Apagón: el fiasco de las renovables.


La incompetencia del actual gobierno quedó al desnudo hace unos días cuando el país sufrió un apagón total y se sumió en un caos sin precedentes. Afortunadamente ocurrió en un templado día de primavera y no en medio de una helada o de una ola de calor.

La población no fue informada y nadie sabía lo que estaba ocurriendo ni cuánto iba a durar. Las luces se extinguieron; los ascensores se pararon atrapando a sus ocupantes; los trenes y metros se detuvieron en mitad del campo o de oscuros túneles; las gasolineras dejaron de bombear; las comunicaciones enmudecieron y los medios electrónicos de pago se convirtieron en chatarra inútil. Lo peor de todo es que los enfermos cuya vida depende de ventiladores mecánicos vivieron horas angustiosas. Hubo muertos.

Las razones del apagón
¿Qué ocurrió? Para comprenderlo debemos dejar de distraernos con el incidente primario que dio lugar a la desestabilización del sistema (una avería, una desconexión…), que resulta irrelevante. En efecto, un sistema eléctrico robusto debería haber podido encajarlo con daños limitados en tiempo y alcance. De hecho, la red eléctrica sufre centenares de averías cada año que pasan desapercibidas para el consumidor.

El problema es que nuestro sistema eléctrico ha perdido su robustez y se ha convertido en inestable y frágil por culpa del exceso de energías renovables. Ésta es la causa remota del apagón, como enseguida identificó la prensa extranjera[1] (a lo largo de este artículo, renovable significará eólica y solar excluyendo la energía hidráulica, salvo especificación contraria).

Por lo tanto, la responsabilidad del apagón recae en la incompetencia y fanatismo verde de Sánchez y su exministra Ribera, y, anteriormente, en la política energética seguida desde 2004 por el tándem Zapatero-Rajoy. Hoy, un desproporcionado 54% de la potencia eléctrica instalada en nuestro país corresponde a energía eólica y solar, porcentaje que sigue creciendo por ideología y electoralismo, y no por el interés general. Esto implica que nuestro sistema eléctrico descansa sobre fuentes intermitentes y poco fiables, lo que lo ha convertido en un sistema frágil.

Un sistema frágil
La fragilidad es un concepto difícil de interiorizar. Si usted conduce sin cinturón, aumenta su fragilidad, pero puede que durante mucho tiempo no lo note. Sin embargo, si un día tiene un accidente, ir sin cinturón puede causar un daño irreparable en vez de quedarse todo en un pequeño susto.

Del mismo modo, puede que las renovables tengan mucho peso en el mix de generación y durante mucho tiempo nada ocurra, pero si se produce un incidente serio, la probabilidad de que se sufra un apagón total aumenta exponencialmente. La ignorante presidente de la REE, que ni dimite ni se disculpa, parece no comprender un concepto tan sencillo, pero, claro está, no está en su cargo por su currículum, sino por su afiliación política.

¿Por qué aumenta la fragilidad del sistema con las energías renovables? Explicarlo en tres párrafos no es sencillo, pues la física no es intuitiva, lo cual contribuye a la confusión de la población, para alegría de Sánchez.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la producción y el consumo de electricidad deben estar siempre en equilibrio. Este equilibrio mantiene el ritmo cardiaco del sistema eléctrico (la frecuencia) constante. Pero cuando producción y demanda se desequilibran la frecuencia deja de ser constante: si se genera más electricidad de la que se consume, la frecuencia sube; si la generación cae por debajo de la demanda, la frecuencia baja. El problema es que, a diferencia del corazón (que puede latir a 60 pulsaciones por minuto y también a 120), el sistema eléctrico sólo tolera pequeñas oscilaciones de frecuencia en un rango muy estrecho. Cuando las oscilaciones superan esos umbrales, ni los elementos de producción de electricidad (una central) ni los de consumo (su nevera) pueden funcionar correctamente.

Así, si se desestabiliza el sistema se produce una especie de arritmia que puede llegar a causar un paro cardiaco (el apagón), que es la desconexión en cascada por autoprotección de las fuentes de generación. Para evitarlo, toda buena red eléctrica posee un eficaz sistema doble de autorregulación que recupere la frecuencia (el pulso) normal.

