Davos, el gran enemigo de la libertad

 

La reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) se parece cada vez más a la alfombra roja del Festival de Cannes, pero detrás de la apariencia de una mascarada de feria de las vanidades donde todos ayudan a los demás a aferrarse a sus máscaras, es innegable que Davos tiene una inquietante agenda de poder global.

El formato del evento está diseñado para impresionar, pero en realidad es simplemente una obra de teatro con cinco tipos de personajes: las estrellas, los extras, los periodistas, las caras visibles de la organización y, finalmente: el turbio poder globalista, del cual el WEF es una de sus principales herramientas.

Los personajes de la obra
Los organizadores eligen primero a las estrellas, unas figuras de poder que actúan como cebo y que suelen ser políticos relevantes y multimillonarios, es decir, los Césares y Craso de hoy.

Como polillas irremediablemente atraídas por el brillo de las estrellas, los extras asisten para embellecer sus plumas diciendo que se han codeado con los poderosos, aunque la mayoría de las veces codearse es literalmente eso: rozarse levemente el codo al pasar por un pasillo estrecho. Este es el caso de la mayoría de los asistentes, ejecutivos de multinacionales, burócratas, ONGs, políticos de países sin importancia e intelectuales. Vanitas vanitatum.

La misma vanidad atrae a los periodistas, impulsados ​​también por su proverbial curiosidad y fascinación por el secreto. Se les ofrecen las migajas del poder, aunque su verdadera función en la obra es la de transmitir debidamente las consignas y proteger al poder de cualquier publicidad negativa.

Las caras visibles de la organización son burócratas a los que no se exige necesariamente grandes conocimientos ni profundidad intelectual, pero sí otro tipo de talentos, y que, aunque tienen autoridad, no son la Autoridad.

Finalmente están los caballeros del poder oculto, no en balde la invisibilidad era lo que el Anillo Único de Tolkien otorgaba a su Portador. Sus miembros entran en escena canturreando la primera estrofa de una canción de mi admirado Freddie Mercury: Here we are/Born to be Kings/We are the Princes of the Universe. Hablaremos de ellos más adelante.

Davos es una convención numerosa que reúne alrededor de 2.600 personas. La mayoría de ellas son representantes de ricas empresas y fundaciones, aunque cerca del 10% son representantes de agencias de noticias y medios de comunicación, cifra que muestra la importancia conferida a los periodistas como transmisores de las pertinentes directrices.

Han sido participantes habituales los grandes censores globales (Google, Microsoft y Facebook), representantes de la ONU y la UE, unas pocas universidades anglosajonas (especialmente Harvard) y los poderes «filantrópicos» globales, especialmente Bill Gates (Fundación Bill & Melinda Gates, donante del WEF[1]) y George Soros (Open Society).

Por último, dos tercios de los participantes suelen proceder de EE.UU. y Europa, aunque las dictaduras árabes del Golfo Pérsico ostentan una representación desproporcionada respecto a su PIB[2], lo que implica una sugerente intimidad entre los principales productores de petróleo y los promotores del fraude del cambio climático.

La hipocresía de Davos
Una característica del Foro Económico Mundial es su hipocresía: «las reglas son para ti, no para mí».  Por ejemplo, propugna la transparencia, pero ellos son los campeones de la opacidad. Con unos ingresos de 360 millones de francos suizos y una plantilla que roza las 800 personas, su Informe Anual no desglosa sus ingresos por donante ni tampoco sus gastos, de los que sólo dan un par de epígrafes sin mayor detalle[3]. Tampoco se encuentra ningún informe de auditoría independiente.

Asimismo, el mismo Foro Económico Mundial que tanto defiende al Estado como «participante» y propone aumentar los impuestos, es una entidad que no paga impuesto alguno más allá de la seguridad social de sus empleados.

Les gusta hablar de diálogo. Sin embargo, en lugar de organizar un debate entre opiniones opuestas (lo que nunca hacen), se involucran en una repetición constante, similar a un mantra, de sus propios eslóganes. También apoyan la censura impuesta por los medios de comunicación, Big Tech y los verificadores de hechos con nombres irrisorios, posiblemente creados por ellos mismos. En realidad, Davos nunca ha defendido verdaderamente la libertad, término que Klaus Schwab apenas menciona en sus libros (y nunca defiende claramente) al mismo tiempo que suele omitir la expresión «propiedad privada».

El último ejercicio de hipocresía del WEF obsesionado con el cambio climático es que, mientras que en sus menús los insectos y las hamburguesas sintéticas probablemente no se encuentren por ninguna parte, pero sí los solomillos, el presidente de Siemens, miembro de la junta del WEF, exige que mil millones de personas en el mundo dejen de comer carne para tener un impacto en el clima[4]. Finalmente, sus asistentes no llegan en coches eléctricos ni en los troncomóviles de los Picapiedra, sino en un hipócrita enjambre de aviones privados altamente contaminantes.

Un deseo de dominación total
¿Quiénes son los que ejercen el poder en las sombras, o mejor dicho, en el crepúsculo? En términos generales, son individuos e instituciones multimillonarios para quienes el dinero ya tiene una utilidad marginal decreciente (pero no el poder) ayudados por un grupo de burócratas ilustrados (o mercenarios). Todos ellos están vinculados por su mesianismo, su complejo de dios y su megalomanía, y su objetivo es privar al hombre del don de la libertad, concepto que desprecian al considerar que sólo ellos, los elegidos, seres superiores, saben lo que debe hacerse.

Políticamente, su modelo de ensueño está mucho más cerca de China que de la democracia, a la que reservan el papel de decidir solo sobre cuestiones irrelevantes mientras que las principales líneas de pensamiento y acción las decide la «élite». Así, en este movimiento globalista, los políticos electos no pertenecen al oficialismo sino a la base. Ellos no mandan; son comandados, pues quienes aspiran a la dominación global no pueden exponerse al escrutinio público ni rotar cada cuatro años. Como bien resume Elon Musk (uno de los pocos que rechazó una invitación para asistir a Davos), «el Foro Económico Mundial se está convirtiendo en un gobierno mundial no electo que la gente nunca pidió y la gente no querría por su naturaleza».

Al igual que Sauron, los forjadores de este Anillo Único globalista sufren de la libido dominandi descrita por San Agustín en el siglo V, es decir, de una lujuria febril por la dominación universal. Su voluntad de poder no conoce límites, pues su proyecto, como veremos, es nada menos que una Nueva Creación en la que rivalizan con el mismo Dios. Sin embargo, a diferencia de Dios, no quieren un ser humano libre capaz de amar, sino un siervo asustado que se limita a obedecer. Por lo tanto, el establecimiento gradual de la Cultura del Miedo en las sociedades occidentales, como lo atestiguan la histeria COVID-19 y el apocalipsis climático, no es una coincidencia.

