Lafarge sospechoso de haber aprovisionado a Daesh con cemento.


Los jueces de instrucción a cargo de analizar los actos de la firma Lafarge en Siria acusaron al líder mundial de la producción de cemento de «violación de embargo», de «poner en peligro vidas humanas», de «financiamiento de acción de terroristas» y de «complicidad en crímenes contra la humanidad».

Desbordando los hechos que les fueron presentados inicialmente, los magistrados están tratando de determinar si Lafarge compró o no materia prima proveniente de canteras que se hallaban bajo control de los yihadistas y si vendió cemento a distribuidores vinculados a los terroristas.

En ese marco, los magistrados también decidieron inculpar al responsable de seguridad de la fábrica de Lafarge en Siria, el noruego Jacob Waerness, presentado en el diario francés Le Monde como un simple testigo cuando en realidad se sospecha que pudo ser el encargado de ayudar el Emirato Islámico (Daesh) en la construcción de fortificaciones e infraestructuras subterráneas.

Esto último es exactamente lo que ya explicaba, en 2017, el periodista francés Thierry Meyssan, tanto en su libro Sous nos yeux. Du 11-Septembre à Donald Trump como desde nuestro sitio web.

La colaboración de la transnacional francesa Lafarge con los yijadistas que tratan de destruir la República Árabe Siria está aún lejos de ser un «caso resuelto». Por el momento, los magistrados no han señalado aún los vínculos existentes entre Lafarge, la ex-secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton y la OTAN ni el apoyo de la transnacional a la construcción de fortificaciones para los yijadistas.

JARED KUSHNER Y EL «DERECHO A LA FELICIDAD» DE LOS PALESTINOS.

Fue un error considerar que el proyecto estadounidense para el Medio Oriente era un plan de paz para Palestina. No es ese el objetivo de Donald Trump, digan lo que digan los comunicadores de la Casa Blanca. El presidente Trump aborda esa cuestión desde una perspectiva radicalmente diferente a la de sus predecesores. No trata, como haría un emperador, de «hacer justicia» entre sus vasallos sino de desbloquear la situación para mejorar la vida cotidiana de las poblaciones.

Cuando su padre fue encarcelado por defraudar el fisco, Jared Kushner —el hoy yerno de Donald Trump— se hizo cargo de la empresa familiar, frente al desprecio de la clase dirigente estadounidense por su familia. Aprendió entonces a no sobresalir, adoptando la imagen del muchacho bueno que se sometía a todos los códigos de «buena conducta» de los puritanos. Ya convertido en el único hombre de confianza de su suegro, Donald Trump, entró con él a la Casa Blanca. Hoy trabaja para el presidente en el más estricto secreto y sin rendir cuentas al Departamento de Estado.

El conflicto entre Israel y el mundo árabe, que fue al principio un episodio tardío de la conquista colonial europea, fue concebido y desarrollado para evitar la unidad árabe. Ya no era cuestión de asentar el poderío de Occidente sobre el Medio Oriente sino de evitar por todos los medios que los árabes llegasen a conformar un bloque que competiría con el poder de los occidentales. De carácter inicialmente colonial, su lógica se volvió imperial al alinearse tras Estados Unidos.

Hoy en día, las potencias occidentales que dominan el mundo desde hace siglos se hallan en decadencia, mientras que Asia, portadora de otras civilizaciones, vuelve a convertirse en el centro del mundo. Esto se traduce en una disminución de la presión contra los árabes. Es en ese contexto que el presidente Trump trata de poner fin a la doctrina Cebrowski de destrucción de las estructuras de sociedades y Estados en los países del Medio Oriente e intenta pacificar el conflicto israelí.

El equipo personal de Donald Trump para las negociaciones internacionales —equipo que se compone de sus fieles colaboradores Jared Kushner (su yerno) y Jason Greenblatt (el ex-vicepresidente de la Trump Organization)— aborda la cuestión palestina desde su ángulo geopolítico. Carentes de toda experiencia diplomática, Kushner y Greenblatt no tratan de hallar una solución capaz de satisfacer a todos los protagonistas sino hacer disminuir la presión sobre esta población para que pueda vivir normalmente, según el ideal del derecho a la felicidad inscrito en la Constitución de Estados Unidos. Se trata de un objetivo importante para un Donald Trump que pretende disolver el imperialismo estadounidense y reemplazarlo por una lógica de competencia comercial.

Por supuesto, para Kushner y Greenblatt, dos judíos ortodoxos, es más fácil comprender a los israelíes que a los árabes. Pero, visto desde la perspectiva que han adoptado, eso no tiene gran importancia. Independientemente de lo que digan, ellos no se plantean como objetivo llegar a la paz sino sólo desbloquear la situación. Y utilizan el hecho de ser ellos mismos judíos como una carta de triunfo porque su propio judaísmo los conmina a no insistir en la cuestión de las responsabilidades, tema que se plantearía si ellos trataran de instaurar una paz justa y definitiva.

El «método Trump», en el que Kushner y Greenblatt se moldearon durante largos años, puede resumirse de la siguiente manera:
—Primero, aceptar la realidad, aunque eso implique tener que abandonar una retórica oficial ya bien establecida.
—Segundo, sopesar todas las ventajas que pueden obtenerse de los acuerdos bilaterales anteriores.
—Tercero, tener en cuenta, en la medida de lo posible, el Derecho Multilateral.

En este momento, Jared Kushner y Jason Greenblatt recorren la región, sin ofrecer declaraciones públicas ni revelar lo que han de hacer al día siguiente. Pero sus interlocutores son mucho más locuaces, de manera que Kushner y Greenblatt van permitiendo que el plan estadounidense vaya apareciendo poco a poco, aunque sólo a retazos.

En definitiva, Kushner y Greenblatt están resucitando la iniciativa presentada en marzo de 2002 por el entonces príncipe heredero saudita Abdallah ben Abdul-Aziz. En aquella época, el futuro rey de Arabia Saudita modificó los puntos de vista árabes, pero no lo hizo basándose en los Acuerdos de Oslo (firmados en 1991) sino en la resolución 194 (1948) de la Asamblea General de la ONU y en las resoluciones 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad. El principio básico de la proposición del príncipe saudita era «tierra a cambio de paz», o sea los árabes estaban dispuestos a reconocer el Estado de Israel y a vivir en paz con él si los israelíes se retiraban a sus fronteras de 1967. Esa posibilidad fue rechazada por el entonces primer ministro israelí Ariel Sharon, quien había iniciado su carrera en 1948 como jefe de una de las unidades terroristas que asesinaban pobladores árabes al azar y que obligaron así los sobrevivientes a optar por la huida, lo que hoy se conoce como la Nakba. Imbuido de una ideología colonial, Ariel Sharon ambicionaba conquistar todos los territorios que se extienden desde el Nilo hasta el Éufrates.

En este momento, Kushner y Greenblatt retoman el principio del príncipe saudita Abdallah. Pero, tomando nota del hecho que Israel ha seguido apoderándose poco a poco de más territorios, lo que se plantean es ceder mucho más con tal de que renuncie a seguir haciéndolo.

Hoy en día, alrededor de una tercera parte de los israelíes conciben su destino tomando como referencia el racismo del Talmud. Por su parte, la mayoría de la población judía israelí nació en Israel y no tiene nada que ver con los espectros del pasado. Esa parte de la población israelí sólo quiere vivir en paz, no es responsable de los crímenes de sus abuelos y aceptaría replegarse a las fronteras de 1967.

Del otro lado, ya casi no quedan sobrevivientes árabes de la Nakba. El Derecho Internacional condena aquella limpieza étnica y obliga Israel a reconocer el derecho inalienable de las víctimas y de sus descendientes al regreso a la tierra de donde fueron expulsados. Pero los árabes palestinos perdieron la guerra israelo-árabe de 1948. O sea, hoy podrían exigir indemnizaciones pero no pretender recobrar las propiedades que sus abuelos habían abandonado y que luego perdieron. Ese último punto ya estaba reconocido en la iniciativa de paz del príncipe Abdallah pero las opiniones públicas árabes no lo han asimilado aún.

Por otra parte, actualmente hay tantos árabes palestinos en Jordania como en todo el conjunto de los territorios de Cisjordania, la franja de Gaza y el este de Jerusalén. Volviendo a una vieja hipótesis británico-árabe, Kushner y Greenblatt proponen entonces fusionar los tres últimos territorios y Jordania en un solo Estado. La Nueva Jordania seguiría siendo un reino hachemita gobernado por el rey Abdallah II (no confundir al rey jordano Abdallah II con el príncipe saudita Abdallah) y por un primer ministro palestino.