Primero, las fuentes de energía que tienen inercia mecánica (con turbinas que giran) dotan de estabilidad al sistema ante pequeños incidentes. Es la misma inercia que hace que un coche o un barco continúen avanzando, aunque se haya parado el motor. La inercia resiste cambios rápidos en la frecuencia y da tiempo al operador a responder a contingencias, y se ha aprovechado para estabilizar las redes eléctricas desde 1882.

Segundo, si la fuente de energía es controlable y regulable, el operador podrá aumentar o disminuir a voluntad la producción eléctrica del mismo modo que subimos o bajamos el volumen de una radio. Las fuentes de energía que lo permiten se denominan «regulantes», e incluyen la hidráulica, el ciclo combinado, el carbón o el gas.

El fiasco de las renovables
Pues bien, las renovables no son regulantes ni poseen inercia utilizable. Por tanto, cuanto más peso tengan estas energías en la generación de electricidad, menos armas tendrá el sistema para corregir desequilibrios y mayor es la probabilidad de un apagón general.

Pero aún hay más. Las energías renovables son intermitentes, pues dependen de que sople el viento o luzca el sol, y pueden producir cuando haya poca demanda o dejar de hacerlo cuando haya mucha. En el pico de demanda eléctrica invernal la fotovoltaica apenas produce, pues hay pocas horas de sol, mientras que en el pico de demanda veraniega (por los aires acondicionados), la eólica produce menos, pues sopla menos viento.

De hecho, la producción eólica y solar varía de minuto en minuto debido a las rachas de viento o a nubes pasajeras, lo que lleva a preguntarnos qué sentido tiene utilizar fuentes volátiles para hacer frente a una demanda de electricidad que es mucho más estable.

La intermitencia de eólica y solar conlleva que posean un rendimiento escaso con un factor de capacidad del 22% y 16%, respectivamente, según datos de la REE. Dicho de otro modo, una planta fotovoltaica producirá a lo largo del año sólo la sexta parte de lo que podría producir si funcionara todos los días del año (24/7). En comparación, el factor de capacidad de la energía nuclear es del 82%.

El problema de la falta de rendimiento de las renovables se ha agravado conforme ha ido aumentado la capacidad instalada, pues las primeras plantas eólicas y fotovoltaicas ocuparon los lugares con mayor viento y radiación solar mientras las demás han ido ocupando zonas con condiciones técnicamente menos idóneas. La eficiencia del conjunto sólo puede ir a peor si siguen sumando nuevas centrales.

Además, el contraste entre la estabilidad de la demanda eléctrica y la inestabilidad e intermitencia de la producción de renovables exige que haya siempre fuentes de apoyo de generación tradicional para cuando el viento no sople y el sol no luzca (para empezar, de noche). Por ello, la expresión «100% renovables» supone una engañifa. Siempre hay detrás fuentes tradicionales.

Las renovables encarecen la factura eléctrica por una doble vía. Por un lado, exigen duplicar o sobredimensionar la potencia instalada. Por otro, exigir a las fuentes tradicionales arrancar y parar continuamente al capricho del sol y del viento (en vez de funcionar a su régimen normal de trabajo) aumenta su coste de mantenimiento y acorta su vida útil, al igual que un coche consume mucho más en ciudad —arrancando y parando constantemente— que cuando circula por carretera a velocidad constante. En definitiva, todo el sistema debe forzarse para acoplar artificialmente unas fuentes ineficientes que están ahí por razones fundamentalmente políticas.

Por último, los daños medioambientales que causan las renovables son evidentes: desde el punto de vista del terreno que ocupan, las plantas eólicas o fotovoltaicas exigen 28 y 18 hectáreas, respectivamente, por MW instalado, frente a las 5 Ha/MW de una central nuclear o de gas. Adicionalmente, las eólicas causan daños directos a la fauna y las fotovoltaicas producen un efecto de isla de calor aumentando la temperatura local, sin contar con el afeamiento estético que supone ver el campo arrasado por esos espantajos.