Debemos entender que consideran una fuerza hostil cualquier estructura de poder ajena a ellos. Por un lado, su vocación globalista hace de las organizaciones supranacionales no electas (como la ONU o la UE) su sistema de gobierno preferido y el Estado-nación su enemigo declarado, por lo que siempre pintan el patriotismo como un nacionalismo radical o fascista.

Por otro lado, también declaran la guerra a la familia, que para ellos es simplemente otra estructura de poder rival que protege a sus miembros y obstaculiza su objetivo de aislar al individuo para controlarlo más fácilmente. Esto explica por qué esta institución secular, una fortaleza fundada sobre una fuerza que no controlan (el amor) y que alguna vez fue considerada inexpugnable, está bajo un asedio diabólico, sujeto a constantes bombardeos, es decir, incitando a la Lucha Sexual (el sustituto de la Lucha de Clases) y la perversa ideología de género, mientras sus muros van siendo minados por ese signo de los tiempos llamado falta de compromiso (concubinato, divorcio exprés, aborto, etc.).

Finalmente, consideran la creencia en Dios y la religión (especialmente el cristianismo) otra estructura de poder hostil, algo natural dado su ateísmo militante, residual en la población general estadounidense y muy minoritaria en Europa[5] pero claramente mayoritaria en este grupo de poder, un punto clave que a menudo se pasa por alto.  

La subversión antropológica del Gran Reinicio
Siendo real la agenda de poder mundano antes mencionada, vale la pena detenerse en el trasfondo de la batalla que están librando, que es de naturaleza antropológica. De hecho, el objetivo de los nuevos dioses es recrear el mundo de acuerdo con sus delirios distópicos.

Para lograrlo, su estrategia es primero deconstruir al hombre para luego reconstruirlo. La deconstrucción se logra desdibujando las referencias morales y antropológicas que constituyen su verdadero centro de gravedad, para que, debilitado y sin brújula, pueda convertirse en un títere desmantelado. Así, más allá de los cambios mata-libertades que proponen (sociales, políticos y económicos), su Gran Reinicio es en realidad una Nueva Creación con un Hombre Nuevo, un clon obediente y amoral, un sirviente silencioso y sumiso, sin voz ni voto, que que te digan qué hacer, punto.

Naturalmente, esta distopía, presentada al desnudo, es muy poco atractiva, por lo que para «atraerlos a todos y atarlos en la oscuridad» necesitan usar el engaño prometiendo el aparente opuesto de la servidumbre: el Homo Deus, el hombre-Dios, lo que explica la paulatina imposición del cientificismo en las sociedades occidentales. La ciencia (o, mejor dicho, la pretensión de la ciencia) se ha transformado en un ídolo que permitirá al hombre convertirse en Dios, conocer el futuro y dominar la vida y la muerte, por lo que las enormes limitaciones del conocimiento humano (en clima, ciencia , o medicina) se ocultan sistemáticamente.

El siguiente paso es el transhumanismo, que promete la superación a través de la tecnología de las mencionadas limitaciones humanas (físicas y mentales). Así se explica la campaña mediática que intenta permear, como una lluvia fina y constante, la quimera del inminente descubrimiento del secreto de la longevidad y la inmortalidad, reflejo de una arrogancia que se niega a aceptar el límite ineludible de la muerte.

Una amenaza real para la libertad
La estrategia de quienes mueven los hilos del Foro Económico Mundial es el hecho consumado. Nadie ha debatido ni votado la Agenda 2030, ni el pasaporte COVID-19, ni la ideología de género, ni el suicidio económico incrustado en el bulo del cambio climático, ni la censura infame y generalizada, ni la reducción de la población mundial a toda costa, que es su verdadera obsesión. Estas «ideas» simplemente aparecieron un día como por arte de magia, se apoderaron de los medios y se impusieron como pensamiento único.

Quizás el caso más paradigmático sea el de la UE, el laboratorio por excelencia de la globalidad, cuya autodenominada «élite», que no responde ante nadie y actúa con creciente despotismo, la convierte en el ámbito idóneo para promover estos programas de hechos consumados.

Sin embargo, a pesar del poder evidente que ostentan ostentosamente, debemos mantenernos alejados de la trampa del derrotismo. El mal siempre trata de intimidar aparentando ser omnipotente cuando en realidad esconde una impotencia radical, ya que sabe que puede ganar batallas pero siempre perderá la guerra. Habiendo dicho esto, ¿cuál es la mejor manera de combatirlo?

Dada su preferencia por el secreto y la censura, debemos señalar con el dedo y ponerle el foco para disipar la oscuridad en la que le gusta operar y alzar la voz para romper el silencio que quiere imponer, despojándola de todos sus disfraces seductores y privándolo hasta de sus perfumes, para mostrarlo en toda su fealdad y en todo su hedor.

El Foro Económico Mundial y los poderes detrás de él se están convirtiendo en una parodia de sí mismos y fracasarán por completo en su intento de dominación global tan pronto como sus siniestros y locos delirios salgan a la luz como realmente son. Mientras tanto, sin embargo, debemos estar seguros de que nos enfrentamos a la amenaza más importante a la libertad y la verdad desde los totalitarismos comunista y nazi del siglo pasado. Debemos tomar esta amenaza en serio.

Frío polar en EEUU: ¿calentamiento global?

 

Nuestro viejo y querido planeta Tierra sigue girando ajeno por completo a las pretensiones de sus habitantes, pero para quienes viven del floreciente negocio del fraude climático el 2022 ha sido un mal año.

Nadie lo diría, leyendo los mismos medios que repiten las mentiras sobre el COVID-19 o las sandeces sobre la guerra de Ucrania, pero los iconos del cambio climático han ido quedando al desnudo como lo que siempre fueron: mentira, propaganda, humo.

¿Sabe usted que los satélites muestran que la Tierra es cada vez más verde? A pesar del crecimiento de la población, cada vez hay más superficie cubierta por árboles[1], es decir, que no existe ya un problema de deforestación en el planeta gracias a la disminución de la superficie quemada por incendios forestales[2], a la reforestación y al aumento del maravilloso CO2, alimento por antonomasia de plantas y árboles, sinónimo de vida.

