REENCARNACIÓN Y CRISTIANISMO

En general, reencarnación es la creencia según la cual el alma, después de la muerte, se separa del cuerpo y después de un tiempo toma otro cuerpo para continuar otra vida mortal. Según esta creencia, las almas pasan por ciclos de muertes y nuevas encarnaciones. Un ser  humano, por ejemplo, podría volver a vivir en la tierra naciendo como un nuevo personaje.

En Occidente, la mayor resistencia a la reencarnación en el mundo religioso viene del cristianismo, aunque cada año hay un aumento porcentual de cristianos que admiten creer en ella.

El hecho es que la reencarnación ya no debe ser simplemente una cuestión de creencia, pues como hemos dicho en el artículo «Seriedad y sensatez sobre las vidas pasadas»:
«En las últimas décadas se ha demostrado que la reencarnación es un hecho gracias a varias investigaciones científicas y analíticas, como la del doctor Ian Stevenson. Los hallazgos y conclusiones ampliamente documentados de profesionales tan respetados como aquél y respaldados con evidencia incuestionable no pueden explicarse mediante la ciencia materialista, pero tampoco pueden descartarse. Todos apuntan a una única y posible conclusión, a saber, que la Sabiduría Eterna siempre ha estado en lo correcto al afirmar que la reencarnación no sólo puede acontecer, sino que de hecho sucede como algo común y corriente».

Hace varios años se llevó a cabo un debate religioso y científico sobre el tema en la televisión británica, en que un obispo vestido de negro informaba a representantes del hinduismo, budismo y el mundo científico que no podía explicar los hechos y datos presentados, pero «sabía que todos estaban completamente equivocados» simplemente porque «la reencarnación no figura en la Biblia (según él) y no forma parte de la doctrina de la Iglesia».

Pero como se ha comentado en otra parte de este sitio, la verdad sobre el cristianismo es completamente diferente de lo que la gran mayoría de sus acólitos cree o incluso está dispuesta a aceptar. No existe un grupo religioso más profundamente ignorante de la historia, los antecedentes y hechos vitales de su propio credo que los cristianos.

El profesor Geddes MacGregor, respetado sacerdote anglicano, escribió lo siguiente en su libro «Reincarnation in Christianity: a new vision of the role of rebirth in Christian thought»: «La reencarnación es una de las ideas más fascinantes en la historia de la religión, ya que también es uno de los temas más recurrentes en la literatura mundial. Por lo general se asume que es ajena a la herencia cristiana y especialmente extraña a las raíces hebreas del pensamiento bíblico. Esa suposición es cuestionable...». La doctrina de la reencarnación siempre ha estado presente a lo largo de los siglos tanto en el cristianismo como en el propio judaísmo. Y hoy en día, el número de judeocristianos que creen en la reencarnación a pesar de sus religiones, es creciente. No pueden dejar de seguir o apreciar sus respectivas religiones aunque sea por tradición o por herencia cultural, pero tampoco pueden arrancar de sí el convencimiento de que la reencarnación existe, y que no puede ser de otra manera.


En un libro posterior titulado «Reincarnation as a Christian Hope», el mismo autor dice: «Soy inmensamente comprensivo con aquellos hermanos que consideran la doctrina de la reencarnación como una de esas malas hierbas amenazan la vida normal de la Iglesia. (...) No obstante, creo que sus temores sobre este tema en particular son totalmente injustificados. Los peligros abundan, porque no todas las formas de reencarnación son compatibles con la doctrina cristiana, y es por eso que enfatizo tanto la necesidad de ver en qué forma esta doctrina podría ser cristianizada adecuadamente».

De hecho, varias creencias e ideas comunes con respecto a la reencarnación se basan en poco más que superstición y malentendido. El propósito y la causa del proceso reencarnatorio a menudo no se entienden; la naturaleza del alma y el espíritu con frecuencia son inexcusablemente mezcladas y tergiversadas; además, se cree de modo ingenuo que el alma y la personalidad presente «son más o menos idénticas en esencia»; entre muchos prevalece la noción engañosa de que la reencarnación «ocurre inmediatamente después de que la muerte» y, quizás lo peor de todo, todavía hay quienes adhieren al concepto de que «los humanos pueden reencarnarse como animales, árboles, plantas, piedras, etc».

La enseñanza de la reencarnación como se presenta en Teosofía está libre de suposiciones falsas, proporcionando la explicación más clara, profunda, completa, lógica y filosóficamente autoconsistente de esta doctrina que está disponible para el mundo. En realidad, fue el Movimiento Teosófico el que introdujo —o más bien reintrodujo— el concepto y la conciencia de la reencarnación en el mundo occidental a fines del siglo XIX, y así lo que se ha escrito sobre este tema por HPB y William Quan Judge merece un estudio serio.

Si bien muchos cristianos sí consideran el reencarnacionismo como algo «tan inadecuado como una pagoda en la cima de una iglesia gótica», esto es totalmente injustificado. La reencarnación no es únicamente una enseñanza oriental como se suele pensar, sino que ha prosperado en todas las partes del mundo occidental en diversos períodos de la historia. Las enseñanzas de Pitágoras, Platón y Plotino son sólo algunos de los ejemplos más notables de las filosofías occidentales en que se enseñó y promovió este concepto.

Plotino creía en la reencarnación del alma, y también que ésta era inmortal. Si Anaxágoras habló del nous o Platón de las ideas, Plotino señaló al UNO como fuente indefinible de todas las cosas. Ese UNO se situaba en la parte superior de todo, estaba por encima de todo, y era una sola cosa. 

El hinduismo es la religión más antigua del mundo y, por lo tanto, desde esa perspectiva, es cierto que la doctrina reencarnacionista «se origina» en dicho sistema. Sin embargo, la reencarnación se produce en todo el mundo y no sólo para los indios, convirtiéndose así en una enseñanza universal en lugar de ser oriental; pero se da el caso que la gente en esa parte del mundo acepta y entiende estos aspectos con mayor facilidad que los occidentales.

Muchos de nuestros lectores cristianos pueden estar interesados o quizá sorprendidos y consternados por saber que la creencia en la reencarnación estaba bastante extendida entre los primeros cristianos. Un gran número de las principales figuras y/o «Padres» en la Iglesia homónima primitiva apoyaron y promovieron la doctrina y muchos de estos individuos altamente respetados e influyentes fueron seguidores del platonismo y el neoplatonismo, siendo éste último muy popular durante ese tiempo.

San Agustín, obispo de Hipona que vivió del 354 al 430 d.C., escribió una vez: «El mensaje de Platón, el más puro y luminoso de toda la filosofía, ha dispersado por fin la oscuridad del error y ahora brilla principalmente en Plotino, un platónico tan parecido a su maestro que uno pensaría que vivían juntos, o más bien que Platón nace de nuevo en aquél, ya que un largo período de tiempo los separa». (Agustín de Hipona, contra los académicos).

Plotino fue la figura más influyente entre los neoplatónicos, la «escuela filosófica ecléctica» fundada por Amonio Saccas, de la que Clemente de Alejandría y Atenágoras (dos importantes Padres de la Iglesia) eran discípulos inmediatos. Los neoplatónicos en realidad nunca se refirieron a sí mismos como tales ni a sus enseñanzas como «neoplatonismo», ya que este término fue acuñado más de mil años después por los estudiosos como un medio conveniente para describirlos e identificarlos. De hecho se autodenominaban «teósofos» y también se les conocía como «filaleteos» que significa «amantes de la verdad». Algunos de los más conocidos e influyentes después de Amonio y Plotino fueron Porfirio, Jámblico, Proclo, Cayo Casio Longino y la joven filósofa Hipatia.

Amonio Saccas o Amonio Sacas (ca. 175-242) fue un filósofo de Alejandría del siglo III considerado con frecuencia como fundador del neoplatonismo.

