Veritas filia temporis.


La verdad es hija del tiempo. Cinco años después del comienzo del covid, el relato oficial se desmorona. El abrumador peso de la evidencia científica y la publicación de informes oficiales revisionistas que desmontan el relato político-mediático hegemónico desde 2020 ha provocado que algunos medios españoles hayan entonado un meritorio, aunque insuficiente mea culpa. Uno de ellos reconoce que «lo que eran fake news de algunos de aquellos etiquetados como negacionistas ahora está alineado con los hechos probados», y propone que, en adelante, «deberíamos escuchar otras voces, aunque no concuerden con la narrativa del Estado, de los medios, de los verificadores de información (…) ni con nuestra más arraigada ideología» (elocuente, esto último, ¿no?)[1].

En otros países ha ocurrido algo similar. Recientemente, uno de los periodistas del New York Times titulaba así su artículo: «Nos engañaron de mala manera»[2]. Otro arrepentido del británico The Times reconocía que ya no cree «que los confinamientos salvaran una sola vida, y de hecho posiblemente causaron la muerte de muchas personas». Tras pedir que la próxima vez «conservemos nuestro espíritu crítico y no menospreciemos como parias a aquellos que discrepan del relato oficialmente aprobado», termina con una reflexión: «Debemos recordar que cuanto mayor sea el consenso, más dudas debemos tener sobre el mismo»[3]. Amén.

En realidad, eran los políticos, la UE, los medios de comunicación, los payasos fact-checkers y parte del estamento médico, es decir, el contubernio político-mediático-farmacéutico, los negacionistas que propagaban bulos sin cesar.

El origen del Covid: un escape de laboratorio
El primer bulo del establishment fue el supuesto origen zoonótico del covid con aquel inventado pangolín que aún sobrevive en el bosque escapando de sus perseguidores, como Rambo. El sentido común nos hacía preguntarnos hace ya dos años cuál era la probabilidad a priori de que, de todos los lugares habitados del planeta, el virus emergiera precisamente en una ciudad donde existían laboratorios que estaban trabajando precisamente con ese tipo de coronavirus.

Hoy ninguna fuente seria cuestiona que la pandemia fue con toda probabilidad causada por un escape de un laboratorio biológico en Wuhan que las autoridades chinas y los EEUU ocultaron con la ayuda de la corrupta OMS mientras China exportaba el virus al resto del mundo. El interés de EE.UU. era doble: los científicos y las instituciones norteamericanas que habían financiado la investigación del coronavirus en Wuhan querían borrar sus huellas, y el Deep State quería debilitar la posibilidad de reelección de Trump, que defendía la teoría del escape biológico.

La verdad ―que fue censurada― era conocida o al menos sospechada desde 2020, pero fue ocultada al gran público. Los servicios de inteligencia alemanes otorgaron desde un principio una probabilidad de hasta el 95% de que el virus proviniera del laboratorio chino, pero la excanciller Merkel decidió mantener el informe en secreto[4]. Del mismo modo, el exdirector del MI6 presentó al gobierno británico un informe clasificado en el que declaraba que «no existe ninguna duda razonable de que el covid-19 ha sido diseñado en el Instituto de Virología de Wuhan», pero el establishment lo enterró[5].

Las controladísimas revistas médicas contribuyeron a tal ocultación, con una excepción. En 2021 el British Medical Journal publicó que «la supresión de la teoría de la fuga de laboratorio no se basa en ninguna evaluación clara de la ciencia», y que se había producido «a pesar de que no existen pruebas de la explicación alternativa, esto es, de la propagación natural de los animales a los seres humanos». El BMJ terminaba criticando que no se investigara el «verosímil» escape de laboratorio como origen del covid[6].

En 2022 el Senado norteamericano publicó un profuso informe científico llegando a las mismas conclusiones, que fueron corroboradas meses después por el director del FBI cuando reconoció que «muy probablemente» el origen del covid era artificial[7]. Finalmente, en noviembre de 2024 el Congreso de EE.UU. llegó a la misma conclusión con un relevante informe que cuestionó casi todas las medidas tomadas para combatir la pandemia[8].

A pesar de ello, algunos «expertos» continúan congelados en la versión oficial y asustan con la posibilidad de que recurra una epidemia de parecidas proporciones. Si ocurriera, sería la primera pandemia natural importante desde hace un siglo, pues el covid, repito, no fue una epidemia de origen natural, sino un accidente biológico causado por un escape de laboratorio. En otras palabras, el covid fue el Chernóbil de las armas biológicas.

¿Cuál es entonces la solución para que no se repita? No es, desde luego, empoderar a la OMS para crear una dictadura sanitaria, como pretende el globalismo, ni dar más poder a los gobiernos, ni más dinero a la corrupta industria farmacéutica, sino algo muy sencillo: prohibir la investigación de armas biológicas en todo el mundo y, en particular, la tecnología de ganancia de función que manipula genéticamente virus del mundo animal para aumentar su peligrosidad y que contagien a humanos, como hicieron con el covid[9].
 
Caraduras recalcitrantes
A pesar de todo, en España algunos de los responsables del mayor escándalo de salud pública de la Historia han aprovechado el quinto aniversario del comienzo de la pandemia para felicitarse a sí mismos con total desfachatez, lo cual denota la impunidad con la que han actuado (y delinquido): cinco años después, nadie ha sido despedido ni multado y nadie ha sido procesado (salvo los políticos comisionistas de las mascarillas). Naturalmente, nadie ha pisado la cárcel.

Este desfile conmemorativo de políticos caraduras y médicos pomposos que abusan de la autoridad de la bata blanca intenta blanquear un fraude de proporciones gigantescas. Como decía Peter C. Gøtzsche, profesor emérito de Medicina en Dinamarca y cofundador de Cochrane (en su día máxima referencia de evidencia médica), «el sector de la Sanidad es mucho más corrupto de lo que la gente piensa, y el dinero de la industria farmacéutica va a todas partes, a políticos, revistas médicas, periódicos, etc.»[10].

Ese etcétera es muy amplio, pues los viscosos tentáculos de las grandes empresas farmacéuticas alcanzan a miembros de Colegios Médicos en todo el mundo[11], a muchos médicos, directa o indirectamente[12], y a las agencias del medicamento, con sus puertas giratorias. Por ejemplo, Pfizer acaba de contratar a uno de los principales responsables de la FDA durante la pandemia[13].

El guion de la pandemia
La pandemia siguió un guion. En primer lugar, se aterrorizó a la población con la complicidad de los medios, que lanzaron una campaña de terror y culpabilización perfectamente diseñada para domesticar a la población. Para dicha campaña se contrató a agencias de publicidad especializadas[14] que lograron crear una verdadera histeria colectiva con el objeto de facilitar la aceptación de medidas arbitrarias, liberticidas, absurdas y completamente acientíficas. Los confinamientos, las distancias de seguridad, la limitación de comensales, el gel hidroalcohólico o las inútiles mascarillas no sirvieron para nada, salvo para beneficiar a unos pocos. Sí sirvieron, en cambio, para enfermar mentalmente a una parte de la ciudadanía.

Los ilegales y sádicos confinamientos fueron epidemiológicamente inútiles y perjudicaron nuestra salud mental y nuestro sistema inmunológico precisamente cuando más lo necesitábamos[15]Por otro lado, las inútiles mascarillas[16], especialmente crueles con los niños en los colegios[17], no se impusieron para controlar el virus. Las mascarillas se impusieron para controlar a la población, y lo lograron.

Asimismo, para poder aprobar el uso de emergencia de las «vacunas», se torpedeó o silenció todo tratamiento prometedor cuya existencia habría impedido, por razones regulatorias, tan suculento negocio. Fue el caso, por ejemplo, de la vitamina D utilizada de forma preventiva[18] o en pacientes ya ingresados[19], la ivermectina[20], o la hidroxicloroquina, eficaz en tratamiento temprano[21], en combinación con azitromicina[22]Aunque reducía la mortalidad del covid, fue retirada el mercado[23].

Finalmente, tras negar contra toda evidencia la superior inmunidad natural de quienes ya habían pasado la enfermedad[24], se puso en marcha un programa de vacunación indiscriminada con vacunas y terapias genéticas que no cumplían ninguno de los tres requisitos exigidos para una vacuna (necesidad, eficacia y seguridad), pero sí cumplían el único requisito que importaba: el beneficio.

El escándalo de las «vacunas»
Las vacunas y terapias genéticas ARNm eran innecesarias para la inmensa mayoría de la población para la que el covid era una enfermedad leve[25], dato que se conocía desde 2020 pero que los medios ocultaron pertinazmente. Para los niños el covid era más leve que la gripe[26], a pesar de lo cual se les incluyó escandalosamente en el programa de vacunación.

Las vacunas también fueron ineficaces, pues no evitaban ni la transmisión ni la muerte. Un estudio realizado en Japón (uno entre varios[27]) afirma incluso que las vacunas covid tuvieron eficacia negativa, es decir, que los vacunados se contagiaban más que los no vacunados[28]. Además, la probabilidad de contagiarse aumentaba con cada dosis adicional, como había concluido un macro estudio de la Cleveland Clinic[29].

