EL PROYECTO MILITAR ESTADOUNIDENSE PARA EL MUNDO.

Aunque todos los expertos concuerdan en que los acontecimientos en Venezuela siguen el mismo modelo que los de Siria, hay quienes cuestionan el anterior artículo de Thierry Meyssan sobre las interpretaciones divergentes de esos hechos en el campo antiimperialista. Este artículo responde a esas dudas. Pero no se trata aquí de una simple querella entre especialistas sino de un debate de fondo sobre el viraje histórico que estamos viviendo desde el 11 de septiembre de 2001 y que afecta las vidas de todos los que habitamos este planeta.


Este artículo es la segunda parte de: «Interpretaciones divergentes en el campo antiimperialista», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 15 de agosto de 2017.

En la primera parte de este artículo subrayé que el presidente sirio Bashar al-Asad es en este momento la única personalidad que ha sabido adaptarse a la nueva «gran estrategia estadounidense», mientras que las demás siguen pensando como si los conflictos que hoy se desarrollan fuesen similares a los que ya vimos desde el final de la 2GM. Siguen interpretando los acontecimientos como intentos de Estados Unidos para derrocar gobiernos como medio de acaparar los recursos naturales para sí mismo.

Pienso, y voy a explicarlo aquí, que esa interpretación es errónea y que ese error puede sumir la humanidad en un verdadero infierno.


El pensamiento estratégico estadounidense

Hace 70 años que los estrategas estadounidenses sufren una obsesión que no tiene nada que ver con la defensa de su pueblo. Lo que les obsesiona es mantener la superioridad militar de Estados Unidos sobre el resto del mundo. Durante el decenio transcurrido entre la disolución de la URSS y los atentados del 11 de septiembre de 2001, estuvieron buscando diferentes maneras de intimidar a todo el que se resistía a la dominación estadounidense.

Harlan K. Ullman desarrollaba la idea de aterrorizar a los pueblos asestándoles golpes brutales (Shock and awe o «shock y pavor»). Se trataba, idealmente, de algo como el uso de la bomba atómica contra los japoneses. Eso se concretó, en la práctica, bombardeando Bagdad con una lluvia de misiles crucero.

Los discípulos del filósofo Leo Strauss soñaban con librar y ganar varias guerras a la vez (Full-spectrum dominance o «dominio en todos los sentidos»). Vimos entonces las guerras contra Afganistán e Iraq, que se desarrollaron bajo un mando común.

El almirante Arthur K. Cebrowski predicaba que había que reorganizar los ejércitos de Estados Unidos de manera tal que fuese posible procesar y compartir una multitud de datos de forma simultánea. Eso haría posible algún día el uso de robots capaces de indicar instantáneamente las mejores tácticas. Como veremos más adelante, las profundas reformas que el almirante Cebrowski inició no tardaron en producir frutos… venenosos.


El pensamiento neo-imperialista estadounidense

Esas ideas y obsesiones primeramente llevaron al presidente George W. Bush y la US Navy a organizar el más extenso sistema internacional de secuestro y tortura, que contó 80.000 víctimas. Posteriormente, llevaron al presidente Obama a poner en marcha todo un aparato para perpetrar asesinatos, principalmente mediante el uso de drones pero también recurriendo a comandos armados. Ese sistema opera en 80 países y dispone de un presupuesto anual de 14.000 millones de dólares.

A partir de los hechos del 11 de septiembre de 2001, el asistente del almirante Cebrowski, Thomas P.M. Barnett, impartió en el Pentágono y en las academias militares estadounidenses numerosas conferencias anunciando lo que sería el nuevo mapa del mundo según el Pentágono. Ese proyecto se ha hecho posible debido a las reformas estructurales realizadas en los ejércitos estadounidenses, reformas en las que se percibe una nueva visión del mundo. El proyecto en sí parecía tan descabellado que los observadores extranjeros lo consideraron, apresuradamente, sólo una forma de retórica más entre tantas otras tendientes a sembrar el miedo en los pueblos que Estados Unidos pretende dominar.

Barnett afirmaba que, para mantener su hegemonía mundial, Estados Unidos tendría que dividir el mundo en dos partes. Quedarían de un lado los Estados estables (los miembros del G8 y sus aliados) y del otro lado estaría el resto del mundo, considerado simplemente como un «almacén» de recursos naturales. Barnett se diferenciaba de sus predecesores en un punto fundamental: ya no consideraba que el acceso a esos recursos fuese crucial para Washington sino que afirmaba que los Estados estables sólo tendrían acceso a esos recursos recurriendo a los ejércitos estadounidenses. Para eso habría que destruir sistemáticamente toda la estructura estatal en los países que serían parte de ese «almacén» de recursos, de manera que nadie pudiese oponerse en ellos a la voluntad de Washington, ni tampoco tratar directamente con los Estados estables.

En su discurso de enero de 1980 sobre el Estado de la Unión, el presidente Carter enunció su doctrina: Washington consideraba el acceso al petróleo del Golfo para garantizar el abastecimiento de su propia economía como una cuestión de seguridad nacional. El Pentágono creó entonces el CentCom para controlar esa región. Sin embargo, Washington está sacando actualmente menos petróleo de Iraq y de Libia que antes de las guerras contra esos países… ¡pero no le importa!

La destrucción de las estructuras estatales equivale a regresar a los tiempos del caos, concepto ya enunciado por Leo Strauss pero al que Barnett confiere un sentido nuevo. Para el filósofo judío Leo Strauss, después del fracaso de la República de Weimar y el Holocausto, el pueblo judío no puede seguir confiando en las democracias, así que la única vía que le queda para protegerse de un nuevo nazismo es instaurar su propia dictadura mundial: claro, ¡en aras del Bien! Para eso tendrá que destruir algunos Estados que oponen resistencia, hacerlos retroceder a la era del Caos y reconstruirlos según nuevas leyes.

Eso corresponde con lo que decía Condoleezza Rice durante los primeros días de la agresión de 2006 contra el Líbano, cuando aún parecía que Israel saldría victorioso:
«No veo el interés de la diplomacia si es para volver al estatus quo anterior entre Israel y el Líbano. Creo que sería un error. Lo que aquí vemos es, en cierta forma, el comienzo, las contracciones del nacimiento de un nuevo Medio Oriente y, hagamos lo que hagamos, tenemos que estar seguros de que avanzamos hacia el nuevo Medio Oriente y de que no volvemos al antiguo».
Para Barnett, sin embargo, habría que hacer retroceder a la era del Caos no sólo a los pueblos que oponen resistencia sino a todos los países que no han alcanzado cierto nivel de vida. Y cuando estén sumidos en el Caos… habrá que mantenerlos en él.

La influencia de los seguidores de Leo Strauss ha disminuido en el Pentágono después del fallecimiento de Andrew Marshall, creador del «giro hacia Asia».

Una de las grandes rupturas entre el pensamiento de Barnett y lo que pensaban sus predecesores reside en que Barnett piensa que no hay que desatar guerras contra tal o cual país por razones políticas sino contra regiones enteras del mundo porque no están integradas al sistema económico global. Por supuesto, siempre habrá que empezar por un país en particular, pero se hará favoreciendo la extensión del conflicto, hasta destruirlo todo… como en el Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente). En este momento sigue la guerra, incluso con despliegue de blindados, tanto en Túnez, Libia, Egipto (en el Sinaí), Palestina, Líbano (en Ein el-Jilue y Ras Baalbek), como en Siria, Iraq, Arabia Saudita (en la ciudad de Qatif), Baréin, Yemen, Turquía (en Diyarbakır) y Afganistán.

Es por eso que la estrategia neoimperialista de Barnett tendrá que apoyarse obligatoriamente en ciertos elementos de la retórica de Bernard Lewis y de Samuel Huntington, la «guerra de civilizaciones». Pero como será imposible justificar que permanezcamos indiferentes ante las desgracias de los pueblos de los países condenados a ser parte del «almacén» de recursos naturales, habrá que convencernos de que nuestras civilizaciones son incompatibles.

Según este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono, los Estados de todos los países incluidos en la zona más oscura deben ser destruidos. Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de los recursos naturales. Después de destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con los Estados en los países del noroeste de Latinoamérica.


La aplicación del neo-imperialismo estadounidense

Esa exactamente es la política que ha venido aplicándose desde el 11 de septiembre de 2001. No se ha terminado ninguna de las guerras desatadas desde entonces. Desde hace 16 años, las condiciones de vida de los afganos son cada día más terribles y peligrosas. La reconstrucción del Estado que alguna vez tuvieron, reconstrucción que supuestamente seguiría el modelo aplicado en Alemania o Japón al término de la 2GM, nunca llegó concretarse. La presencia de las tropas de la OTAN no mejoró la vida de los afganos que, por el contrario, se deterioró aún más. Todo indica que esa presencia militar de la OTAN es actualmente la causa del problema. A pesar de todos los discursos que alaban la ayuda internacional, las tropas de la OTAN sólo están en Afganistán para mantener y agravar el caos.