La información en los párrafos anteriores debiera ser suficiente para indicar que el cristianismo primitivo era muy diferente del actual. HPB comentó una vez que el cristianismo de los apóstoles era tan profundamente distinto del de la Edad Media como ahora lo es esa religión respecto de ambos.

Aquéllos que creen que el cristianismo pentecostal o carismático es un regreso a los postulados originales de la Iglesia primitiva ciertamente son sinceros, pero están muy confundidos. Debe recordarse que se ha verificado que los Evangelios nunca fueron escritos por los apóstoles y discípulos de Jesús, sino que son obra de monjes y teólogos de siglos posteriores. Además, también está comprobado el enorme número de errores traductivos, alteraciones, interpolaciones y falsificaciones deliberadas en las Escrituras cristianas y se extiende a lo largo de muchos siglos. Muchas de las doctrinas más importantes del cristianismo moderno eran totalmente desconocidas para sus primeros acólitos, incluido el concepto de la expiación vicaria («salvación a través de la sangre de Jesús») y nuestro artículo explicativo se ocupa en cierta medida de este asunto.

Si bien es probable que algunos cristianos se opongan a lo anterior y nos amenacen con todos los tormentos del fuego eterno, nos gustaría aclarar con anticipación que preferiríamos arder en el infierno por decir la verdad que ir al cielo por creer en una mentira.

Pero ya hace mucho tiempo se estableció el precedente para los diversos grados de comportamiento agresivo y vicioso que se pueden encontrar en muchas ramas de la Iglesia cristiana en general, ya que no fueron todos los primeros Padres quienes apoyaron la creencia en la reencarnación y otros aspectos de la filosofía platónica. HPB nos informa en el segundo volumen de su primer libro «Isis sin velo» que para el siglo V d.C. «la dispersión de la escuela ecléctica se convirtió en la esperanza más ferviente de los cristianos, que se había contemplado con intensa ansiedad y finalmente se logró. Los miembros fueron dispersados por la mano de los monstruos Teófilo, el obispo de Alejandría y su sobrino Cirilo, ¡el asesino de la joven, sabia e inocente Hipatia!»

El Isis sin velo es el reiterado cotejo de la ciencia antigua con las especulaciones modernas para demostrar, según demuestra cada día más incontrovertiblemente el progreso de los tiempos, que toda teoría, toda hipótesis, toda novedad atribuida a los modernos tuvo su precedente invención entre los antiguos.

El salvaje crimen de la filósofa hizo que se convirtiera “en una masa irreconocible de carne y huesos, machacada como gelatina bajo los golpes de porra de Pedro el Lector (…) su cuerpo joven e inocente cortado en pedazos, la carne arrancada de los huesos por conchas de ostra y el resto lanzado al fuego por orden del mismo obispo Cirilo”, y esto marcó el ocaso del neoplatonismo y el comienzo de la Edad Oscura, un período en que la mayoría del mundo occidental se hundió en oscuridad mental y espiritual al imponer ignorancia, falsedad y miedo por parte de la Iglesia cristiana, que hoy reverencia al hombre que orquestó el asesinato de Hipatia (y también un comprobado ladrón y estafador) como uno de los primeros y más grandes “santos” del cristianismo.

En el Segundo Concilio de Constantinopla (553 d.C.) fueron oficialmente repudiadas y declaradas heréticas todas las doctrinas presentes en la Iglesia que de alguna manera eran sugestivas de reencarnación y karma, con la amenaza explícita de la condenación como castigo por mantener tales creencias. Como dice Sylvia Cranston en su libro «Reincarnation: The Phoenix Fire Mystery»: «Estas maldiciones produjeron graves consecuencias que afectaron durante muchos siglos la vida y los pensamientos de millones en Occidente».

Entonces, el obispo anteriormente mencionado en el programa de televisión pudo haber estado en lo cierto al decir que la reencarnación no es una doctrina de la Iglesia, pero ¿estuvo tan acertado al sostener que esa doctrina no está en la Biblia? Consideremos brevemente cuatro puntos que sugerirían lo contrario:

I. En (Juan 9:1-2), la Biblia señala que: «Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»

Esto muestra claramente que los discípulos consideraban dos posibilidades en cuanto a la causa de que ese individuo no tuviera el sentido de la vista: «o bien había pecado antes de encarnarse —sugiriendo que vivía anteriormente— o que sus propios padres eran culpables de alguna transgresión. Si la idea de la preexistencia y las posibles reencarnaciones era conocida por los discípulos, parece indicar que era una teoría prevaleciente entre los judíos de la época y se ha sugerido que, como se sabía bien, Jesús no sintió la necesidad de elaborar otra hipótesis para enseñarla. Ahora bien, ¿cómo respondió Jesús a la pregunta? Sólo dijo que ese hombre se sentía afligido porque estaba destinado a través de Cristo a que su vista se restaurara de manera milagrosa, para que las obras de Dios se manifiesten en él. No se sabe cómo Él explicaría la causa de la ceguera en otros casos donde no está implicada una curación sobrenatural. En cada generación hay miles de niños nacidos ciegos. ¿Y qué interpretación ofrecería?» (Sylvia Cranston, «Reincarnation: A New Horizon in Science, Religion and Society»).


Como agregó la autora, esta fue la oportunidad perfecta para que Jesús «condenara la reencarnación y advirtiera a todos los cristianos que era falsa o perniciosa, pero no lo hizo». Simplemente informó a los discípulos que en este caso particular el hombre había nacido ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él. Sin embargo, nadie puede ser culpado por rechazar o no creer la explicación atribuida a Jesús, ya que hace de Dios un monstruo cruel, insensible y que busca la gloria. (A mí me parece que el Maestro simplemente dio una explicación «hiperbólica» porque iba a ser muy difícil que los discípulos entendieran cualquier cosas que les hubiera podido explicar).

II. Para citar nuevamente de «Reincarnation-A New Horizon in Science»: «Se piensa que el profeta Elías vivió en el siglo IX a. de C. De acuerdo con la escritura, cuando llegó el momento de morir apareció un carro de fuego con caballos ígneos y Elías subió en un torbellino al cielo y no se lo vio más (2Reyes 2:11). Cuatro siglos más tarde, Malaquías registró esta profecía hecha por Dios en las líneas finales del Antiguo Testamento: —He aquí, yo os envío al profeta Elías antes que venga el día del SEÑOR, día grande y terrible.  (Malaquías 4:5). Para el pueblo judío, esto significaba que antes de la llegada de su tan esperado Mesías la señal de su venida sería el regreso de Elías. Debido a que los discípulos de Jesús identificaron a Cristo como el Mesías, naturalmente creyeron que la profecía registrada por Malaquías debería aplicarse a él, pero ¿dónde estaba el precursor? ¿Dónde estaba el Elías retornado? Entonces le pidieron a Jesús que explicara esto y dio la asombrosa respuesta de que ya había regresado como Juan el Bautista».

Elías, óleo por Daniele da Volterra, c. 1550

El Profeta Malaquías. Icono del primer cuarto del siglo XVII. Monasterio de Kijí, República de Carelia, Federación Rusa.

La noción de que «Juan el Bautista es Elías de vuelta» se encuentra expresada por Jesús en dos situaciones particulares en los Evangelios: la primera cuando Jesús habla de Juan el Bautista en (Mateo 11:14) y la segunda tanto en (Mateo 17:10-13) como (Marcos 9:11-13).

En (Mateo 11:7-19) encontramos a Jesús hablando «a la multitud con respecto a Juan» y les dice que «Y si queréis aceptarlo, él es Elías, el que había de venir». Los Evangelios muestran a Jesús pronunciando esta última frase varias veces y siempre para indicar que lo que hablaba en ese momento merecía una reflexión más profunda o poseía un significado interno. Estas palabras, dice Cranston, «aparecen varias veces en los evangelios, pero la primera ocasión es en este pasaje. ¿Cuántos millones a lo largo de los siglos han leído el mensaje sin comprenderlo?».