Para empeorar las cosas, diciembre ha terminado con un frío polar sin precedentes en EEUU, que los obedientes periodistas achacan a la tormenta «Elliot» como hace dos años fue «Filomena». Ya saben, cuando hace mucho frío sólo es meteorología (una simple «ola de frío» con «vientos árticos»), pero cuando hace calor ya no hay «olas de calor» naturales y recurrentes, sino «calentamiento global».

Por cierto, ningún «científico» supo predecir este frío siquiera con un par de semanas de antelación, pero saben a ciencia cierta lo que pasará en el planeta dentro de 100 años.

El Ártico y el oso polar
El primer ídolo climático caído es la reducción del hielo del Ártico, un mantra constante a pesar de su irrelevancia, pues sólo supone el 0,07% del hielo del planeta. Además, su potencial derretimiento no implicaría un aumento del nivel de los océanos, pues flota ya en la superficie del mar (principio de Arquímedes). El hecho es que, tras algunos años reduciéndose, la superficie media de hielo en el Ártico se está estabilizando e incluso ha crecido[3]:


Por primera vez desde el 2008 este año la ruta marítima del Norte que bordea la costa de Eurasia no ha estado libre de hielos, y en su mínimo estival la superficie de hielo del Ártico ha superado los 6 millones de km² (12 veces la superficie de España), casi la mayor cifra desde 2007[4], año en que el periodista y político Al Gore hizo caja profetizando que en el 2013 el Ártico estaría sin hielo. Nadie ha sabido predecir este aumento, y nadie sabe por qué se ha producido.

Hablar del Ártico es hablar del oso polar, icono ecologista por excelencia convertido en víctima del «calentamiento global». La imagen (¡de dibujos animados!) de un pobre osito ahogándose fue tan efectiva en una sociedad tan infantilizada como la nuestra que conocidas organizaciones ecologistas la utilizaron para sablear al personal en exitosas campañas.

Esto no dejaba de resultar extraño, pues el oso polar es el mamífero terrestre que tiene menos probabilidad de ahogarse: su récord de natación ininterrumpida en mar abierto es de 687 km durante casi 10 días de travesía en aguas gélidas.

Mensaje para adultos: el oso polar no es un osito de peluche sino un peligroso y despiadado depredador que despelleja a sus presas antes de comérselas (a veces, aún vivas) en una sangrienta orgía de rojo sobre blanco. También practica el canibalismo matando y comiendo crías de su propia especie[5]. Pues bien: para desmayo de sus presas, su población crece sin parar y se estima hoy en 32.000 ejemplares[6]. Uf, qué alegría.

Groenlandia y la Antártida, cada vez más fría
Groenlandia es un reservorio de hielo 125 veces más importante que el Ártico. La superficie de esta enorme isla, cuatro veces el tamaño de España, está cubierta por una capa de hielo de 3 km de espesor. Durante algunos años su hielo disminuyó ligeramente, pero también se está recuperando y este año ha estado por encima de la media desde 1980[7].

La Antártida es la mayor reserva de hielo del planeta (un 90% del total) con un volumen 1.250 veces superior al del Ártico. Como es el caso de Groenlandia, la mayor parte del hielo está cubriendo el continente con un espesor medio de más de 2 km y una pequeña parte flota libremente en sus costas.

En conjunto, la Antártida está ganando hielo según un estudio de la NASA[8], pero incluso la pequeña parte que flota, mucho más inestable y objeto habitual de filmaciones en las que grandes trozos de hielo caen al mar, crece ligeramente desde hace 40 años[9].

En definitiva, parece que no deberíamos perder el sueño por el hielo del «continente helado» (llamado así por algún motivo), cuya temperatura media es de -57°C y cuyo Polo Sur se enfría ligeramente desde hace 60 años[10], habiendo sufrido su invierno más gélido en el 2021[11]:


Nadie supo predecir este enfriamiento, y nadie sabe por qué se ha producido.

La resurrección de los corales
Otro icono de la propaganda climática ha sido el blanqueamiento y destrucción de los corales causado, claro está, por el calentamiento. Dado que la primera referencia al blanqueamiento de los corales australianos data del año 1575, que los océanos apenas están mostrando calentamiento desde que se miden con las boyas Argo y que los corales son impresionantemente longevos y resistentes, la relación causa-efecto disparaba las alarmas habituales de las mentiras del fraude climático.

Esto ha quedado demostrado este año cuando, contrariamente a las cansinas profecías catastrofistas, la superficie de coral en la Gran Barrera australiana ha crecido hasta batir el récord de los últimos 36 años, especialmente en la zona norte[12].

Nadie supo predecir este aumento y nadie sabe por qué se ha producido.

Finalmente, cabe mencionar que la evidencia empírica tampoco muestra un aumento de fenómenos meteorológicos extremos: no hay ninguna tendencia apreciable en sequías, ni olas de calor, ni inundaciones, ni huracanes, como ven en el siguiente gráfico[13]:


La difícil medición de temperaturas globales
La temperatura atmosférica sólo se ha podido medir con cierta precisión desde que se desplegaron los primeros satélites en 1979, y la del mar sólo desde 2007, cuando concluyó el despliegue inicial de boyas Argo (un termómetro por cada 100.000 km² de océano).

Así, desde 1979 (un año frío) los satélites han mostrado un aumento de temperatura de 0,13°C por década[14], variación que quizá caiga dentro del rango de error instrumental, aunque desde finales del s. XX la temperatura atmosférica apenas ha variado:

La medición de temperaturas de esa inmensidad de volumen que es la atmósfera del planeta tiene enormes limitaciones, a pesar de la seguridad con que se manifiestan algunos.

Para observaciones muy anteriores a 1979 sólo existe un limitado número de termómetros que cubren un porcentaje ridículo de la superficie del planeta (y sólo en el hemisferio norte), y que además están contaminados por el llamado «efecto de isla urbana de calor» (UHI), es decir, por mediciones hechas con termómetros que hace 100 años estaban en mitad del campo y que hoy están en medio de la ciudad (con asfalto, coches y calefacciones).

Para mediciones de temperatura en series paleoclimáticas (de miles o cientos de miles de años) la principal fuente son las estimaciones derivadas de los isótopos de oxígeno atrapados en el hielo antártico y, en menor medida, groenlandés, que dan una idea de la temperatura local (sólo en dos puntos de la Tierra) y que además se comportan de modo asíncrono.

