EL CHOQUE ENTRE OCCIDENTE Y RUSIA

 

La sucesión de acontecimientos continúa día tras día en Europa y la posibilidad de un choque directo entre el Occidente liderado por los anglo-estadounidenses y Rusia parece inevitable, tras los ataques a Crimea llevados a cabo, como parece confirmarse, por las fuerzas especiales británicas. Rusia ha prometido una respuesta a las acciones encubiertas de Gran Bretaña, incluido el sabotaje de los gasoductos Nord Stream en el Báltico, llevado a cabo por las fuerzas especiales submarinas de la Marina Real Británica.

De las últimas informaciones filtradas desde los círculos del Pentágono se desprende que la maniobra que prepara Washington es la creación de una fuerza multinacional extra-OTAN que se utilizará en Ucrania para atacar a Rusia en su territorio. Esta propuesta ha sido presentada por el ex jefe del Estado Mayor estadounidense David Petraeus y todo indica que ha sido aceptada por los círculos del Pentágono para evitar una derrota en Ucrania. Como había declarado el secretario de la OTAN, Stoltenberg, una derrota en Ucrania sería una derrota para la OTAN y tendría consecuencias fatales para la Alianza.

Toda la cuestión radica en los objetivos finales de la empresa, que son extremadamente vagos. ¿Cuál debería ser el resultado? ¿Sería expulsar a las fuerzas rusas de Ucrania, reforzar las defensas ucranianas y lograr un alto el fuego con una transición posterior para mantener una posición fuerte en las negociaciones?

Todavía no está claro cómo se posicionaría EE.UU. en esta coalición, teniendo en cuenta que, si está ahí, Rusia determinará quién toma el mando en el futuro inmediato y actuará en consecuencia.

Es de esperar que Moscú responda a la amenaza concentrándose en la destrucción de la estructura militar estadounidense, incluyendo el mando espacial, el centro de mando y control, la inteligencia y la vigilancia, por lo que la iniciativa occidental parece estar cargada de riesgos de desencadenar un conflicto mayor cuyo resultado sería imposible de predecir. EE.UU. necesita esta estratagema por razones políticas o simplemente quiere transferir parte de la responsabilidad y el compromiso a sus aliados, mientras que se plantea la cuestión de cómo las fuerzas estadounidenses y aliadas podrán proteger las numerosas rutas de transporte, aeropuertos y bases en Europa de los ataques de las fuerzas rusas. Además, en este tipo de operaciones es necesario especificar hasta qué punto está justificado el riesgo; la falta de claridad sobre el objetivo concreto puede tener graves consecuencias.

No es difícil prever cuál sería la reacción rusa si su seguridad se viera amenazada, y no se puede descartar el uso de armas nucleares tácticas en este caso, de acuerdo con la doctrina militar rusa.

Por otra parte, Estados Unidos no puede aceptar una nueva debacle en Ucrania que le expondría a una pérdida de prestigio y liderazgo ante los aliados y a la posibilidad de una ruptura de la Alianza Atlántica. En consecuencia, Washington estaría dispuesto a asumir el riesgo de un conflicto directo con Rusia, que hasta ahora se ha pospuesto. Esto explica por qué el alto mando del Pentágono lo ve como una posible salida al estancamiento.

El conflicto que se avecina entre la OTAN y Rusia surge de un contraste entre ambas partes, el Occidente liderado por los anglo-estadounidenses y Rusia, que no es sólo geopolítico y militar, sino también en esencia un contraste ideológico y sistémico. El contraste es entre el mundo occidental empeñado en el totalitarismo liberal-globalista y los países que quieren mantener su soberanía e identidad nacional intactas, negándose a someterse a las reglas dictadas por EEUU y sus aliados.

El presidente Biden y su secretario de Estado, Antony Blinken, han intentado repetidamente calificar este contraste como una «división entre democracias y autocracias». En realidad, esta terminología es el típico doble lenguaje orwelliano.

Por «democracias», los propagandistas de Washington se refieren a Estados Unidos y a las oligarquías financieras occidentales aliadas. Su objetivo es centralizar la planificación económica en manos de los gobiernos elegidos en Wall Street y otros centros financieros bajo el control de Estados Unidos.

Bajo el manto retórico de los exponentes estadounidenses, por «autocracias», Biden y Blinken se refieren a los países que se resisten a esta toma de control dirigida a la financiarización y la privatización. En la práctica, la propaganda estadounidense acusa a Rusia y a China de ser regímenes autocráticos en la regulación de sus propias economías y en la promoción de su propio crecimiento económico y nivel de vida, especialmente a China en el mantenimiento de las finanzas y la banca como servicios públicos para apoyar la economía de producción y consumo tangible.

Es bien sabido que los diplomáticos estadounidenses utilizan los organismos supranacionales bajo su control, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, para pedir la privatización de las infraestructuras, la minería y las empresas de servicios del mundo, y para conseguir que los países emergentes dependan de las exportaciones de tecnología, petróleo y alimentos a través de las multinacionales estadounidenses.

Este enfoque se denomina «democracia liberal» y «sociedad abierta», pero en realidad esconde una forma de neocolonialismo encubierto que se impone a través de la presión económica, el chantaje y las amenazas de sanciones a los gobiernos que no cumplen.

Todo se reduce a la fractura entre la visión unipolar del mundo de Estados Unidos y la visión multipolar hacia la que tienden no sólo Rusia y China, sino también la India y una serie de países de los distintos continentes que se adhieren a este nuevo bloque emergente organizado en los BRICS y el Acuerdo de Shanghai. Acuerdos que están uniendo a un número mayoritario de países en el mundo, marcando el desmantelamiento del orden mundial prefigurado por Estados Unidos y sus vasallos.

Lo que está ocurriendo en esta coyuntura histórica es un punto de inflexión epocal que sugiere que será imposible volver atrás, ya que asistimos al desmantelamiento pieza a pieza del antiguo sistema y orden mundial que se basaba en la supremacía imperial de Estados Unidos.

Serán los próximos meses los que determinen si el punto de inflexión será pacífico o si el mundo se verá sometido a un gran conflicto por parte de la potencia anglosajona que no se resigna al cambio y al nuevo equilibrio de poder.

LA ERA DE LAS DISTOPÍAS


1. CURSOS DE COLISIÓN
La época contemporánea presenta una recreación reforzada del sistema de contradicciones que ha caracterizado al sistema capitalista desde su creación. El problema estructural asociado al modo de producción capitalista es su carácter «exponencial monótono creciente», es decir, su tendencia intrínseca a alimentar procesos de «retroalimentación positiva», «interés compuesto» y crecimiento ilimitado. Dicho de otro modo: el mecanismo del capital, que vive de su propio aumento, tiende a empujar todos los factores de producción constantemente en la misma dirección, creando así un desequilibrio sistemático. Por lo tanto, el sistema impulsa el crecimiento indefinido de la producción, el crecimiento indefinido de la acumulación de capital en la cima, el crecimiento indefinido de la explotación de las personas, el crecimiento indefinido de la explotación de la naturaleza.

Esto es lo que el viejo lenguaje marxiano llamaba «contradicciones del capitalismo». Cada una de estas tendencias entra en conflicto sistemático con los órdenes de equilibrio social, humano y medioambiental: crece la brecha entre la cima y la base de la pirámide social, crece el consumo y el despilfarro de recursos, crece la licuación de los organismos colectivos (familias, comunidades, estados, etc.) y de las identidades personales. Mientras que el mundo y la vida pueden concebirse según el modelo orgánico de los sistemas de «retroalimentación negativa», que restauran y corrigen las rupturas del equilibrio, el capitalismo funciona como una proliferación ilimitada e incontrolada, literalmente como un cáncer ontológico.

Históricamente, dado que el primero en comprender la naturaleza del problema fue Marx, se asocia esta toma de conciencia con la búsqueda de soluciones «anticapitalistas», socialistas, comunistas o similares. Por lo tanto, la idea es a menudo que el «pueblo» debe ser el primer sujeto de relevancia en estos análisis. Este punto de vista pasa por alto un hecho de la realidad: los que se toman más en serio los análisis marxianos y postmarxianos han sido durante mucho tiempo los poseedores del poder dentro del sistema, que son los más preocupados por lo que puede socavar su posición: son los capitalistas, los «amos del vapor», los que se preocupan principalmente por los problemas del capitalismo actual.

2. THE MONEY MASTERS
Cuando se habla genéricamente de «capitalistas», «oligarquías», «élites», etc., es inevitable despertar la sospecha de una excesiva vaguedad de los referentes. ¿A quién se refiere? A uno le gustaría poder nombrar al sujeto del poder, como se podía hacer en el mundo premoderno nombrando al rey, al papa, al emperador, a este señor feudal, a aquel cortesano, etc. Sin embargo, hoy en día, dar nombres es una falsificación de la realidad. Por mucho que importen las personas, el sistema tiene una gran capacidad para sustituir a sus miembros en todos los niveles, incluida la cúpula. Saber quién es el director general de BlackRock o de Vanguard no nos acerca a la comprensión de quién ejerce el poder, porque no se trata de cómo los individuos específicos desempeñan sus funciones.