Nos dijeron que las vacunas protegían contra el contagio y la transmisión para justificar la persecución y apartheid de los no vacunados y el infame pasaporte covid. Era mentira, y, cuando fue patente que no impedían ni el contagio ni la transmisión, recularon cambiando el relato y afirmando que al menos sí protegían contra la gravedad y la muerte. También era falso: en marzo de 2022 el 84% de los muertos por covid en España estaba perfectamente vacunado, según datos del propio Ministerio de Sanidad[30]. Un estudio reciente confirma que «los datos estadísticos muestran que la mortalidad de los vacunados fue un 14,5 % superior a la de los no vacunados», por lo que la idea de que las vacunas covid salvaron vidas «contradice los datos estadísticos»[31].

Las vacunas también fueron inseguras, pues seguimos pagando sus efectos secundarios adversos, sobre todo isquémicos y cardiovasculares[32]: ictus, trombosis y trombocitopenia, embolia pulmonar, miocarditis, pericarditis, fibrilación atrial; pero también desórdenes menstruales, efectos oculares, dermatológicos, autoinmunes y neurológicos, como trombosis del seno venoso cerebral, parálisis facial de Bell, mielitis transversa aguda o cáncer[33]. La escandalosa verdad es que con toda probabilidad las vacunas y terapias genéticas ARNm han provocado la muerte de muchas personas: autopsias realizadas sugieren una relación de causalidad[34].

Hoy, especialistas en Reino Unido[35] o autoridades sanitarias de algunos países[36] llaman a la suspensión de las vacunas ARNm contra el covid mientras el British Medical Journal exige investigar el exceso de mortalidad «sin precedentes» registrado en todo el mundo en 2021 y 2022 tras la difusión de dichas vacunas[37].

Los médicos nos fallaron
De forma imprudente y contra lo que defendía la evidencia científica, la inmensa mayoría de los médicos en España recomendaron a sus pacientes vacunarse aunque no pertenecieran a la población de riesgo o hubieran pasado la enfermedad. Eso sí, lo hicieron verbalmente, sin consentimiento informado, ni receta, ni firma.

La realidad es que, ante la enorme presión social y gremial y el mimetismo que plaga la profesión, muchos eligieron el camino cómodo escudándose en «los protocolos» del orwelliano Ministerio de Sanidad. ¿Cuántos han asumido alguna responsabilidad? ¿Y los Colegios Médicos, que persiguieron y amenazaron a los pocos médicos valientes que se negaron a aceptar el trágala?

Parece lógico, por tanto, que la credibilidad del gremio haya caído estrepitosamente: en EEUU la confianza en médicos y hospitales se ha derrumbado, pasando del 72% en 2020 al 40% en 2024[38]. También se ha producido una lógica disminución de la confianza de la población en las vacunas[39].

Un homenaje a los valientes
Tres cosas recuerdo con gran agradecimiento en este lustro de arduo combate contra la histeria colectiva y los negacionistas del contubernio político-mediático, que se negaban pertinazmente a ver lo que mostraban los datos estadísticos y la evidencia científica.

En primer lugar, la respuesta de mis amables lectores, que mantuvieron la cordura en medio de la locura colectiva demostrando una capacidad de resistencia, una firmeza y un valor poco comunes para defender su independencia de opinión y su salud física y mental (y la de los suyos).

En segundo lugar, el aliento de unos pocos médicos y expertos en inmunología que, en privado, me dieron un apoyo importantísimo para mí, fijándose en el mensaje y no en el mensajero, es decir, en la seriedad de mis fuentes y el rigor de mi análisis. Aunque la literatura médica sea uno de mis hobbies desde hace 20 años, pasaron por alto mi falta de credenciales, lo que tiene doble mérito (por tratarse de España y por tratarse de la profesión médica).

Pero, sobre todo, recuerdo con admiración el coraje de los pocos médicos que se opusieron públicamente a La Gran Mentira y pagaron un precio por ello. A fin de cuentas, yo sólo sufrí la censura de un artículo, lo que además resultó ser providencial. En efecto, mi decisión de no publicar más en un periódico que retiraba manu militari artículos maquetados sin explicación alguna me llevó a desarrollar este blog, en el que, para mi sorpresa, el artículo censurado tuvo cerca de 400.000 lecturas. Como dice el refrán, «dando gracias por agravios negocian los hombres sabios».

Esos médicos valientes, sin embargo, pagaron un elevado precio personal y profesional por defender la verdad y ser fieles a su juramento hipocrático: fueron injustamente estigmatizados, amenazados, perseguidos y condenados al ostracismo por los medios, por los opacos y siniestros Colegios de Médicos y por algunos de sus propios colegas. A ellos quiero rendir especial homenaje con este artículo.

Veritas filia temporis.

Ucrania: de la propaganda al delirio.

 

La Edad de Oro de la propaganda que estamos viviendo facilita la creación y propagación de histerias colectivas —como lo fue la pandemia—. ¿Estamos ante una de ellas con la guerra de Ucrania?

El primer indicio de una histeria colectiva es una antinatural unanimidad de opiniones consecuencia de un previo bombardeo mediático destinado a ablandar los sesos y encender los ánimos. Todo el mundo piensa igual, lo que suele indicar que nadie está pensando en absoluto.

El segundo indicio es un maniqueísmo simplista que presenta todo como una lucha entre buenos (nosotros) y malos (ellos). Irónicamente, los yonquis del poder, campeones del relativismo, no dudan en apelar al bien y al mal ―conceptos en los que no creen― con tal de que les sirva a sus propósitos.

El tercer indicio es una población manipulada presa de pasiones desbocadas (miedo e ira) que extinguen cualquier intento de apelar a la razón, a la serenidad o al diálogo. El pensamiento único se convierte en dogma y la heterodoxia no se tolera, lo que da lugar a sobrerreacciones emocionales ante cualquier opinión contraria. Las críticas argumentativas son sustituidas por críticas ad hominem (negacionista, quintacolumnista, etc.) y se justifica la falta de respeto o incluso la violencia —no necesariamente física— para acallar al disidente.

La histeria colectiva transforma al individuo racional en individuo-masa. El individuo racional piensa y pondera argumentos y se une a otros como decisión individual, por convencimiento. El individuo-masa, por el contrario, se mueve por impulsos y emociones primitivas y se funde con la masa en grupo, por simple contagio. El individuo racional muy raras veces es capaz de linchar a nadie; el individuo-masa es capaz de linchar al disidente entre gritos de júbilo.

La «conversación» en el Despacho Oval
Último acto. Escena primera. «No está usted en muy buena posición. No está ganando esta guerra. Está jugando con la vida de millones de personas. Está jugando con la Tercera Guerra Mundial».

Es difícil encontrar una sola mentira en esta frase que Trump le espetó al presidente ucraniano en el penoso espectáculo que protagonizaron en el Despacho Oval. En efecto, Zelensky lleva tres años intentando arrastrarnos a una 3GM, como cuando mintió al culpar a Rusia de disparar un misil cuyos restos cayeron sobre Polonia (territorio OTAN) matando a dos personas. El misil había sido disparado por los propios ucranianos[1].

Sin embargo, la reacción mediática a lo ocurrido en la Casa Blanca ha consistido fundamentalmente en echar espumarajos por la boca, actitud que no es muy útil para analizar la realidad. Así, el odio un poco enfermizo que nuestra clase periodística siente por Trump (y ahora también por Vance, tras su discurso en Múnich) le llevó a repetir la consigna oficial que tildaba el incidente de «encerrona»:


Sin embargo, dado que el encuentro fue televisado de principio a fin, sabemos que los hechos (y la lógica) no sustentan tal relato. A pesar de la actitud hosca y en ocasiones provocadora del ucraniano, los primeros cuarenta minutos de conversación en el Despacho Oval transcurrieron sin incidentes, y estaba programado un almuerzo privado entre los dos presidentes y la firma del acuerdo comercial en el ceremonial East Room, la sala más amplia de la Casa Blanca.

El desastre diplomático, por tanto, fue un error de Zelensky, que ha perdido el sentido de la realidad y perdió también los papeles: chulesco e impertinente, se dirigió con innecesaria hostilidad a Vance tras contestar éste a un periodista polaco que había que dar una oportunidad «a la diplomacia». Vance no se había dirigido a él, pero el desubicado presidente ucraniano se encaró con el vicepresidente, le tuteó con desdén («JD») mientras éste le trataba educadamente de «Sr. presidente», y luego entró en barrena con Trump, su anfitrión y financiador.

¿Qué le pasa a Europa?
Sin embargo, el incidente no pasa de ser una anécdota. Más relevante es el nerviosismo del contubernio político-periodístico europeo. La impostada «cumbre» en Reino Unido nos hace preguntarnos por qué Europa no ha tenido ni una sola iniciativa de paz en tres años de guerra, y escenifica lo que resumió acertadamente Orbán hace unas semanas: el mundo ha cambiado y la única que no se ha enterado aún es Europa. Se aproxima un baño de realidad.

¿No es extraño que una iniciativa de paz para Ucrania haya sido recibida en Europa con recelo e indignación? Sin duda, el carácter perdonavidas de Trump no le gana adeptos, pero Obama y Biden eran también enormemente arrogantes. ¿Por qué surge entonces este visceral rechazo? ¿Acaso no es preferible la paz a la guerra? ¿No vale más un mal arreglo que un buen pleito? ¿O es que vamos a gritar ¡victoria o muerte!, como hacen los periodistas y políticos europeos con la ligereza de quien ni va al frente ni envía a sus hijos a morir?