No hay un solo caso de intervención de la OTAN en que los motivos oficiales de la guerra hayan resultado ciertos. No fue cierta la justificación oficial de la guerra contra Afganistán (motivo invocado: una supuesta responsabilidad de los talibanes en los atentados del 11 de septiembre de 2001), como tampoco lo fue en la guerra contra Iraq (motivo invocado: un supuesto respaldo del presidente Sadam Husein a los terroristas del 11 de septiembre y la preparación de armas de destrucción masiva que planeaba utilizar contra Estados Unidos), ni en Libia (supuesto bombardeo del ejército libio contra su propio pueblo), ni en Siria (dictadura del presidente Asad y de la secta de los alauitas). Y en ningún caso el derrocamiento de un gobierno ha puesto fin a la guerra. Todas esas guerras se mantienen hoy en día, sin importar la tendencia o el grado de sumisión de los dirigentes en el poder.

Las «primaveras árabes», si bien son fruto de una idea del MI6 que sigue el modelo de la «revuelta árabe» de 1916 y de las hazañas de Lawrence de Arabia, fueron incorporadas a la misma estrategia de Estados Unidos. Túnez se ha convertido en un país ingobernable. En Egipto, donde el ejército nacional logró recuperar el control de la situación, el país está tratando poco a poco de levantar cabeza. Libia se ha convertido en un campo de batalla, no desde que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó su resolución llamando a proteger la población libia sino después del asesinato de Muamar el Gadafi y la victoria de la OTAN.

Siria es un caso excepcional ya que el Estado nunca pasó a manos de la Hermandad Musulmana y que esta no ha logrado imponer el caos en todo el país. Pero numerosos grupos yijadistas, vinculados precisamente a esa cofradía, lograron controlar —y todavía controlan— partes del territorio nacional, instaurando en ellas el caos. Ni el califato del Emirato Islámico (Daesh), ni Idlib bajo al-Qaeda, constituyen Estados donde el islam pueda florecer. Son sólo zonas de terror sin escuelas ni hospitales.

Es probable que gracias a su pueblo, a su ejército y a sus aliados rusos, libaneses e iraníes, Siria logre escapar al destino que Washington había diseñado para ella. Pero el Medio Oriente ampliado seguirá siendo pasto del fuego hasta que los pueblos entiendan los planes de sus enemigos.

Ahora vemos como el mismo proceso de destrucción se inicia en el noroeste de Latinoamérica. Los medios de difusión occidentales hablan con desdén de los desórdenes en Venezuela, pero la guerra que así comienza no habrá de limitarse a ese país. Se extenderá a toda esa región, a pesar de que son muy diferentes las condiciones económicas y políticas de sus países.


Los límites del neo-imperialismo estadounidense

A los estrategas estadounidenses les gusta comparar el poder de Estados Unidos al del Imperio romano. Pero los romanos aportaban seguridad y opulencia a los pueblos que conquistaban y los incorporaban a su imperio. El Imperio romano construía monumentos y racionalizaba las sociedades de esos pueblos. El neo-imperialismo estadounidense no tiene intenciones de aportar nada, ni a los pueblos de los Estados estables, ni a los de los países incluidos en el «almacén» de recursos naturales. Lo que tiene previsto es extorsionar a los primeros y destruir los vínculos sociales en los que se sustenta la unión nacional de los segundos. Ni siquiera le interesa exterminar a estos últimos sino hacerlos sufrir para que el caos en el que viven convenza a los Estados estables de que para ir a buscar los recursos que necesitan tienen que contar con la protección de los ejércitos estadounidenses.

El Imperio romano, y sus límites

El proyecto imperialista consideraba hasta ahora que «no se puede hacer la tortilla sin romper los huevos», o sea, admitía que tiene que cometer masacres colaterales para extender su dominación. En lo adelante, lo que planifica son masacres generalizadas para imponer definitivamente su autoridad.

El neo-imperialismo estadounidense implica que los demás Estados del G8 y sus aliados acepten que la «protección» de sus intereses en el extranjero quede en manos de los ejércitos de Estados Unidos. Ese condicionamiento no constituye un problema para la Unión Europea, ya sometida desde hace mucho a la voluntad del amo estadounidense, pero plantea una dura discusión con el Reino Unido y será imposible que Rusia y China la acepten.

Recordando su «relación especial» con Washington, Londres ya exigió participar como socio en el proyecto estadounidense para gobernar el mundo. Fue ese el sentido del viaje de Theresa May a Estados Unidos, en enero de 2017, pero quedó sin respuesta.

Es además inconcebible que los ejércitos de Estados Unidos garanticen la seguridad de las «rutas de la seda», como hoy lo hacen —junto a las fuerzas británicas— con las vías marítimas y aéreas que utiliza Occidente. Es también inimaginable que Rusia acepte ahora ponerse de rodillas, después de su exclusión del G8, debido a su implicación en Siria y en Crimea.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article197560.html

CÓMO RECONOCER UNA OPERACIÓN DE BANDERA FALSA


En el artículo de hoy veremos cuales son las características comunes de las operaciones de falsa bandera, situaciones como que a los terroristas se les «caiga» el DNI, que siempre estén fichados por la policía pero nunca sean detenidos, así como otros aspectos sospechosos. Un operación de falsa bandera es un atentado perpetrado por el gobierno contra su propia población para culpar a un colectivo concreto y así poder llevar a cabo su política geoestratégica como empezar una guerra contra un país extranjero o aplicar leyes reduciendo los derechos individuales de la población para coartar su libertad. Se suelen valer de un cabeza de turco para justificar todas esas medidas extraordinarias que nunca serían aceptadas en una situación normal.


Comic book death: El terrorista siempre muere

Una de los hechos más característicos de los atentados islámicos es que el terrorista siempre muere: o bien se inmola (en este caso es normal que muera) o bien es abatido por la policía al poco de entrar en el edificio. Una cosa está clara, nunca consiguen detenerlo de forma que pueda ser interrogado y confiese quiénes son sus cómplices, cómo ha conseguido las armas, cómo ha podido saltarse los controles de seguridad, gracias a quién han llegado a Europa…

Pero los terroristas no es ya que mueran, sino que se «volatilizan». Cuando vemos las imágenes el terrorista siempre está muerto y acribillado a balazos. Jamas le vemos disparando o poniendo la bomba en el lugar del crimen, o en el momento donde es abatido. Es una muerte de cómic o comic book death, donde el archienemigo explota o se desaparece sin dejar rastro.


El DNI que se pierde

El DNI que «accidentalmente» se cae en plena escena del crimen es uno de los hechos más sorprendentes de los atentados, tanto, que yo diría es el único hecho que llama la atención al ciudadano medio, habituado normalmente a creerse la versión oficial por inverosímil que parezca.

Básicamente consiste en que unos terroristas islámicos, los cuales han sido capaz de saltarse todos los controles de seguridad, que han recibido entrenamiento militar, que son capaces de entrar en el edificio y acribillar  a todos los allí presentes y luego en la huida… se «olvidan» el DNI. ¿Es creíble que unos terroristas que lo tienen todo preparado al detalle se les olvide el DNI? Es más, el DNI no lo encuentran en su casa, o en alguna esquina tirada en el suelo, no, ¡lo encuentran en la misma escena del crimen!

Ejemplos de ello tenemos el atentado de Charlie Hebdo, donde a los terroristas se les «olvidó» el DNI en su mismo coche, o el pasaporte de uno de los terroristas suicidas del 11-S que un policía «casualmente» encontró en el suelo (supuestamente el pasaporte salió volando del avión al chocar contra las torres gemelas), otro DNI encontrado en el atentado de la discoteca Bataclan en Paris, o el más reciente, el atentado en el mercado de Navidad en Berlín donde ¡encontraron el DNI del terrorista en el camión!. ¿Es que a nadie más le parece raro? De todas las cosas que uno puede perder, un arma, un cargador, las llaves… va y se les olvida el DNI, el único documento capaz de identificarles. 

El motivo subyacente no es otro que culpar a un cabeza de turco (nunca mejor dicho), en este caso un musulmán delincuente de poca monta, dejando los servicios secretos el DNI en la escena del crimen tras haber cometido un atentado de falsa bandera.

P.D.: En el atentado de Berlín de 2016, se comenta que la policía alemana dejó intencionadamente el DNI del sospechoso en el camión para poder incriminarle, y así evitar decir cómo supieron que él era el terrorista. Esto es, que la policía monitoriza por medios no convencionales a presuntos terroristas y para no rebelar sus fuentes dejan el DNI en la escena del crimen. Tiene cierto sentido, pero bien podría ser una excusa después de que las «perdidas» de DNI se hayan convertido en tan frecuentes y obvias que hasta el ciudadano medio se ha empezado a hacer preguntas.

