VICTORIA Y JUSTICIA. PRINCIPIOS


Urgen cambios absolutamente necesarios en nuestra sociedad. Sólo ellos pueden conducirnos a la Victoria. Y sin Victoria no habrá Rusia. Todo el mundo lo entiende hoy. Para salvar al pueblo y al Estado, debemos cambiar. Y de forma radical y urgente...

Nuestra sociedad carece fatalmente de justicia. Demos una respuesta clara, qué es la justicia y cómo alcanzarla.

Idea rusa
Necesitamos una ideología patriótica clara y accesible a todos. Toda la sociedad debe comprender claramente quiénes somos como pueblo, de dónde venimos y adónde vamos. Dejemos de tener miedo al ruso. Debemos estar orgullosos del hecho de ser rusos. El amor a la Madre Patria no debe avergonzarnos. Debemos elevar la idea rusa a lo más alto del pedestal y ponerla en el centro de la política, la cultura, la industria, en el centro de la existencia social.

Sobre la base de la Idea Rusa debe construirse la política educativa, social, cultural, la educación, el código de conducta de todos los estratos de la sociedad, empezando por los altos dirigentes del país.

No hay valor más alto que dar la vida en nombre de la Patria. No hay pecado más terrible ni crimen más atroz que la traición a la Patria, Rusia.

La Idea Rusa debe sustituir por completo al liberalismo importado de Occidente, egoísta y, de hecho, rusófobo, subversivo para nuestro sistema de valores. Hay que acabar con él de una vez por todas. Conduce automáticamente a la atomización, la alienación y la destrucción de la unidad nacional. Además, bajo el lema de la libertad, los liberales generan nuevos modelos de esclavitud y control universal. Ésta es la cultura de la anulación.

O nosotros, inmediatamente, el mundo entero —desde los funcionarios hasta los ciudadanos de a pie— prestamos juramento a la idea rusa, o nos espera una catástrofe aún más terrible que la que hemos afrontado recientemente.

Ortodoxia
Habiéndose apartado de Dios, la humanidad se ha apartado de sí misma. El Occidente moderno lo demuestra con todo candor. La fe está derrotada, no quedan santuarios. Pero es con esto con lo que estamos en conflicto mortal. La civilización materialista atea lucha contra nosotros, sabiendo muy bien que Rusia, incluso en su forma actual debilitada y disminuida, sigue siendo la última isla de la sociedad tradicional, un baluarte de los valores espirituales y, después de todo, de la Fe, que diversas ideologías políticas —desde el comunismo hasta el liberalismo— han sido incapaces de arrancar de nuestro pueblo durante el último siglo. El hombre ruso sigue siendo un hombre de fe, aunque aún no sea plenamente consciente de ello.

Pero Dios no está en la jerarquía eclesiástica, ni en una institución. Él está en la fe, en la tradición, en los sacramentos de la iglesia. Y la iglesia no es una institución, es nuestro corazón, entregado en el rito del Santo Bautismo a la divinidad luz y buena, que a su vez dio su vida por nuestra salvación. La religión es un don para el Don. Y si hay un Don, también está Aquel que lo da.

Dios es el fundamento de todo, el principio y el fin. Él crea el mundo y Él lo juzgará en su final. Si el hombre se aleja de Dios, Dios también puede alejarse de él. Y entonces nada podrá salvarnos. Y estamos al borde del abismo. No en vano se oyen cada vez con más frecuencia las amenazadoras palabras «Apocalipsis», «Armagedón», etc.

Basta ya de medias tintas. Los rusos deben volver a su Padre celestial. Al fin y al cabo, estamos librando Su guerra, en Su nombre y para Su gloria.

O volvemos inmediatamente a nuestra Madre Iglesia, o nos espera una catástrofe aún peor que la que hemos afrontado recientemente.

Imperio
El tipo de gobierno político más justo y armonioso es el Imperio. Una parte importante de nuestra historia la vivimos en el Imperio, y fue a los zares rusos a quienes pasó de Bizancio la corona imperial. El Imperio es algo más que un Estado, es un gran poder dotado de una misión sagrada. Un imperio no sólo gobierna vastos territorios y numerosos pueblos. El Imperio conduce a la humanidad hacia el destino más elevado, hacia la salvación y la unidad.

Rusia, como Imperio, incluye diferentes pueblos, culturas y confesiones, aunque los rusos, los ortodoxos, fueron y siguen siendo su núcleo. Esto no significa que los demás pueblos estén subordinados. El Imperio abre el camino para gobernar a todos aquellos que han demostrado con hechos, hazañas, habilidades y lealtad que son sus dignos hijos.

La democracia liberal, que nos impone Occidente, es desastrosa para el país, ya que atomiza a la sociedad, la atomiza, socava la solidaridad y la unidad.

Necesitamos un Imperio que garantice la justicia social. Un imperio del pueblo, libre de la omnipotencia de oligarcas y advenedizos que se benefician de la miseria de la gente. Puede que nunca haya habido imperios tan ideales en la historia. Así que ¡construyamos uno! El Imperio no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro.

Sólo una apelación abierta al Imperio y a su legado nos dará el derecho definitivo a luchar y ganar la guerra que estamos librando. Ningún nacionalismo agresivo y mezquino puede hacer frente al poder imperial. Además, para aquellos ucranianos que aún no han perdido completamente la cabeza, un lugar en el Imperio y la lealtad al Imperio pueden ser una razón seria para pasarse a nuestro bando.

De lo contrario, puede parecer que dos Estados liberal-democráticos están en guerra entre sí. Y ambos se consideran parte del mundo occidental y buscan integrarse en él lo antes posible, eligiendo caminos y hojas de ruta diferentes. Esto devalúa las hazañas de nuestros héroes y priva a la guerra de su dimensión sagrada. En la guerra, no sólo gana el más fuerte en tecnología y fuerza material, sino aquel cuyo ideal es más grande, más elevado. Al fin y al cabo, las ideas son poder. Y no hay idea más poderosa que la del Imperio.

O empezamos a construir el Imperio inmediatamente, o nos enfrentaremos a una catástrofe aún peor que la que hemos sufrido recientemente.

Detener la extinción del pueblo ruso
Nos estamos extinguiendo. Cada año hay menos rusos. Si no invertimos inmediatamente esta tendencia catastrófica, nosotros como pueblo desapareceremos de la faz de la tierra ya este siglo o nos convertiremos en una minoría insignificante. ¿Cómo salvar a la nación?

Devuelva inmediatamente los valores tradicionales —espíritu, moralidad, familia fuerte— como indispensables. Sólo las sociedades tradicionales pueden presumir de crecimiento demográfico. Cuanto más se extiende la modernización y se profundiza el liberalismo, menos gente hay. Por lo tanto, todas aquellas tendencias que vayan en contra de la Tradición, de la cultura religiosa rusa espiritual, deberían prohibirse legalmente.

La práctica de sustituir a los rusos que desaparecen por emigrantes importados —con una identidad ajena y que en modo alguno pretenden formar parte de nuestro pueblo— es criminal y debe detenerse de inmediato.

El hecho sociológico y estadístico irrefutable es que en las condiciones de las ciudades modernas siempre y en todos los países y civilizaciones se produce un declive y una degeneración demográfica. Las grandes ciudades son asesinas de familias fuertes con muchos hijos, fuente de impureza moral, libertinaje y perversión. Es urgente iniciar el desmantelamiento de las megaciudades, proporcionar a todos los rusos tierras y la posibilidad de vivir en ellas, de cuidar a sus parientes y de poseer una herencia inalienable: un nido familiar.

Es necesario dar por fin tierra al pueblo ruso. En diferentes etapas de nuestra historia, una u otra fuerza ha propuesto esta justa consigna, pero cada vez los rusos fueron engañados de nuevo: tanto los terratenientes, como los bolcheviques, como los liberales de los años noventa. Sólo la tierra que da el pan, el sostén de la familia, es capaz de impulsar el aumento de la natalidad.

O invertimos inmediatamente la situación demográfica, o nos enfrentaremos a una catástrofe aún peor que la que hemos vivido recientemente.

Prohibir la usura
Los elevados tipos de interés y la total dependencia de la economía rusa de su inserción en el sistema del capitalismo financiero mundial conducen a la sobreriqueza de la élite financiera y a la imposibilidad de la mayoría de la población de salir de la pobreza. La oligarquía financiera, que ha esclavizado con préstamos a casi toda la sociedad rusa, se beneficia del cobro de elevados tipos de interés bancarios e hipotecarios.