Un paso atrás
En definitiva, las energías renovables han sido menos un avance de la ciencia que el resultado de una moda política regada con generosas subvenciones a costa del consumidor y contribuyente, inicialmente a la construcción (que continúa hoy para el autoconsumo) y más tarde vía tarifa y prioridad de despacho. Si en nuestra política energética hubieran primado razones técnicas, las energías renovables podrían constituir un complemento, pero jamás se habrían convertido en la base de nuestro sistema eléctrico.

Las tecnologías eólica y fotovoltaica (y el mito del coche eléctrico que acompaña a la misma ideología[2]) no nos acercan al futuro, sino que nos retrotraen a un pasado tecnológicamente superado. En efecto, obligar a iluminar un país con luz solar y molinos de viento es como volver a iluminar las casas con candelabros o volver a la máquina de vapor en los trenes o a la vela para al transporte marítimo. Se trata de energías que, en general, poseen características que las hacen inferiores a las fuentes de generación tradicionales.

Por todo ello, no sorprende que, como nos recordaba un analista español[3], dos estudios recientes de instituciones norteamericanas (referidos al mercado de EEUU) califiquen a las energías eólicas y fotovoltaicas como las peores fuentes de generación eléctrica posibles[4].

El avance tecnológico de la civilización siempre ha respondido al intento del ser humano de controlar su destino sin depender de la tiranía de la naturaleza, de los elementos, de las estaciones, de la hora del día o de la geografía. Considerar un avance volver a depender de ellos dice poco de la inteligencia colectiva de las sociedades del s. XXI.

Los expertos lo preveían
El gobierno ha aparentado sorprenderse ante un apagón que califica de imprevisible. Sin embargo, no faltaron voces que lo vieron venir.

Por ejemplo, un informe enviado a la Comisión Europea en 2020 advertía con claridad de los peligros de la excesiva penetración de energías renovables: «Se espera que los problemas relacionados con la inercia puedan provocar inestabilidad del sistema, incluyendo desconexiones de carga o incluso un apagón»[5].

Este informe no es una excepción, pues expertos de todo el mundo lo venían advirtiendo desde hace tiempo[6]. En 2018, el último expresidente de la REE con perfil técnico prevenía de los apagones que produciría la obsesión por las renovables[7].

En la misma línea, un ensayo que me envió en 2021 su autora, M.L., ingeniera industrial y lectora de este blog desde hace años, advertía lo siguiente: «Un sistema de generación con más de un 30% o 40% de fuentes no regulantes y sin inercia (como son las eólicas y fotovoltaicas) puede tener como resultado un cero energético: dejar a todos a oscuras. Cada vez que superamos ese 30% o 40% de producción estamos comprando papeletas de la rifa para un problema gordo. Quizá hasta que no nos toque uno de esos premios gordos no se empezarán a levantar voces de alarma con peso técnico».

Y terminaba advirtiendo (repito, en 2021): «Debemos recordar que Francia tiene sus redes calibradas automáticamente de forma que en caso de un accidente relevante en la Península cortarían amarras con nosotros para no extender el contagio en cadena, de forma que no les tumbemos su sistema (…). Si tenemos un problema gordo, nuestros vecinos nos convertirán en isla, aumentando la gravedad del problema y su gestión, antes de verse ellos salpicados también»[8].
[8] Citado con permiso de la autora respetando su petición de anonimato.

Este apagón también tenía precedentes internacionales similares, aunque de menor alcance y duración. Todos ellos tuvieron como factor común un desproporcionado peso de energías renovables en el momento en que se produjo el incidente primario, lo que impidió que la red lograra estabilizarse. Es el caso del apagón de Chile hace sólo tres meses, con las renovables constituyendo el 80% del mix de generación[9] (ligeramente superior al que teníamos en España el 28 de abril[10]), o el del sur de Australia en 2016, cuando sólo la eólica proveía el 50% de la generación[11].

Otras observaciones
Además del fiasco de las energías renovables y de la incompetencia gubernamental, el apagón ha puesto de manifiesto el preocupante estado de postración en que se encuentra nuestro país.

Causa estupor la falta de indignación de parte de la opinión pública, que parece disimular su aborregamiento tras una máscara de humor fatalista. Esta actitud resulta incomprensible ante la extrema gravedad del apagón y la inmoralidad psicopática de Sánchez, impertérrito y chistoso en la reunión del Consejo de Seguridad Nacional.