«Es mejor y más seguro una paz cierta que una victoria esperada», escribía Tito Livio hace 2.000 años. Pero es que Ucrania no tiene esperanza alguna de victoria: la alternativa a la paz es una mayor pérdida de territorio y de vidas humanas y el potencial retorno a la no-existencia que ha sido la norma de este país a lo largo de su breve historia.

Quizá Europa se haya creído su propia propaganda, aunque sus dirigentes digan una cosa en público y otra muy distinta en privado; o quizá le moleste su creciente irrelevancia, pues, como he defendido desde un principio, los dos actores principales de este conflicto siempre fueron Rusia y EE.UU., mientras que Ucrania y la U.E. eran sólo actores secundarios o meras comparsas.

En cualquier caso, algo nos pasa. Trump es mucho más popular en su país que en Europa. A Zelensky le pasa al revés: es mucho más popular en Europa que en su propio país. Por lo tanto, o los ciudadanos de esos países no se enteran de nada o somos los europeos los que no nos enteramos. ¿No estaremos de nuevo cegados por una histeria colectiva que impide un análisis racional de los hechos?

La excesiva canonización de Zelensky
En el resto del mundo Zelensky carece de la aureola que le rodea en Europa. Estéticamente, el presidente ucraniano fue siempre una cuidada construcción publicitaria ―uniforme verde/negro, corte de pelo militar y barba de tres días―, pero ya es algo más: un líder mesiánico y bunkerizado que «se engaña a sí mismo», como reconoció uno de sus colaboradores a la revista Time hace un tiempo. «No nos quedan opciones, no estamos ganando, pero intente usted decírselo», se lamentaba el frustrado ayudante del presidente ucraniano[2].

Decía Kissinger que el poder es el afrodisíaco supremo. Deslumbrado por los focos, Zelensky nunca comprendió que estaba siendo utilizado por el Deep State de Biden ni parece haber comprendido que en EE.UU. se ha producido un cambio de régimen: el Deep State que lo aupó perdió las elecciones frente a Trump (como pronostiqué que ocurriría), y Trump quiere la paz.

Por lo tanto, por mucho que simpaticemos con la heroica resistencia del pueblo ucraniano, resulta difícil comprender la canonización de un yonqui del poder (otro más, como los de Moscú, Washington o Bruselas) que ha arrastrado a su país a la destrucción con una guerra perdida de antemano contra un adversario implacable que no podía perder.

Los medios también ocultan que el presidente ucraniano es un líder autoritario. En efecto, «con la excusa de la guerra» (en acertada expresión de la revista Newsweek) ha practicado una clara política represiva, cerrando medios de comunicación hostiles y encerrando, persiguiendo judicialmente o sacando del país a sus opositores[3]. Hace un año destituyó (¡en mitad de una guerra!) al competente general Zaluhzny enviándole de embajador a Londres porque en las encuestas Zaluzhny obtenía un 41% de apoyo popular frente al magro 24% que obtenía él[4]. Como apunta Newsweek, resulta muy dudoso que la Ucrania de Zelensky pueda hoy considerarse una democracia[5].

Una paz poco deseada
¿Desea el presidente ucraniano la paz? En 2022 aprobó un decreto prohibiendo las negociaciones con Putin, es decir, convirtiendo en delito buscar la paz[6]. ¿No es un poco extraño? No podemos obviar que Zelensky tiene un incentivo perverso para mantener su belicismo: mientras dure la guerra y la ley marcial, no tiene que convocar elecciones, puede seguir con sus giras de vanidad internacionales y controla los dineros de uno de los países más corruptos del mundo, pero cuando haya paz y se convoquen elecciones, las perderá, y el negocio se acabó.

Existe, por tanto, un potencial conflicto de interés entre el presidente de Ucrania y sus ciudadanos, pues el primero no tiene prisa por alcanzar la paz, pero los ucranianos sí, a pesar de los odios generados durante esta cruenta guerra. Contrariamente a lo que insinuó Zelensky en la Casa Blanca, el 52% quiere negociar el final del conflicto y está dispuesto a hacer concesiones territoriales para lograrlo. Sólo un 38% quiere continuar luchando, porcentaje que baja cada mes que pasa[7].

Resulta curioso que el otro día el presidente ucraniano basara su negativa a negociar la paz en que Putin supuestamente no respeta los acuerdos que firma. Trump se lo rebatió, basándose en su experiencia con el autócrata ruso en su primer mandato. Bill Clinton estaba de acuerdo con Trump: preguntado en 2013 si se podía confiar en Putin, Clinton respondía: «Cumplió su palabra en todos los acuerdos a los que llegamos»[8].

Las ventajas del análisis racional
Como he tenido ocasión de argumentar en muchos artículos, la propaganda occidental, transmitida al pie de la letra por el contubernio político-periodístico europeo, ha construido un relato falaz sobre las causas últimas y el desarrollo de la guerra. Según dicho relato, nos encontraríamos ante una lucha entre buenos y malos, entre ideales de democracia y tiranía, y la invasión rusa habría salido de la nada («agresión no provocada», es el mantra) como preludio de una nueva invasión de Europa, a pesar de que desde 1991 las fronteras de Rusia no se han movido un ápice (no así las de la OTAN).

Todo esto son paparruchas, pero en España han encontrado especial eco debido a nuestra nobleza, que admira la valentía y defiende al débil frente al fuerte. Así, una guerra en un país que muy pocos españoles sabían situar en un mapa hace tres años ha levantado una quijotesca reacción antirrusa muy distanciada de lo que un análisis más sosegado de los datos invitaría a tener y, desde luego, muy lejos de lo que conviene a nuestros intereses nacionales.

El camino es otro. Para lograr una comprensión de la realidad y una cierta capacidad de previsión de los acontecimientos debemos sustituir esta volcánica erupción emocional por un análisis racional y lógico. Condición necesaria, desde luego, es llevar una dieta estricta de prensa: leer poco y no creerse nada.

Así, para el afortunado no-lector de prensa, los datos y la lógica permitían desde un principio comprender que no estábamos ante un conflicto entre Rusia (Goliat) y Ucrania (David), sino ante un conflicto indirecto entre EE.UU. y Rusia provocado por EE.UU., en el que Ucrania ponía los muertos y Europa el suicidio económico (y geopolítico). Mientras los medios hacían creer que Ucrania iba ganando la guerra, este blog informaba de la realidad, esto es, que para Ucrania la guerra estaba inevitablemente perdida desde un principio, y criticaba la futilidad del envío de armas y carros de combate occidentales, que, lejos de ser armas milagrosas, sólo lograrían posponer lo inevitable.

Aunque la habitual niebla informativa dificulte conocer con precisión las bajas de los contendientes, el orden de magnitud de las bajas ucranianas se situaría hoy entre 750.000 y 900.000 hombres frente a un mínimo de 150.000 bajas rusas. Estos datos deben tomarse con cautela, pero la proporción es inversa a la que predican los medios. Como indicador indirecto, en los intercambios de cadáveres los rusos están entregando entre 5 y 10 veces más cuerpos de soldados ucranianos muertos que los cuerpos de rusos entregados por aquéllos.

Un análisis ecuánime de la realidad, por ejemplo, nos permitió comprender que uno de los objetivos de EE.UU. en este conflicto era descarrilar el proyecto del gaseoducto Nord Stream 2, como defendió este blog cinco meses antes de que los norteamericanos (solos o en compañía de otros) presuntamente lo sabotearan, y prever el colosal fracaso de la contraofensiva ucraniana de verano de 2023, jaleada por unos medios que cantaron victoria prematuramente mientras empujaban a los ucranianos a la muerte.

En conclusión, un análisis sereno y emocionalmente distanciado de los hechos permite comprender la realidad, prever acontecimientos y desechar sinsentidos, como la extrema debilidad del ejército ruso (incompatible con su intención de conquistar Europa), el cáncer, Párkinson y desequilibrio mental por aislamiento covid de Putin, o la posibilidad de que Rusia usara armas químicas o nucleares, relatos que se ponen en circulación para ser retirados y olvidados en cuanto pierden su utilidad.

Los antecedentes
La propaganda se apoya frecuentemente en la falta de memoria de la población, por lo que conviene recordar algunos antecedentes del conflicto. Como decía Eurípides, «sencillo es el relato de la verdad, y no requiere de rebuscados comentarios».

La guerra en Ucrania no nació por generación espontánea, sino que ha sido el culmen de una constante política de provocación por parte de EE.UU. Al terminar la Guerra Fría, EE.UU., prometió a Rusia que la OTAN no se expandiría «ni una pulgada» hacia su frontera[9], pero la OTAN incumplió su promesa: aprovechando la debilidad rusa, se fue ampliando hacia el Este, un «error fatídico», en palabras de George Kennan[10].

Para entonces la OTAN había abandonado su carácter meramente defensivo, como ha quedado patente en su agresiva participación en un conflicto de un país no miembro. De hecho, en 1999 había atacado Serbia, país aliado de Rusia, cuya capital bombardeó durante 78 días sin mandato de la ONU.

En 2007, Putin denunció la expansión de la OTAN en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Una vez más, la respuesta norteamericana fue ignorar y provocar a Rusia: en su cumbre de Bucarest del siguiente año (2008), la OTAN aprobó el proceso de anexión de Albania y Croacia y acordó la futura incorporación de Georgia y Ucrania[11].