Pues bien, coincidiendo con este ligerísimo aumento de temperaturas la concentración de CO2 en la atmósfera ha pasado del 0,025% al 0,04%. Los instigadores del fraude climático (los yonquis del poder globalistas y grandes intereses económicos) han desarrollado una simplista relación causa-efecto que, contrariamente al mantra del «consenso», es cuestionada por muchos científicos de enorme prestigio.

Así, han culpado a una pobre criatura llamada hombre, que pasaba por ahí, del «cambio climático», como si el clima no hubiera cambiado siempre de forma natural, y pronostican que de seguir aumentado la temperatura unos pocos grados más llegará el apocalipsis.

No sé si a ustedes les pasa, pero yo sobrevivo sin problemas a diferencias de temperatura de 10°C todos los días del año entre la mañana y la tarde y de 30°C entre el invierno y el verano. ¿Creen que el hombre y el planeta no pueden adaptarse a un suave aumento de temperatura de 1 o 2°C en los próximos dos siglos, si es que llega a producirse?

¿Qué solución proponen para evitar el Apocalipsis? Lo de siempre: más poder y más dinero para unos pocos y el empobrecimiento y la servidumbre para el resto.

El clima es cíclico y sabemos poco de él              
El principio fundamental del clima es la ciclicidad, y al igual que la marea primero sube y luego baja, ni el día ni la noche, ni el frío ni el calor, ni la lluvia ni la sequía, ni el verano ni el invierno, ni siquiera los gobernantes psicópatas son eternos.

Lo mismo pasa con el clima: es cíclico y lleva cambiando desde el albor de los tiempos con glaciaciones en las que el nivel de los océanos era 120 m inferior al actual y calentamientos posteriores, pero la propaganda climática ha aprovechado estos ciclos naturales para crear su relato apocalíptico extrapolando ad infinitum tendencias de corto plazo.

El clima terrestre es un sistema multifactorial, complejo y caótico sobre el cual el hombre apenas comprende una pequeña parte. De ahí que las predicciones meteorológicas fallen estrepitosamente más allá de unos pocos días o que esta increíble ola de frío y nieve en EEUU haya llegado casi por sorpresa.

Cualquier físico atmosférico honrado reconoce que lo que ignoramos del clima es mucho más de lo que conocemos. Afectado por la radiación solar, los movimientos de traslación y rotación, por las grandes masas oceánicas y sus corrientes, por las nubes, sujetas a retroalimentaciones de distinto signo, y por gases de efecto invernadero (de los que el más importante es el vapor de agua), simplemente no conocemos bien su funcionamiento.

La tendencia de las temperaturas, además, depende del punto de partida elegido. Como dice el geólogo Ian Plimer, «si usted quiere mostrar que hay calentamiento, tome el período 1979-1998; si quiere mostrar que no lo hay, escoja los últimos 24 años; si quiere demostrar que hay calentamiento por causas naturales, escoja los últimos 300 años; si quiere demostrar que hay enfriamiento, escoja los últimos 6.000; y si quiere demostrar que el clima es cíclico por causas naturales, tome el último millón de años, como hago yo».

El fraude climático
Querido lector: cuando le asusten con el cambio climático, recuerde la manipulación masiva que hemos sufrido con el COVID-19. La táctica es similar: el miedo como herramienta de control, la ocultación de datos, el abuso de la mentira, la censura, la manipulación y corrupción de «la Ciencia», el falso consenso, la persecución del disidente (¡negacionista!), la servil complicidad de los medios y el afán de poder.

Y no olviden que el fraude del cambio climático («calentamiento global») tiene un alto precio: la pérdida de la libertad y un empobrecimiento masivo, del que la inflación es un ejemplo. El objetivo final es concentrar el poder y el dinero en unos pocos.

«No existe ninguna emergencia climática» afirman más de 1.400 científicos en la World Climate Declaration[15]. Sin duda. Esa pretenciosa criatura llamada hombre no tiene el poder de determinar el clima de su planeta ni, por ahora, la capacidad para comprenderlo. Qué más quisiera.

LAS CONDICIONES DE LA VICTORIA RUSA

¿Qué cambios debemos hacer para que Rusia gane la guerra? Voy a enumerar algunas propuestas que se han hecho:

1. Pasar de un Estado autoritario a una alianza entre el Estado y el pueblo, es decir, una unidad orgánica entre ambos que nos permita superar la manipulación en favor de la honestidad.

2. Reemplazar el paradigma liberal por el socialismo popular, favoreciendo el apoyo material del sector público y los más necesitados.

3. Demoler el gran capital (oligarquía) y sustituirlo por la competencia real entre las pequeñas y medianas empresas (nacionalización de la gran industria).

4. Dejar de lado el comercio de materias primas y reemplazarlo por la economía del conocimiento y la reactivación del mundo rural.

5. Desarticulación de las grandes aglomeraciones urbanas y repoblamiento de las tierras rusas, debemos destruir las grandes urbes y volver a los pequeños pueblos y las comunidades rurales.

6. Acabar con la inmunidad y la promoción de burócratas corruptos e ineficaces mediante el principio de la meritocracia (es necesario entregarle el poder a quienes han demostrado ser dignos de sus puestos).

7. Pasar de una sociedad basada en las relaciones públicas a una totalmente ideologizada: los periodistas deben defender aquello en lo que creen y no hacer simple propaganda para el momento presente.

8. Rechazo de la cultura del entretenimiento en favor de una cultura clásica formativa, edificante y filosófica.

9. Comprensión histórica de nuestra realidad: definir de forma precisa el lugar de la Rusia actual dentro del conjunto de toda nuestra historia, rindiendo homenaje a la antigua Rus, al Reino de Moscovia, el Imperio Ruso y la URSS, mencionando episodios como el Tiempo de los Problemas y la infame década de 1990 como desviaciones de nuestra misión.

10. Protección de nuestros valores tradicionales y erradicación de todo aquello que no tenga que ver con ellos, confiando esta misión a personas capaces y no a simples gestores aleatorios.

11. Construir una sociedad solidaria compuesta por:
—Una clase espiritual que sea la brújula moral de la misma.
—Los guerreros como los representantes de una élite política y social (una nueva nobleza o, si se quiera, nomenclatura del partido).
—Los trabajadores honestos (incluidos los empresarios) como representantes del hombre común.

12. La creación de una élite intelectual rusa que sea independiente de los paradigmas y estrategias de la civilización occidental.

13. Retorno a una sociedad tradicional con una familia fuerte y rechazo de la interpretación secular, contractual e individualista del matrimonio.

