Francia, incapaz de enfrentar el efecto «Trump».

No es Donald Trump quien se ha vuelto en contra del régimen de Kiev, aunque eso es lo que tratan de hacernos creer. Es Volodimir Zelenski quien hizo bombardear intereses de Estados Unidos en suelo ruso, perjudicando a Chevron y ExxonMobil.

Es por eso que resulta totalmente absurdo creer que una simple visita a Washington bastará a Keir Starmer y a Emmanuel Macron para revertir la situación.

Es cierto que atacar a sus propios aliados puede parecer absurdo… pero eso fue lo que hicieron los nazis contra Polonia. Y es también lo que los nacionalistas integristas ucranianos acaban de hacer contra Estados Unidos.

El 20 de febrero, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, presentó su visión del conflicto con Rusia mostrando un mapa de Ucrania… al revés. Nosotros somos «los buenos» y ellos son «los malos».

12 de febrero
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, reaccionó de inmediato ante el anuncio de las conversaciones ruso-estadounidenses en Riad. Y reaccionó convocando en el palacio del Elíseo, para el 12 de febrero, una reunión entre sus 7 principales aliados en el continente europeo: los ministros de Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock; de España, José Manuel Albares Bueno; del Reino Unido, David Lammy; de Italia, Antonio Tajani; de Polonia, Radosław Sikorski; y la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, la estonia Kaja Kallas, así como el comisario de la UE a cargo de la Defensa y el Espacio, el lituano Andrius Kubilius.

Ese cónclave iba a establecer una respuesta común. Pero, por supuesto, no se llegó a nada. Sólo Francia y Reino Unido estaban dispuestos a enviar tropas a Ucrania para hacer que se respetase la aplicación de una paz todavía hipotética. Alemania, España e Italia se opusieron firmemente. La Unión Europea y particularmente las repúblicas bálticas quisieran que se enviasen tropas… pero que lo hagan otros.

Mientras tenía lugar aquella reunión en París, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, se hallaba en Kiev. Pero no para prometer más miles de millones de dólares, sino, al contrario, para reclamar… ¡500 000 millones de dólares! Con un aplomo digno del presidente Donald Trump, Bessent presentó a Kiev la exorbitante factura de 3 años de guerra. El jefe no electo del régimen de Kiev, Volodimir Zelenski, cuyo mandato presidencial expiró en mayo de 2024, respondió que no cederá a «la extorsión».

Bueno, esa es la versión oficial… La verdad es diferente: en junio pasado, Zelenski recibía al senador estadounidense Lindsey Graham, viejo amigo de los nacionalistas integristas ucranianos, y le explicó que al invadir su país Rusia sólo quería apoderarse de sus «tierras raras», cuyo valor el propio Zelenski estimó entonces en 10.000 o 12.000 millardos de dólares[1]. El senador Lindsey Graham repitió eso en una entrevista que dio al programa Face the Nation transmitida por CBS News el 9 de junio de 2024.
[1] 1 millardo = 1 000 millones.

Aquella idea se impuso en Estados Unidos, haciendo que la clase dirigente estadounidense se creyera exonerada de tener que escuchar la versión de la parte rusa. Pero, la agencia Bloomberg reveló, el 19 de febrero, que aquella historia de Zelenski sólo era pura intoxicación porque Ucrania no cuenta con tales recursos minerales.

Según el canal de televisión Rossiya 24, las potencias europeas ya se repartieron Ucrania. Los británicos tendrían un acceso privilegiado a los puertos, los alemanes a las minas, etc. En abril de 2022, el Congreso de Estados Unidos adoptó una ley que autoriza el suministro de armas a Ucrania (Ukraine Democracy Defense Lend-Lease Act of 2022) siguiendo el esquema de la ley estadounidense de Préstamo y Arriendo de la Segunda Guerra Mundial. Pero la administración Biden nunca aplicó aquella ley de 2022 y esta expiró en septiembre de 2023. En resumen, todo lo que Washington aportó para Ucrania, tanto en dinero como en suministro de material, es actualmente dinero perdido.

Esa es la razón por la que la administración Trump reclama hoy el reembolso de lo que Estados Unidos y los demás aliados occidentales de Kiev han aportado a Ucrania sin obtener nada. La administración Trump estima el monto de la factura en 500.000 millones de dólares, que son sólo una pequeña parte de los 10.000 millardos que, según Kiev, fueron asignados a Ucrania.

17 de febrero
En ese contexto, se hizo una segunda reunión en el palacio presidencial de París, el 17 de febrero, con los jefes de gobierno de los mismos países que la anterior, pero con la participación de la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, y del secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte.

Tanto la Unión Europea como la OTAN son organizaciones creadas por los anglosajones para mantener a Europa occidental bajo control. Aunque hayan sido designados por los representantes de los Estados miembros de sus respectivas organizaciones, la alemana Ursula von der Leyen y el neerlandés Mark Rutte deben sus nominaciones a la influencia de Washington y de Londres. Pero no fueron puestos en esos cargos por la administración Trump, sino por la administración Biden, así que esos dos personajes no defienden la paz sino la continuación de la guerra en Ucrania.

Y defienden la continuación de la guerra sobre todo teniendo en cuenta que los hechos se aceleran. Mientras las luminarias europeas deploraban en París la revolución trumpista, el Consejo de Defensa y Seguridad Nacional de Kiev ordenaba, el 17 de febrero, un ataque aéreo con drones contra instalaciones del Caspian Pipeline Consortium (CPC), cuyo oleoducto conecta Kazajstán con el puerto ruso de Novorosiisk. Se trata de una de las instalaciones de ese tipo más grandes del mundo y permite exportar enormes cantidades de petróleo kazajo y ruso.

Desde la proclamación de la ley marcial en Ucrania, el Consejo de Defensa y Seguridad Nacional ha sido la verdadera autoridad ejecutiva en el país. Se reúne en el palacio presidencial para que los extranjeros no sepan que esa es la estructura que ejerce de facto todas las funciones del poder ejecutivo, en lugar del presidente y de la administración presidencial. Volodimir Zelenski, cuyo mandato presidencial expiró hace 8 meses, ocupa un asiento en ese consejo, pero todas las decisiones se toman bajo la autoridad del ex jefe de los servicios secretos para el exterior (SZRU), Oleksandr Lytvynenko.

Ese Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, que prohibió todos los partidos políticos opositores, que ha quemado 3 millones de libros y que ha prohibido la iglesia ortodoxa —mayoritaria en Ucrania— es el núcleo de los nacionalistas integristas, o sea de los discípulos de Dimitro Dontsov y de su matón, Stepan Bandera, ambos colaboradores ucranianos de los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Al bombardear, en suelo ruso, la principal estación de bombeo del Caspian Pipeline Consortium, los miembros de ese consejo sabían muy bien lo que hacían: estaban atacando los intereses de Estados Unidos en Rusia.

Entre los propietarios del Caspian Pipeline Consortium están:
• la transnacional italiana Ente Nazionali Idrocarburi (ENI) (2%);
• la Caspian Pipeline Co., filial de la estadounidense ExxonMobil (7,5%);
• la Caspian Pipeline Consortium Co., filial de la estadounidense Chevron (15%).

Además, la instalación atacada suministra la mayor parte del petróleo que se consume en Israel.

Al atacar la instalación del Caspian Pipeline Consortium, el Consejo de Defensa y Seguridad de Ucrania declaraba la guerra a Italia y a Estados Unidos.

18 de febrero
Las delegaciones de Estados Unidos y Rusia se reunieron en el palacio de Diriyah, en Riad, Arabia Saudita. Como señalé en mi análisis de la semana pasada[2], el ministro de Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, insistió para que se hablara no sólo de la guerra y de las cuestiones territoriales sino también de los problemas de fondo, como las relaciones entre las dos partes. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, aseguró que pondrá fin a la situación de acoso contra los diplomáticos rusos acreditados en su país, instaurada por la administración Biden. Al mismo tiempo, ya no estará de moda anular eventos artísticos porque hay rusos entre los participantes. El jefe de la diplomacia estadounidense se comprometió igualmente a aplicar los compromisos previos de su país y, por ende, a retirar paulatinamente las tropas de la OTAN de todos los países que se incorporaron a ese bloque bélico después de la reunificación alemana.

Desde el punto de vista de los belicistas occidentales, este primer contacto fue desigual, afirman que sólo Washington hizo concesiones. Pero, desde el punto de vista de los defensores de la paz, no podía ser de otra manera ya que, en todo este asunto, todas las violaciones fueron cometidas por los neoconservadores de la administración republicana de George Bush hijo y las administraciones demócratas de Barack Obama y Joe Biden. Rusia aceptó que Estados Unidos reconociera sus errores y lo aceptó sin exigir ningún tipo de compensación por los daños a ella causados por la actitud de las anteriores administraciones estadounidenses.

19 de febrero
Ese día, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, comentaba los bombardeos ucranianos y las conversaciones con Rusia: «Estoy verdaderamente decepcionado por lo que ha sucedido. Hace 3 años que vengo viendo esto… Oigo decir que, ustedes saben, ellos [los ucranianos] están contrariados porque no fueron invitados a Riad. Pero es que tuvieron su oportunidad durante 3 años y mucho más tiempo antes de esto».