También produce perplejidad la tibia reacción de la no-oposición, que muestra, una vez más, esa extraña flojedad cuyo origen ignoro, pero que comienza a tener tintes patológicos. Las consecuencias comienzan a ser funestas, pues la principal razón de la permanencia de Sánchez en el poder es la ausencia de oposición: el gobierno más destructivo de los últimos 80 años tiene enfrente a la oposición flower power más meliflua de la historia.

Comprendo que al principal partido de la oposición le sea difícil criticar la ideología climática responsable última del apagón, pues la comparte. Sin embargo, al PP le ocurre algo más allá de su carácter de marca blanca del PSOE. En efecto, su actual líder desperdicia balones a portería vacía: no es que falle; es que renuncia a tirar. Y si no está a la altura ahora, ¿por qué habrá de estarlo una vez en el gobierno?

Finalmente, el apagón ha sacado a la luz la colonización institucional de nuestra clase política, que ha alcanzado con Sánchez un paroxismo parasitario. Como decía Julián Marías, parece que el Estado de 1978 se creó para los partidos, y no los partidos para el Estado. Para los políticos, las instituciones y empresas públicas (y también privadas, como REE, Indra o Telefónica) son un «retiro dorado» para enchufados.

Necesitamos un sistema eléctrico fiable, no verde
El gobierno ya ha anunciado que continuará con su fanatismo verde, lo que garantiza que el apagón se repita en el futuro de forma imprevisible. ¿Tan difícil es comprender que el sistema eléctrico no tiene que ser verde, sino fiable? La sociedad entera se apoya en la electricidad, como pudimos comprobar el otro día, y verde y fiable son incompatibles, pues la electricidad no obedece a las leyes del Parlamento, sino a las leyes de la Física.

El único modo de evitar «una vida vivida ente apagones intermitentes»[12], es paralizar la construcción de nuevas plantas eólicas y solares y asegurar en todo momento una base sólida de fuentes síncronas, inerciales y regulantes. También resulta crucial mantener las actuales centrales nucleares e incluso construir más, pues dotan de enorme estabilidad al sistema. Recuerden que en Francia casi el 70% de la electricidad producida procede de la energía nuclear.  

Cómo no, Sánchez ha dicho que el apagón no se repetirá, pero, si no sabe explicar qué ha ocurrido, ¿cómo va a garantizar que no se repita? Lo siguiente serán restricciones periódicas al consumo de carácter obligatorio, es decir, cartillas de racionamiento energético: como decían los chicos de Davos, «no tendrás nada y será feliz».

Una reflexión final. No olviden que el dinero en efectivo que la UE nos quiere arrebatar les salvó cuando las tarjetas no funcionaban, y que fueron los viejos y fiables motores de combustión de los generadores, alimentados por los extraordinarios combustibles fósiles a los que la humanidad tanto debe, los que permitieron a los hospitales salvar vidas.

La respuesta de los miembros de la Unión Europea al presidente Trump.

La cumbre de la OTAN que va a realizarse en La Haya podría marcar el fin de la Unión Europea. El presidente de Estados Unidos ha anunciado que es posible que cese de garantizar la seguridad de la UE. Si eso llegara a suceder sería urgente reorganizar la estabilidad del continente europeo. Pero Washington ya tiene la solución: crear una estructura alrededor de Polonia para reemplazar la actual, establecida alrededor de Alemania.

A partir del 24 de junio, La Haya (Países Bajos) será la sede de la cumbre de jefes de Estado y/o de gobierno de los países miembros de la OTAN. Ese encuentro podría ser un momento decisivo para ese bloque bélico ya que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, advirtió a sus aliados, desde que regresó a la Casa Blanca, que si cada Estado miembro de la OTAN no dedica al menos el 5% de su PIB anual a la defensa, el Pentágono estadounidense abandonará su estatus de líder de las fuerzas de la OTAN en Europa —hace 5 meses, la mayoría de los miembros de la OTAN no dedicaban ni al 2,5% del PIB nacional al sector de la defensa.

Es claramente imposible que los Estados miembros de la OTAN logren alcanzar la «meta» que Washington les ha fijado. Asi que el anuncio del presidente Trump puede estar a punto de convertirse en realidad. En todo caso, el Pentágono ya tiene planeada la retirada de las fuerzas estadounidenses presentes en Europa.

