¿PATRIOTISMO CONTRA NACIONALISMO?

Ante un público de jefes de Estado y de gobierno, el presidente francés Emmanuel ‎Macron puso en oposición los conceptos de patriotismo y de nacionalismo. Thierry ‎Meyssan nos recuerda que esa retórica traducía en el pasado la voluntad de despojar de ‎su soberanía a los pueblos conquistados, de negarles el derecho a disponer de ‎sí mismos. Ahora se trata de aplicar a todos aquella retórica.
En la ceremonia de homenaje a los combatientes de la 1GM, el presidente ‎francés Emmanuel Macron glorificó el patriotismo que proclamaban aquellos combatientes, ‎pero condenó el nacionalismo que también proclamaban. El hecho es que aquel conflicto ‎no fue consecuencia del patriotismo ni del nacionalismo sino de las rivalidades entre potencias ‎imperialistas.‎

Durante la conmemoración del centenario de la 1GM, el presidente francés ‎Emmanuel Macron estableció una diferencia entre patriotismo y nacionalismo. ‎

En presencia de 72 jefes de Estado y de gobierno —entre los que se hallaban su homólogo ‎estadounidense Donald Trump y otros que, como Trump, se definen como «nacionalistas»—, ‎el presidente francés declaró que «el patriotismo es exactamente lo contrario del nacionalismo. ‎El nacionalismo es traicionar el patriotismo».‎

Vamos a pasar por alto lo extraño que resulta invitar, en nombre de la paz, a un grupo de ‎aliados, sentarlos en una tribuna —sin posibilidades de irse— e insultarlos. ‎

Los historiadores coinciden en señalar que la 1GM no fue ‎provocada por el nacionalismo de los combatientes sino por las rivalidades existentes entre los ‎diferentes imperios de aquella época. Numerosos sobrevivientes tomaron conciencia con el ‎tiempo de que sus dirigentes los habían manipulado para utilizarlos en función de sus propios ‎intereses. Los sobrevivientes que así lo entendieron no condenaron el concepto de nación sino ‎el uso que la propaganda hizo de ese concepto para llevarlos a la guerra.

El patriotismo
‎El patriotismo remite al hecho de sentirse parte de una familia común. Cada uno de nosotros es ‎hijo de sus padres, quienes son a su vez hijos de sus propios padres y así sucesivamente. ‎Nos sentimos en deuda con nuestros ancestros, cuyo legado defendemos. Si entendemos como ‎ancestros no sólo a nuestros padres biológicos sino a quienes nos formaron, nos educaron, ese ‎concepto adquiere un carácter universal. La cuestión del género (masculino o femenino) también ‎está fuera de lugar en esta transmisión. En francés, no existe diferencia entre la Patria y la ‎Madre Patria.‎

El nacionalismo
‎En cambio, el nacionalismo remite al hecho de sentirnos hijos de la misma madre. ‎Etimológicamente, la palabra «nación» viene del latín nascere, o sea «nacer». Ese término ‎subraya la existencia de caracteres comunes. En la mayoría de las civilizaciones antiguas, ‎la nación se definía por la comunión entre sus miembros a través de un mismo culto. ‎

En la Edad Media, el continente europeo constituía una sola nación: la cristiandad. Con la ‎separación entre protestantes y católicos, y las subsiguientes guerras entre ambos bandos, ‎apareció una distinción entre naciones protestantes y naciones católicas, según el principio ‎‎Cujus regio, ejus regio, o sea «Cada región, su religión». Posteriormente, ‎el Estado fue tomando el lugar de la religión como carácter común alrededor del cual se une ‎el Pueblo. ‎

Pero una sociedad que acepta la libertad de culto no podía seguir proclamando que su rey ‎gobernaba por orden de Dios. La Revolución Francesa planteó entonces que, para ser legítima, ‎la autoridad política tenía que ser escogida por el Pueblo.
Nación: «Persona jurídica que se compone del conjunto de individuos que forman parte ‎del Estado.‎ Decreto del rey Luis XVI emitido el 23 de julio de 1789.‎
«La fuente de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ninguna corporación ni ningún ‎individuo pueden ejercer autoridad alguna sin que esta emane de ella de forma explícita».‎ 
Artículo 3 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto ‎de 1789.
Esta definición de la Nación es hoy casi universal, con dos excepciones notorias: el pensamiento ‎político anglosajón y la ideología islamista. Pertenecer a una nación es aplicar la ley común, ley ‎cuya legitimidad reside en el hecho de que todos reconozcamos colectivamente la misma ‎autoridad. ‎

Por el contrario, la ideología islamista —la que predican la Hermandad Musulmana y los ‎yijadistas— vuelve a la definición de la Edad Media: la religión es lo único que define la nación. ‎Según ese principio, existe una Nación islámica pero no hay nación que se fragüe alrededor de ‎un Estado. ‎

Los anglosajones, por su parte, mantienen como referencia la definición anterior a la ‎Revolución Francesa. Para ellos, la nación es un grupo políticamente organizado de personas con ‎un origen, una lengua y costumbres comunes. ‎
«Nation: A large group of people having a common origin, language, and tradition ‎and usu, constituting a political entity».‎‎
Black’s Law Dictionary (edición de 2014).
Esta definición etnicista de la nación justifica la continuación de la estrategia colonial de «divide y ‎vencerás» (Divide ut regnes), como puede verse en el mapa del «Medio Oriente ‎ampliado» (o «Gran Medio Oriente») del estado mayor estadounidense, mapa publicado por el ‎coronel Ralph Peters, y en la posterior actualización de ese mapa, publicada por la periodista ‎estadounidense Robin Wright. ‎

En resumen, si bien el patriotismo es visto como un valor universal, no sucede lo mismo con el ‎nacionalismo ya que, como acabamos de ver, los anglosajones y la Hermandad Musulmana ‎todavía no lo comparten como valor con el resto de la humanidad.