Este sistema debe reestructurarse radicalmente. En lugar del crédito comercial, es necesario pasar al crédito social, con tipos de interés cero o incluso negativos, lo que aumentará drásticamente la riqueza total del pueblo, expresada en casas construidas, bienes creados, producción establecida, y no en indicadores macroeconómicos abstractos.

El Estado debería distribuir equitativamente las oportunidades financieras entre toda la población, poniendo fin a la omnipotencia de la oligarquía y la oficialidad corrupta.

Tal modelo económico, de hecho colonial, se formó en Rusia en los años 90 del siglo pasado, y hoy impide el desarrollo armonioso y progresivo del potencial creativo del país. Y es enorme y sólo artificialmente frenado por la política monetarista de las autoridades.

O cambiamos inmediatamente el vector económico liberal-oligárquico y monetarista por uno de orientación social, o nos enfrentaremos a una catástrofe aún peor que la que hemos afrontado recientemente.

Ganar la guerra a Occidente
En Ucrania, estamos librando una guerra encarnizada no tanto con el régimen neonazi y rusófobo de Kiev, sino con el Occidente colectivo. No se trata sólo de un conflicto regional o de la resolución de contenciosos geopolíticos, económicos y de estrategia militar. Se trata de una guerra de civilizaciones. El Occidente moderno se ha despojado de sus máscaras y aparece abiertamente en su verdadera forma: hace tiempo que declaró la guerra a Dios, a la Iglesia y a los fundamentos políticos y culturales de la sociedad tradicional, y hoy desafía directamente al hombre mismo. La civilización occidental moderna está destruyendo familias, legalizando e incluso imponiendo agresivamente la perversión, la reasignación de sexo, la cirugía transgénero, e incluso los niños se están convirtiendo en víctimas.

Los extremistas medioambientales exigen salvar el planeta de los humanos. Los pioneros de la ingeniería genética ya están realizando experimentos sobre el cruce de personas con máquinas, con otras especies animales, experimentando con el genoma, prometiendo dotar a los organismos humanos de eternidad o de su apariencia (en forma de memoria y sentimientos almacenados en servidores). La intrusión en el misterio de gestar un feto amenaza con una nueva segregación, porque ya se ha puesto en marcha un proyecto para engendrar una raza superior, cuyo genotipo se corregirá artificialmente y se mejorará al máximo.

La guerra con Occidente en Ucrania es una batalla de la civilización de los pueblos, que está representada por Rusia, de hecho, lidera hoy el enfrentamiento de la mayoría mundial contra la hegemonía de Occidente, con la civilización, que está en el camino de la destrucción o la mutación irreversible del hombre. Tal civilización es satánica.

Para obtener la victoria en esta guerra de civilizaciones, es necesario despertar a toda nuestra sociedad, hacer llegar a cada uno de sus miembros —hasta los niños— el sentido, las metas y los objetivos de esta gran y sagrada guerra popular. No es sólo la defensa de la Patria, es una guerra por la justicia, que no libramos por la vida, sino por la muerte. Y puesto que estamos del lado de la Luz, la sociedad debe ser purificada, ennoblecida y elevada. La victoria en una batalla tan decisiva para toda la historia de la humanidad es una prenda de preservación del hombre como especie. Una vez más, los rusos han asumido la misión de salvar el mundo. Y hoy todo depende de nosotros.

En tal situación estamos obligados a transmitir a todos y cada uno la conmovedora verdad sobre el significado de esta guerra.

Fue criminal dejar inalterada la cultura del entretenimiento que se ha desarrollado en los últimos treinta años, basada en la vulgaridad, el cinismo, la ridiculización de todo lo elevado y puro, la imitación de todos los lados más repulsivos de Occidente. Además, muchas figuras de la cultura han mostrado sus agallas traidoras en las condiciones de la OME, desertando directamente al bando de los enemigos de Rusia. El griterío de bufones endemoniados, blasfemos y pervertidos socava la fe en nuestra victoria y provoca la indignación de los héroes de primera línea y de quienes ya se han dado cuenta profundamente de lo mucho que está en juego en el conflicto de civilizaciones.

Necesitamos una cultura completamente diferente que esté a la altura de los retos de los tiempos de guerra. La cultura existente no es cultura en absoluto. No sólo no debemos dejar volver a los traidores que han entrado en razón, sino que también debemos eliminar a los que se han quedado atrás, conservando su estilo, su esnobismo, su desprecio casi indisimulado por el pueblo ruso y sus ideales, sus directrices, su naturaleza moral.

O reconstruimos inmediatamente toda nuestra sociedad sobre una base militar, o nos espera una catástrofe aún peor que la que hemos afrontado recientemente.

BERLÍN SE ENCUENTRA CON EXTREMO ORIENTE.


La Ilustración suele considerarse, con razón, un movimiento antitradicional en el que, al final, como bien describió Solzhenitsyn, el hombre «se olvidó de Dios» y se puso a sí mismo y a su tecnología en su lugar. Esta «revuelta» contra Dios aseguró entonces los infiernos totalitarios del siglo XX y la victoria cada vez mayor de la «conciencia tecnológica inhumana» (Gestell) sobre el espíritu humano. La barbarie eclesiástica y el reino del terror de la Revolución Francesa no fueron un desafortunado accidente, sino que impregnaron toda la historia de la modernidad por otros medios.

Sin embargo, Dugin describió correctamente que había tendencias antimodernistas minoritarias en cada una de las tres teorías políticas de la modernidad. («Véase Evola en la Revolución Conservadora y Wirth en la Tercera Teoría Política»). Sorprendentemente, éstas existieron esporádicamente en la propia Ilustración. Isaac Newton era un hermetista en la tradición de John Dee, que buscaba el conocimiento sumergido de las culturas antiguas y veía a la humanidad occidental en un estado de decadencia cultural. Para él, la Ilustración era precisamente una misión espiritual para detener esta decadencia espiritual. La campaña de conquista de Napoleón fue también en parte un movimiento para restaurar la monarquía y un intento de crear un imperio monárquico «euroasiático» que uniera a Francia, Alemania y Rusia, luchando contra los anglosajones. El idealismo alemán, con su teoría del Weltgeist, combinaba elementos tradicionales y modernos. Lessing también mostró elementos tradicionales en sus obras.

Otro elemento llamativo es que hubo un fuerte entusiasmo por China en la temprana Ilustración alemana en torno a Federico II, que llevó a filósofos como Leibniz y Voltaire,así como al rey Federico, a declarar que la antigua China era el modelo de un «absolutismo ilustrado». China no es en absoluto antirreligiosa, antitradicional o antiespiritual. (...) Pero, ¿de dónde procede este entusiasmo de la China iluminada? Una causa importante se encuentra en la dicotomía de Atenas y Jerusalén descrita por Leo Strauss. Mientras que Jerusalén representa la religión del pueblo, por así decirlo, que relata al pueblo y su historia con su Dios, Atenas es más bien la variante de una religión que fue fundada y enseñada por un sabio gurú/filósofo. Pitágoras, Platón, Hermes Trismegisto y otros no son profetas enviados por Dios con una visión, sino personas que adquirieron conocimientos religiosos (a través de su propia lógica, mediante la enseñanza o por otros medios) y los transmitieron a sus discípulos. Cristo unió entonces en su posición los polos de la religión popular (Jerusalén) y la religión erudita (Atenas).

Sin embargo, la Iglesia católica suprimió y persiguió entonces en parte esta «teología natural» y los restos del «polo ateniense», como el hermetismo, el gnosticismo o personas como Hipatia de Alejandría. Por otro lado, la Iglesia integró estos restos del polo «ateniense» en sus sistemas. El ejemplo más conocido de ello sería Tomás de Aquino, así como la mayoría de los neoplatónicos.