Respecto de Ucrania, EE.UU. sabía por su embajador en Rusia (más tarde director de la CIA) que su incorporación a la OTAN era «la más roja de las líneas rojas» no sólo para Putin, sino para toda la clase dirigente rusa: «Durante más de  dos años de conversaciones con las principales figuras políticas rusas, desde los mayores defensores de una línea dura en el Kremlin hasta los más acerbos críticos de Putin, no he encontrado a nadie que no considerara la pertenencia de Ucrania a la OTAN como un desafío directo a los intereses de Rusia»[12].
[12] The Back Channel, William J. Burns, Random House 2019.

En 2014, EE.UU. instigó un golpe de Estado en Ucrania[13] que desalojó del poder a su entonces presidente, democráticamente elegido, que abogaba por una neutralidad amigable con Rusia[14]. Ante esta política de hechos consumados, Rusia reaccionó y se anexionó Crimea, que había pertenecido a Rusia desde finales del s. XVIII hasta 1954 (cuando Kruschev la regaló a Ucrania dentro de la propia URSS) y cuya importancia radica en que acoge desde hace 240 años la única base naval rusa de mares cálidos (Sebastopol). Lo hizo sin disparar un solo tiro, pues la población de la península de Crimea era claramente rusófila, como manifestó el posterior referéndum de adhesión a Rusia (a priori sospechoso, pero corroborado por encuestas occidentales)[15].

Tras los turbios acontecimientos del 2014, Rusia y Ucrania firmaron los Acuerdos de Minsk, que pronto serían papel mojado. El tradicional victimismo ruso fue vindicado por el posterior reconocimiento por parte de la excanciller alemana Merkel de que los Acuerdos habían sido meras maniobras dilatorias de Occidente para dar tiempo a Ucrania a rearmarse para un futuro conflicto con Rusia[16].

A partir de 2014 la OTAN comenzó a armar y entrenar al ejército ucraniano en mitad de una guerra civil en Dombás. Por lo tanto, la guerra en Ucrania no comenzó en 2022 sino en 2014, como reconoció el secretario general de la OTAN[17].

En junio de 2021, la OTAN declaró que «reiteraba la decisión tomada en 2008 de que Ucrania se convertiera en miembro de la Alianza»[18].

En diciembre de 2021 Rusia presentó a la OTAN una propuesta de acuerdo de seguridad mutua que incluía la no incorporación de Ucrania a la organización, junto con otras propuestas más maximalistas[19]. La propuesta-ultimátum fue rechazada con desdén por los EE.UU. de la Administración Deep State-Biden.

La invasión
Finalmente, en febrero de 2022 Rusia invadía Ucrania con un contingente de tropas relativamente escaso que a todas luces no estaba destinado a la conquista del país ni a un largo conflicto, sino a lograr una rápida capitulación: «el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar» (Sun Tzu).

Durante unas semanas pareció que eso era precisamente lo que iba a ocurrir. Sin embargo, las negociaciones celebradas en Turquía en marzo del 2022 tras sólo un mes de hostilidades (que apuntaban a un acuerdo inminente) fueron torpedeadas por EEUU e Inglaterra, que levantaron a Ucrania de la mesa. Así lo aseguró el ex primer ministro de Israel[20] y lo corroboró, como testigo de primera mano, el ministro de Asuntos Exteriores turco: «Tras la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN, la impresión es que (…) hay quienes, dentro de los Estados miembros de la OTAN, quieren que la guerra continúe: dejemos que la guerra continúe y que Rusia se debilite, dicen. No les importa mucho la situación en Ucrania»[21].

Como escribí en junio de 2023, «hasta entonces el conflicto apenas había causado muertos, pero, para algunos, debilitar a Rusia bien valía sacrificar un país pobre y lejano del que nadie se acordaría cuando todo hubiera acabado, aunque fuera a costa de acabar con la vida de centenares de miles de personas».

Occidente provocó la guerra y debe propiciar la paz
Aunque la lectura de estos acontecimientos admita matices y Rusia diste mucho de ser una víctima angelical, esta sucesión de hechos tiene un hilo conductor: el belicismo y arrogancia del Deep State norteamericano y, en segundo plano, la obsesiva rusofobia inglesa.

Pero lo que resulta indiscutible es que, como han denunciado muchos expertos[22], esta guerra ha sido «evitable, predecible e intencionadamente provocada» por Occidente, en palabras del último embajador de EE.UU. en la URSS[23], y deliberadamente alargada. El pueblo ucraniano siempre fue un daño colateral aceptable para el Deep State norteamericano, pues en el gran tablero de ajedrez en el que juegan los yonquis del poder la vida humana es tan prescindible como un peón adelantado. Pero el Deep State perdió las elecciones frente a Trump, y éste está tratando de detener una matanza inútil.

De hecho, los ucranianos pronto serán olvidados por los mismos medios de comunicación que los empujaron al desastre, y dentro de un año, quizá dos, ni un solo medio occidental volverá a hablar de ellos. ¿Qué les quedará cuando los focos se apaguen? Nada, salvo el recuerdo de los muertos.

¿Está Donald Trump haciendo control de daños ante el posible derrumbe del «imperio estadounidense»?

Desde hace un mes la acumulación de acontecimientos críticos alrededor de Estados Unidos, de Ucrania y de la Unión Europea está resultando cada vez más difícil de interpretar ya que cada una de las potencias implicadas trata de disimular sus cartas. Los dirigentes europeos asumen una posición aparentemente estúpida, asegurando que persisten en su apoyo a los nacionalistas integristas ucranianos mientras que los gobiernos de Estados Unidos y Rusia ya se han puesto de acuerdo sobre la necesidad de restaurar la paz. Pero es posible que las reuniones diplomáticas de muy alto nivel estén sirviendo para escamotear otro asunto: la prevención de una importante crisis económica en Occidente. En ese caso, Washington tiene que aterrorizar a sus aliados para obligarlos a asumir el peso de la deuda estadounidense.

La decoración kitsch de su residencia de Mar-a-Lago sirvió de telón de fondo a Donald Trump para convencer a los dirigentes de los bancos centrales y los ministros de Finanzas de los países aliados de Washington de que van a tener que pagar las deudas de Estados Unidos.

La desdolarización —o sea, el hecho de prescindir del dólar estadounidense en los intercambios internacionales y circunscribir su uso únicamente al mercado interno de Estados Unidos— ha sido desde hace tiempo como el «abominable hombre de las nieves», todo el mundo ha oído hablar de él… pero nadie está seguro de haberlo visto.

Pero, ante las medidas coercitivas unilaterales —las mal llamadas «sanciones» cuya aplicación Estados Unidos impuso a sus aliados para castigar a Irán y posteriormente a Rusia—, las autoridades rusas han creado un Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS), China estableció un Sistema de Pagos Interbancarios (CIPS) y la Unión Europea se dotó del Instrumento Europeo de Apoyo a los Intercambios Comerciales (INSTEX). ¿Resultado? El uso de dólar estadounidense ha perdido terreno, un 25%, en los intercambios internacionales.

Eso sucede mientras que la deuda pública de Estados Unidos se eleva en este momento a la astronómica suma de 34.000 millardos de dólares[1]. y sólo una tercera parte de esa suma colosal está en manos de inversionistas extranjeros, según la publicación especializada Forbes[2]Si ciertos acreedores de Estados Unidos, principalmente China y Arabia Saudita, exigieran el pago de lo que se les debe, eso desataría una crisis económica de proporciones similares, como mínimo, a la de 1929.
[1] 1 millardo = 1 000 millones.

Son numerosos los economistas que regularmente advierten sobre esa posibilidad. Pero, según Jon Hartley, de la Hoover Institution, a pesar de esas advertencias los bancos centrales no han reducido el volumen de dólares acumulados en sus reservas de divisas desde el inicio del conflicto en Ucrania.

El 20 de febrero, una videoconferencia impartida por el analista Jim Bianco, y mencionada repetidamente por la agencia Bloomberg[3], sacó nuevamente a la luz esas inquietudes.

Según el analista Jim Bianco, la administración Trump sigue actualmente un plan que denomina «el Acuerdo Mar-a-Lago». La administración Trump espera restructurar radicalmente la carga de la deuda estadounidense reorganizando el comercio mundial a través de los derechos de aduana o aranceles, devaluando el dólar y, a fin de cuentas, reduciendo el costo de su deuda. El objetivo de todo eso sería poner la industria estadounidense en igualdad de condiciones con las de sus competidores en todo el mundo.

El principio que implementa el «Acuerdo Mar-a-Lago» tiene que ver con un artículo de Stephen Miran, del Manhattan Institute[4] y es precisamente Miran la persona que el presidente Trump ha designado para presidir el Consejo de Asesores Económicos (CEA) de la Casa Blanca. El 22 de enero, el propio Donald Trump pronunció, por videoconferencia ante el Foro de Davos, un discurso que parece apuntar en ese sentido.

La denominación misma del «Acuerdo Mar-a-Lago» es una referencia al «Acuerdo del Plaza» de 1985, en el que Estados Unidos adoptó una política tendiente a reducir el valor del dólar para reactivar las exportaciones estadounidenses. En la práctica, debido al mal manejo de los mecanismos financieros, la reactivación de la economía de Estados Unidos provocó una grave recesión en Japón.