Lo que nos lleva al siguiente punto…


El terrorista siempre está fichado

Otro dato extraño que sale a relucir tras los atentados es que la policía o los servicios secretos siempre tenían fichado al terrorista, que estaba en una base de datos de musulmanes radicalizados o peligrosos, y que le llevaban siguiendo la pista los últimos años. La pregunta que nos hacemos es ¿por qué no lo detuvieron antes? Si realmente estaba fichado y era potencialmente peligroso no sería mejor deportarlo a su país de origen o al menos interrogarlo?


Hermanos Koauchi, autores del atentado contra Charlie Hebdo. Fichados por la policía y los servicios secretos. ¡Da miedo verlos! Desde luego si es verdad que existe la reencarnación, deben ser almas muy nuevas, seres primitivos que todavía tienen que reencarnarse una y otra vez para alcanzar un mínimo de humanidad. Aunque si estos son primitivos, los que están promoviendo la inmigración musulmana en Europa, son demonios... 


Las élites siempre salen indemnes
Después de haber declarado la guerra a Occidente, resulta que los terroristas nunca atacan a las élites económicas o militares del país. Si bien es cierto que estas personas están mucho mejor protegidas que el resto, siempre se les suele ver en eventos públicos o paseando a plena luz del día. Curiosamente los jefes de las empresas de lobbies armamentísticos, los políticos que declararon la guerra a Iraq o cualquier pez gordo nunca son atacados, sino que los asesinados son siempre civiles inocentes sin ninguna relación con las acciones de su gobierno. Este tema es dudoso pues el modus operandi de los grupos terroristas es muy variado y al ser asesinos despiadados les da igual a quién matar, ya que todos son «infieles». Pero curiosamente las élites, que se han lucrado con las guerras y desestabilización de Oriente Medio, siempre salen indemnes, y nunca son dañados edificios militares o estatales de valor estratégico.

Tony Blair, George Bush y José María Aznar cuando declararon la guerra a Iraq sin aval de la ONU (Foto: Efe)

Alta carga emocional

Otro hecho sospechoso es que el atentado tenga una alta carga emocional que nos haga sentir un intenso asco por los terroristas y por la religión que profesan. Por supuesto todo asesinato produce repulsión, pero yo hablo de actos de crueldad que crean una emotividad intensa que nuble la mente e impida pensar de forma racional. El ejemplo más claro es el atentado de Berlín de 2016, atropellando a familias que visitaban un mercado, o el tiroteo de San Bernardino en USA contra un centro de discapacitados.

Sacude a EU masacre en centro de discapacitados

Cui bono? (A quién beneficia)

Cui bono, es una frase latina que significa ¿A quién beneficia?, es un principio del Derecho Romano usado para determinar la autoría de un crimen preguntándose a quiénes beneficiaría su resultado. Es un principio usado en criminalística y otros campos, y es una buena forma deductiva para detectar una operación de falsa bandera y hechos que no encajen con la versión oficial.

¿A quien beneficia los atentados islamistas en Europa? Al Complejo industrial-militar que vende más armas ante una futura guerra contra Oriente Medio así como a la política geoestratégica de USA que busca tener una excusa para invadir esos países. Ante un atentado islamista el gobierno usaría el sentimentalismo lacrimógeno para poner al público a favor de una gran guerra.

Imagen televisiva del mensaje de despedida del presidente Dwight Eisenhower, donde divulgó el concepto de complejo industrial-militar.


Medidas del gobierno para «luchar contra el terrorismo»

Tras un atentado terrorista, todos los gobiernos están dispuestos a tomar medidas «enérgicas» para «luchar contra el terrorismo». Las medidas suelen aplicarse siguiendo la doctrina del shock, a pocos días del atentado y cuando todavía la gente se encuentra desorientada. Esas medidas suelen ser las siguientes:

—Leyes para espiar los móviles y demás dispositivos de los ciudadanos con la excusa de «luchar contra el terrorismo».
—Cierre de páginas web extremistas para evitar la radicalización de los musulmanes. Por supuesto empezarían cerrando webs extremistas islámicas para acabar controlando toda página catalogada como «extremista», lo cual a buen seguro incluiría páginas contrarias a la inmigración pero desde una perspectiva alternativa (tachándolas de fake news).
—Mayor control de las armas para «impedir atentados» pero al mismo tiempo desarmar a la población.

El objetivo final es la implantación de un Estado totalitario e Europa que controle todo lo que los ciudadanos hacemos: dónde estamos, a donde vamos, nuestras compras, transacciones, qué páginas webs visitamos, con quién hablamos… Las medidas del gobierno nunca son cerrar las fronteras, deportar a los inmigrantes radicalizados u otras más profundas como no inmiscuirse en Oriente Medio. Siempre es quitar libertades al ciudadano medio.


Adjetivos despectivos para los opositores

Para denigrar a países que no encajan en los intereses geoestratégicos de EEUU y Occidente los medios de comunicación occidentales usarán adjetivos como: régimen, dictador, fascista… Esto lo vimos con los rebeldes fanáticos islamistas armados por Occidente para derrocar a Asad en Siria los cuales son llamados Freedom fighters cuando no son más que mercenarios a sueldo. Otra de las palabras mágicas usadas es llamar carnicero al enemigo que lucha en la guerra de turno, acusándolo de los mismos crímenes que cometen ellos.


Como un cuadro surrealista, si te fijas muy de cerca no ves nada, tienes que dar un paso atrás para ver todo el árbol. Eso mismo pasa con la política e historia.

INTERPRETACIONES DIVERGENTES EN EL CAMPO ANTI IMPERIALISTA.

Cuando los yijadistas atacaron su país, en 2011, la reacción del presidente sirio Bashar al-Asad fue inversa a la que se esperaba. En vez reforzar los poderes de los servicios de seguridad, optó por reducirlos. Seis años más tarde, su país está saliendo victorioso de la guerra imperialista más grande que se haya visto —después de la desatada contra Vietnam. Ese mismo tipo de agresión está teniendo lugar en Latinoamérica, donde suscita una respuesta mucho más clásica. Thierry Meyssan expone la diferencia de análisis y estrategia del presidente de Siria —Bashar al-Asad—, por un lado, y los presidentes de Venezuela —Nicolás Maduro— y de Bolivia —Evo Morales. No se trata de establecer una especie de competencia entre estos líderes sino de llamarnos a ir más allá de los esquemas políticos y a tener en cuenta la experiencia de las guerras más recientes.
En mayo de 2017, Thierry Meyssan explicaba en Russia Today que las élites sudamericanas están cometiendo un grave error ante el imperialismo estadounidense. En esta entrevista, Meyssan insiste en el cambio de paradigma de los conflictos armados actuales y subraya la necesidad de un radical replanteo sobre la manera de defender la patria.

Sigue adelante la operación de desestabilización contra Venezuela. En su fase inicial, grupúsculos violentos, que realizaban manifestaciones contra el gobierno, asesinaron a simples transeúntes, e incluso a personas que se habían unido a sus protestas callejeras. En una segunda etapa, los grandes distribuidores de alimentos provocaron un desabastecimiento en los supermercados. Posteriormente, desertores de las fuerzas del orden realizaron ataques armados contra la sede del ministerio del Interior y el Palacio de Justicia, llamaron a la rebelión y pasaron a la clandestinidad.

La prensa internacional ha atribuido siempre al «régimen» las muertes registradas durante las manifestaciones, aunque numerosas grabaciones de vídeo demuestran que son asesinatos perpetrados deliberadamente por los propios manifestantes. Basándose en esa información falsa, esa prensa califica al presidente Nicolás Maduro de «dictador», como lo hizo antes —hace 6 años— con el Guía libio Muamar el Gadafi y con el presidente sirio Bashar al-Asad.

Estados Unidos ha utilizado la Organización de Estados Americanos (OEA) contra el presidente Maduro, como mismo utilizó antes la Liga Árabe contra el presidente Asad. Sin esperar a ser excluido de la OEA, el gobierno de Venezuela denunció la maniobra y se retiró de esa organización.

No obstante, el gobierno de Maduro ha sufrido 2 reveses:

1. Gran parte de sus electores no acudió a votar en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, permitiendo así que la oposición obtuviera la mayoría de los escaños en el Parlamento, y se dejó sorprender por la escasez artificialmente provocada de alimentos: a pesar de que una maniobra similar ya había tenido lugar en el pasado en Chile, contra el gobierno de Salvador Allende, y en la misma Venezuela, contra el presidente Hugo Chávez. Ante esa crisis, el gobierno necesitó varias semanas para implantar nuevos circuitos de abastecimiento. Todo indica que el conflicto que está comenzando en Venezuela no se limitará a las fronteras de ese país. Es probable que abarque todo el noroeste de Sudamérica y el Caribe.