La visita imprevista del presidente de Polonia, Andrzej Duda, al presidente Donald Trump

A principios de este año, el presidente de Polonia, Andrzej Duda, viajó precipitadamente a Washington con intenciones de reunirse urgentemente con su homólogo estadounidense. Aunque se trataba de un encuentro totalmente imprevisto, el presidente Duda finalmente logró ver al presidente Trump durante algunos minutos, el 22 de febrero, al margen de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC). El presidente Duda aseguró al presidente Trump que Polonia ya había iniciado, desde hacía años, un proceso de reestructuración de sus fuerzas armadas, que aspiraba a conformar el ejército más numeroso de toda la zona de Europa occidental y central pero que no podía ir más rápido. Donald Trump se mostró comprensivo y le concedió un nuevo plazo: Polonia será el último país en el calendario de retirada de las tropas estadounidenses.

Mientras tanto, en París y en Londres se organizaban, una tras otra, apresuradas reuniones de ministros de Defensa y de jefes de los estados mayores. En aquellas reuniones se hablaba de la posibilidad de sustituir el «paraguas nuclear» de Estados Unidos con los de Francia y Reino Unido. Pero esa proposición enfrenta numerosos obstáculos: para empezar, Reino Unido no dispone realmente del arma atómica ya que sus medios nucleares dependen sobre todo de Estados Unidos. Por otra parte, el uso del arma atómica tiene que estar en manos de un solo poder político y eso implica que los Estados que se ponen bajo la protección de otro Estado tienen que confiar enteramente en su protector.

En definitiva, todas aquellas discusiones se interrumpieron cuando Washington suspendió totalmente —por 5 días— sus entregas de información de inteligencia a los demás países de la OTAN. Esa fue una manera particularmente cruel de recordar a las capitales europeas que, sin la cooperación de Estados Unidos, sus ejércitos no son gran cosa. En el campo de batalla ucraniano, el armamento suministrado por la Unión Europea simplemente dejó de funcionar. La derrota era inminente. Se comprobó así que las elucubraciones sobre una defensa europea independiente, garantizada por los países de la Unión Europea, son totalmente ilusorias.

Toda aquella efervescencia, caracterizada por encuentros que suceden rápidamente, corresponde al tipo de negociaciones que Donald Trump suele provocar. Ese ambiente le permite zarandear a sus interlocutores, obligarlos a plantearse todo tipo de soluciones, hasta que él les muestra implacablemente que nada pueden hacer sin contar con él y, a fin de cuentas, les impone sus soluciones.

A principios de junio, Reino Unido publicó su Strategic Defence Review 2025, una elegía a la protección estadounidense. En el más puro estilo británico, el ministro de Defensa del Reino Unido agregó a ese documento el anuncio de la adquisición de bombarderos Lockheed Martin F-35 Lightning II, capaces de utilizar armas atómicas. Londres todavía no alcanza la famosa meta del 5% del PIB dedicado a los gastos militares, pero la compra anunciada de bombarderos con capacidad nuclear a Estados Unidos abre la posibilidad de contratos de una envergadura tan importante que Londres siente que puede obtener a cambio una prolongación de la protección estadounidense.

La cumbre de los «Nueve de Bucarest», reunión en Vilnius entre países nórdicos, miembros de la OTAN y Ucrania

Más conformes con las exigencias de Donald Trump, los «Nueve de Bucarest» (los países bálticos, la República Checa, Eslovaquia, Hungría y Bulgaria) y los países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia), se reunieron la semana pasada en Vilnius (Lituania). Esos 14 Estados se comprometieron, todos, a dedicar el 5% de su PIB a los gastos militares durante el año 2025. O sea, esos países se pliegan a la voluntad de Washington… aunque a veces recurren a trucos como incluir las cuentas de la policía en los gastos de defensa.

Ese es el sentido de la propuesta del secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte. El 5 de junio, en la reunión de los ministros de Defensa de la alianza atlántica, Rutte declaró que un plan de inversión global de 5% podría dividirse en una primera fase de 3,5% para los objetivos vinculados a las capacidades y en una segunda fase de un 1,5% para inversiones, con la condición de que los Estados miembros se comprometan a aceptar la aplicación de planes anuales que permitirían verificar que respetan sus compromisos.