El 21 y el 22 de enero pasados, Donald Trump reunió a los ministros de Finanzas del G7 y los jefes de los bancos centrales en su residencia de Mar-a-Lago. Y parece que los recibió diciéndoles: «De aquí no sale nadie hasta que hayamos llegado a un acuerdo sobre el dólar.»[5] El acuerdo antes mencionado cuenta por consiguiente con la aprobación de los aliados de Washington.

La idea central sería que el Tesoro estadounidense emita obligaciones del Estado federal que no acumulen intereses (los llamados «cupones cero»), obligaciones que sólo podrían cambiarse por dinero al contado al cabo de 100 años. Washington debería obligar sus aliados a convertir sus préstamos —o sea, la deuda estadounidense— en «cupones cero».

Si aceptamos como bueno este análisis, tenemos entonces que reinterpretar varias acciones del presidente Trump, como la cuestión de los aranceles o derechos de aduana y su decisión de crear un fondo soberano. Vistos desde ese ángulo, esos actos de la administración Trump parecen mucho menos erráticos de lo que dice la prensa internacional. De hecho, parecen más bien totalmente lógicos.

Eso nos lleva a plantear que Donald Trump está tratando de aplicar un control de daños ante el posible derrumbe económico del «imperio estadounidense» de Joe Biden. Trump estaría actuando de hecho como lo hicieron en su momento Yuri Andropov, Konstantin Chernenko y Mijaíl Gorbachov, quienes trataron de hacer un «control de daños» ante el derrumbe inminente del «imperio soviético» de Leonid Brejnev.

Si llamo la atención sobre esta hipótesis es sobre todo porque, en mi opinión, el golpe de Estado que tuvo lugar en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 no tuvo otro objetivo que retardar el derrumbe ya previsible del «imperio estadounidense». Las dos últimas décadas han sido sólo un plazo de gracia que, lejos de resolver el problema, lo ha hecho mucho más complejo.

Tratemos de recordar: en 1989 el ruso Mijaíl Gorbachov, primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, decide reducir los gastos del Estado, corta brusca e implacablemente la ayuda a los aliados de la URSS y, de hecho, los deja libres. Al mismo tiempo, la población de Alemania oriental (la RDA) derriba el muro de Berlín, mientras que los polacos llevan miembros del sindicato Solidaridad al senado y a la cámara baja de su país. Esos cambios marcan el fin del imperialismo del ucraniano Leonid Brejnev, quien desde 1968 había impuesto a todos los aliados de la URSS la obligación de adoptar, defender y preservar el modelo económico de Moscú.

Lo que hoy estamos viendo es probablemente un proceso similar: Donald Trump, presidente de Estados Unidos, disuelve el «imperio estadounidense», como trató de desmantelarlo en 2017[6]. El 28 de julio de 2017, en los primeros días de su primer mandato presidencial, Donald Trump había reorganizado el Consejo de Seguridad Nacional sacando de ese órgano al director de la CIA y al jefe del Estado Mayor Conjunto. Aquella medida dio lugar a 3 semanas de batallas internas en Washington, que terminarían con la renuncia forzosa del consejero de seguridad nacional que Donald Trump acababa de nombrar, el general Michael Flynn. En aquel momento, el general Flynn se apartó de la escena pública, pero después de un tiempo reanudó su actividad entre los seguidores de Donald Trump y actualmente organiza en Mar-a-Lago reuniones para los grupos opositores de los países aliados de Washington.

Esta vez, Donald Trump ha iniciado su mandato desviando prudentemente la atención de la opinión pública estadounidense hacia la eventual anexión de toda la plataforma continental norteamericana, desde Groenlandia hasta el Canal de Panamá, mientras trabaja para liquidar la guerra en Ucrania y desmantelar la Unión Europea.

Si mi hipótesis es justa, no hay que creer ni una palabra de las amenazas de anexión de territorios, como Canadá, y no creer tampoco que Estados Unidos retira sus tropas de Europa para enfrentarse a China. Tendríamos que admitir más bien que Washington abandona militarmente a sus «aliados» europeos. Puede verse, sin embargo, que mientras abandona a Alemania, Estados Unidos apuesta por Polonia para organizar Europa central, aunque sea a costa de permitir que los polacos anexen la Galitzia oriental —que hoy es parte de Ucrania.

También tendríamos que prepararnos a ser testigos de cómo Estados Unidos abandona a sus aliados del Medio Oriente, con excepción de Israel. Efectivamente, Washington acaba de reanudar el suministro de armamento a Israel y está iniciando contactos más o menos discretos con Irán a través de Rusia, mientras permite que Arabia Saudita y Turquía se repartan el Medio Oriente.

Volviendo a los últimos acontecimientos en Europa, la competición entre Francia y Reino Unido por liderear la defensa europea no debería verse quizás como una oposición a la paz en Ucrania. Francia y Reino Unido no tienen posibilidades reales de reemplazar el apoyo militar de Estados Unidos a Europa. Se trata más bien de determinar el papel que cada uno de esos dos países va a desempeñar en Europa.

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, espera desarrollar su enfoque de una defensa europea basada en el arsenal nuclear francés, mientras que el primer ministro británico, Keir Starmer, trata de explotar la situación actual en provecho de Londres. El presidente Macron está consciente de que la Unión Europea, basada en el antiguo poderío económico de Alemania, está en vías de extinción y que el presidente estadounidense Donald Trump apuesta más bien por la «Iniciativa de los Tres Mares», elaborada alrededor de Polonia. En respuesta, el presidente Macron podría reactivar el «Triángulo de Weimar» (Alemania-Francia-Polonia) para tratar de conservar al menos cierto margen de maniobra. Por su parte, partiendo del mismo análisis que Macron y teniendo en cuenta el retroceso de la OTAN, el primer ministro británico Starmer buscará mantener a Alemania lo más alejada posible de Rusia —exactamente la misma política exterior que Londres ha venido aplicando durante siglo y medio.

Observen ustedes que tanto los aliados europeos de Estados Unidos como China y Arabia Saudita probablemente verán como una estafa la propuesta de aceptar «cupones cero» en lugar del pago de la colosal deuda estadounidense. Rusia, por el contrario, debería respaldar a Estados Unidos en esa maniobra. En efecto, en el momento del desmantelamiento de la URSS, Rusia atravesó toda una década de recesión y de graves crisis internas, pero hoy necesita a Estados Unidos para no verse a solas con China.


La agonía del «Occidente político».

La semana pasada narré a ustedes los últimos acontecimientos alrededor del conflicto ucraniano, subrayando que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, sería incapaz de adaptarse a los cambios en el panorama mundial.
Esta semana retomo los mismos elementos y muchos de los hechos que se han producido desde aquel momento, para mostrar que el divorcio que se instala entre la Unión Europea y Estados Unidos, así como entre los propios europeos, ya es una realidad.
Ya no hay espacio para elucubraciones. El viejo mundo acaba de ser destruido. Si no somos capaces de posicionarnos de inmediato, nos hundiremos con él.
Ciegos a esa realidad, Reino Unido y Francia se disputan ahora el lugar de Estados Unidos en Occidente, en vez de tratar de reformarse.

El diplomático alemán Christoph Heusgen, quien fue representante permanente de Alemania en la ONU y hoy es presidente de la Conferencia de Múnich sobre la Seguridad, rompió a llorar frente los participantes después de la intervención del vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, ante ese foro. Las palabras del vicepresidente Vance pusieron de relieve el divorcio entre Estados Unidos y las potencias europeas.

Durante las dos últimas semanas hemos sido testigos de un cambio histórico comparable al de la batalla de Berlín, en abril-mayo de 1945, cuando el Ejército Rojo tomó la capital de Alemania y puso fin al III Reich. Esta vez, es la administración Trump la que pone definitivamente a la Unión Europea contra las cuerdas.

Por el momento, la Unión Europea, el G7 y el G20 no se han disuelto… todavía. Pero el hecho es que esas tres estructuras ya están muertas. Lo siguiente podría ser el deceso del FMI/Banco Mundial y de la ONU.

Veamos una retrospectiva de los últimos acontecimientos, que se han desarrollado tan rápidamente que prácticamente nadie ha podido seguirlos en detalle ni entender a fondo todas sus consecuencias.

Miércoles 12 de febrero
Las principales potencias europeas, temerosas ante el tipo de decisiones que pudiera tomar la administración Trump, se reunieron en París, el 12 de febrero, para elaborar una posición común sobre el conflicto ucraniano… y decidieron seguir haciendo lo mismo que ya han hecho durante los 3 últimos años:
  • negar que violaron los compromisos que habían contraído en el momento de la reunificación alemana (o sea, que no ampliarían la OTAN hacia el este);
  • negar que Ucrania está en manos de los nacionalistas integristas (o sea, de la corriente política que se inspira en la ideología de los individuos que colaboraron con los nazis durante la 2GM);
  • y prolongar la 2GM, pero no contra los nazis sino contra Rusia.
Mientras las principales potencias europeas se reunían en París, alrededor del presidente Emmanuel Macron, en Kiev el secretario del Tesoro estadounidense Scott Bessent presentaba a Zelenski la factura por la ayuda de Estados Unidos, 500 millardos de dólares, y proponía que Ucrania la pagara con las «tierras raras», cuya existencia pregonaba Zelenski. Ya expliqué antes que con aquella propuesta Washington respondía al hecho que el propio Zelenski había ofrecido a las potencias occidentales participar en la explotación de unas riquezas que en realidad no existen.