Las guerras, desde el punto de vista de quienes deciden iniciarlas
‎Después de haber planteado y fundamentado esas definiciones —y sabiendo que los combatientes ‎de la 1GM se definían a la vez como patriotas y nacionalistas— volvamos ‎ahora a lo que sentenció el presidente francés Emmanuel Macron: «el patriotismo es ‎exactamente lo contrario del nacionalismo. El nacionalismo es traicionar el patriotismo».‎

En el sentido estricto del término, esa frase no tiene sentido ya que no existe oposición entre el ‎patriotismo (asumir la defensa del legado de nuestros ancestros) y el nacionalismo (escoger a ‎nuestros dirigentes y respetar la aplicación de la ley común). ‎

No hace aún mucho tiempo, los sectores franceses partidarios de la colonización ‎también estimulaban ‎el patriotismo y condenaban selectivamente el nacionalismo. Veían con agrado que los «t‎‎onkineses» estuviesen orgullosos de sus ancestros… pero no les gustaba ver que se consideraban ‎vietnamitas, ni mucho menos que no se viesen a sí mismos como franceses. Condenar el ‎nacionalismo de los demás era una manera de prohibirles decidir su destino por sí mismos. ‎

Cuando Romain Gary, participante en la resistencia francesa contra la ocupación nazi y ‎diplomático, establecía una oposición entre patriotismo y nacionalismo, tomaba la precaución de ‎separarse de sus predecesores precisando que no veía el nacionalismo bajo su acepción común ‎sino como chovinismo, como un «odio hacia los otros». ‎

Durante su campaña electoral, Emmanuel Macron afirmaba que no existía la cultura francesa sino ‎la cultura en Francia. Así condenaba el patriotismo. Desde que está en la presidencia de la ‎República su retórica ha cambiado en ese aspecto. ‎

Hace varias semanas, el presidente de Francia hablaba de la «lepra nacionalista». Si hoy condena ‎el nacionalismo con mucha más virulencia que antes, no es en nombre del patriotismo —que ‎supuestamente sería lo contrario del nacionalismo— sino de un cambio de escala. ‎

Hace años, el presidente francés Francois Mitterrand ya afirmaba ante el Parlamento Europeo que ‎‎«¡El nacionalismo es la guerra!». Lo que quería era denunciar las incesantes guerras entre ‎naciones europeas (a lo largo de su historia Francia ha librado guerras contra todos los demás ‎países de Europa, exceptuando Dinamarca) y magnificar la importancia de un gobierno federal ‎europeo. ‎

Se trata de un proyecto redactado por Walter Hallstein, consejero especial de Adolfo Hitler y ‎posteriormente primer presidente de la Comisión Europea, pero ese proyecto nunca llegó a ver ‎la luz. Parecía imposible erradicar los nacionalismos europeos para imponer uno nuevo, a mayor ‎escala. ‎

Jacques Attali, escriba de Francois Mitterrand y mentor de Emmanuel Macron, preferiría un ‎‎«gobierno federal». En el fondo, la idea es la misma: uniéndonos cada vez más eliminaremos ‎las guerras. Sólo que ahora no sólo se pretende aplicar esa idea a los europeos sino a ‎todos los pueblos… incluso a los que no están interesados en ella. ‎

No podemos olvidar que las guerras existieron antes que las naciones y que las naciones son el ‎único marco que puede, hoy en día, permitir a los pueblos decidir su propio destino. El problema ‎de los pueblos no es a qué escala ejercen su soberanía sino el hecho mismo de poder ejercerla. ‎

Fue precisamente esa la principal causa de la 1GM. Hasta podemos afirmar ‎sobre esa guerra, como hoy podemos decirlo sobre las guerras de Corea —incluso desde el alto ‎al fuego—, de Iraq o de Siria, que «la guerra es un antinacionalismo».

Fuente: http://www.voltairenet.org/article204076.html

SECESIÓN EN LA UNIÓN EUROPEA

Thierry Meyssan estima que la manera misma cómo Alemania y Francia niegan al ‎Reino Unido el derecho a salir de la Unión Europea demuestra que esa “unión” es algo ‎más que un yugo. Esa actitud también permite comprobar que los europeos de hoy ‎muestran por los intereses de sus vecinos el mismo desprecio que sentían en tiempos ‎de las dos guerras mundiales. Es evidente que los europeos han perdido la capacidad ‎de gobernar sus países, lo cual no es sólo defender los intereses nacionales a ‎corto plazo sino también pensar a largo plazo y prevenir los conflictos con sus ‎vecinos.


Los pueblos cuyos países son miembros de la Unión Europea no parecen conscientes de los ‎nubarrones que se ciernen sobre sus cabezas. Han identificado los graves problemas de la UE ‎pero los tratan con ligereza y no entienden lo que está en juego con la secesión británica —‎el llamado Brexit. Están hundiéndose lentamente en una crisis que podría no tener más solución ‎que la llegada de la violencia. ‎

El origen del problema
En el momento de la disolución de la Unión Soviética, los miembros de la Comunidad Europea ‎aceptaron plegarse a las decisiones de Estados Unidos e integrar a esa comunidad los países del ‎centro de Europa, a pesar de que esos países no correspondían en nada a los criterios lógicos de ‎adhesión. De paso, adoptaron el Tratado de Maastricht, que convirtió el proyecto europeo en una ‎coordinación económica de Estados europeos que marchaba hacia la implantación de un Estado ‎supranacional. Se trataba de crear un gran bloque político que —bajo la protección militar de ‎Estados Unidos— emprendería, según ellos, el camino de la prosperidad. ‎

Ese súper Estado nada tiene de democrático. Lo administra un colegio de altos funcionarios —‎la Comisión— cuyos miembros son designados uno a uno por cada uno de los jefes de Estado y ‎de gobierno. Nunca en la Historia había existido un Imperio que funcionara de esa manera. Muy ‎rápidamente, el modelo paritario de la Comisión dio paso a una gigantesca burocracia paritaria, ‎en cuyo seno ciertos Estados son «más iguales que los demás». ‎

El proyecto supranacional resultó ser incapaz de adaptarse al mundo unipolar. La Comunidad ‎Europea había nacido de la rama civil del Plan Marshall, cuya rama militar era la OTAN. Las burguesías de Europa occidental, inquietas ante el modelo soviético, habían respaldado ‎la Comunidad a partir del congreso convocado por Winston Churchill en La Haya, en 1948. Pero, ‎después de la desaparición de la URSS, aquel camino carecía de interés para ellas. Los países que habían sido miembros del Pacto de Varsovia vacilaban entre implicarse en la ‎Unión Europea o aliarse directamente a Estados Unidos. Por ejemplo, Polonia compró aviones de ‎guerra a Estados Unidos, con los fondos que la Unión Europea le había concedido para ‎modernizar su agricultura, y comprometió esos aviones en la agresión contra Iraq. ‎

Además de crear una cooperación policíaca y judicial, el Tratado de Maastricht incluía la creación ‎de una moneda única y de una política exterior igualmente única. Todos los países miembros de la ‎Unión Europea tenían que adoptar el euro como moneda en cuanto lo permitiese su economía ‎nacional. Sólo Dinamarca y el Reino Unido, presintiendo los problemas futuros, se mantuvieron ‎al margen y no adoptaron la moneda única. La cuestión de la política exterior única para todos ‎los miembros de la UE parecía evidente en un mundo que se había hecho unipolar y dominado ‎por Estados Unidos. ‎