En segunda instancia los discípulos preguntan a Jesús «¿por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?», a lo que el Maestro responde: «Elías ciertamente viene, y restaurará todas las cosas; pero yo os digo que Elías ya vino y no lo reconocieron, sino que le hicieron todo lo que quisieron. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos». Los Evangelios nos informan que los discípulos entonces entendieron «que les estaba hablando de Juan el Bautista».

La deducción es clara: el profeta Elías había regresado como Juan el Bautista, éste no fue reconocido como tal y por lo tanto fue perseguido y decapitado, y un destino similar y violento le esperaba al propio Jesús. Muchos cristianos apelan a la afirmación bastante ambigua que se atribuye a un ángel en (Lucas 1:13-17) de que Juan el Bautista viviría y trabajaría «en el espíritu y poder de Elías» como prueba de que aquél estaba simplemente bajo su influencia celestial o funcionaba «en la unción de Elías», más que ser una encarnación de éste último. ¿A quién cree usted? ¿A la declaración ambigua de un «ángel» o la afirmación clara y definida de la persona que usted cree que es el Hijo unigénito de Dios: «Él es Elías (…). El que que tenga oídos para oír, que oiga».

Francis Bowen, académico de la Universidad de Harvard ya fallecido, escribió en su artículo «Christian Metempsychosis»: «El hecho de que los comentaristas no han estado dispuestos a recibir —en su significado obvio y literal— afirmaciones tan directas y repetidas como éstas, sino que han intentado explicarlas en un sentido antinatural y metafórico, sólo prueba la existencia de un prejuicio invencible contra la doctrina de la transmigración espiritual».

En economía política, Bowen se opuso a las doctrinas de Adam Smith sobre el libre comercio, Thomas Malthus sobre la población y David Ricardo en alquiler. Se esforzó por rastrear la influencia de nuestra forma de gobierno y la condición de la sociedad sobre cuestiones económicas. Un interés filosófico significativo fue armonizar la filosofía con el cristianismo. 

Afortunadamente este prejuicio por parte de muchos cristianos se está volviendo cada vez menos «invencible» a medida que pasa el tiempo y que el hecho y la verdad, lógica, filosofía y justicia de la reencarnación se hacen cada vez más evidentes e innegables.

III. Los pasajes que se encuentran en (Mateo 16:13), (Marcos 8:27-28), y (Lucas 9:18-19), muestran que al menos la gente de Cesarea de Filipo opinaban que Jesús era Elías, Jeremías u otro de los grandes profetas del Antiguo Testamento que regresó a la Tierra.

Su nombre moderno es Banias, una pequeña villa en un lugar placentero a 350 metros sobre el nivel del mar, al pie del Monte Hermón y a 70 kilómetros al suroeste de Damasco. El paisaje es espléndido y el país es muy fértil debido a la abundancia de agua. Una de las principales fuentes del Jordán surge en la gruta de Pan, ahora bloqueada parcialmente y que sirve como cobertizo para el ganado. Entre las ruinas hay muchas columnas, capiteles, sarcófagos y un portón. La antigua iglesia de San Jorge sirve como mezquita. La ciudadela está parcialmente conservada y se le considera la más hermosa ruina medieval en Siria. Desde 1886 Banias ha sido la sede de un obispo católico griego (melquita), con cerca de 4000 fieles y 20 sacerdotes. 

Sylvia Cranston escribe: «Aquí Jesús no identifica nuevamente a Juan el Bautista como Elías, pero de la pregunta que formula ["¿De quién dicen los hombres que soy Hijo?"] y la respuesta de los discípulos es evidente que la gente de la época no sólo esperaba que Elías regresara, sino también otros grandes profetas. (…) En estas tres selecciones no hay ningún indicio de que la reencarnación fuera considerada 'inusual' o 'extraordinaria' y parece que se da por sentada, pues el único motivo de preocupación es la identidad de la persona renacida. El razonamiento parece ser que, si un individuo era vidente o religioso inspirado, debe haber sido el regreso de un profeta que vivió con anterioridad».

Quienes hayan leído el excelente libro de Cranston sabrán por su capítulo XII, titulado «Judaic Teachers and Prophets», que contrariamente a la creencia popular y la incomprensión generalizada hubo un momento en que «el renacimiento era la perspectiva dominante en el judaísmo» y que la convicción judía en «Gilgul» (su nombre para la reencarnación) es anterior a la era cristiana. Por lo tanto, no debería sorprendernos si los diversos pasajes ya mencionados se refieren al retorno periódico del alma al plano físico en una serie sucesiva de cuerpos.

El arca en la Sinagoga Askenazí Ari (Isaac Luria) en Safed. Luria expuso completamente la doctrina cabalista de gilgul.

IV. El mismo Jesús afirma claramente que él dispensaba una enseñanza esotérica y otra de tipo exotérica. En el cuarto capítulo del Evangelio de Marcos, el Maestro relata una parábola a las masas y concluye con la frase mística mencionada hace un momento: «El que tiene oídos para oír, que oiga». Los discípulos le preguntan acerca de esta metáfora, a lo que contesta: «Y les decía: A vosotros os ha sido dado el misterio del reino de Dios, pero los que están afuera reciben todo en parábolas; para que viendo vean pero no perciban, y oyendo oigan pero no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados» (Marcos 4:11).

Por lo tanto, aparentemente los discípulos confiables de Jesús pudieron recibir unas enseñanzas específicas o explicaciones significativamente más profundas de las cosas que la versión bíblica Rey Jacobo llama «el misterio del Reino de Dios» y que se consideró inadecuada para las masas o que éstas no estaban preparadas para ellas. Todos, menos esos pocos discípulos, (y quizá alguna persona más) se consideraron estar «fuera» del círculo esotérico del Maestro. Lo que éste enseñó al público en general fue suficiente para permitirles «ver» y «escuchar», pero no «percibir» y «entender», presumiblemente porque vio que no estaban avanzados en espíritu ni listos para captar esos contenidos más profundos que podrían generar intuición y comprensión verdaderas.

Más adelante, en (Marcos 4:33-34) leemos: «Con muchas parábolas como éstas les hablaba la palabra, según podían oírla; y sin parábolas no les hablaba, sino que lo explicaba todo en privado a sus propios discípulos». ¿Pero realmente lo explicó todo? En (Juan 16:12) se le retrata diciendo a sus seguidores: «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar».

Y además de todo eso, nos informan al final del Evangelio de Juan que «también hubo muchas otras cosas que Jesús hizo; si todas ellas estuvieran escritas, supongo que el mundo entero no podría contener los libros que podrían escribirse». A pesar de la obvia exageración en la última parte del versículo, esto debería indicar a los cristianos que en la autoridad de los Evangelios mismos esos textos no deben considerarse necesariamente concluyentes o como «la última palabra» sobre la vida y las actividades del rabí. Si hubiera «muchas otras cosas que Jesús hizo», por necesidad también debe haber mucho más que dijo, a menos que asumamos que permaneció perfectamente callado mientras realizaba esos actos.

La Biblia no incluye las enseñanzas esotéricas impartidas en privado por el Maestro a sus discípulos elegidos; sin embargo, presenta muchas de sus parábolas, pero como Él mismo dice en los Evangelios dichos relatos sólo permiten al oyente ver y escuchar, y no comprender verdaderamente. Sylvia Cranston señaló con respecto a estos asuntos: «Todo lo anterior lleva a una conclusión: en el Nuevo Testamento no tenemos todo lo que Jesús sabía o todo lo que enseñó a sus escogidos. En consecuencia, sería imprudente insistir en que sólo esos detalles que se pueden encontrar en la Biblia sean definitivos y que a uno no se le permita investigar más a fondo».