Pero, visto desde la perspectiva de las potencias europeas, lo que se preparaba era sencillamente espantoso: si Estados Unidos se apoderaba de aquellas riquezas, los europeos quedarían excluidos de la repartición del pastel… que ellos ya se habían repartido. Y hay que insistir en esto último. Sin informar a sus conciudadanos, los gobernantes de las potencias europeas ya tenían previsto que los británicos controlarían los puertos, los alemanes las minas, etc. Aunque esto puede parecer sorprendente, en realidad no es nada nuevo —ya habían hecho lo mismo en el momento de la invasión contra Irak, cuando invadieron Libia y durante la guerra que impusieron a Siria.

Pero lo más «espantoso», para los europeos, era que Washington y Moscú —o sea, el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente ruso Vladimir Putin— habían conversado por teléfono durante hora y media. Antes de aquella entrevista telefónica entre el presidente Trump y el presidente Putin, el enviado especial del presidente Trump, Steve Witkoff, había conversado con el presidente Putin en el Kremlin —Wilkoff, había viajado a Moscú para organizar un intercambio de presos— y había enviado al presidente Donald Trump un informe completo que echaba por tierra las afirmaciones de la OTAN sobre Ucrania. A partir de aquel momento, los dos presidentes, Donald Trump y Vladimir Putin, disponían de la misma información. Se había restablecido la línea directa de comunicación entre la Casa Blanca y el Kremlin.

Jueves 14 de febrero
El 14 de febrero, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, hacía uso de la palabra ante los más altos dirigentes diplomáticos y militares de la Unión Europea, en el marco de la Conferencia de Seguridad de Múnich. En su intervención, el vicepresidente de Estados Unidos simplemente resaltaba el autismo de los dirigentes europeos, quienes se niegan a tener en cuenta las preocupaciones de sus conciudadanos en temas como la libertad de expresión y la inmigración. ¿Por qué? Porque temen a sus pueblos. Y, recalcaba el vicepresidente J. D. Vance, si los dirigentes europeos tienen miedo de sus pueblos, Estados Unidos nada puede hacer por ellos.

Lunes 17 de febrero
Ese día se realizó, nuevamente en París, una segunda reunión con las mismas potencias invitadas a la anterior más la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen; y el secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte. Esta vez, los participantes decidieron unirse frente al presidente de Estados Unidos y no aceptar que se cuestionara la política que Occidente había venido aplicando contra Rusia.

A la salida de aquella nueva reunión en París, el canciller alemán Olaf Scholz declaraba: «No debe haber una división de seguridad y responsabilidad entre Europa y Estados Unidos. La OTAN se basa en que siempre actuamos juntos y compartimos los riesgos (…). Eso no debe ponerse en tela de juicio.»

El primer ministro de Polonia, Donald Tusk, dijo: «Poco importa lo que cada cual pueda decir, a veces con palabras brutales (…), no hay ninguna razón para que los aliados no encuentren un lenguaje común entre ellos sobre las cuestiones más importantes. Es interés de Europa y de Estados Unidos cooperar lo más estrechamente posible.»

El mismo 17 de febrero, el ejército ucraniano atacó intereses de Estados Unidos, de Israel y de Italia en Rusia. Los militares ucranianos atacaron con una veintena de drones instalaciones del Caspian Pipeline Consortium (CPC), que pertenecen en parte a las petroleras estadounidenses Chevron (15%) y ExxonMobil (7,5%) y a la italiana ENI (2%). Situadas en suelo ruso, esas instalaciones, averiadas por los drones ucranianos, garantizan el suministro de petróleo ruso a Israel.

Sin embargo, los europeos no reaccionaron ante esa operación ucraniana. Mostraron la misma pasividad que cuando la CIA voló los gasoductos Nord Stream –el 26 de septiembre de 2022– que no sólo eran propiedad del gigante ruso Gazprom (al 50%) sino también de las compañías alemanas BASF/Wintershall y Uniper, de la francesa Engie, de la austriaca OMV y de la británica Royal Dutch Shell. Vale la pena recordar que la voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2 llevó Alemania a la actual recesión económica, que además todavía sigue extendiéndose a los demás países de la Unión Europea, sin entrar a mencionar el alza de los precios de la energía, que también afecta todos los hogares de la UE. En ambos casos, los europeos fueron incapaces de defender sus propios intereses.

Para llamar las cosas por su nombre, en septiembre de 2022, los dirigentes europeos permitieron que su principal «aliado» (Estados Unidos) dañara los intereses de todos los pueblos europeos con la voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2. Ahora, en febrero de 2025, acaban de permitir que el régimen ucraniano hiciera lo mismo al atacar las instalaciones del Caspian Pipeline Consortium en Rusia.

Martes 18 de febrero
Las potencias europeas se enteraron por la prensa de que, en su primer encuentro en Riad (Arabia Saudita), el 18 de febrero, las delegaciones de Estados Unidos y Rusia se habían puesto de acuerdo para:
  • desnazificar Ucrania y convertirla en un país neutral;
  • respetar los compromisos que Occidente contrajo en el momento de la reunificación alemana y poner fin a la presencia de tropas de la OTAN en todos los países que entraron en esa alianza militar después de 1990.
O sea, el presidente Donald Trump abandonó el plan del general Keith Kellogg, su enviado especial para Ucrania —publicado en abril de 2024 por la America First Foundation—, y adoptó en su lugar el plan de Steve Witkoff, su enviado especial para el Medio Oriente, quien se había entrevistado en Moscú con el presidente Vladimir Putin, gracias a la intervención del heredero del trono de Arabia Saudita, el príncipe Mohamed ben Salman —esto explica que Riad fuese el escenario escogido para el primer contacto entre las delegaciones de Rusia y Estados Unidos. En definitiva, Kellogg todavía razonaba según las ideas de la OTAN, mientras que, durante su visita en Moscú, Witkoff escuchó, comprendió y verificó la justeza de la posición rusa.

Las potencias europeas pudieron comprobar rápidamente que Washington ya había enviado la orden de repliegue a ciertas unidades militares estadounidenses —en los países bálticos y en Polonia. Para las potencias europeas, aquello destruía su «arquitectura de seguridad». Por supuesto, no existe absolutamente ninguna amenaza inmediata de invasión rusa ni china. Pero, a largo plazo y teniendo en cuenta el tiempo necesario para un rearme europeo, todos dicen tener que prepararse para lo peor.

Miércoles 19 de febrero
El 19 de febrero los embajadores de los países miembros de la Unión Europea aprobaron el 16º paquete de «sanciones» (medidas coercitivas unilaterales) de esa entidad contra Rusia. Los ministros de Exteriores lo aprobarían oficialmente el 24 de febrero, en ocasión del tercer aniversario del inicio de la operación militar especial rusa en Ucrania. Al mismo tiempo, la Unión Europea decidía desconectar del sistema SWIFT 13 bancos rusos y prohibir la realización de transacciones con 3 instituciones financieras. La UE también adoptaba «sanciones» contra 73 barcos de la llamada «flota fantasma» rusa y contra 11 puertos y aeropuertos rusos acusados de burlar el «techo» de la Unión Europea para los precios del petróleo ruso. La Unión Europea también suspendía las licencias de transmisión de 8 medios rusos de prensa.

Ese mismo día, 19 de febrero, el presidente estadounidense Donald Trump daba libre curso a su cólera contra el ucraniano Volodimir Zelenski —cuyo mandato presidencial expiró en mayo de 2024. El presidente Trump calificaba a Zelenski de «dictador sin elecciones», mientras que en Kiev su enviado especial Keith Kellogg anulaba su conferencia de prensa conjunta con Zelenski. O sea, la administración Trump rompía con el régimen ucraniano, que la administración Biden se había empeñado en amamantar.

Jueves 20 de febrero
En Washington, el senador libertariano Mike Lee (Utah) presentaba al Senado un proyecto de ley que estipula la retirada total de Estados Unidos de la ONU. Al día siguente, el representante Chip Roy (Texas) presentaba el mismo texto a la Cámara de Representantes.

Si bien el presidente Donald Trump es un «jacksoniano» —un seguidor del 7º presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson, cuyo objetivo era reemplazar la guerra por los negocios— las élites políticas de Washington creen más que todo en el «excepcionalismo estadounidense», una teología política según la cual Estados Unidos es un pueblo elegido por Dios para aportar luz al resto del mundo. Eso implica que Estados Unidos no tiene por qué negociar con los demás y, sobre todo, no tiene que rendir cuentas ante ninguna instancia, internacional u otra.

El «excepcionalismo estadounidense» no debe confundirse con el «aislacionismo» que, en 1920, condujo el Senado estadounidense a rechazar la membresía de Estados Unidos a la Sociedad de Naciones (SDN, la antecesora de la ONU). La SDN, a diferencia de su sucesora la ONU, establecía una solidaridad militar entre los Estados que reconocían el derecho internacional. Aquello significaba que Estados Unidos tendría que aportar tropas al mantenimiento de la paz en Europa… y que las naciones europeas podían estar llamadas a intervenir en Latinoamérica, continente que Washington consideraba su «patrio trasero», según la «Doctrina Monroe».