Teniendo en cuenta las disparidades económicas existentes entre los países de la eurozona, ‎los países pequeños iban a convertirse en presas de los más grandes, como Alemania. ‎La moneda única, que en el momento de su entrada en circulación había sido ajustada al valor ‎del dólar estadounidense, se transformaba poco a poco en una versión internacionalizada del ‎antiguo marco alemán. Incapaces de rivalizar con los demás miembros de la UE, Portugal, Irlanda, ‎Grecia y España acabaron siendo designados en los medios financieros como los PIGS —sigla ‎construida con los nombres en inglés de esos países pero que significa “cerdos” o “cochinos”. ‎Mientras tanto, Berlín saqueaba las economías de esos países y proponía a Atenas ayudar a ‎restaurar la economía griega… si le cedía parte del territorio griego. ‎

Resultó que la Unión Europea, aunque proseguía su crecimiento económico global, se quedaba ‎rezagada en relación con otros Estados cuyo crecimiento económico era varias veces más ‎rápido. Ser miembro de la Unión Europea era una ventaja para los países que habían pertenecido ‎al Pacto de Varsovia, pero se convirtió en un obstáculo para los europeos del este. ‎

Ante tal fracaso, el Reino Unido decidió retirarse de este súper Estado (Brexit) para aliarse a sus ‎socios históricos de la Commonwealth y, a ser posible, con China. La Comisión Europea tuvo ‎miedo de que el ejemplo británico abriese las puertas a la salida de otros países y a que, aunque ‎se mantuviese el Mercado Común, aquello pusiese fin a la UE, así que decidió imponer ‎condiciones que obligaran a Londres a renunciar a su salida de la Unión.

Los problemas internos del Reino Unido
‎Habiendo comprobado que la Unión Europea está al servicio de los ricos y en contra de los ‎pobres, los campesinos y obreros británicos votaron a favor de salir de ella mientras que ‎el sector terciario se oponía a esa salida. ‎

En la sociedad británica —como en los demás países europeos— existe una alta burguesía que debe ‎su enriquecimiento a la Unión Europea, pero también tiene una poderosa aristocracia, que ‎no existe en los demás grandes países europeos. Antes de la 2GM, esa ‎aristocracia disponía de todas las ventajas que representa la Unión Europea, y también de una ‎prosperidad que ya no puede esperar de la UE. La aristocracia británica votó, por consiguiente, ‎por el Brexit, en contra de la alta burguesía, abriendo así una crisis en el seno de la clase dirigente. ‎

En definitiva, la designación de Theresa May como primer ministro supuestamente debía ‎preservar los intereses de unos y otros («Global Britain»), pero las cosas no sucedieron como ‎se había previsto. ‎
—Primeramente, la señora May no logró concluir un acuerdo preferencial con China y está ‎encontrando grandes dificultades en la Commonwealth, cuyos vínculos con Londres se habían ‎distendido con el paso del tiempo.
—May también está teniendo grandes dificultades con sus minorías escocesa e irlandesa, ‎sobre todo teniendo en cuenta que su mayoría incluye a los protestantes irlandeses, quienes ‎no tienen intenciones de ceder sus privilegios.
—Además, está estrellándose contra la intransigencia ciega de Berlín y de la UE.
—Para terminar, la señora May también está teniendo que enfrentar el cuestionamiento de la ‎‎«relación especial» que ataba su país a Estados Unidos.

El problema que sale a la luz con la aplicación del Brexit
‎Luego de tratar inútilmente de obtener concesiones sobre los tratados europeos, el Reino Unido ‎optó ¿democráticamente? —el 23 de junio de 2016— por salir de la Unión Europea. La alta ‎burguesía, que no había creído que tal cosa pudiese suceder, trató inmediatamente de cuestionar ‎la voluntad expresada en las urnas. Se habló entonces de organizar un segundo referéndum, ‎como se hizo con Dinamarca cuando los electores daneses rechazaron el Tratado de Maastricht. ‎Ante la dificultad de lograr eso, se habló entonces de un «Brexit duro» (sin nuevos acuerdos ‎con la Unión Europea) y de un «Brexit blando» (donde se mantendrían ciertos compromisos). ‎

La prensa clama que el Brexit será una catástrofe económica para los británicos. En realidad, ‎todos los estudios anteriores al referéndum —y por consiguiente anteriores también a ese ‎debate— muestran que los 2 primeros años de la salida de la UE serán de recesión, pero que la ‎economía del Reino Unido no tardará en recuperarse y superar los índices de la Unión Europea. ‎La oposición al resultado del referéndum —y, por ende, a la voluntad popular— está logrando ‎frenar la aplicación de la decisión ya adoptada por la mayoría. La notificación a la UE de la salida ‎británica se realizó con 9 meses de retraso, el 29 de marzo de 2017. ‎

El 14 de noviembre de 2018 —o sea, 2 años y 4 meses después del referéndum— Theresa May ‎capitula y acepta un acuerdo con la Comisión Europea en términos‎ que no convienen a los británicos. Cuando ‎presenta ese acuerdo a su gobierno, 7 ministros dimiten de inmediato —entre ellos el ministro ‎a cargo del Brexit. Es evidente que el hombre ignoraba ciertos elementos del texto que la señora ‎May le atribuye a él. ‎

El acuerdo británico con la Unión Europea incluye una disposición enteramente inaceptable para ‎un Estado soberano. Instituye un periodo de transición —cuya duración no precisa— durante ‎el cual el Reino Unido deja de ser considerado miembro de la UE, pero estará obligado a plegarse ‎a sus reglas, incluyendo las que sean adoptadas durante ese periodo. ‎

Alemania y Francia están detrás de esa intriga. ‎

En cuanto se supo el resultado del referéndum británico sobre el Brexit, Alemania tuvo conciencia ‎de que la salida del Reino Unido provocaría la pérdida de varias decenas de miles de millones de ‎euros del PIB alemán. En vez de tratar de adaptar la economía alemana a esa circunstancia, ‎el gobierno de la canciller Angela Merkel se dio entonces a la tarea de sabotear la salida del ‎Reino Unido de la UE.‎

Por su parte, el presidente francés Emmanuel Macron representa a la alta burguesía europea, ‎lo cual lo lleva a oponerse por naturaleza al Brexit.