Poco después, el presidente Trump emitía un mensaje más duro en Truth Social: «Piénsenlo, un comediante medianamente exitoso, Volodimir Zelenski, convenció a los Estados Unidos de América de gastar 350 000 millones de dólares para meterse en una guerra que no se podía ganar, que jamás habría tenido que comenzar, que él nunca podrá resolver sin Estados Unidos y ‘TRUMP’. Estados Unidos ha gastado 200.000 millones de dólares más que Europa, el dinero de Europa está garantizado, mientras que Estados Unidos no recibirá nada a cambio. ¿Por qué Joe Biden no exigió pagos de ecualización, en la medida en que esta guerra es mucho más importante para Europa que para nosotros? Y además de eso, Zelenski admite que la mitad del dinero que le enviamos ‘DESAPARECIÓ’. Se niega a organizar elecciones, está muy bajo en los sondeos ucranianos y la única habilidad que tenía era la de ser capaz de hacer cantar a Biden ‘como un violín’. Dictador sin elecciones, Zelenski haría mejor en actuar rápido, si no va a quedarse sin país. Mientras tanto nosotros negociamos con éxito el fin de la guerra con Rusia, algo que todo el mundo reconoce: sólo pueden hacerlo ‘TRUMP’ y la administración Trump. Biden nunca trató, Europa no pudo aportar la paz y Zelenski probablemente quiere mantener la máquina funcionando. Amo Ucrania, pero Zelenski ha hecho un trabajo espantoso, su país está quebrado y MILLONES de personas han muerto inútilmente, etc».

Espantadas, las élites occidentales pro-Biden acusaron entonces a Donald Trump de repetir la propaganda del «dictador Putin». Según las élites occidentales, el presidente estadounidense invertía las acusaciones afirmando que Ucrania había desatado la guerra y en realidad la guerra sería culpa del «dictador» que invadió Ucrania para conquistarla.

Desde el inicio de la operación militar especial de Rusia, nosotros explicamos en este mismo sitio web que el conflicto había comenzado en realidad el 19 de febrero de 2022, con los bombardeos del ejército ucraniano contra la población de los territorios del Dombás. Ese hecho incuestionable fue incluso comprobado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), que estaba a cargo de observar la frontera interna del Dombás. El coronel suizo Jacques Baud, un experto reconocido por los servicios de inteligencia en todo el mundo subrayó en varios libros de referencia[3] que la OSCE había notificado los bombardeos del ejército ucraniano en los días anteriores al reconocimiento, por parte de la Federación Rusa, de la independencia de las dos repúblicas de la región de Donbass –Donetsk y Lugansk–, reconocimiento al que siguió horas después la firma de 2 Tratados de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua y, 2 días después, el inicio de la operación militar especial, no contra Ucrania sino contra los nacionalistas integristas.
[3] Poutine, maître du jeu?, por Jacques Baud, Max Milo éditions, 2022.

En este asunto, como siempre, quienes recurren a la mentira acaban siendo las primeras víctimas de la propaganda de guerra que ellos mismos imponen a sus pueblos. El presidente de Francia Emmanuel Macron, el jefe del gobierno británico Keir Starmer, la presidente de la Comisión Europea Ursula von der Leyen y el secretario general de la OTAN Mark Rutte no escapan a esa regla. Ahora parecen haberse creído realmente los argumentos absurdos que han venido repitiendo desde hace 3 años[4].
[4] El presidente francés Emmanuel Macron llegó a grabar un monólogo de una hora dirigido a los franceses. Evidentemente, Macron está entrenándose para presentar su «visión» sobre el conflicto ucraniano. Se trata de un claro ejercicio de autosugestión.

23 de febrero
Volodimir Zelenski, el «dictador sin elección», dijo en Kiev, en una conferencia de prensa, que estaría dispuesto a dimitir si eso permite que Ucrania sea aceptada en la OTAN, lo cual implica ignorar la oposición ya claramente expresada por Estados Unidos. Zelenski repitió que Kiev no aceptará nada que no haya negociado por sí mismo con Estados Unidos y Rusia. Otra declaración ilusoria ya que, evidentemente, las decisiones las tomarán Estados Unidos y Rusia… y la Unión Europea y Ucrania, digan lo que digan, no tendrán más opción que acatar esas decisiones.

24 de febrero
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, declaró al canal 1 de la televisión rusa que Rusia dispone de bastante más reservas de «tierras raras» que Ucrania y que el gobierno ruso está «dispuesto a trabajar con sus socios extranjeros, incluso con los estadounidenses», para desarrollar la explotación de esos recursos. En otras palabras, si se logra restaurar la paz, es posible que Washington no pueda tener acceso a las «tierras raras»… ¡que Ucrania no posee! Pero sí tendría acceso a las de Rusia.

El presidente Putin ya había dicho antes que Rusia sólo aceptará firmar la paz con Ucrania cuando haya en Kiev un presidente legítimo. Sobre las elecciones en Ucrania, que no se han podido convocar porque el Consejo de Seguridad y Defensa de Kiev se negaba a levantar la ley marcial, para poder mantener su dictadura, el presidente ruso se mostró favorable a la candidatura del general Valerii Zaluzhnyi, el ex jefe de las fuerzas armadas ucranianas, hoy embajador en Londres. El presidente Putin aseguró que entre los ucranianos Zaluzhnyi es dos veces más popular que Zelenski.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, viajó a Washington. Según las televisiones francesas, Macron fue recibido en la Casa Blanca por el presidente Donald Trump. Pero, según las televisoras estadounidenses, el presidente francés fue recibido únicamente por la directora del equipo de trabajo del presidente Trump, lo cual constituye una violación de las reglas básicas del protocolo.

El 24 de febrero Volodimir Zelenski y sus invitados participaron desde Kiev en una reunión por videoconferencia de un «G7 ampliado» con el presidente Donald Trump, quien les habló desde la Casa Blanca.

Desde la Casa Blanca, Emmanuel Macron participó, por videoconferencia, en la reunión del «G7 ampliado» que se hizo en Kiev, con la presencia en la capital ucraniana de Volodimir Zelenski; del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau; de la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen y del presidente del Consejo Europeo, el portugués Antonio Costa. El canciller alemán, Olaf Scholz; el primer ministro de Italia, Giorgia Meloni; y el primer ministro de Japón, Shigeru Ishiba, también participaron por videoconferencia desde sus países. También participó el primer ministro de España, Pedro Sánchez, quien se hallaba en Kiev. Todos los participantes, incluyendo al presidente francés Emmanuel Macron, se inclinaron ante el presidente de Estados Unidos y aceptaron sus decisiones.

Después de haber participado por videoconferencia en un «G7 ampliado», bajo la presidencia de Donald Trump, ante cuya voluntad se inclinaron todos los participantes, el presidente de Francia, Emmanuel Macron se desplaza a otra ala de la Casa Blanca. Antes de ser admitido en la famosa Oficina Oval, el presidente de Francia tuvo que esperar a que el presidente Trump terminara otra reunión con sus consejeros.

Sólo después de esa videoconferencia, el presidente Macron fue finalmente autorizado a conversar directamente con el presidente Trump en la Oficina Oval. Se ignora lo que se dijeron los dos presidentes, pero, durante la conferencia de prensa que ofrecieron después, se congratularon sobre la «unidad». Dicho claramente, el presidente Macron renunció a sus quejas para someterse sin reservas, al igual que sus colegas del G7, a las decisiones del presidente Trump.

Por su parte, el primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer, viajará a Washington el 27 de febrero para proponer el despliegue de una fuerza de paz británica que garantizaría el alto al fuego en Ucrania… una propuesta que los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin probablemente rechazarán porque un protagonista del conflicto con Rusia no puede aspirar a convertirse en árbitro.

Y ya se sabe lo que vendrá después. En los próximos años, la OTAN y la Unión Europea van a disolverse, como antes se disolvieron el Pacto de Varsovia y la URSS. Esa es la única solución para mantener la unidad de Estados Unidos. Sin eso, es Estados Unidos el que va a desaparecer.

Las élites europeas tendrán que asumir solas la responsabilidad de garantizar la seguridad de sus países. Tendrán que reconstruir sus ejércitos. Ese proceso exigirá una decena de años para los países que, como Dinamarca, lo inicien a partir de mañana. Los otros quedarán expuestos a los vaivenes de la Historia.

Francia y Reino Unido ya no disponen, como tampoco los demás, de ejércitos capaces de garantizar la defensa de sus territorios. Sólo cuentan con «fuerzas de proyección» que utilizan para conservar los restos diseminados de sus antiguos imperios coloniales. Para pagar la formación de verdaderos ejércitos, cada país tendrá que recortar los presupuestos de otros sectores.

En Francia, los recortes afectarán, evidentemente, los gastos sociales. Habrá entonces que plantearse el problema del despilfarro en los servicios de salud y la enseñanza. Los franceses están convencidos, erróneamente, de que su Seguridad Social, sus subvenciones familiares y su sistema de jubilación son elementos indisociables de su República, cuando en realidad se trata de sistemas heredados del régimen fascista de Philippe Petain. Aunque algunos recibieron ciertamente el aval del Consejo Nacional de la Resistencia después de la Segunda Guerra Mundial, en realidad nada tienen de republicanos.

Así que debemos prepararnos para días difíciles. No será dentro de varios años sino en las próximas semanas, cuando tendremos que encontrar cómo pasar de nuestro actual modelo social a otro diferente, más moderno y más libre, sin perjudicar a los más vulnerables. Es poco probable que nuestra clase política actual sea capaz de lograrlo. Sus principales líderes acaban de reunirse en el palacio presidencial —ellos también— con el presidente Emmanuel Macron para confirmar que comparten su visión sobre el conflicto ucraniano y sobre la «demencia» del presidente de Estados Unidos.

A veces se puede dejar pasar un tren para tomar el siguiente. Pero este… este es el último.



TRUMP HA DECIDIDO GOBERNAR UCRANIA DIRECTAMENTE

 

Las conversaciones en Riad son, sin exageración, un gran avance. Incluso la composición de los negociadores, entre los que, por ejemplo, Estados Unidos incluyó al más bien torpe y rígido Kellogg, lo dice todo. Trump envió a las conversaciones a las personas más adecuadas para entender y escuchar la posición de Rusia y luego que se la trasmitan a él.