Para Kushner y Greenblatt, al pasar Cisjordania a ser parte del reino hachemita, el hoy presidente Mahmud Abbas (de 83 años) se jubilaría, lo cual explica la vehemente oposición de este último a ese plan. Abbas incluso se niega a recibir a los dos enviados estadounidenses.

Hasta 1967, Jordania incluyó la actual Cisjordania y el este de Jerusalén. Ahora el equipo de Trump quiere agregarle la franja de Gaza. Pero este último punto se mantiene en suspenso. Otra variante sería mantener la actual situación de autonomía de Gaza. En ese caso, este territorio se vincularía a Egipto y se organizaría una zona de libre comercio con una parte del Sinaí para permitir su desarrollo económico. Las monarquías del Golfo, con Arabia Saudita a la cabeza, financiarían allí el restablecimiento del sistema de evacuación de aguas negras, así como la construcción de una central eléctrica solar, de un puerto y de un aeropuerto.


Pero es ahí donde las cosas se complican. Desde la firma de la paz separada entre Egipto e Israel, las relaciones han sido difíciles entre los egipcios y la franja de Gaza. Hace varios años, el entonces ministro egipcio de Exteriores, Ahmed Abul Gheit —actual secretario general de la Liga Árabe—, cerró la frontera egipcia con Gaza y amenazó a los civiles deseosos de escapar de ese territorio convertido en una gran cárcel con «romperles las piernas».

La población jordana original, descendiente de tribus de beduinos, sólo constituye un 20% de población del reino, perdida en un mar de refugiados palestinos. Después de la fusión descrita ya no sería más que un 10% pero podría tratar de fortalecer su cultura adoptando a los refugiados sirios descendientes de beduinos. Lo más importante es que la monarquía hachemita sólo existe aún gracias al sueño del fundador de la dinastía, el jerife Hussein, de lograr la unidad árabe tan mencionada durante la «Gran Revuelta árabe de 1915». Si los palestinos llegaran a interpretar la fusión como un fracaso de ese proyecto ante Israel, sería inevitable una rebelión comparable a la de 1970 (el llamado «Septiembre Negro»), lo que podría poner fin a la monarquía jordana.

Todas las conversaciones y negociaciones que hoy tienen lugar apuntan a determinar cómo hacer que ese proyecto sea aplicable y cómo garantizar que las demás fuerzas presentes en la región no traten de sabotearlo. Porque, en definitiva, lo que empezó siendo un conflicto colonial restringido se ha convertido con el tiempo en una guerra de Israel contra toda la región, no sólo contra los árabes sino también contra turcos y persas. Si uno de los protagonistas llegara a considerarse perjudicado por la nueva configuración, no dejaría de echar por tierra el proyecto.

A lo largo de 70 años, las Naciones Unidas han establecido las normas del derecho y han condenado a Israel, que no respeta ese derecho. Pero casi nadie actúa para que ese derecho se aplique. En este momento, la situación política de los palestinos no sólo sigue empeorando sino que hasta la vida cotidiana de estos se ha hecho insoportable.

El plan de la Casa Blanca ya es tema de acerbas recriminaciones entre los dirigentes de la región y los países occidentales que se aprovechan de la situación actual. Mucho mejor parecen acogerlo las poblaciones interesadas.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article201671.html

ALEMANIA Y SIRIA

Las relaciones de Alemania con Siria, excelentes en tiempos del emperador Guillermo II, son actualmente pésimas. Desde la guerra fría, la Alemania Federal se convirtió en el trampolín de la Hermandad Musulmana para derrocar la República Árabe Siria. Desde 2012, el ministerio alemán de Exteriores y el think-tank federal SWP trabajan directamente para el Estado Profundo estadounidense, a favor de la destrucción de Siria.

En enero de 2015 una marcha por la tolerancia reunía en Berlín a responsables alemanes y líderes musulmanes, después del atentado de París contra la redacción del semanario Charlie-Hebdo. En aquella marcha, la canciller Angela Merkel desfiló del brazo con Aiman Mazyek, secretario general del Consejo Central de los Musulmanes. Aunque dice haber roto sus relaciones con la Hermandad Musulmana, Mazyek protege en el seno de ese Consejo a la Millî Görüş (la organización supremacista de la que fue miembro el actual presidente turco Recep Tayyip Erdoğan) y a la propia Hermandad Musulmana (matriz de las organizaciones yijadistas presidida por Mahmoud Ezzat, quien fue el brazo derecho de Sayyid Quṭb).

Históricamente, Alemania tenía excelentes relaciones con el Imperio Otomano a principios del siglo XX. El káiser Guillermo II, fascinado por el islam, facilitó la realización de búsquedas arqueológicas, principalmente en Baalbeck (actual Líbano) y participó en la construcción de las primeras líneas de ferrocarril, como la conexión ferroviaria entre Damasco (en la actual Siria) y Medina (en Arabia Saudita). El Reich y el Imperio Otomano enfrentaron juntos a los británicos cuando estos últimos organizaron la «Gran Revuelta Árabe» de 1915. Juntos perdieron la 1GM y, por tanto, juntos se vieron excluidos de la región por los acuerdos Sykes-Picot-Sazonov.

En 1953, el presidente estadounidense Eisenhower recibe en la Casa Blanca una delegación de la Hermandad Musulmana encabezada por Said Ramadan. A partir de ese momento, Estados Unidos respalda el islam político en el extranjero.

Durante la guerra fría, la CIA «recicló» oficiales nazis para utilizarlos en la lucha contra la URSS. Entre esos oficiales nazis se hallaba Gerhard von Mende, quien había reclutado musulmanes «soviéticos» para utilizarlos contra la URSS. En 1953, Gerhard von Mende, convertido en alto funcionario, instaló en Munich al jefe de la Hermandad Musulmana fuera de Egipto, Said Ramadan.

En 1954, la CIA instaló en Damasco al ex-oficial de las SS y de la Gestapo, Alois Brunner. Considerado responsable de la deportación de 130.000 judíos, Alois Brunner había recibido de la CIA la misión de impedir que el gobierno del entonces presidente sirio Shukri al-Kuwatli se implicara en una alianza con los soviéticos.

Durante aquel mismo periodo, la CIA envía oficiales nazis —bajo diferentes coberturas— a casi todas las regiones del mundo para luchar contra las fuerzas políticas afines a los soviéticos. Por ejemplo, Otto Skorzeny —el oficial nazi al que el propio Hitler había confiado el rescate de Mussolini, en julio de 1943— fue enviado por la CIA a Egipto, Fazlollah Zahedi —militar iraní arrestado por los británicos durante la 2GM debido a su simpatía hacia la Alemania nazi— era enviado a su país de origen y Alois Brunner a Siria. Estos 3 personajes organizan los servicios secretos de los países donde habían sido enviados siguiendo el modelo de la Gestapo. Brunner es expulsado en el año 2000 por el actual presidente sirio Bashar al-Asad.

Durante el periodo que va desde la revolución iraní del ayatolá Jomeini hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001, la República Federal de Alemania se muestra prudente hacia la Hermandad Musulmana. Sin embargo, a pedido de la CIA y dado el hecho que Siria había reconocido la República Democrática Alemana, la RFA acepta ofrecer asilo político a los golpistas que habían intentado derrocar al entonces presidente sirio Hafez al-Asad. Entre esos elementos se hallaba el antiguo Guía Supremo de la Hermandad Musulmana en Siria, Issam al-Attar, hermano de la actual vicepresidente siria Najah al-Attar.

En los años 1990, la Hermandad Musulmana se reorganiza en Alemania con ayuda de dos hombres de negocios, el sirio Ali Ghaleb Himmat y el egipcio Youssef Nada, a los que Washington acusará posteriormente de financiar a Osama ben Laden.

Durante muchos años, el universitario alemán Volker Perthes participó, del lado de la CIA, en la preparación de la guerra contra Siria. Perthes dirige el think-tank más poderoso de Europa, el Stiftung Wissenschaft und Politik (SWP), y asiste a las negociaciones de Ginebra en nombre de la ONU.