Los hombres detrás de las políticas
‎La canciller Merkel estaba segura de contar con el apoyo del presidente de la UE, el polaco ‎Donald Tusk. Si Tusk está en ese puesto no es por haberse sido antes primer ministro de su país ‎sino por dos razones muy diferentes: Tusk proviene de una familia de la minoría casubia que ‎se puso del lado de los estadounidenses contra los soviéticos en tiempos de la guerra fría y es, ‎además, un amigo de infancia de la señora Merkel. ‎

Mapa de Casubia y su ubicación en Polonia (con los topónimos en polaco)

Tusk comenzó por plantear la cuestión del compromiso británico en los programas plurianuales de ‎la Unión Europea. Si Londres tuviese que pagar lo que se había comprometido a financiar, ‎simplemente no podría salir de la UE sin desembolsar un derecho de salida que fluctuaría entre ‎‎55.000 y 60.000 millones de libras esterlinas. ‎

Michel Barnier, exministro francés y miembro de la Comisión Europea, es nombrado entonces ‎negociador en jefe ante el Reino Unido. Barnier sentía una sólida aversión por la City, a la que ya ‎había maltratado durante la crisis de 2008. Además, los financieros británicos soñaban con ‎hacerse del control de la convertibilidad del yuan chino a euros. ‎

La UE y el Reino Unido seguirán siendo aliados, socios y amigos después del Brexit,
Michel Barnier (May y Barnier en la foto).

Barnier aceptó tener a la alemana Sabine Weyand como segunda. En realidad es ella quien dirige ‎las negociaciones con el Reino Unido y su misión es hacerlas fracasar. ‎

Mientras tanto, el hombre que fabricó la «carrera» del hoy presidente de Francia Emmanuel ‎Macron, el exjefe del servicio francés de inspección financiera Jean-Pierre Jouyet, es nombrado ‎embajador de Francia en Londres. Para garantizar el fracaso del Brexit, Jouyet se apoya en ‎el coronel Tom Tugendhat, líder conservador de la oposición a Theresa May, e incluso nombra a ‎la esposa del coronel —Anissia Tugendhat— como adjunta en la embajada de Francia en Londres. ‎

La crisis se concreta durante la cumbre del Consejo Europeo realizada en Salzburgo, ‎en septiembre de 2018. Theresa May presenta en esa cumbre el consenso que había logrado en ‎su país —y que muchos deberían ver como un ejemplo. Se trata del llamado «Plan de Chequers», ‎que propone mantener sólo el Mercado Común entre el Reino Unido y la UE, la eliminación de la ‎libre circulación de personas, servicios y capitales entre ambas partes y liberar al Reino Unido de la ‎obligación de someterse a la justicia administrativa europea. Tusk rechaza de plano la propuesta. ‎

En este punto se impone una mirada al pasado. Los acuerdos que pusieron fin a la rebelión del ‎Ejército Republicano Irlandés (IRA, siglas en inglés) contra el colonialismo inglés no resolvieron ‎las causas del conflicto. Se logró la paz sólo porque la creación de la Unión Europea permitió la eliminación de ‎la frontera entre Irlanda del Norte (bajo la dominación inglesa) y la República de Irlanda ‎‎(independiente del Reino Unido y miembro de la UE). Ahora Donald Tusk exige que, para evitar el ‎resurgimiento de aquella guerra de liberación nacional, Irlanda del Norte se mantenga en la unión ‎aduanera de la UE. Eso implicaría la creación de una frontera, bajo control de la Unión Europea, ‎frontera que dividiría en dos el Reino Unido, separando Irlanda del Norte del resto del reino. ‎

Durante la segunda sesión del Consejo, en presencia de todos los jefes de Estado y de gobierno, ‎Tusk ordenó cerrar la puerta en la cara a la señora May, dejándola fuera de la sala, lo cual ‎constituye una humillación pública que no puede dejar de tener consecuencias.


Reflexiones sobre la secesión en la Unión Europea
‎Todo estas intrigas demuestran la habilidad que los dirigentes europeos son capaces de desplegar ‎cuando se trata de engañar a alguien. Según la imagen que proyectan, dan la impresión de ser ‎respetuosos de las reglas de imparcialidad y de tomar decisiones colectivas cuyo único objetivo ‎sería servir al interés general —aunque sólo los británicos refutan la noción misma de interés ‎general. ‎

La realidad es diferente. Algunos dirigentes europeos defienden los intereses de sus países ‎en detrimento de todos los demás. Lo peor es, evidentemente, el chantaje que se ejerce contra ‎el Reino Unido, tratando de obligarlo a someterse a las condiciones económicas de la UE bajo la ‎amenaza de favorecer el resurgimiento de la guerra de independencia en Irlanda del Norte. ‎

Ese comportamiento sólo puede conducir a un despertar de los conflictos intraeuropeos que ‎dieron lugar a las dos guerras mundiales, conflictos que la Unión Europea había logrado disimular ‎en su propio territorio pero que nunca llegaron a ser resueltos y que aún subsisten fuera de la UE. ‎

Conscientes que están jugando con fuego, el presidente francés Emmanuel Macron y la canciller ‎alemana Angela Merkel han comenzado a hablar ahora —de un día para otro— de la creación de un ‎ejército común, que incluiría al Reino Unido. Es cierto que si las tres grandes potencias europeas ‎crearan su propia alianza militar, el problema quedaría resuelto. Pero es imposible concretar esa ‎alianza porque no se puede construir un ejército sin decidir antes quién será el jefe. ‎

El autoritarismo del Estado supranacional ha alcanzado tales proporciones que fue creando otros ‎tres frentes durante el transcurso de las negociaciones sobre el Brexit. La Comisión abrió ‎dos procedimientos para adoptar sanciones contra Polonia y Hungría —a pedido del Parlamento ‎Europeo—, países que están siendo acusados de violaciones sistémicas de los valores de la Unión Europea. ‎Lo que se busca es poner a esos dos países en la misma situación que el Reino Unido: la de verse ‎obligados a plegarse a las reglas de la UE sin participar en su adopción. Además, descontento por ‎las reformas iniciadas en Italia, el Estado supranacional niega al gobierno italiano el derecho de ‎dotarse de un presupuesto para aplicar su propia política. ‎

El Mercado Común de la Comunidad Europea había permitido reconciliar a los europeos del oeste ‎con los europeos del este y fortalecer la paz. Su sucesora, la Unión Europea, está destruyendo ‎ese legado, dividiendo nuevamente a los europeos y enfrentándolos entre sí.

La paz en Siria exige que se condene ‎internacionalmente la ideología de la ‎Hermandad Musulmana.