Al parecer, Trump está muy satisfecho con los primeros resultados de las conversaciones. La parte rusa, por su parte, expresa un optimismo cauteloso. Obviamente, todavía no se ha discutido ningún plan concreto para resolver la cuestión ucraniana. Pero, según todas las apariencias, nuestro excelente grupo dirigido por Ushakov y Lavrov ha transmitido por primera vez de forma objetiva, serena y razonada la posición de la parte rusa a los estadounidenses. Y esto es realmente una novedad, porque antes no había negociaciones, y la posición de Rusia era completamente distorsionada en los Estados Unidos. Así que no se trata sólo de un avance, sino de un avance importante.

Tenemos que tener en cuenta que estamos ante un Estados Unidos completamente diferente, con una ideología diametralmente opuesta a la que dominaba en la administración anterior, incluyendo la de Obama e incluso a Bush Jr. y Clinton. Es decir, por primera vez en décadas, y puede que incluso desde hace mucho más tiempo, Estados Unidos se ha embarcado en un rumbo completamente distinto. Y es muy importante que en estas negociaciones ya haya quedado claro que nosotros, Rusia y Putin, tenemos mucho en común con este Estados Unidos.

Así que creo que los resultados de las primeras conversaciones son muy positivos. Creo que la parte rusa, entre otras cosas, indicó claramente la inaceptabilidad de Zelenski como participante en las negociaciones, y naturalmente presentó el argumento de que era completamente ilegítimo e insostenible. Y esto fue claramente apoyado por Trump, quien inmediatamente después de las primeras negociaciones dijo que el apoyo de Zelenski en Ucrania no superaba el 4%. En consecuencia, no participará en las negociaciones con Rusia. Esto significa que Zelenski ha sido despedido por los EE.UU. y habrá elecciones en Ucrania.

Naturalmente, Zelensky se puso histérico. Apostó por los demócratas y, de hecho, participó en la campaña electoral de Kamala Harris, algo que los trumpistas no olvidarán ni le perdonarán. En consecuencia, ahora se solidariza con los líderes europeos rusófobos más agresivos, que, a su vez, también están en pánico, porque su principal apoyo, los globalistas estadounidenses, ha sido eliminados. No saben qué hacer y van de extremo a extremo: dicen que enviarán tropas a Ucrania para luchar contra Rusia, como afirman Starmer y Macron, pero luego se arrepienten, como reconoce Macron ahora mismo.

En consecuencia, los globalistas europeos están experimentando una grave psicosis maniacodepresiva, pánico e incluso agonía. Se dan cuenta de que ahora tienen que luchar en dos frentes. Tanto con nosotros como con los Estados Unidos trumpistas, que en realidad le ha declarado la guerra ideológica a Europa: o cambian de liderazgo político o se van al diablo. En cuanto a su marioneta Zelenski, que había jugado un papel importante hasta ahora, su situación actual es catastrófica.

No creo que el propio Zelenski sea mentalmente loco. Por supuesto, no me corresponde a mí juzgarlo, es necesario un examen psiquiátrico a fondo. Y cuando se encuentre en nuestras manos (y sin duda lo estará) y sea juzgado por crímenes de guerra contra Rusia y contra el pueblo ucraniano, entonces averiguaremos si está enfermo o es adicto. Como, por ejemplo, ahora sabemos a ciencia cierta con respecto a Saakashvili.

Por ahora, veo en las palabras y acciones de Zelensky el comportamiento bastante lógico de un hombre al que han abandonado. Al parecer, creía realmente en su papel de gobernante soberano y sigue interpretándolo. Aunque, por supuesto, nunca ha tenido las riendas del poder. Pero este papel ha llegado a su fin y ya no puede interpretarlo, como un actor al que han puesto en nómina. Sí, intenta hacer algunos gestos dramáticos, frotándose las manos, diciendo que irá a Riad e irrumpirá en las negociaciones. Luego dice que no, que algo ha salido mal, que no lo dejan entrar. Y aunque sigue autopromocionándose desesperadamente es obvio para todos que Zelenski está acabado.

En cuanto a Ucrania, es demasiado pronto para hablar de su futuro. Las negociaciones no han hecho más que empezar, aunque ya está claro que deben celebrarse elecciones en Ucrania. Cómo se van a celebrar esas elecciones, todavía no está claro, porque si Trump dice que Zelenski tiene un 4%, sería posible dejarlo de lado. Así que creo que los oligarcas y políticos ucranianos ya están acudiendo en tropel a Trump pidiéndole que les dé un mandato para gobernar Ucrania por cualquier motivo y prometiéndoles cualquier cosa.

Así que el resultado obvio de la primera ronda de negociaciones es el fin del régimen de Zelenski. Pero esto, por supuesto, no significa que hayamos ganado. Tenemos que continuar nuestros esfuerzos, ya que Trump, obviamente, no nos va a dar la victoria. Pero Zelenski está acabado.

OCCIDENTE Y EL CONFLICTO EN UCRANIA

La paz en Ucrania podría no ser la panacea. La causa del conflicto no es una supuesta voluntad expansionista de Rusia, aunque sea eso lo que afirma la propaganda atlantista, sino la existencia de problemas muy reales. Limitarse a reconocer modificaciones de fronteras no resuelve el problema de fondo.

La guerra en Ucrania es consecuencia de la expansión de la OTAN, que violó compromisos previos, y esa expansión amenaza directamente la seguridad de Rusia, país con fronteras tan extensas que se hace muy difícil defenderlas. Para extenderse hasta Ucrania, la OTAN apoyó grupos neonazis, que impusieron su ley en ese país. A ese problema básico se agrega el resurgimiento de un presunto «conflicto de civilizaciones» entre los valores europeos y los valores de los pueblos de Asia.

No habrá una paz verdadera mientras las potencias occidentales no respeten los compromisos que ya han contraído y los que pudieran contraer en el futuro.

Los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladimir Putin, iniciaron oficialmente los contactos para negociar el fin de la guerra en Ucrania. Sin importar las eventuales soluciones territoriales, lo cierto es que éstas no resolverán todo el conjunto del contencioso y este persistirá probablemente más allá de un regreso a la paz.

Tres problemas diferentes se superponen en el conflicto ucraniano:

La expansión de la OTAN hacia el este y la doctrina Brzezinski
Cuando los alemanes de la República Democrática Alemana (RDA) echaron abajo, por voluntad propia, el muro de Berlín —el 9 de noviembre de 1989—, aquel hecho imprevisto tomó por sorpresa a las potencias occidentales y estas se apresuraron a negociar el fin de las dos Alemanias. Durante todo el año 1990 se planteó la interrogante de saber si con la reunificación de Alemania el territorio de Alemania del este se convertiría o no en «territorio de la OTAN».

En 1949, cuando se firmó el Tratado del Atlántico Norte, que constituyó la OTAN, la alianza atlántica no protegía ciertos territorios de algunos de los países firmantes. Por ejemplo, las posesiones francesas del Pacífico (las islas de La Reunión, Mayotte, Wallis y Futuna, la Polinesia francesa y Nueva Caledonia) no son territorios protegidos por la OTAN. Existía, por consiguiente, la posibilidad de que, en la Alemania reunificada, la OTAN no tuviese derecho a desplegarse en el este de Alemania.

Esta cuestión es altamente importante para los Estados de Europa central y de Europa oriental que fueron agredidos por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Para las poblaciones de aquellos Estados, ver nuevos despliegues de armamento sofisticado en sus fronteras era muy inquietante, sobre todo para Rusia, cuyos 6.600 kilómetros de fronteras son extremadamente difíciles de defender precisamente debido a su extensión.

En la cumbre de Malta, realizada el 2 y el 3 de diciembre de 1989 entre el presidente estadounidense George Bush padre y el presidente soviético Mijaíl Gorbachov, Estados Unidos recalcó que no había participado en la eliminación del muro de Berlín y que no tenía intenciones de intervenir contra la URSS.

En aquella época, el ministro de Exteriores de Alemania occidental, Hans-Dietrich Genscher, declaró que «los cambios en Europa del Este y el proceso de unificación de Alemania no debían conducir a una “violación contra los intereses de seguridad soviéticos”. Por consiguiente, la OTAN debería excluir una “expansión de su territorio hacia el este, o sea un acercamiento hacia las fronteras soviéticas”».[1]

Las tres potencias aliadas ocupantes en Alemania (Estados Unidos, Francia y Reino Unido) multiplicaron entonces las promesas en cuanto a no extender la OTAN hacia el este. El Tratado de Moscú —firmado el 12 de septiembre de 1990— implica que la Alemania reunificada no reclamaría territorios en Polonia y que no habría bases de la OTAN en Alemania del este[2].

Pero los rusos descubrieron que el subsecretario de Estado, Richard Holbrooke, ya estaba viajando por toda Europa para preparar la incorporación de los antiguos miembros del disuelto Pacto de Varsovia a la OTAN.