Todos estos puntos, que son bastante evidentes, constituyen las condiciones necesarias para nuestra Victoria. Si no los tomamos en cuenta y dejamos todo como esta, simplemente estaremos condenados a perder. El modelo de Estado anterior a la guerra, que resultó ser relativamente eficaz, ya no se corresponde con las necesidades históricas actuales. La Operación Militar Especial ha expuesto los defectos fundamentales de nuestro Estado y en la actual confrontación militar con la civilización occidental tales defectos resultan fatales. Necesitamos de un nuevo Estado y una nueva política. El tiempo se acaba y creo que tendremos que hacer importantes avances en esta dirección durante el próximo año, de lo contrario…

LA SOBERANÍA ESPIRITUAL

 

El ABC de Aleksandr Dugin

En la primavera de 2017, el pensador ruso Aleksandr Dugin visitó la Argentina. Por esas cosas del destino, o mejor aún, de la Providencia, el 20 de noviembre, jornada en la que en esta bendita tierra celebramos el Día de la Soberanía Nacional, Dugin habló ante un grupo de argentinos en la mediterránea provincia de Córdoba. La ocasión lo ameritaba y Dugin, tomando en sus manos la antorcha imaginaria de la rebeldía gaucha frente a los intereses internacionales, hizo hincapié en la idea de soberanía para exponer aquello que hemos denominado, un «ABC» de sus ideas metapolíticas. 

La tesis central de la ponencia de Dugin fue la siguiente: la forma más importante de la soberanía, es la soberanía del espíritu. El espíritu es la instancia de la decisión libre, el locus de la libertad, la morada en la que el logos habla. 

Ahora bien, esta soberanía como realidad y tarea de orden espiritual, no se limita a lo individual. Desde el momento en que nacemos atravesados por una lengua común, suponemos una comunidad, un ethos cultural, una identidad.

Frente a esta soberanía, se levanta como amenaza, un proceso de globalización, que es a su vez la expresión de la hegemonía liberal. Dugin sostiene que la esencia del liberalismo, traducida hoy en globalismo, es justamente la des-soberanización. Planteada esta amenaza, el pensador ruso siguiendo a Carl Schmitt sostiene que es la identidad de los pueblos, su soberanía espiritual la que justamente funda la posibilidad de un pluriverso. Ese otro distinto a mí, es la condición para descubrir y afirmar lo propio. Sobre este punto quisiéramos aportar una breve nota: si bien los otros son causa dispositiva para la reafirmación de mi propia identidad, ello no indica que mi razón de ser se subsuma en un mero sed contra. Si bien la tensión dialéctica es parte esencial de la geopolítica, filosóficamente es peligroso definir mi propia identidad como «contraria a», y esto, por una clarividente razón: si es así, yo no soy. Soy, en la medida que existe un otro frente a mí.

La hegemonía globalista entonces impone frente a lo esencial de cada comunidad, valores «universales» y lo destacamos entre comillas porque estos valores universales, no tienen nada que ver con la objetividad apriórica del valor desarrollada por Max Scheler; es más, esta hegemonía globalista es hija putativa de los restos de Kant, frente al cual asentó su ética material de los valores el gran filósofo muniqués. Expone Dugin al respecto:

«Cuando consideramos en qué consiste la universalidad de los valores que imponen los globalistas, nos damos cuenta que no son valores occidentales en sentido estricto, porque la mayoría de la historia occidental no ha compartido nunca estos valores. La Antigüedad grecolatina, la Edad Media, el Renacimiento y el comienzo de la Modernidad, tampoco los compartieron». A. Dugin: Identidad y Soberanía. Ed. Nomos, Buenos Aires, 2018: p. 37-38.

Dugin ve claramente que no solo en aquella filosofía que se ha dado en llamar «clásica» se pueden rastrear los valores que forjaron una civilización occidental y cristiana (que hoy ha devenido accidental y cretina), sino también en el Renacimiento e incluso en la primera Modernidad aparecen irrevocablemente estos elementos. De lo contrario, ¿Qué lugar le cabe a la tesis de la dignitas homine enarbolada en Campanella por ejemplo, cuando habla del hombre como un «dio secondo mirácolo del Primo»? ¿Condenamos por ser modernos a Pascal o a Giambattista Vico por ejemplo?

Los nuevos amos del mundo –sostiene Dugin– intentan imponer su agenda a todos los pueblos y lo hacen reduciendo su soberanía a cero. Para ello, cuenta con algunos brazos sutiles, a saber: la economía, la técnica (que al decir del pensador ruso no es neutral sino metafísica) y las instituciones supranacionales. La agenda impuesta mira siempre a las minorías, de ellas proviene y a ellas sustenta. Es más, los pueblos deben ser fragmentados en minorías, tarea que parecen llevar a cabo las democracias contemporáneas, verdaderas dictaduras liberales bajo el barniz del respeto y la tolerancia. Aquellos intentos soberanistas que se rebelen frente al globalismo son tildados de fascistas, palabra fetiche para los nuevos apóstoles de la libertad

La Cuarta teoría política es, en este sentido, una mirada que lúcidamente comprende que al liberalismo no hay que oponerle ideologías pretéritas como el fascismo y el comunismo, que pecan además de la misma miopía metafísica. Sostiene Dugin en este sentido: 

«La Cuarta teoría política es la invitación a luchar por el hombre. (…) Esta lucha, es una lucha por conservar, reafirmar y salvar la esencia del hombre; por salvar al ser humano de su destino pos-humanista». A. Dugin: Identidad y Soberanía. Ed. Nomos, Buenos Aires, 2018: p. 43.

El tiro certero al corazón de la dignidad humana marca un recorrido inequívoco: primero la socavación de los Estados nacionales para arribar a una sociedad civil global, luego las políticas de género, para desarraigar al ser humano de su naturaleza y subsumirlo en la paradoja de una subjetividad sin contornos y, por último, el trans-humanismo cómo última forma de «liberación». Tres pasos para la consumación del nihilismo. 

«Hablamos de lucha y, justamente, el 20 de noviembre se erige como el recuerdo vivo de una gesta. Una gesta que, de algún modo, muestra enfrente a los mismos enemigos, quizás metamorfoseados, pero en el fondo, parientes en los mismos intereses. Al borde del Paraná, el General Lucio N. Mansilla arengó así a sus Patricios»:
«¡Allí los tenéis! Considerad el insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! Tremola el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea».

Los obtusos analistas políticos y las cotorras de parlamento, aún siguen dividiendo al mundo maniqueamente, entre izquierdas y derechas. Hoy la geopolítica nos exige que auscultemos la realidad de otro modo, hoy va de soberanía o globalismo, identidad o masa amorfa, individualismo o comunidad; en síntesis: nihilismo o vida plena de sentido.