Esta solución parece ser considerada satisfactoria por el secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth. «Pensamos que hay un consenso cercano, digamos incluso que estamos cerca de un consenso, sobre un compromiso de 5% para la OTAN en La Haya», declaró Hegseth, quien anunció además que el próximo comandante en jefe de las fuerzas de la OTAN en Europa (SACEUR) sería el general estadounidense de origen bielorruso Alexus Grynkewich.

Sin embargo, España sigue oponiéndose el objetivo del 5%, públicamente rechazado el 20 de mayo por la ministro española de Defensa, Margarita Robles. (Será lo único que hayan hecho bien).

Ya en vísperas de la cumbre de La Haya, quedan entonces 17 Estados miembros de la OTAN que todavía no satisfacen las exigencias de Donald Trump. ¿Cómo reaccionará Washington? El presidente Trump puede decidir que Estados Unidos retira su protección a esos 17 países, entre los que se encuentran Alemania, Francia y Reino Unido. Pero también podría considerar que, dado el hecho que algunos miembros de la OTAN ya se han comprometido, puede conceder un plazo a los demás.

La señora Ursula von der Leyen se ve a sí misma como la emperatriz de Europa

Exploremos la primera posibilidad, la que modifica el panorama. El Tratado de Lisboa plantea que la seguridad de la Unión Europea no la garantizan los miembros de esa entidad supranacional sino la OTAN. La primera posibilidad pondría instantáneamente a la Unión Europea en la situación de un gigante económico totalmente desnudo.

Pero los expertos de la Unión Europea no creen que Donald Trump llegue a poner en ejecución su amenaza. Esos expertos estiman que los demás miembros de la OTAN podrán argumentar que la exigencia del 5% del PIB nunca fue aceptada en una cumbre la alianza —la última exigencia que se mencionó en una cumbre era del 3%— y esos expertos creen que Trump no se atreverá a ir hasta las ultimas consecuencias exigiendo el respeto de una regla que ha definido sólo de manera puramente oral. Y si creen eso no es porque la OTAN sea una organización respetuosa del derecho internacional sino porque Estados Unidos resultará más creíble si se despliega en el Extremo Oriente dejando detrás, en Europa, una situación estable.

El 29 de mayo, al recibir el Premio Carlomagno en Aquisgrán, la presidente de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, presentó su visión personal sobre el futuro de la UE. Según la señora von der Leyen, la Unión Europea debe completar la integración de todos los países de los Balcanes y del este de Europa (exceptuando Rusia y Bielorrusia); convertirse en una gigantesca gran potencia económica y garantizar su seguridad por sí misma. Pero la emperatriz europea dejó sin respuesta la pregunta fundamental. ¿Qué interés tendrían los países miembros en seguir dentro de la UE si Estados Unidos ya no garantiza la protección?

En 2017, el presidente Donald Trump asistió a la cumbre de la «Iniciativa de los Tres Mare»

Volvamos a la hipótesis en la que Estados Unidos retira su protección a los 17 países que no satisfacen la exigencia del 5%. Donald Trump ha dicho abiertamente que considera que, si bien la UE surgió de la aplicación de una cláusula secreta del Plan Marshall, esa entidad supranacional es actualmente parte del «Imperio estadounidense» que él rechaza. Y ha dicho públicamente que, en la práctica la Unión Europea sólo perjudica a Estados Unidos —entiéndase que para Donald Trump, Estados Unidos no es lo mismo que el «Imperio estadounidense». Donald Trump tampoco oculta su apoyo a la «Iniciativa de los Tres Mares», o sea a la reorganización del continente alrededor de Polonia y Lituania, mientras que la Unión Europea actual está organizada alrededor de la Alemania reunificada.