A los fanáticos cristianos de mente cerrada e intencionalmente ignorantes les gusta aseverar que sus hermanos nunca deben confiar en otras escrituras —ni menos leerlas— que no sean la Biblia y que debiesen ver todas las fuentes no bíblicas con respecto a la vida y obras del Maestro como falsas, malas o «mentiras del diablo», esa frase típica-tópica que trata de inculcar miedo y controlar la mente. Como no tienen ninguna base bíblica SÓLIDA para tal actitud y perspectiva, esperamos sinceramente que cualquiera de nuestros lectores cristianos que hayan seguido este texto hasta ahora estén más allá de ser afectados por tales tácticas psicológicamente maliciosas y que no tienen otro propósito que mantener a las personas en la ignorancia y la obediencia.

Existen numerosos documentos o escrituras pertenecientes a una antigua tradición conocida como cristianismo gnóstico, cuyos integrantes afirman «estar en posesión de conocimientos apostólicos genuinos, y algunas de sus doctrinas derivan de San Pablo, otras de San Pedro y Tomás, Felipe o Mateo», siendo además enseñanzas secretas «que se decía fueron recibidas por tradición oral», aunque algunas se basan en «supuestos escritos de los propios apóstoles o sus discípulos» (Smith&Wace, «A Dictionary of Christian Biography, Literature, Sects and Doctrines»).



Geddes MacGregor, a quien citamos justo al inicio de este artículo, escribió: «El gnosticismo era una fuerza mucho más poderosa en el fondo del cristianismo de lo que se creía anteriormente. (…) Ya no se puede suponer, como era habitual hace cincuenta años, que el movimiento gnóstico que preocupó a la Iglesia en el siglo II sea descartado como mera rareza ideológica, o la creación de desviados salvajes con mente vaga». El gnosticismo cristiano no era una Iglesia ni una institución dentro de ella, sino «un clima muy generalizado de pensamiento que alentaba a ir más allá de los símbolos de la religión popular hacia las verdades que los maestros gnósticos decían que se encontraban subyacentes a esas representaciones. Así, el transmigracionismo pronto encontró hospitalidad en ese clima».

La Transmigración frecuentemente se suele contraponer al dogma cristiano de la resurrección de la carne

Las enseñanzas gnósticas cristianas afirman e incluso enseñan específicamente la reencarnación. Además, muchas de ellas tienen un estilo claramente oriental con reminiscencias del esoterismo hindú y budista. Varias de estas enseñanzas pretenden ser representativas de aquellos contenidos secretos que Jesús otorgó a sus discípulos. Si esas doctrinas ocultas que explican «el misterio sobre el Reino de Dios» se encuentran en cualquier lugar, es precisamente en estos Evangelios gnósticos.

Sylvia Cranston escribe: «Actualmente se sabe bien que las opiniones de los gnósticos estaban enormemente distorsionadas por la Iglesia, su enemigo teológico más amargo. Además, todos los tratados gnósticos que se pudieron encontrar fueron destruidos, y se esperaba que las opiniones de sus autores fueran silenciadas para siempre. La profesora Elaine Pagels observa en su renombrada obra LOS EVANGELIOS GNÓSTICOS que: los esfuerzos de la mayoría para destruir todo rastro de blasfemias heréticas tuvieron tanto éxito que, hasta los descubrimientos de Nag Hammadi, casi toda nuestra información sobre formas alternativas de cristianismo primitivo provino de los ataques masivos contra ellos. Por su parte, MacGregor añade: La reputación de los gnósticos cristianos ha puesto a generaciones enteras de personas en contra de la misma palabra gnosis como si el término fuera una plaga. Una de las razones principales del antagonismo contra el gnosticismo cristiano fue su independencia de autoridades teológicas como papas u obispos».

Elaine Pagels es una profesora estadounidense de historia de las religiones en la Universidad de Princeton.

Otra razón para la desconfianza y animosidad hacia los gnósticos por parte de muchos líderes en la Iglesia establecida fue que los primeros consideraban que hombres y mujeres eran tratados en igualdad, lo que a menudo no es el caso general en la Iglesia cristiana. Tampoco tenían una jerarquía sacerdotal y no hacían distinción de superioridad o inferioridad entre sus adherentes.

Muchos Padres de la Iglesia estaban influenciados por el gnosticismo, así como por los conceptos e ideologías platónicas y neoplatónicas, pero aquéllos en la Iglesia que buscaban poder personal y organizativo no estaban del todo contentos con esto y los sucesos llegaron al punto en que «a menudo se exigía la pena de muerte por ser gnóstico» (Cranston).

La palabra «gnóstico» significa literalmente «conocedor» o «aquél que sabe», al igual que el término «agnóstico» denota a alguien que «no sabe». Hubo, sin embargo, numerosas colectividades de gnosticismo cristiano como los basilideanos, valentinianos, ofitas, marcionitas, marcosianos, adanitas y otros.

Asamblea nocturna de adamitas. Grabado de François Morellon La Cave, s. XVIII

En «Reincarnation: A New Horizon in Science, Religion & Society» Sylvia Cranston nos informa lo siguiente bajo el subtítulo «Story of the Discovery of Long-Lost Gnostic Manuscripts»:

«En 1945, en un acantilado cerca de Nag Hammadi (ciudad ribereña del Nilo a unos 480 kilómetros de El Cairo), un granjero árabe llamado Muhammad Ali hizo un descubrimiento asombroso en compañía de sus hermanos. Al bajar de sus camellos comenzaron a buscar un suelo especial para fertilizar sus cultivos y cavando alrededor de una enorme roca en un viejo cementerio copto, dieron con una jarra de barro rojo de casi un metro en altura. Muhammad dudó en romper el frasco, imaginando que en él residía un jinn o espíritu, pero pensando que podría contener oro, lo rompió sólo para decepcionarse al encontrar trece libros encuadernados en cuero incluyendo una masa de hojas sueltas de manuscritos en papiro. Al regresar a casa lo arrojó todo al horno y su madre usó muchas de las páginas sueltas para avivar el fuego.

Genio con flor de amapola. Bajo relieve del palacio de Sargón II en Dur Sharrukin, Asiria (actual Jorsabad, Iraq), c. 716-713 a. C.

La forma en que los libros finalmente llamaron la atención de las autoridades en Egipto y los estudiosos de todo el mundo es una historia de gran dramatismo, emoción, intriga y, en el mundo académico cristiano, celosas batallas por quién sería el primero. El descubrimiento de Muhammad resultó más precioso que un barril de oro: cincuenta y dos textos gnósticos en papiro que incluyen evangelios y varios textos secretos, y algunos de los cuales datan de principios de la era cristiana, el período en que se escribieron los Evangelios del Nuevo Testamento. Eran copias coptas realizadas hace unos 1.500 años a partir de documentos griegos originales.

Se cree que fueron enterrados por sacerdotes cristianos coptos de las inmediaciones durante una de las persecuciones contra los gnósticos. «The American Scholar» (verano de 1980) señaló que «la desaparición de la literatura gnóstica no es difícil de explicar. Hacia la época de Ireneo (obispo de Lyon hacia el año 180 d. de C.) el gnosticismo ya había sido tildado de herejía y la Iglesia romana trabajó diligentemente para reprimirlo. Después de la conversión de Constantino, la iglesia militante tenía el poder del Estado tras ella y la supresión se volvió altamente efectiva. En una religión literaria, la manera más segura de extinguir ideas no conformes es quemando libros».

The American Scholar es una revista literaria trimestral de la Sociedad Phi Beta Kappa , establecida en 1932. La revista ha ganado catorce National Magazine Awards de la American Society of Magazine Editors desde 1999 hasta el presente, incluidos los premios a la Excelencia General (circulación <100,000). Además, la revista ha ganado cuatro premios UTNE Independent Press de Utne Reader, más recientemente en 2011 en la categoría «Best Writing». 