Cuando Estados Unidos inicia la «guerra sin fin» en el «Medio Oriente ampliado», la CIA empuja Alemania —ya reunificada— a abrir un «Diálogo con el Mundo Musulmán». En Berlín, el ministerio alemán de Exteriores se apoya para eso principalmente en el nuevo jefe local de la Hermandad Musulmana, Ibrahim Farouk El-Zayat, y en un experto, Volker Perthes. Este último se convertirá en director del think-tank de Alemania: la Fundación por la Ciencia y la Política (SWP).
En nombre de la ONU, el fiscal alemán Detlev Mehlis acusó a los presidentes del Líbano, Emile Lahoud, y de Siria, Bashar al-Asad, de haber ordenado el asesinato del ex-primer ministro libanés Rafiq Hariri. La investigación de Mehlis se basaba en testimonios falsos que, al ser desmentidos, lo obligaron a dimitir.

En 2005, Alemania participa en el asesinato de Rafiq Hariri proporcionando el arma que sería utilizada para cometer el crimen —por supuesto, no se trata de un explosivo clásico, a pesar de lo que afirma la propaganda del «Tribunal» Especial. Después de aportar el arma del crimen, Alemania pone el jefe de la Misión Investigadora de la ONU, el ex fiscal Detlev Mehlis, y también su segundo, el ex-policía Gerhard Lehmann, un comisario implicado en el escándalo de las cárceles secretas de la CIA.

En 2008, mientras la CIA prepara la supuesta «guerra civil» siria, la OTAN invita a Volker Perthes a participar en la reunión anual del Grupo de Bilderberg. Perthes participa en el encuentro acompañado de una siria que trabaja para la CIA, Bassma Kodmani. Juntos explican a los demás participantes todas las ventajas que Occidente puede obtener derrocando la República Árabe Siria y poniendo en el poder a la Hermandad Musulmana.

En 2011, habiendo adoptado el doble discurso de la Hermandad Musulmana, Volker Perthes escribe en el New York Times una tribuna donde trata de ridiculizar al presidente Bashar al-Asad, quien denuncia un «complot» contra Siria. En octubre del mismo año, Volker Perthes participa en una reunión de los jefes de empresa turcos. En esa reunión, organizada por la agencia estadounidense de inteligencia privada Stratfor, Perthes comunica a sus interlocutores la importancia de los recursos petrolíferos y gasíferos que tendrán la posibilidad de robarse en Siria.

Clemens von Goetze (director del Departamento III del ministerio alemán de Exteriores) y Anwar Gargash (ministro de Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos), durante la reunión del Grupo de Trabajo a cargo de «repartir» la economía siria, encuentro realizado en Abu Dabi.

Ampliando ese trabajo, Alemania organizó en Abu Dabi una reunión de los «Amigos de Siria», bajo la presidencia de Clemens von Goetze. Este diplomático alemán repartió entre los participantes concesiones para la explotación de los recursos de Siria que quedarían a la disposición de los vencedores cuando la OTAN derrocara la República Árabe Siria.

A mediados de 2012, el Departamento de Defensa de Estados Unidos encarga a Volker Perthes la preparación de las medidas que habría que tomar en Siria después de haber derrocado la República, o sea la formación del gobierno que los agresores impondrían al pueblo sirio. Perthes organiza, en el ministerio alemán de Exteriores, una serie de reuniones con la participación de 45 personalidades sirias, como la ya mencionada Bassma Kodmani y Radwan Ziadeh, miembro de la Hermandad Musulmana llegado especialmente desde Washington. En definitiva, Perthes acaba convirtiéndose en uno de los consejeros del estadounidense Jeffrey Feltman, el número 2 de la jerarquía de la ONU. De esa manera, Perthes participa a todas las negociaciones de Ginebra sobre Siria.

Las posiciones del ministerio de Exteriores de Alemania son repetidas, palabra por palabra, por el Servicio Europeo para la Acción Exterior creado por la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini. Ese servicio de la Unión Europea, bajo la dirección de un alto funcionario francés, se dedica a redactar notas confidenciales sobre Siria para los jefes de Estados y de gobierno de los países miembros de la UE.

En 2015, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, convertido este último en protector mundial de la Hermandad Musulmana, organizan el movimiento de más de un millón de personas hacia Alemania, a pedido de los patrones de la industria alemana. Muchos de esos migrantes son sirios que Turquía ya no quiere mantener en suelo turco pero cuyo regreso a Siria Alemania quiere evitar.

La canciller Angela Merkel viaja esta semana al Líbano y Jordania para abordar el tema de Siria.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article201595.html

¿CÓMO SE POSICIONA DONALD TRUMP?

Los electores estadounidenses optaron por Donald Trump porque aspiraban a un cambio de paradigma y, ya en la Casa Blanca, Trump sigue sorprendiendo a quienes lo consideran una especie de desquiciado. Pero Trump no está haciendo otra cosa que aplicar las ideas que ya había desarrollado durante su campaña electoral, inscribiéndose así en una tradición política profundamente enraizada en la historia estadounidense, aunque fue ignorada por mucho tiempo. Haciendo abstracción de su particular manera de comunicarse con la opinión, Thierry Meyssan se concentra en los actos de Donald Trump en relación con sus compromisos.


Durante la campaña electoral que precedió la elección presidencial estadounidense mostramos que la rivalidad entre Hillary Clinton y Donald Trump no tenía tanto que ver con sus estilos respectivos como con la cultura particular de cada uno de los dos candidatos. Donald Trump, recién llegado a la política, cuestionaba la dominación puritana sobre Estados Unidos y reclamaba el regreso al compromiso original de 1789 —inscrito en la Carta de Derechos (The Bill of Rights)— entre los revolucionarios que luchaban contra el rey Jorge y los grandes terratenientes de las Trece Colonias.

Pero Donald Trump no era tan neófito en materia de política: en 2001, ya había manifestado claramente su oposición al sistema el día mismo de los atentados del 11 de septiembre y, posteriormente, con su polémica sobre el lugar de nacimiento del presidente Barack Obama.

En aquel momento tampoco interpretábamos la fortuna personal de Donald Trump como una señal de que actuaría obligatoriamente al servicio de los más ricos sino como prueba de que defendería el capitalismo productivo contra el capitalismo especulativo.

En materia de política exterior subrayábamos que los presidentes George W. Bush y Barack Obama habían iniciado guerras en Afganistán, Iraq, Libia y Siria, en aplicación de la estrategia del almirante Cebrowski tendiente a destruir las estructuras de los Estados en todos los países del «Medio Oriente ampliado» (o «Gran Medio Oriente»), mientras que, en el plano interno, habían suspendido la aplicación de la mencionada Carta de Derechos y que todo eso había empeorado la situación de los «blancos pobres».

Donald Trump, por el contrario, denunciaba constantemente el Imperio estadounidense y anunciaba el regreso a los principios republicanos, señalando como referencia a Andrew Jackson (presidente de Estados Unidos de 1829 a 1837), y obteniendo así el aval de los ex-colaboradores de Richard Nixon (1969-1974).

En materia de política interna, Trump sintetizaba su pensamiento en el eslogan «Make America Great Again», o sea apostando por dejar de lado la quimera imperial para volver al «sueño americano» de enriquecimiento personal. Y su política exterior la expresaba con el eslogan «America First», que nosotros no interpretábamos en el sentido que se le dio durante la 2GM sino con su sentido original. En resumen, no veíamos en Donald Trump un neonazi sino un político que se negaba a mantener su país al servicio de las élites transnacionales.

Más sorprendente aún, nos parecía imposible que Trump lograra llegar a un acuerdo cultural con la minoría de origen mexicano y pronosticábamos que facilitaría a largo plazo una especie de divorcio por consentimiento mutuo a través de la independencia de California (CalExit).

No obstante, nuestra lectura de los objetivos de Donald Trump y de su método dejaba abierta la cuestión sobre las posibilidades reales que un presidente estadounidense puede tener para modificar la estrategia militar de su país.

Durante 2 años, nuestros artículos han ido contra la corriente de la totalidad de los comentaristas, y hemos sido clasificados como partidarios de Donald Trump, lo cual es una interpretación errónea del sentido de nuestro trabajo. No somos electores estadounidenses y, por ende, no apoyamos a ningún candidato a la Casa Blanca. Somos analistas políticos y sólo tratamos de comprender los hechos y anticipar sus consecuencias.

¿Cuál es la situación en este momento?