Se ha dado un paso adicional con el inicio de preparativos militares contra Venezuela, Bolivia y Ecuador, desde México, Colombia y lo que fue la Guayana británica. Esta coordinación es obra del equipo de la antigua Oficina Estratégica para la Democracia Global (Office of Global Democracy Strategy); unidad creada por el presidente demócrata Bill Clinton y mantenida por el vicepresidente republicano Dick Cheney y su hija Liz. La existencia de esa oficina fue confirmada el actual director de la CIA, Mike Pompeo, lo cual llevó a que la prensa, y posteriormente el propio presidente Trump, hablaran de una opción militar estadounidense contra Venezuela.

Empeñado en salvar su país, el equipo del presidente Maduro no ha querido seguir el ejemplo del presidente sirio Asad. Según el análisis imperante en el seno de ese equipo, se trata de situaciones completamente diferentes. Estados Unidos, principal potencia capitalista, agrede a Venezuela para apoderarse de su petróleo, siguiendo un esquema que ya se ha visto muchas veces en 3 continentes. Ese punto de vista acaba de verse reafirmado por un reciente discurso del presidente boliviano Evo Morales.

Es importante recordar que el presidente iraquí Sadam Husein, en 2003, y el Guía Muamar el Gadafi, en 2011, así como numerosos consejeros del presidente sirio Bashar al-Asad razonaban de esa misma manera. Estimaban que Estados Unidos agredía sucesivamente a Afganistán e Iraq, y posteriormente a Túnez, Egipto, Libia y Siria sólo para derrocar los regímenes que se resistían a su imperialismo y controlar los recursos energéticos del Medio Oriente ampliado, o Gran Medio Oriente. Son numerosos los autores antiimperialistas que aún mantienen ese análisis, tratando, por ejemplo, de explicar la guerra contra Siria con la interrupción del proyecto de gasoducto qatarí.

Pero los hechos han echado abajo ese razonamiento. El objetivo de Estados Unidos no era derrocar los gobiernos progresistas —en los casos de Libia y Siria—, ni robar el petróleo y el gas de la región sino destruir los Estados, hacer retroceder sus pueblos a los tiempos de la prehistoria, a la época en que «el hombre era el lobo del hombre».

Los derrocamientos sucesivos de Sadam Husein y de Muamar el Gadafi no dieron paso al restablecimiento de la paz. Las guerras continuaron a pesar de la instalación de un gobierno de ocupación en Iraq y, en otros países de la región, de regímenes que incluían a colaboradores del imperialismo completamente contrarios a la independencia nacional. Esas guerras prosiguen actualmente, demostrando que Washington y Londres no aspiraban simplemente a derrocar regímenes, ni a defender la democracia sino a aplastar a los pueblos. Esta es una constatación fundamental que modifica por completo nuestra comprensión del imperialismo contemporáneo.

Esa estrategia, radicalmente nueva, comenzó a ser impartida como enseñanza por Thomas P. M. Barnett desde el 11 de septiembre de 2001. Fue dada a conocer y se expuso públicamente en marzo de 2003 —o sea justo antes de la guerra contra Iraq— en un artículo de la revista estadounidense Esquire, y posteriormente en el libro titulado The Pentagon’s New Map, pero parece tan cruel que nadie ha creído que pudiera llegar a aplicarse.

Para el imperialismo se trata de dividir el mundo en dos: una zona estable que goza de los beneficios del sistema y otra zona donde el caos alcanza proporciones tan espantosas que nadie piensa ya en resistir sino sólo en sobrevivir, zona donde las transnacionales pueden extraer las materias primas que necesitan sin rendir cuentas a nadie.

Según este mapa, extraído de un powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono, los Estados de todos los países incluidos en la zona rosada deben ser destruidos. Ese proyecto no tiene nada que ver con la lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de los recursos naturales. Después de destruir el Medio Oriente ampliado, los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con los Estados de los países del noroeste de Latinoamérica.

Desde el siglo XVII y la guerra civil británica, Occidente se desarrolló temiendo siempre el surgimiento del caos. Thomas Hobbes enseñó a los pueblos de Occidente a someterse a la «razón de Estado» con tal de evitar el tormento que sería el caos. La noción de caos volvió a aparecer con Leo Strauss, después de la 2GM. Ese filósofo, que formó personalmente a numerosas personalidades del Pentágono, pretendía establecer una nueva forma de poder sumiendo una parte del mundo en el infierno.

La experiencia del yijadismo en el Medio Oriente ampliado nos ha mostrado lo que es el caos.

Después de haber reaccionado ante los acontecimientos de Daraa —en marzo y abril de 2011— como se esperaba que lo hiciera, utilizando el ejército para enfrentar a los yijadistas de la Gran Mezquita de Gaza, el presidente Asad fue el primero en entender lo que estaba sucediendo. En vez de reforzar los poderes de los servicios de seguridad para enfrentar la agresión exterior, Asad puso en manos del pueblo los medios necesarios para defender el país.

Comenzó por levantar el estado de emergencia, disolvió los tribunales de excepción, liberó las comunicaciones vía internet y prohibió a las fuerzas armadas hacer uso de sus armas si con ello ponían en peligro las vidas de personas inocentes.

Esas decisiones, que parecían ir contra la lógica de los hechos, tuvieron importantes consecuencias. Por ejemplo, al ser atacados en la región de Banias, los soldados de un convoy militar, en vez de utilizar sus armas para defenderse, optaron por quedar mutilados bajo las bombas de los atacantes, e incluso morir, antes que disparar y correr el riesgo de herir a los pobladores que los veían dejarse masacrar sin intervenir para evitarlo.

Como tantos otros en aquel momento, yo mismo creí que Asad era un presidente débil con soldados demasiados leales y que Siria iba a ser destruida. Pero, 6 años más tarde, Bashar al-Asad y las fuerza armadas de la República Árabe Siria han ganado la apuesta. Al principio, sus soldados lucharon solos contra la agresión externa. Pero poco a poco cada ciudadano fue implicándose, cada uno desde su puesto, en la defensa del país. Y los que no pudieron o no quisieron resistir, optaron por el exilio. Es cierto que los sirios han sufrido mucho, pero Siria es el único país del mundo, desde la guerra de Vietnam, que ha logrado resistir la agresión militar externa hasta lograr que el imperialismo renunciara por cansancio.

En segundo lugar, ante la invasión del país por un sinnúmero de yijadistas provenientes de todos los países y poblaciones musulmanes, desde Marruecos hasta China, el presidente Asad decidió renunciar a la defensa de una parte del territorio nacional con tal de garantizar la posibilidad de salvar a su pueblo.

El Ejército Árabe Sirio se replegó en la «Siria útil», o sea en las ciudades, dejando a los agresores el campo y los desiertos. Mientras tanto el gobierno sirio velaba constantemente por el abastecimiento en alimentos de todas las regiones que controlaba. Contrariamente a lo que se cree en Occidente, el hambre ha afectado sólo las zonas bajo control de los yijadistas y algunas ciudades que se han visto bajo el asedio de esos elementos. Los «rebeldes extranjeros» —y esperamos que los lectores nos disculpen por lo que puede parecer un oxímoron—, con abundante abastecimiento garantizado por las asociaciones «humanitarias» occidentales, utilizaron su propio control sobre la distribución de alimentos para someter poblaciones enteras imponiéndoles un régimen de hambre.

El pueblo sirio comprobó por sí mismo que era el Estado sirio, la República Árabe Siria, quien le garantizaba alimentación y protección, no los yijadistas.

El tercer factor es que el presidente Asad explicó, en un discurso que pronunció el 12 de diciembre de 2012, de qué manera esperaba restablecer la unidad política de Siria. Resaltó específicamente la necesidad de redactar una nueva Constitución y de someterla a la aprobación del pueblo por mayoría calificada, para realizar después una elección democrática de la totalidad de los responsables de las instituciones, incluyendo —por supuesto— al presidente.

En aquel momento, los occidentales se burlaron de la decisión del presidente Asad de convocar a elecciones en medio de la guerra. Hoy en día, todos los diplomáticos implicados en la resolución del conflicto, incluyendo a los de la ONU, respaldan el plan Asad.