Muchos de estos textos se han traducido a varios idiomas y en 2008 se publicó un libro de 864 páginas —puesto a la venta en línea a un precio muy asequible— titulado «Las Escrituras de Nag Hammadi: traducción revisada y actualizada de los textos sagrados gnósticos íntegros, en un volumen». Incluye el Libro Secreto de Santiago, El Evangelio de la Verdad, El Tratado de la Resurrección, El Libro Secreto de Juan, El Evangelio de Tomás, El Evangelio de Felipe, El Origen del Mundo, Exégesis sobre el Alma, El Libro de Tomás, El Libro Sagrado del Gran Espíritu Invisible, La Sabiduría de Jesucristo, El Diálogo del Salvador, La Revelación de Pablo, La Revelación de Pedro, Los Hechos de Pedro y los Doce Apóstoles, El Evangelio de María, El Evangelio de Judas, El Testimonio de la Verdad y La Interpretación del Conocimiento, por nombrar sólo algunos.

Otra importante escritura gnóstica, el «Pistis Sophia» de Valentino, ya había sido descubierta en la época victoriana y fue traducida al inglés por primera vez por el teósofo G.R.S. Mead, secretario de HPB. De todos los evangelios gnósticos que conocemos en la actualidad, el Pistis Sophia es probablemente aquel en donde Jesús pone mayor énfasis en la enseñanza de la reencarnación.
Elaine Pagels, en su libro «Los evangelios gnósticos», agrega que «incluso los 52 escritos descubiertos en Nag Hammadi ofrecen sólo un vistazo sobre la complejidad del movimiento cristiano primitivo. Comenzamos a ver que lo que llamamos 'cristianismo' y lo que se identifica como 'tradición cristiana' en realidad representa una pequeña selección de fuentes específicas, elegidas entre docenas de otras».

G.R.S. Mead (1863-1933) fue un escritor y traductor, miembro de la Sociedad Teosófica. Ingresó a la Sociedad Teosófica en 1884, donde conoció a HPB convirtiéndose en su secretario personal y abandonando su carrera de maestro en 1889 para dedicarse exclusivamente su apoyo hasta su fallecimiento dos años más tarde. Durante ese tiempo, Mead fue editor adjunto de la revista mensual Lucifer que renombró más tarde como The Theosophical Review. (1897-1909). Posteriormente editó la revista Quest desde 1909 a 1930. En 1894 se casó con otra conocida teósofa: Laura Cooper. La labor de Mead es importante para el estudio del gnosticismo primitivo y la Tradición Esotérica Occidental.

¿Y cómo pueden los cristianos de hoy insistir en que las doctrinas, escrituras y tradiciones a las que se adhieren son automáticamente las correctas, sólo porque resultan ser «avaladas oficialmente»? Esto equivale a afirmar que los funcionarios teológicos de la Iglesia cristiana deben ser vistos como «infalibles» y también quienes tomaron tales decisiones y consentimientos varios cientos de años tras la fundación del cristianismo... y lo que sabemos sobre estos individuos a partir de muchas fuentes históricas muestra que eran extremadamente falibles, para decirlo con amabilidad. Como ya dijimos, la verdad sobre el cristianismo es completamente distinta de lo que la gran mayoría de los creyentes acepta o está dispuesta a asimilar, y aún está por verse si este artículo hará alguna diferencia en este sentido.

Pagels continúa: «Cuando Mehmet Alí rompió el frasco de papiros en el acantilado cerca de Nag Hammadi y se sintió decepcionado por no encontrar oro, no podía haber imaginado las implicaciones de su hallazgo accidental. Si hubieran sido descubiertos 1.000 años antes, esos textos casi seguramente se habrían quemado por su herejía; pero permanecieron ocultos hasta el siglo XX cuando nuestra experiencia cultural nos ha dado una nueva perspectiva sobre los temas que plantean. Hoy se leen con una disposición diferente, no sólo como 'locura y blasfemia', sino como los experimentaron los cristianos prístinos, una poderosa alternativa a lo que conocemos como tradición cristiana ortodoxa. Solamente ahora empezamos a considerar las preguntas con que nos confrontan».

Mehmet Alí (c. 1769-2 de agosto de 1849), valí de Egipto (1805-1848). Aunque también es conocido como Muhammad/Mohammed Alí​ (árabe: محمد علي باشا), es más correcto el nombre de «Mehmet» o «Mehemet» en turco, ya que había nacido en el Imperio otomano y era gobernador de Egipto en nombre del sultán, siendo además la segunda, la forma utilizada en su época.

¿Pero fue realmente un «hallazgo accidental»? Sesenta y ocho años antes, en 1877, HPB había escrito lo siguiente en el capítulo titulado «¿Dónde está la Iglesia?» en el segundo volumen de «Isis Sin Velo»:

«En su insaciable deseo de extender el dominio de la fe ciega, los primeros arquitectos de la teología cristiana se vieron obligados a ocultar las verdaderas fuentes de aquélla en la medida de lo posible. Para este fin, se dice que quemaron o destruyeron todos los manuscritos originales sobre la Cábala, magia y ciencias ocultas sobre las que podían poner sus manos. Suponían en su ignorancia que los escritos más peligrosos de esta clase habían perecido con el último gnóstico; pero algún día descubrirán su error. Otros documentos auténticos y tan importantes tal vez reaparecerán de la 'manera más inesperada y casi milagrosa'. (…) Uno de los hechos más sorprendentes que se observan es que los inclinados a la investigación profunda no asocien la frecuente repetición de estos descubrimientos 'inesperados y casi milagrosos' de documentos importantes, en los momentos más oportunos, con un designio premeditado. ¿Es tan extraño que los custodios de la tradición 'pagana', al ver que ha llegado el momento adecuado, deberían hacer que el documento, libro o reliquia necesarios aparezcan por accidente en el camino de la persona indicada?»

La Teosofía sostiene que existe una Enseñanza esotérica o doctrina secreta que subyace a todas las religiones del mundo y que el gnosticismo es una expresión de esto. También plantea que existe una Hermandad esotérica oculta que guía y vigila la evolución espiritual de la humanidad. Para los teósofos, el descubrimiento tras 1.500 años de estos Evangelios gnósticos (en 1945, el mismo año en que concluyó la 2GM) no fue accidente, coincidencia ni hecho fortuito. Todo sucede en el momento adecuado y procede según la Ley del Karma. Y de acuerdo con la Teosofía cada religión tiene su karma al igual que cada alma individual.

Incluso Geddes MacGregor parece reconocer esto: «Encontramos una y otra vez el motivo reencarnacionista que se afirma justo en aquellas coyunturas de la historia humana en que el elemento institucional de la religión se ha vuelto estúpido y entra en juego la necesidad de espiritualización. Y este puede ser uno de esos períodos en la larga historia de la humanidad».

La fallecida Sylvia Cranston (nombre real Anita Atkins) fue estudiante de Teosofía y autora de algunos de los libros más influyentes y respetados jamás escritos sobre el tema de la reencarnación, así como la biografía definitiva «HPB The Extraordinary Life & Influence of Helena Blavatsky Founder of the Modern Theosophical Movement»

Fuente: Teosofía Original

LUCIFER, EL PORTADOR DE LUZ

Lucifer, o Luzbel, uno de los ángeles favoritos de Dios, fue expulsado del Cielo cuando se rebeló contra su poder. Para representar el tema, Esquivel eligió el momento en que San Miguel, con gesto firme, le aparta de la Gloria Celeste. El tema es equiparable a la lucha de San Miguel contra el dragón del pecado, tan frecuentemente representado por innumerables artistas. Sin embargo, a diferencia de lo habitual, Esquivel pinta al santo sin casco ni espada, para hacer hincapié en la expresión de ambas criaturas, firmeza en uno y odio en el otro.