El resultado es que la Iglesia creó un dominio del polo «Jerusalén» a expensas del polo «Atenas». A través de los informes de los misioneros jesuitas, a filósofos europeos como Leibniz se les ocurrió la idea de que una alianza con China podría corregir este agravio y la depravación moral de la nobleza y el clero en el siglo XVIII. (Leibniz escribió que para salvar a Europa tendría que haber un intercambio misionero en ambas direcciones. Los europeos tendrían que explicar su tradición a los chinos y los chinos la suya a los europeos. En aquella época, pues, la Ilustración en esta forma «berlinesa» no era una ideología que definiera a «Occidente» como una cultura superior que tendría que civilizar al resto de la humanidad. Por el contrario, se consideraba que Occidente también tenía que aprender de Asia)

De hecho, China se consideraba paralela al polo ateniense. De hecho, el taoísmo, el budismo y el confucianismo eran más comparables a las escuelas de los filósofos atenienses que a las religiones monoteístas clásicas y su «pretensión de representación única». No sólo porque fueron fundadas por filósofos, sino también porque aprendieron unas de otras. El I Ching, por ejemplo, era una teoría confuciana que fue adoptada por los taoístas porque supone que todos los signos pueden remontarse a dos símbolos básicos. El budismo zen adoptó a su vez ideas de los taoístas.

Leibniz utilizó por primera vez el I Ching para probar la existencia de Dios y describió que todos los números (y toda la información) podrían derivarse del cero y del uno. Leibniz supuso que el cero se correspondería con el estado de la tierra inmediatamente antes de la creación de la luz en (Génesis 1,3)., y el uno a su vez con Dios. Por tanto, todo lo que pudiera describirse matemáticamente contendría rastros del Tohu va-bohu así como de Dios y su acto de Crear)

Tohu va-bohu (תֹ֙הוּ֙ וָבֹ֔הוּ) es una frase hebrea bíblica que se encuentra en la narración de la creación del Génesis (Génesis 1,2) que describe la condición de la tierra (eretz) inmediatamente antes de la creación de la luz en (Génesis 1,3). Numerosas interpretaciones de esta frase son hechas por varias fuentes teológicas. La traducción Reina-Valera de la frase es «desordenada y vacía», correspondiente a la LXX ἀόρατος καὶ ἀκατασκεύαστος, «invisible y sin forma».

Además de esto, había una razón más específica para la moda china: la China confuciana tenía una cultura de respeto hacia los funcionarios y estos además podían asesorar a los emperadores. Para convertirse en funcionario, una persona tenía que pasar primero un gran examen keju, en el que se le ponía a prueba su inteligencia y sus conocimientos culturales/tradicionales. Como este puesto de funcionario era extremadamente prestigioso, se desarrolló un movimiento cultural, gracias al cual las familias prestaban especial atención a la educación y hacían grandes esfuerzos y gastos para dar a sus hijos la mejor educación posible. Al mismo tiempo, se suponía que el propio emperador era un brillante ejemplo de las virtudes confucianas (entre las que la educación es una de las más importantes)

Leibniz, Voltaire y otros «ilustrados berlineses» vieron en esta cultura la mejor aplicación práctica del Estado-filosófico platónico que existía en su época. Gobernantes europeos como Federico el Grande intentarían imitar este modelo. (Por eso el rey prusiano también reunió en torno a su corte a círculos de intelectuales europeos).

Los pensadores prusianos de la Ilustración, como Gottlob von Justi y Freiherr von Wolff, consideraban que el ideal de la educación tenía más posibilidades de realizarse en una monarquía tradicional con un personal instruido de asesores que en una «democracia liberal», en la que hasta al más estúpido se le permite opinar y la voz del «tonto del pueblo» tiene tanto peso como la de un profesor estudiado. 

Leibniz y compañía tampoco eran antirreligiosos, sino que soñaban con una combinación de cristianismo y enseñanzas confucianas. Voltaire era extremadamente anticlerical, pero incluso él estaba en contra del ateísmo.

Confucio y el Estado funcionarial que inspiró también sentaron las bases de la teoría económica prusiana del cameralismo. Cabe señalar aquí que el fundador de la escuela «neotradicional» de los liberales, la NR/X, Mencius Moldbug, llama a su teoría económica «neocameralismo». No es casualidad que se haya dado a sí mismo el seudónimo de Mencius y que éste fuera el sucesor más importante de Confucio. Así pues, Moldbug conoce perfectamente la conexión entre el prusianismo y el confucianismo. 

Mientras que en Francia, en particular, la Ilustración y la Revolución intentaron derrocar la tradición, Prusia adoptó un enfoque mucho más integrador y conservó más cosas premodernas.

En la actualidad, la situación que prevalecía en Prusia en aquella época casi se ha invertido. Hoy en día, son los japoneses (la Escuela de Kioto, cuyos fundadores estudiaron con Heidegger en Friburgo) y los chinos quienes aprecian la herencia intelectual alemana en torno a filósofos como Heidegger, Carl Schmitt o Leo Strauss, mientras que aquí en Alemania, los gobernantes despiertos consideran que nuestra herencia intelectual europea es políticamente incorrecta y, por tanto, quieren anularla. 

En general, también llama la atención que el PK en China esté formado en un grado asombrosamente alto por científicos y personas cultas, mientras que aquí, en el «Occidente ilustrado y democrático», hay llamativamente muchos fracasados educativos, especialmente entre los Verdes. Por lo tanto, puede que, irónicamente, China, al volver al confucianismo y a la tradición, también realizara los ideales políticos de la Ilustración mejor que el Occidente democrático e ilustrado de hoy, ya que en nuestro país la Ilustración, tan elogiada, condujo políticamente, irónicamente, al triunfo de la incultura.

Por supuesto, también hay que decir que la idea del «Estado burocrático ilustrado» también representa naturalmente un núcleo de tecnocracia como espeluznante objetivo último de la modernidad. Por ello, este «confucianismo occidental» debe verse de forma ambivalente y, por utilizar el término de Adorno, «dialéctica». Fue en gran parte un renacimiento de la tradición platónica en Occidente. Pero también sentó las bases de la «dictadura de los expertos» de la «UE-DSSR», del inhumano régimen médico de Corona («¡No pienses por ti mismo sino confía en la ciencia!»), del Cybersyn chileno (un proyecto en el que la economía nacional debía ser controlada por un ordenador central) y de otros. Y también China, aunque con un renacimiento confucionista, es hasta ahora EL ejemplo de la primera tecnocracia funcional del mundo.

La ciencia tampoco es nunca objetiva, como se ha demostrado especialmente en los últimos años, sino que ella misma está sometida a los intereses del poder.

Es posible, sin embargo, que la religión pueda anular esta dialéctica. Posiblemente la religión sea precisamente lo que impide que un «gobierno de los sabios» derive hacia la gestión científicamente planificada de la «vida desnuda» y recuerda a los sabios que la vida es algo más que números, fechas y mera supervivencia, sino que los seres humanos tienen una dignidad inherente.

ENFOQUE RUSO DE LA MULTIPOLARIDAD: PERSPECTIVA HISTÓRICA

 
Mapa geofísico de Eurasia de 1901 que muestra las elevaciones generales de los accidentes geográficos y la meseta continental sumergida. El mapa está codificado por colores para mostrar las tierras altas por encima de los 2000 pies en tonos beige, las tierras bajas en tonos verdes, las tierras por debajo del nivel del mar en púrpura, y la parte sumergida de la meseta continental en azul claro. El mapa muestra los sistemas montañosos, las mesetas, las llanuras, las tierras bajas, los desiertos, los sistemas fluviales, las islas y las características costeras de la región.

La declaración conjunta ruso-china sobre un mundo multipolar y el establecimiento de un Nuevo Orden Internacional, adoptada en Moscú el 23 de abril de 1997, afirmaba una diversidad de vías de desarrollo político, económico y cultural para todos los países y un papel cada vez mayor para las fuerzas que abogan por la paz y una amplia cooperación internacional.

Muchos atribuyen también a Rusia los primeros pasos en el desarrollo de una estrategia de multipolaridad en las relaciones internacionales. De hecho, esta afirmación tiene cierto mérito. El 23 de abril de 1997, Rusia y China firmaron en Moscú la «Declaración Conjunta sobre un Mundo Multipolar y el Establecimiento de un Nuevo Orden Internacional», y el 15 de mayo se registró la declaración en la ONU.