Sábado 22 de febrero
Sin esperar a ser invitado, el presidente de Polonia, Andrzej Duda, llegó aquel día a Washington. Allí logró hablar 10 minutos con el presidente Trump —no en la Casa Blanca sino al margen de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). El presidente polaco pidió a Donald Trump que no retirara las tropas estadounidenses desplegadas en Polonia, al menos no antes de que Polonia termine la reestructuración de sus fuerzas armadas. Dado el hecho que Polonia ya había iniciado una profunda reestructuración interna, que incluye el restablecimiento del servicio militar universal y la creación de un ejército mucho más numeroso que el actual, el presidente polaco obtuvo del presidente Trump no una «anulación» sino una «posposición» de la orden de retirada que ya había sido impartida a las tropas de Estados Unidos en Polonia.

Detalle significativo: al presidente de Polonia Andrzej Duda sólo le quedan pocos meses en el cargo, las elecciones están previstas para mayo. Constitucionalmente hablando, en Polonia el poder ejecutivo no está en manos del presidente, aunque este es el jefe supremo de las fuerzas armadas, y el primer ministro polaco, Donald Tusk, se había comprometido con los demás dirigentes europeos reunidos en París a no negociar por separado con Estados Unidos. O sea, aunque se sigue afirmando lo contrario, la verdad es que Polonia rompió el «frente unido» de los europeos, que duró sólo 10 días.

Lunes 24 de febrero
En ocasión del tercer aniversario de la operación militar especial rusa en Ucrania, la presidente del Parlamento Europeo, la maltesa Roberta Metsola; el presidente del Consejo Europeo, el portugués Antonio Costa; y la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen (la gárgola), publicaron una declaración totalmente desfasada donde se pronunciaban por «una paz completa, justa y duradera». Con aquella declaración, los 3 principales dirigentes de la Unión Europea se aferraban a la vieja narrativa, de que no hay nazis en Ucrania y Rusia es «el agresor». De esa manera contradecían no sólo los hechos sino también las últimas declaraciones de Estados Unidos, el amo económico y militar de la UE.

El mismo día, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, viajaba a Washington, en representación de todos los atlantistas europeos. Ante de recibir a Macron, el presidente Donald Trump ordenó que la jefa del equipo de trabajo de la Casa Blanca llevara a Macron a otra ala del edificio, donde lo metieron en una oficina separada para que asistiera desde allí a la reunión —por videoconferencia— del G7, reunión que el propio Donald Trump presidía desde otra oficina.

Durante 2 horas, los jefes de Estado y/o de gobierno del G7, en compañía del primer ministro de España y de Zelenski, trataron inútilmente de lograr que su amo estadounidense cambiara de opinión. Pero el presidente Trump se mantuvo en su posición: quien provocó el conflicto en Ucrania no fue Rusia sino los nacionalistas integristas ucranianos, que se esconden detrás de Zelenski. Y, de todas maneras, por principio, no es posible defender a quienes atacan militarmente intereses de Estados Unidos… aunque esos intereses estén en suelo ruso. Para que sus interlocutores entendieran bien su posición, el presidente Trump se negó a firmar un comunicado final que los europeos ya traían preparado. Incluso les advirtió que si aquel texto llegaba a publicarse —los europeos ya lo habían entregado a ciertos periodistas—, él mismo se encargaría de desmentirlo personalmente y Estados Unidos abandonaría el G7.

Fue sólo después de ese rifirrafe cuando el presidente Donald Trump recibió al presidente francés Emmanuel Macron, quien optó por no enfrentarse a su homólogo estadounidense sino más bien celebrar la amistad transatlántica. Durante la conferencia de prensa que dieron juntos, el presidente Macron interrumpió brevemente al presidente Trump cuando este último repitió que no fue Rusia sino Ucrania quien provocó el estallido del conflicto. Fuera de eso, el presidente Macron no se atrevió a contradecir al presidente Trump.

Mientras tanto, en Nueva York, la Asamblea General de la ONU debatía un proyecto de resolución presentado por Ucrania. El texto ucraniano denunciaba «la invasión total de Ucrania por la Federación Rusa» y exigía que Rusia retirara «inmediatamente, completamente e incondicionalmente todas sus fuerzas militares del territorio ucraniano dentro de las fronteras internacionalmente reconocidas del país y el cese inmediato de las hostilidades de la Federación Rusa contra Ucrania, en particular todo ataque contra los civiles y los bienes de carácter civil».
Por primera vez desde la 2GM, la delegación de Estados Unidos votó contra un texto junto a la delegación de Rusia y en contra de Canadá, los europeos y Japón, que sí aprobaron el proyecto ucraniano.

Instantes después, Estados Unidos presentó un segundo proyecto de resolución donde solicitaba que «se ponga fin al conflicto en el más corto plazo». Ese texto apuntaba a alinear la Asamblea General de la ONU junto a la posición de los negociadores estadounidenses que habían participado en el encuentro ruso-estadounidense de Riad. Pero Rusia votó en contra porque el proyecto de resolución de Estados Unidos se pronunciaba por «una paz duradera entre Ucrania y la Federación Rusa» en vez de una «paz duradera en Ucrania». Finalmente, la delegación de Estados Unidos se abstuvo en el voto sobre su propio texto por considerar que lo había redactado mal, mientras que Canadá, los europeos y Japón votaban en contra.

Martes 25 de febrero
La Alta Representante de la Unión Europea para los Asuntos Exteriores y la Política de Seguridad, la estonia Kaja Kallas, llegó a Washington para reunirse con el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio. El encuentro estaba previsto desde hacía mucho tiempo, pero fue anulado en el último minuto por la oficina del secretario de Estado, oficialmente porque su agenda estaba demasiado cargada.

Ante la anulación del encuentro, la señora Kallas anunció que se reuniría con senadores y con miembros de la Cámara de Representantes para «discutir sobre la guerra de Rusia contra Ucrania y las relaciones transatlánticas». O sea, después del voto de los miembros de la Unión Europea contra Estados Unidos en la ONU, el secretario de Estado se negaba a reunirse con la jefa de la diplomacia europea.

Miércoles 26 de febrero
En una conferencia de prensa en Kiev, Volodimir Zelenski declara que, sin garantías de seguridad de Estados Unidos y de la OTAN, cualquier acuerdo de paz será injusto y que no habrá un verdadero alto al fuego.

Jueves 27 de febrero
Antes de dejar Washington, la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Kaja Kallas, imparte una conferencia en el Hudson Institute. Allí declara: «Hay que presionar a Rusia para que también quiera la paz.» Seguidamente afirma que Rusia «está en una posición en que no quiere la paz.»

Por su parte, el primer ministro británico, Keir Starmer, llega a la Casa Blanca con una invitación del rey Carlos III para que el presidente Donald Trump haga una segunda visita de Estado en Reino Unido. Los diplomáticos británicos creen que el presidente Trump disfrutó mucho su visita de Estado en Reino Unido, durante su primer mandato presidencial, y que es altamente sensible al entorno fastuoso de ese tipo de evento.

En la conferencia de prensa que da con Starmer, el presidente Trump dice no recordar haber llamado a Zelenski «dictador» («¿Yo dije eso? ¡No logro creer que lo dije!»). Por otro lado, Trump se muestra abierto a la idea de que el 25% de aranceles a los productos europeos no concierne al Reino Unido y parece dispuesto a aceptar que Londres devuelva a la República de Mauricio el archipiélago de Chagos —que incluye la base de la isla Diego García.

En el fondo, el primer ministro británico Starmer logró renovar la «relación especial» de su país con Estados Unidos. Esa «relación» incluye el sistema de espionaje mundial de los «Cinco Ojos» (The Five Eyes) y el hecho que el armamento atómico británico no funcionaría sin apoyo de los científicos militares estadounidenses.

Mientras tanto, negociadores estadounidenses y rusos se reunían en el consulado general de Estados Unidos en Estambul (Turquía) durante 6 horas y media, en una segunda ronda de conversaciones «a nivel técnico». El objetivo de este segundo encuentro entre rusos y estadounidenses no era avanzar sobre las cuestiones de fondo sino de resolver ciertos problemas que los ministros habían señalado en Riad, como las condiciones de funcionamiento de las respectivas embajadas en Washington y Moscú —la administración Biden había limitado severamente la actividad de la misión diplomática rusa en Washington y, en reciprocidad, el gobierno ruso había tomado medidas similares.

Viernes 28 de febrero
Volodimir Zelenski, cuyo mandato presidencial expiró en mayo de 2024, llegó a la Casa Blanca el 28 de febrero. El presidente Donald Trump y el vicepresidente J. D. Vance lo recibieron, pero no para escuchar su versión de los hechos sino para firmar un acuerdo bilateral sobre las «tierras raras» que Ucrania dice poseer. El acuerdo no llegó a firmarse —las pregonadas «tierras raras» de Zelenski ni siquiera existen— pero la administración Trump no dejó pasar la oportunidad de mostrarle al mismo Zelenski que ya no está segura de si se debe considerarlo un «demócrata» o sólo un «dictador» al que no le quedan cartas en la mano.

El encuentro con la prensa en la Oficina Oval quedará grabado en las memorias. La prensa occidental se mostró indignada por el encontronazo entre el presidente Trump y su invitado. Pero hay que desconfiar de las imágenes, que no dicen lo mismo si vemos sólo una secuencia escogida de pocos minutos que si hacemos el esfuerzo de ver los 50 minutos que duró el encuentro. Si vemos sólo una corta secuencia retenemos sólo los argumentos que se mencionan en ese corto momento, pero visualizar los 50 minutos de duración del encuentro nos permite entender por qué se mencionaron esos argumentos.