Ellos, como los invasores de aquella tarde de 1845, cuentan con la fuerza, pero carecen de espíritu, que es el lugar de la verdadera libertad. 

Fuente: Diego Chiaramoni

EL AÑO DE LA PERMACRISIS Y LA CONTRAHEGEMONÍA EUROASIÁTICA

 

Según el diccionario de inglés Collins, la palabra del año 2022 es permacrisis, que significa periodo prolongado de inestabilidad e inseguridad resultante de una serie de catástrofes. Según Alex Beecroft, la palabra «resume de forma bastante sucinta lo terrible que ha sido 2022 para muchos».

En los confines de Europa, en la región histórica de Rusia, está en marcha el mayor conflicto armado desde la 2GM. La guerra por poderes de EE.UU. en Ucrania ha traído a la memoria la crisis de los misiles cubanos y la amenaza nuclear de la Guerra Fría. Los sanguinarios medios de comunicación (falsos) del poder finlandés han entrado de lleno en el frente de la guerra de la información de Occidente.

El aumento de los costes de los alimentos y la energía ha provocado la mayor inflación en muchos países desde los años ochenta. Esto se describe en The Economist como «el mayor desafío macroeconómico de la era moderna de la banca central», aunque está claro que las propias acciones de los grandes círculos capitalistas han provocado otra crisis económica.

Sin embargo, la mayor agitación en curso es geopolítica. El orden mundial de posguerra, liderado por Estados Unidos, se ha visto desafiado, primero por la Rusia de Vladimir Putin, pero también por los Estados Unidos de Joe Biden y la China de Xi Jinping, con unas relaciones cada vez más deterioradas.

Sin embargo, a Estados Unidos le resultó bastante fácil enrolar a los países de Europa en una guerra híbrida casi autodestructiva contra Rusia; después de todo, los dirigentes del euro están en el bolsillo de la misma élite hostil que los políticos de Washington.

En las mentes de algunos fanáticos finlandeses de la OTAN, este nuevo advenimiento de la «alianza transatlántica» ha reavivado la idea de un Occidente desafiante, que aún se levantaría de en medio de las crisis actuales hacia un nuevo apogeo hegemónico.

En realidad, la brecha entre Occidente y otros países no ha hecho más que aumentar en los últimos años. La mayor parte de la población mundial vive en países que no apoyan las sanciones occidentales contra Rusia y no están interesados en el «conflicto regional» de Ucrania, y mucho menos en la continua mendicidad de dinero, armas y simpatía de ese corrupto actor-presidente desestabilizador.

Por su parte, los dirigentes chinos rechazan abiertamente los «valores universales» representados por Estados Unidos y sus socios, en los que se basa el orden occidental. La divergencia entre las dos mayores economías del mundo se está convirtiendo en una realidad. Otras certezas geopolíticas de larga data, como la alianza de conveniencia entre Estados Unidos y Arabia Saudí, también se están resquebrajando.

Las cuestiones climáticas también han estado en el orden del día este año, desde las inundaciones en Pakistán a las olas de calor en Europa y ahora las tormentas invernales en Estados Unidos y Japón. Los científicos ya no pueden hablar de una «mini edad glacial» provocada por una posible pausa temporal de la actividad solar, pero aún podemos esperar algunos inviernos meteorológicos y nevados. A pesar de estas perspectivas, los políticos verdes están dispuestos a tomar decisiones insostenibles en materia de política energética.

La subida de los precios de la energía ha exacerbado la inestabilidad macroeconómica. Los precios al consumo ya se dispararon a principios de 2022, cuando la recuperación de la demanda se enfrentó a las limitaciones post-cíclicas de la oferta. Al dispararse los precios de la energía y los alimentos, la inflación pasó de ser un repunte temporal a convertirse en un problema a más largo plazo.

¿Qué ocurrirá en 2023? ¿Se complicará aún más la espiral de crisis geopolítica, energética y económica? A corto plazo, la respuesta, según muchos expertos, es sombría. Gran parte del mundo estará en recesión en 2023, y en muchos lugares la débil situación económica podría empeorar también las perspectivas sociopolíticas.

Hay varias razones por las que 2023 será un año peligroso. Cuando se rompa la narrativa perpetuada por los medios de comunicación occidentales, ¿qué pensará la «gente tonta»? Toda crisis crea nuevas oportunidades y, en medio de la agitación actual, está tomando forma un nuevo orden internacional. ¿Qué harán los bancos centrales y las sociedades de gestión de activos? ¿Se alzarán las fuerzas contrahegemónicas de Eurasia, derrocando el poder de Occidente?

Fuente: Markku Siira

EL TOMISMO Y LA GUERRA JUSTA


Europa vuelve a gemir en la guerra y por causa de la guerra. Europa torna a ser lo que demasiadas veces fue, un inmenso campo de batalla. También es Europa un juguete en manos de una excrecencia suya cual es la Anglosfera. De la mano de una organización militar que no sirve, en modo alguno, para la defensa común de los europeos sino para la defensa de los intereses angloamericanos, Europa se encamina hacia su suicidio. Está prestándose a la loca política de expansión otanista hacia el Este, buscando hacer además el rodeo de la anaconda, para así estrangular a Rusia y dejarla sin su natural círculo de países asociados y satélites. 

Con la intervención militar especial del ejército ruso en Ucrania, es lógico que regresen a nuestras mentes las clásicas consideraciones filosófico-morales y teológicas sobre la guerra justa. Odiamos la guerra y sabemos que este jinete apocalíptico es la gran calamidad que se cierne sobre la humanidad, persiguiéndola desde que ella vive de forma civilizada por sobre la faz de la tierra. Pero no por ello somos pacifistas, pues tampoco no somos ingenuos utopistas, y vemos una gran locura y fanatismo en el pacifismo. Esto del pacifismo es de locos cuando enfrente se ciernen amenazas muy ciertas y reales. Coincidimos con Spengler cuando éste vio en el pacifismo y en el desprecio por la milicia un mero producto de la decadencia, que ya conocieron los antiguos. Las civilizaciones viejas y cansadas, entre los muros artificiales que separan al cosmopolita, al hedonista apátrida, autista con respecto de la realidad, se permiten dormir en el pacifismo hasta que, un día, se sopetón, los nuevos bárbaros (siempre aparecerán bárbaros en el horizonte) arriban y hacen montañas de cabezas cortadas. Verán las viudas violadas unas como torres de cadáveres alzadas con los pacifistas que les aguardaban con las puertas abiertas y con las manos abiertas y flores en la cabeza.
Un verdadero cristiano ama la paz, pero no es un fanático (ni de la paz ni tampoco de la guerra) y ama la milicia y a los hombres que a ella se entregan pues el caballero cristiano sabe que, en no pocas ocasiones, la fe, la patria y la paz dependen existencialmente de esa milicia. Santo Tomás de Aquino, el gran expositor del catolicismo filosófico, explica de forma meridiana que existen guerras justas. No hay más remedio que guerrear, si el malo existe, si la maldad acecha.