A pesar de que los comandos yijadistas circulaban por todo el país, incluyendo la capital, y asesinaban a los políticos hasta en sus casas y junto a sus familias, el presidente Asad estimuló a los miembros de la oposición interna a hacer uso de la palabra. Asad garantizó la seguridad del liberal Hassan el-Nouri y del marxista Maher Hajjar para aceptaran, al igual que él mismo, correr el riesgo de presentarse como candidatos en la elección presidencial de junio de 2014. A despecho del llamado al boicot que lanzaron la Hermandad Musulmana y los gobiernos occidentales, y desafiando el terror yijadista, a pesar de que millones de sirios habían salido del país, el 73,42% de los electores respondieron al llamado de las urnas.

Por otro lado, desde el principio mismo del conflicto, el presidente Asad creó un ministerio de Reconciliación Nacional, algo nunca visto en un país en guerra. Confió ese ministerio al presidente de un partido aliado, el PSNS, Ali Haidar, quien negoció y concluyó más de un millar de acuerdos de amnistía a favor de ciudadanos que habían tomado las armas contra la República, muchos de los cuales decidieron incluso convertirse en miembros del Ejercitó Árabe Sirio.

A lo largo de esta guerra, y a pesar de lo que afirman quienes lo acusan injustamente de haber generalizado la tortura, el presidente Asad no ha recurrido nunca a medidas coercitivas en contra de su propio pueblo. No ha instaurado ni siquiera un reclutamiento masivo o un servicio militar obligatorio. Todo joven tiene siempre la posibilidad de sustraerse a sus obligaciones militares y una serie de pasos administrativos permite a cualquier varón evitar el servicio militar si no desea defender su país con las armas en la mano. Sólo los exiliados que no han realizado esos trámites pueden verse en situación irregular en relación con esas leyes.

A lo largo de 6 años, el presidente Asad ha recurrido constantemente al respaldo de su pueblo, otorgándole responsabilidades, y ha hecho a la vez todo lo posible por alimentarlo y protegerlo. Y ha corrido siempre el riesgo de dar antes de recibir. Así se ha ganado la confianza de su pueblo y es por eso que hoy cuenta con su activo respaldo.

Las élites sudamericanas se equivocan al ver en la situación de hoy la simple continuación de la lucha de las pasadas décadas por una distribución más justa de la riqueza. La lucha principal ya no es entre la mayoría del pueblo y una pequeña clase de privilegiados. La opción que se planteó a los pueblos del Gran Medio Oriente, y a la que pronto tendrán que responder también los sudamericanos, no es otra que defender la Patria o morir.

Los hechos así lo demuestran. El imperialismo contemporáneo ya no tiene como prioridad apoderarse de los recursos naturales. Hoy domina el mundo y lo saquea sin escrúpulos. Ahora apunta a aplastar a los pueblos y destruir las sociedades de las regiones cuyos recursos ya explota hoy en día.


En esta nueva época de violencia, sólo la estrategia de Asad permite mantenerse en pie y preservar la libertad.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article197482.html

SURGIMIENTO DE UNA NUEVA ALIANZA EN EL GRAN MEDIO ORIENTE.

Comienza a concretarse la política del presidente Trump en el Gran Medio Oriente. Hasta ahora, Estados Unidos y sus aliados habían tratado de destruir los Estados de la región e imponer el caos, pero ahora están legitimando las alianzas contra los yijadistas. En los discursos, Irán, Siria y Jezbolá siguen siendo los enemigos que habría que liquidar, pero en la práctica se han convertido en socios. Esta nueva situación podría permitir a los Estados de la región sacar a las transnacionales del juego político y lograr el restablecimiento de la paz.
De derecha a izquierda (sentido de la lectura de las imágenes en el mundo árabe), Bashar al-Asad, presidente de la República Árabe Siria; sayyid Hasan Nasrallaj, secretario general del Jezbolá libanés; el general Mohammad Ali Jafari, comandante en jefe de los Guardianes de la Revolución iraníes; Michel Aoun, presidente del Líbano; y Haider al-Abadi, primer ministro de Iraq, se ven convertidos de hecho en camaradas de armas contra los yijadistas.

Poco a poco, comienza a concretarse la política exterior del presidente Trump. En el Medio Oriente ampliado —o Gran Medio Oriente— Trump ha logrado, con ayuda de su consejero de seguridad nacional, el general H. R. McMaster, y de su director de la CIA, Mike Pompeo, poner fin a los programas secretos de ayuda a los yijadistas.

Contrariamente a lo que trata de dar a entender el Washington Post, aunque es cierto que esa decisión se tomó antes del encuentro que Trump sostuvo al margen del G20 con el presidente ruso Vladimir Putin, es importante el hecho que su adopción es también anterior a la preparación de la cumbre de Riad, celebrada a mediados de mayo. El objetivo de esa decisión no era arrodillarse ante el zar ruso, como afirma la clase política estadounidense, sino poner fin a la utilización del terrorismo, como Donald Trump había anunciado durante su campaña electoral.

Por supuesto, toda la prensa occidental se hizo eco de las insinuaciones del Washington Post. Si bien es posible imputar esto último al usual comportamiento de manada de los periodistas occidentales, se trata más probablemente de una nueva demostración del hecho que los grandes medios de difusión están en manos de los organizadores de la guerra que asola el Medio Oriente y de la confrontación con Rusia.

Las revelaciones provenientes de Bulgaria sobre la existencia de una gran red de tráfico de armas, creada por el general estadounidense David Petraeus cuando era director de la CIA —en 2012— y posteriormente controlada por el propio Petraeus desde su oficina privada en el fondo de inversiones KKR, demuestran el enorme poder de los partidarios de la guerra.

Al menos 17 Estados han participado en esa operación, identificada como «Timber Sycamore», durante la cual Azerbaiyán garantizó el transporte de 28.000 toneladas de armas destinadas a los yijadistas mientras que Israel proporcionaba documentos falsos sobre la destinación final de todo ese armamento. Todo indica que David Petraeus y KKR actuaron con ayuda del secretario general adjunto de la ONU, el también estadounidense Jeffrey Feltman. Por supuesto, nadie será juzgado —ni en los países implicados, ni en el plano internacional— por haber participado en ese gigantesco tráfico de armas, cuyo volumen no tiene precedente en la historia.

Ya resulta más que evidente que, desde hace 4 años, los pueblos del Levante han estado luchando no sólo contra otros Estados sino, ante todo, contra un consorcio de transnacionales —o sea, una alianza de empresas privadas que incluye a los grandes medios de difusión internacionales— y varias potencias o Estados de nivel medio que, juntos, imparten órdenes a pequeños Estados, los que a su vez se encargan del trabajo sucio.

En todo caso, las dificultades que Donald Trump ha venido enfrentando para imponer su voluntad a la CIA y al Pentágono, así como la existencia misma de esa red paralela —de naturaleza simultáneamente pública (estatal) y privada— permiten entrever la complejidad de su tarea en el marco de un orden mundial que se halla bajo la nefasta influencia de intereses privados.

En un primer momento, y aunque se registraron varios incidentes, las fuerzas estadounidenses no han detenido la ofensiva de los ejércitos de Iraq y Siria que tratan de restablecer la ruta de la seda.

La ofensiva que el Ejército Árabe Sirio emprendió con Jezbolá, y en coordinación con el ejército libanés, en el jurd de Ersal es el primer resultado visible de la nueva política de Washington. Aunque mantiene sus fuertes críticas contra la participación de Jezbolá en esa ofensiva, el primer ministro libanés Saad Hariri autorizó el ejército del Líbano, a pedido de Arabia Saudita, a participar en la operación. Es la primera vez que los ejércitos del Líbano y Siria y Jezbolá actúan oficialmente de manera coordinada. Aunque mantiene su retórica contra Irán y Jezbolá, Riad estimó que resulta más conveniente trabajar, al menos momentáneamente, junto a Jezbolá y priorizar la liquidación de los yijadistas.

El hecho es que esta guerra, concebida para destruir los Estados de la región, está arrojando un resultado exactamente inverso ya que está forjando la unidad entre las fuerzas iraníes, iraquíes, sirias y libaneses.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article197247.html

ESTAMBUL CONTRA AL-AZHAR


Al hacer uso de la palabra ante la Conferencia sobre la Enseñanza Universitaria Islámica, el 26 de julio de 2017, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan confirmó la próxima creación de una universidad islámica en Estambul y propuso como rector de esa institución al predicador estrella de la Hermandad Musulmana, el jeque Yusuf al-Qaradawi, a quien Arabia Saudita y Egipto acaban de incluir en su lista de terroristas.

Qaradawi perdió su nacionalidad egipcia en 1967, por decisión del presidente Gamal Abdel Nasser. Durante la guerra civil en Argelia (1991-2002) el ministro del Interior francés de aquella época, Charles Pasqua, lo consideró como uno de los principales líderes terroristas, razón por la cual se le prohibió a Qaradawi la entrada en Francia y se prohibió en ese país la publicación de sus libros.