Otro error en el que no debemos caer es el de suponer —alimentado por la propia ideología del poder— que la existencia de una pluralidad de «amos del vapor» y no de un único «emperador» garantiza de algún modo una diversificación de intereses y proyectos, y con ello cierta «democratización» del sistema (por ejemplo: «la existencia de diferentes capitalistas implica diferentes amos de los periódicos y, por tanto, pluralidad de información»). Esto es una grave ingenuidad. El día que el director general de BlackRock redescubra el espíritu zapatista y el anhelo de apoyar la liberación de Chiapas, dejará de ser director general y será reemplazado (con indemnización por despido, por supuesto). Las líneas de fondo no pueden cambiar y sólo tienen un objetivo infalible: la perpetuación del poder de quienes lo ostentan. Tampoco hay que fijarse en una ortodoxia «capitalista» concreta. Las oligarquías financieras no son «capitalistas» por el amor ideal al capitalismo: no es una religión alternativa. Esa es simplemente la forma en la que ostentan el poder. Si el abandono de tal o cual aspecto ideológico favorece la conservación y la consolidación del poder, nada se interpone en el camino.

Pero al final, ¿quiénes son «The Money Masters»? La concentración de poder contemporánea es algo sin precedentes en la historia: unos pocos cientos de personas llevan las riendas de los mayores grupos financieros (angloamericanos) del mundo y de lo que Eisenhower llamó el «complejo militar-industrial» estadounidense. Estos grupos disponen de todos los resortes fundamentales del poder, son capaces de dirigir las decisiones políticas en sus Estados anfitriones (EE.UU. en primer lugar) y se extienden en cascada a todos los Estados que les están subordinados o son deudores de ellos. Fuera del mundo occidental no existen exactamente tales contrapoderes, en la medida en que logran escapar a la influencia de los primeros, ya que en cualquier lugar el poder, incluso el más inflexible, está dominado en todo caso por instancias de motivación política (nacionalismo in primis).

Estas élites occidentales de la cúspide están compactadas por la motivación de mantener un poder de base económica y tienen una capacidad de coordinación inmensamente superior a la de cualquier otro grupo de interés: disponen de lugares y modos de reunión institucionales y no institucionales, tienen recursos que permiten una pluralidad de acuerdos y comunicaciones por medios múltiples, no oficiales o clandestinos.

Quienes esperan encontrar una lista de los gobernantes y herederos al trono para planificar un asalto al «Palacio de Invierno», y en ausencia de esta lista prefieren desechar el problema a las conjeturas o teorías conspirativas, son desgraciadamente cómplices involuntarios del poder.

Raros son los súbditos de las élites de la cúspide que buscan protagonismo público, y los que lo hacen son esos pocos, víctimas de sus propias ideologías, que se han convencido de que están realizando operaciones «paternalmente redentoras» (los nombres habituales que circulan de Schwab, Soros, Gates, etc.). Los más inteligentes de entre ellos saben muy bien que su poder no llega a través del consenso público y que, por lo tanto, manifestarse no los fortalece, sino que los expone y debilita.

Por lo tanto, nos encontramos con el siguiente cuadro: un pequeño grupo de sujetos, habiendo obtenido una posición eminente dentro del capitalismo contemporáneo, detenta el poder con niveles de concentración que nunca antes habían existido, y se mueve y coordina (neto de particularidades personales) con el objetivo de mantener y consolidar este poder. Al mismo tiempo, este estrecho grupo de la cúspide tiene perfecta conciencia de las tendencias críticas implícitas en el sistema del que está en la cima. Debemos dejar de imaginar al capitalista como un vividor que se entrega a los juguetes sexuales, los yates y los vinos de prestigio. En este horizonte hedonista se mueven típicamente individuos de clase media y nuevos ricos. El capital consolidado («dinero viejo») forja diferentes tipos humanos, que o bien tienen una educación adecuada para entender los problemas del sistema, o bien están acostumbrados a pagar a los grupos de reflexión para que hagan este trabajo por ellos.

3. LAS PERSPECTIVAS DE LAS ÉLITES
Por lo tanto, lo que debemos poner en evidencia es la suposición de que las líneas de contradicción dentro del sistema del capital son perfectamente conocidas por «The Money Masters». Sólo sus dependientes liberalistas siguen creando cortinas de humo con su «mercado perfecto», su «equilibrio general a largo plazo» y otras seducciones.

Esta mano de obra intelectual, profusamente financiada, suele ocupar puestos académicos de prestigio, y su función es proporcionar una espesa niebla ideológica, centenaria, sobre la que dispersar las energías de los críticos. Se trata de una defensa de infantería de primera línea que se esfuerza por mantener la vista de sus adversarios fuera del frente real. La mayoría son demasiado estúpidos para saber que sólo actúan como objetivos ficticios.

Que la sustitución acelerada de trabajadores por máquinas crea un desequilibrio estructural en el sistema de producción, con un excedente de producto potencial sobre el consumo, y un exceso de demanda impotente (consumidores sin poder adquisitivo) sobre una oferta desbordante, es completamente evidente y pacífico.

Que esto configura la existencia de una vasta población superflua, exagerada para ser útil como «ejército de reserva del capital», una multitud de bocas que alimentar y que hierve descontenta es igualmente evidente.

Que un sistema de crecimiento infinito acaba socavando todo el sistema, medioambiental y social, en el que vivimos es igualmente claro.

Las principales líneas de fractura que están bajo la atención de las élites son, por tanto, las siguientes:  1) fractura social (riesgo de revueltas); 2) fractura ecológica (riesgo de desestabilización de los equilibrios medioambientales); 3) fractura financiera (colapso terminal de las expectativas de crecimiento y con ello de los supuestos del sistema).

El error de los herederos de la primera línea de análisis crítico, la marxista, es pensar que el reconocimiento de estas tendencias implica en sí mismo la adhesión a una perspectiva de «superación del capitalismo», con la búsqueda de formas sociales que eviten la deshumanización, la alienación, que restablezcan un sistema en equilibrio («de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades»).

Ésta es otra grave ingenuidad. Las élites de la cúspide del sistema contemporáneo conocen las contradicciones del mismo, pero esto no significa en absoluto que tengan la intención de abandonarlo. No hay nada extraño en esto, ningún bloque de poder en la historia ha dejado el poder espontáneamente. De lo que se trata aquí es de comprender bien qué perspectivas abre este poder, ya que esto puede mostrarnos el espectro de los riesgos subterráneos en la era contemporánea (esos riesgos que a menudo acaban expresándose confusamente, y por tanto desacreditándose, en forma de «teorías de la conspiración»).

Tomarse tiempo con las soluciones de mercado
La primera perspectiva es la menos radical y la más débil, pero también es la que puede afirmarse claramente sin reparos. Se trata de transmitir la idea de que para cada problema existe potencialmente una respuesta que las soluciones tecnológicas del mercado podrán proporcionar. Esta idea se propone a los medios de comunicación quaquaraqués como si fuera una opción realista, cuando en realidad sólo sirve para retrasar ciertos procesos, al tiempo que permite una mayor acumulación de capital. Así, la perspectiva salvadora de los coches eléctricos, o de la energía nuclear, o de la Euro 7, etc., para responder a un problema medioambiental único y cuidadosamente seleccionado (¿el calentamiento global?), aparece de vez en cuando en los medios de comunicación simbólicos. Este enfoque selectivo da la impresión de que siempre se trata de resolver un problema preeminente, lo que hace plausible la búsqueda de soluciones técnicas; esto permite ganar algo de tiempo en un sector, distraer la atención de la opinión pública proporcionando esperanzas y dirigir la política pública de forma provechosa.

Por supuesto, estas operaciones sectoriales, que comparten el impulso estructural de la innovación perenne y el aumento de la producción, siguen alimentando el proceso de desestabilización sistémica. En el mejor de los casos, las soluciones tecnológicas ad hoc pueden tapar temporalmente una laguna, mientras que al mismo tiempo se abren otras diez en forma de externalidades sistémicas.

La guerra como higiene mundial
La segunda perspectiva es una línea de solución clásica, más radical, que permite contener temporalmente los daños a lo largo de varias líneas de falla. Cuando se puede fomentar una guerra, ésta es, al menos en lo que respecta a los países implicados, una solución eficaz, ya que simultáneamente: frena a las poblaciones, bloqueando la protesta social; crea un espacio de consumo frenético (y por tanto de renta de capital) sin necesidad de conferir poder adquisitivo a la población; frena otros procesos sociales, reduciendo la «huella ecológica» humana, y en el mejor de los casos también reduce la población. Esta solución funciona idealmente mejor cuantos más países estén implicados. Si un conflicto se circunscribe militarmente, no habrá impacto en las cifras de población, pero seguirá siendo eficaz en otros aspectos (regimentación y la disciplina social+drenaje económico en un «potlatch» posmoderno, donde se queman grandes recursos para mover la máquina de consumo).

Una guerra mundial duradera y de bajo voltaje sería de hecho una solución perfecta: permitiría idealmente: 1) romper toda resistencia o revuelta social en nombre de la santa oposición al enemigo exterior; 2) concentrar las energías en una producción infinita destinada a un consumo infinito, que ignora toda saturación del mercado; 3) reducir progresivamente la población.

Sin embargo, esta perspectiva es muy inestable y no es fácil de manipular ni siquiera para las élites, en lo alto de la «pirámide», por muy poderosas que sean. Provocar una serie de conflictos en zonas ya sufridas y políticamente débiles es relativamente fácil, pero se corre el riesgo de crear una escalada nuclear, en la que incluso las élites acabarían implicándose en cierta medida.