Varios proyectos de paz para Siria circulan actualmente en las cancillerías. Thierry ‎Meyssan observa que esos proyectos no corresponden al tipo de guerra que hemos visto ‎en la República Árabe Siria, estima que se basan en un análisis incompleto del ‎conflicto y precisa que quienes creen que con tales planes lograrán resolver ‎el problema no sólo se equivocan sino que además dejarán el camino abierto a una ‎nueva guerra. La prioridad del momento es lidiar con la cuestión ideológica.‎

En Siria debería producirse próximamente un fin de las hostilidades en todo el territorio nacional, ‎exceptuando sólo las zonas ocupadas por fuerzas militares de Turquía y de Estados Unidos. ‎La prensa internacional sólo habla ahora del regreso de los refugiados, de la reconstrucción de las ‎zonas devastadas y de cómo impedir el regreso de los yijadistas europeos. ‎Pero esos son problemas secundarios en relación con la importancia de otros dos que ‎no se mencionan en los medios de difusión. ‎

Inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, el entonces ‎secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, nombró al almirante ARTHUR K. ‎CEBROWSKI director del Buró de Transformación de la Fuerza. El almirante Cebrowski enseñó ‎de inmediato su doctrina a los generales del Pentágono y extendió su enseñanza a las ‎diferentes academias militares estadounidenses. Actualmente, la doctrina Cebrowski ‎sigue siendo la principal referencia estratégica en Estados Unidos, incluso después de la ‎elección de Donald Trump. ‎

Terminar la guerra
Desde el año 2001, el Pentágono adoptó la doctrina del almirante Arthur Cebrowski, el director del ‎Buró de Transformación de la Fuerza, nombrado por el entonces secretario de Defensa Donald ‎Rumsfeld. ‎

Según esa doctrina, el objetivo ya no es acaparar recursos naturales para Estados Unidos sino ‎controlar el acceso de los demás países a esos recursos. Y para lograrlo es conveniente ‎mantener ahora un caos que sólo las fuerzas armadas de Estados Unidos puedan enfrentar. ‎Se trata, según la fórmula utilizada por el presidente George W. Bush, de una «guerra sin fin» ‎en la que Estados Unidos no debe perder, pero que tampoco le interesa ganar. ‎

Es por eso que la guerra iniciada contra Libia se mantiene desde hace siete años, que la guerra ‎iniciada contra Iraq también se mantiene desde hace quince años y que la guerra contra Afganistán, iniciada hace diecisiete años, tampoco parece tener punto final. A pesar de los discursos, esos países ‎no han recobrado la paz desde que fueron agredidos por Estados Unidos. ‎

Lo mismo sucederá con Siria mientras Estados Unidos no abandone oficialmente la doctrina ‎Cebrowski. El presidente Donald Trump había anunciado su intención de poner fin a lo que ‎llamamos «el imperialismo estadounidense» y de volver a una forma diferente de hegemonía. ‎Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos en ese sentido, no parece lograrlo. ‎

No está claro aún si el reciente anuncio del secretario de Defensa James Mattis y del secretario ‎de Estado Mike Pompeo sobre la decisión estadounidense de restaurar la paz en Yemen en ‎un plazo de 30 días debe interpretarse como el fin de una iniciativa de Arabia Saudita o como ‎el fin de la doctrina Cebrowski.‎

El logo de la Hermandad Musulmana (los dos sables cruzados y el Corán ‎que se ven en esta imagen) se prohibió en Egipto debido a los crímenes cometidos ‎en nombre de la ideología de esa secta —exactamente como la cruz gamada, prohibida ‎en Rusia y en Europa occidental porque se asocia ese símbolo a los crímenes perpetrados ‎en nombre del nazismo. Sin embargo, en esta foto puede verse el logo de la Hermandad ‎Musulmana precisamente detrás del presidente egipcio Mohamed Morsi, sentado a la extrema ‎izquierda junto al Guía de la secta. Ese logo ha sido reemplazado últimamente por el gesto ‎de la mano que aquí realiza orgullosamente el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan.‎

Eliminar la ideología de los yijadistas
‎Lo sucedido en Siria ha sido presentado como una guerra civil. Pero se trata, ‎incuestionablemente, de un conflicto ideológico. Las dos principales consignas que se oían en las ‎manifestaciones de 2011 eran:‎ ‎—«¡Alá, Siria, libertad!» (la palabra «libertad» no se refería en este caso a la libertad política, ‎como se afirmó en Occidente, sino a «libertad» de poder aplicar la sharia) —y «¡Los cristianos a Beirut, los alauitas a la tumba!». ‎

El conflicto es de hecho mucho más profundo de lo que parece. Aquellas consignas iniciales ‎no se oponían a la República Árabe Siria ni a su presidente, Bashar al-Asad, sino a la esencia ‎misma de la civilización siria. Se trataba de echar abajo una sociedad multiconfesional ‎sin equivalente en el mundo para imponer el modo de vida que la Hermandad Musulmana exalta. ‎

Siria es una nación en la que cada cual es libre de practicar su propia religión sin interferir con ‎la práctica religiosa de los demás. Por ejemplo, la Gran Mezquita de los Omeyas —en Damasco, ‎la capital siria— es un santuario construido alrededor de la cabeza cercenada de San Juan Bautista ‎‎(o Juan el Bautista). Desde hace siglos, musulmanes, cristianos y judíos rezan juntos en ese lugar.

La Hermandad Musulmana no es un grupo religioso sino una asociación política. Está organizada ‎según el modelo de las logias masónicas europeas, a las que pertenecieron varios fundadores de ‎la Hermandad Musulmana. Sus miembros militan simultáneamente en partidos políticos y en grupos yijadistas. Absolutamente todos los jefes yijadistas —desde Osama bin Laden (el jefe de ‎al-Qaeda) hasta Abu Bakr al-Baghdadi (el Califa autoproclamado del Emirato Islámico o Daesh), ‎son o fueron miembros de la Hermandad Musulmana. ‎

La segunda parte del libro de Thierry Meyssan, «LA GRAN IMPOSTURA...», es hasta el ‎momento el único estudio sobre la historia internacional de la Hermandad Musulmana.

La ideología de la Hermandad Musulmana divide las acciones de las personas en dos categorías: ‎las acciones que —según esa secta— están autorizadas por Dios y las que están prohibidas por ‎el mismo Dios. El resultado de esa manera de ver las cosas es una ideología que divide el mundo en servidores y enemigos de Dios y que ‎empuja a los primeros a liquidar físicamente a los otros. ‎

Esa es la ideología que profesan tanto los predicadores sauditas —aunque ahora condenan la ‎Hermandad Musulmana y han optado por apoyar a la familia real— como los gobiernos de Turquía ‎y Qatar. Esa es además la ideología cuyos resultados hemos podido ver durante la guerra ‎en Siria y también en los atentados que los yijadistas han venido perpetrando en todo el mundo, ‎incluso en suelo de las potencias occidentales. ‎