—Tenemos que concentrarnos en los hechos y hacer abstracción de todo lo que Trump dice.
—Tenemos que distinguir los resultados de los actos de Donald Trump de lo que constituye la continuidad de sus predecesores así como lo que tiene que ver con la tendencia del momento preciso.

En el plano interno
Donald Trump apoyó una manifestación de los supremacistas blancos en Charlottesville y el derecho a portar armas, incluso después de la matanza de Parkland. Esas posiciones han sido interpretadas como un respaldo a la extrema derecha y a la violencia. En realidad, para Trump se trataba de defender la versión estadounidense de los «derechos humanos», la que se enuncia en la Bill of Rights.

Por supuesto, es válido enumerar las duras críticas contra la definición estadounidense de los «derechos humanos», que nosotros mismos criticamos constantemente, pero ese es otro debate.

A falta de los medios necesarios, está lejos de terminarse la construcción —iniciada por los predecesores de Trump— del muro en la frontera con México. Es pronto aún para sacar conclusiones al respecto. No ha tenido lugar el enfrentamiento con el sector de los inmigrantes hispanoamericanos que rechazan hablar inglés e integrarse al compromiso de 1789. Donald Trump se ha limitado a suprimir el servicio de comunicación pública de la Casa Blanca en lengua hispana.

En el sector del medioambiente, Donald Trump rechazó el Acuerdo de París, no porque no le importe la ecología sino porque ese acuerdo impone un arreglo financiero que sólo beneficia a los responsables de las bolsas creadas para la compra-venta de derechos de emisión de gases de efecto invernadero.

En el plano económico, Donald Trump no ha logrado imponer su revolución, que consistía en favorecer la exportación y gravar la importación. Pero sacó a Estados Unidos de los tratados de libre comercio que aún no estaban ratificados, como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. Su Border-adjustment tax fue modificada por el Congreso y ahora está tratando de evadir la oposición de los parlamentarios y de instaurar gravámenes prohibitivos a la importación de ciertos productos, sorprendiendo con ello a los aliados de Estados Unidos y provocando la cólera de China.

Acuerdo Transpacífico

Al mismo tiempo, Donald Trump encuentra dificultades para iniciar su programa rooseveltiano de construcción y reacondicionamiento de infraestructuras —hasta el momento sólo ha encontrado un 15% del financiamiento. Y tampoco ha iniciado aún su programa de utilización de cerebros extranjeros para mejorar la industria estadounidense, a pesar de tratarse de un tema recogido en su Estrategia de Seguridad Nacional.

Sin embargo, lo poco que ya ha podido hacer ha bastado para reactivar la producción y el empleo en su país.

En el plano exterior
En su intento de renunciar al Imperio estadounidense, Trump había anunciado su intención de poner fin al apoyo de Estados Unidos a los yijadistas, disolver la OTAN, abandonar la estrategia del almirante Cebrowski y traer de regreso las tropas estadounidenses que ocupan varios países. Es claramente mucho más difícil reformar el más extenso de los entes federales —las fuerzas armadas de Estados Unidos— que modificar por decreto las reglas económicas y financieras.

El presidente Trump priorizó poner personas de confianza a la cabeza del Departamento de Defensa y de la CIA, para evitar todo intento de rebelión. Reformó el Consejo de Seguridad Nacional restringiendo el papel del Pentágono y el de la CIA. Y de inmediato puso fin a las «revoluciones de colores» y a otras formas de golpes de Estado utilizadas por sus predecesores.

Luego convenció a los países árabes, como Arabia Saudita, para que pusieran fin a su apoyo a los yijadistas. Los resultados de esa decisión no tardaron en aparecer con la caída del Emirato Islámico (Daesh) en Iraq y en Siria.

Al mismo tiempo, Trump postergó la disolución de la OTAN y se limitó a agregarle una función antiterrorista. Mientras tanto, en el contexto de la campaña británica contra Moscú, la OTAN desarrolla su dispositivo anti-ruso.

Si Donald Trump ha conservado la OTAN ha sido sólo para mantener bajo control a los vasallos de Estados Unidos. Y al mismo tiempo acaba de desacreditar deliberadamente al G7, poniendo con ello a sus desorientados líderes ante sus propias responsabilidades.

Para interrumpir la aplicación de la estrategia de Cebrowski en el «Medio Oriente ampliado», Trump está preparando una reorganización de esa región alrededor de la salida de Estados Unidos de los acuerdos con Irán (o sea el acuerdo llamado 5+1, o JCPOA, y el acuerdo bilateral secreto entre Washington y Teherán) y de su plan para el arreglo de la cuestión palestina. Si bien ese proyecto —que Francia y el Reino Unido ya tratan de sabotear— tiene pocas posibilidades de instaurar una paz regional, al menos permite paralizar las iniciativas del Pentágono. Pero los oficiales superiores preparan ahora la aplicación de la estrategia Cebrowski en la «cuenca del Caribe».

La iniciativa tendiente a resolver el conflicto en la península de Corea, último vestigio de los tiempos de la guerra fría, debería permitir a Trump poner nuevamente en tela de juicio la razón de ser de la OTAN ya que si los países europeos se hicieron miembros de ese bloque militar fue, supuestamente, para evitar en Europa una situación comparable a la guerra de Corea.

A fin de cuentas, las fuerzas armadas estadounidenses ya no serían utilizadas para aplastar pequeños países sino única y exclusivamente para aislar a Rusia y para impedir que China pueda desarrollar sus «Rutas de la Seda».

Fuente: http://www.voltairenet.org/article201561.html

Francia del lado de Arabia Saudita y los Emiratos contra los hutíes en Yemen.


Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos iniciaron un ataque contra los hutíes en la región yemenita de Hodeida. Según el diario francés Le Figaro, esas dos monarquías del Golfo están recibiendo apoyo de las fuerzas especiales de Francia.

Le Figaro precisa que Francia se ha comprometido a desminar los puertos yemenitas después de los combates ya que Estados Unidos se negó a aportar esa ayuda a las monarquías.

Arabia Saudita está tratando de reunificar Yemen bajo su control mientras que los Emiratos Árabes Unidos apuestan por una nueva división de ese país. Se desconoce cómo ve Francia el futuro de Yemen.

Francia ha desplegado en secreto fuerzas especiales en Siria, Iraq y Yemen. Unos 60 militares franceses fueron detenidos en Siria durante un incidente registrado recientemente.

Siria refuerza su seguridad en el sur...

Miles de soldados sirios de varias divisiones han comenzado a llegar a la Gobernación de Dar’a después de completar sus operaciones en la parte sur de Damasco.

El Ejército Árabe Sirio está instalando baterías de misiles antiaéreos en el sur de Siria, específicamente a lo largo de la línea de demarcación con el Golán ocupado por Israel.

Al mismo tiempo, las fuerzas del Jezbolá que se hallaban en la zona iniciaron su repliegue hacia el Líbano.

Israel venía reclamando desde hace años la retirada de toda fuerza iraní o vinculada a Irán —como el Jezbolá libanés— del sur de Siria. El primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, viajó varias veces a Moscú con ese reclamo, pero no es seguro que el redespliegue sirio le agrade más que el dispositivo anterior.

El sistema sirio de defensa antiaérea ha sido concebido por Rusia y permite a la República Árabe Siria prevenir nuevos ataques aéreos.

Durante los últimos años, Israel realizó repetidas incursiones aéreas contra Siria —al menos una al mes— tanto desde el espacio aéreo israelí como violando el espacio aéreo del Líbano.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article201492.html

En opinión de Trump, Crimea es rusa


Durante la cena realizada en el marco del G7 en Charlevoix, el presidente estadounidense Donald Trump explicó a sus interlocutores que, en su opinión, la península de Crimea es efectivamente rusa y recordó que la población de Crimea no habla ucraniano sino ruso.

Hasta ahora, las potencias occidentales, en su conjunto, siguen acusando a Rusia de haber anexado Crimea.

El comunicado final del G7 no parece incluir la «anexión» de Crimea en el litigio contra Rusia sino solamente el conflicto en el este de Ucrania.

¿POR QUÉ PRESIONA WASHINGTON A JORDANIA?