El documento afirmaba que la Federación Rusa y la República Popular China se esforzarán por promover el desarrollo de un mundo multipolar. El texto también señalaba que las relaciones internacionales habían experimentado profundos cambios a finales del siglo XX y señalaba una diversidad de vías de desarrollo político, económico y cultural para todos los países y un papel cada vez mayor para las fuerzas que abogan por la paz y una amplia cooperación internacional. Además, el documento reza: «Un número creciente de países está empezando a reconocer la necesidad del respeto mutuo, la igualdad y la ventaja recíproca —pero no de la hegemonía y la política de poder— y del diálogo y la cooperación —pero no de la confrontación y el conflicto—. El establecimiento de un nuevo orden político y económico internacional pacífico, estable, justo y racional se está convirtiendo en una necesidad apremiante de los tiempos y en un imperativo del desarrollo histórico».
Además, la declaración expresaba la noción de que cada estado tiene derecho a, procediendo en base a sus circunstancias únicas, elegir de forma independiente y autónoma su propio camino de desarrollo sin interferencia de otros estados. En palabras de la declaración: «Las diferencias en sus sistemas sociales, ideologías y sistemas de valores no deben convertirse en un obstáculo para el desarrollo de relaciones normales entre los Estados». Al mismo tiempo, se hizo hincapié en que China y Rusia están pasando a una nueva forma de relaciones mutuas y que éstas no van dirigidas contra ningún otro país.

Surgieron entonces esperanzas de que la ONU desempeñara un papel importante en el establecimiento de un nuevo orden internacional, y se mencionó a los países en desarrollo y al Movimiento de Países No Alineados como fuerzas importantes que contribuirían a la formación de un mundo multipolar. La Declaración Conjunta de la República Popular China y la Federación Rusa sobre el Orden Internacional del Siglo XXI, firmada en Moscú el 1 de julio de 2005 por el presidente ruso Vladimir Putin y el presidente de la RPC Xu Jintao, continuaba lógicamente esta línea. Esta declaración era una respuesta a la invasión estadounidense de Iraq, una reacción a este desafío que pretendía reforzar los esfuerzos para organizar un nuevo orden internacional. 

Una parte de la nueva declaración decía: La principal tendencia del mundo actual subraya el imperativo de entablar una cooperación mundial. La diversidad de civilizaciones en el mundo y la diversificación de los modelos de desarrollo deben respetarse y salvaguardarse. Las diferencias en los antecedentes históricos, las tradiciones culturales, los sistemas sociales y políticos, los conceptos de valores y las vías de desarrollo de los países no deben convertirse en una excusa para interferir en los asuntos internos de otros países. Las distintas civilizaciones deben dialogar, intercambiar experiencias, aprovechar las de los demás, aprender de sus puntos fuertes para compensar sus propias deficiencias y buscar el progreso común sobre la base del respeto mutuo y la tolerancia. Deben incrementarse los intercambios culturales para establecer relaciones de amistad y confianza entre los países.

Rusia y China llamaron la atención sobre la creación de la Organización de Cooperación de Shanghai y la intensificación de la cooperación entre los países BRIC y, posteriormente, BRICS, que se considera un intento de establecer reglas de juego individuales al menos en la zona de intereses estratégicos de cada país. En la esfera de sus propios intereses estratégicos, como proclamó el presidente Medvédev tras el ataque de Georgia a Osetia del Sur en agosto de 2008, Rusia utiliza la Comunidad Económica Euroasiática como instrumento de integración económica y de cooperación militar en el seno de la OTSC. En 2000 se introdujo directamente en la doctrina de política exterior rusa la disposición de que «Rusia buscará la creación de un sistema multipolar de relaciones internacionales que refleje genuinamente la diversidad del mundo moderno con su diversidad de intereses».

Sin embargo, hay que señalar que la comprensión de los políticos, diplomáticos y académicos rusos de la necesidad de desarrollar una teoría de la multipolaridad tiene sus raíces en una situación de crisis. En primer lugar, se produjo el colapso de la Unión Soviética, que vino acompañado de conflictos étnicos. Un colapso similar se produjo en Yugoslavia y dio lugar a varias intervenciones extranjeras y a la transformación del mapa político regional. El bombardeo de Yugoslavia por la OTAN y la proclamación albanesa de Kosovo supusieron un doloroso golpe no sólo para la República Federal de Yugoslavia, que en aquel momento estaba formada por Serbia y Montenegro, sino para el sistema geopolítico europeo en su conjunto. Además, el colapso de la doctrina marxista y la experiencia negativa de las reformas del FMI y el Banco Mundial en Rusia llevaron a comprender la necesidad de desarrollar una política exterior e interior diferenciada. Aunque la inercia de la era soviética se dejó sentir, se hicieron ciertos intentos de repensar el papel y el lugar de Rusia en el sistema político mundial.

El 11 de septiembre de 2001 también afectó a las percepciones del sistema mundial en un nuevo sentido. No es casualidad que en un artículo de septiembre de 2003, un defensor ruso de la multipolaridad y peso pesado político que fue primer ministro en 1999, Yevgeny Primakov, señalara que «lo que siguió a los acontecimientos del 11 de septiembre mostró más claramente que nunca la confrontación entre dos tendencias. Por un lado, estaba el mantenimiento del orden mundial, salvo alguna modernización, basado en un mecanismo de acción multilateral como las Naciones Unidas. Por otro, estaba el «unilateralismo», o la apuesta por que las decisiones de vital importancia para la humanidad puedan ser tomadas por un solo país, Estados Unidos, basándose en la percepción subjetiva que Washington tiene de la realidad internacional». Primakov señaló que la UE se estaba convirtiendo en un centro de poder comparable en su capacidad a EEUU, mientras que China, Rusia, India y Japón tampoco tenían prisa por seguir la estela de los acontecimientos marcada por Washington. En este sentido, también destacó el papel de la ONU en la formación de la multipolaridad. Anteriormente, Primakov había observado que «el desarrollo desigual de los Estados se manifestará principalmente en formas antagónicas... históricamente, ninguna potencia dominante puede establecer un orden mundial unipolar».

Aquí es importante señalar que Yevgeny Primakov ya había condenado en su momento el liderazgo estadounidense, señalando en su lugar la rápida expansión de las oportunidades para otros países y alianzas. «La caída de la URSS como contrapeso a Estados Unidos no da motivos para creer que Estados Unidos sea un vencedor indiscutible y, en consecuencia, que el mundo deba ser unipolar con un único centro en Washington. Esto contradice el propio curso del desarrollo mundial. Por ejemplo, los PIB respectivos de China e India son mayores que el de EEUU. El liderazgo de EEUU en el progreso científico y tecnológico, como una de las principales condiciones del mundo unipolar, también está siendo activamente cuestionado en la actualidad», lo que confirman los datos estadísticos: «En 2011 se habían formado cuatro grandes centros de progreso científico: EEUU (31% del gasto mundial en investigación científica en términos de paridad de poder adquisitivo), la Unión Europea (24%), China (14%) y Japón (11%)».

Primakov argumentó contra los liberales y los globalistas, afirmando que: La transición a un sistema multipolar es un proceso, no un cambio único con carácter acabado. Por ello, se concede gran importancia a las diversas tendencias, a veces contradictorias, que se manifiestan en el curso de esta transición. Algunas de ellas tienen su origen en el desarrollo desigual de los Estados y en los éxitos o fracasos de las asociaciones de integración. La relación fluctuante entre, en términos relativos, el rumbo hacia la reanudación de las relaciones y la línea inercial de conducta de los Estados heredada de la Guerra Fría y arraigada durante el periodo de confrontación abierta, se ve directamente afectada. Esta relación entre dos tendencias se manifiesta también en los ámbitos político, militar y económico. Por lo tanto, la conclusión correcta de que un orden mundial multipolar no conduce por sí mismo, en las condiciones de la globalización, a situaciones de conflicto o enfrentamientos militares, no excluye el entorno totalmente complejo en el que tiene lugar el proceso de transición a dicho sistema.

Partidario de la creación del triángulo Rusia-India-China, que podría equilibrar el comportamiento agresivo de Estados Unidos y otros desafíos, Primakov es considerado con razón uno de los primeros rusos practicantes de la multipolaridad. Gracias a su cargo oficial y a sus numerosos contactos en el extranjero, la posición de Rusia ante el futuro orden mundial se transmitió con éxito al mayor número posible de responsables políticos y se consolidó en la política exterior de la Federación Rusa.

La doctrina del neo-eurasianismo de Alexander Dugin fue otra plataforma ideológica e intelectual que impulsó el desarrollo de la multipolaridad. El programa de la ideología eurasianista afirma: En el plano de una tendencia planetaria, el eurasianismo es un concepto global, revolucionario y civilizacional que, al perfeccionarse gradualmente, debe convertirse en una nueva plataforma ideológica para el entendimiento mutuo y la cooperación de un amplio conglomerado de diferentes fuerzas, Estados, pueblos, culturas y confesiones que rechazan la globalización atlantista... El eurasianismo es la suma de todos los obstáculos naturales y artificiales, objetivos y subjetivos, en el camino hacia la globalización unipolar, elevados a la vez del nivel de simple negación para ser un proyecto positivo, una alternativa creativa.