Suponiendo que Estados Unidos esté verdaderamente dispuesto a permitir el restablecimiento de ‎la paz en Siria, esa paz sólo será realmente posible si la Asamblea General de la ONU —o ‎en su defecto el Consejo de Seguridad— condena explícitamente la ideología de la Hermandad ‎Musulmana. Eso tendría como consecuencia que la paz en Siria simplificaría grandemente la ‎situación en Libia, en Iraq y en Afganistán y ayudaría al debilitamiento del terrorismo ‎internacional. ‎

Es por lo tanto peligroso hablar de «amnistía general» cuando lo necesario es exponer y juzgar ‎los crímenes imputables a la ideología de la Hermandad Musulmana. Al término de la 2GM, los ideólogos y apologetas del nazismo fueron juzgados y hoy habría que juzgar a ‎quienes promovieron y divulgaron la ideología de la Hermandad Musulmana. Pero habría que ‎juzgarlos no como se hizo en Núremberg sino en el más estricto respeto del estado de derecho y ‎sin recurrir —como en Núremberg a la aplicación de textos retroactivos. Es importante entender ‎que no se trata de juzgar a individuos sino de entender una ideología y eliminarla por nociva. ‎

En 1945, la URSS —cuya heredera es la actual Rusia— se reconstruyó alrededor de una hazaña ‎común de los pueblos que la componían: la lucha contra la ideología racial del nazismo, o sea ‎la lucha por el principio de que todos los hombres son iguales y de que todos los pueblos ‎son dignos de respeto. Idénticamente, Siria sólo podrá reconstruirse alrededor de la lucha contra ‎la ideología de la Hermandad Musulmana, lucha basada en el principio de que todos los hombres ‎son iguales y de que todas las religiones merecen respeto. ‎

La Hermandad Musulmana tuvo en el pasado el respaldo del Reino Unido, apoyo que aún recibe ‎hoy en día. Ese respaldo británico ‎hará imposible juzgar a sus líderes pero lo más importante es exponer públicamente la verdadera ‎naturaleza de sus ideas y dar a conocer los crímenes que esas ideas han provocado y siguen ‎provocando directamente.

Conclusión
‎Al final de cualquier guerra siempre hay vencedores y vencidos. Esta guerra, en particular, ‎ha destruido gran cantidad de vidas, no sólo en Siria sino también en Francia y Bélgica, así ‎como en China y Rusia, y en muchos países más. La paz en Siria debe planearse no sólo ‎en función de las realidades locales sino también de los crímenes que los yijadistas perpetraron ‎en otros países. ‎

No podemos perder de vista que los 124 países que se autoproclamaron «Amigos de Siria», ‎aunque han perdido esta guerra en el plano militar, actuaron a través de mercenarios y sin sufrir ‎pérdidas militares en sus propios territorios. Por consiguiente, no están dispuestos a aceptar su ‎derrota y sólo buscan esconder sus propias responsabilidades en los crímenes cometidos. ‎

Sólo habrá paz en Siria si se condena la ideología de la Hermandad Musulmana, pero sin esa ‎condena esta guerra continuará en otros países. ‎

Fuente: http://www.voltairenet.org/article203742.html

Zoya, la leyenda más terrible de Samara

Como bien me enseñaron Canales, Callejo y Cebrián, la mayoría de leyendas y mitos consiguen mantenerse en el recuerdo colectivo cuando contienen algún tipo de enseñanza o lección que permanezca vigente y continúe siendo de utilidad para la sociedad que la transmite. En el caso de las leyendas urbanas, fijadas a un espacio físico y a un tiempo concretos, no suele ocurrir. Normalmente, su formato suele ser el de un cuento más o menos de terror que pervive unos decenios.

El caso de la leyenda de Zoya es una de las excepciones: un hecho ocurrido en Samara en los años 50 que se extendió por todo el país y cuyo relato continúa vigente hasta el día de hoy. Puede que la razón principal por la que esta historia se siga contando y creando fascinación es porque contiene, más allá de una enseñanza, una terrible advertencia. Conozcamos la misteriosa historia de la venganza del icono de San Nicolás...

Zoya, la leyenda más terrible de Samara

«Pues si no está mi Nicolás, ¡bailaré con este otro!»

Al poco de llegar a Samara, donde acabaría viviendo más de diez años, empecé a sentir una fascinación brutal por aquel entorno. Según muchos locales, esta ciudad del Volga está ubicada en un territorio cuyas extrañas energías han marcado siempre el destino de sus habitantes. Me sorprendió mucho la cantidad de misterios que guardaba mi nuevo hogar. Uno de ellos me pareció particularmente extraño, ocurrió a mediados del siglo pasado y absolutamente toda la gente que me cruzaba en Samara conocía aquel misterio, y les gustaba narrarlo...

En el #84 de la calle Chkalova vivía una mujer madura llamada Claudia Bolokina. Su hijo había invitado a varios amigos a pasar la última noche de 1955 con ellos. Entre los invitados se encontraba Zoya Karnaújova. La joven esperaba reunirse esa Nochevieja con un chico llamado Nicolás que había conocido recientemente.

el #84 de la calle Chkalova

Todos los presentes en la fiesta estaban emparejados y Zoya permanecía un poco al margen esperando a su cita, que llegaba tarde. Cuando comenzaron a bailar algunas de las parejas, la joven dijo en voz alta: «Pues si no está mi Nicolás, ¡bailaré con este otro!», y se dirigió a un rincón de la sala donde había un pequeño altar con iconos, entre ellos el de San Nicolás de Bari. Varios jóvenes de la casa se sorprendieron y le espetaron: «Zoya, ¡eso es un pecado!», a lo que ella respondió: «Pues, si hay un Dios... ¡que me castigue!». 

Icono de San Nicolás de Bari

La joven tomó el icono y se lo acercó al pecho. A continuación, se acerco al grupo de jóvenes que bailaba y, de repente, sus movimientos cesaron, se había quedado totalmente petrificada. Los chicos intentaron hacerle reaccionar, pero Zoya no hacía el más mínimo movimiento. A duras penas lograron moverla unos centímetros del lugar donde se había detenido. Como una estatua de mármol, su cuerpo se erguía inmóvil en mitad de la estancia, aferrado al icono. El único signo de vida que mostraba era el latido de su corazón.

Aquella noche se extendió por toda la ciudad el relato del supuesto hecho con los típicos adornos y añadidos incluidos: La policía tenía miedo a acercarse a la petrificada Zoya, los médicos no encontraban solución, las agujas se rompían sin llegar a atravesar la piel de la joven. Todas las versiones contaron que hasta la casa acudieron varios sacerdotes que no pudieron hacer nada; y todos los relatos coinciden en que horas después apareció en el lugar un hieromonje. Se cuenta que este personaje, de apellidos cambiantes y del que no quedó registro en los archivos eclesiásticos, tomó el icono de las manos de Zoya y vaticinó que en Pascua dejaría de ser la estatua en la que se había convertido. Y, según el relato, así lo hizo:

Tras permanecer en esa posición durante 128 días, tres jornadas después del Domingo de Resurrección, la joven abandonó su letargo cayendo secamente al suelo. La joven Zoya había fallecido...

