¿CÓMO SE POSICIONA DONALD TRUMP?

Los electores estadounidenses optaron por Donald Trump porque aspiraban a un cambio de paradigma y, ya en la Casa Blanca, Trump sigue sorprendiendo a quienes lo consideran una especie de desquiciado. Pero Trump no está haciendo otra cosa que aplicar las ideas que ya había desarrollado durante su campaña electoral, inscribiéndose así en una tradición política profundamente enraizada en la historia estadounidense, aunque fue ignorada por mucho tiempo. Haciendo abstracción de su particular manera de comunicarse con la opinión, Thierry Meyssan se concentra en los actos de Donald Trump en relación con sus compromisos.


Durante la campaña electoral que precedió la elección presidencial estadounidense mostramos que la rivalidad entre Hillary Clinton y Donald Trump no tenía tanto que ver con sus estilos respectivos como con la cultura particular de cada uno de los dos candidatos. Donald Trump, recién llegado a la política, cuestionaba la dominación puritana sobre Estados Unidos y reclamaba el regreso al compromiso original de 1789 —inscrito en la Carta de Derechos (The Bill of Rights)— entre los revolucionarios que luchaban contra el rey Jorge y los grandes terratenientes de las Trece Colonias.

Pero Donald Trump no era tan neófito en materia de política: en 2001, ya había manifestado claramente su oposición al sistema el día mismo de los atentados del 11 de septiembre y, posteriormente, con su polémica sobre el lugar de nacimiento del presidente Barack Obama.

En aquel momento tampoco interpretábamos la fortuna personal de Donald Trump como una señal de que actuaría obligatoriamente al servicio de los más ricos sino como prueba de que defendería el capitalismo productivo contra el capitalismo especulativo.

En materia de política exterior subrayábamos que los presidentes George W. Bush y Barack Obama habían iniciado guerras en Afganistán, Iraq, Libia y Siria, en aplicación de la estrategia del almirante Cebrowski tendiente a destruir las estructuras de los Estados en todos los países del «Medio Oriente ampliado» (o «Gran Medio Oriente»), mientras que, en el plano interno, habían suspendido la aplicación de la mencionada Carta de Derechos y que todo eso había empeorado la situación de los «blancos pobres».

Donald Trump, por el contrario, denunciaba constantemente el Imperio estadounidense y anunciaba el regreso a los principios republicanos, señalando como referencia a Andrew Jackson (presidente de Estados Unidos de 1829 a 1837), y obteniendo así el aval de los ex-colaboradores de Richard Nixon (1969-1974).

En materia de política interna, Trump sintetizaba su pensamiento en el eslogan «Make America Great Again», o sea apostando por dejar de lado la quimera imperial para volver al «sueño americano» de enriquecimiento personal. Y su política exterior la expresaba con el eslogan «America First», que nosotros no interpretábamos en el sentido que se le dio durante la 2GM sino con su sentido original. En resumen, no veíamos en Donald Trump un neonazi sino un político que se negaba a mantener su país al servicio de las élites transnacionales.

Más sorprendente aún, nos parecía imposible que Trump lograra llegar a un acuerdo cultural con la minoría de origen mexicano y pronosticábamos que facilitaría a largo plazo una especie de divorcio por consentimiento mutuo a través de la independencia de California (CalExit).

No obstante, nuestra lectura de los objetivos de Donald Trump y de su método dejaba abierta la cuestión sobre las posibilidades reales que un presidente estadounidense puede tener para modificar la estrategia militar de su país.

Durante 2 años, nuestros artículos han ido contra la corriente de la totalidad de los comentaristas, y hemos sido clasificados como partidarios de Donald Trump, lo cual es una interpretación errónea del sentido de nuestro trabajo. No somos electores estadounidenses y, por ende, no apoyamos a ningún candidato a la Casa Blanca. Somos analistas políticos y sólo tratamos de comprender los hechos y anticipar sus consecuencias.

¿Cuál es la situación en este momento?

—Tenemos que concentrarnos en los hechos y hacer abstracción de todo lo que Trump dice.
—Tenemos que distinguir los resultados de los actos de Donald Trump de lo que constituye la continuidad de sus predecesores así como lo que tiene que ver con la tendencia del momento preciso.

En el plano interno
Donald Trump apoyó una manifestación de los supremacistas blancos en Charlottesville y el derecho a portar armas, incluso después de la matanza de Parkland. Esas posiciones han sido interpretadas como un respaldo a la extrema derecha y a la violencia. En realidad, para Trump se trataba de defender la versión estadounidense de los «derechos humanos», la que se enuncia en la Bill of Rights.

Por supuesto, es válido enumerar las duras críticas contra la definición estadounidense de los «derechos humanos», que nosotros mismos criticamos constantemente, pero ese es otro debate.