Sociedad de control
La tercera perspectiva se manifiesta desde hace tiempo y consiste en una transformación del modelo ideológico liberal en un modelo autoritario, sin cambiar un ápice su apariencia. La sociedad occidental contemporánea (pero no sólo la occidental) está más regulada, legislada y vigilada que cualquier otra sociedad de la historia. No sólo hay más leyes que en el pasado, y más detalladas, sobre áreas de comportamiento que en el mundo premoderno no eran objeto de atención legislativa, sino que la mayor capacidad tecnológica permite niveles de aplicación y control de estas normas sin precedentes.

Dado que todo poder tiene un incentivo intrínseco para aumentar su capacidad de control, en el mundo liberal esto ocurre de forma paradójica, sobre la base de la pretensión de trabajar por una «promoción de la libertad». Para transformar una ideología de la libertad en una ideología del control, el neoliberalismo aprovecha sistemáticamente la idea de la «victimización» o «vulnerabilidad» de un grupo. Una vez que se ha señalado a un determinado grupo como potencialmente ofendido, violado en sus derechos naturales o humanos, se pueden llevar a cabo actos coercitivos en favor de las «víctimas», quizás para evitar su potencial victimización. Este mecanismo puede funcionar tanto dentro como fuera de un país. Se puede intervenir coactivamente sobre la libertad de expresión con el pretexto de «proteger las sensibilidades» de tal o cual grupo, se puede intervenir con la medicalización forzosa (o los certificados verdes) para «proteger a los frágiles», al igual que se puede intervenir como «policía internacional» para «defender los derechos humanos» en tal o cual zona del mundo. La misma lógica permite la difusión de cámaras de vigilancia en cualquier lugar de acceso público o la violación de cualquier comunicación privada en nombre de la «protección de la seguridad», etc.

Es importante estar alerta ante el hecho de que las tecnologías de control disponibles hoy en día son extraordinariamente sofisticadas y que una vez que se rompe la barrera de la justificación legal, la capacidad de vigilancia (y de sanción) es casi ilimitada.

El interés de las élites superiores en un sistema total de vigilancia, control y sanción es evidente. Se presenta y se presentará siempre como una operación de «defensa de los vulnerables», cuando en realidad es una forma de bloquear de raíz la posibilidad de que los que no tienen poder se conviertan en una amenaza para los que lo tienen.

Despoblación
Mientras que la vigilancia y el control pueden desactivar el peligro que supone el descontento de las masas (descontento que mientras esté en un nivel bajo puede ser contenido por simples sistemas de distracción y entretenimiento), el problema que supone el excedente de población económicamente «inútil y perjudicial» invoca otra tentación, que no debe ser subestimada simplemente porque suena «escandalosa». Los países que no tienen un marco ideológico liberal, como China, pueden permitirse tratar los temas de control demográfico de forma explícita, como ocurrió con la «política del hijo único». En el Occidente liberal, esta posibilidad de debate abierto queda excluida, ya que exigiría sacar a la luz cuestiones embarazosas (empezando por el «consumo conspicuo») para las élites. Pero esto no significa que la tentación de intervenir desde arriba no esté presente.

Sobre esta cuestión es imposible ir más allá de las conjeturas e inferencias, pero subestimar la tentación del uso clandestino de soluciones tecnológicas para limitar la fecundidad o aumentar la mortalidad (preferentemente para los que ya no están en edad de trabajar) sería un error.

¿Neofeudalismo o distopía totalitaria?
Todas las «soluciones» anteriores se mantienen dentro del marco capitalista, con sus mecanismos y contradicciones internas. Esto significa que, en esencia, siempre están presionando para ganar tiempo ralentizando ciertos procesos, o haciendo retroceder las manecillas del reloj histórico. Una salida radical del modelo capitalista por parte del poder capitalista sólo es concebible con la promesa de cristalizar las relaciones de poder actuales (una salida en dirección a una democracia socialista no es por tanto especialmente popular).

En un marco de capitalismo financiero como el contemporáneo, las concreciones del poder pueden ser tenues, porque una determinada capitalización depende ante todo de las expectativas de consumo. Quienes poseen grandes cantidades de liquidez poseen un poder adquisitivo potencial que depende totalmente de las perspectivas de disponibilidad de activos y de la confianza del público en los títulos de crédito. Este poder es el mismo que ejerce un billete de banco, un objeto virtual que puede convertirse en papel de desecho en el momento en que ya no se considere capaz de mediar en el suministro de bienes. Por eso, por la necesidad de cuidar las apariencias, las expectativas, el capitalismo financiero debe prestar especial atención a la gobernanza del aparato mediático. Pero, en cualquier caso, la gobernanza de las expectativas tiene límites, ya que los propios mecanismos de la competencia económica generan constantemente trastornos desestabilizadores.

En el mundo capitalista, el poder «líquido» es mucho más poderoso (debido a su máxima movilidad y transformabilidad) que cualquier poder «sólido» (la propiedad de bienes reales). Sin embargo, los activos reales confieren una estabilidad a largo plazo que el capital líquido no permite. Por lo tanto, la perspectiva de una posible salida «postapocalíptica» del modelo capitalista con sus contradicciones sólo es concebible, para las élites de la cúspide, en términos de una transición hacia una especie de «neofeudalismo», en el que el poder líquido se transforme de nuevo en propiedad material (tierra, bienes inmuebles, armamento, tecnología, etc.).

Sin embargo, aquí surge un problema que cambia completamente el panorama. El feudalismo histórico funcionaba sobre la base de un sistema de legitimación (incluida la legitimación a la propiedad) dependiente de la tradición y la religión. El mundo actual ha barrido ambos factores como conferidores de legitimidad. Así que la pregunta aquí es: ¿cómo podría funcionar un sistema de legitimación del poder y la propiedad en un «neofeudalismo» desprovisto de tradición y religión?

El poder en la historia de la humanidad siempre ha estado, incluso en las culturas más autoritarias, determinado por el reconocimiento medio de la legitimidad del poder. Mientras la mayoría reconocía o al menos no impugnaba la legitimidad de un poder, éste seguía siendo funcional. Este poder funcionaba transmitiéndose con continuidad, por pasos intermedios, desde la cima hasta la base (del rey a los vasallos, de los señores feudales a los caballeros, a los campesinos y a los siervos). Por lo tanto, esta forma de poder siempre tiene una conexión humana, en la esfera del reconocimiento. Pero si se pierde la propia matriz de legitimación, ¿cómo puede ejercerse el poder de forma capilar, desde arriba hacia abajo? En un sistema capitalista, la riqueza es poder sin necesidad de reconocimiento porque el poder se reconoce como poder adquisitivo, garantizado por el sistema económico. Si el sistema se rompe, esa forma de reconocimiento del poder impersonal se rompe. ¿Cómo podría funcionar un nuevo poder sin el reconocimiento de la legitimidad?

Técnicamente, la respuesta es sencilla: tendría que suplantar el poder de los «medios» representados por el dinero con otro medio externo adecuado. Concretamente, la perspectiva más plausible es que esto se haga a través de la manipulación de los medios para infundir miedo, un miedo que unos pocos deben ser capaces de infundir directamente en los muchos.

Tal perspectiva era inaccesible en el pasado, pero el progreso tecnológico ha alimentado durante mucho tiempo esta posibilidad, es decir, la posibilidad, mediante la potenciación de los efectos, de que un centro circunscrito se imponga a la multitud. Una espada podía imponerse a tal vez cinco personas desarmadas, una pistola a diez, una bomba a mil; y con el aumento técnico de su poder, la dificultad de su uso también ha disminuido: hoy es más fácil detonar una bomba que antes blandir una espada. Pero no debemos imaginar el poder tecnológico simplemente como el ejercicio de la fuerza bruta. Pensemos más bien en una situación actual como la existencia de semillas modificadas genéticamente que no permiten que sus semillas sean replantadas para la siguiente cosecha, obligando a comprarlas a un proveedor central. El fondo de este mecanismo de poder es sencillo: se trata de hacer que un grupo dependa estructuralmente, para su propia existencia, del acceso a una tecnología que no es reproducible de forma autónoma, sino administrada de forma centralizada. Se pueden inventar numerosos mecanismos de este tipo, basta con hacer depender a las personas de un bien tecnológicamente escaso y no reproducible de forma autónoma (¿una terapia?). En principio, este mecanismo puede permitir que el poder se ejerza de forma directa, «neofeudal», sin necesidad de mecanismos de intermediación y legitimación.

Una última observación: hablar aquí de «neofeudalismo» es una expresión engañosa. Estamos ante un sistema en el que, sí, se trataría de una sociedad jerárquica cerrada, como el feudalismo, basada en poderes y propiedades reales, y no líquidas, pero todos los demás aspectos son profundamente diferentes y no en un sentido mejor. Sería un mundo en el que una casta superior ejerce su poder a través del miedo, habiendo sustituido, como fuente última de autoridad, lo que en el feudalismo era Dios, por la Tecnología. Sería una sociedad de mando directo, no mediada por ninguna adhesión ideológica, una sociedad que rinde culto a la eficiencia técnica y que concibe la infrahumanidad fuera de la casta superior como materia prima de la que se puede disponer a voluntad.