Esta forma de ver las cosas tiene mucho que ver con la historia. Desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, el Reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania conformaron la «República de las Dos Naciones». Aquel Estado binacional logró proteger a sus súbditos de los ataques de la Orden Teutónica, del Imperio ruso y del Imperio sueco, hasta que fue desmantelado como consecuencia de la oposición de una parte de la nobleza polaca y de su alianza con el imperio zarista. Sin embargo, en el periodo intermedio entre las dos guerras mundiales, el general polaco Jozef Pilsudki (sucesivamente Jefe de Estado de la República de Polonia y presidente del Consejo de ministros) trató de resucitar la República de las Dos Naciones. Ese es el principio del proyecto denominado Intermarium, ahora designado como «Iniciativa de los Tres Mares», un organismo intergubernamental que ya cuenta 13 Estados miembros: Austria, Bulgaria, Croacia, Estonia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia y la República Checa. Moldavia y Ucrania son miembros asociados de la Iniciativa de los Tres Mares, pero ya es evidente que Polonia no es favorable a la membresía de Ucrania y que sólo quiere incorporar el noreste de Ucrania, o sea la Galitzia oriental.

Durante su primer mandato presidencial, Donald Trump participó, en 2017, en la cumbre de la Iniciativa de los Tres Mares y no disimula su deseo de que esa organización tome el lugar de la actual Unión Europea.

La firma del Tratado de Nancy

En un esfuerzo por no quedar relegada, Francia ha reactivado el «Triángulo de Weimar» (Alemania, Francia y Polonia) y el pasado 9 de mayo el presidente francés Emmanuel Macron firmó con el primer ministro de Polonia, Donald Tusk, el Tratado de Nancy, que fortalece la cooperación militar entre los dos países, pero aún en el marco de la OTAN.

Lo que sí es seguro es que la eventual desaparición de la Unión Europea tendría como consecuencia inmediata el resurgimiento de numerosos conflictos territoriales. Y la Historia demuestra que, desde los tiempos de Carlomagno hasta Adolf Hitler, los europeos no han logrado prácticamente nunca vivir sin guerrear entre sí.

Revolución conservadora. El legado de Moeller van den Bruck 100 años después.

 

Hace cien años, el intelectual y líder del conservadurismo alemán Arthur Moeller van den Bruck se suicidó de un disparo en la sien en Berlín, el 30 de mayo de 1925, por motivos misteriosos. Había nacido en Solingen el 23 de abril de 1876. Tenía sólo 49 años y ya era una figura conocida y admirada como estudioso de la historia del arte y profundo exégeta del movimiento político cultural de su época.

La filosofía de la historia fue su especialidad, que cultivó con habilidad ejemplar, ganándose a los círculos de la derecha cultural alemana. De 1904 a 1910 publicó la obra enciclopédica Die Deutschen y en 1914 se alistó como voluntario en la Wehrmacht, combatiendo en el frente con honor. Su fama pronto traspasó las fronteras de Alemania y, sobre todo en Italia, se dio a conocer en los círculos artísticos y literarios por su obra Die italienische Schönheit (La belleza italiana) sobre el arte de nuestro país, que recorrió por todas partes. Cuando se publicó la obra, en 1913, ya se había hecho un nombre como traductor. En particular, entre 1906 y 1922 tradujo al alemán todas las obras de Dostoievski.

En 1916 escribió su primer ensayo en el que hacia una apología del nacionalismo alemán: Der preußische Stil (El estilo prusiano). Pero su mejor y más famosa obra se publicó en 1923: Das Dritte Reich (El Tercer Reich), que nada tenía que ver con el nacionalsocialismo. En ella formuló una acérrima crítica del liberalismo que le consagró como precursor de la Revolución Conservadora e inspiró este movimiento de pensamiento hasta el punto de convertirse en un autor de referencia para todos aquellos que se oponían a la República de Weimar.

Das Dritte Reich se inspira profundamente en el ejemplo del fascismo italiano para la idea del «sometimiento del radicalismo económico mediante la acción de un régimen armado» y en él el autor esboza la necesidad para la Alemania de posguerra de un «tercer Reich» entendido no sólo en un sentido histórico-político como sucesor del Imperio alemán, sino también como síntesis de conservadurismo y socialismo.

