ANTE LA INCERTIDUMBRE Y EL DESORDEN: LA LEALTAD DE LA FNFF.

El esperpento de lo acaecido, el pasado 21 de mayo, en la sesión inaugural de las Cortes de esta nueva legislatura, no es motivo para el optimismo. El avance del social-comunismo-separatismo se hizo patente de forma evidente. La falta de seriedad de cuanto se pudo ver allí al amparo de postulados tales como el progreso y la evolución de la sociedad española no nos ha mostrado otra cosa que la degeneración y degradación en la que ha caído la clase política. Un abuso palmario del poder por parte de los partidos políticos, de todos ellos, pero especialmente los de la izquierda que se han encomendado el implantar su ideología por encima del interés general y, desde luego la de la libertad del ciudadano, rompiendo la convivencia entre quienes no piensan igual. Vemos, y aún vamos a ver más, como la izquierda sectaria con sus colegas independentistas nos imponen sus dogmas eliminando y subyugando la libertad los demás. Es una consecuencia, sin duda, en parte, de la Ley de Memoria Histórica, que ha enfrentado de nuevo a los españoles, cuando la mayoría de ellos había superado sus diferencias, excepto aquellos anclados en el odio y el rencor y del que es paradigma nuestro Presidente de Gobierno. España está inmersa en un proceso general de desarraigo moral en el que la convivencia se está deteriorando a pasos agigantados. Describir el desorden de lo acaecido en las Cortes desborda el sentido común  y hace destacar ese dicho de que la realidad supera siempre a la ficción. Grave problema tiene España en manos de estos representantes de la soberanía nacional más cercanos al sainete que a la responsabilidad que se les debía dar por supuesta. Si no fuera porque todo lo visto tiene aspectos de un «deja vu» en nuestra política pasada, cabría pensar en la satisfacción del Sr. Soros y los componentes del club «Bilderberg» por ajustarse todo ello a los planes de ruptura nacional que estos anhelan en aras de ese hipotético gobierno mundial que exigen y desean. Yo no acabo de creerme todo esto dado que de ser así diría muy poco de la inteligencia de los componentes de ese club, al elegir para la ejecución de sus planes a tanto incompetente como los presentes en la política nacional, si bien, en cualquier caso, los resultados se ajustan a sus planes. Pero en fin: «cosas veredes amigo Sancho» nos decía don Alonso Quijano.

Cosas veredes, amigo Sancho, hemos oído todos alguna vez. Y lo hemos oído atribuido a los personajes de El Quijote, donde no aparece tal cita. Parece que el origen literario de la expresión Cosas veredes se remonta al Cantar de Mío Cid, cuando Rodrigo Díaz de Vivar le dice a Alfonso VI: Muchos males han venido por los reyes que se ausentan... y el monarca contesta: «Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras». La expresión original era 'cosas tenedes', pero con el tiempo, se distorsionó tanto la forma como su significado, llegando al actual 'cosas veredes'. Pero, ¿qué significa realmente la expresión cosas veredes? ¿Qué se quiere transmitir en esta expresión? Con ella señalamos con perplejidad o sorpresa cosas que ocurren a nuestro alrededor, y por tanto, sería una expresión equivalente a ¡Lo que hay que ver!

Y es en este estado de incertidumbre y desorden, en el que nos movemos algunos, denominados retrógrados por unos y nostálgicos fuera del tiempo por otros, sin entender que todavía hay españoles —quiero creer cada vez más numerosos— que están comenzando a no dejarse apabullar por todo el adoctrinamiento imperante a través de la educación y los medios de forma manifiestamente ostentosa. Por supuesto que hablo en concreto de la FNFF, una Fundación con vocación histórica, en candelero por ser vanguardia de la defensa de lo que significó el Generalísimo Franco para nuestra Patria y con una devoción y culto a lo que significa la lealtad que no muchos entienden. Lealtad a nuestro pasado reciente, sí, y con profundo respeto desde el raciocinio.

Les explicaré o al menos lo intentaré a sabiendas de que para la izquierda sectaria y atea son argumentos no compartidos y para la derecha relativista y acomodaticia fuera de época. ¡Qué le vamos a hacer! «España y yo somos así»  que dijo Eduardo Marquina. Esto es la FNFF.