Para muchos amigos que suelen preguntarme cómo Rusia ha pasado en tan poco tiempo de ser un país ateo a convertirse en una nación volcada en la fe ortodoxa, esta leyenda les puede servir para comprobar que no fue exactamente eso lo que pasó y que muchos rusos se sentían culpables por haber dejado de lado la ortodoxia cristiana.

Puede sorprender a algunos que unos jóvenes educados en el país de los soviets se ofendieran así ante una blasfemia, pero tanto eso como la presencia de un lugar de oración discretito dentro de la casa no era nada extraño en aquellos años. El cristianismo ruso seguía siendo una parte intrínseca de la cultura y modo de pensar de los continuadores de la fe bizantina. Los rusos no tardarían más de 30 años en sacar a la calle aquellas cruces que habían besado a escondidas durante tantos años.

Lo que me sorprendió mucho de la historia fue descubrir hasta qué punto traspasó las fronteras de aquella región. Casi todo el país acabó conociendo el hecho en pocos días. De poco sirvieron las declaraciones de Mikhail Yefremov, Primer Secretario del Comité del Partido Comunista de Kuybyshev (Samara en época soviética), en las que decía que Claudia, para deshonra de la nación soviética, había salido en plena noche a la calle a decir tonterías y muchos crédulos habían dado pábulo a aquella ridícula historia. Las páginas del MK de Moscú recogieron sus nerviosas palabras, y no hay nada mejor para mantener vivo una mito que alguien interesado trate de negarlo. La leyenda de la «chica petrificada» acabaría echando raíces en toda la URSS.

Mikhail Yefremov, el típico idiota comunista. Sectario y dogmático hasta la náusea

Es posible que a ello ayudara además la propia iglesia. Aunque la historia de Zoya dentro de mucho tiempo deje de ser conocida por una buena parte de los rusos, la permanencia del relato está asegurada al pasar de leyenda a milagro semioficial para los ortodoxos. Aunque un poco más tétrico, este prodigio es para los creyentes uno más de los cientos obrados por Nicolás de Bari. Este santo, que dio origen a la leyenda de Santa Claus, fue muy importante en el cristianismo primitivo bizantino y eslavo, e incluso fue considerado en algunas tradiciones místicas más que un santo; en alguno casos, una expresión de la divinidad y parte de la Santísima Trinidad.
En lo que sí coincide toda la cristiandad es en adjudicar a Nicolás de Bari muchas hechos milagrosos, como la salvación de marinos, la constante ayuda a parejas jóvenes que lo popularizó, e incluso alguna resurrección. Después de muerto, continuaría haciendo de las suyas, apareciéndose y protegiendo a niños en los bombardeos en Bari durante la 2GM, por ejemplo. Y no solo su espíritu sino también su icono es origen de muchísimas leyendas en toda Rusia. Una de ellas cuenta que en 1812 su imagen, colocada en la torre del Kremlin que lleva su nombre (Nikólskaya),  permanecería intacta bajo el fuego de los cañonazos del ejercito napoleónico. Con este historial, no es de extrañar que su icono sea uno de los más reverenciados en toda Rusia 

Torre de San Nicolás

Junto a la casa donde teóricamente aconteció este milagro, se instaló un monumento a San Nicolás en 2009. Durante la ceremonia de inauguración, el obispo metropolitano de Samara, Sergiy, comentó que «...a menudo los hombres pueden llegar a perder la cabeza de tal modo que es requerida una fuerza superior que los detenga en su error. Por ello, el milagro de Nicolái no debe interpretarse como un castigo de Dios, sino como una muestra de su amor por nosotros». Junto al pequeño altar, las flores no faltan.

Junto a la casa donde teóricamente aconteció este milagro, se instaló un monumento a San Nicolás en 2009

Si visitas Samara y quieres encontrar la casa, no te fíes demasiado de las indicaciones que te puedan dar. La gente suele confundir el lugar del suceso con la casa de madera de dos pisos que está junto al monumento. La casa de Claudia Bolokina, la número 86, está una línea por detrás de la calle. Desafortunadamente, sufrió un incendio hace unos años  y se mantiene a duras penas en pie.

Aunque este lugar mítico acabe cayendo más pronto que tarde, esperemos que no lo haga la tenebrosa leyenda de Zoya, que dejó su impronta en cada habitante de una de las ciudades más divertidas y misteriosas de este sorprendente país.

LA «RUTA DE LA SEDA» E ISRAEL

China sigue adelante con su proyecto de «Nueva Ruta de la Seda». El vicepresidente chino, Wang Qishan, inició una gira por el Medio Oriente, con una estancia de 4 días en Israel. Según los acuerdos ya firmados, de aquí a 2 años China controlará la mayor parte del mercado agroalimentario israelí, así como la alta tecnología y los intercambios internacionales de Israel. El paso siguiente debería ser la conclusión de un acuerdo de libre comercio. Todo eso modificará radicalmente la geopolítica regional.

La gira del vicepresidente chino Wang Qishan por Israel, Palestina, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos apunta a desarrollar la «Nueva Ruta de la Seda».

En el otoño de 2013, China hizo público su proyecto de creación de vías de comunicación marítimas y principalmente terrestres a través del mundo. Asignó a ese proyecto sumas colosales y comenzó a concretarlo a toda velocidad. Los principales ejes pasan por Asia o por Rusia hacia el oeste de Europa. Pero China prevé también la creación de rutas de transporte a través de África y Latinoamérica.

Firma de la concesión del puerto israelí de Haifa al Shanghai International Port Group

Los obstáculos a la «Nueva Ruta de la Seda»
El proyecto chino tiene ante sí dos obstáculos: uno es de índole económica y el otro de carácter estratégico.

Desde el punto de vista chino, el objetivo de este proyecto es exportar los productos chinos siguiendo el modelo de la «Ruta de la Seda» que, desde el siglo II hasta el siglo XV, conectó China con Europa a través del valle de Ferganá y de territorios de Irán y Siria. En aquellos tiempos, los productos se transportaban de ciudad en ciudad y en cada etapa se intercambiaban unos productos por otros, según las necesidades de los comerciantes locales. Hoy en día la intención de China es vender sus productos directamente en Europa y en el resto del mundo.

Antaño el valle perteneció al janato de Kokand, hoy se reparte entre Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán.