LA GUERRA DEL CIELO CONTRA EL INFIERNO

 ¡Viva el Señor!

Queridos sacerdotes, hermanos y hermanas aquí presentes,

En estos momentos estamos librando una guerra que no sólo se libra en el plano militar, es decir, humano, sino, principalmente, en el plano espiritual. Es muy importante que comprendamos esto último, ya que existe un plano horizontal de la guerra donde nuestros soldados luchan contra la OTAN (no contra Ucrania, algo que es muy importante tener en cuenta) y un plano vertical donde chocan el Cielo y el Infierno. Ahora mismo dos ejércitos angélicos luchan entre sí: las legiones de San Miguel Arcángel enfrentan a los seguidores del demonio. Esta dimensión vertical de la guerra puede ser considerada como el reino de las ideas y la ideología, siendo este ámbito del espíritu el principal escenario de nuestra lucha. De hecho, en su discurso del 30 de septiembre de este año, el presidente Putin habló abiertamente de la naturaleza satánica de la actual civilización occidental, lo cual no podemos entender como una simple metáfora.

El arcángel Miguel es, ante todo, el enemigo de Satanás. También es el ángel de la muerte ya que se dice que le ofrece a las almas la oportunidad de redimirse antes de morir. Su tercera labor es la de pesar las almas en una balanza perfecta en el día del Juicio Final. Es también el guardián de la Iglesia universal.

Además, el Santo Patriarca de todas las Rusias ha señalado indirectamente en su maravilloso discurso de hoy quién es el que inspira, ayuda y alienta a nuestros enemigos: tal figura es muy conocida. Nosotros los mortales desconocemos cuando llegará el momento exacto del Fin de los Tiempos, ni siquiera el Hijo del Hombre sabe cuando será. No obstante, podemos reconocer las señales que preparan la llegada de este Fin de los Tiempos. Es aquí donde resulta importante que opongamos a nuestros enemigos una idea propia. Occidente es una ideología que promueve el liberalismo, el globalismo, el laicismo y el posthumanismo. Esta ideología opera principalmente en el reino de las ideas y no en el de la materia, los cuerpos o la tecnología. Además, esta ideología se basa en la mentira, promoviendo la inversión total de las mentalidades, las ideas y los fundamentos religiosos.

Ahora bien, hoy se enfrentan dos ideas, dos ejércitos de ángeles y demonios (los ángeles son antes que nada espíritus e ideas). El campo de batalla de esta guerra es Ucrania, donde por un lado tenemos a la Santa Rusia –como la llama nuestro Santo Patriarca– y, por el otro, a las fuerzas del Maligno. Es por esa razón que hablamos del Armagedón, el Fin de los Tiempos y el Apocalipsis. Estos acontecimientos precisamente están ocurriendo frente a nuestros ojos y ahora participamos de la última (o quizás la penúltima, nadie lo sabe) gran batalla del mundo. Jamás podremos obtener la victoria si primero no ganamos a nivel espiritual, ideológico e intelectual.

Quisiera, por tanto, hablar sobre todo del laicismo tal y como fue definido por nuestro Santo Patriarca: el Maligno vino a nosotros –muchísimo antes de que la civilización antihumana y abiertamente satánica de Occidente hablará de los derechos LGTBI y el transhumanismo– presentándose como alguien neutral. Lo primero que nos dijo fue «dejemos de lado al Cielo y a Dios y solo pensemos en los hombres y la realidad material». En ese entonces muchos creyeron en esas promesas.

Esta ideología se construyó sobre las tesis de Averroes de que existían dos verdades: por un lado, estaba la verdad teológica y, por el otro, la verdad mundana que solo afectaba a la sociedad, al hombre y a la tierra. Fue de ese modo que surgió el laicismo y el humanismo: «la eternidad se encuentra muy lejos de nosotros y solo importa vivir el tiempo presente». Poco a poco fuimos concentrándonos en la realidad material y las preocupaciones humanas, intentando resolver nuestros problemas recurriendo al liberalismo, el comunismo y el nacionalismo. Sin embargo, nos fuimos alejando cada vez más y más de Dios hasta que nos hundimos por completo en la nada, adentrándonos poco a poco en los abismos del Infierno. Si ya no estamos con Dios entonces no podemos sino estar con el diablo. El Evangelio dice que los hombres debemos decidir entre el «sí» rotundo y el «no» rotundo. La iglesia de calcedonia fue reprendida por el Señor precisamente por ser tibia y no fría o caliente. Fue de esta forma que nuestro mundo fue engullido por los males del humanismo, la secularización, la globalización, el progreso económico, el confort y el capitalismo después de que los seres humanos dijeran no a Dios y sí a los bienes materiales. Pero resultó que una vez dejamos a Dios de lado terminamos por caer en el Infierno.

No podemos seguir viviendo en este plano horizontal de la existencia. Por otro lado, es imposible ganar esta guerra sin la ayuda divina. Debemos afirmar la dimensión vertical del espíritu, el mundo celestial, la realidad y el ser angélico y cristiano dentro de nosotros si es que queremos ganar la guerra. No solo debemos oponer la naturaleza a lo patológico, sino, antes que nada, la Verdad y las enseñanzas cristianas y de otras confesiones tradicionales al mundo moderno. Solo defendiendo esta realidad vertical y divina podremos pelear. Es muy importante que tengamos esto último en cuenta. Además, tanto la ciencia como la política, las leyes y las ideologías deben basarse en este plano vertical de la existencia: una ciencia que no parta de Cristo, la Verdad y la moral es simplemente diabólica. Es imposible ser neutral en esta lucha entre el Cielo y el Infierno. Nosotros somos la Santa Rusia y nuestro Santo Patriarca ha hablado mucho de esto en su bellísimo discurso. Oramos y rezamos por eso. Somos la Santa Rusia, ¿pero realmente somos tan santos? Es necesario primero vernos a nosotros mismos y darnos cuenta si estamos realmente siguiendo el camino de la Santa Rusia, pues si no seguimos el camino de la santidad jamás podremos prevalecer.

Fuente: Geopolitica.ru

¿QUIÉN ESTÁ PERDIENDO LA GUERRA EN UCRANIA?

De creer a los medios de comunicación occidentales las fuerzas rusas estarían siendo diezmadas mientras el ejército ucraniano avanza inexorable hacia la victoria. Sin embargo, una visión más sobria de la realidad muestra una situación diferente. Rusia nunca es tan fuerte ni tan débil como parece, y en este sentido la guerra entre EE.UU. y Rusia que se libra sobre territorio ucraniano, en la que Ucrania pone los muertos y Europa el suicidio económico, puede resumirse como la guerra en que ambos bandos infravaloraron al enemigo.

El primero en infravalorar al enemigo fue Rusia. En efecto, su blitzkrieg inicial, cuyo objetivo nunca fue conquistar Ucrania sino quebrantar la voluntad de lucha ucraniana e intimidar a su gobierno para lograr una rápida capitulación, fracasó al encontrarse con una resistencia insospechada. La mayor sorpresa fue una Europa beligerante que facilitó la entrega masiva de armamento y acordó sanciones disparatadamente autolesivas. Sin duda, Putin no contaba con el suicidio de la UE (ni con el de Ucrania).


Como se deduce del escaso número de efectivos iniciales, la estrategia rusa no se centraba en consolidar ganancias territoriales sino en debilitar la capacidad ofensiva del ejército ucraniano y procurar su rendición con la menor lucha posible (Sun Tzu: «el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar»).

Inicialmente la capitulación ucraniana probablemente implicaba no entrar en la OTAN, respetar los Acuerdos de Minsk suscritos bajo los auspicios de Francia, Alemania y la OSCE sobre la autonomía del Donbass (incumplidos por Ucrania, con el apoyo estadounidense) y aceptar como hecho consumado la incruenta anexión de Crimea por parte de Rusia. Recordemos que en los últimos 250 años Crimea siempre perteneció a Rusia y sólo pasó a Ucrania en 1954 como regalo administrativo de Kruschev dentro de la propia URSS.

Putin contaba –y quizá siga contando– con un cambio de gobierno en Ucrania. Para ello era clave distinguir entre el pueblo ucraniano y el «régimen de Kiev» y minimizar las bajas civiles de un país eslavo tildado de «hermano», evitando bombardeos indiscriminados o la destrucción de núcleos urbanos en la medida de lo posible.

Así, contrariamente a lo que afirmaron los medios occidentales, Rusia nunca entró en Ucrania a sangre y fuego ni con una estrategia de conmoción y pavor –como sí hizo EEUU en Irak y Afganistán, por ejemplo, o la propia Rusia en la segunda Guerra de Chechenia.

Incluso ahora que ha empezado a mostrar que puede destruir en pocos días una parte importante de la infraestructura civil del país (y que si no lo había hecho hasta ahora era porque no quería), Rusia ha seguido utilizando bombardeos de precisión. No lo hace por humanidad, sino por estrategia.

Si Rusia infravaloró a su adversario al comienzo del conflicto, EE.UU. ha infravalorado la capacidad de resistencia rusa a su batería de sanciones.

En efecto, las sanciones impuestas por USA (United ‘Sanctions’ of America) y por la UE, en su obediencia perruna al amo americano, no han propiciado el desplome de la economía rusa. A pesar de la ilegal congelación de sus reservas de divisas (un peligroso precedente), Rusia prevé tener una recesión de sólo el 3% del PIB, su inflación se mantiene en el 12% (inferior a la de la mitad de los países de la UE), su tasa de desempleo ronda el 4%, su déficit presupuestario previsto es del 2% del PIB con una deuda pública del 12% del PIB y el rublo sigue más alto que al comienzo de la guerra.