El presidente ruso, Boris Yeltsin, amonestó entonces a su homólogo estadounidense, Bill Clinton, en la Cumbre de Budapest, el 5 de diciembre de 1994, de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). El dirigente ruso declaró en aquella cumbre: «Nuestra actitud frente a los planes de ampliación de la OTAN, y sobre todo ante la posibilidad de que las infraestructuras avancen hacia el este, sigue siendo y será invariablemente negativa. Los argumentos del tipo: la ampliación no está dirigida contra ningún Estado y constituye un paso hacia la creación de una Europa unificada, no resisten la crítica. Se trata de una decisión cuyas consecuencias determinarán la configuración europea para los años venideros. Puede conducir [esa decisión] a un deslizamiento hacia la deterioración de la confianza entre Rusia y los países occidentales. (…) La OTAN fue creada en tiempos de la guerra fría. Hoy, no sin dificultades, [la OTAN] busca su lugar en la Europa nueva. Es importante que eso no cree dos zonas de demarcación, sino que al contrario, consolide la unidad europea. Ese objetivo, para nosotros, está en contradicción con los planes de expansión de la OTAN. ¿Por qué sembrar las semillas de la desconfianza? Después de todo, ya no somos enemigos. Ahora todos somos socios. El año 1995 marca el 50º aniversario de la Segunda Guerra Mundial. Medio siglo después estamos cada vez más conscientes de la verdadera significación de la Gran Victoria y de la necesidad de una reconciliación histórica en Europa. Ya no debe haber adversarios, vencedores ni vencidos. Por primera vez en su historia, nuestro continente tiene una posibilidad real de hallar la unidad. Dejarla pasar, es olvidar las lecciones del pasado y poner en peligro el futuro mismo»,

¿Cuál fue la respuesta del presidente estadounidense Bill Clinton? «La OTAN no excluirá automáticamente ninguna nación de la adhesión. (…) Al mismo tiempo, ningún país exterior estará autorizado a vetar la expansión».[3]

En aquella cumbre se firmaron tres memorándums, incluyendo uno con la Ucrania independiente. A cambio de su desnuclearización, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos se comprometían a abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de Ucrania.

Sin embargo, durante las guerras contra Yugoslavia, Alemania intervino como miembro de la OTAN, entrenó elementos armados kosovares en la base de la OTAN en Incirlik (Turquía) y posteriormente desplegó militares alemanes en el terreno.

En la cumbre de la OTAN realizada en Madrid el 8 y el 9 de julio de 1997, los jefes de Estado y de gobierno de la alianza atlántica anunciaron la preparación de las adhesiones de Chequia, Hungría y Polonia, y también se planteaban las de Eslovenia y Rumania.

Consciente de que no puede impedir que los Estados soberanos se incorporen a la alianza, pero a la vez inquieta ante las consecuencias para su propia seguridad, Rusia actúa en el seno de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE). En la cumbre de Estambul, el 18 y el 19 de noviembre de 1999, Rusia logra que se adopte una declaración que establece simultáneamente el principio de la libre adhesión de cualquier Estado soberano a la alianza de su elección y el principio que plantea que los Estados no deben adoptar medidas de seguridad en detrimento de la seguridad de sus vecinos.

En 2014, Estados Unidos organiza una «revolución de color» en Ucrania. Derroca al presidente ucraniano democráticamente electo —que quería mantener el país a medio camino entre Estados Unidos y Rusia— e instala en Kiev un régimen neonazi públicamente agresivo contra Rusia.

En 2004, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania se habían incorporado a la OTAN. En 2009, lo habían hecho Albania y Croacia. En 2017 también se incorporaba Montenegro y en 2020 Macedonia del Norte. Más recientemente, en 2023 y 2024, se incorporaron Finlandia y Suecia. En pocas palabras, Occidente violó todas sus promesas.

Para una mejor comprensión de cómo se llegó a la situación actual, es necesario saber también qué pensaba Estados Unidos.

En 1997, el ex-consejero de seguridad del presidente James Carter, el estadounidense de origen polaco Zbigniew Brzezinski, publicaba su libro The Grand Chessboard [«El gran tablero»], donde diserta sobre «geopolítica» pero en el sentido original del término. O sea, el tema de su libro no es la influencia de los factores geográficos sobre la política internacional. Es más bien un plan de dominación global.

Según Zbigniew Brzezinski, Estados Unidos puede seguir siendo la primera potencia mundial aliándose a los europeos y aislando a Rusia. Aunque sin llegar a darles la razón, este demócrata, entonces ya jubilado, ofrece a los seguidores de las ideas de Leo Strauss una estrategia para mantener «los rusos» a raya. Brzezinski apoya la cooperación con la Unión Europea mientras que los straussianos quieren frenar el desarrollo de la UE, según la doctrina de Paul Wolfowitz. En todo caso, Zbigniew Brzezinski llega a convertirse en consejero del presidente Barack Obama.

Nazificación de Ucrania
Al inicio de la operación militar especial del ejército ruso en Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin declara que el primer objetivo es desnazificar el país. Las potencias occidentales optan entonces por fingir que no conocían el problema y acusan a Rusia de exagerar algunos hechos marginales, hechos que en realidad ya se observaban a gran escala durante toda una década.

El hecho es que los dos geopolíticos estadounidenses rivales, Paul Wolfowitz y Zbigniew Brzezinski, habían establecido una alianza con los nacionalistas integristas ucranianos —o sea, con los discípulos del filósofo Dimitro Dontsov y los seguidores del nazi ucraniano Stepan Bandera[4]— durante una conferencia organizada en Washington, en el año 2000. El Departamento de Defensa de Estados Unidos ya contaba con esa alianza en 2001, cuando trasladó a Ucrania sus investigaciones sobre la guerra biológica, lo cual se hizo bajo la supervisión del Dr. Antony Fauci, en aquella época consejero de salud de Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa del presidente George Bush hijo. Fue también contando con esa alianza que el Departamento de Estado estadounidense apostó, en 2014, por la «revolución de color» denominada «Euromaidán».

Los presidentes ucranianos, Petro Poroshenko y Volodimir Zelenski, permitieron la aparición en toda Ucrania de memoriales y monumentos en homenaje a los colaboradores ucranianos del III Reich. Tanto Poroshenko como Zelenski, a pesar de ser los dos de origen judío, permitieron que la ideología de Dimitro Dontsov fuera elevada al rango de referencia histórica. Por ejemplo, la población ucraniana cree ahora que la gran hambruna de 1932-1933, durante la cual murieron entre 2,5 millones y 5 millones de personas, fue provocada deliberadamente por los rusos para exterminar a los ucranianos, una falacia que no resiste el análisis histórico serio[5], sobre todo si tenemos en cuenta que aquella hambruna asoló también muchas otras regiones de la Unión Soviética. A pesar de todo, basándose en esa mentira, Kiev ha logrado hacer creer a la población que Rusia quería invadir Ucrania. Es también agitando esa mentira que varias decenas de países, como Francia[6] y Alemania[7], han adoptado leyes o resoluciones que convierten esa propaganda en una «verdad incuestionable».

La nazificación es más extensa de lo que puede parecer. Con la implicación de la OTAN en Ucrania, el conflicto se ha convertido en una guerra por procuración de Occidente contra Rusia. Eso ha permitido a la Orden Centuria —la sociedad secreta de los nacionalistas integristas ucranianos— ganar adeptos en los ejércitos de ciertos países de la OTAN. En el caso de Francia, la Orden Centuria ya está presente en el seno de la Gendarmería Nacional, que, dicho sea de paso, nunca hizo público su informe sobre la masacre atribuida al ejército ruso en la localidad ucraniana de Bucha.

Occidente ve erróneamente a los nazis como criminales que masacraban sobre todo a los judíos. Eso es absolutamente falso. Las principales víctimas de los nazis fueron los pueblos eslavos. Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis asesinaron grandes cantidades de personas, inicialmente a tiros y después, a partir de 1942, en campos de concentración. Los civiles eslavos víctimas de la ideología racista de los nazis fueron mucho más numerosos que las víctimas judías. En todo caso, muchos eran judíos y además eslavos. Después de las masacres de 1940 y 1941, alrededor de 18 millones de personas de todas las categorías étnicas y nacionalidades fueron internadas en los campos de concentración, y al menos 11 millones fueron asesinadas[8].

Después del periodo de la revolución bolchevique y la guerra civil estimulada desde el exterior, la Unión Soviética recuperó la unidad en 1941, cuando Josef Stalin se alió con la iglesia ortodoxa y puso fin a las masacres y las purgas para enfrentar la invasión nazi. La subsiguiente victoria sobre la ideología racial del nazismo es el elemento que consolida la Rusia de hoy. El pueblo ruso se considera el principal enemigo del racismo.

El esfuerzo por excluir a Rusia de Europa
El tercer tema de discordia entre Occidente y Rusia surgió no antes sino durante la actual guerra en Ucrania. Las potencias occidentales adoptaron una serie de medidas contra lo que Rusia simbolizaba. Ciertamente se tomaron medidas coercitivas unilaterales —injustamente denominadas «sanciones»— a nivel de gobiernos. Pero también se tomaron medidas discriminatorias al nivel de los ciudadanos. En Estados Unidos, numerosos restaurantes excluyeron a los rusos y en Europa se anularon espectáculos rusos.

Simbólicamente, se ha aceptado en Occidente la idea de que Rusia no es europea sino asiática, aunque en realidad es ambas cosas. Incluso se ha repensado la dicotomía de la guerra fría, que oponía el «mundo libre» —capitalista y creyente— al espectro totalitario —socialista y ateo—, y se ha inventado una supuesta oposición entre los valores occidentales —–esencialmente individualistas— y los de Asia —comunitarios.

Tras ese deslizamiento, resurgen las ideologías basadas en la raza. Hace tres años, yo indicaba en este mismo sitio web que el 1619 Project del New York Times y la retórica woke del presidente estadounidense Joe Biden en realidad eran una reformulación invertida del racismo[9]

Hoy observo que el presidente Donald Trump hace el mismo análisis y que ha anulado sistemáticamente todas las innovaciones woke que había introducido su predecesor. Pero el mal ya está hecho: el mes pasado la reacción de Occidente ante la aparición de DeepSeek consistió en negar que los chinos hayan podido inventar esa herramienta de inteligencia artificial y afirmar que sólo han podido copiarla. Algunas entidades gubernamentales occidentales incluso han prohibido a sus empleados utilizar DeepSeek, lo cual es de hecho una manera de hacer que la gente crea en la existencia de un «peligro amarillo».

