los manifestantes que se atreven a protestar contra la tiranía.

La mentira
El segundo ingrediente fue la mentira, pues la clave de la campaña de terror fue la ocultación de un dato esencial: desde mediados del 2020 se sabía que el COVID-19 sólo era una enfermedad potencialmente grave para la población de riesgo, una minoría definida por edad y cuatro comorbilidades: obesidad, diabetes, hipertensión y cardiopatías.

Para el resto, el COVID-19 era una enfermedad estadísticamente leve, como señalaron numerosos estudios epidemiológicos internacionales, España incluida. Estudios más recientes han cuantificado la letalidad (IFR) del COVID-19 en el 0,03% para menores de 60, siendo asintótica con el cero para personas sanas menores de 30.

La campaña de terror no fue espontánea sino deliberada, incluso planificada desde el poder: documentos del gobierno británico revelan que, preocupado porque «un número sustancial de personas no tenía una suficiente sensación de peligro», propuso que «su nivel de percepción de peligro fuera aumentado con mensajes emocionales impactantes a través de los medios».

Así, durante dos largos años, los obedientes medios de comunicación publicaron diariamente, en un bombardeo de terror sistemático parecido al utilizado para la tortura psicológica de prisioneros, los relatos y las imágenes más aterradoras posibles, personas intubadas y cuerpos tapados con una sábana.

Con el objeto de que nadie se sintiera a salvo, las historias de terror alternaron metódicamente casos de distintas edades y enfatizaron el contagio de asintomáticos, muy inhabitual (como se sabía desde el 2020) y el contagio por superficies, enormemente improbable (como se sabía desde el 2020).

Los medios de comunicación nos hicieron creer que estábamos ante un asesino invisible con súper poderes. No era verdad, y cuando los yonquis del poder les ordenaron parar, lo hicieron, y de la noche a la mañana no volvieron a hablar del COVID-19.

Medidas despóticas y arbitrarias
Las medidas liberticidas e irracionales se sucedieron una tras otra. Los ilegales confinamientos (¡de personas sanas!), criticados por los mejores epidemiólogos del mundo, fueron un completo desastre que arruinaron mental y económicamente a decenas de miles de personas sin beneficio alguno, llegando a la barbarie de condenar a nuestros mayores a morir solos.

Tras decir que las mascarillas eran inútiles, nos las impusieron sádicamente hasta en el campo y en la playa, algo tan ridículo que da vergüenza recordarlo. La evidencia científica sobre su utilidad epidemiológica frente a un virus brillaba por su ausencia y, consecuentemente, no impidieron que se sucedieran ola tras ola de contagios, pero daba igual. Lo que sí lograron las malditas mascarillas fue trasladar una permanente sensación de peligro que convertía al otro en una amenaza.

El uso de mascarillas de tela, compradas en tiendas de ropa por su estampado y no por su capacidad de filtro, indicaba que estábamos ante una completa farsa, pero la sugestión colectiva era tan fuerte que la gente sencillamente no pensaba.

El infame pasaporte COVID-19
Quizá el mayor abuso del derecho y de la razón fue la imposición del Certificado COVID Digital de la UE, pues las vacunas y terapias genéticas nunca previnieron el contagio ni la transmisión de la enfermedad, como hace pocas semanas reconoció el propio Pfizer ante el Parlamento Europeo.

Así, el argumento de la «inmunidad de rebaño» (¿recuerdan?) fue otra mentira deliberada para lograr la vacunación universal, pues las vacunas nunca fueron esterilizantes y, por lo tanto, jamás pudieron haber frenado la transmisión.

Sin embargo, a sabiendas de la falsedad del argumento y con el único fin de promover torticeramente la vacunación, el contubernio político-mediático-farmacéutico, apuntalado en España por una bochornosa sentencia del Tribunal Supremo, logró imponer el Certificado COVID Digital de la UE en algunas regiones haciendo creer que los vacunados estaban protegidos y desatando una caza de brujas contra los no vacunados, acusándoles falsamente de propiciar la continuación de la epidemia.

Como nos recuerda Hannah Arendt en Los Orígenes del Totalitarismo, «han existido hombres capaces de resistir a los más poderosos monarcas y de negarse a someterse ante ellos, pero ha habido pocos que resistieran a la multitud, que, encontrándose solos ante las masas manipuladas, se atrevieran a decir no cuando se le exigía un sí». Esto fue exactamente lo que hicieron quienes decidieron no vacunarse.

En realidad, el Certificado COVID Digital de la UE jamás tuvo nada que ver con la medicina sino con la creación de un precedente de Identidad Digital, idea distópica que desde hace años acaricia el Foro Económico Mundial con el objetivo de crear un instrumento de crédito social para el control de la población. Así, a los ciudadanos que no obedezcan se les dificultará llevar una vida normal (cajeros, supermercados, restaurantes, viajes, etc.).

Éste es el motivo por el que la UE, laboratorio por excelencia del globalismo, ha extendido el Certificado COVID Digital de la UE un año más a sabiendas de su inutilidad epidemiológica.

Vacunas innecesarias e ineficaces
Las «vacunas» COVID-19, que han sido el producto más lucrativo de la historia de la industria farmacéutica, fueron aprobadas con demasiada celeridad por unos reguladores sujetos al conflicto de interés de las puertas giratorias y que apenas supervisaron los ensayos clínicos, según ha denunciado el British Medical Journal.

Avariciosas empresas farmacéuticas, reguladores que miran hacia otro lado, globalistas megalómanos y políticos ignorantes y sin escrúpulos. ¿Qué podía salir mal?

Para poder aprobar las «vacunas» primero tuvieron que demonizar o prohibir tratamientos tempranos baratos y prometedores porque, de haber existido un tratamiento eficaz, no habrían podido aprobarse por vía de emergencia.

El carácter universal del programa de vacunación nunca estuvo justificado, pues en adultos sanos, jóvenes o niños (para quienes la enfermedad cursaba leve) no se cumplía el requisito de necesidad.

Tampoco fueron nunca necesarias para quienes ya habían pasado el COVID-19, pues prácticamente siempre (y el COVID-19 no era una excepción) pasar una enfermedad infecciosa genera una respuesta inmunológica natural más potente y duradera que vacunarse contra ella.

Sin embargo, el contubernio buscaba una vacunación «universal», y para ello desató una campaña que, por primera vez en la Historia, negó la inmunización natural. Este ninguneo de nuestro maravilloso sistema inmunitario encajaba en la Cultura del miedo, que busca que sólo confiemos en el Poder, y no en nosotros mismos.

Por otro lado, pronto quedó evidente que las «vacunas» tampoco cumplían el requisito de eficacia: los vacunados continuaron contagiándose a mansalva y, con el rapidísimo decaimiento de la protección otorgada, siguieron muriendo por COVID-19, hasta el extremo de que cuando el 80% de los muertos por COVID-19 en España eran personas perfectamente vacunadas (marzo del 2022) el gobierno dejó de publicar los datos.

El elefante en la habitación: los efectos adversos
A pesar de ello, continuaron las dosis «de refuerzo» de unas inyecciones que no sólo no funcionaban (¡cuatro inyecciones en 18 meses!), sino que causaban un nivel de efectos adversos sin precedentes, concentrados, según parece, en un intervalo de pocos meses tras la inyección.

Así, el significativo exceso de mortalidad cardiovascular (inexplicada, según los medios) «está probablemente causado por las vacunas ARNm», en palabras de uno de los más prestigiosos cardiólogos británicos, otrora defensor de las vacunas COVID-19. La evidencia estadística apoya esa conclusión.

De hecho, ya en junio de 2021 un estudio advertía que las vacunas podían causar dos muertes y cuatro efectos adversos graves por cada tres muertes que evitaban.

La actual epidemia de muertes súbitas, incluyendo jóvenes de 22 años muertos una semana después de vacunarse y con autopsia e informe forense declarando que la causa fue la vacuna, y los graves problemas isquémicos y cardiovasculares en niños, jóvenes (incluyendo deportistas de élite), adultos y ancianos perfectamente sanos (miocarditis y pericarditis, ictus, arritmias, trombosis y trombocitopenia, embolia pulmonar, etc.) no son los únicos efectos adversos conocidos. Están documentados graves efectos oculares, herpes zóster, parálisis facial de Bell, neuropatías, desórdenes menstruales, reducción de fertilidad y existen sospechas sobre potenciales efectos aceleradores en cánceres. Ante esta avalancha de evidencias, ¿dónde están los médicos?

Algunos continúan achacando el exceso de mortalidad cardiovascular al COVID-19. Sin embargo, un reciente estudio israelí sobre 200.000 convalecientes de la enfermedad no observó en ellos ningún aumento de incidencia de miocarditis o pericarditis.

Si fuera el COVID-19, ¿por qué no se produjo este exceso de mortalidad cardiovascular en el 2020, cuando el virus era mucho más agresivo? ¿Por qué ha tenido una correlación temporal con las campañas de vacunación y revacunación?

Ciertas autoridades van reculando. Dinamarca ya no ofrece las vacunas a menores de 50, salvo receta médica por comorbilidades (como debería haberse hecho desde un principio). El Estado de Florida (población: 21 millones) no las recomienda a menores de 40, pues según sus autoridades sanitarias los riesgos de las vacunas superan los beneficios para ese rango de edad (lo cual es cierto). Y Suecia tampoco recomienda ni ofrece ya vacunar a menores de 18. ¿Lo han leído en algún medio?

Durante dos años, quienes denunciaban esta locura basándose exclusivamente en datos eran tildados paradójicamente de «negacionistas» y se censuraban sus escritos, como me pasó a mí en el diario Expansión, sedicente liberal, cuando denuncié la irracionalidad e inmoralidad de vacunar a los niños contra el COVID-19. En este caso la censura fracasó, pues el artículo fue leído por más de 350.000 personas en este blog.

Y durante dos años, las autoridades sanitarias y los colegios médicos intimidaron a los valientes facultativos que osaban alzar su voz en defensa de la evidencia científica. Ahora está cambiando la marea, y médicos de todo el mundo están denunciando lo que ha constituido el mayor escándalo de salud pública de la Historia.

Nunca más
Este fue el infierno que nos hicieron pasar con el COVID-19. ¿Cómo podemos sacudirnos el hechizo y evitar que se repita? El primer paso es mantener una desconfianza axiomática en el Poder y limitar el consumo de medios de comunicación, a los que debemos ver como son en realidad.

Principal correa de transmisión de la Cultura del miedo, no son una fuente fiable de información, pues a la ignorancia ideologizada del gremio se une la contaminación de la mentira, del sensacionalismo y de los intereses creados.

Así, aunque aparenten mantener posturas diferentes en lo banal (los rifirrafes de la política nacional), apoyan obediente y unánimemente las consignas verdaderamente relevantes para la cultura de hoy (COVID-19, cambio climático, etc.).

Si queremos informarnos en profundidad sobre un tema, busquemos fuentes primarias, apliquemos el sentido común y preguntémonos quién tiene interés en que creamos algo y se beneficia de ello. Como decía Santayana, el escepticismo es la castidad del intelecto.

Idéntica recomendación de dieta aplica a las redes sociales, eficaces herramientas de control diseñadas para crear adicción y hasta ahora enemigas de la libertad de opinión, aunque Elon Musk en Twitter quizá cambie el statu quo.

También debemos desarrollar técnicas heurísticas para distinguir la verdad de la mentira, no dejándonos manipular por falacias y dando por sentado que, si algo es censurado, por defecto debe tratarse de una verdad que se quiere ocultar.

Finalmente, cuando nos abrumen las incertidumbres del futuro, las profecías apocalípticas o las tragedias con que nos asusta la Cultura del miedo, volvamos la atención al presente y refugiémonos en la fortaleza inexpugnable de nuestro círculo de amor, del pequeño mundo real que nos rodea, de nuestra sencilla vida cotidiana, levantando el puente levadizo que nos separa de los terrores reales e imaginarios, lejanos en el tiempo y en el espacio, que la Cultura del miedo agita para asustarnos.

Como aconsejaba Sir William Osler en su conocido discurso de Yale en 1913, «cultivemos el hábito de vivir cada día en compartimentos estancos, pues soportar hoy la carga de mañana, sumada a la de ayer, hace flaquear al más fuerte».

Querido lector: el buen combate contra la Cultura del miedo es duro, pero la victoria ofrece como recompensa la alegría de vivir, la paz interior y la libertad. No se rinda. Fe ciega en el triunfo.

Fuente: Fernando del Pino Calvo-Sotelo