Aunque el eurasianismo clásico se ocupaba únicamente del destino de Rusia, a la que caracterizaba como «Eurasia» en virtud de su singularidad, su vasto territorio y su situación central entre la Europa «clásica» y Asia, el concepto de Alexander Dugin ha complementado esta ideología con nuevas metodologías y conceptos académicos. Así, el eurasianismo ha adquirido una dimensión global y ha traspasado las fronteras del continente euroasiático. En esta nueva concepción, «el eurasianismo es una filosofía de globalización multipolar diseñada para unir a todas las sociedades y pueblos de la Tierra en la construcción de un mundo único y auténtico, cada uno de cuyos componentes se derivaría orgánicamente de las tradiciones históricas y las culturas locales».

Bastante cercana a esta fórmula es la opinión de otro académico ruso, Boris Martynov, quien señaló que la multipolaridad recién surgida no puede tener otra dimensión que la civilizacional. Martynov subraya La comunicación intercivilizacional es ya una realidad del mundo moderno en el que las diferentes instituciones económicas y financieras, las estructuras no estatales y las asociaciones religiosas, empresariales y públicas y, por último, los individuos como representantes de sus arquetipos civilizacionales son cada vez más activos al margen de los Estados y junto a sus duraderos contactos internacionales multiperfil y multinivel de diversos tipos... Además, la ventaja de un sistema de orden mundial multipolar frente a los unipolares y bipolares radica en que debe basarse en el derecho para funcionar.

La corrección de esta observación es obvia en el caso del mundo unipolar, que funciona sobre la base de los «entendimientos» del principal actor del sistema global. Lo mismo ocurre en el caso de la bipolaridad, en la que cada uno de los dos sujetos «igualmente responsables» se esfuerza por asegurarse «vía libre» en sus zonas de influencia, independientemente del derecho internacional. Sin embargo, el derecho es necesario para la interacción entre varios actores importantes que ejercen un poder y una influencia aproximadamente comparables, con el fin de garantizar un modus vivendi razonable entre ellos. Esto es especialmente cierto en un sistema tan complejo como la multipolaridad civilizacional.

Sin embargo, no todos los académicos y diplomáticos rusos han asignado un carácter positivo a la multipolaridad emergente. Por ejemplo, el director del Instituto de Estudios Estadounidenses y Canadienses de la Academia Rusa de las Ciencias, S.N. Rogov, ha afirmado que «el nuevo sistema policéntrico carece de "reglas del juego", normas e instituciones comunes que puedan regular eficazmente la interacción entre centros de poder, incluyendo tanto la cooperación como la rivalidad». Desde este punto de vista, la tendencia hacia la multipolaridad genera «inestabilidad e imprevisibilidad en cuanto a la evolución del sistema moderno de relaciones internacionales y amenaza con descontrolar la situación». Esta afirmación se basa claramente en el paradigma mundialista que insiste en una norma ideológica estrictamente limitada. Pero, en general, los esfuerzos rusos parecen firmes intentos de reconstruir un orden mundial respetuoso con todas las naciones, Estados, pueblos y tradiciones culturales-religiosas.

Fuente: Leonid Savin

LOS PADRES DE UNA NUEVA RUSIA


La brecha entre la idea que nos hacemos nosotros los rusos sobre la guerra y lo que el Occidente colectivo cree que es resulta cada vez mayor. Los rusos nos rebelamos en contra de Occidente como un niño que hace una rabieta en contra de sus padres. Al fin y al cabo, hasta hace muy poco la mayoría de los funcionarios en todos los niveles de nuestro gobierno decían abiertamente que Rusia era un país occidental o europeo. Si partimos de esta premisa, entonces podemos decir que Rusia es un hijo de Occidente, siendo esta última una civilización mucho más antigua, importante y equilibrada. Es debido a su antigüedad que Occidente (como se deduce de la fórmula Rusia = país europeo) siempre le ha enseñado a Rusia como debía comportarse o que no debía hacer. Claro, este hijo de Occidente sin duda es enorme y fuerte, pero actúa como un salvaje, un estúpido o un loco. Rusia decidió rebelarse en contra de Occidente y, a pesar de la radicalidad de tal rebelión, Moscú siempre termina lanzando miradas suplicantes y asustadas en dirección a su padre.

No importa que las élites siempre repitan el estribillo de «se acabó, me habéis engañado, abandono vuestro hogar», actúan como un niño rebelde que intenta escapar de casa, pero esperando a que sus padres corran tras él para reconciliarse nuevamente. De ahí la ingenuidad de las líneas rojas, los acuerdos sobre el trigo y el amoniaco, las suplicas para que Ucrania no ingrese en la OTAN o el deseo de que Occidente empiece a negociar. Incluso después de haber lanzado la Operación Militar Especial, el pensamiento de nuestra sociedad sigue ubicado en Occidente pues los centros de decisión tecnológicos, ideológicos, económicos y sociales se encuentran allí. Tales centros nos oprimen, pero, al fin y al cabo ¿qué podemos esperar de nuestra infantil y rebelde élite liberal que deposita su confianza en Occidente, y no en sí misma, como si fuera un niño abandonado? Por el contrario, Occidente contempla con desdén el salvaje comportamiento de su hijo y ya no sabe que hacer con él. Desde hace mucho tiempo la civilización occidental ha construido un entramado de reglas e ideas las cuales han forjado el actual orden internacional: Rusia ahora se levanta en contra de estas reglas pidiendo que se la tome en cuenta a la hora de tomar decisiones. Occidente ve tal actitud de forma preocupante y ha decidido «castigar» en Ucrania el mal comportamiento de su hijo.

Ahora bien, ha llegado la hora de convertirnos en los padres de la Nueva Rusia. Es hora de decirle adiós a los niños que crecieron bajo la Federación de Rusia en 1991 y darles paso a los adultos de la Tercera Roma, los forjadores del imperio ruso y la civilización soviética. Tales adultos jamás vieron a Rusia como una parte de la civilización occidental, sino como una civilización distinta ya fuera en su versión ortodoxa o comunista, comportándose de forma independiente y autónoma. Por supuesto, tal toma de conciencia implica un cambio radical en nuestra visión del mundo y la sustitución de las actuales élites. Estamos en guerra contra un enemigo bastante capaz, aunque este lance contra nosotros un ejército de zombis. Por supuesto, tales no muertos son controlados a distancia por gente bastante sensata y sobria. La Operación Militar Especial no es un juego, es una guerra y la guerra es algo que hacen los adultos. Hasta ahora solo los niños han ido al frente y su única alternativa es crecer rápidamente para convertirse en adultos. Algunos ya lo han conseguido, pero mucho siguen atrapados en el estado de infantilismo prooccidental de su juventud. Ese es el verdadero origen de nuestros fracasos y motines. La autoconciencia de las actuales élites rusas simplemente no está a la altura de nuestra misión histórica. Después de todo, la corrupción y la podredumbre florecen no solo como consecuencia de la codicia, sino también de la irresponsabilidad ilimitada y arbitraria de un infante maleducado que come con las manos. La única salida es convertirse en un adulto. El hecho de que nos hayamos proclamado una civilización autónoma implica que empecemos a convertirnos en una o seremos lanzados al basurero de la historia.

¿VICTORIA Y DERROTA EN UCRANIA?

 

El conflicto en Ucrania, que se calentó hasta convertirse en un enfrentamiento militar hace casi un año y medio, aún continúa. A pesar de la ayuda masiva de Occidente, Ucrania no ha logrado desalojar a las tropas rusas, y mucho menos «ganar» la guerra en curso. Sin embargo, para ser justos, hay que decir —como también sostiene Riley Waggaman en su blog— que Rusia tampoco ha logrado aún sus objetivos.

La razón oficial más concreta de la operación militar especial de Rusia era «proteger a la población rusa en Dombás». Hoy, sin embargo, la situación en Dombás es aún más trágica. Los bombardeos ucranianos contra objetivos civiles se han multiplicado por diez en comparación con el periodo anterior al 24 de febrero. Además, el ejército ucraniano sigue atrincherado en partes de Donetsk (y tiene un pequeño punto de apoyo en Lugansk).