Pero ya no se trata de productos exóticos (sedas, especias, etc.) sino de productos idénticos a los que fabrican los europeos y a menudo de superior calidad. La ruta comercial se convierte así en autopista. Marco Polo se enamoró de las variedades de seda que descubrió en el Extremo Oriente, incomparablemente superiores a las que podía encontrar en Italia, pero hoy Angela Merkel tiembla de temor ante la posibilidad de ver la industria automovilística alemana aplastada por sus competidores chinos. O sea, los países desarrollados van a tener que comerciar con China y, al mismo tiempo, tratar de proteger sus propias industrias del impacto económico.

Al exportar masivamente su producción, China ocupará en el comercio mundial el lugar que el Reino Unido ocupó, inicialmente en solitario y más tarde junto a Estados Unidos, desde la época de la Revolución Industrial. Fue precisamente para conservar esa supremacía que Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt firmaron la Carta del Atlántico y que Estados Unidos se incorporó a la 2GM. Por consiguiente, es probable que los anglosajones no vacilen en recurrir a la fuerza militar para obstaculizar el proyecto chino, como ya lo hicieron en el pasado ante los proyectos de alemanes y japoneses.

En todo caso, el Pentágono publicó en 2013 el plan Wright, que preveía la creación de un nuevo Estado en territorios de Iraq y Siria para bloquear la ruta de la seda entre Bagdad y Damasco. Esa era la misión encomendada al Emirato Islámico (Daesh), así que China ha modificado el trazado de su ruta. Pekín ha decidido finalmente hacerla pasar por Egipto y, para hacerlo posible, invirtió en la ampliación que multiplicó por dos la capacidad de tránsito a través del Canal de Suez y en la creación de una gran zona industrial a 120 kilómetros de El Cairo. Para garantizar el bloqueo del proyecto chino, el Pentágono organizó también una «revolución de color» en Ucrania, como modo de cortar el tramo europeo de la ruta, y ha venido estimulando desórdenes en Nicaragua para impedir la construcción a través de ese país de un nuevo canal interoceánico que comunicaría las aguas del Pacífico con las del Atlántico.

A pesar del volumen sin precedente de las inversiones chinas en la Nueva Ruta de la Seda, es importante recordar que, en el siglo XV, China llegó a crear una gigantesca flota para garantizar la seguridad de sus rutas marítimas. El almirante chino Zheng He, conocido como «el eunuco de las Tres Joyas», combatió a los piratas de Sri Lanka, construyó pagodas en Etiopía e hizo personalmente el peregrinaje a La Meca. Sin embargo, cuando Zheng He regresó a China, el emperador canceló el proyecto y ordenó quemar la flota. China se replegó entonces sobre sí misma, precedente que indica que no se debe considerar que, desde el punto de vista chino, el éxito del proyecto pueda darse por sentado.

En el pasado reciente, China se implicó en el Medio Oriente sólo con la intención de adquirir el petróleo que necesitaba. En Iraq, China construyó refinerías, destruidas por los yijadistas del Emirato Islámico (Daesh) y por las tropas de las potencias occidentales que simulaban luchar contra esos terroristas. Pekín se convirtió también en el principal comprador del petróleo de Arabia Saudita, donde construyó el gigantesco complejo petrolero de YASREF, a un costo de 10.000 millones de dólares.

Israel y la Nueva Ruta de la Seda
Los vínculos entre Israel y China datan del mandato del primer ministro israelí Ehud Ólmert, cuyos padres se instalaron en Shanghai luego de haber huido de los nazis. Ólmert, predecesor de Benyamin Netanyahu en el cargo de primer ministro, había tratado de establecer fuertes relaciones con Pekín. Pero sus esfuerzos se vieron neutralizados por su propio empeño en respaldar a uno de los grupos de piratas somalíes a los que Estados Unidos había confiado la tarea de obstaculizar el tráfico marítimo de los cargueros rusos y chinos a la salida del Mar Rojo. Aquello estuvo a punto de provocar un gravísimo escándalo. Finalmente, China fue autorizada a abrir una base naval en Yibuti y Ehud Ólmert fue separado de la vida política.

Ólmert trabajando para Israel

Desde 2016, China venía negociando con Israel un tratado de libre comercio. En ese contexto, el Shanghai International Port Group compró la concesión de explotación de los puertos de Haifa y Asdod. Eso implica que, en 2021, China controlará el 90% del intercambio comercial de Israel. La transnacional china Bright Food ya adquirió el 56% de la cooperativa Tnuva, que agrupa a los productores de los kibutz, y podría incluso aumentar su participación en ella, de manera que China controlará gran parte del mercado agrícola israelí. Por otra parte, Jack Ma, el célebre fundador del sitio de ventas online Alibaba, estuvo en Tel Aviv como miembro de la delegación oficial china y no ocultó su intención de comprar numerosas empresas emergentes israelíes para obtener acceso a su alta tecnología.

Asdod

Tnuva

El sector del armamento ha sido el único ámbito de la economía israelí en mantenerse fuera del alcance del apetito chino. En septiembre, el profesor israelí Shaul Horev organizó en la universidad de Haifa —con ayuda del Hudson Institute estadounidense— una conferencia para alertar a los generales del Pentágono sobre las consecuencias de las inversiones chinas. Los expositores señalaron sobre todo que esos contratos exponen el país a un espionaje intensivo, dificultan el uso de los puertos israelíes por parte de los submarinos estadounidenses capaces de lanzar misiles nucleares y los vínculos de Israel con la Sexta Flota de Estados Unidos.

El ex director del Mosad, Ephraim Halevy, cuya vinculación con Estados Unidos es harto conocida, subrayó que el Consejo de Seguridad Nacional nunca deliberó sobre esas inversiones, decididas únicamente en función de aprovechar una oportunidad comercial. La interrogante que habría que plantearse es si Washington autorizó o no ese acercamiento entre Tel Aviv y Pekín.

No debemos equivocarnos sobre las razones que permitieron a China abrir una base militar en Yibuti y parece poco probable que Pekín haya concluido con Washington algún acuerdo secreto sobre esta nueva trayectoria de la ruta de la seda. Por supuesto, a Estados Unidos no le importa que se produzca un derrumbe económico de la Unión Europea. Pero, a largo plazo, China y Rusia van a verse obligadas a ponerse de acuerdo para protegerse de las potencias occidentales. La Historia ha demostrado fehacientemente que estas últimas han hecho todo lo posible —y siguen haciéndolo— por desmantelar a los dos gigantes. Por consiguiente, aunque una alianza entre China y Estados Unidos sería en lo inmediato favorable a Pekín, a la larga acabaría conduciendo a la eliminación sucesiva de Rusia y de la propia China.

Los acuerdos entre China e Israel hacen pensar más bien que, como dijera Lenin, «los capitalistas han vendido la cuerda que servirá para colgarlos».