¿Son las manifestaciones en Jordania el inicio de un nuevo episodio de la primavera árabe o, por el contrario, es una forma de presionar al rey Abdallah II para que acepte el plan estadounidense para Palestina


Jordania se ha visto sacudida, a principios de junio, por una semana de manifestaciones pacíficas contra un proyecto de ley fiscal que preveía un alza de impuestos, de 5 a 25%, para toda persona cuyo ingreso anual sea superior a los 8.000 dinares (11.245 dólares). Los manifestantes, cuyo nivel de vida se ha visto gravemente afectado por las consecuencias de la guerra de Occidente contra Siria, exigieron y obtuvieron la renuncia del primer ministro y la retirada del proyecto de ley.

La realidad es que el Reino Jachemita no tiene otra opción: la ley cuestionada era un dispositivo conforme a los compromisos que Jordania contrajo en 2016 para obtener un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI). Su puesta en vigor se pospuso varias veces, debido a la guerra, y fue presentado al Parlamento ahora que el conflicto está terminando. Modificarlo supondría un completo cambio de la política económica del reino, cambio que no está previsto. La única solución sería obtener el respaldo financiero de Arabia Saudita para reembolsar la deuda.

En los Acuerdos Sykes-Picot, el Reino Unido consiguió el dominio de Jordania, que obtuvo un corredor desértico al este para comunicar Iraq con Palestina, ambas ocupadas por los británicos.

Numerosos medios han evocado la posibilidad de un nuevo episodio de «primavera árabe». Pero eso es poco probable. En 2011, las manifestaciones en Jordania se apagaron por sí solas, sin que fuese necesario recurrir a la fuerza. Bastó para ello la escisión del frente unido inicial, los islamistas se separaron de los laicos. Y fue lo más lógico del mundo dados los vínculos del Reino Hachemita con los británicos y con la Hermandad Musulmana.

No está de más recordar que, lejos de ser un movimiento espontáneo, la «primavera árabe» es una operación del MI6, concebida desde 2004-2005, para poner a la Hermandad Musulmana en el poder, siguiendo el modelo de la «Gran Revuelta Árabe» organizada en 1915 por los servicios secretos ingleses con Lawrence de Arabia. Pero Jordania siempre ha controlado en su suelo a los miembros de la Hermandad Musulmana, cuyo Guía Honorario Nacional fue el príncipe Jasán, tío del actual rey. Hoy en día, el Reino Jachemita sigue manteniendo excelentes relaciones con Jamás (que se había declarado «rama palestina de la Hermandad Musulmana»). Es por eso que, durante la «primavera árabe», la Hermandad Musulmana no reclamó en Jordania «la caída del régimen», como hizo en los demás países árabes, sino un gobierno que incluyese a sus miembros.

Posteriormente, Jordania se unió al bando contrarrevolucionario al convertirse en «asociado» del Consejo de Cooperación del Golfo, a pesar de la reticencia de Kuwait, que sigue reprochando al Reino Jachemita haber respaldado a Sadam Husein, cuando Iraq invadió este pequeño Estado, en 1990.

Aunque la situación local justificaba las manifestaciones que se produjeron en Jordania a principios de junio, no es menos cierto que tuvieron que disponer de respaldos precisos para que llegaran a tener lugar en un país que ha vuelto al autoritarismo.

Eso indica que las manifestaciones constituían quizás una forma de presionar a Amán antes de que la Casa Blanca presentara su plan de paz para Palestina. Hay que recordar que el Reino Jachemita sigue siendo considerado el reino de los palestinos y que el rey Abdallah II es el «Protector» de los lugares sagrados musulmanes en Jerusalén y el «Guardián» de los lugares sagrados cristianos en la Ciudad Santa, título reconocido a Jerusalén en el año 2000 por el papa Juan Pablo II. Hasta el inicio de la aplicación de los acuerdos de Oslo, Jordania administraba el territorio de Cisjordania, a pesar de que ese territorio se hallaba bajo la ocupación israelí desde la Guerra de los Seis Días. El propio Yasir Arafat se planteó entonces la posibilidad de jurar lealtad a la monarquía jachemita. Los palestinos son al menos tres cuartas partes de la población jordana, sólo el 25% restante son beduinos y pobladores autóctonos.

En este momento, todas las potencias regionales están tratando de implantarse en Palestina. Por ejemplo, Turquía está tratando de quitarle a Irán el control del grupo palestino conocido como Yijad Islámica. Simultáneamente, Estados Unidos e Israel tratan de ejercer presiones sobre cada protagonista.

Sea cual sea el plan elaborado por Jared Kushner, consejero especial y yerno del presidente Donald Trump, Jordania estará llamada a desempeñar un papel en ese plan. Actualmente están saliendo de los archivos numerosos documentos que nunca se habían publicado. Y resulta que la creación de la capital de un Estado independiente para los palestinos en Abous Dis ya se había discutido antes. Según el plan de partición de Palestina de 1947, Abous Dis es un barrio de Jerusalén. Y durante los acuerdos de Oslo, el segundo de Yasir Arafat —su hoy sucesor Mahmud Abás— aprobó la idea de instalar allí la capital palestina. Por cierto, en aquella época la Autoridad Palestina incluso inició allí la construcción del futuro parlamento palestino. Pero el «proceso de paz» se estancó, aquel punto nunca llegó a ratificarse y la construcción se detuvo. Cambiando de posición al respecto, los israelíes construyeron un muro que separa Abous Dis de Jerusalén mientras que los palestinos, estimando que Abous Dis es sólo un minúsculo barrio de Jerusalén, reclamaron la mitad de la ciudad.

En todo caso, no es imposible que Jordania se convierta en el Estado de los palestinos, con una doble capital: Amán y Abou Dis. Se plantearía entonces nuevamente la cuestión de la forma de régimen de ese Estado: ¿Reino o República?

¿GUERRA ECONÓMICA O «GUERRA ABSOLUTA»?

Basándose en la Estrategia de Seguridad Nacional de Donald Trump, Jean-Claude Paye aborda nuevamente la articulación de las políticas económica y militar de la Casa Blanca. El autor analiza la oposición entre dos paradigmas económicos: uno de ellos promueve la globalización del capital y cuenta con el apoyo del Partido Demócrata, el otro opta por la industrialización de Estados Unidos y es el que Donald Trump está tratando de aplicar, con apoyo de un sector de los republicanos. El primer paradigma conlleva a eliminar todo obstáculo recurriendo a la guerra. El segundo utiliza la amenaza de guerra para reequilibrar los intercambios en función de un punto de vista nacional.

En 2001, afirmando que se trataba de responder a los atentados del 11 de septiembre, el presidente George W. Bush inicia una «larga guerra» contra el «Medio Oriente ampliado». Esa guerra prosigue hoy ―17 años después― en Siria y en Yemen. Su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, teoriza el concepto de guerra total, principalmente aboliendo la distinción entre «civiles» y «militares».

En nuestro texto anterior, «Imperialismo contra ultramperialismo», sosteníamos que, al desindustrializar el país, el superimperialismo estadounidense había debilitado el poderío de Estados Unidos como nación. El proyecto inicial de la administración Trump era proceder a una reconstrucción económica sobre una base proteccionista.

Dos bandos se enfrentan, el bando portador de una renovación económica de Estados Unidos y el que favorece una conflictividad militar cada vez más abierta, opción que parece impulsada principalmente por el Partido Demócrata. La lucha entre los demócratas y la mayoría de los republicanos puede interpretarse entonces como un conflicto entre dos tendencias del capitalismo estadounidense, la tendencia portadora de la globalización del capital y la que predica una reactivación del desarrollo industrial en un país en declive económico.

Para la administración Trump es prioritario el restablecimiento de la competitividad de la economía estadounidense. La voluntad de esta administración de instalar un nuevo proteccionismo debe verse como un acto político, como una ruptura en el proceso de globalización del capital, o sea como una decisión de excepción, en el sentido que explicó Carl Schmitt: «es soberano quien decide la situación excepcional». En este caso, la decisión aparece como un intento de romper con la norma de la transnacionalización del capital, como un acto de restablecimiento de la soberanía nacional estadounidense ante la estructura imperial organizada alrededor de Estados Unidos.

Carl Schmitt en una fotografía de grupo con compañeros de clase (1904)

Regreso de lo político
El intento de la administración Trump se plantea como una excepción ante la globalización del capitalismo. Se muestra como un intento de restablecer el predominio de lo político, por haber quedado demostrado que Estados Unidos ya no es la superpotencia económica y militar cuyos intereses se confunden con la internacionalización del capital.