Conclusión
Las negociaciones sobre Ucrania parecen dirigirse a lo que es directamente palpable para la opinión pública: las fronteras. Pero las fronteras no son lo más importante. En aras de vivir juntos tenemos que evitar amenazar la seguridad de los demás y reconocerlos como nuestros iguales. Eso es mucho más difícil y no depende sólo de nuestros gobiernos.

Desde un punto de vista ruso, el origen intelectual de los 3 problemas aquí analizados reside en el hecho que los anglosajones rechazan el derecho internacional[10]. Antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, el presidente estadounidense Franklin Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill acordaron en la cumbre del Atlántico que, después de su victoria común, impondrían su propia ley al resto del mundo. Bajo la presión de la URSS y de Francia, los anglosajones aceptaron los estatutos de la ONU… pero los violaron constantemente, obligando con ello a Rusia a boicotear la organización cuando negaron a China el puesto que le correspondía en ella. El ejemplo más evidente de la duplicidad occidental es el Estado de Israel, que pisotea un centenar de resoluciones de la Asamblea General de la ONU, del Consejo de Seguridad y de la Corte de Internacional de Justicia (CIJ).

Es por eso que, el 17 de diciembre de 2021, cuando todo el mundo veía aproximarse la guerra en Ucrania, el gobierno de Rusia propuso al gobierno de Estados Unidos[11] evitar el conflicto con la firma de un tratado bilateral que aportaba a todos garantías de paz[12].

La idea de aquel texto era, ni más ni menos, que Estados Unidos renunciara al «mundo basado en reglas» y se alineara del lado del Derecho Internacional. Ese derecho, concebido por rusos y franceses justo antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, consiste simplemente en respetar la palabra dada ante los ojos de la opinión pública.

Thierry Meyssan

LA CONVERSACIÓN ENTRE PUTIN Y TRUMP

 

Resulta importante que el presidente Putin y el presidente Trump finalmente hayan hablado por teléfono. Este es un avance muy importante porque finalmente los líderes de dos grandes potencias han iniciado un diálogo. Por supuesto, los temas que discutieron se referían al orden mundial. De todos modos, es inadecuado que los líderes de dos grandes potencias hablen en privado sin definir los nuevos parámetros del orden mundial.

De la revolución conservadora a la repartición del mundo
Lo cierto es que se ha producido una auténtica revolución conservadora en Occidente. Trump y sus socios han dado un giro de 180 grados dentro del Occidente colectivo. Es más, ahora el Occidente colectivo simplemente no existe. Existe Estados Unidos, es decir, una Gran América cuyo poder ha sido restablecido por Trump, y una Europa liberal y globalista. Pero se trata de un desafortunado malentendido: Europa necesita alinearse con el modelo multipolar patrocinado tanto por Trump como por Putin, Xi Jinping, el gobernante de la Gran China, y Modi, el gobernante de la Gran India. Así que ahora Europa será grande o no será y nos olvidaremos de ella.

La conversación de hoy entre los dos arquitectos del nuevo orden mundial es de gran importancia. Al mismo tiempo, la Rusia de Putin no ha cambiado, sigue siendo la misma. Es más, en cierto sentido, se está convirtiendo en un modelo a seguir para la nueva Gran América. En pocas palabras, ahora estamos avanzando en la misma dirección, salvo que los estadounidenses lo están haciendo rápida y brillantemente como de costumbre, mientras que nosotros lo estamos haciéndolo gradual y pacientemente. En consecuencia, creo que el futuro del mundo moderno será decidido por una alianza entre la Rusia de Putin y la América de Trump. Pero antes de eso, por supuesto, tenemos que resolver nuestra disputa más importante: la cuestión de Ucrania.

Ucrania es nuestra y ya
Ucrania debe pertenecernos a nosotros y a nadie más. Ni a Europa ni a Estados Unidos. Al mismo tiempo es muy posible que Canadá se convierta en el Estado número 51, algo a lo que no nos oponemos, o que Groenlandia sea estadounidense, algo que nos resulta indiferente. E incluso si Europa Occidental se convierte en estadounidense tampoco nos importaría. Como dijo Putin, la élite europea no son más que perros moviendo la cola ante su amo estadounidense. Que muevan el rabo, no nos importa. Ucrania, Bielorrusia, el Báltico y parte de Europa del Este pasarán definitivamente a nuestras manos en el nuevo mapa de redistribución del poder mundial. De eso no hay dudas.

En lo que respecta a Oriente Medio, Rusia está profundizando su alianza con Irán, lo cual va en contravía a lo que hace Estados Unidos. ¿Y qué? No es para tanto. Sí, la alianza ruso-iraní se opondrá al par estadounidense-israelí. Pero al final, en esta confrontación encontraremos sin duda fórmulas comunes de tregua y zonas de influencia mutua.

Ucrania no debe desempeñar ningún papel en esta cuestión. Ucrania es nuestra, parte de Rusia y ya. Bielorrusia es nuestro aliado y ya. Irán es nuestro aliado y ya. Y entonces construiremos un equilibrio de relaciones más sutil. El hecho de que Europa deje de existir como sujeto es algo que ellos pedían y querían. Repito: o Europa será grande o simplemente no existirá.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

Donald Trump y el conflicto en Ucrania.

Tres semanas después de su regreso a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump trata de resolver el conflicto en Ucrania. Es evidente que sus consejeros, dejándose llevar por sus propios prejuicios, no entienden ninguna de las preocupaciones del gobierno ruso y le presentan a Trump una imagen falseada de las razones que llevaron la parte rusa a intervenir en Ucrania. Viendo que no logra avanzar, Donald Trump aplica a la cuestión ucraniana una estrategia similar a la que trata de utilizar en Gaza: se desvía del problema fundamental y opta por proponer transacciones económicas. En el caso de Ucrania, Trump trata de hacerse con el control de las «tierras raras» de ese país.

Por iniciativa del presidente francés Emmanuel Macron, Donald Trump, —siendo ya presidente reelecto— conversó en la capital francesa con el presidente no electo de Ucrania, Volodimir Zelenski, al margen de la reapertura de la catedral de Nuestra Señora de París, el 7 de diciembre de 2024.

El presidente estadounidense Donald Trump había declarado que resolvería el conflicto en Ucrania muy rápidamente. Ahora reconoce que va a necesitar más tiempo y ha designado al general Keith Kellogg como su enviado especial en Kiev. Durante el primer mandato presidencial de Donald Trump, el general Kellogg fue el sustituto del general Michael Flynn como consejero de seguridad nacional y posteriormente encabezó el estado mayor del Consejo de Seguridad Nacional.

Durante la última campaña electoral, el general Kellogg encargó a uno de sus antiguos colaboradores, Frederic H. Fleitz, la preparación de un plan para Ucrania. Ese plan fue publicado, el 11 de abril de 2024, por el America First Policy Institute[1]. Aunque se trata, en primer lugar, de un elogio al candidato Donald Trump y una crítica dirigida a Joe Biden —en aquel entonces todavía candidato a la reelección—, el documento también contiene numerosas ideas.

• En primer lugar, el general Keith Kellogg y Frederic Fleitz tildan de «ridículas» las explicaciones rusas de que la operación militar especial tiene como objetivo desnazificar Ucrania. También califican de «paranoia» el temor de Rusia a que Ucrania se convierta en miembro de la OTAN. Kellogg y Fleitz explican el fracaso de la administración Biden acusándola de haber apostado inútilmente contra Rusia al respaldar la aspiración de Kiev a que Ucrania se convirtiese en miembro de la OTAN, en vez de tratar de negociar directamente con Moscú. Y finalmente consideran que la política de Biden, que consistió en no apoyar directamente al ejército ucraniano sino en movilizar a sus aliados para que lo hiciesen en su lugar, fue un grave error cuyo resultado fue que Estados Unidos perdió el control de la situación.

• En cuanto a las negociaciones de paz, Kellogg y Fleitz no excluyen que la administración Biden haya presionado al primer ministro británico Boris Johnson para que convenciera a Zelenski de que había que torpedearlas. Observan que en abril de 2023 la administración Biden se apartó del establishment de Washington, después de haber hecho lo mismo con los dirigentes europeos —el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, Richard Haass, y Charles Kupchan, profesor en la universidad estadounidense de Georgetown, publicaron en la revista Foreign Affairs un artículo donde señalan que los occidentales no logran alcanzar la victoria en Ucrania y que deberían por ello negociar la paz, punto de vista que compartió hasta el recientemente fallecido Henry Kissinger. Hass y Kupchan proponían concretamente que Ucrania no renunciara a los territorios que ha perdido sino que se comprometiera a recuperarlos por la vía diplomática en vez de recurrir a la fuerza, mientras que Estados Unidos contribuiría flexibilizando sus «sanciones» contra Rusia.

Lo sorprendente en el razonamiento del America First Policy Institute, es que ignora totalmente el punto de vista de Rusia y proyecta sobre Moscú la manera de pensar de los políticos de Washington. No concede la menor importancia a la presencia de nazis en el régimen de Kiev y a su creciente influencia en toda Ucrania… pero no porque ignore esa parte del problema sino porque Estados Unidos no se implicaría en una guerra por una cuestión de orden ideológico[2].

El America First Policy Institute ignora también el recelo de Rusia en cuanto al despliegue de arsenales extranjeros justo en sus fronteras —lo interpretan a lo sumo como una fobia rusa frente a la OTAN, sin tener en cuenta que para la parte rusa se trata de defender las fronteras más largas del mundo. Y, al ignorar lo anterior, el America First Policy Institute no entiende —o finge no entender— por qué Moscú creyó poder evitar la guerra presentando a Washington, el 17 de diciembre de 2021, una propuesta de tratado sobre las garantías de seguridad[3]. Todo eso nos lleva a la conclusión de que en abril de 2023 la gente que trajaba con Donald Trump no entendía absolutamente nada sobre la implicación rusa en Ucrania y, por consiguiente, tampoco entendían cómo poner fin al conflicto.