Una de las difamaciones más ignorantes y absolutamente deshonestas que se ha dirigido de forma repetida a Helena Petrovna Blavatsky, (HPB a partir de ahora) y contra los teósofos en general es la aseveración de que «la Teosofía es una forma de satanismo» y que «HPB adoraba al diablo». Para un teósofo, tal aserto es simplemente ridículo y sin fundamento. Esas condenas se originan principalmente en el ámbito del cristianismo y en aquéllos de sus seguidores que creen en un Dios/demonio antropomórficos y personales, siendo éste último el supuesto enemigo de esa «divinidad». Considerando el hecho de que Lucifer y Satanás han llegado a atribuirse a la misma entidad, no es tan difícil apreciar por qué los cristianos llegaron a tal conclusión, ya que la revista teosófica que comenzó a distribuirse en Inglaterra por HPB a finales de la década de 1880 se tituló «Lucifer» y en su obra maestra «La Doctrina Secreta» habla de aquél en términos positivos.

No obstante, hay varios puntos importantes que debemos dilucidar:

I. El cristianismo no tiene el monopolio del término «Lucifer» ni tampoco de su definición.

II. La palabra «Lucifer» aparece sólo una vez en toda la Biblia, específicamente en (Isaías 14:12), y dice: «¡Cómo caíste del cielo, oh Lucifer, hijo de la mañana! ¡Cortado fuiste por tierra, tú que debilitaste a las naciones!» Quienes lean este versículo en su contexto real verán claramente que la sentencia se aplica en específico a un cierto rey babilónico que era enemigo en la guerra de los israelitas. El texto hebreo original usa la palabra הֵילֵל que literalmente significa «estrella brillante» o «el fulgurante», un término aplicado sarcásticamente por los israelitas a este oponente particular. Los traductores de la versión Rey Jacobo de la Biblia, uno de los cuales fue el doctor Robert Fludd, el conocido iniciador rosacruz —un hecho que sin duda horrorizará a muchos cristianos— optaron por transcribir este vocablo con la palabra latina «Lucifer».

III. «Lucifer» significa literalmente «portador de la Luz», «Lucero del alba», «resplandeciente» o «estrella de la mañana» y no tiene otro significado. Histórica y astronómicamente el término «lucero matutino» siempre se ha aplicado al planeta Venus.

IV. Dado que la única vez que aparece la palabra «Lucifer» en la Biblia es en dicho versículo de Isaías, no hay absolutamente nada en este libro que vincule a Lucifer con Satanás o el diablo. Fue el papa Gregorio Magno (540-604 d.C.) quien aplicó primero ese pasaje de las Escrituras al «enemigo de Dios» y equiparando así a ambos, pero incluso para entonces esta idea no se extendió en gran medida hasta la popularización mucho más reciente de «El paraíso perdido» por John Milton, donde Lucifer se usa como otro nombre para Satanás o el adversario maligno de la divinidad. Además, personalidades del mundo cristiano como Martín Lutero y Juan Calvino consideraron «un grave error» aplicar (Isaías 14:12) al diablo, «porque el contexto muestra claramente que estas declaraciones deben entenderse con referencia al rey de los babilonios».

V. Por lo tanto, los cristianos que afirman que Lucifer es el demonio en realidad no tienen base ni autoridad bíblica para tal creencia. Aunque pueden sostener que son creyentes en la Biblia cuya fe se basa únicamente en la «palabra de Dios», en este y muchos otros aspectos son seguidores de la tradición religiosa cristiana y no de la Biblia. ¿O es que acaso han conferido silenciosamente infalibilidad divina al Papa y a Milton sin decir nada al resto del mundo?

HPB nunca fue cristiana en ningún momento de su vida, y tampoco creyó en ningún tipo de Dios personal o antropomórfico, menos aún en un demonio de iguales características. Ella creyó y enseñó que sólo existe UNA VIDA DIVINA E INFINITA que es todo y está en todo, y no tiene adversario ni enemigo ya que no hay nada más que Aquéllo, el Principio ilimitado, impersonal y omnipresente de Existencia Absoluta.

HPB no adoraba ni rezaba a «nadie» y sostuvo que el mal es realmente imperfección, que es el subproducto automático e inevitable de la existencia material.

Ahora echemos un vistazo a algunas declaraciones que HPB hizo acerca de Lucifer en «La Doctrina Secreta»:

I. «La filosofía esotérica no admite ni el bien ni el mal per se, o como si existieran independientemente en la Naturaleza. En lo que respecta al Cosmos, la causa de ambos se encuentra en la necesidad de contrarios o contrastes, y con respecto al hombre, en su naturaleza humana, su ignorancia y sus pasiones. No existe un diablo o entes completamente depravados pues no hay ángeles absolutamente perfectos, aunque puede haber espíritus de Luz y Oscuridad; así, Lucifer, el espíritu de la Ilustración intelectual y la Libertad de pensamiento, es metafóricamente el faro guía que ayuda al ser humano a encontrar su camino a través de las rocas y los médanos de la Vida, ya que Lucifer es el Logos en su nivel más elevado y el "Adversario" en su aspecto más bajo, y ambos se reflejan en Manas (mente)». (Doctrina Secreta tomo II, p. 162).

II. «En la antigüedad y en realidad, Lucifer, o Luciferus, es el nombre de la Entidad angélica que preside la Luz de la Verdad, como la luz del día. En el gran evangelio valentiniano del Pistis Sophia se enseña que de los tres Poderes que emanan de los Santos Nombres de los 3 Poderes Triples, el de Sophia (Espíritu Santo según estos gnósticos, los más instruidos de todos) reside en el planeta Venus o Lucifer». (Doctrina Secreta tomo II, p. 512).

La frase «Jesús, es decir, Aberamentho» en el original copto de un extracto de la obra Pistis Sophia: Opus Gnosticum Valentino Adiudicatum de  Moritz Gotthilf Schwartze, Berlín 1851.

III. «Incluso desde el punto de vista de la letra muerta, es natural ver a Satanás o la Serpiente Antigua del Génesis como el verdadero creador y benefactor, el Padre de la humanidad espiritual, porque es él quien fue "Heraldo de la Luz", el brillante y radiante Lucifer quien abrió los ojos del autómata creado por Jehová, según se sostiene —y que fue el primero en susurrar 'en el día que comas, serás como El, conociendo el bien y el mal'— y sólo puede ser considerado a la luz de un Salvador. Un "adversario" a Jehová, el "que se hizo pasar por espíritu", aún permanece en la verdad esotérica como el "Mensajero" amoroso (el ángel), los serafines y querubines a los que conocía bien y amaba aún más, y quienes nos confieren espiritualidad en lugar de inmortalidad física, pues esta última es una especie de perpetuidad estática que habría transformado al hombre en un eterno "judío errante"». (Doctrina Secreta tomo II, p. 243).
    La «Caída» fue resultado del despertar a la consciencia del hombre. A través de Lucifer el hombre adquirió conciencia de sí mismo, pues esa entidad se había convertido desde aquel día en su Manas (mente). En cada uno de nosotros, ese hilo dorado de vida continua, —interrumpido periódicamente en ciclos activos y pasivos de existencia sensual en la tierra, y supersensible en Devachan— está desde el principio de nuestra aparición en esta tierra. Es el Sutratma, el hilo luminoso de la mónada inmortal e impersonal, en el que nuestras vidas terrenales o Egos evanescentes están colgadas como muchos abalorios, de acuerdo con la bella expresión de la filosofía vedántica.

«Sutratma» proviene de la raíz sánscrita «sutra», que significa «hilo» y «atma» que significa «alma» conformando el significado de Hilo del Alma o conexión con lo divino

IV. «Y ahora está probado que Satanás y Lucifer están en nosotros: son nuestra Mente [...]. Sin este principio seguramente no seríamos mejores que los animales» (Doctrina Secreta tomo II, p. 513).

De esta forma, vemos que en las enseñanzas teosóficas (que a veces son deliberadamente alegóricas y esotéricas) el Portador de Luz (Lucifer en latín) es nuestro Principio Mental, nuestra autoconciencia individual y/o chispa de inteligencia que se despertó en la humanidad durante el período intermedio de la Tercera Raza-Raíz, también conocida como Época Lemuriana. Nuestra mente puede ser tanto nuestro «adversario» (significado literal de la palabra «Satanás») como el «portador de luz» (Lucifer o la Verdad espiritual, cuyo conocimiento produce liberación de la ignorancia en términos místicos).