El regreso de lo político se traduce primeramente en la voluntad de aplicar una política económica nacional, de fortalecer la actividad en territorio estadounidense gracias a una reforma fiscal destinada a reinstaurar los términos del intercambio entre Estados Unidos y sus competidores. Actualmente, esos términos se han degradado netamente en contra de Estados Unidos. El déficit comercial global de Estados Unidos llegó a 12,1% y se eleva a 566.000 millones de dólares. Al sustraer el excedente que el país obtiene en los servicios, para concentrarnos únicamente en los intercambios de bienes, el saldo negativo alcanza incluso 796.100 millones de dólares. Por supuesto, el déficit más impresionante se registra en el intercambio con China: en 2017 alcanzó el nivel record de 375.200 millones de dólares, sólo en bienes.

La lucha contra el déficit del comercio exterior sigue siendo un tema central en la política económica de la administración estadounidense.

Al haber rechazado el Congreso su reforma económica fundamental, la Border-adjustment tax, que debía promover una reactivación económica mediante una política proteccionista, la administración trata de reequilibrar los intercambios caso por caso, mediante acciones bilaterales, presionando a sus diferentes socios económicos, principalmente a China, para que reduzcan sus exportaciones hacia Estados Unidos y aumenten sus importaciones de mercancías estadounidenses. Para lograrlo, acaban de realizarse importantes negociaciones. El 20 de mayo, Washington y Pekín anunciaron un acuerdo destinado a reducir significativamente el déficit comercial de Estados Unidos en relación con China. La administración Trump reclamaba una reducción de 200.000 millones de dólares del excedente comercial chino y una fuerte reducción de los derechos de aduana. Trump había amenazado con imponer derechos de aduana por 150.000 millones de dólares a las importaciones de productos chinos y China tenía intenciones de responder gravando las exportaciones estadounidenses, principalmente la soja y el sector de la aeronáutica.

Oposición estratégica entre demócratas y republicanos
Globalmente, la oposición entre la mayoría del Partido Republicano y los demócratas reside en el antagonismo de dos visiones estratégicas diferentes, tanto en el plano económico como en el militar. Ambos aspectos están íntimamente vinculados.

Para la administración Trump la rectificación económica es un tema central. La cuestión militar se plantea en términos de respaldo a una política económica proteccionista, como momento táctico de una estrategia de desarrollo económico. Esta táctica consiste en desarrollar conflictos locales, destinados a frenar el desarrollo de las naciones competidoras, y a hacer fracasar proyectos globales contrarios a la estructura imperial estadounidense, como —por ejemplo— el de la Ruta de la Seda, una serie de «corredores» ferroviarios y marítimos que conectarían China con Europa, un proyecto que contaría con la participación de Rusia.

En esta táctica de la administración Trump, los niveles económico y militar están estrechamente vinculados, pero —al contrario de la posición de los demócratas— no se mezclan. La finalidad económica no se confunde con los medios militares desplegados. El redespliegue económico de la nación estadounidense es, en este caso, la condición que permite evitar, o al menos posponer, un conflicto global. La posibilidad de desencadenar una guerra total se convierte en un medio de presión destinado a imponer las nuevas condiciones estadounidenses de los términos del intercambio con los socios económicos. La alternativa que se ofrece a los competidores es permitir a Estados Unidos reconstituir sus capacidades ofensivas al nivel de las fuerzas productivas o verse implicado rápidamente en una guerra total.

La distinción, entre objetivos y medios, entre presente y futuro, desaparece en la acción de los demócratas. Esta mezcla los momentos estratégico y táctico. La fusión de esos dos aspectos es característica de la «guerra absoluta», de una guerra carente de todo control político, que obedece sólo a sus propias leyes, las del «ascenso a los extremos».

El 18 de febrero de 1943, Josef Goebbels proclama la «guerra total», en el Palacio de Deportes de Berlín. Ante los reveses militares, como la derrota de Estalingrado, todas las fuerzas de la nación alemana, sin excepción alguna, deben ponerse en función de derrotar el bolchevismo, portador de la dictadura judía.

¿Hacia una guerra «absoluta»?
La capacidad del Partido Demócrata para bloquear un redespegue interno en Estados Unidos tiene por consecuencia que si Estados Unidos renuncia a desarrollarse le quedaría como único objetivo el de impedir por todos los medios —incluyendo la guerra— que sus competidores y adversarios puedan hacerlo. Sin embargo, el escenario ya no es el de las guerras limitadas de los tiempos de Bush o de Obama, o sea el de una agresión contra potencias medias ya debilitadas —como Iraq— sino más bien el de la «guerra total», tal como la concibió el teórico alemán Carl Schmitt, o sea el de un conflicto que provoca una completa movilización de los recursos económicos y sociales del país, como los conflictos que abarcaron los periodos de 1914-1918 y de 1940-1945.

Pero la guerra total, debido a la existencia del arma nuclear, puede adquirir ahora una nueva dimensión, que corresponde a la noción —desarrollada por Clausewitz de «guerra absoluta».

Carl von Clausewitz en un cuadro de Karl Wilhelm Wach

Según Clausewitz, la «guerra absoluta» es la guerra conforme a su concepto. Es la voluntad abstracta de destruir al enemigo, mientras que la «guerra real» es la lucha en su realización concreta y su utilización limitada de la violencia. Clausewitz oponía esas dos nociones ya que el «ascenso a los extremos», característico de la guerra absoluta, no podía pasar de ser una idea abstracta, utilizada como referencia para evaluar las guerras concretas. En el marco de un conflicto nuclear, la guerra real se hace conforme a su concepto. La «guerra absoluta» abandona su estatus de abstracción normativa para convertirse en una realidad concreta.

De esa manera, como categoría de una sociedad capitalista desarrollada, la abstracción de la guerra absoluta funciona concretamente, se transforma en una «abstracción real», o sea una abstracción que ya no pertenece sólo al proceso de pensamiento sino que resulta también del proceso real de la sociedad capitalista.

La «guerra absoluta» como «abstracción real»
Como señala el fenomenólogo marxista italiano Enzo Paci,
«la característica fundamental del capitalismo… reside en su tendencia a hacer existir categorías abstractas como categorías concretas».
 Es por eso que, en 1857, Marx ya escribía en sus Grundrisse (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política) que
«las abstracciones más generales no nacen más que con el desarrollo concreto más rico».
Ese proceso de abstracción de lo real existe no sólo a través de las categorías de la «crítica de la economía política», tal y como las desarrolló Marx, como la de «trabajo abstracto» sino que trata sobre el conjunto de la evolución de la sociedad capitalista. La noción de «guerra absoluta» sale así, a través de las relaciones políticas y sociales contemporáneas, del terreno de la abstracción única del pensamiento para convertirse también en una categoría que adquiere una existencia real. Deja de tener sólo una función de horizonte teórico, como «concreción de pensamiento», para convertirse en un real concreto. La guerra absoluta deja de ser entonces un simple horizonte, un límite conceptual, para convertirse en un modo de existencia, en una forma posible, efectiva, de la hostilidad entre las naciones.

En un artículo de 1937, titulado «Enemigo total, guerra total y Estado total», Carl Schmitt ya sugiere que las evoluciones técnicas y políticas contemporáneas identifiquen la realidad de la guerra con la idea misma de la hostilidad. Esa identificación conduce a un ascenso de los antagonismos y culmina en el «impulso hacia el extremo» de la violencia. Eso quiere decir implícitamente que la «guerra real» entra entonces en conformidad con su concepto, que la «guerra absoluta» sale de su estatus de abstracción normativa para concretarse bajo la forma de «guerra total».

En ese momento se invierte la relación entre la guerra y la política. La guerra deja de ser, como explicaba Clausewitz, caracterizando con ello su propia época histórica, la más alta forma de la política y su culminación momentánea. Al convertirse en guerra absoluta, la guerra total escapa a todo cálculo político y al control del Estado. Ya no se somete más que a su propia lógica, «obedece sólo a su propia gramática», la del impulso hacia los extremos. O sea, después de iniciada, la guerra nuclear escapa al punto final que la decisión política pudiese ponerle, exactamente de la misma manera como la globalización del capital escapa al control del Estado nacional, de las organizaciones supranacionales y más generalmente a toda forma de regulación.

Para Donald Trump, las fuerzas armadas de Estados Unidos no están ahí para acabar con los Estados que —por decisión propia o por necesidad— optan por no participar en la globalización del capital. Estima que están más bien para amenazar a cualquier potencia que frene la reindustrialización estadounidense.