Pero en 2004, el príncipe Charles de Gran Bretaña lo nombró administrador del Centro de Estudios Islámicos de la universidad de Oxford. Durante la preparación de la «primavera árabe», y con el constante respaldo del Reino Unido, Qaradawi se convirtió en el consejero espiritual de la televisión satelital informativa qatarí Al-Jazeera y llamó sucesivamente a asesinar al Guía libio Muamar el Gadafi y al presidente sirio Bashar al-Asad. En 2015, Qaradawi declaró que Recep Tayyip Erdoğan debería ser el sucesor de Abu Bakr al-Baghdadi como próximo califa del islam.

La universidad islámica de Estambul es un proyecto tendiente a rivalizar con la universidad al-Azhar del Cairo, referencia intelectual de todo el mundo musulmán. Según Erdoğan, esta última «ha perdido toda dignidad» desde que los estudiantes «pueden encontrarse allí con mujeres que amamantan a sus hijos» (sic).

Acuerdo secreto para la devolución de Raqqa a Siria...


El Ejército Árabe Sirio, Rusia, Estados Unidos y las Unidades de Protección del Pueblo (YPG, kurdos de origen turco residentes en Siria) han concluido un acuerdo secreto para coordinar sus acciones contra el Emirato Islámico (Daesh) con vista a la liberación de la ciudad siria de Raqqa.

La información en ese sentido fue publicada inicialmente por la agencia de prensa qatarí Almodon, el 23 de julio de 2017. Pero fue posteriormente desmentida y sin embargo retomada en Londres por The Independent.

Al principio de la guerra contra Siria, de 2011 a 2014, las milicias kurdas lucharon junto al Ejército Árabe Sirio. Pero a partir del 31 de octubre de 2014, cuando Francia y Turquía acordaron crear un Kurdistán en Siria —país donde la presencia masiva de los kurdos data sólo de los años 1980— para desplazar hacia allí a la población kurda de Turquía, una parte de esas milicias se pasó al bando de la OTAN. Sólo en ese momento, Damasco suspendió la entrega de armamento y el pago de sueldos a esas milicias, que luego volvieron a ponerse del lado de la República Árabe Siria cuando Turquía comenzó a masacrar nuevamente a los kurdos turcos y en el momento en que el presidente estadounidense Donald Trump modificó los objetivos militares de Estados Unidos en Siria.

El acuerdo sobre Raqqa es el segundo de ese tipo que se implementa este año. El primero tuvo que ver con la liberación de la localidad de Al-Bab (Manbij) y restituyó a Siria los territorios que las milicias kurdas liberaron de la ocupación turca.

Emprenden erradicación de Daesh en la frontera sirio-libanesa.


Ha terminado la primera fase de la batalla por el jurd de Ersal, iniciada el 20 de julio de 2017, y el resultado es una victoria aplastante del Jezbolá libanés sobre las fuerzas vinculadas a al-Qaeda (los hombres del antiguo Frente al-Nusra).

Las partes negociaron un acuerdo para que todos los elementos armados vinculados a al-Qaeda que se hallaban en la región de Ersal, así como todos los demás presentes en suelo libanés, se retiraran de allí. Todos esos elementos ya fueron concentrados y evacuados en 170 autobuses hacia la región de Idlib, en el norte de Siria.

Ese acuerdo incluye a los miembros del estado mayor regional de al-Qaeda, que se había instalado en el campamento palestino de Ein el-Jilue, en la región libanesa de Sidón, aprovechando el hecho que se trata de un campamento de refugiados palestinos que goza de extraterritorialidad. En ese estado mayor de al-Qaeda figuran 168 jefes terroristas buscados por la ONU.

Junto a sus familias, los miembros armados de al-Qaeda presentes en el jurd de Ersal totalizaban 7.700 personas.

La segunda fase de la batalla por el jurd de Ersal es la que se librará contra los elementos del Emirato Islámico (Daesh), ahora cercados en un territorio de 300 kilómetros cuadrados prácticamente vacío de población. Parece muy poco probable que esta nueva fase de la batalla pueda terminar en un acuerdo negociado ya que los yijadistas sólo podrían ser evacuados hacia Idlib, en Siria, lo cual obligaría a esos elementos de Daesh a declararse fieles a al-Qaeda.

El Alto Consejo de Defensa del Líbano se reunió el 8 de agosto, bajo la presidencia del presidente libanés Michel Aoun. Por un lado, el ejército libanés, y por el otro Jezbolá y Siria emprendieron de inmediato una ofensiva coordinada durante la cual ya lograron tomar las posiciones avanzadas de Daesh.

Mientras tanto, otras unidades del Ejército Árabe Sirio se disponen a liberar toda la región de Deir-ez-Zor y milicianos kurdos, armados y dirigidos por consejeros de Estados Unidos, tratan de tomar la ciudad siria de Raqqa.

Al cabo de 7 años de guerra, toda la región del Levante podría verse liberada de grupos yijadistas en los próximos meses, exceptuando únicamente el «Emirato Islámico de Idlib».

El presidente Rouhaní conforma un gobierno exclusivamente chiita y masculino.


El presidente Hasán Rouhaní presentó al Parlamentó iraní su nuevo gobierno, con excepción del ministro de Educación Superior, puesto que aún mantiene vacante.

La vida política iraní está basada en una relación dialéctica entre los partidarios de la revolución antiimperialista e islámica de 1979 —a quienes los medios de prensa occidentales llaman «conservadores»— y los partidarios de la apertura del país a las antiguas potencias coloniales: identificados como «reformadores». Contrariamente a lo que se afirma en Occidente, las diferencias entre ambos bandos no tienen nada que ver con las libertades individuales ni con las condiciones sociales.

Siendo miembro del parlamento iraní, el jeque Hasán Rouhaní fue el primer contacto de la CIA y del Mosad israelí dentro del Irán revolucionario en tiempos del caso Irán-Contras.

Hoy en día, de ser confirmado por el Parlamento, el nuevo gobierno del presidente-jeque Rouhaní estaría conformado sólo de hombres chiitas de edad relativamente avanzada.

Hasta este momento, siempre hubo en el gobierno iraní varios ministros sunnitas (confesión que representa entre 8 y 10% de la población iraní).

La prensa occidental ha reaccionado muy negativamente ante el carácter exclusivamente masculino del nuevo gobierno iraní y la edad relativamente avanzada de sus miembros (con un promedio de 58 años), pero sin mencionar el hecho que los sunitas no están representados, reacción que es probablemente una muestra del desconocimiento de la cultura iraní por parte de esos medios.

En la cultura iraní, los cargos de responsabilidad son tradicionalmente ocupados por hombres, a veces de manera puramente honorífica, pero las más altas responsabilidades son a menudo ejercidas por mujeres y muy raramente por jóvenes.

El único gobierno iraní que incluyó una mujer fue el del antiimperialista Mahmud Ahmadineyad, figura proveniente de los Guardianes de la Revolución. Esa mujer fue Marzieh Vahid-Dastjerdi, ministra de la Salud de 2009 a 2013.

El nuevo gobierno de Rouhaní incluye numerosos ministros que se mantienen en los mismos ministerios, pero la cartera de Defensa, anteriormente en manos de Hosein Dehqán, pasa ahora a su segundo, Amir Hatami. Dehqán era un miembro de los Guardianes de la Revolución —definido por la prensa occidental como «conservador»— mientras que Amir Hatami proviene del ejército.

La nominación de este gobierno, exclusivamente chiita y masculino, confirma el predominio del aparato eclesiástico chiita —supuestamente «reformador»— sobre la vida política iraní, en detrimento de los Guardianes de la Revolución, a los que se tilda en Occidente de «conservadores» debido a sus convicciones revolucionarias. 

LO QUE ESTÁ PREPARANDO EL PRESIDENTE MACRON

Los franceses están descubriendo con inquietud, ya demasiado tarde, que en realidad no conocían a Emmanuel Macron, a quien eligieron como nuevo presidente de la República. Basándose en las recientes declaraciones de Macron y comparando sus actos como presidente con el contenido del informe que había redactado para la Comisión Attali en 2008, Thierry Meyssan anticipa el verdadero rumbo del partido En Marche!, creado específicamente para poner a Macron en la presidencia.


Desde que el presidente Jacques Chirac sufrió su accidente cerebro-vascular, en 2005, Francia no ha tenido un verdadero jefe de Estado. Debilitado por la enfermedad, Chirac permitió la lucha interna entre sus ministros Villepin y Sarkozy. Y después, los franceses llevaron sucesivamente a la presidencia de la República a dos personajes —Nicolas Sarkozy y Francois Hollande— que nunca llegaron a cumplir realmente con lo que debería ser un presidente de Francia. Ahora acaban de elegir para ese cargo a Emmanuel Macron, creyendo que se trataba de un joven impetuoso y capaz de recuperar la dirección del país.