Lemuria constituía un antiquísimo y gigantesco continente, anterior a África y a la Atlántida. Fue destruido por efecto de los terremotos, y sumergido en el fondo del océano hace millones de años, dejando sólo como recuerdo del mismo varios picos de sus más altas montañas, que ahora son otras tantas islas, entre las cuales figura la llamada Isla de Pascua, famosa por sus estatuas gigantescas. Este vastísimo continente comprendía el sur de África, Madagascar, Ceilán, Sumatra, el propio océano Índico, Australia, Nueva Zelanda, extendiéndose hasta gran parte del sur del océano Pacífico. Fue la cuna y residencia de la tercera raza-madre, o sea de la primitiva humanidad física y sexual, que en aquellos remotos tiempos tenía una estatura gigantesca. Una vez desaparecida la Lemuria, surgió la Atlántida. (Glosario Teosófico, HPB).

Muchas enseñanzas gnósticas tenían esencialmente el mismo punto de vista al afirmar que el ser llamado «Jehová» deseaba mantener al hombre como una entidad ignorante, desinformada y no evolutiva, pero que el verdadero «Dios» (que sostenían no era Jehová) envió a Lucifer, para mostrarle al hombre la luz y ayudarlo a despertar al verdadero conocimiento, incluida la conciencia de su propia identidad. Para los cristianos, esto se ilustra —aunque de manera distorsionada— en la serpiente que visita a Eva y Adán en el Jardín del Edén en el libro del Génesis bíblico. Las serpientes siempre han simbolizado la sabiduría, como lo mostró el mismo Jesús en (Mateo 10:16) al decir: «Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas».

La Teosofía interpreta estas enseñanzas gnósticas y metafóricas como referencias a «la iluminación de Manas» («Manas» es la palabra sánscrita para mente) que mencionamos con anterioridad. Cuando tenemos en cuenta que «La Doctrina Secreta» enseña que la raza-raíz lemuriana nació bajo la influencia de Venus y recibió su «luz y vida» de ese Espíritu Planetario, todo se vuelve más claro ya que Lucifer ha sido sinónimo aceptado de Venus —la estrella brillante de la mañana— varios milenios anteriores a la teología cristiana y antes que Lucifer por primera vez fuera equiparado ridículamente con el diablo.

Esta raza estaba constituida al principio por tipos hermafroditas de alta estatura, frente deprimida, nariz chata, mandíbula saliente y abultada, del tipo negroide. La separación paulatina de los sexos en estos seres que ya poseían una rudimentaria forma física, se produjo tras 18 millones de años de existencia, en lo que actualmente denominamos el Jurásico, o Era Mesozoica, el período de los Reptiles, como a veces también se lo llama. Al final del período lemuriano, el hombre comenzó a desarrollar una sólida estructura, mientras que hasta entonces en sus cuerpos no se había calcificado una estructura vertebral suficiente, por lo que no podían estar de pie. De hecho, sus huesos se doblaban como ocurre hoy en día con los infantes. Hasta la tercera subraza sólo poseían un ojo en la mitad de la frente —después llamado el Tercer ojo— y posteriormente dos ojos, aunque hasta la CUARTA RAZA-RAÍZ (ATLÁNTICA) no se convirtieron en verdaderos órganos de visión.

En «La Doctrina Secreta» leemos que «el planeta Venus o Lucifer (también Sukra y Usanas) es el Portador de Luz para nuestra Tierra, tanto en su sentido físico como místico». Se dice que Venus es el «prototipo espiritual» de nuestro orbe y «el Espíritu Guardián de la Tierra y los hombres». Es «el más oculto, poderoso y misterioso de todos los planetas; aquél cuya influencia y relación con la Tierra es más prominente» y así cada cambio que tiene lugar en Venus «se percibe en nuestro planeta y es reflejado por él».

Muy cerca de nosotros, cosmológicamente hablando, hay un planeta que es casi idéntico a la Tierra. Tiene aproximadamente su mismo tamaño, está hecho más o menos de la misma materia y se ha formado alrededor de la misma estrella.

Ya que tomaría mucho tiempo y sería inconveniente explicar todo esto al lector no familiarizado con la Teosofía, podemos resumir diciendo que lo declarado por HPB sobre Lucifer es completamente esotérico, simbólico y filosófico. Esos cuatro extractos citados son virtualmente las únicas explicaciones específicas que hizo sobre Lucifer, aunque a los fanáticos cristianos y a los profanos en la materia les gusta dar la impresión de que pasó casi todo el tiempo hablando de Lucifer, o sencillamente que era satanista, cosas que son inciertas.

En cuanto al motivo de llamar «Lucifer» a su revista, HPB escribió en su primer artículo titulado «What's in a Name?» que «el primer y más importante objetivo de la revista, si no el único, está en consonancia con la (Primera epístola a los corintios, 4:5) cuando Pablo habla de que el Señor sacará a la luz las cosas ocultas en las tinieblas. Mostrar en su verdadero aspecto y significado original las cosas y los nombres, así como hechos y costumbres humanos; y finalmente luchar contra los prejuicios, la hipocresía y las farsas en todas las naciones y en todas las clases de la sociedad, como en todos los ámbitos de la vida. La tarea es laboriosa, pero no es impracticable ni inútil, ni siquiera como un experimento. Por lo tanto, para un intento de tal naturaleza nunca se pudo encontrar un título mejor que el elegido (…). No existe un símbolo más adecuado para el trabajo propuesto, que es lanzar un rayo de verdad sobre todo lo que está oculto por la oscuridad del prejuicio, por los conceptos erróneos sociales o religiosos, y especialmente por esa rutina idiota en la vida donde, una vez que determinada acción, cosa o un nombre han sido marcados por invenciones calumniosas e injustas por las así llamadas "personas respetables", éstas se alejan temblando y negándose incluso a verla desde cualquier otro aspecto que el sancionado por la opinión pública. Entonces, tal esfuerzo para forzar a los débiles a mirar la verdad directamente a la cara es ayudado de manera más eficaz por un título que pertenece a la categoría de los nombres de marca».

De esta forma, vemos que en las enseñanzas teosóficas (que a veces son deliberadamente alegóricas y esotéricas) el Portador de Luz (Lucifer en latín) es nuestro Principio Mental, nuestra autoconciencia individual y chispa de inteligencia que se despertó en la humanidad durante el período intermedio de la tercera raza-raíz.

Pero como más tarde ella comentaría, la errónea interpretación sobre la naturaleza de Lucifer «ha echado raíces entre el populacho», y ha obligado a que muchas personas tengan que revelar con valentía, audacia y sin vergüenza los verdaderos orígenes y la naturaleza genuina de lo que en realidad es el denominado Luzbel o Lucifer. Aquellos que intentan hacerlo acaban siendo etiquetados en el acto como «satanistas» y/o «adoradores del diablo» por una cierta clase de cristianos cuyas características distintivas invariablemente varían entre la ignorancia voluntaria y/o pereza mental. En efecto, se ha convertido en un «cliché» que evoca automáticamente la imagen de un «demonio antropomorfo» incluso en las mentes de los ateos más recalcitrantes.

Sin embargo, ¿quién puede negar que incluso a Jesús se lo retrata proclamando audazmente su identificación con Venus o el Portador de Luz en (Apocalipsis 22:16), donde dice: «Yo, Jesús, he enviado a mi ángel a fin de daros testimonio de estas cosas para las iglesias. Yo soy la raíz y la descendencia de David, el lucero resplandeciente de la mañana».