Estos daños pueden ser calificados de leves y el arsenal de sanciones está ya agotado: Rusia sigue vendiendo sus materias primas al resto del mundo que no ha apoyado a Occidente en este conflicto (90% de la población mundial), y las empresas rusas están comprando a precios de saldo los activos que las empresas occidentales se ven obligadas a abandonar por imperativo político.

El otro objetivo era debilitar a Putin y provocar un cambio de régimen, una especialidad tan norteamericana como la hamburguesa. Sin embargo, Putin sigue siendo enormemente popular en Rusia, donde el apoyo a la «operación miliar especial» supera el 72% aun tras la movilización. La xenófoba rusofobia puesta en marcha por Occidente parece haber servido para galvanizar dicho apoyo.

En conclusión, tanto las sanciones económicas (que han hecho mucho más daño a Europa que a Rusia) como la esperanza de que el autócrata ruso fuera defenestrado han fracasado.

¿En qué situación bélica nos encontramos ahora? Las cifras de bajas reconocidas por uno y otro bando no son fiables, y las «estimaciones» de bajas rusas provistas por las autoridades occidentales deben tomarse con escepticismo, pues se ofrecen exclusivamente a efectos propagandísticos.

Esto no es nuevo. Cuando durante la 2GM Alemania arrolló a las tropas inglesas en Yugoslavia y Grecia en 1941, los periódicos británicos quisieron atenuar el efecto de la derrota en la opinión pública dando a entender que los alemanes habían pagado un elevadísimo precio por su victoria.

Así, «calcularon» las pérdidas alemanas en más de un cuarto de millón de hombres, mientras el gobierno británico reducía la cifra a «unos 75.000». Las estadísticas mostraron posteriormente que los alemanes habían sufrido escasamente 5.000 bajas. Así de basta es la propaganda en tiempos de guerra.
Liddell Hart, Historia de la Segunda Guerra Mundial I, Caralt 2000, p. 159.

Con el mismo escepticismo tenemos que tomar la retahíla de afirmaciones grotescas de los medios: las manifestaciones masivas en Rusia contra la guerra, la extrema debilidad del ejército ruso (que contradice la también ridícula afirmación de que Rusia pretendía conquistar media Europa del Este tras Ucrania) o el cáncer y el Párkinson de un Putin desequilibrado por el aislamiento COVID. (¡un gélido coronel de la KGB perdiendo la cabeza por «aislarse» entre el Palacio del Kremlin y sus dachas!).

También entrarían en la misma categoría pueril la caracterización siempre malvada de los rusos frente a la santidad de los ucranianos, la posibilidad de usar armas químicas o nucleares, y un largo etcétera, una sarta de tonterías que, precisamente por serlo, logran el apoyo entusiasta de los periodistas.

El potencial uso de un arma nuclear «táctica», recientemente reciclado, no encaja. Antes veríamos bombardeos sistemáticos y la reducción a escombros de ciudades enteras para minar la voluntad de lucha ucraniana.

Además, los misiles nucleares no suelen tirarse justo al otro lado de la valla, es decir, al lado de tu frontera, ni contra un pueblo «hermano», ni donde están tus propias tropas. Son armas disuasorias frente a enemigos lejanos y contra ataques que supongan un peligro existencial para el país, y son mucho más útiles como amenaza que como realidad.

En Ucrania los amplios frentes obligan a dispersar las fuerzas y permiten efímeras victorias si un bando las concentra adecuadamente. Aún así, se han mostrado más o menos estables desde hace meses, con la excepción de la pírrica «contraofensiva» ucraniana en el norte, que logró ganar unos pocos kilómetros de profundidad a costa de sufrir graves pérdidas, y el repliegue de Rusia al otro lado del río Dniéper en Jersón, adelantado ya hace semanas por el nuevo comandante en jefe ruso en Ucrania, general Surovikin.

Da la sensación de que Ucrania quiere ganar la guerra de la propaganda más que la guerra en sí misma. Rusia perdió la iniciativa hace meses, pero parece haber adaptado sus objetivos tácticos a una nueva estrategia más realista. En este momento no tiene prisa y parece aceptar el trueque de perder un poco de territorio a cambio de preservar sus tropas y «triturar» (sic) metódicamente las unidades ucranianas atacantes enviadas al matadero.

Con una estrategia defensiva el ejército ruso es imbatible. Además, se acerca el invierno, que en esa zona implica máximas inferiores a los cero grados durante casi tres meses, y Rusia siempre ha tenido al general invierno de su lado. ¿Quién tiene el fuel? ¿Cómo van a afrontar los ucranianos el frío estepario?

El fracaso de la estrategia inicial rusa y su lentitud en reconocerlo son cosa del pasado. Rusia ha llamado a filas a 300.000 reservistas, aunque la cifra real sólo la saben ellos. Se ha hablado en Occidente de la lógica impopularidad de esta leva, pero ¿creen ustedes que en Ucrania los jóvenes corren a alistarse en los centros de reclutamiento? ¿Qué porcentaje de la diáspora ucraniana ha vuelto a su país para defenderlo?

Al valiente le gana el temerario; al temerario, el impredecible; y al impredecible, el implacable. Resulta imposible creer en una derrota rusa definida como una retirada a las fronteras anteriores a febrero: si el implacable Putin no puede permitirse perder, no perderá.

Rusia goza de la ventaja de la proximidad, tiene una población tres veces superior a Ucrania, está considerada la segunda potencia militar del mundo (Ucrania era la número 22), posee muchas mayores reservas que Ucrania y tiene mucha mayor motivación que su verdadero adversario, Occidente, que ya sufre el cansancio de la guerra.

Además del general invierno, Rusia también cuenta con el general inflación y con la fragilidad de las mentiras en que se ha apoyado la intervención occidental. En definitiva, Rusia es menos débil de lo que aparenta y Ucrania menos fuerte de lo que nos hacen creer. El ataque al puente de Crimea es un ejemplo de la debilidad ucraniana: no pudo atacarlo con misiles, cohetes, aviones o helicópteros, sino con un patético camión bomba.

Contemplemos por un momento un hipotético escenario alternativo. Hace tiempo que el pico de ayuda militar occidental ha quedado atrás y una parte de las armas enviadas se ha perdido en el cenagal de corrupción ucraniana para acabar en manos de delincuentes y terroristas, como ha denunciado Finlandia.

Las tropas ucranianas están exhaustas y habrían llevado todas las reservas al frente para lograr una mínima victoria que les permitiera mejorar su posición negociadora y continuar cultivando una fatua esperanza de victoria en la opinión pública occidental.

En su propio país, el gobierno ucraniano, probablemente tan corrupto como los precedentes, se encontraría entre la espada y la pared. En un lado estarían los que quieren la paz, horrorizados ante la destrucción causada por la inmoral insensatez del gobierno, peón de EEUU. En el otro estarían los fanáticos partidarios del «victoria o muerte», cuyo pasado o presente neonazi quizá explique que Israel se haya negado reiteradamente a ayudar a Ucrania.

Las nuevas tropas rusas, frescas y bajo un nuevo mando, podrían estar concentrándose para realizar una contraofensiva invernal que extenuara al ejército ucraniano doblegando su voluntad de lucha y definiendo las nuevas fronteras. Probablemente el río Dniéper marcaría la frontera en el sur (dos tercios de la región de Jersón quedan al este del Dniéper).

EE.UU. sería consciente de la posibilidad de un colapso del frente ucraniano en este escenario y estaría presionando a los ucranianos para negociar. Simultáneamente podría estar amenazando a los rusos con enviar tropas a Ucrania si su contraofensiva es demasiado exitosa.

Para justificar ante su propia opinión pública una involucración directa tan peligrosa, los norteamericanos necesitarían de un empuje propagandístico como el de Bucha. Tienen mucha práctica, desde el hundimiento del Maine para la guerra de Cuba al incidente del Golfo de Tonkin para la de Vietnam o el «descubrimiento» de armas de destrucción masiva en Iraq.

El USS Maddox, primer protagonista del incidente

Así cobraría sentido la denuncia preventiva de Rusia ante la ONU sobre la supuesta preparación de un atentado ucraniano de falsa bandera con una explosión con materiales radioactivos del que se culparía a Rusia con la habitual algarabía mediática.

Ignoro si éste será el estado real de las cosas, pues «el arte de la guerra se basa en el engaño» (Sun Tzu). En tiempos modernos, al engaño en la batalla se une la mentira constante de la propaganda, así que, como libertad y verdad van unidos, si queremos conservar nuestra libertad tendremos que mantener un escepticismo axiomático frente a las versiones oficiales del poder y los medios. Después del COVID, ¿aún necesitan convencerse?

CHOQUE DE CIVILIZACIONES

Choque de civilizaciones es el nombre que recibe una teoría acerca de las relaciones internacionales. Tal como se conoce hoy en día, fue formulada en un artículo de Samuel Huntington publicado en la revista estadounidense Foreign Affairs en 1993,​ y transformado posteriormente en un libro en 1996.