Hoy, en el que tantos ideólogos se lanzan a la condena de Putin, como ayer lo hicieron en los casos de Serbia, de Iraq, de Siria, conviene remover esta falsa idea del Pentágono y de todos sus perros sarnosos y amaestrados: la idea de que sólo los yanquis y sus franquicias (OTAN, UE…) son los únicos con derecho a hacer guerras o a bendecir guerras. Tendrá que llegar un día en que se restaure una civilización cristiana, que se restaure desde los dos alejados meridianos, el hispano-católico al Oeste de España, y el eslavo-ortodoxo, al Oriente de nuestro país. Desde ambos meridianos, abrazando la esfera terrestre por ambas direcciones, la palabra de Cristo Rey podrá ser escuchada por los hombres. Otro concepto de civilización, quizá, concepto cristiano pero no puritano, un concepto católico y ortodoxo, es el que puede renacer de las cenizas, como brote de vida surgido entre los huesos y la ruina, como rayo de luz en medio de la tragedia que sufren nuestros hermanos eslavos.

La guerra no siempre es pecado. Santo Tomás establece la Justicia como criterio. Para que haya guerra justa, en primer lugar, ha de haber un poder público que la emprenda, un príncipe, en el lenguaje de su época. En la Suma Teológica se condena la guerra privada. El príncipe, en lo terreno, es un ejecutor de la justicia divina.
[…] la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la guerra, porque puede hacer valer su derecho ante tribunal superior; además, la persona particular tampoco tiene competencia para convocar a la colectividad, cosa necesaria para hacer la guerra. Ahora bien, dado que el cuidado de la república ha sido encomendado a los príncipes, a ellos compete defender el bien público de la ciudad, del reino o de la provincia sometidos a su autoridad. Pues bien, del mismo modo que la defienden lícitamente con la espada material contra los perturbadores internos, castigando a los malhechores, a tenor de las palabras del Apóstol: ...porque no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios, un vengador que castiga al que practica lo malo (Rom 13,4), le incumbe también defender el bien público con la espada de la guerra contra los enemigos externos. Por eso se recomienda a los príncipes: Rescatad al débil y al necesitado; libradlos de la mano de los impíos (Sal 81,41), y San Agustín, por su parte, en el libro Contra Fausto. enseña: El orden natural, acomodado a la paz de los mortales, postula que la autoridad y la deliberación de aceptar la guerra pertenezca al príncipe
El segundo requisito es el de la causa justa. Queda excluido el capricho. Se proscribe la arbitrariedad. No está permitida una guerra motivada únicamente por afán de poder o por satisfacción de la concupiscencia de los príncipes o pueblos.
Se requiere, en segundo lugar, causa justa. Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa. Por eso escribe también San Agustín en el libro Quaest.: Suelen llamarse guerras justas las que vengan las injurias; por ejemplo, si ha habido lugar para castigar al pueblo o a la ciudad que descuida castigar el atropello cometido por los suyos o restituir lo que ha sido injustamente robado.

Queda claro en el texto que existe una justa venganza. Si ha existido una ofensa (material, sangrienta, o incluso una ofensa a la honra), en justicia se puede ir a la guerra. También hay justicia en la guerra cuando el príncipe y sus consejeros observan indicios razonables de que un enemigo, ya interno, ya externo, va a cometer su injuria. Iría en contra de la esencia de la función del príncipe, que no es sino velar por la justicia y el orden, quedarse con los brazos cruzados y esperar una injuria muy probable.

El tercer requisito que el Doctor Angélico establece es el de la recta intención:
Se requiere, finalmente, que sea recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal. Por eso escribe igualmente San Agustín en el libro De verbis Dom.: Entre los verdaderos adoradores de Dios, las mismas guerras son pacíficas, pues se promueven no por codicia o crueldad, sino por deseo de paz, para frenar a los malos y favorecer a los buenos. Puede, sin embargo, acontecer que, siendo legítima la autoridad de quien declara la guerra y justa también la causa, resulte, no obstante, ilícita por la mala intención. San Agustín escribe en el libro Contra Fausto.: En efecto, el deseo de dañar, la crueldad de vengarse, el ánimo inaplacado e implacable, la ferocidad en la lucha, la pasión de dominar y otras cosas semejantes, son, en justicia, vituperables en las guerras

Dios nos ha creado como hombres, no como ángeles. Entre los hombres anida el mal, y una de las formas en que puede anidar el mal es por medio de un oscurecimiento de nuestros corazones. Incluso asistiéndonos causas razonables y justas, y —por vía de ejemplo— siendo evidente que hemos sido atacados injustamente sin motivo, podemos lanzarnos al combate no ya con el legítimo deseo de reparación del mal sufrido, sino con el deseo sombrío, maligno, de aumentar el daño que le corresponde al enemigo necesitado de castigo. La cólera, el ánimo de causar un daño superior al proporcionado castigo, el deseo irrefrenable de hacer daño más allá de las causas y fuera de los cauces adecuados, esto es lo que resta buena intención a los actos. Se va a una guerra justa con recta intención. Careciendo de ella, la causa justa que permite la guerra, así como todos los antecedentes que justifican romper la paz, se rebajan a la condición de meras excusas. Y no se olvide que la guerra, si es justa, se hace en orden a una paz de nivel superior, de modo análogo a como Dios permite el mal con vistas a la instauración de un bien que también es de índole superior. El caballero cristiano es, en cierto sentido, pacífico cuando combate pues su lucha está subordinada a una paz más elevada, duradera y auténtica.