Balance de la década ¿perdida? de 1940


Con la anulación en noviembre de 1950 de la condena que en diciembre de 1946 dictara la ONU contra España, terminaba una etapa y comenzaba otra muy distinta. Hasta ese momento, y forzado por las circunstancias interiores debidas a la ruina producida por la guerra 1936-39, pero también a las exteriores derivadas de la 2GM, España se había visto obligada a luchar por su derecho a existir como nación independiente. También Franco y su régimen, verdaderas expresiones de lo que el pueblo español de entonces deseaba, por mucho que ahora se intente ocultar, pues está claro que sin su completo y unánime respaldo ni uno ni otro se hubieran sostenido y consolidado en circunstancias tan difíciles. Durante la década de los cuarenta, y a pesar de las enormes dificultades con que el Caudillo, el Régimen y España se habían tenido que enfrentar, Franco no cesó de impulsar, junto a la reconstrucción material y moral de España, la institucional, dando pasos decisivos para la constitución de un verdadero Estado de Derecho, ordenado, estable y sólido, huyendo tanto del totalitarismo propio de cualquier clase de dictadura, como del liberalismo parlamentario, de sus partidos y más aún de los profesionales de la política.

La crítica acerva y sectaria que hoy contemplamos contra Franco y el Régimen persigue, entre otras muchas cosas, hacer creer que lo hecho durante la década de los cuarenta supuso una pérdida de tiempo y de oportunidades; en otras palabras, un fracaso. En cuanto a las oportunidades creemos que a la vista está que no hubo ninguna, pues la 2GM con su aluvión de desastres y tragedias evitó que se produjeran incluso para los demás países europeos; los años de la posguerra fueron también de grandísimas dificultades para todos ellos, que sólo lograrían superar gracias los ingentes fondos norteamericanos del Plan Marshall.

En cuanto a que en España durante aquella década todo se hizo mal, pretendiendo justificar tal aserto incidiendo en la escasez y el estraperlo —de todo lo cual sufrieron también los países europeos e incluso en mayor medida que España sin que a sus gobiernos de entonces se les acuse de lo mismo—, se puede afirmar todo lo contrario. Para comprobarlo nada mejor que los siguientes datos, todos ellos bien determinantes, de lo logrado por España durante los años cuarenta —es decir, por Franco, el Régimen y los españoles de entonces— para rebatir completamente dichas calumnias que, como tales, carecen por completo de base documental, siendo por ello producto sólo del odio y del sectarismo ideológico y político que hoy contemplamos:

I. Mientras que durante la 2Re la expectativa media de vida era de 50 años, al terminar la década de los cuarenta se había elevado a 62.

II. La mortalidad infantil, que en 1935 era de 34,7 por mil niños nacidos, se había reducido a 12,5 en 1950.

III. La estatura media de los jóvenes españoles —certificada por la de los que acudían al servicio militar— aumentó de 165 centímetros en 1939 a 168 en 1950, lo que sólo pudo ser posible por la mejora sustancial, aun a pesar de las carencias, de la calidad de la alimentación; en la mejora de este índice de desarrollo hay que hacer un reconocimiento especialísimo a la labor de la nunca bien ponderada y tantas veces calumniada Sección Femenina, dirigida siempre por Pilar Primo de Rivera, que con tanto esfuerzo y dedicación altruista realizaría una sincera, eficaz e ingente labor social, cultural, sanitaria, formativa y moral por todos los rincones de nuestra geografía.

IV. Mientras en 1934, con la 2Re, había censados 52.000 maestros, de los cuales la mayoría eran hombres, en 1950 eran 78.000 mil los docentes, de los cuales, paradójicamente, la mayoría eran mujeres; dato que por sí sólo rompe ese estereotipo según el cual durante la época de Franco se discriminó especialmente a la mujer.

V. El número de alumnos por maestro pasó de 64,7 en 1934, lo que era una barbaridad que incidía muy negativamente en la eficacia de la enseñanza básica, a 41 en 1950 que, aunque aún era una tasa alta, implicaba una extraordinaria mejora en la calidad de la enseñanza.

VI. En la enseñanza secundaria los 124.000 alumnos de 1934 se habían convertido en 215.000 en 1950, es decir, que casi se habían duplicado, lo que significaría la pronta erradicación del analfabetismo; pero es que, además, de ellos, el número de mujeres que en 1934 era de 34.000, había pasado en 1950 a 75.000, es decir, más del doble; nuevo índice que contradice esa discriminación contra la mujer que hoy contumazmente se pretende.

VII. La enseñanza superior y la universitaria, muy reducida durante la 2Re y prácticamente accesible sólo a privilegiados, se había disparado para 1950, accediendo además a ella jóvenes de toda condición social.

VIII. El índice del producto industrial bruto que alcanzara su máximo histórico al final de la dictadura de Primo de Rivera en 1929 —y que cayera estrepitosamente durante la 2Re, hundiéndose hasta extremos increíbles durante los meses de gobierno del Frente Popular en 1936—, no sólo se recuperaba, sino que para 1950 quedaba ampliamente superado.

IX. El consumo de energía, dato fundamental para conocer la salud de cualquier economía, había crecido con respecto al de 1939 en un 50 por ciento.

X. Desde 1939 a 1949 se habían construido e inaugurado 59 embalses con el consiguiente aumento de producción de energía eléctrica, expansión de regadíos y extensión de la red de suministro de agua potable a las viviendas de las ciudades y municipios cercanos.

XI. El número de teléfonos que en 1939 era de 329.000, llegaba a 651.000 en 1950.

XII. El tráfico aéreo pasó de 1.220.000 kilómetros volados por compañías españolas a 8.000.000; lo que incluía el consiguiente salto cualitativo en el desarrollo de la aeronáutica nacional.

XIII. El turismo, que en 1939 era de tan sólo 171.000 visitantes al año, llegaba en 1950 a 457.000.

XIV. El índice de crecimiento anual del Producto Interior Bruto (PIB) durante la década de los cuarenta fue 2,5 por ciento de media; todo un récord máxime dadas las circunstancias.

Y todos estos logros espectaculares e incuestionables que significaban cambios radicales, revolucionarios, de la sociedad española en tan sólo diez años, hechos ciertos y comprobados, se habían producido en medio y a pesar de las peores circunstancias por las que nunca había pasado, ni ha vuelto a pasar España, es decir, tras una dura y larga guerra de tres años, bajo la influencia de la 2GM y sometida a un injusto aislamiento internacional, todo lo cual debe también recordarse y tenerse siempre en cuenta.

Para más incidir en la espectacularidad de los logros, reseñamos que esa media de crecimiento del PIB que había llegado a ser del 2,5 por ciento durante la década de los cuarenta, será del 5 por ciento anual durante la década de los cincuenta, y entre el 7 y el 8 durante la de los sesenta, mientras que, por el contrario, durante los diez primeros años de democracia, con España en condiciones inmejorables, caerá de nuevo al 2,5 por ciento, es decir, a niveles de los años cuarenta, para seguir cayendo y no sobrepasar el 1,5 hasta incluso entrar en recesión durante la crisis de los primeros años del siglo XXI.

Pretender decir que los años cuarenta fueron años «negros», «perdidos», «de fracaso», etc., sólo puede hacerse o desde la más supina ignorancia o desde la más recalcitrante malicia.

En febrero de 1950, el Caudillo, en su discurso de inauguración de la granja escuela «José Antonio» en Valladolid, tras recordar que «...el Movimiento Nacional fue un gesto de rebeldía contra el siglo XIX al que nosotros hubiéramos querido borrar de nuestra Historia...», afirmaba rotundo «...si a alguien, empequeñecidos sus horizontes, le bastaba con alcanzar el que España no desapareciese como nación, otros, con mayor responsabilidad y visión, no nos conformamos, ni nos conformaremos jamás con retroceder a una situación en que las mismas causas provocarían a plazo fijo los mismos efectos...»; así con el aval de lo realizado durante la década de los cuarenta, Franco reivindicaba, sobre la incuestionable base de los hechos fehacientes, la validez del Régimen y del Movimiento como alternativa propia y original española para el mejor gobierno y mayor progreso de España en aquellos momentos y años.

Fuente: Francisco Bendala