Huntington se ha inspirado en las tesis de diversos historiadores, sociólogos y antropólogos, sobre todo de los textos de Arnold J. Toynbee y Carroll Quigley. Para Huntington, de todos los elementos objetivos que definen las civilizaciones el más importante suelen ser las religiones.​ Así pues, con base en la descripción de esos autores y con fundamento en la distribución de las grandes religiones describe la existencia actual de nueve civilizaciones: subsahariana, latinoamericana, sínica, hindú, budista, nipona, occidental, ortodoxa e islámica.

Según este autor, durante la guerra fría los países se relacionaban con las dos superpotencias como aliados, satélites, clientes, neutrales o no alineados; sin embargo, al acabar la guerra los países se relacionarían como Estados miembro de cada civilización, como estados centrales, países aislados, países escindidos o países desgarrados. Para Huntington las relaciones entre estas variarán normalmente de lo distante a lo violento, situándose la mayoría de las veces entre ambos extremos, siendo la confianza y la amistad raras.

Desde la publicación del libro, el debate sobre las hipótesis de Huntington habían girado en torno a la discusión y el debate político más que a las evidencias empíricas, no obstante, en un estudio de la Universidad de Stanford se ha observado que comportamientos de Internet en el intercambio de correos electrónicos muestran tendencias a conformar las grandes agrupaciones correspondientes a las civilizaciones descritas por Huntington.

Antecedentes e influencias sobre Huntington
En un sentido amplio, se puede definir el choque de civilizaciones como una teoría que explica los grandes movimientos políticos y culturales de la Historia Universal por medio de las influencias recíprocas que ejercen entre sí las diversas civilizaciones (por contraposición a las debidas a los enfrentamientos entre estados-nación o ideologías).

Una civilización, en este contexto, es una cultura más o menos cerrada y con una tradición cultural más o menos hermética e impermeable, que por ende se encuentra en oposición a otras civilizaciones con tradiciones diferentes.

Arnold J. Toynbee
Aunque el concepto moderno de civilización es popularizado por Oswald Spengler, la noción de «choque de civilizaciones» fue introducida por Arnold J. Toynbee, aunque este la restringe al ámbito geopolítico, simplificando en demasía los fenómenos de contactos culturales entre civilizaciones. Toynbee considera el fenómeno como un «contacto espacial entre civilizaciones», y lo refiere como un fenómeno de desafío y respuesta (integrado en su teoría cíclica del desarrollo de las civilizaciones). Es decir, el primer «empujón» que una civilización da a otra, es contestado por ésta, lo que a su vez mueve a la primera a enviar un tercer empujón, y así sucesivamente hasta que una de ellas termina derrotada.

Según la teoría de Toynbee, el efecto de un asalto frustrado suele ser el retardo, o incluso la parálisis, de la civilización agredida, bien sea por enorgullecerse en demasía de su propio triunfo, o bien sea por haber invertido todos los recursos disponibles en la lucha. El efecto de un asalto exitoso, por el contrario, es más complejo, ya que puede terminar en un sometimiento temporal y la expulsión del invasor, o bien en la destrucción de la civilización invadida.

Carroll Quigley
Otro personaje que influyó en las tesis de Huntington son los escritos de Carroll Quigley quien, además de abordar la evolución de las civilizaciones, estableció los nexos filiales e históricos entre las civilizaciones históricas antiguas y las modernas en su famoso libro Evolución de las Civilizaciones.​ Considera como derivados de las civilización mesopotámica a las antiguas civilizaciones hitita, cananea, minoica y mediterránea (antigua Roma y Grecia) así como a las civilizaciones modernas ortodoxa, occidental e islámica de los que trata Huntington en su libro. Por otro lado, Quigley considera a la India moderna y al sudeste asiático budista como un derivado directo de las antiguas civilizaciones índicas y a China y Japón como derivados de las antiguas civilizaciones sínicas.

No obstante, Quigley pensaba más en una civilización universal producto de la revolución industrial y la expansión colonial de occidente a diferencia de Huntington que, a pesar de la tecnología, aún sigue viendo distintas civilizaciones vivas según cada contexto religioso.

Otros
Otras influencias sobre Huntington han sido diversos historiadores, sociólogos y antropólogos que han estudiado las civilizaciones entre los que se encuentran, por ejemplo, Max Weber, Émile Durkheim, Oswald Spengler, Pitirim Sorokin, Alfred Weber, Alfred Kroeber, Philip Bagby, Rushton Coulborn, Christopher Dawson, Shmuel Eisenstadt, Fernand Braudel, William H. McNeill, Adda Bozeman, Immanuel Wallerstein y Felipe Fernández-Armesto.


Arriba: Civilizaciones muertas y vivas en la escala temporal. En color negro civilizaciones muertas, de colores civilizaciones vivas. Abajo: mapa deformado en función de la población. Código de colores: latinoamericana (Naranja), occidental o judeocristiana (azul), subsahariana (café oscuro), ortodoxa (verde), islámica (café claro), india (violeta), theravada (morado), sínica (rojo) y nipona (color vino). Basada en descripciones de Arnold J. Toynbee (1961), Carroll Quigley y Samuel P. Huntington (1996).

El choque de civilizaciones de Samuel Huntington
En su artículo de 1993, Huntington retoma el concepto de Toynbee afirmando que los actores políticos principales del siglo XXI serían las civilizaciones y que los principales conflictos serían los conflictos entre civilizaciones (no entre ideologías, como durante la mayor parte del siglo XX ni entre estados-nación). Aparentemente, este artículo era una respuesta a las tesis de Francis Fukuyama que sostenía que el mundo se aproximaba al fin de la historia (en sentido hegeliano) en el que la democracia occidental triunfaría en todo el mundo. Citando el artículo de Huntington:
Los Estados-nación seguirán siendo los actores más poderosos del panorama internacional, pero los principales conflictos de la política global ocurrirán entre naciones y grupos de naciones pertenecientes a diferentes civilizaciones. El choque de civilizaciones dominará la política global. Las fallas entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro.

Argumenta que el crecimiento de nociones como la democracia o el libre comercio desde el fin de la Guerra Fría solo ha afectado realmente a la cristiandad occidental, mientras que el resto del mundo ha intervenido escasamente.

Delimitación y clasificación de civilizaciones
Significativamente, las líneas de fractura entre civilizaciones son casi todas religiosas. Huntington clasifica alrededor de nueve civilizaciones bien definidas:
  1. Civilización occidental. Incluye principalmente a países de la cristiandad católica y protestante: Europa Occidental, América Septentrional, Australia, Nueva Zelanda, Territorio de Papúa y Nueva Guinea. Aunque en la clasificación original de Huntington no viene listado se le considera a la diáspora judía moderna e Israel un estado muy próximo y afín a occidente.
  2. Civilización ortodoxa. Localizada en Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Rumania, Serbia, Montenegro, Macedonia del Norte, Bulgaria, Grecia, Chipre, Georgia y Armenia (coincide con la cristiandad oriental).
  3. Civilización latinoamericana. Contiene a Sudamérica, Centroamérica, México y gran parte del Caribe. Es un vástago de la civilización occidental, sin embargo, para un análisis centrado en las consecuencias políticas internacionales de las civilizaciones, Huntington propone considerarle como una civilización independiente.
  4. Civilización islámica. Se localiza en Oriente Medio, el Magreb (Norte de África), Somalia, Bosnia y Herzegovina, Albania, Asia Central, Comoras, Azerbaiyán, Maldivas, El Sinkiang (de China), La República de Tatarstán, Chechenia (Los dos últimos de Rusia), Bangladés, Malasia, Brunéi e Indonesia.
  5. Civilización hindú. Localizada fundamentalmente en la India y Nepal.
  6. Civilización sínica. Incluye a China, Vietnam, Singapur, Corea y la diáspora china en Asia, el Pacífico y Occidente.
  7. Civilización japonesa. Archipiélago del Japón. Por su peso político y económico Huntington la clasifica con el mismo peso de una civilización entera.
  8. Civilización africana. (África Subsahariana).
  9. Las áreas budistas del norte de la India, Bután, Mongolia, Birmania, Tailandia, Camboya, Sri Lanka, Laos y el Tíbet.
  10. Existen estados con menor peso político que Japón o Israel pero que igualmente son de difícil clasificación como Filipinas, Etiopía, Haití, las Guyanas o las culturas de la Polinesia. Huntington, por ejemplo, suele clasificar parte de Filipinas como sínica y otros autores como parte de occidente porque culturalmente tiene más relación con Latinoamérica, España y Estados Unidos.
El choque de civilizaciones según Huntington, tal como se presenta en el libro: Occidente (azul), América Latina (violeta), Japón (rojo), China (granate), India (naranja), Islam (verde), Ortodoxia (celeste), África negra (marrón), países budistas (amarillo). Otros colores pueden indicar líneas de falla donde el choque de civilizaciones puede ocurrir. Transilvania (en Rumanía), el oeste de Ucrania, el norte de Serbia y otros están en el «mundo occidental» de acuerdo con el libro. El autor considera que en lugar de pertenecer a las civilizaciones «mayores» Etiopía y Haití (en marrón claro) son países «solitarios», y que Israel (turquesa) puede ser considerado un único Estado con su propia civilización, muy similar a Occidente. El Caribe angloparlante (violeta claro), antiguas colonias británicas, constituyen una entidad diferenciada.