El hecho que los consejeros de Donald Trump no entienden la cuestión ucraniana se ha visto confirmado de múltiples maneras. Por ejemplo, el 25 de julio de 2023, Frederic «Fred» Fleitz se asombraba en The Federalist[4], de que la cumbre de la OTAN realizada en Vilnius (Lituania) no fijara fecha para la adhesión de Ucrania a ese bloque bélico y optara por posponer el asunto por temor a la reacción de Rusia. En aquel mismo artículo Fleitz interpretaba la posición rusa afirmando que Moscú teme que una «democratización» de Ucrania podría ser peligrosa ya que podría propagarse hacia Rusia.

Por su parte, Moscú, que se halla en posición de fuerza, ha anunciado que no aceptará sentarse a conversar mientras Ucrania no haya renunciado públicamente a los territorios que ha perdido y haya declarado, también públicamente, que no será miembro de la OTAN —lo cual implica para Kiev que habría que abrogar un artículo de la Constitución ucraniana adoptada en 2019[5]—, además de comprometerse a ser un Estado neutral.
[5] En el artículo 85, acápite 5, de la Constitución ucraniana de 2019 se estipula que el parlamento ucraniano «determina la política interna y externa y aplica la orientación estratégica del Estado con vista a la plena adhesión de Ucrania a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte».

El presidente ruso, Vladimir Putin, ha precisado además que Rusia sólo podría firmar un tratado de paz cuando Ucrania tenga un dirigente que cuente con la legitimidad necesaria para firmarlo. El mandato presidencial de Volodimir Zelenski expiró en mayo de 2024. Pero, desde el inicio del conflicto, el mismo Zelenski proclamó en Ucrania el estado de excepción (o «estado de emergencia»), que impide la realización de nuevas elecciones, y no ha tratado de levantar esa medida para que los ucranianos puedan elegir un nuevo presidente. Según la Constitución en vigor, ni siquiera es Zelenski quien debería seguir dirigiendo el país hasta que se haga una nueva elección. La Constitución ucraniana estipula que eso es responsabilidad del presidente del parlamento, Ruslan Stefantchuk. Consciente de que su permanencia en el poder es ilegítima, Zelenski ahora suele hacerse acompañar por Stefantchuk cuando viaja al extranjero.

Los 11 partidos políticos opositores ucranianos están prohibidos. Kiev alega que fueron ilegalizados por plantear que el país debía rendirse sometiéndose a las condiciones del enemigo. En realidad, esos partidos pedían la eliminación de los monumentos que rinden homenaje a la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN-B), cuyos miembros fueron los colaboradores de los nazis antes y durante la Segunda Guerra Mundial. El régimen actual, por el contrario, ha erigido nuevos monumentos que glorifican a aquellos colaboradores ucranianos de los nazis y apoya el mito del Holomodor, según el cual la hambruna que asoló Ucrania en 1932-1933 fue provocada voluntariamente por los rusos, una tesis claramente estúpida ya que aquella hambruna también afectó gravemente otras regiones de la URSS[6]. Uno a uno, casi todos los parlamentos de las potencias occidentales han instaurado leyes que presentan el mito del «Holomodor» como una verdad incuestionable.

Desde que el presidente Donald Trump regresó a la Casa Blanca, se observa en Estados Unidos una toma de conciencia sobre varias incoherencias ucranianas: Kiev prohíbe los partidos políticos de oposición, prohíbe la principal iglesia cristiana del país y quema millones de libros de autores rusos o simplemente publicados en Rusia. El general Keith Kellogg declara: «En la mayoría de las democracias se hacen elecciones incluso en tiempo de guerra. Pienso que eso es importante. Pienso que es bueno para la democracia. La belleza de una democracia fuerte reside en tener más de un candidato potencial».

La CIA parece haber optado por favorecer la elección de Oleksiy Arestovytch, un ex-consejero de Zelenski. Se trata de un personaje menos hábil que Zelenski, pero mucho más inteligente, especialista, entre otras cosas, en la manipulación de las masas.

El 2 de febrero, o sea 2 días ante del inicio de los contactos directos entre la Casa Blanca y el Kremlin, el SVR (el servicio ruso de inteligencia exterior) emitía un comunicado[7], señalando que Estados Unidos se plantea deshacerse de Zelenski. El mismo comunicado del SVR revela que la OTAN, empeñada en preservar lo que queda de Ucrania para mantener al menos una cabeza de playa contra Rusia, está preparando condiciones para impedir que Zelenski pueda ser reelecto. Con ese objetivo, la OTAN tiene prevista la difusión de 3 informaciones:
  • la presidencia ucraniana desvió 1500 millones de euros que estaban destinados a la compra de municiones;
  • 130.000 soldados ucranianos muertos en combate siguen cobrando sus sueldos;
  • el propio Zelenski cedió (no vendió) bienes inmobiliarios ucranianos a empresas extranjeras y se echó al bolsillo «compensaciones» discretamente enviadas a cuentas en el extranjero ¿paraísos fiscales?.
En junio de 2023, el SVR ya revelaba, en otro comunicado, que Washington quería deshacerse de Zelenski[8]. En aquel momento la administración Biden todavía se hallaba en la Casa Blanca.

Estos «preparativos occidentales» y el inicio de negociaciones oficiales entre la Casa Blanca y el Kremlin, el 5 de febrero, suscitaron dos días después, el 7 de febrero, una extraña proposición del presidente Trump: Estados Unidos otorgaría una ayuda financiera a cambio de la autorización de explotar las «tierras raras» de Ucrania.

De inmediato, Zelenski da a la agencia Reuters una entrevista y se apresura a divulgar él mismo algunas de sus declaraciones en su canal de Telegram, incluso antes de que Reuters las publicara. En esa entrevista, Zelenski declara: «[Ucrania] es una tierra muy rica. Eso no significa que la demos a nadie, ni siquiera a socios estratégicos. Estamos hablando de asociación. (…) Desarrollemos esto juntos, hagamos dinero, y sobre todo, esto tiene que ver con la seguridad del mundo occidental. (…) Es muy interesante para nosotros, yo sé que es muy interesante para la administración Trump. (…) Estamos listos y dispuestos a tener contratos para el suministro de GNL [gas natural licuado] hacia Ucrania. Y por supuesto seremos una vía [de suministro] hacia el conjunto de Europa. (…) Los estadounidenses son quienes más han ayudado y por lo tanto son ellos quienes más deben ganar. Deberían tener esa prioridad y van a beneficiarse con ella. Yo quisiera hablarle de eso al presidente Trump».[9]

Los minerales denominados «tierras raras» son muy importantes en la fabricación de imanes de alto rendimiento, de motores eléctricos y para la industria electrónica en general. Ucrania tiene las mayores reservas de titanio de toda Europa, fundamental para la industria aeronáutica y espacial, y también dispone de reservas de uranio, utilizado en el terreno de la energía nuclear y el armamento.

Problema: Rusia ya tiene bajo su control un gran yacimiento de litio en la región de Donetsk (en el este), después de haber tomado otro gran yacimiento en Kruta Balka, en la región de Zaporiyia (en el sur), dos regiones cuyas poblaciones solicitaron —por vía de referéndum— y obtuvieron su integración a la Federación Rusa.

Conclusión: lo que quieran hacer tendrán que hacerlo rápido porque pronto Ucrania ya no tendrá nada que ofrecer.

Dando marcha atrás, el general Keith Kellogg dio una entrevista al New York Post. Según él, todo es todavía negociable y lo importante es parar la matanza[10]En otras palabras, el Imperio estadounidense está consciente de su propio derrumbe y lanza ideas en todas direcciones, con la esperanza de disimular su agonía.
[10] «Trump ready to double down on Russian sanctions, US envoy to Ukraine Keith Kellogg says», Caitlin Doornbos, New York Post, 7 de febrero de 2025.

DUGIN EN DIRECTO: «UNA NUEVA YALTA, EL ORDEN MUNDIAL DESPUÉS DE LA VICTORIA»

 

Hace ochenta años, el 4 de febrero de 1945, las Potencias Aliadas celebraron la Conferencia de Yalta, la cual predeterminó el orden mundial que surgió tras la derrota de la Alemania nazi. La derrota era ya inevitable y los líderes de los bandos victoriosos —el mundo soviético y el mundo capitalista liberal occidental— sentaron las bases del orden de la posguerra.

Este orden se caracterizó por el hecho de que sólo existían dos bandos, dos bloques con dos ideologías diferentes, quienes se repartían el mundo distribuyéndose zonas de influencia. Y este modelo se mantuvo en general hasta la disolución de la Organización del Pacto de Varsovia y, finalmente, el colapso de la URSS. Después de eso, el mundo de Yalta desapareció, dando paso a un orden mundial unipolar que ocupó el lugar del mundo bipolar.

Por lo tanto, no es de extrañar que la USAID, una organización de espionaje y terrorista tuviera que ver con la creación de la Rusia postsoviética: la Constitución de Yeltsin, los nuevos Códigos Fiscales y de la Tierra, etcétera, fueron escritos por esta organización. Fue el triunfo del mundo unipolar y la destrucción de Yalta.

Ahora se está preparando una reunión entre Putin y Trump. Sí, se trata de dos grandes figuras políticas, dos gobernantes que representan a dos civilizaciones. Pero su reunión no se convertirá en una «Nueva Yalta» ni tampoco predeterminará los parámetros del futuro, es decir, del mundo multipolar. Ni Putin ni Trump son suficientes para decidir el futuro de la humanidad. Además, Rusia carece de un elemento muy importante para participar plenamente en la creación de una nueva arquitectura global: la victoria sobre el globalismo en Ucrania. Al igual que Stalin derrotó a Hitler en la Gran Guerra Patria, Putin debe obtener la victoria en Ucrania.