Hasta la fecha, no se ha producido la «desmilitarización» de Ucrania. El régimen de Kiev sigue recibiendo más armas de Estados Unidos y de algunos países de la OTAN, que no tienen reparos en luchar hasta el «último ucraniano» (y preferiblemente ruso). En cuanto a la «fijación nazi», la extrema derecha ucraniana, con sus alienadores ideológicos, sigue trabajando.

Ucrania se ha convertido en la «anti-Rusia» imaginada por los neoconservadores estadounidenses. Durante la operación militar especial, Kiev ha ilegalizado a los elementos «prorrusos» del país, a los partidos de la oposición, a figuras públicas y a activistas. Cualquier ucraniano sospechoso de simpatizar de algún modo con Moscú corre el riesgo de sufrir represalias.

La guerra no ha hecho más que alimentar a los nacionalistas ucranianos y Kiev, con la ayuda de la maquinaria mediática occidental, ha creado la imagen de un Estado ucraniano completamente separado que surgiría tras la guerra (aunque en este caso, Ucrania, comercializada como campeona de los «valores europeos», preferiría, según Zelensky, convertirse en un «Gran Israel» antiliberal que oprimiera a los rusos en lugar de a los palestinos).

De hecho, durante el conflicto se intentó borrar la 'rusidad', prohibiendo la literatura rusa y destruyendo monumentos y estatuas de la era soviética. Del mismo modo, los nombres rusos de las calles ya han sido sustituidos por otros más nuevos, estadounidenses, y la operación especial rusa aún no ha podido detener esta destrucción.

¿Cuáles son entonces los escenarios realistas y factibles que podrían detener e invertir el curso de los acontecimientos y ayudar a Rusia a acercarse a la consecución de sus objetivos?

Si el ejército ucraniano se agota por completo, pierde sus batallas y fracasa en su anunciada «contraofensiva» durante el verano, podría perder el apoyo de Washington y de los países de la OTAN. Este es un temor realista entre los que odian a Rusia en Occidente.

Este desarrollo conduciría a un Kiev derrotado, a la mesa de negociaciones, donde Moscú podría dictar sus condiciones. Sin duda, estas condiciones incluirían la neutralidad de Ucrania, la retirada del poder de varias políticas «antirrusas» y la prohibición del extremismo.

Por supuesto, aunque Ucrania fuera oficialmente neutral, esto no significaría que todos los ucranianos tuvieran en adelante una cálida disposición hacia Moscú. El rencor y el resentimiento permanecerían sin duda y el nacionalismo ucraniano seguiría escondiéndose bajo declaraciones de neutralidad, lo que podría acarrear nuevas dificultades más adelante

En el lado positivo para Moscú, este escenario pondría fin muy probablemente al derramamiento de sangre en Dombás y otras regiones anexionadas a Rusia, cumpliendo así varios de los objetivos declarados de Putin. Los problemas graves continuarían —y probablemente desembocarían en un conflicto más adelante—, pero seguiría siendo una «victoria parcial» para Rusia.

El segundo escenario militar es mucho más extremo. En este hipotético escenario, los militares rusos encontrarían la forma de alcanzar la frontera occidental y Moscú acabaría absorbiendo prácticamente toda Ucrania en su seno. Los «halcones de la guerra» rusos esperan un desenlace así, que exigiría al régimen de Putin adoptar una postura más dura que la actual.

Como ha argumentado Aleksandr Dugin, Rusia no necesita una «estrategia astuta», sino «un plan racional y cuidadosamente calibrado para la victoria». Subraya que en la guerra moderna, «la velocidad dicta a menudo el resultado». Para lograr sus objetivos, Rusia también debería tomar medidas «impopulares» y no estar «preocupada por las elecciones o la popularidad».

Suponiendo que tal escenario fuera política y militarmente factible, y que las fuerzas armadas rusas avanzaran hasta Kiev y Leópolis, llevando a cabo una «desmilitarización y desnazificación» de la región, ¿qué ocurriría a continuación?

¿Puede restablecerse el orden y la estabilidad en la región si una «Ucrania liberada», un «país ocupado» a ojos de la OTAN occidental, sigue sirviendo de teatro de la «guerra en la sombra» entre Rusia y Occidente: un caldo de cultivo para contrabandistas de armas, células terroristas, saboteadores y asesinos? ¿Qué atrocidades harían falta para que Ucrania se convirtiera en un territorio «neutral» o volviera a formar parte de Rusia?

Si Rusia consiguiera anexionar Ucrania a su federación, ésta seguiría rodeada por la alianza militar OTAN. También esta situación crearía las condiciones para nuevos enfrentamientos geopolíticos en un futuro próximo. ¿Continuarían los disturbios internos y la OTAN redoblaría sus esfuerzos para desestabilizar a Rusia, que se vería obligada a entrar en un estado de emergencia permanente en un entorno hostil?

¿Habría escenarios menos violentos que condujeran a un final del conflicto? La economía ucraniana y las condiciones para la guerra dependen totalmente de la ayuda occidental. De hecho, la dependencia casi total de Kiev de los angloamericanos y del «Occidente colectivo» es un punto débil en el esfuerzo bélico de Ucrania.

También en el frente económico, Ucrania es extremadamente vulnerable. La única esperanza para Zelensky y sus socios es que los banqueros centrales y las empresas transnacionales (BlackRock, Monsanto, Goldman Sachs, etc.) no renuncien a sus «inversiones» sin luchar y lo entreguen todo preferentemente a Rusia.

El peor escenario posible para Rusia se ha esbozado durante años en los medios de comunicación del poder al servicio de la guerra de la información de Occidente: la esperanza de que los esfuerzos militares, la presión exterior y las sanciones económicas acaben provocando la caída del régimen de Putin. Esto sumiría a Rusia en el caos interno, tras lo cual Occidente volvería a tener el control, como lo tuvo bajo Boris Yeltsin.

De hecho, el fundador del «club de los patriotas furiosos», Igor «Strelkov» Girkin, ha advertido en repetidas ocasiones de la posibilidad de un colapso de la propia Rusia. Con esto quiere decir que la incompetencia y las disputas entre los altos dirigentes rusos podrían tener consecuencias catastróficas para el esfuerzo militar de Rusia y sumir al país en una profunda crisis política.

Si se pudiera encontrar una solución negociada al conflicto ucraniano, sin una «guerra total en un país incendiado», requeriría compromisos dolorosos entre las partes. Si el conflicto simplemente se congela, las hostilidades podrían recrudecerse en pocos años.

Lo lamentable es que, desde el comienzo de esta lucha, Moscú ha permitido a Washington y a la OTAN traspasar todas las «líneas rojas» sin consecuencias significativas. Rusia no ha estado dispuesta a imitar el brutal estilo de guerra estadounidense, y mucho menos a cortar los lazos económicos con todos los actores hostiles, para llevar el conflicto a una conclusión más rápida.

Sin duda, la operación militar especial ha ayudado a Rusia a reforzar su soberanía al cortar (algunos) vínculos con el Occidente colectivo y obligar a Moscú a buscar socios económicos más amistosos y cooperativos en otros lugares. La idea de un «mundo ruso» separado de Occidente también ha ganado protagonismo. Sin embargo, aún queda mucho por hacer para que la soberanía aparente sea más útil para Rusia en el juego de las grandes potencias.

Por supuesto, una clara victoria rusa en el campo de batalla socavaría aún más la credibilidad de Occidente, que ya se ha visto sacudida en gran parte del mundo. Pero, ¿sería suficiente con derrotar a Ucrania? En última instancia, Ucrania no es más que una herramienta de Occidente para atacar a Rusia. Por tanto, Moscú tendría que derrotar, de una forma u otra, a quienes utilizan este instrumento, es decir, Washington, Londres y Bruselas.

Por otra parte, mientras escribo esto, también recuerdo el argumento de que las guerras modernas ni siquiera están hechas para ser ganadas. Así que, al final, ¿ocurrirá con el conflicto de Ucrania que nadie «gane» (excepto los muy ricos y poderosos, banqueros, inversores y la industria armamentística)? Por supuesto, esto ya ha ocurrido muchas veces en la historia del mundo.

Fuente: Markku Siira

Los servicios secretos de Rusia y de Occidente ante la revuelta de Evgueni Prigozhin.

Al rebelarse, en medio de un conflicto militar, tratando de conservar para sí mismo los bienes que se le habían confiado, Evgueni Prigozhin puso en peligro la cohesión de su país. El resultado hubiese podido ser dramático, pero todo terminó bien. Sin embargo los servicios secretos occidentales habían previsto lo que podía suceder y cómo podían sacar provecho de la situación. Claro, los servicios especiales rusos también habían hecho sus propias previsiones.