Estructura de las civilizaciones
Durante la Guerra Fría los países se relacionaban con las dos superpotencias como aliados, satélites, clientes, neutrales o no alineados. Sin embargo, para Huntington después de la Guerra Fría los países se relacionarían según el criterio civilizatorio como Estados miembro, Estados centrales, países aislados, países escindidos y países desgarrados.

Estados centrales
Huntington los define como los estados con mayor peso representativo dentro de una civilización. Algunas veces toda la civilización está contenida en un solo Estado como Japón. Estos Estados juegan un rol importante dentro de su civilización, para las relaciones intercivilizatorias y la mayoría tienen o aspiran a tener armas nucleares en algún momento. Estados centrales o representativos son:
  • Civilización sínica: China.
  • Civilización occidental: Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania.
  • Civilización ortodoxa: Rusia.
  • Civilización hindú: India.
  • Civilización japonesa: Japón.
  • Civilización subsahariana: Sudáfrica.
  • Civilización latinoamericana: México, Venezuela,​ Argentina y Brasil.​
  • Civilización islámica: Turquía, Arabia Saudí, Egipto, Irán, Pakistán e Indonesia.
  • Civilización budista: Tailandia.
Países escindidos
Huntington clasifica así a los estados multiculturales que contienen dos o más civilizaciones dentro de su territorio. Un ejemplo antiguo de este caso es Yugoslavia, un país multicultural que se dividió posteriormente según criterios civilizatorios en países como Croacia (occidental), Serbia (ortodoxa) y Bosnia (islámica). Huntington predice inestabilidad y fuente de conflictos importantes en tal situación como guerras civiles. Actualmente hay naciones que no se han fragmentado y aún contienen las fronteras de dos o más civilizaciones dentro de su territorio:
  • División islámica-africana: Es la línea de fractura de dos civilizaciones que pasa dentro de países como Nigeria, Chad, Etiopía, Kenia, Tanzania y Mozambique. Sudán fue mostrado como estado virtualmente escindido cuando Huntington redactó el libro, posteriormente este país se escindió en Sudán y Sudán del sur.
  • División islámica-ortodoxa: Es la línea de fractura que pasa dentro de territorio de Kazajistán.
  • División islámica-budista: Es la línea de fractura que pasa dentro de Birmania (véase genocidio rohinyá).
  • División ortodoxa-occidental: Es la línea de fractura que pasa en medio de Bielorrusia, Ucrania y Rumania.
Uno de los puntos más polémicos de los que Huntington advierte son otros países multiculturales con ambientes más relajados pero que eventualmente pueden tener problemas:
  • China: Tíbet budista y Sinkiang islámico.
  • Estados Unidos: California y estados sureños con inmigración latinoamericana.
  • Europa: Inmigración islámica.
Mapa que muestra a detalle los bordes exactos de cada civilización donde, incluso, se pueden ver las líneas de fractura dentro de los llamados países escindidos o multiculturales. Las líneas de fractura, estados escindidos y estados multiculturales basados en las descripciones de Joel Garreau (1981), William Wallace (1990),​ Huntington (1993 y 1996) y en base a la demografía religiosa y cultural mundial actual (2020).​

Países desgarrados
Huntington clasifica así a aquellos países que por razones e influencias geográficas en algún momento de su historia han decidido transformar radicalmente su cultura, es decir, cambiar de civilización pero sin tener éxito total. Huntington llama a este fenómeno kemalismo o aculturación. Estados más importantes que han intentado cambiar de civilización son:
  • Rusia: De la civilización ortodoxa a la occidental.
  • Turquía: De la civilización islámica a la occidental.
  • México: De la civilización latinoamericana a la occidental.
  • Australia: De la civilización occidental a la sinoasiática.
Estados atípicos y aislados
Son países cuya clasificación dentro de las civilizaciones es dificultosa o presenta cualidades y características culturales únicas.
  • De la civilización occidental, Israel.
  • De la civilización africana Etiopía y derivado africano en el continente americano: Haití.
  • De la civilización occidental-latinoamericana: gran parte de Filipinas.
  • Japón. Por su poder, cultura única e influencia, Huntington le considera una civilización entera diferente a la cultura sínica continental (China y Coreas).
  • Caribe anglófono.
  • Culturas de Polinesia.
  • Guyanas.
Otros estados menos atípicos cuya clasificación dentro de una civilización no es dificultosa pero siguen guardando diferencias lingüísticas y culturales importantes respecto con el resto de los países de su misma civilización son:
  • Civilización latinoamericana. Brasil.
  • Civilización islámica. Irán e Indonesia.
Civilizaciones y religiones
Para Huntington, de todos los elementos objetivos que definen las civilizaciones el más importante suele ser la religión.​ Por otro lado, Huntington menciona que los reiterados choques entre Iglesia y Estado de la civilización occidental es casi exclusiva de su historia y solo en la civilización hindú hay otra clara separación entre religión y política. No obstante, en el resto de las civilizaciones la separación entre estado y religión es distinta o inexistente. «En la civilización islámica, Dios es el César; en China y Japón, el César es Dios y en la civilización ortodoxa, Dios es el socio menor del César».​ En occidente la separación estado e iglesia propició el individualismo mientras que en países orientales, al no tener religiones teocéntricas o monoteístas, la confianza y obediencia de la población están enfocadas hacia el líder.

Civilizaciones y política
Pluralismo y elitismo
Las civilizaciones con una marcada élite dominante suelen darse en sociedades homogéneas (colectivistas) tanto como en sociedades heterogéneas pero que guardan distancia vertical del poder respecto a quien les gobierna. Ejemplos de las primeras pueden ser la sociedad china y ejemplos de la segunda las sociedades árabes y anteriormente latinoamericanas. Normalmente, en estas sociedades no existe una separación clara de funciones judiciales, ejecutivas o legislativas y el poder suele concentrarse en sistemas de partido único, corporaciones, monarquías o dictaduras.

Por otro lado, las civilizaciones con un marcado pluralismo suelen ser sociedades heterogéneas pero con una distribución horizontal del poder, es decir, en la participación representativa existen varias élites compitiendo por obtener el poder político. Sociedades plurales características se pueden encontrar en las sociedades japonesa, occidental o de la India.​ En este tipo de sistemas de gobierno suele coexistir una clara separación de los poderes del Estado en poder ejecutivo, legislativo y judicial y múltiples partidos políticos compitiendo por obtener una representación.

Aculturación política
La aculturación política, herodianismo o kemalismo es cuando una civilización dominada adopta e imita las formas de una civilización dominante. Huntington clasifica a estos países como países desgarrados.​ El proceso de aculturación política no es un proceso exclusivo de las civilizaciones dominadas, sino también un proceso que suele afectar a la civilización dominante en su afán de abarcar todas las culturas (universalismo y globalización), como actualmente ocurre en el caso de occidente mediante unos procesos denominados multiculturalismo y relativismo cultural.​

Niveles de conflicto
Huntington afirma que los conflictos entre civilizaciones son inevitables, puesto que cada una cuenta con sistemas de valores significativamente distintos. Para él las relaciones entre civilizaciones variarán normalmente de lo distante a lo violento, situándose la mayoría de las veces entre ambos extremos. La confianza y la amistad serán raras.

Los choques o conflictos entre civilizaciones se pueden dar a dos niveles: conflictos de línea de fractura y conflictos entre Estados centrales. El conflicto a micronivel o de línea de fractura es cuando dos Estados vecinos, pero de distinta civilización, entran en conflicto o cuando ocurre una guerra civil entre dos culturas diferentes en un país escindido. Por otro lado, el conflicto entre Estados centrales es un conflicto entre los Estados principales de cada civilización o de civilizaciones enteras por el poder económico y el control mundial.

Conflictos entre Estados de una misma civilización
Aunque también son fuente de conflictividad, Huntington argumenta que estos conflictos serán menos intensos y severos que los conflictos de líneas de fractura entre civilizaciones. Define que el conflicto, por ejemplo entre las dos Coreas, suele ser hasta cierta medida exagerado y magnificado más de lo que realmente son. Argumenta que otras pugnas internas irán suavizándose, como las relaciones entre Taiwán y China continental o Georgia y Rusia, debido a la emergencia de sus Estados centrales. A lo largo de su historia, Occidente ha hecho uso instrumental de estos conflictos para beneficiarse y posicionarse; sin embargo, esto irá perdiendo fuerza.

No obstante, por su cultura tribal fragmentada en facciones religiosas más allá de la noción del Estado nación y la carencia de un Estado central fuerte, en el mundo islámico son más probables los conflictos intracivilizatorios. Huntington llama a este fenómeno del mundo islámico como una «conciencia sin cohesión».

Por otro lado, bajo el marco teórico toynbeano y de Quigley, Huntington solo ve importantes los conflictos de guerras intestinas entre Estados parroquiales de una misma civilización cuando son previas a la instauración de un Estado o imperio universal. En el caso de Occidente, la Primera y Segunda Guerra Mundial, considera fue una lucha de Estados parroquiales que antecedieron a la instauración de la Unión Europea y la dominación estadounidense, a la que Huntington también considera una especie de Estado universal compuesta de un grupo de Estados democráticos o federaciones.