A falta de los medios necesarios, está lejos de terminarse la construcción —iniciada por los predecesores de Trump— del muro en la frontera con México. Es pronto aún para sacar conclusiones al respecto. No ha tenido lugar el enfrentamiento con el sector de los inmigrantes hispanoamericanos que rechazan hablar inglés e integrarse al compromiso de 1789. Donald Trump se ha limitado a suprimir el servicio de comunicación pública de la Casa Blanca en lengua hispana.

En el sector del medioambiente, Donald Trump rechazó el Acuerdo de París, no porque no le importe la ecología sino porque ese acuerdo impone un arreglo financiero que sólo beneficia a los responsables de las bolsas creadas para la compra-venta de derechos de emisión de gases de efecto invernadero.

En el plano económico, Donald Trump no ha logrado imponer su revolución, que consistía en favorecer la exportación y gravar la importación. Pero sacó a Estados Unidos de los tratados de libre comercio que aún no estaban ratificados, como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. Su Border-adjustment tax fue modificada por el Congreso y ahora está tratando de evadir la oposición de los parlamentarios y de instaurar gravámenes prohibitivos a la importación de ciertos productos, sorprendiendo con ello a los aliados de Estados Unidos y provocando la cólera de China.

Acuerdo Transpacífico

Al mismo tiempo, Donald Trump encuentra dificultades para iniciar su programa rooseveltiano de construcción y reacondicionamiento de infraestructuras —hasta el momento sólo ha encontrado un 15% del financiamiento. Y tampoco ha iniciado aún su programa de utilización de cerebros extranjeros para mejorar la industria estadounidense, a pesar de tratarse de un tema recogido en su Estrategia de Seguridad Nacional.

Sin embargo, lo poco que ya ha podido hacer ha bastado para reactivar la producción y el empleo en su país.

En el plano exterior
En su intento de renunciar al Imperio estadounidense, Trump había anunciado su intención de poner fin al apoyo de Estados Unidos a los yijadistas, disolver la OTAN, abandonar la estrategia del almirante Cebrowski y traer de regreso las tropas estadounidenses que ocupan varios países. Es claramente mucho más difícil reformar el más extenso de los entes federales —las fuerzas armadas de Estados Unidos— que modificar por decreto las reglas económicas y financieras.

El presidente Trump priorizó poner personas de confianza a la cabeza del Departamento de Defensa y de la CIA, para evitar todo intento de rebelión. Reformó el Consejo de Seguridad Nacional restringiendo el papel del Pentágono y el de la CIA. Y de inmediato puso fin a las «revoluciones de colores» y a otras formas de golpes de Estado utilizadas por sus predecesores.

Luego convenció a los países árabes, como Arabia Saudita, para que pusieran fin a su apoyo a los yijadistas. Los resultados de esa decisión no tardaron en aparecer con la caída del Emirato Islámico (Daesh) en Iraq y en Siria.

Al mismo tiempo, Trump postergó la disolución de la OTAN y se limitó a agregarle una función antiterrorista. Mientras tanto, en el contexto de la campaña británica contra Moscú, la OTAN desarrolla su dispositivo anti-ruso.

Si Donald Trump ha conservado la OTAN ha sido sólo para mantener bajo control a los vasallos de Estados Unidos. Y al mismo tiempo acaba de desacreditar deliberadamente al G7, poniendo con ello a sus desorientados líderes ante sus propias responsabilidades.

Para interrumpir la aplicación de la estrategia de Cebrowski en el «Medio Oriente ampliado», Trump está preparando una reorganización de esa región alrededor de la salida de Estados Unidos de los acuerdos con Irán (o sea el acuerdo llamado 5+1, o JCPOA, y el acuerdo bilateral secreto entre Washington y Teherán) y de su plan para el arreglo de la cuestión palestina. Si bien ese proyecto —que Francia y el Reino Unido ya tratan de sabotear— tiene pocas posibilidades de instaurar una paz regional, al menos permite paralizar las iniciativas del Pentágono. Pero los oficiales superiores preparan ahora la aplicación de la estrategia Cebrowski en la «cuenca del Caribe».

La iniciativa tendiente a resolver el conflicto en la península de Corea, último vestigio de los tiempos de la guerra fría, debería permitir a Trump poner nuevamente en tela de juicio la razón de ser de la OTAN ya que si los países europeos se hicieron miembros de ese bloque militar fue, supuestamente, para evitar en Europa una situación comparable a la guerra de Corea.

A fin de cuentas, las fuerzas armadas estadounidenses ya no serían utilizadas para aplastar pequeños países sino única y exclusivamente para aislar a Rusia y para impedir que China pueda desarrollar sus «Rutas de la Seda».

Fuente: http://www.voltairenet.org/article201561.html

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