Evgueni Prigozhin deja sus hombres y se marcha a Bielorrusia

Tanto los servicios secretos de Rusia como los de las potencias occidentales venían observando la degradación de las relaciones entre Evgueni Prigozhin y el general Serguéi Shoigú, el ministro de Defensa de la Federación Rusa. Por supuesto, no la interpretaban de la misma manera y sus pronósticos eran diferentes.

Para los servicios secretos occidentales, el «amo del Kremlin» alimentaba la oposición entre el empresario y el ministro, para empujarlos a dar lo mejor de sí mismos. Pero también calculaban que aquella rivalidad no podía menos que agravarse y que, en definitiva, llegaría a dividir las fuerzas rusas en lugar de fortalecerlas. Sería entonces el momento de aprovechar la debilidad de Moscú para iniciar el programa de desmantelamiento de Rusia, trazado desde julio de 2022, utilizando a diversas minorías [1]. Ese es el sentido de la presentación que hizo la CIA ante un selecto grupo de miembros del Congreso sólo días antes de la rebelión de Prigozhin.

Para los servicios rusos, que no se permitían inmiscuirse en la manera como el presidente Putin manejaba aquella rivalidad, era inevitable que la oposición entre Prigozhin y el ministro de Defensa se agravara cada vez más. En algún momento, los oficiales y altos funcionarios contrarios al régimen tomarían posición, no por uno u otro bando sino por un hipotético cambio de sistema. Habría entonces que identificar a esos elementos y prepararse para sacarlos del aparato estatal.

Claro, nadie sabía que Prigozhin actuaría como lo hizo, ni cuándo lo haría. Así que, cuando Prigozhin puso rumbo al cuartel general de Rostov del Don –en la madrugada del 23 al 24 de junio–, nadie sabía todavía si aquello era parte de la prueba de fuerza entre Wagner y el ministerio de Defensa o si estaba sucediendo algo diferente. Sólo en la noche, cuando Prigozhin ya había tomado el control de Rostov del Don (a las 07h30) y había iniciado su marcha sobre Moscú, todos comprendieron que había llegado el momento de actuar[2].

La CIA, el MI6 y el Mossad pusieron entonces en movimiento sus contactos, no sólo en Rusia sino también en las demás repúblicas exsoviéticas que siguen siendo aliadas de Moscú, sobre todo en Bielorrusia, Kazajstán y Uzbekistán, tres Estados donde las potencias occidentales han fracasado, durante los dos últimos años, al tratar de organizar nuevas «revoluciones de colores».

Los dirigentes ucranianos dieron instrucciones al millar de bielorrusos miembros del Batallón Kastos-Kalinowski, que lucha del lado de Kiev, para que se pusieran en contacto con sus familiares en Bielorrusia y los empujaran a tratar de derrocar al presidente bielorruso Alexander Lukashenko. También hicieron exhortaciones idénticas contra los presidentes de Kazajstán, Kassym-Jomart Tokayev, y de Uzbekistán, Shavkat Mirziyoyev. Los contactos de Occidente en Chechenia no parecen haber respondido a las exhortaciones de Occidente.

En Moscú, el presidente Vladimir Putin, después de su alocución —a las 10h—, telefoneó a los presidentes de Bielorrusia, Kazajstán y Uzbekistán —a las 13h30— y les recordó que ellos también habían tenido que enfrentar revueltas estimuladas por los occidentales y que habían logrado salir victoriosos. Les hizo saber que Rusia no daría ni un paso atrás y los invitó a redoblar la vigilancia en sus propios países.

La oposición rusa en el exilio —o sea, la que cuenta con el apoyo de Occidente— llamó a iniciar un «cambio de régimen» en Moscú. El oligarca Mijaíl Jodorkovski, arrestado por evasión de impuestos en 2003, cuando iniciaba una intentona golpista[3], afirmó a través de Twitter que la rebelión de Prigozhin demostraba que Putin podía ser derrocado y que todos debían prepararse para ese momento. Lo mismo hizo el ex-campeón de ajedrez Gary Kasparov, quien en su momento apoyó a Boris Yeltsin. Kasparov parece haber creído que le había llegado el momento de la revancha. Desde su prisión en Siberia, Alexei Navalni proclamó su apoyo al movimiento.


Esos tres individuos —Jodorkovski, Kasparov y Navalni— son las tres principales cartas de Occidente en Rusia. Pero, aunque numerosos medios de difusión internacionales les atribuyen altos índices de popularidad, lo cierto es que ninguno de ellos es popular entre los rusos, no más que los jefes de la oposición proestadounidense en Libia o en Siria, durante las guerras de Occidente contra esos países.

Esos tres personajes denuncian la intervención rusa en Ucrania como una «injerencia imperialista», llaman al cese de las hostilidades y afirman que los dirigentes rusos tendrían que ser juzgados por un tribunal penal internacional. Al inicio de la operación militar especial rusa en Ucrania, fundaron en Lituania un «Russian Action Committee», sin hallar eco en su propio país.

Para sorpresa de todos, la rebelión se terminó aquella misma noche —a las 20 horas, hora local— sin que nadie supiese qué tipo de acuerdo había firmado Prigozhin. Todo sucedió en 18 horas, demasiado poco tiempo para que los servicios secretos de ninguna de las partes lograsen concretar sus objetivos respectivos.

El jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell (parado de espaldas a la izquierda), recibe a Svetlana Tijanovskaya (con chaqueta azul clara) y su «gobierno bielorruso en el exilio».

En todo caso, Occidente movilizó a sus agentes bielorrusos. Svetlana Tijanovskaya, la candidata perdedora de la última elección presidencial en Bielorrusia, creó un gobierno en el exilio, como planeaba hacerlo desde el 24 de febrero de 2022 —al inicio de la operación especial rusa. Tijanovskaya fue recibida por las autoridades de la Unión Europea, que sin embargo pusieron especial cuidado en no reconocer su gobierno títere.

Los servicios secretos ucranianos han afirmado que Prigozhin está ahora en la lista de personas por liquidar del FSB ruso. Se trata, evidentemente, de un intento de desinformar —en realidad, el presidente Putin prometió que Prigozhin no será perseguido.

Por su parte, The Moscow Times, diario proestadounidense publicado en Ámsterdam, aseguró que el general Serguéi Surovikin fue arrestado como cómplice de la rebelión de Prigozhin. Surovikin fue simplemente interrogado por el FSB ya que era miembro honorario de Wagner desde que sirvió como comandante de las fuerzas rusas en Siria.

CÓMO LA COMISIÓN TRILATERAL HA DADO FORMA AL OCCIDENTE CONTEMPORÁNEO.

 

Cuando crearon la Comisión Trilateral en 1973, sus fundadores David Rockefeller, Zbigniew Brzezinski y George Franklin aspiraban a crear un organismo transnacional para consolidar el orden internacional liderado por Estados Unidos y mitigar las tensiones emergentes entre los miembros de la «tríada capitalista» —formada por Anglonia (Australia, Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Reino Unido), Europa Occidental y Japón+Corea del Sur— debido al crecimiento económico europeo y japonés y a la intensificación de la competencia intercapitalista a raíz de la crisis del petróleo. A mediados de la década de 1970, el think-tank publicó, entre otros muchos, un estudio en el que se argumentaba que «una iniciativa conjunta Trilateral-OPEC para poner más capital a disposición del desarrollo serviría a los intereses de los países trilateralistas». En un momento de estancamiento del crecimiento y de aumento del desempleo, es obviamente ventajoso transferir fondos de los Estados miembros de la OPEC a los países en desarrollo para absorber las exportaciones de las naciones representadas en la Comisión Trilateral».

Otro documento de la misma época afirma que «el objetivo fundamental es consolidar el modelo basado en la interdependencia [entre Estados] para proteger los beneficios que garantiza a cada país del mundo frente a las amenazas externas e internas que provendrán constantemente de quienes no estén dispuestos a soportar la pérdida de autonomía nacional que supone mantener el orden existente. Para ello, a veces puede ser necesario ralentizar el ritmo al que se va a llevar a cabo el proceso de fortalecimiento de la interdependencia [entre Estados] y modificar sus aspectos procedimentales. La mayoría de las veces, sin embargo, requerirá esfuerzos para limitar las intrusiones de los gobiernos nacionales en el sistema de libre comercio internacional, tanto de bienes económicos como no económicos».