¿De la «guerra contra el terrorismo» a la «guerra absoluta»?
El 19 de enero de 2018, hablando en la Universidad Johns Hopkins, en Maryland, el secretario de Defensa de la administración Trump, James Mattis, reveló una nueva estrategia de defensa nacional basada en la posibilidad de un enfrentamiento militar directo entre Estados Unidos, Rusia y China. Mattis señaló que se trataba de un cambio histórico en relación con la estrategia en vigor desde hace más de 2 décadas, la estrategia de la guerra contra el terrorismo. Y precisó:
«La competencia entre las grandes potencias —no el terrorismo— es ahora el principal objetivo de la seguridad nacional estadounidense.»
Se entregó a la prensa un documento desclasificado de 11 páginas, donde se describe la Estrategia de Defensa Nacional en términos generales. Pero el Congreso recibió una versión confidencial, más larga, de ese documento, versión que incluye las proposiciones detalladas del Pentágono para un incremento masivo de los gastos militares. La Casa Blanca pide un incremento de 54.000 millones de dólares para el presupuesto militar y lo justifica con el hecho que «hoy estamos en un periodo de atrofia estratégica, conscientes del hecho que nuestra ventaja militar competitiva se ha desgastado». El documento prosigue de la siguiente manera: «La modernización de la fuerza de ataque nuclear implica el desarrollo de opciones capaces de contrarrestar las estrategias coercitivas de los competidores, basadas en la amenaza de recurrir a ataques estratégicos nucleares o no nucleares».

Para la administración Trump ha terminado la posguerra fría. Han quedado atrás los tiempos en que Estados Unidos podía desplegar sus fuerzas cuando quería, intervenir como quería. «Actualmente, todos los sectores están en disputa: el cielo, la tierra, el mar, el espacio y el ciberespacio».

«Guerra absoluta» o guerra económica
La posibilidad de una guerra de Estados Unidos contra Rusia y China, o sea del desencadenamiento de una guerra absoluta, es parte de las hipótesis estratégicas, tanto en la administración estadounidense como entre los analistas rusos y chinos. Esa facultad aparece como la matriz que subyace y hace legible la política exterior y las operaciones militares de esos países —por ejemplo, la extrema prudencia de Rusia, una contención que puede parecer indecisión o renuncia, en relación con las provocaciones estadounidenses en Siria. La dificultad de la posición rusa no procede tanto de sus propias divisiones internas, de la correlación de fuerzas entre la tendencia globalista y la tendencia nacionalista dentro de ese país, como de las divisiones internas existentes en Estados Unidos, una que es favorable a la guerra económica mientras que la otra puede llevar a la guerra nuclear. La articulación entre amenazas militares y nuevas negociaciones económicas son realmente dos aspectos de la nueva «política de defensa» estadounidense.

Sin embargo, Elbridge A. Colby, asistente del secretario de Defensa, ha afirmado que a pesar de que el discurso de Mattis subraya claramente la rivalidad con China y Rusia, la administración Trump quiere «seguir buscando zonas de cooperación con esas naciones». Colby decía:

«No se trata de una confrontación. Es una forma estratégica de reconocer la realidad de la competencia y la importancia del hecho que las cercas correctas mantienen la amistad».

Esa política, que predica el restablecimiento de fronteras, contradice frontalmente la visión imperial estadounidense. Muy bien resumida por el Washington Post, esa visión imperial plantea una alternativa: el mantenimiento de un Imperio estadounidense «garante de la paz mundial» o la guerra total.

Esta visión se opone al restablecimiento de hegemonías regionales, o sea al regreso a un mundo multipolar cuyo resultado —según dicen— «sería la próxima guerra mundial».

Fuente: http://www.voltairenet.org/article201435.html

Austria contra la manipulación política del islam


En aplicación de la ley sobre el islam adoptada en febrero de 2015, el ministro del Interior (a la derecha en la foto) de Austria procedió al cierre de 7 mezquitas y la expulsión de 40 imanes (hay 260 en todo el país).

Las autoridades austriacas reprochan a los imanes la organización de una ceremonia con niños en uniforme militar, lo cual constituye una violación de los límites culturales que la ley impone a la actividad de los líderes religiosos.

Los imanes expulsados son miembros de los «Lobos Grises», que constituyen la rama paramilitar del Partido de Acción Nacionalista (MHP, Milliyetçi Hareket Partisi) de Turquía.

Los Lobos Grises son una organización supremacista turca vinculada a la OTAN.

En 1981, el número 2 de los Lobos Grises, Mehmet Ali Ağca, trató de asesinar al papa Juan Pablo II en lo que fue un intento de poner fin a la Ostpolitik (Política del Este) del cardenal Casaroli, secretario de Estado del Vaticano.

Los Lobos Grises fueron juzgados e ilegalizados como autores de un intento de golpe de Estado y han sido reconocidos culpables de 694 asesinatos, entre los que figuran la masacre de la Plaza Taksim (1977) y la masacre perpetrada en Kahramanmaraş (1978). Pero luego fueron reformados.

Durante la agresión contra Siria, los Lobos Grises dirigieron la Brigada Sultán Abdulhamid, conformada por las principales milicias turcomanas. Con apoyo de los servicios secretos turcos, los Lobos Grises recibieron entrenamiento militar en la base de Bayirbucak. En noviembre de 2015, fue uno de sus jefes, el turco-sirio Alparslan Çelik, quien ordenó el asesinato de un piloto militar ruso.

Los Lobos Grises tienen su cuartel general europeo en Fráncfort del Meno (Alemania).

El gobierno turco afirmó que la decisión de Austria es una muestra de islamofobia. Turquía paga los salarios de todos los imanes expulsados.

LIBIA SEGÚN LA ONU Y LA DURA REALIDAD

A pesar de la buena voluntad de algunos participantes, la conferencia de París sobre Libia no tuvo los efectos esperados en ese país. Para Thierry Meyssan eso es consecuencia del doble discurso de la OTAN y de la ONU, que dicen querer estabilizar Libia cuando en realidad las acciones de las dos organizaciones siguen el plan del almirante estadounidense Cebrowski para la destrucción de los Estados de los países atacados. La farsa de París estaba marcada por un profundo desconocimiento de las particularidades de la sociedad libia.

El 29 de mayo de 2018 tiene lugar la conferencia de prensa final de la cumbre de París sobre Libia. De izquierda a derecha, el presidente del Gobierno Libio de Unión Nacional (designado por la ONU) Fayez al-Sarraj, el presidente de Francia Emmanuel Macron y el libanés Ghassan Salamé, funcionario de la ONU. Estos tres personajes, carentes legitimidad electiva en Libia, pretenden decidir el futuro del pueblo libio.

Desde que la OTAN destruyó la Yamahiriya Árabe Libia, en 2011, la situación en Libia se ha deteriorado gravemente: el PIB ha caído a la mitad y sectores enteros de la población están viviendo en la miseria, es imposible circular por el país y reina una inseguridad generalizada. Durante los últimos años, dos terceras partes de la población ha huido al extranjero, al menos temporalmente.

Aceptando implícitamente la intervención ilegal de la OTAN como un hecho consumado, las Naciones Unidas tratan ahora de estabilizar Libia.

Intentos de pacificación
La ONU está presente en el país a través de la Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia (también conocida por las siglas UNSMIL, del inglés United Nations Support Mission in Libya), un órgano exclusivamente político. El verdadero carácter de esa instancia se vio claramente desde que se creó. Su primer director, Ian Martin, ex-director de Amnistía Internacional, organizó el traslado de 1.500 yijadistas de al-Qaeda, como «refugiados», de Libia hacia Turquía para formar el denominado «Ejército Sirio Libre». Aunque la UNSMIL está supuestamente bajo la dirección de Ghassan Salamé, en realidad depende directamente del director de Asuntos Políticos de la ONU, que no es otro que el estadounidense Jeffrey Feltman. Este último, ex-asistente de Hillary Clinton en el Departamento de Estado estadounidense, es uno de los principales ejecutores del plan Cebrowski-Barnett para la destrucción de los Estados y sociedades en los países del «Medio Oriente ampliado». Fue precisamente Jeffrey Feltman quien supervisó en el plano diplomático las agresiones contra Libia y Siria.