Conflictos de líneas de fractura
Huntington llama líneas de fractura a los límites geográficos, culturales y religiosos que dividen las civilizaciones. Usualmente concuerdan con las fronteras de un grupo de países pero en algunos casos pasan en medio de países escindiéndolos culturalmente. Argumenta que desde el final de la Guerra Fría los conflictos mundiales han ocurrido a lo largo de los límites de las civilizaciones, con escasos conflictos en el interior de aquellas. Pone como ejemplo las guerras que acompañaron la desintegración de Yugoslavia, la guerra de Chechenia o los conflictos recurrentes entre India y Pakistán.

Civilizaciones rivales y oscilantes
Huntington también argüía que el nivel de crecimiento de Asia Oriental haría de la civilización sínica un poderoso rival de Occidente. También establece que el crecimiento demográfico y económico de otras civilizaciones resultará en un sistema de civilizaciones mucho más multipolar que el que existe actualmente.

Huntington clasificaba a las civilizaciones islámica y sínica como rivales de la occidental y etiquetaba a la ortodoxa, la hindú y a Japón como civilizaciones «oscilantes». También afirma que Rusia y la India continuarán cooperando estrechamente, en tanto que China y Pakistán continuarán oponiéndose a la India. Huntington argumenta que una conexión islámico-confuciana está emergiendo (cita la colaboración de China con Irán, Pakistán y otros países para aumentar su influencia internacional).

Escenario de una 3GM en el libro
Este sería el máximo nivel de conflicto que pudiera haber entre estados centrales. Huntington vislumbraba al principio un pacto de no agresión entre Rusia y China en contra de la civilización occidental en una 3GM para probablemente quebrantarse si este último invadiera Siberia. Japón e India, al ser Estados oscilantes, jugarían un papel importantísimo en tal guerra conforme definieran su posición.

Huntington argumenta que tal guerra sería tan devastadora que el polo del poder mundial se trasladaría dramáticamente de norte a sur, emergiendo África, Latinoamérica e Indonesia como los organizadores de posguerra.

Niveles de antagonismo y relación de conflicto entre civilizaciones según Huntington en 1996. Líneas más gruesas, conflictividad mayor y líneas más delgadas relaciones de conflictividad menor en la fecha que fue publicado el libro. Desde la segunda década del siglo XXI ha subido de tono el nivel de antagonismo entre el mundo ortodoxo y occidental.

Comprobación del modelo del choque de civilizaciones
A lo largo de la historia posterior a la publicación del libro se han hecho estudios académicos sobre este modelo y acontecieron algunos sucesos políticos e históricos entre distintas naciones o civilizaciones ya previstos por Huntington. No obstante, también existen algunos desaciertos en sus predicciones sobre las dinámicas entre naciones o civilizaciones.

Estudios académicos sobre las hipótesis de Huntington
Desde la publicación del libro el debate sobre las hipótesis de Huntington habían girado en torno a la discusión de índole político y la polémica más que a las evidencias empíricas,​ no obstante, en un estudio de 2013 y otro de 2015 sobre 90 países, académicos de la Universidad de Stanford en colaboración con la Universidad de Cornell, el Qatar Computing Research Institute y Yahoo! Labs de Barcelona desarrollaron un modelo basado en la frecuencia de las interacciones globales de correo electrónico entre usuarios de Yahoo! Mail.​ El estudio arrojó un gráfico, donde cada país aparece bajo un círculo y unas siglas, mientras más proximidad entre círculos hay más interacciones entre usuarios. El resultado final del gráfico fue muy aproximado a las agrupaciones civilizatorias y sus interacciones descritas por Huntington.


Cada civilización bajo un color distinto y cada país aparece bajo un círculo y unas siglas, mientras más proximidad entre círculos hay más interacciones entre usuarios de Yahoo! Mail. El resultado final del gráfico fue muy aproximado a las agrupaciones civilizatorias y sus interacciones descritas por Huntington. Siglas de países: Emiratos Árabes Unidos AE, Angola AO, Argentina AR, Austria AT, Australia AU, Azerbaiyán AZ, Bangladés BD, Bélgica BE, Burkina Faso BF, Bulgaria BG, Burundi BI, Bolivia BO, Brasil BR, Bielorrusia BY, Canadá CA, Congo CD, Suiza CH, Costa de Marfil CI, Chile CL, Camerún CM, China CN, Colombia CO, República Checa CZ, Alemania DE, Dinamarca DK, República Dominicana DO, Argelia DZ, Ecuador EC, Egipto EG, España ES, Etiopía ET, Finlandia FI, Francia FR, Reino Unido GB, Ghana GH, Grecia GR, Guatemala GT, Honduras HN, Haití HT, Hungría HU, Indonesia ID, Israel IL, India IN, Italia IT, Jordania JO, Japón JP, Kenia KE, Camboya KH, Corea del Sur KR, Kazajistán KZ, Laos LA, Sri Lanka LK, Marruecos MA, Madagascar MG, Malí ML, México MX, Malasia MY, Mozambique MZ, Nigeria NG, Nicaragua NI, Países Bajos NL, Nepal NP, Perú PE, Papúa Nueva Guinea PG, Filipinas PH, Pakistán PK, Polonia PL, Portugal PT, Paraguay PY, Rumanía RO, Federación de Rusia RU, Arabia Saudita SA, Sudán SD, Suecia SE, Singapur SG, Eslovaquia SK, Senegal SN, El Salvador SV, Tailandia TH, Túnez TN, Turquía TR, Ucrania UA, Estados Unidos US, Uzbekistán UZ, Venezuela VE, Vietnam VN, Yemen YE, Sudáfrica ZA, Zambia ZM y Zimbabue ZW.

Conflictos de línea de fractura en países escindidos
Huntington ya pronosticaba futuras guerras de línea de fractura dentro de los países escindidos.​ Un ejemplo moderno de este caso fue Sudán, que terminó fragmentándose en Sudán del Norte (islámica) y Sudán del Sur (subsahariana).​ Otro ejemplo de un conflicto de línea de fractura es el genocidio rohinyá, donde se ha visto un expulsión sistemática de miles de musulmanes por parte de la población budista de Birmania.​ Desde 2013 es particularmente dificultosa la situación de Ucrania pues está parcialmente fragmentada tras la anexión de Crimea y Sebastopol a Rusia (civilización ortodoxa) no obstante otras regiones prorrusas como las provincias de Donetsk y Lugansk siguen adheridas al resto de Ucrania proocidental propiciándose un conflicto de línea de fractura.​ Desde la publicación de su libro, Huntington ya notaba la creciente fragmentación política en las elecciones ucranianas entre regiones prorrusas y prooccidentales.

Ejemplos de conflictos de línea de fractura en países escindidos del nuevo milenio (posteriores a la publicación del libro)ː
  • Conflicto de Darfur y referéndum sobre la independencia de Sudán del Sur de 2011 (línea entre civilización islámica y subsahariana).
  • Genocidio rohinyá (línea de fractura entre civilización islámica y budista).
  • Guerra en Dombás, anexión de Crimea y Sebastopol a Rusia y OME rusa en Ucrania de 2022 (línea de fractura entre región prorrusa y prooccidental).
  • Conflicto del Alto Karabaj de 2020 entre Azerbaiyán contra la República de Artsaj y Armenia.
En color morado países que apoyaron a Azerbaiyán en el conflicto del Alto Karabaj de 2020. En su mayoría son pueblos musulmanes de la variedad túrquica.

Conflictos y apaciguamientos intracivilizatorios
Huntington pronosticaba dos escenarios en estas situaciones tendientes a la apaciguación. El primer caso es cuando existe un estado central emergente dominante que absorbe dentro de su esfera de control a otro estado periférico de la misma civilización tendiente a las discrepancias. El segundo caso es cuando dos naciones de una misma civilización de peso específico equiparable se encuentran reconciliándose, incluso a pesar del hostigamiento de civilizaciones externas que tratan de alentar un conflicto. Ejemplos del primer caso es el creciente control de Rusia con naciones periféricas como Georgia, o la creciente influencia de China sobre Taiwán, Vietnam y otras naciones del sudeste asiático. Como ejemplo del segundo caso es la creciente aproximación de las relaciones entre las dos Coreas, a pesar de la influencia de Occidente y Estados Unidos sobre Corea del Sur. Para Huntington, el conflicto entre las dos Coreas se ve más magnificado mientras más lejos, geográficamente hablando, se esté de la real situación entre dos naciones hermanas pertenecientes a una misma civilización.

Auge del nacionalismo en países desgarrados
Huntington afirmaba que aunque el «virus de la cultura occidental era persistente, no era mortal» para la cultura receptora.​ También preveía que ante un eventual pérdida de fuerza de la influencia occidental, estados desgarrados retomarían su rumbo cultural distinto al punto de vista occidental. Los movimientos desglobalizadores y de proteccionismo económico desde la segunda década del siglo XXI han propiciado un movimiento de repliegue nacionalista y cultural en países como Rusia, Turquía y México.​ Huntington pronosticaba la posibilidad de que Rusia y Turquía optaran por liderar sus civilizaciones como estados centrales en lugar de continuar siendo países desgarrados y culturas periféricas a occidente.

A partir de 2018, las relaciones entre Australia y China a nivel político han comenzado a desgastarse entre estos dos países, principalmente debido a las crecientes preocupaciones de la influencia política china en varios sectores de la sociedad australiana, incluido el gobierno, las universidades y los medios de comunicación, además de la postura china en el conflicto territorial en el mar de la China meridional.