El objetivo de los trilateralistas era, pues, transformar el planeta en un espacio económico unificado que implicara el establecimiento de estrechos lazos de interdependencia entre los Estados y, como se lee en un estudio fundamental centrado en el tema, «la reestructuración de la relación entre el trabajo y la dirección para adaptarla a los intereses de accionistas y acreedores, la reducción del papel del Estado en el desarrollo económico y el bienestar, el crecimiento de las instituciones financieras, la reconfiguración de la relación entre los sectores financiero y no financiero en beneficio del primero, el establecimiento de un marco reglamentario favorable a las fusiones y adquisiciones de empresas, el fortalecimiento de los Bancos Centrales con la condición de que se ocupen principalmente de garantizar la estabilidad de los precios, y la introducción de una nueva orientación general destinada a drenar recursos de la periferia hacia el centro». Sin olvidar la bajada de impuestos sobre las rentas, los activos y el capital más elevados, con el fin de liberar recursos para la inversión productiva y poner fin al preocupante descenso de la parte de la riqueza total —medida por la propiedad combinada de bienes inmuebles, acciones, bonos, dinero en efectivo y otros activos— en manos del notorio 1% más rico de la población a su nivel más bajo desde 1922.

Una cifra significativa, sólo parcialmente atribuible a la inversión histórica de la arquitectura fiscal puesta en marcha en el periodo previo al estallido de la crisis de 1929 por la administración Coolidge —y en particular su Secretario del Tesoro Andrew Mellon— operada por Franklin D. Roosevelt. La contracción de las rentas percibidas por las clases más acomodadas estaba estrechamente vinculada a la tendencia a la baja de los beneficios empresariales que, como ya adivinó Karl Marx en su momento, se produce siempre que se intensifica la competencia intercapitalista. En el caso que nos ocupa, el astronómico aumento de la inversión y la productividad logrado por Europa Occidental y Japón no sólo había sido superior al capitalizado por Estados Unidos, sino que además se había conseguido en un contexto de baja inflación, elevado empleo y rápido aumento del nivel de vida. Durante un tiempo, el descenso del umbral de remuneración producido por la intensificación de la confrontación entre Estados Unidos, Europa Occidental y Japón se vio compensado por el vertiginoso aumento de la masa de beneficios industriales generada por el auge económico, pero a partir de mediados de los años 60s, el margen había empezado a estrecharse progresivamente como consecuencia de la mayor exacerbación de la competencia intercapitalista, combinada con el aumento generalizado de los salarios y el fortalecimiento de los sindicatos. Por otra parte, el crack de Wall Street entre 1969 y 1970 había asestado un duro golpe a las tendencias especulativas, desencadenando una espiral descendente destinada a durar al menos hasta finales de 1978, con la licuación de cerca del 70% del total de los activos en manos de los 28 principales fondos de cobertura estadounidenses.

El fenómeno no dejó de llamar la atención de Lewis Powell, juez del Tribunal Supremo con una carrera como abogado de las multinacionales del tabaco, que en agosto de 1971 envió una famosa carta al funcionario de la Cámara de Comercio de EE.UU. Eugene B. Sydnor. En el documento, elocuentemente titulado Ataque al sistema de libre empresa estadounidense, Powell lamentaba el asedio ideológico y de valores al que se ve sometido el sistema empresarial por parte de la «extrema izquierda, mucho más numerosa, mejor financiada y tolerada que en cualquier otro momento de la historia». Lo sorprendente, sin embargo, es que las voces más críticas proceden de elementos muy respetables integrados en las universidades, los medios de comunicación, el mundo intelectual, artístico e incluso político. [...] Además, casi la mitad de los estudiantes están a favor de la socialización de las industrias estadounidenses fundamentales, como consecuencia de la propagación como un reguero de pólvora de una propaganda engañosa que mina la confianza del público y lo confunde. El juez proclamó entonces que había llegado «el momento de que las empresas estadounidenses marchen contra quienes desean destruirlas. [...] Las empresas deben organizarse, planificar a largo plazo, regularse por tiempo ilimitado y coordinar sus esfuerzos financieros hacia un único objetivo básico. [...] La clase empresarial está llamada a aprender de las lecciones de la clase obrera, a saber, que el poder político es un factor indispensable que debe cultivarse con empeño y asiduidad y explotarse con agresividad. [...] Quienes representan nuestros intereses económicos deben afilar sus armas, [...] ejercer una fuerte presión sobre toda la clase política para asegurarse su apoyo y golpear sin demora a sus oponentes a través del poder judicial en la misma medida en que lo han hecho en el pasado la izquierda, los sindicatos y los grupos de defensa de los derechos civiles, [...] que han logrado un éxito considerable a nuestra costa.

El pasaje más significativo de la carta, sin embargo, es aquel en el que Powell llama la atención sobre la necesidad de tomar el control de las escuelas y los medios de comunicación de masas, identificados como herramientas indispensables para «moldear» las mentes de los individuos y crear así los prerrequisitos políticos y culturales para la reproducción perenne del sistema capitalista. Evidentemente, Powell no había pasado por alto las reflexiones formuladas por Marx y Gramsci sobre el concepto de «hegemonía», que se ejerce de forma mucho más eficaz mediante una hábil manipulación de los aparatos educativos y de los medios de comunicación de masas que mediante la coerción. En su opinión, era necesario convencer a las grandes empresas de que aportaran sumas de dinero suficientes para reforzar la imagen del sistema mediante un refinado y meticuloso trabajo de «búsqueda de consenso» al que se aplicarían profesionales profusamente remunerados. «Nuestras apariciones en los medios de comunicación, en conferencias, en el mundo editorial y publicitario, en los tribunales y en las comisiones legislativas tendrían que ser de una precisión y un nivel excepcionales».

Otro aspecto crucial es el establecimiento de una relación de colaboración con las universidades preparatoria para la inclusión en las universidades de «profesores que crean firmemente en el modelo empresarial [...] [y que, basándose en sus convicciones] evalúen los libros de texto, empezando por los de economía, sociología y ciencias políticas». En cuanto a la información, «la televisión y la radio deberían ser objeto de un seguimiento constante con el mismo criterio utilizado para evaluar los manuales universitarios. Esto se aplica en particular a los programas en profundidad, de los que proceden muy a menudo algunas de las críticas más insidiosas al sistema empresarial. [...]. Deberían aparecer continuamente en la prensa artículos patrocinando nuestro modelo, y los quiosqueros también deberían participar en el proyecto».

El otro texto de referencia, complementario al memorándum de Powell, en el que se inspiraron los trilateralistas fue La segunda revolución americana de John D. Rockefeller III. La Segunda Revolución Americana de Rockefeller III, un auténtico manifiesto ideológico publicado por el Consejo de Asuntos Exteriores en 1973, que proponía limitar drásticamente el poder de los gobiernos mediante un programa de liberalización y privatización destinado a privar a las autoridades estatales de algunas de sus funciones reguladoras fundamentales y a revocar las políticas keynesianas vigentes desde el New Deal en un retorno al modelo darwinista y altamente desregulado que duró hasta la llegada al poder de Franklin D. Roosevelt.

La puesta en práctica de los designios trilateralistas, favorecida por la proliferación de fundaciones (especialmente incisivo sería el activismo de las del Medio Oeste, encabezadas por las familias Olin, Koch, Richardson, Mellon Scaife y Bradley) y la aplicación práctica de una serie de expedientes expuestos en un impresionante informe sobre la «crisis de la democracia» elaborado por los politólogos Samuel Huntington, Michel Crozier y Joji Watanuki por encargo de la Comisión, se llevó a cabo bajo la presidencia de Jimmy Carter. Es decir, el candidato demócrata que ganó las elecciones de 1976 gracias a una impresionante campaña mediática se centró en responsabilizar a la administración pública de la aparición de toda una serie de problemas que atenazaban a Estados Unidos, empezando por la ineficacia provocada por la excesiva burocratización y la «injerencia» en la vida económica que iba en detrimento del pleno aprovechamiento del potencial económico del país. Resulta significativo que hasta 26 miembros de la Comisión Trilateral fueran reclutados en la administración Carter, entre ellos Walter Mondale (vicepresidente), Cyrus Vance (secretario de Estado), Harold Brown (secretario de Defensa), Michael Blumenthal (secretario del Tesoro) y Zbigniew Brzezinski (consejero de Seguridad Nacional).

Fuente: Giacomo Gabellini