Sí, nos dirigimos hacia esa victoria y estoy seguro de que sucederá, pero sólo después de que logremos la victoria sobre Ucrania habrá negociaciones verdaderamente significativas entre Rusia y la civilización occidental. Sin embargo, ni siquiera estas negociaciones determinarán la arquitectura definitiva del futuro, porque un mundo multipolar requiere la participación de otras civilizaciones. Al menos de China e India. Por lo tanto, será una construcción con cuatro representantes.

Por otro lado, Europa se aleja cada vez más de Estados Unidos y representa un modelo geopolítico diferente, siendo otro actor potencial. Tampoco podemos olvidar el mundo islámico con sus mil millones de representantes, ni África y América Latina. Son otros tres actores civilizacionales cuyas opiniones no pueden ser ignoradas a la hora de construir el futuro.

Pero el nuevo orden mundial está surgiendo en medio de la guerra civil de los trumpistas contra el «Estado profundo», es decir, la cúpula fanática de los globalistas en los Estados Unidos. Resulta muy diciente que los demócratas hayan organizado una manifestación de apoyo a la USAID cerrada por Trump y Musk, entendiendo que en las entrañas de esta organización se guardaban documentos que podrían usarse contra los líderes del Partido Demócrata e incluso contra los republicanos.

En consecuencia, esta es la razón por la que Estados Unidos está ahora en medio de una guerra civil y Trump tiene que ganarla con tal de construir un nuevo Estados Unidos. Nosotros tenemos que ganar nuestra guerra en Ucrania, derrotar a los globalistas y sus títeres en el campo de batalla. China, India, África y América Latina tendrán que superar también muchos retos y ni hablar del mundo islámico, que ahora mismo está sufriendo frente al «Gran Israel».

Por lo tanto, repito, no hemos llegado todavía a la creación de una nueva Yalta, un momento donde dos bandos habían derrotado a un tercero y se preparaban a darle forma a un ciclo de la historia mundial. Estamos todavía en guerra y tal vez incluso en el umbral de una verdadera gran guerra. Sólo cuando veamos el final de estas guerras, cuando veamos quién es el vencedor y quién el vencido, entonces podremos hablar de una verdadera reunión de los líderes de las grandes potencias para establecer una nueva estructura y un nuevo orden mundial.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

SECRETOS DE LA ESPAÑA PROHIBIDA (1939-1975)

 

Toda nación necesita una identidad común basada en un relato compartido de su historia y en una celebración de sus éxitos. Sin ellos, la nación se debilita y a la larga se deshace, algo que no se comprende bien en España —aunque sus enemigos lo comprendan perfectamente—. Esto no implica negar nuestros fracasos, sino evitar detenerse en ellos de modo enfermizo. Olvidar el pasado es fatal, pero quedarnos embobados mirando atrás implica convertirnos en estatua de sal, como la mujer de Lot.

Es un deber someter a un examen crítico las creencias dominantes de nuestro tiempo cuando creamos que son erróneas. En este sentido, y sin perjuicio de la legítima crítica al personaje histórico del dictador o al régimen que encabezó, creo que demonizar genéricamente un período histórico tan largo como el franquismo debilita nuestra identidad nacional, socava nuestra confianza en nosotros mismos y denigra el esfuerzo de toda una generación de españoles ―de la que formaron parte nuestros padres y abuelos― que construyó los pilares sobre los que llevamos apoyándonos medio siglo.

Reconciliándonos con nuestro pasado
Permítanme recalcar una obviedad: nuestra historia no se interrumpió en 1939 para reemerger en 1975. Aunque Sánchez tenga un concepto patrimonialista y feudal del poder, un país no es propiedad de quien lo gobierna. La España de Franco no perteneció a Franco, como la España de Sánchez no le pertenece a él, aunque en su peculiar trastorno crea lo contrario. Por lo tanto, el pueblo español debe reclamar como propia, con toda naturalidad, toda su historia, incluyendo la Guerra Civil (1936-1939) y el franquismo (1939-1975).

Respecto de la primera, sabemos bien el horror que supuso, particularmente respecto a las matanzas de civiles que se produjeron en la retaguardia de ambos bandos. Sabemos también que no todas las víctimas recibieron el mismo trato: aunque a los muertos nadie les devolvió la vida, a las decenas de miles de asesinados por el Terror Rojo (incluyendo las víctimas del genocidio católico) se les hizo justicia, mientras que a las decenas de miles de asesinados y ejecutados por el bando ganador, no, y sus familiares tuvieron que vivir con ese dolor añadido[1].
[1] El estudio más serio es Pérdidas de la Guerra, de Salas Larrazábal, que estima en 72.500 los asesinados por el bando republicano y en unos 50.000 los asesinados por el bando nacional, incluyendo los 15.000 ejecutados en la represión de posguerra (según el estudio definitivo de Miguel Platón: La Represión de la Posguerra, Actas 2023).

Pero lo cierto es que tras la dura represión de posguerra la sociedad española dejó de remover el pasado, no por imposición del régimen, sino por pura supervivencia psicológica: a la generación que vivió la guerra no le gustaba hablar de ella, aunque hubiera pasado mucho tiempo. Así, las heridas cicatrizaron con inusitada rapidez, de modo que el pueblo español era ya un pueblo reconciliado y en paz mucho antes de 1975. En dicha reconciliación, desde luego, tuvieron especial mérito quienes, por haber pertenecido al bando perdedor de aquella lucha fratricida, fueron capaces de perdonar sin que se les hiciera justicia. Por lo tanto, el llamado espíritu de la Transición caracterizado por el centrismo y la moderación se limitó a reflejar la reconciliación previa de una sociedad española que se encontraba muy alejada de extremismos o resentimientos.

Entonces, ¿cómo juzgar la dictadura de Franco cincuenta años después de su muerte? Sánchez ―que, por defecto, miente siempre― la ha definido como unos «años oscuros». ¿Lo fueron? ¿Fue la población española liberada en 1975 de un triste y largo secuestro, como ocurrió en 1989 con las poblaciones del Telón de Acero tras la caída de las dictaduras comunistas? La respuesta rápida es no. En primer lugar, para que haya secuestro debe haber encierro, y desde el final de la Segunda Guerra Mundial los españoles siempre pudieron salir libremente de su país. Las dictaduras comunistas, por el contrario, levantaron muros con ametralladoras y alambradas de púas para evitar que su población escapara. En segundo lugar, la ilusión serena con la que la mayoría de los españoles vivió la Transición coexistió con dos fenómenos que hoy se mantienen en secreto: la sorprendente popularidad del franquismo y el espectacular crecimiento económico de España desde 1949 hasta la crisis del petróleo de 1974, sin parangón en nuestra historia (ni antes ni después).

La sorprendente popularidad del franquismo
Como escribió mi admirado Julián Marías, «los que manipulan el mundo cuentan, sobre todo, con la falta de memoria de los hombres». Hoy resulta difícil comprender el apoyo popular que en su día tuvo la dictadura franquista, un régimen que carecía de libertad política y mantenía graves restricciones a la libertad de expresión (como ocurre hoy con la sutil tiranía de la corrección política). Sin embargo, tal y como observó el propio Marías (encarcelado unos meses durante el franquismo, filósofo veraz y notario fidedignode la Transición), «las mayorías españolas estaban tan despolitizadas que la ausencia de libertad política les importaba muy poco», mientras que «la libertad social y personal se había multiplicado y, siempre que no se tratara del poder público, el español podía hacer en muy alto grado lo que quisiera»[2]. De hecho, probablemente el grado de autonomía o libertad personal en la vida cotidiana en el tardofranquismo fuera superior a la que se tiene ahora, con tantas regulaciones, permisos y prohibiciones.
[2] Julián Marías. La España Real. Espasa-Calpe 1976 p. 56-57.

Por otro lado, en contrapeso a la ausencia de muchas libertades públicas los españoles valoraban la ley y el orden del régimen (la tasa de criminalidad y la población reclusa eran una tercera y una cuarta parte, respectivamente, de lo que son ahora), el escaso nivel de corrupción (que no fue siquiera un tema de debate en las primeras campañas electorales) y el crecimiento económico antes señalado, que analizaremos con detenimiento más adelante.

Pero quizá sea mejor dejar que sean los españoles de la época ―los que mejor podían juzgar el régimen― quienes opinen a través de las encuestas del CIS de aquellos años. Unos meses antes de la muerte de Franco, el 80% de la población se definía como «muy feliz» o «bastante feliz»[3] y, cuando murió, un 42% de los españoles defendía que «no procedía» acometer reformas legales para que España tuviera una democracia similar a la de los países de su entorno. El 58% era partidario de hacer la transición[4], pero en general sin excesiva prisa[5].

Los resultados de estas encuestas fueron corroborados en las dos primeras elecciones democráticas en las que los españoles libremente eligieron que les siguiera gobernando el último presidente de la dictadura, Adolfo Suárez, si bien es cierto que al frente de un partido centrista y reformista, no continuista. Suárez, antiguo director de RTVE del régimen y secretario general del Movimiento, había sido seleccionado inicialmente por el rey Juan Carlos, entonces enormemente popular a pesar de haber sido elegido sucesor por Franco (o precisamente por ello). Aunque el rey ya había dejado clara su voluntad de llevar al país a la democracia y convertirse en rey de todos (la Corona sigue siendo la única institución de nuestro país no contaminada por la política), los resultados electorales dejaron claro que los españoles buscaban una reforma suave y desaprobaban el rupturismo.