Durante los 50 minutos de encuentro con la prensa, el presidente Donald Trump recordó constantemente que él no está alineado con ninguna de las dos partes, ni con la parte rusa ni con la parte ucraniana, que estaba negociando con Rusia para defender los intereses de su país y, en definitiva, los de la humanidad en general. Explicó que, como presidente de Estados Unidos, él está hablando con todos, sin insultar a nadie y reconociendo los argumentos positivos de cada cual. Volodimir Zelenski, al contrario, acusó constantemente a Rusia de agredir a su país desde 2014, de cometer asesinatos, secuestros y torturas y afirmó que el presidente Vladimir Putin había violado 15 veces su propia firma.

Aunque la prensa occidental dice haber visto lo contrario, lo cierto es que en ese encuentro con los periodistas no se habló de ayuda militar, ni de las «tierras raras» y mucho menos sobre repartición de territorios. El intercambio cambió definitivamente de tono cuando el vicepresidente de Estados Unidos observó que la narración de Zelenski era «propaganda». El vicepresidente J. D. Vance volvió después a la carga diciendo, al referirse a las dos versiones de los hechos, «¡Sabemos que usted está equivocado!» En definitiva, el presidente Donald Trump observó que Ucrania se halla en mala postura y que su invitado no sólo no mostraba agradecimiento por el apoyo estadounidense sino que ni siquiera quería un alto al fuego. Ya molesto, el presidente Trump recalcó que el présidente Putin nunca había faltado a su palabra, ni frente al presidente Obama, ni frente a él, sino sólo ante el presidente Biden porque el propio Biden lo había hecho antes. El presidente Donald Trump recordó igualmente la multitud de acusaciones falsas que el presidente Biden lanzó constantemente contra Rusia.

Domingo 2 de marzo
Al recibir en Londres a los jefes de Estado y/o de gobierno de Francia, Alemania, Dinamarca, Italia, Países Bajos, Noruega, Polonia, España, Canadá, Finlandia, Suecia, Chequia y Rumania, el primer ministro británico dijo que Europa está «en una encrucijada de la historia». También estaban presentes en la reunión de Londres Volodimir Zelenski, el ministro de Exteriores de Turquía, el secretario general de la OTAN y los presidentes de la Comisión Europea y del Consejo Europeo.

En Londres pudo verse que Reino Unido y Francia se disputan ahora el liderazgo de Occidente, que Estados Unidos parece dejar vacante, y multiplican las propuestas para «garantizar la paz» en Europa. Tanto Francia como Reino Unido dicen estar dispuestos a garantizar la seguridad de los demás países de Europa con sus armas nucleares. Pero la verdad es que nadie piensa seriamente que las armas atómicas de Francia y Reino Unido bastarían para «garantizar la paz» sin ejércitos convencionales realmente importantes… algo que París y Londres no poseen en este momento. Como ya señalamos antes en este mismo artículo, sólo Polonia ha iniciado ya, hace 2 años, un proceso serio de reestructuración de sus fuerzas armadas y la generalización del servicio militar, pero no dispone de grandes arsenales.

Al término de la reunión de Londres, cuyo objetivo era crear una «coalición de voluntarios», el primer ministro Keir Starmer declaró en nombre de todos los participantes:

«Hoy he acogido en Londres a homólogos de toda Europa, incluyendo Turquía, así como al secretario general de la OTAN y a los presidentes de la Comisión Europea, del Consejo de la Unión Europea y de Canadá (sic) para conversar sobre nuestro apoyo a Ucrania.
Juntos, hemos reafirmado nuestra decisión de obrar en favor de una paz permanente en Ucrania, en asociación con Estados Unidos. La seguridad de Europa es en primer lugar responsabilidad nuestra. Debemos entregarnos a esa tarea histórica y aumentaremos nuestras inversiones en nuestra propia defensa.
No debemos repetir los errores del pasado, cuando acuerdos frágiles permitieron al presidente Putin invadir de nuevo. Trabajaremos con el presidente Trump para garantizar una paz fuerte, justa y duradera que garantice la soberanía y la seguridad futuras de Ucrania. Ucrania debe estar en condiciones de defenderse contra futuros ataques rusos. No debe haber conversaciones sobre Ucrania sin Ucrania. Hemos acordado que Reino Unido, Francia y otros trabajarán con Ucrania en un plan tendiente a poner fin a los combates, sobre el cual conversaremos más adelante con Estados Unidos, y que avanzaremos juntos. (…) Además, muchos de nosotros nos hemos declarado dispuestos a contribuir a la seguridad de Ucrania, incluso mediante una fuerza conformada con socios europeos y otros, y que intensificaremos nuestra planificación.
Seguiremos trabajando en estrecha colaboración para hacer avanzar las próximas etapas y tomar decisiones en las próximas semanas.»

Los participantes en el encuentro de Londres no han hecho evolucionar sus análisis del conflicto ucraniano. Y por eso siguen sordos al llamado de Estados Unidos, un llamado que ni siquiera entienden. Han logrado ponerse de acuerdo para unirse, pero no para desplegar una fuerza de estabilización en Ucrania sino sólo para proteger las infraestructuras críticas en el oeste de ese país o en sectores estratégicos similares. Acordaron no realizar esfuerzos nacionales por separado sino utilizar el poderío económico de la Unión Europea, mediante una reorientación de los fondos de reactivación de esa entidad.

Con ese objetivo en mente, convocaron a una reunión especial del Consejo Europeo, para el 6 de marzo. Pero olvidan que para convertir la Unión Europea —que hoy es un mercado común— en una alianza militar tendrán que contar con el consentimiento unánime de los 27 Estados miembros de esa entidad… incluyendo a Hungría y Eslovaquia.

Pero el primer ministro de Hungría, Viktor Orban, ya dio respuesta al proyecto de declaración final que quiere el Consejo Europeo. Orban señala que hay «diferencias estratégicas» entre los Estados miembros de la Unión Europea. Su posición es que, por consiguiente, no debe haber conclusiones escritas ya que «todo intento de llegar a eso proyectaría la imagen de una Unión Europea dividida.»

UN MAL RECUERDO: SOBRE LA FALTA DE CREDIBILIDAD DE ERDOGAN.

 

Hoy, muchos se preguntan por qué Estambul se ha convertido en la próxima sede de las conversaciones preliminares entre Estados Unidos y Rusia como preparativo para el encuentro entre Putin y Trump. En mi opinión, no es algo tan importante. Aunque lo más lógico hubiera sido recurrir a la India, que es una potencia-civilización soberana, fuerte y amistosa tanto con nosotros como con los estadounidenses. En este sentido, siempre me ha parecido un socio preferible.

Por supuesto, los responsables de nuestra diplomacia internacional son libres de elegir cualquier territorio. Riad hace parte del mundo islámico, Arabia Saudí también es amistosa tanto con nosotros como con Estados Unidos. Turquía, en cambio, esta empañada por las negociaciones de Estambul del 2022, las cuales fueron saboteadas por Boris Johnson y los globalistas británicos. Negociaciones que no sólo no llevaron a ninguna parte, sino que, por el contrario, fueron el detonante de acontecimientos posteriores extremadamente negativos que llegaron con la operación militar especial.

Por lo tanto, representan un mal recuerdo para los rusos y aunque Erdogan no sea poco amistoso con nosotros, despierta, por el contrario, una cierta antipatía, sobre todo después de los últimos acontecimientos en Siria. Por eso no me gusta la elección de Estambul como sede de estas conversaciones. Pero se trata de un eslabón preliminar entre otros acuerdos y relaciones que tienen que pasar por varias etapas.

En general, creo que las relaciones con Trump deberían construirse ahora, si es que existe la posibilidad de llegar a algo. Él ha demostrado en la práctica ser antiglobalista en muchos aspectos. Así que deberíamos intentar tender puentes con él. Y el hecho de que nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores lo esté haciendo ahora es acertado. No cabe duda de la importancia de estas acciones.

Pero lo importante es conseguir nuestra victoria en la Operación Militar Especial, sin esta victoria no puede haber acuerdo. Necesitamos esta victoria, necesitamos alcanzar nuestros objetivos, de lo contrario simplemente estaremos acabados. Por lo tanto, no podemos comprometer lo más importante. Podemos negociar y restablecer las relaciones con Trump, pero la cuestión de Ucrania no debe ser hecha a un lado. Las grandes potencias y sus presidentes tienen mucho de qué hablar además de ella.

En general, no creo que la cuestión de Ucrania se resuelva muy pronto. No debe resolverse en sus términos, sino en los nuestros, aunque es evidente que ellos aún no están preparados para tales negociaciones. Y hará falta algo más de tiempo para que esto ocurra. Nuestro tratado será exclusivamente con los Estados Unidos, sin la participación de la Unión Europea ni de Ucrania, porque no se «trata de ellos»: es una guerra que los anteriores amos de la Casa Blanca desataron contra nosotros. Y ahora sus nuevos gobernantes tienen que limpiar el desastre.

Y ya veremos qué condiciones propondremos. Puede que incluso algo para lo que no estén preparados. En cualquier caso, es un proceso largo. La reunión de Estambul, creo, es de carácter pasajero, técnico. No deberíamos prestarle demasiada atención. Hay que observar de cerca el desarrollo de las relaciones ruso-estadounidenses.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera