La agonía del «Occidente político».

La semana pasada narré a ustedes los últimos acontecimientos alrededor del conflicto ucraniano, subrayando que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, sería incapaz de adaptarse a los cambios en el panorama mundial.
Esta semana retomo los mismos elementos y muchos de los hechos que se han producido desde aquel momento, para mostrar que el divorcio que se instala entre la Unión Europea y Estados Unidos, así como entre los propios europeos, ya es una realidad.
Ya no hay espacio para elucubraciones. El viejo mundo acaba de ser destruido. Si no somos capaces de posicionarnos de inmediato, nos hundiremos con él.
Ciegos a esa realidad, Reino Unido y Francia se disputan ahora el lugar de Estados Unidos en Occidente, en vez de tratar de reformarse.

El diplomático alemán Christoph Heusgen, quien fue representante permanente de Alemania en la ONU y hoy es presidente de la Conferencia de Múnich sobre la Seguridad, rompió a llorar frente los participantes después de la intervención del vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, ante ese foro. Las palabras del vicepresidente Vance pusieron de relieve el divorcio entre Estados Unidos y las potencias europeas.

Durante las dos últimas semanas hemos sido testigos de un cambio histórico comparable al de la batalla de Berlín, en abril-mayo de 1945, cuando el Ejército Rojo tomó la capital de Alemania y puso fin al III Reich. Esta vez, es la administración Trump la que pone definitivamente a la Unión Europea contra las cuerdas.

Por el momento, la Unión Europea, el G7 y el G20 no se han disuelto… todavía. Pero el hecho es que esas tres estructuras ya están muertas. Lo siguiente podría ser el deceso del FMI/Banco Mundial y de la ONU.

Veamos una retrospectiva de los últimos acontecimientos, que se han desarrollado tan rápidamente que prácticamente nadie ha podido seguirlos en detalle ni entender a fondo todas sus consecuencias.

Miércoles 12 de febrero
Las principales potencias europeas, temerosas ante el tipo de decisiones que pudiera tomar la administración Trump, se reunieron en París, el 12 de febrero, para elaborar una posición común sobre el conflicto ucraniano… y decidieron seguir haciendo lo mismo que ya han hecho durante los 3 últimos años:
  • negar que violaron los compromisos que habían contraído en el momento de la reunificación alemana (o sea, que no ampliarían la OTAN hacia el este);
  • negar que Ucrania está en manos de los nacionalistas integristas (o sea, de la corriente política que se inspira en la ideología de los individuos que colaboraron con los nazis durante la 2GM);
  • y prolongar la 2GM, pero no contra los nazis sino contra Rusia.
Mientras las principales potencias europeas se reunían en París, alrededor del presidente Emmanuel Macron, en Kiev el secretario del Tesoro estadounidense Scott Bessent presentaba a Zelenski la factura por la ayuda de Estados Unidos, 500 millardos de dólares, y proponía que Ucrania la pagara con las «tierras raras», cuya existencia pregonaba Zelenski. Ya expliqué antes que con aquella propuesta Washington respondía al hecho que el propio Zelenski había ofrecido a las potencias occidentales participar en la explotación de unas riquezas que en realidad no existen.

Pero, visto desde la perspectiva de las potencias europeas, lo que se preparaba era sencillamente espantoso: si Estados Unidos se apoderaba de aquellas riquezas, los europeos quedarían excluidos de la repartición del pastel… que ellos ya se habían repartido. Y hay que insistir en esto último. Sin informar a sus conciudadanos, los gobernantes de las potencias europeas ya tenían previsto que los británicos controlarían los puertos, los alemanes las minas, etc. Aunque esto puede parecer sorprendente, en realidad no es nada nuevo —ya habían hecho lo mismo en el momento de la invasión contra Irak, cuando invadieron Libia y durante la guerra que impusieron a Siria.

Pero lo más «espantoso», para los europeos, era que Washington y Moscú —o sea, el presidente estadounidense Donald Trump y el presidente ruso Vladimir Putin— habían conversado por teléfono durante hora y media. Antes de aquella entrevista telefónica entre el presidente Trump y el presidente Putin, el enviado especial del presidente Trump, Steve Witkoff, había conversado con el presidente Putin en el Kremlin —Wilkoff, había viajado a Moscú para organizar un intercambio de presos— y había enviado al presidente Donald Trump un informe completo que echaba por tierra las afirmaciones de la OTAN sobre Ucrania. A partir de aquel momento, los dos presidentes, Donald Trump y Vladimir Putin, disponían de la misma información. Se había restablecido la línea directa de comunicación entre la Casa Blanca y el Kremlin.

Jueves 14 de febrero
El 14 de febrero, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, hacía uso de la palabra ante los más altos dirigentes diplomáticos y militares de la Unión Europea, en el marco de la Conferencia de Seguridad de Múnich. En su intervención, el vicepresidente de Estados Unidos simplemente resaltaba el autismo de los dirigentes europeos, quienes se niegan a tener en cuenta las preocupaciones de sus conciudadanos en temas como la libertad de expresión y la inmigración. ¿Por qué? Porque temen a sus pueblos. Y, recalcaba el vicepresidente J. D. Vance, si los dirigentes europeos tienen miedo de sus pueblos, Estados Unidos nada puede hacer por ellos.

Lunes 17 de febrero
Ese día se realizó, nuevamente en París, una segunda reunión con las mismas potencias invitadas a la anterior más la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen; y el secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte. Esta vez, los participantes decidieron unirse frente al presidente de Estados Unidos y no aceptar que se cuestionara la política que Occidente había venido aplicando contra Rusia.

A la salida de aquella nueva reunión en París, el canciller alemán Olaf Scholz declaraba: «No debe haber una división de seguridad y responsabilidad entre Europa y Estados Unidos. La OTAN se basa en que siempre actuamos juntos y compartimos los riesgos (…). Eso no debe ponerse en tela de juicio.»

El primer ministro de Polonia, Donald Tusk, dijo: «Poco importa lo que cada cual pueda decir, a veces con palabras brutales (…), no hay ninguna razón para que los aliados no encuentren un lenguaje común entre ellos sobre las cuestiones más importantes. Es interés de Europa y de Estados Unidos cooperar lo más estrechamente posible.»

El mismo 17 de febrero, el ejército ucraniano atacó intereses de Estados Unidos, de Israel y de Italia en Rusia. Los militares ucranianos atacaron con una veintena de drones instalaciones del Caspian Pipeline Consortium (CPC), que pertenecen en parte a las petroleras estadounidenses Chevron (15%) y ExxonMobil (7,5%) y a la italiana ENI (2%). Situadas en suelo ruso, esas instalaciones, averiadas por los drones ucranianos, garantizan el suministro de petróleo ruso a Israel.

Sin embargo, los europeos no reaccionaron ante esa operación ucraniana. Mostraron la misma pasividad que cuando la CIA voló los gasoductos Nord Stream –el 26 de septiembre de 2022– que no sólo eran propiedad del gigante ruso Gazprom (al 50%) sino también de las compañías alemanas BASF/Wintershall y Uniper, de la francesa Engie, de la austriaca OMV y de la británica Royal Dutch Shell. Vale la pena recordar que la voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2 llevó Alemania a la actual recesión económica, que además todavía sigue extendiéndose a los demás países de la Unión Europea, sin entrar a mencionar el alza de los precios de la energía, que también afecta todos los hogares de la UE. En ambos casos, los europeos fueron incapaces de defender sus propios intereses.

Para llamar las cosas por su nombre, en septiembre de 2022, los dirigentes europeos permitieron que su principal «aliado» (Estados Unidos) dañara los intereses de todos los pueblos europeos con la voladura de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2. Ahora, en febrero de 2025, acaban de permitir que el régimen ucraniano hiciera lo mismo al atacar las instalaciones del Caspian Pipeline Consortium en Rusia.

Martes 18 de febrero
Las potencias europeas se enteraron por la prensa de que, en su primer encuentro en Riad (Arabia Saudita), el 18 de febrero, las delegaciones de Estados Unidos y Rusia se habían puesto de acuerdo para:
  • desnazificar Ucrania y convertirla en un país neutral;
  • respetar los compromisos que Occidente contrajo en el momento de la reunificación alemana y poner fin a la presencia de tropas de la OTAN en todos los países que entraron en esa alianza militar después de 1990.
O sea, el presidente Donald Trump abandonó el plan del general Keith Kellogg, su enviado especial para Ucrania —publicado en abril de 2024 por la America First Foundation—, y adoptó en su lugar el plan de Steve Witkoff, su enviado especial para el Medio Oriente, quien se había entrevistado en Moscú con el presidente Vladimir Putin, gracias a la intervención del heredero del trono de Arabia Saudita, el príncipe Mohamed ben Salman —esto explica que Riad fuese el escenario escogido para el primer contacto entre las delegaciones de Rusia y Estados Unidos. En definitiva, Kellogg todavía razonaba según las ideas de la OTAN, mientras que, durante su visita en Moscú, Witkoff escuchó, comprendió y verificó la justeza de la posición rusa.

Las potencias europeas pudieron comprobar rápidamente que Washington ya había enviado la orden de repliegue a ciertas unidades militares estadounidenses —en los países bálticos y en Polonia. Para las potencias europeas, aquello destruía su «arquitectura de seguridad». Por supuesto, no existe absolutamente ninguna amenaza inmediata de invasión rusa ni china. Pero, a largo plazo y teniendo en cuenta el tiempo necesario para un rearme europeo, todos dicen tener que prepararse para lo peor.

Miércoles 19 de febrero
El 19 de febrero los embajadores de los países miembros de la Unión Europea aprobaron el 16º paquete de «sanciones» (medidas coercitivas unilaterales) de esa entidad contra Rusia. Los ministros de Exteriores lo aprobarían oficialmente el 24 de febrero, en ocasión del tercer aniversario del inicio de la operación militar especial rusa en Ucrania. Al mismo tiempo, la Unión Europea decidía desconectar del sistema SWIFT 13 bancos rusos y prohibir la realización de transacciones con 3 instituciones financieras. La UE también adoptaba «sanciones» contra 73 barcos de la llamada «flota fantasma» rusa y contra 11 puertos y aeropuertos rusos acusados de burlar el «techo» de la Unión Europea para los precios del petróleo ruso. La Unión Europea también suspendía las licencias de transmisión de 8 medios rusos de prensa.

Ese mismo día, 19 de febrero, el presidente estadounidense Donald Trump daba libre curso a su cólera contra el ucraniano Volodimir Zelenski —cuyo mandato presidencial expiró en mayo de 2024. El presidente Trump calificaba a Zelenski de «dictador sin elecciones», mientras que en Kiev su enviado especial Keith Kellogg anulaba su conferencia de prensa conjunta con Zelenski. O sea, la administración Trump rompía con el régimen ucraniano, que la administración Biden se había empeñado en amamantar.

Jueves 20 de febrero
En Washington, el senador libertariano Mike Lee (Utah) presentaba al Senado un proyecto de ley que estipula la retirada total de Estados Unidos de la ONU. Al día siguente, el representante Chip Roy (Texas) presentaba el mismo texto a la Cámara de Representantes.

Si bien el presidente Donald Trump es un «jacksoniano» —un seguidor del 7º presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson, cuyo objetivo era reemplazar la guerra por los negocios— las élites políticas de Washington creen más que todo en el «excepcionalismo estadounidense», una teología política según la cual Estados Unidos es un pueblo elegido por Dios para aportar luz al resto del mundo. Eso implica que Estados Unidos no tiene por qué negociar con los demás y, sobre todo, no tiene que rendir cuentas ante ninguna instancia, internacional u otra.

El «excepcionalismo estadounidense» no debe confundirse con el «aislacionismo» que, en 1920, condujo el Senado estadounidense a rechazar la membresía de Estados Unidos a la Sociedad de Naciones (SDN, la antecesora de la ONU). La SDN, a diferencia de su sucesora la ONU, establecía una solidaridad militar entre los Estados que reconocían el derecho internacional. Aquello significaba que Estados Unidos tendría que aportar tropas al mantenimiento de la paz en Europa… y que las naciones europeas podían estar llamadas a intervenir en Latinoamérica, continente que Washington consideraba su «patrio trasero», según la «Doctrina Monroe».

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