La ONU parte de la idea que el desorden actual en Libia es consecuencia de la «guerra civil» de 2011 entre el régimen de Muamar el Gadafi y su oposición. Pero, en el momento de la intervención de la OTAN, esa oposición se componía solamente de los yijadistas de al-Qaeda y la tribu de los misurata. Como ex-miembro del último gobierno de la Yamahiriya Árabe Libia, yo mismo soy testigo de que la agresión de la OTAN no respondía a la existencia de un conflicto entre libios sino a una estrategia regional a largo plazo para todo el conjunto del Medio Oriente ampliado o Gran Medio Oriente.

Ante los magros resultados que obtuvieron en las elecciones legislativas de 2014, los islamistas que habían librado los combates terrestres por cuenta de la OTAN decidieron no reconocer la «Cámara de Representantes» basada en Tobruk y constituir, en Trípoli, su propia asamblea, que ahora llaman «Alto Consejo de Estado». Considerando que esas dos asambleas rivales podían formar un sistema bicameral, Feltman puso a los dos grupos en condiciones de igualdad. Hubo contactos organizados en los Países Bajos y después se firmaron los acuerdos de Skhirat (Marruecos) pero sin aprobación de ninguna de las dos asambleas. Esos «acuerdos» instituyeron un «gobierno de unión nacional», designado por la ONU e inicialmente con sede en Túnez.

Para preparar la elaboración de una nueva Constitución y elecciones presidencial y legislativas, Francia ―suplantando los esfuerzos de los Países Bajos y Egipto― organizó a fines de mayo una cumbre entre las personas que la ONU presenta como los cuatro principales líderes del país, encuentro que se realizó en presencia de representantes de los principales países implicados en el terreno. Esa iniciativa fue duramente criticada en Italia. Públicamente, se habló de política, pero discretamente se trazaron los contornos de un Banco Central Libio único que se encargará de borrar el robo de los fondos soberanos por los miembros de la OTAN y centralizará el dinero del petróleo. En todo caso, después de la firma de una declaración común y de los abrazos de rigor en tales circunstancias… la situación en el terreno empeoró bruscamente.

El presidente francés Emmanuel Macron actuó en función de su experiencia como banquero de negocios: reunió a los principales líderes libios seleccionados por la ONU, analizó con ellos cómo proteger sus intereses respectivos con vistas a crear un gobierno que todos reconozcan, verificó que las potencias extranjeras no sabotearan ese proceso y creyó que los libios aplaudirían esa solución. Pero no resolvió nada porque Libia es totalmente diferente a las sociedades occidentales.

Es evidente que Francia, que fue ―con el Reino Unido― la punta de lanza de la OTAN contra Libia, está tratando de recuperar los dividendos de su intervención militar, que hasta ahora le han sido negados por sus aliados anglosajones.

Para entender lo que está sucediendo es necesario ver un poco de historia y analizar cómo viven los libios en función de su propia experiencia personal.

La Historia de Libia
Libia existe desde hace sólo 67 años. En el momento de la caída del fascismo y del fin de la 2GM, los británicos ocuparon parte de aquella colonia italiana (las regiones de Tripolitania y Cirenaica) mientras que los franceses ocupaban otra parte (la región de Fezán) dividiéndola y vinculándola administrativamente a sus colonias de Argelia y Túnez.

Londres favoreció la aparición de una monarquía controlada desde Arabia Saudita, la dinastía de los Senussi, que reinó sobre el país al proclamarse la «independencia», en 1951. Esa dinastía wahabita mantuvo el nuevo Estado en un oscurantismo total mientras favorecía los intereses económicos y militares anglosajones.

La dinastía de los Senussi fue derrocada en 1969 por un grupo de oficiales que proclamó la verdadera independencia y sacó del país las fuerzas extranjeras. En el plano de la política interna, Muamar el Gadafi redactó, en 1975, el Libro Verde, un programa donde garantizaba a la población del desierto la realización de sus principales sueños. Por ejemplo, cada beduino soñaba tener su propia tienda para vivir y su camello (un medio de transporte). Gadafi garantizó a cada familia un apartamento gratis y un automóvil. La Yamahiriya Árabe Libia también garantizó gratuitamente a los libios el agua, la educación y los servicios de salud. La población nómada del desierto se sedentarizó progresivamente en la costa, pero los vínculos de cada familia con su tribu de origen siguieron siendo más importantes que las relaciones de vecindad. Se crearon instituciones nacionales inspiradas en las experiencias de los falansterios de los socialistas utópicos del siglo XIX. Esas instituciones instauraron una democracia directa que coexistía con las estructuras tribales antiguas. En ese marco, las decisiones importantes se presentaban primeramente en la Asamblea de Consulta de las tribus antes de someterse a deliberación en el Congreso General del Pueblo (Asamblea Nacional).

Falansterio en el Condado de Monmouth, Nueva Jersey, EE.UU.

En el plano internacional, Muamar el Gadafi se dedicó a la solución del conflicto secular entre africanos árabes y africanos negros. Erradicó la esclavitud y utilizó gran parte de los ingresos provenientes del petróleo para contribuir al desarrollo de los países subsaharianos, principalmente de Mali. Su actividad incluso despertó a los países occidentales, que iniciaron entonces políticas de ayuda al desarrollo del continente africano.

Sin embargo, a pesar de los progresos alcanzados, 30 años de Yamahiriya no lograron convertir aquella Arabia Saudita africana en una sociedad laica moderna.

El funcionario libanés de la ONU Ghassan Salamé y su jefe, el estadounidense Jeffrey Feltman


El problema actual
Al destruir la Yamahiriya y desplegar nuevamente en Libia la bandera de la dinastía Senussi, la OTAN hizo retroceder el país a lo que había sido antes de 1969, un conjunto de tribus que vivían en el desierto sin relación con el resto del mundo. Ante la desaparición del Estado, la población se replegó hacia las estructuras societales tribales, sin jefe supremo. Volvieron a Libia la sharia, el racismo y la esclavitud. En esas condiciones, es inútil tratar de restablecer el orden desde arriba y se hace indispensable pacificar primero las relaciones entre las tribus. Sólo después de eso será posible plantearse la creación de instituciones democráticas. Hasta ese momento, la seguridad de cada cual dependerá de su pertenencia a una tribu. Para poder sobrevivir, los libios renunciarán hasta entonces a pensar de manera autónoma y actuarán siempre tomando como referencia su grupo tribal.

Resulta emblemática la represión que los habitantes de Misurata desataron contra los pobladores de Tawerga. Los misuratas (habitantes de Misurata) son los descendientes de los soldados turcos del ejército otomano mientras que los pobladores de Tawerga son descendientes de ex-esclavos negros. En relación con Turquía, los misuratas participaron en el derrocamiento de la Yamahiriya y, en cuanto se impuso el estandarte de los Senussi, arremetieron con furor racista contra los libios negros atribuyéndoles todo tipo de crímenes. Se estima que al menos 30.000 pobladores de Tawerga se vieron obligados a huir de esa localidad libia.

Será evidentemente muy difícil que surja una personalidad comparable al asesinado Muamar el Gadafi y que obtenga, primeramente, el reconocimiento de las tribus y después la aceptación del Pueblo. Pero no es ese el objetivo de Jeffrey Feltman. Contrariamente a las declaraciones oficiales sobre una solución «inclusiva», o sea que integre todos los componentes de la sociedad libia, Feltman impuso, a través de los islamistas con quienes colaboró contra Gadafi desde el Departamento de Estado estadounidense, una ley que prohíbe que las personas que sirvieron a la Yamahiriya puedan ejercer cargos públicos. La Cámara de Representantes se ha negado a aplicar ese texto, que sigue en vigor en Trípoli. Se trata de un dispositivo comparable al proceso de «desbaazificación» que el propio Feltman impuso en Iraq, cuando participaba en la dirección de la «Autoridad Provisional de la Coalición». En ambos casos, las leyes de Feltman privan a esos países de la mayoría de sus élites, empujando estas últimas a la violencia o al exilio. Es evidente que, mientras dice trabajar por la paz, Feltman sigue adelante con los objetivos del plan Cebrowski.

A pesar de las apariencias, el problema de Libia no es la rivalidad entre líderes sino la ausencia de pacificación entre las tribus y la exclusión de los antiguos seguidores de Gadafi. La solución no puede negociarse entre los cuatro líderes reunidos en París sino únicamente en el seno de la Cámara de Representantes de Tobruk y alrededor de esa estructura, cuya autoridad abarca ahora el 80% del territorio libio.