La campaña que antecedió la elección presidencial de 2017, al contrario de las anteriores, no dejó espacio a un debate de fondo. Fue cuando más la ocasión de comprobar que todos los candidatos de menor importancia —o sea, los que no contaban con el respaldo de las grandes formaciones políticas— ponían en tela de juicio a la Unión Europea, institución que todos los candidatos importantes consideraban la panacea. Esta campaña presidencial fue fundamentalmente una especie de serie de televisión que denunciaba la supuesta corrupción de la clase política en general y en particular la del candidato favorito, Francois Fillon: narrativa típica de las «revoluciones de colores». Y como en todos los modelos anteriores de revoluciones de colores, sin excepción alguna, la opinión pública reaccionó a favor de lo que podríamos llamar la «política de la escoba», o sea todo lo anterior es corrupto y hay que liquidarlo, mientras que todo lo nuevo es justo y bueno. Pero no se ha comprobado ninguno de los delitos mencionados.

En las revoluciones de colores anteriores, la opinión pública demoraba entre 3 meses —como en la «revolución del cedro» libanesa— y —como en la «revolución de las rosas» de Georgia— 2 años en despertar y darse cuenta de que había sido manipulada. Y esa opinión pública volvía entonces a lo que quedaba del anterior equipo gobernante. La habilidad de los organizadores de las revoluciones de colores consiste por tanto en realizar de inmediato los cambios que sus padrinos quieren imponer en las instituciones.

Emmanuel Macron anunció desde el principio que reformaría urgentemente el Código Laboral, recurriendo para ello a un procedimiento que le permitiría hacerlo por decreto. También anunció importantes reformas institucionales: modificación del Consejo Económico y Social, eliminación —en términos empresariales podría hablarse más bien de «despido»— de la mitad de los diputados y senadores y «moralización» de la vida política. Todos esos proyectos corresponden punto por punto al contenido del informe de la Comisión para la Liberación del Crecimiento Francés elaborado en 2008, comisión que tuvo como presidente a Jacques Attali y cuyo secretario general adjunto fue precisamente Emmanuel Macron.

El informe de la Comisión Attali, creada por el presidente Sarkozy, comienza con las siguientes palabras: «Esto no es un informe ni un estudio sino una serie de instrucciones para reformas urgentes y fundadoras. No tiene carácter partidista ni bipartidista. Es no partidista».


El Código Laboral

En lo tocante al Código Laboral existe, efectivamente, un amplio consenso a favor de adaptarlo a las situaciones económicas contemporáneas. Sin embargo, el análisis de los documentos preparatorios disponibles, muestra que el gobierno no es parte de ese consenso. La intención del actual gobierno francés es abandonar el sistema jurídico latino para adoptar el que se encuentra en vigor en Estados Unidos. Eso implica que un empleado y su patrón podrían negociar entre ellos un contrato que viole la ley. Y, para que no queden dudas sobre la amplitud y la importancia de esta reforma, el sistema educativo francés tendrá que «producir» niños bilingües, que sean capaces de hablar francés e inglés al terminar le enseñanza primaria.

Pero no ha existido en Francia ningún tipo de debate sobre este cambio de paradigma. Como máximo, se mencionó en debates parlamentarios sobre la ley El-Khomri-Macron, en 2016. Algunos observadores señalaron en aquel momento que el predominio de las negociaciones en el seno de la empresa sobre los acuerdos por sectores de actividad abría el camino a una posible caída de Francia en el derecho estadounidense en materia laboral.

Esta opción resulta particularmente sorprendente dado que, si bien Estados Unidos es la primera potencia financiera mundial, en el plano económico ese país se ha quedado detrás de naciones tan diferentes como China y Alemania. Además, si el Reino Unido respeta el voto de sus electores y sigue adelante con el proceso de salida de la Unión Europea, el modelo dominante en el seno de la Unión ya no será el modelo anglosajón —de carácter financiero— sino el modelo económico de Alemania.


Las instituciones

En cuanto a la reforma de las instituciones, llama la atención ver que, aún en caso de que resultaran excelentes las reformas que el presidente Macron pretende imponer, ninguna responde a lo que esperan los franceses. Nadie había denunciado hasta ahora una cantidad excesiva de parlamentarios ni de concejales. Sí existen, por el contrario, muchos informes que denuncian la acumulación de estratos administrativos (comunas, comunidades de comunas, departamentos, regiones y Estado) y la proliferación de comités o comisiones considerados inútiles.

La realidad es que el presidente Macron esconde sus verdaderas intenciones. Su objetivo a mediano plazo, ampliamente anunciado desde 2008, es suprimir las comunas y departamentos. Se trata de homogeneizar las colectividades locales francesas según el modelo que la Unión Europea ya impuso en todas partes fuera de Francia. Rechazando la experiencia histórica francesa, en la presidencia de la República se considera que los franceses pueden ser administrados como todos los demás europeos.

La reforma del Consejo Económico y Social sigue siendo nebulosa. Sólo se sabe que se trataría simultáneamente de disolver los innumerables comités o comisiones clasificados como inútiles y dejar el diálogo social en manos del Consejo. El fracaso del presidente De Gaulle en ese tema, en 1969, hace pensar que si se realizara esa reforma no sería en aras de resolver un problema sino de enterrarlo definitivamente. En efecto, aunque el diálogo social se efectúa actualmente a nivel sectorial, la reforma del Código Laboral dejará ese diálogo sin objetivo concreto.

En 1969, el presidente De Gaulle se resignó a abandonar nuevamente su viejo proyecto de «participación», o sea de redistribución del incremento del capital de las empresas entre los propietarios y sus empleados. De Gaulle propuso, en cambio, hacer que el mundo del trabajo participara en el proceso legislativo. Y para eso se le ocurrió organizar la fusión del Consejo Económico y Social con el Senado, de manera que la cámara alta reuniese simultáneamente a representantes de las regiones y del mundo profesional. Lo más importante es que propuso que esa cámara no pudiera seguir redactando leyes por sí misma sino que emitiese una opinión sobre todos los textos antes de la presentación de estos en la Asamblea Nacional. Se trataba, por tanto, de otorgar un poder de opinión legislativa a las organizaciones campesinas y liberales, a los sindicatos obreros y patronales, a las universidades y a las asociaciones familiares, sociales y culturales.

Las dos prioridades que el presidente Macron pretende llevar adelante antes del «despertar» de sus electores pueden entonces resumirse de la siguiente manera:
—regular el mercado laboral francés según los principios del derecho estadounidense;
—adaptar las colectividades locales a las normas europeas y enquistar las organizaciones representativas del mundo laboral en una asamblea puramente honorífica.

Además de borrar, sólo en beneficio de los capitalistas, toda huella de varias siglos de luchas sociales, Emmanuel Macron tendría entonces que lograr alejar a los parlamentarios de los electores que votaron por ellos y que esos parlamentarios renuncien a implicarse en los asuntos públicos.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article197388.html

EL ESTABLISHMENT ESTADOUNIDENSE CONTRA EL MUNDO.

La clase dirigente estadounidense se siente amenazada por los cambios internacionales que el presidente Donald Trump está impulsando. Y ahora acaba de establecer una alianza para someterlo al tutelaje del Congreso de Estados Unidos. Mediante una ley que el Congreso acaba de adoptar de manera casi unánime, la clase dirigente estadounidense impone sanciones contra Corea del Norte, Irán y Rusia y torpedea las inversiones de la Unión Europea y China. Su objetivo es detener la política de cooperación y desarrollo del presidente Trump y volver a la doctrina Wolfowitz, una doctrina de confrontación y supremacía de Estados Unidos.


Es un escándalo sin precedentes. El jefe del personal de la Casa Blanca, Reince Priebus, era parte del complot destinado a desestabilizar al presidente Trump y preparar su destitución. Priebus estaba alimentando las filtraciones cotidianas que han venido perturbando la vida política estadounidense, principalmente las vinculadas a la supuesta colusión entre el equipo de Donald Trump y el Kremlin. Al despedirlo, el presidente Trump entró en conflicto con el establishment del Partido Republicano, partido que el propio Priebus presidió en su momento.

Dicho sea de paso, todas esas «filtraciones» sobre las agendas y contactos de diferentes personas no han aportado absolutamente ninguna prueba sobre las acusaciones contra Trump y su equipo de campaña.

La reorganización del equipo de Trump, después del despido de Priebus, ha sido en detrimento de las personalidades republicanas y a favor de los militares que se oponen al tutelaje del Estado Profundo. De hecho, ha dejado de existir la alianza con Donald Trump que el Partido Republicano había tenido que aceptar, de mala gana, el 21 de junio de 2016, durante la convención de investidura del hoy presidente de Estados Unidos.