El respeto al pasado no es solamente añoranza, sino que, es la fuerza que conserva vivas la esencias espirituales de los pueblos que se proyectan hacia el futuro. Es el alma que nos legaron nuestros mayores, la virtud de creencias y costumbres y la definición del ser nacional. Recogemos con orgullo este legado y seguimos con tesón la trayectoria que nos marcan; olvidarlo sería renegar de nuestro antecedente, de lo que somos.

La filosofía materialista presente niega nuestro derecho al respeto a nuestro pasado y nos persigue con saña por cuanto tiene de opuesto a la misma. Y aún más podríamos añadir respecto al relativismo moral de una derecha cobarde, insensatez, producto de la ignorancia sobre el valor de la espiritualidad. El respeto a nuestro pasado reciente resulta perfectamente compatible con el progreso al que impulsa y sirve de guía, pero su reciprocidad, el espíritu evolutivo presente debe respetar los valores tradicionales y buscar su apoyo en los valores y principios que conformaron los 40 años de la capitanía del Generalísimo Franco: la catolicidad, el patriotismo, el culto a la familia, el alto concepto del honor y el deber, el sentido de la unidad de la Patria. Todo ello condujo a España hacia una grandeza surgida de la ruina de la guerra y el aislamiento hasta alcanzar metas de justicia social y bienestar insospechadas al acabar la desgraciada guerra civil.

Estamos dispuestos a conservar ese respeto al reciente pasado de ser los mejores con extensos horizontes y bases profundas porque nos apoyamos en nuestra mejor historia siendo consecuentes con los compromisos contraídos, manteniéndonos fieles a nuestro ideario y al legado recibido.

La persecución, la venganza y el desprecio al que estamos sometidos no nos hacen ni vacilar ni temblar por ser conscientes del desconocimiento que este enemigo persistente tiene del concepto del honor y por estar imbuidos de valores que ellos mismos desconocen.

Sí,  lealtad, no exenta de ánimo de victoria y nunca de rendición.

«Sangre, sudor y lágrimas» es todo cuanto Winston Churchill pudo ofrecer al pueblo británico cuando todo parecía estar perdido pero su fe ciega en la victoria no le abandonó nunca.

«Que Dios ilumine nuestra lucha, nuestro camino recto y de justicia y que no nos desampare para conseguir el respeto de nuestra historia para gloria de España y de sus mártires en beneficio de la libertad y grandeza de España».

Fuente: FNFF

SAN FOUCAULT

No, no es de la vida heroica y apasionada del mártir Charles de Foucauld, morabito cristiano, de quien trata este artículo, sino de El puto San Foucault, así denominado (y con abundantes razones para ello, incluso en nuestra etimología castiza) por el filósofo François Bousquet. En su obrita, recién publicada por Ediciones Insólitas, Bousquet procede a una breve y demoledora deconstrucción del filósofo que está en las raíces del pensamiento postmarxista de nuestra era, de ese extraño machihembrado entre el anarquismo de raíz stirneriana y el neoliberalismo libertario de un Hayek o un Friedman. Este pensador, arquetipo de intelectual francés del 68 y personaje privado que no desmerecería del género bizarre más duro, encarna mejor que nadie la evolución de las izquierdas occidentales desde el Mayo francés de tan infaustas consecuencias.  

Recordemos que en aquella primavera del 68, entre París y Praga, murió el marxismo, aplastado por los tanques soviéticos en Checoslovaquia y por el divorcio entre la clase obrera y los universitarios en Francia. Sí, en ese mayo en el que el general De Gaulle huyó a Alemania presa del pánico y en el que el comunismo soviético demostró que era incapaz por su propia naturaleza de mostrar un rostro humano, los niñatos bon chic-bon genre trotskistas, maoístas, guevaristas y sartrianos de la Sorbona y Nanterre descubrieron que a los obreros les bastaba con una subida del salario y con unos buenos servicios sociales para renunciar a la Revolución y para gozar de sus múltiples y unidimensionales alienaciones. El viejo Marx pasaba de moda y era sustituido por los teóricos a los que el fundador del socialismo «científico» sometió a escarnio en La Sagrada Familia y en La ideología alemana. Resucitaban los socialistas utópicos, desde Fourier y Babeuf hasta Stirner y Bakunin. Peor aún, la crisis de valores encontraba poderosos auxiliares en su obra de demolición con el comunismo nihilista de Sartre, el feminismo de la Beauvoir (¿En serio la gente se lee el centón aburridísimo de El segundo sexo?) y con el freudomarxismo extremadamente reduccionista, aunque de alambicada lectura, de Marcuse y su Eros y civilización.

Universidad de París X Nanterre, un nido de masones y comunistas


La teoría francesa es un cuerpo posmoderno de teorías filosóficas, literarias y sociales en las que la noción de deconstrucción juega un papel central.

Es en ese medio de universitarios burgueses, ebrios de utopía y abstemios de praxis, donde surge la French Theory, la constelación de intelectuales hipercríticos que nos ha llevado a los europeos por la senda del nihilismo teórico y la dictadura de las minorías. En esta gran industria de disolventes culturales que es la Academia posmoderna, pocos tienen efectos tan corrosivos como Michel Foucault, perverso producto de una élite ahíta de sensaciones y necesitada de nuevos y más fuertes experimentos. La obra de Foucault es una gran negación, un rechazo de las estructuras básicas de toda sociedad civilizada, de cualquier mínima estructura de orden y de cordura: el antípoda de Charles Maurras y de lo que el gran Pol Vandromme denominó L’Église de l’Ordre. Es un Rousseau desprovisto de genio literario, un marqués de Sade sin más prisiones que los cuartos oscuros, un sucedáneo de Marx para uso de doctorandas, el Andy Warhol del pensamiento débil, que carece de la verdad criminal de un Genet, del malditismo genuino y barriobajero de un Joe Orton, de la entereza y la belleza radical de un Pasolini; si pensamos en Foucauld, sólo se nos puede venir a las mientes un Des Esseintes sociólogo: un burgués fatigado y estéril, aburrido hasta de sí mismo y con una muy freudiana pulsión de muerte. Un pensador tanático. Su terrible destino fue acabar en el Collège de France como rebelde con cátedra.

Hoy Foucault es santo y seña, alfa y omega, tótem sin tabú, fetiche y máscara de todo lo que vuelve irrespirable lo que queda de la cultura europea, de las fuerzas que se confabulan para el reino final del nihilismo, para la apoteosis de una humanidad sin atributos, entregada al culto del ego y de lo inane y transitorio, de lo líquido.  ¿En qué consiste su mérito? En poner la civilización europea del revés. Sin demasiado talento, con la automaticidad de un espejo, con datos discutibles y hoy ya desacreditados. Da igual: cien años después de Marx, la izquierda occidental encontraba otro profeta, aunque menor. Y muy distinto del doctor de Tréveris, pues el parisino era tan asiduo de los clubes de ambiente como el alemán de la Biblioteca Británica. Esto también se nota en el calado de sus obras. Triste tiempo el nuestro, que frecuenta tales referencias.

Pero la tierra de promisión de este burgués masoquista no se encontrará en ninguna revolución genocida de las que tanto gustaban a Sartre, como Camboya, China o Argelia, sino en los Estados Unidos. Y aquí, sin duda, reside la gran originalidad de Foucault; fue el primer miembro de la gauche caviar en descubrir que el paraíso estaba en América, que Nueva York o Las Vegas eran la Tierra Santa del progresismo europeo y no La Habana o Pekín. Así llegó a las mecas y medinas yanquis la French Theory, convertida hoy en dogma y religión oficial de todo el tinglado universitario mundial. Como escribe Bousquet, «lo que a la vez le llama la atención, agudiza su curiosidad y estimula sus fantasías es que el neoliberalismo se presenta como la más prometedora de las obras: terra incognita experimental y caldo de cultivo hostil a todo encuadramiento, a toda restricción, a todo principio de precaución […] He ahí lo que le ofrece el neoliberalismo: una promesa de atomización social, de inseguridad cultural, de desorden. Entropía y caos: imposible soñar nada mejor». La igualación radical de la sociedad de mero consumo e intercambio de Hayek se encuentra con los ideales de deconstrucción cultural de la nueva izquierda europea de los sesenta. Foucault, el anarquista BDSM, descubre la cuadratura del círculo, la piedra filosofal de la que saldrán la corrección política, el hembrismo, las teorías de género, el animalismo y toda la ingeniería social de la Open Society: la izquierda radical capitalista, sin lucha de clases ni emancipación de las mayorías, sino burguesa-bohemia, ultraindividualista, defensora de las minorías y partidaria de un mercado mundial que no estorben pueblos, estados, soberanías, culturas o religiones. 

En eso estamos.

Fuente: https://eldebate.es/crisis-de-valores/san-foucault-20190508