Hace cuatro años ya abordé aquí la realidad histórica sobre la América española. Como ya señalé entonces, España no sólo cometió un genocidio en América, sino que le puso fin a uno: el que estaban perpetrando los aztecas y otros pueblos precolombinos contra sus propios vecinos indígenas. Estos últimos años, las excavaciones arqueológicas han ido sacando a la luz pruebas claras de esos genocidios, como la torre de cráneos descubierta en Tenochtitlán en 2017, con miles de restos de hombres, mujeres y niños en el México precolombino, y los hallazgos del holocausto de Huanchaco, con los restos de decenas de niños y niñas sacrificados en el Perú anterior a la llegada de los españoles.
Torre de calaveras en Tenochtitlán, con los restos de hombres, mujeres y niños víctimas de los sacrificios humanos en el Imperio azteca.
En mi entrada de 2017 ya señalé que en 1524, Fray Juan de Zumárraga, primer Obispo de México, cifró en más de 20.000 personas las sacrificadas en Tenochtitlán y más de 72.000 en todo el Imperio azteca cada año, entre ellas 20.000 niños. También apunté que el historiador mexicano Mariano Cuevas (1879-1949) cifró esos sacrificios en 20.000 anuales en Tenochtitlán, y advirtió que «nos quedamos cortos» si ciframos en 100.000 sacrificios anuales los perpetrados en todo el Imperio azteca. La cuestión sobre estas cifras y sobre otras estimaciones es: ¿cuál era la población de aquel territorio en esa época? Eso nos permitiría hacernos una idea de las proporciones de la matanza.
Hace un mes, el historiador argentino Marcelo Gullo Omodeo señaló que, según el estudio demográfico más serio elaborado por el historiador venezolano Ángel Rosenblat sobre el tema, «en México habitaban, en el momento de la llegada de Hernán Cortés, 4,5 millones de habitantes». Para que nos hagamos una idea, es una población algo más alta que la que tiene actualmente Panamá, y aproximadamente la mitad de los habitantes actuales de Austria.
Representación de los sacrificios humanos perpetrados por los aztecas en Tenochtitlán
(Fuente: Códice Durán)
Sobre las dimensiones de las masacres aztecas, Gullo también cita al estadounidense William H. Prescott, al que califica como «uno de los historiadores más críticos de la conquista española y uno de los más fervientes defensores de la civilización azteca». Prescott escribió: «El número de las víctimas sacrificadas por año inmoladas era inmenso. Casi ningún autor lo computa en menos de 20.000 cada año, y aún hay alguno que lo hace subir hasta 150.000».
Equivaldría a asesinar hasta 4,2 millones de personas al año en el México actual
Gullo añade: «si México poseía 4,5 millones de habitantes en 1521, 20.000 personas masacradas por año equivalían al 0,444% (número periódico) de la población de ese momento. Esto quiere decir, para que usted tome la real dimensión del holocausto ejecutado por los aztecas, que extrapolado ese porcentaje a la actual cantidad de habitantes de México (127.792.000), equivaldría a asesinar 562.285 personas (quinientos sesenta y dos mil doscientos ochenta y cinco personas) por año».
El historiador argentino señala, así mismo, que extrapolando el promedio de 85.000 personas asesinadas por los aztecas, «equivaldría al 1,888%» de habitantes del México actual, lo que supondría 2.412.713 personas asesinadas al año si ese genocidio se hubiese cometido hoy. Finalmente, tomando como referencia la cifra máxima citada por Prescott, 150.000 asesinados al año en el Imperio azteca, eso sería el 3,33% de su población, lo que equivaldría a 4.255.474 masacradas en el México actual. Gullo es muy claro ante estas cifras: «Se impone como conclusión lógica que el estado azteca era un estado genocida», y añade: «el Estado azteca era un Estado totalitario genocida que oprimía a su propio pueblo y que llevó a cabo como política de Estado la conquista de otros naciones indígenas para tener seres humanos que sacrificar a sus dioses y usar la carne humana así conseguida como alimento principal de los nobles y sacerdotes».
La derrota del Imperio azteca es tan digna de ser celebrada como la derrota del nazismo
El historiador argentino opina que «si España tuviese que pedir disculpas por haber vencido al imperialismo antropófago azteca, tanto los Estados Unidos como Rusia tendrían que pedir perdón por haber derrotado al imperialismo genocida nazi. La batalla por Tenochtitlán fue sangrienta, pero tan sangrienta como la batalla por Berlín, que puso fin al totalitarismo nazi». Para Gullo, la conclusión es clara: «España no conquistó América, sino que España liberó América».
El aniversario del descubrimiento de América y del comienzo de la presencia española en ese continente es, sin duda, un motivo de celebración equivalente al aniversario de la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial, una victoria que no se ve desmerecida por el hecho de que los vencedores tuviesen que utilizar la fuerza para derrotar a Hitler. No obstante, hay dos grandes diferencias entre ambos episodios históricos: los españoles no cometieron nada ni remotamente parecido a las violaciones masivas de mujeres y niñas por el Ejército Rojo, y España tampoco impuso en América un régimen totalitario como el que Stalin instauró en los países ocupados por la URSS. Antes bien, los primeros códigos de derechos fundamentales que se establecieron en ese continente fueron las Leyes de Burgos de 1512 en la América española.
Cuadro: «La entrada de Hernán Cortés en México», de Augusto Ferrer-Dalmau
Ni siquiera acusando a España de las muertes provocadas por el contagio de enfermedades en cuatros siglos —un hecho que no puede ser calificado como genocidio, como hacen muchos hispanófobos— tendríamos algo que se acercase ni de lejos a los más de 100 millones de muertos provocados por el comunismo en un solo siglo, un colosal genocidio que niega la misma extrema izquierda que promueve y alimenta la leyenda negra antiespañola. Si hay algo que no cabe celebrar es el genocidio comunista y la tremenda hipocresía de quienes, negándose a condenarlo, reclaman a España que pida perdón por haber liberado América de un imperio genocida como el azteca.
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