A la luz de estos datos resulta difícil no llegar a la conclusión de que la España de Franco acabó siendo relativamente franquista. En efecto, el dictador gozó de una «visible popularidad», en palabras del general Vernon Walters (asesor e intérprete del presidente norteamericano Eisenhower en su visita a España en 1959[6]), lo que llevó al propio Eisenhower a sugerir en sus memorias que, de haber convocado Franco elecciones, las habría ganado[7]. En este sentido, nunca necesitó salir a la calle protegido por una legión de pretorianos, como ahora hace Sánchez cual impopular déspota, y nunca tuvo que huir de la ira popular, encogido y rodeado de escoltas, como hizo el cobarde aquél en Paiporta.

El hecho es que Franco murió ya anciano ocupando tranquilamente el poder sin contar con excesiva oposición fuera del terrorismo y del comunismo. Una inmensa muchedumbre despidió su féretro, como recuerdo perfectamente, y cuando al día siguiente a su muerte el CIS preguntó a los españoles qué sentimiento le había producido la noticia, el 49% contestó que había sentido «algo parecido a la muerte de un ser querido», mientras el 35% contestaba más sobriamente que le había parecido «normal, dada su edad»[8]. Curiosamente, el régimen decidió no publicar la encuesta.
[6] Vernon Walters. Misiones Discretas. Planeta, 1978 p. 322.
[7] Dwight Eisenhower. Waging Peace: The White House Years. Heinemann, London, 1965 p. 510.

Una popularidad duradera
Diez años después, en 1985, en plena democracia y con mayoría absoluta del antiguo y moderado PSOE —hoy lamentablemente extinto—, el CIS volvió a preguntar a los españoles qué habían sentido al morir Franco: un 28% recordaba haber sentido preocupación o miedo y un 21%, tristeza. Sólo un 10% recordaba haber sentido alegría. Además, un 46% definía ecuánimemente «el régimen de Franco» (el CIS no lo denominaba «dictadura») como una etapa «que había tenido cosas buenas y cosas malas», mientras un 18% lo consideraba claramente «un período positivo» para España. Sólo un minoritario 27% lo calificaba como un período netamente «negativo»[9].

Quizá esto explica la prudencia con la que ese mismo año 1985 se manifestaba el propio Felipe González (que llevaba tres años como presidente del gobierno con una abrumadora mayoría absoluta) cuando le preguntaron qué juicio le merecía Franco diez años después de su muerte: «Sigo teniendo una idea excesivamente simplificada, pues todavía no hay una perspectiva histórica para hacer un juicio con todas sus consecuencias» ―contestó con ponderación―. Y añadió: «Franco como personaje es muy difícil de juzgar, salvo el juicio negativo de que nos tuvo sometidos a una dictadura después de una guerra civil (…). Hay gente que se ha propuesto hacer desaparecer los rastros de 40 años de historia de dictadura: a mí eso me parece inútil y estúpido. Algunos han cometido el error de derribar una estatua de Franco; yo siempre he pensado que si alguien hubiera creído que era un mérito tirar a Franco del caballo tenía que haberlo hecho cuando estaba vivo»[10].

Pero quizá el dato más revelador se obtuvo en 1995 con el PSOE aún el poder, cuando el CIS volvió a preguntar sobre el tema: veinte años después de su muerte, un 30% de los que contestaron la encuesta (sin contar NS/NC) afirmaba que Franco había sido «uno de los mejores gobernantes que había tenido España en el último siglo»[11].

El espectacular éxito económico de España (1949-1974)
Sin duda lo que mejor explica la popularidad del régimen es el espectacular éxito económico que logró España desde 1949 hasta 1974. En efecto, esos 25 años constituyeron la etapa de mayor crecimiento económico de nuestra historia, récord que sigue vigente medio siglo después. El dato es poco conocido por ser políticamente incorrecto, pues pone al descubierto que la consigna con la que se autodefine el régimen constitucional del 78 («la etapa de mayor paz y prosperidad de nuestra historia») es falsa.

Así, de 1949 a 1974 el PIB per cápita en España creció (en términos constantes) a un ritmo del 6% anual, lo que significó salir de la pobreza y crear, por primera vez en nuestra historia, una contenta clase media. En una sola generación la renta de los españoles se multiplicó por cuatro (después de inflación), de modo que los hijos vivían muchísimo mejor de lo que habían vivido sus padres, lo contrario de lo que ocurre ahora. Este extraordinario crecimiento se produjo con una presión fiscal que era la mitad de la que sufrimos hoy y con un Estado que tenía la cuarta parte de funcionarios que tiene hoy. El desempleo era inferior al 4%, frente al 10% de hoy (y el 16% de desempleo medio desde 1978), la vivienda era accesible, y una familia podía sacar adelante a cuatro hijos con un solo sueldo mientras hoy dos sueldos apenas pueden sacar adelante a dos hijos.

Por lo tanto, el éxito económico de España en ese período resulta irrefutable, pero sería un error considerarlo un logro exclusivo de un régimen políticamente excluyente: fue un éxito colectivo de España del que todos deberíamos sentirnos orgullosos, independientemente de quien gobernara en aquel entonces o del sistema político imperante.

En efecto, aunque el crecimiento económico de España desde 1949 a 1974 tuvo que ver con determinadas políticas gubernamentales (especialmente con el Plan de Estabilización de 1959), fue ante todo logrado gracias al tesón y sacrificio de toda una generación de españoles, sin distinción de ideología o región de origen, que exhibieron esa constelación de virtudes que hacen posible el progreso: trabajo duro, honradez, seriedad, austeridad, cumplimiento de la palabra dada, espíritu de servicio y amor al trabajo bien hecho. A esa generación de españoles a la que pertenecieron mis padres, que madrugaban para dejar una España mejor para sus (muchos) hijos, quiero rendir tributo con este artículo.

Las comparaciones son odiosas
A efectos comparativos, resulta interesante dividir los últimos 75 años de historia económica de España en tres períodos consecutivos de 25 años cada uno: de 1949 a 1974 (durante el franquismo), de 1974 a 1999 (la España de la peseta) y de 1999 a 2024 (la España del euro). ¿Cómo se comparan entre ellos?

Utilizando datos del Banco Mundial (ajustados a la población), el crecimiento real del PIB per cápita en el período 1949-1974 fue del 6% anualizado; en el período 1974-1999 se redujo a un 2% anual; y en el período 1999-2024 fue de sólo el 0,9% anual[12]. Es decir, que el PIB per cápita creció durante esa etapa del franquismo el triple que en las primeras décadas de la democracia (con la peseta) y el séxtuple de lo que ha crecido en los últimos 25 años (con el euro). Dicho de otro modo, con la democracia nuestra economía ha crecido menos que con el franquismo y con el euro menos que con la peseta. Por otro lado, en 1974 la deuda pública era de sólo el 6% del PIB; en 1999 ya había subido al 61%; hoy es del 105% del PIB. Por lo tanto, un menor crecimiento ha sido acompañado de un aumento muy considerable de la deuda pública[13].

1974-2024: cincuenta años económicamente desperdiciados
Sin embargo, el crecimiento económico de un país tiene un poder descriptivo limitado: aunque un país crezca mucho, si los demás países crecen al mismo ritmo, ¿dónde está su mérito? De ahí la importancia de la comparativa internacional reflejada en el concepto de «convergencia», esto es, en la evolución a lo largo del tiempo de la renta per cápita de un país en términos relativos a un grupo comparable de países. En otras palabras, la convergencia compara el ritmo de crecimiento de renta per cápita de un país con los de su entorno.

En el caso de España, la convergencia se ha medido tradicionalmente con Europa. Sin embargo, esta costumbre presenta tres importantes limitaciones: primero, adolece de una visión eurocéntrica del mundo, hoy obsoleta; segundo, la ratio suele estar desvirtuada por la progresiva ampliación de la UE; y tercero, Europa es una comparación fácil, pues ha crecido relativamente poco respecto del resto del mundo como resultado no de una inexorable maldición bíblica, sino de la imposición de ideologías trasnochadas (impuestos elevadísimos, burocracia monstruosa y regulaciones disparatadas).

Por ello, resulta preferible comparar la renta per cápita española con una muestra más amplia del planeta, como es la media de la OCDE. Pues bien, como puede verse en el siguiente gráfico, el PIB per cápita español relativo a la OCDE alcanzó un pico hacia 1974 que en los siguiente 50 años sólo fue igualado por el espejismo creado por la burbuja inmobiliaria del 2007. Hoy sigue siendo inferior al que era al final del franquismo, por lo que, en términos de convergencia, hemos desperdiciado los últimos 50 años[14]:


La comparación con Europa no modifica esta conclusión ―que hoy estamos igual o ligeramente por debajo de donde estábamos en 1974―, aunque dependiendo del modo de cálculo la curva puede ser similar[15] o diferir en algunos puntos[16].

Debo añadir que esta muestra de mediocridad económica, que refuta una vez más el autobombo del régimen constitucional del 78, me sigue asombrando hoy igual que me asombró cuando me lo descubrió hace muchos años el que fuera uno de los mejores economistas españoles del s.XX, el profesor Velarde.

Conclusión
Ha pasado casi un siglo desde el comienzo del franquismo, pero se sigue ocultando la realidad sobre aquel período y demonizándolo como signo de virtud política. Un siglo rasgándose las vestiduras, ¿no es suficiente?

Debemos comprender que esta actitud, a la que ha contribuido toda nuestra clase político-periodística, daña a España. Unos lo han hecho por complejo o por ignorancia; otros, por sectarismo o por interés; y unos pocos, por incurable patología. Falta rigor y sobra frivolidad; faltan datos y sobran opiniones; falta ecuanimidad y sobra fanatismo; falta amor a la verdad y sobra el Himalaya de falsedades que denunció el socialista Besteiro. ¿Hasta cuándo seguiremos así?