Así que nos encontramos nuevamente ante la ecuación inicial: de un lado, el presidente de la «América Profunda»; del otro, toda la clase dirigente de Washington respaldada por el Estado Profundo —o sea, la parte de la administración a cargo de mantener la continuidad del Estado más allá de la alternancia entre los grupos políticos.

Es evidente que esa coalición cuenta con el respaldo del Reino Unido y de Israel.

Y sucedió lo que tenía que suceder: los líderes demócratas y republicanos se han puesto de acuerdo para contrarrestar la política exterior del presidente Donald Trump y mantener sus prerrogativas imperiales.

Con ese objetivo acaban de adoptar en el Congreso una ley de 70 páginas que impone oficialmente sanciones contra Corea del Norte, contra Irán y contra Rusia. De manera unilateral, ese texto impone además a todos los demás Estados del mundo la obligación de respetar las sanciones comerciales estadounidenses. Por consiguiente, esas sanciones se aplican de hecho tanto a la Unión Europea como a China, al igual que a los Estados oficialmente designados como blancos de esas medidas punitivas.

Sólo 5 parlamentarios se separaron de esa coalición y votaron en contra de esta ley: los representantes Justin Amash, Tom Massie y Jimmy Duncan y los senadores Rand Paul y Bernie Sanders.

Varias disposiciones de esa ley prohíben más o menos al poder ejecutivo estadounidense —o sea, a la Casa Blanca y las diferentes dependencias federales— aligerar en alguna forma las sanciones comerciales que el Congreso impone. Donald Trump se ve así teóricamente atado de pies y manos.

Por supuesto, siempre le queda al presidente Trump la posibilidad de oponer su veto a la ley aprobada por los parlamentarios. Pero, según la Constitución estadounidense, el Congreso sólo tendría que volver a votar el texto en los mismos términos para hacer prevalecer su voluntad ante el veto del presidente. Así que este último se limitará a firmar la ley para ahorrarse el peligro de sufrir una derrota ante los parlamentarios.

El hecho es que estamos a punto de ser testigos, en los próximos días, de una guerra inédita. Los partidos políticos estadounidenses tienen intenciones de echar abajo la «doctrina Trump», según la cual es mediante su propio desarrollo económico que Estados Unidos debe mantener su liderazgo mundial. Y pretenden, por el contrario, volver a la «doctrina Wolfowitz» de 1992, la cual estipula que, para mantener su posición de predominio mundial, Washington debe obstaculizar el desarrollo de todo posible competidor.

Paul Wolfowitz es un trotskista que se puso al servicio del presidente republicano George Bush padre en la lucha contra Rusia. Diez años después, bajo la administración del también republicano George Bush hijo, Wolfowitz fue secretario adjunto de Defensa y posteriormente presidente del Banco Mundial. Pero en la elección presidencial del año pasado, Wolfowitz aportó su respaldo a la candidata demócrata Hillary Clinton. En 1992, Wolfowitz escribía que para Estados Unidos el competidor más peligroso era… la Unión Europea y que Washington tendría que destruirla políticamente, e incluso en el plano económico.

La ley que los parlamentarios estadounidenses acaban de adoptar pone en peligro todo lo que Donald Trump había logrado durante los últimos 6 meses, específicamente en la lucha contra la Hermandad Musulmana y sus organizaciones yijadistas, la preparación de la independencia de la región de Donbass —que acaba de anunciar que pasará a llamarse Malorósiya (Rusia Menor)— y el restablecimiento de la Ruta de la Seda.

Como primera medida de respuesta, Rusia ya hizo saber a Washington que tendrá que reducir el número de funcionarios de su embajada en Moscú al número de funcionarios que cuenta la embajada rusa en la capital federal estadounidense, o sea 455 personas, expulsando así a 755 diplomáticos estadounidenses. Eso quiere decir que la embajada estadounidense en Rusia contaba 1210 funcionarios. Moscú hace notar así que si ha existido algún tipo de interferencia rusa en la política estadounidense, no se trata ciertamente de nada comparable con la envergadura de la injerencia de Estados Unidos en la vida política rusa.

Por cierto, el 27 de febrero pasado, el ministro ruso de Defensa, Serguéi Shoigú, anunció al parlamento de la Federación Rusa que sus fuerzas armadas cuentan ahora con la capacidad de organizar —ellas también— «revoluciones de colores», algo que Estados Unidos viene haciendo desde hace 28 años.

Mientras tanto, los europeos ven con estupor como sus amigos en Washington —Barack Obama, Hillary Clinton, John McCain— acaban de bloquear toda esperanza de crecimiento en los países de la Unión Europea. Sin embargo, a pesar de esta cruel sorpresa, los europeos siguen sin entender que el supuestamente «imprevisible» Donald Trump en realidad es su mejor aliado. Totalmente aturdidos por ese voto del Congreso estadounidense, que los sorprende en plenas vacaciones de verano, los europeos no hallan nada mejor que ponerse «en posición de espera».

A falta de una reacción inmediata podrán verse arruinadas las empresas que invirtieron en la solución de la comisión europea encargada de garantizar el abastecimiento energético de la Unión. Wintershall, E.ON Ruhrgas, N.V. Nederlandse Gasunie están implicadas en la construcción de la nueva tubería paralela a la tubería ya existente del gasoducto Nord Stream, trabajo ahora prohibido por el Congreso de Estados Unidos. Con ello pierden esas empresas no sólo la posibilidad de presentarse como aspirantes en procesos de licitaciones en Estados Unidos sino también todos sus fondos depositados en suelo estadounidense. Se les bloquea además de inmediato todo acceso a los bancos internacionales y no podrán continuar sus actividades fuera de la Unión Europea.

El gobierno alemán ha sido, por el momento, el único en expresar su descontento. No se sabe si logrará convencer a los demás gobiernos europeos y obtener que la Unión Europea se rebele al fin contra su amo estadounidense. Nunca antes se había visto una crisis similar y por tanto no existen puntos de referencia que permitan anticipar el curso de los acontecimientos. Es probable que varios Estados miembros de la UE defiendan, aún en contra de sus socios europeos, los intereses de Estados Unidos, o más bien la versión de esos intereses que presenta el Congreso estadounidense.

Como cualquier otro país, Estados Unidos tiene derecho a prohibir a sus empresas que mantengan relaciones comerciales con tal o más cual Estado extranjero, así como a prohibir los intercambios con empresas de otras nacionalidades.

Pero, según la Carta de las Naciones Unidas, ningún Estado puede imponer a otro sus propias decisiones en materia de comercio. Y eso es lo que hizo Estados Unidos con su política de sanciones contra Cuba.

En aquel momento, por iniciativa de Fidel Castro —que no era comunista— el Gobierno Revolucionario de Cuba inició una Reforma Agraria que no fue del agrado de Washington. Los países miembros de la OTAN, cuya última preocupación era la suerte de aquella islita del Caribe, se plegaron a aquellas sanciones. Poco a poco, el soberbio Occidente pasó a ver como algo normal el tratar de rendir por hambre a los Estados que se resistían al poderoso amo estadounidense. Hoy vemos, por primera vez, como la propia Unión Europea se ve directamente afectada por una forma de dominación que ella misma ayudó a instaurar.

Más que nunca, el conflicto entre Trump y el establishment estadounidense adopta una forma cultural. En ese conflicto se enfrentan los descendientes de los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos en busca del «American Dream» y los descendientes de los puritanos que llegaron a América a bordo del Mayflower.

Eso explica, por ejemplo, las críticas de la prensa internacional sobre el lenguaje, ciertamente vulgar, del nuevo jefe de prensa de la Casa Blanca, Anthony Scaramucci. Hasta ahora, Hollywood había reflejado sin problemas los modales poco convencionales de los hombres de negocios neoyorquinos. Pero ese lenguaje soez es presentado ahora como algo incompatible con el ejercicio del poder. El ex-presidente Richard Nixon solía expresarse así y fue una de las cosas que se le reprochó cuando el FBI organizó el escándalo del Watergate para obligarlo a dimitir. Sin embargo todos reconocen que Nixon fue un gran presidente —puso fin a la guerra de Vietnam y reequilibró las relaciones internacionales al establecer vínculos diplomáticos con la República Popular China, frente a la URSS. Resulta sorprendente ver a la prensa europea repetir hoy el argumento puritano, religioso, contra el vocabulario de Scaramucci para juzgar la competencia del equipo de Trump en materia de política, como también sorprende que el propio Trump lo haya despedido a pesar de que acababa de nombrarlo.

El futuro del mundo puede estar en juego tras lo que hoy parece una simple lucha de clanes. Es posible que esté en juego la posibilidad de que ese futuro esté hecho de enfrentamiento y dominación o de que sea un futuro de cooperación y desarrollo.

Fuente: http://www.voltairenet.org/article197284.html