En la misma Cuestión, en el artículo 3, el Santo Doctor señala que no es lícito engañar al enemigo (estratagemas), y aun con el enemigo se deben respetar los pactos. Esto no significa revelarle los secretos, hacer públicas las intenciones:
Nadie debe engañar al enemigo. En efecto, hay derechos de guerra y pactos que deben cumplirse, incluso entre enemigos, como afirma San Ambrosio en el libro De Officiis:

...Pero hay otro modo de engañar con palabras o con obras; consiste en no dar a conocer nuestro propósito o nuestra intención. Esto no tenemos obligación de hacerlo, ya que, incluso en la doctrina sagrada, hay muchas cosas que es necesario ocultar, sobre todo a los infieles, para que no se burlen, siguiendo lo que leemos en la Escritura: No deis lo santo a los perros (Mt 7,6). Luego con mayor razón deben quedar ocultos al enemigo los planes preparados para combatirle. De ahí que, entre las instrucciones militares, ocupa el primer lugar ocultar los planes, a efectos de impedir que lleguen al enemigo, como puede leerse en Frontino. Este tipo de ocultación pertenece a la categoría de estratagemas que es lícito practicar en guerra justa, y que, hablando con propiedad, no se oponen a la justicia ni a la voluntad ordenada. Sería, en realidad, muestra de voluntad desordenada la de quien pretendiera que nada le ocultaran los demás.

Si guardar secretos o no revelarlo todo, es algo que se hace —y se puede y debe hacer— en doctrina sagrada, qué diremos sobre el arte militar. En estos tiempos que vivimos, en la llamada «sociedad de la información», los Estados son poderosos no sólo por su alcance económico, militar, tecnológico, sino por su capacidad para obtener información de los enemigos, los rivales, e incluso de los socios y amigos, y también por su capacidad para guardarla. 

En el interior de los Estados se da una especie de guerra privada a la que, si no hay derramamiento de sangre, cabría más bien llamar riña. Tomás de Aquino dice que siempre implica pecado —venial o mortal según el nivel de exceso en que la persona incurra— y de él se libra quien de manera justa y con debida moderación se limita a defenderse de las injurias. La política de los Estados democráticos es una permanente riña («demogresca» es como la califica con su fina ironía el escritor Juan Manuel de Prada). Todos riñen y se emborrachan con pasiones desordenadas. A los políticos de hoy, discutidores profesionales, habría que enviarles las palabras de la Summa:
«…la riña es como una guerra privada que tiene lugar entre personas particulares, no en virtud de la autoridad pública, sino por voluntad desordenada. Por eso implica siempre pecado».

El Aquinate distingue guerra, riña y sedición. En la guerra: para ser una verdadera guerra en sentido propio y de carácter justo, debe haber un príncipe, esto es, un poder público que mediante ella busque realmente la paz. 

En la riña, para no caer en pecado, sólo queda exculpado quien se defiende con causa y de modo proporcionado, siendo así que la riña es como una guerra, pero entre particulares. En todas las democracias actuales se vive en un estado continuado de riña. Los ciudadanos particulares, y los políticos partidistas (que también son «parte» y por tanto no representan verdaderamente al pueblo todo ni al Estado como cosa común cuando riñen) están atentando contra la paz en su «demogresca». Fomentan la guerra privada, la riña que, si incluye derramamiento de sangre y ruptura irreversible de la convivencia, nos lleva a la guerra civil. 

Conceptualmente distinta de la riña en general es la sedición. Hoy, que tanto se habla en esta desventurada España sobre el «delito de sedición», redefinido ad hoc para contentar a los políticos traidores de Cataluña (con su doble traición, contra España y contra una parte suya, Cataluña), conviene volver a Santo Tomás, que es, además de tantas otras cosas, un maestro en el rigor de las definiciones:
«…que las sediciones son tumultos para la lucha, hecho que tiene lugar cuando los hombres se preparan para contender y lo buscan. Difiere también de ella, en segundo lugar, porque la guerra se hace, propiamente hablando, con los enemigos de fuera, como lucha de pueblo contra pueblo; la riña, en cambio, es lucha de un particular con otro, o de unos pocos contra otros pocos; y la sedición, por el contrario, se produce, propiamente hablando, entre las partes de una muchedumbre que discuten entre sí; por ejemplo, cuando un sector de la ciudad provoca tumultos contra el otro. Por eso, dado que la sedición se opone a un bien especial, a saber, la unidad y la paz de la multitud, es pecado especial».

Y en la respuesta a la primera objeción, dice: 

«Se llama sedicioso al que provoca sedición, y porque ésta implica cierta discordia, es sedicioso quien provoca no cualquier discordia, sino la que divide las partes de la misma multitud. Pero el pecado de sedición no está sólo en quien siembra discordias, sino también en quienes disienten desordenadamente entre sí».

Sabido es que los tiempos modernos han convulsionado y hasta destripado el sistema de la filosofía política. La categoría «guerra» ha llenado todos los espacios, y el más crudo amoralismo domina todo género de luchas. Las agresiones a los Estados se han convertido en guerras privatizadas, y las riñas entre particulares y las sediciones internas se han vuelto, a su vez, armas con las cuales las potencias extranjeras ponen de rodillas a los Estados soberanos. 

Miren el lamentable caso de España: ¿de qué modo los anglos, los franceses y los norteamericanos, han logrado poner a esta nación de rodillas, en estado indigente y carente de cualquier voz propia en el concierto mundial? Desde la misma Guerra de Sucesión, en una primera etapa, España se ha ido oscureciendo, volviéndose colonia de Francia y, después, colonia de los anglos y de los estadounidenses. Desde la guerra contra Napoleón, en un segundo momento, no hemos ido conociendo otra cosa que riñas, matanzas cainitas, sediciones. Toda la energía nacional dilapidada en el odio a nuestro hermano de sangre y coterráneo. 

Hoy, que tan a menudo de habla de las «guerras híbridas» con las que las grandes potencias interfieren en la vida de otras naciones rivales o molestas, y cuando se da por descontado que la «información», así como grupos de particulares financiados por el extranjero, forman parte de esas guerras, deberíamos reflexionar y hacernos cargo de nuestra situación: en este mundo infectado por el pecado hasta el tuétano, sólo habría esperanza para las personas, las familias y las naciones si poseemos un alto grado de conciencia de lo que significa el Bien Común. 

Huir de las riñas, denunciar y perseguir a los sediciosos, defender virilmente lo que nos corresponde y pugnar por que nuestra Patria sea un remanso para el Reinado de Jesucristo. Si además somos conscientes de que nuestra Patria es muy grande, pues no comprende solo la península Ibérica y las islas de su conjunto, así como las partes de África correspondientes (algunas, que en mala hora se regalaron), sino también la América que aún vibra con su hispanidad, una hispanidad de habla castellana o lusa, entonces y sólo entonces comenzaremos a reparar tantos siglos de iniquidad.

Fuente: Carlos X. Blanco