A pesar de su nacionalismo y de su oposición al marxismo, al liberalismo, al capitalismo y al parlamentarismo, Moeller van den Bruck fue un temprano y feroz crítico de Adolf Hitler (de quien, al igual que Oswald Spengler, rechazó la propuesta de colaborar con su movimiento), no reparó en las consecuencias cuando llegó a acusarle de «primitivismo proletario» y de su incapacidad para fundamentar intelectualmente el nacionalsocialismo, a pesar de la influencia que la obra ejerció sobre el futuro Führer y su partido, que se apropiaron de muchos temas de la obra, tergiversándolos para sus propios fines. Ante todo, el Tercer Reich, aunque con el paso de los años se fueron distanciando de él.

En vísperas de la publicación de la obra, van den Bruck incluyó un prefacio en el que se distanciaba preventivamente de cualquier consecuencia política que la obra pudiera engendrar: «El Tercer Reich no es más que una idea filosófica y no para este mundo, sino para el otro. Alemania podría muy bien perecer soñando con el Tercer Reich». Para llevar a cabo esta idea filosófica, creía que Alemania necesitaría un superhombre del tipo descrito por Nietzsche, pero que este individuo no podía ser ni Hitler ni ningún otro contemporáneo.

Durante el mismo periodo de redacción de Das Dritte Reich padeció sífilis nerviosa, que le provocaba frecuentes periodos de inconsciencia y parálisis, así como alucinaciones devastadoras, lo que se vio agravado por la repentina muerte de su hijo Peter Wolfgang.

Friedrich Nietzsche, H.S. Chamberlain y Julius Langbehn ejercieron una influencia decisiva en su pensamiento. Tras la catástrofe del mundo guillermino, Moeller se acercó con más decisión a la filosofía política e inició una larga meditación sobre el destino de Alemania y Europa. Además de Das Dritte Reich, que, como se ha dicho, influiría en numerosos intelectuales en busca de un pensamiento innovador, inspirando sobre todo el Juniklub que más tarde se convertiría en el famoso y conocido Herrenklub, bajo su dirección se publicaron las revistas revolucionario-conservadoras Das Gewissen y Der Ring.

Pero fueron sobre todo los jóvenes conservadores del grupo Die Standarte, al que pertenecía, entre otros, Ernst Jünger, quienes se inspiraron en el mito agitado por Moeller, a saber, el de un nuevo imperio.

La tesis central de los libros que le dieron fama era que los responsables de la crisis alemana eran los partidos políticos incapaces de ofrecer respuestas a la crisis existencial y cultural que envolvía a Alemania.

Frente a ellos, el erudito llamó a una «revolución» del espíritu antes que de la política. Una revolución que sería evidentemente nacional, solidarista y antiliberal. La reacción a la subversión, sostenía, no podía bastar: era necesario «preservar» los valores tradicionales sobre los que basar una nueva comunidad de destino. Moeller no tuvo tiempo de ver qué giro tomarían los acontecimientos para tomar la inexplicable decisión de quitarse la vida.

Edizioni Settimo Sigillo publicó la traducción italiana de su obra principal y la no menos importante antología L'uomo politico. Su lectura permite hacerse una idea del calibre cultural de uno de los intelectuales europeos (de posguerra) más influyentes y olvidados.

El gran juego de la guerra.

El presidente estadounidense Donald Trump sigue creando incertidumbre. Amenaza al presidente ruso Vladimir Putin y al mismo tiempo declara que todo lo que está sucediendo es culpa del ucraniano Volodimir Zelenski. De todo lo que dice Trump, sus aliados del G7 sólo retienen lo que les conviene y ahora se preparan para celebrar la victoria de los nacionalistas integristas ucranianos y para financiar la reconstrucción de Ucrania. Poco importa que no exista tal «victoria» y que no haya dinero para pagar la reconstrucción de la que tanto hablan. Para los dirigentes occidentales la guerra es sólo un juego, pero somos nosotros quienes la pagamos.

Los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales de los países miembros del G7 se reunieron en Canadá del 20 al 23 de mayo.

Mientras se plantea la posibilidad de decretar «sanciones» contra Rusia, Donald Trump declara: «Putin está matando un montón de gente. ¿Qué diablos le pasa? Se ha vuelto absolutamente loco, lanza misiles y drones sobre las ciudades de Ucrania sin ningún motivo. Lo que Putin no entiende es que si no fuese por mí muchas cosas verdaderamente feas le habrían sucedido ya a Rusia, cosas realmente feas. ¡Está jugando con fuego!»

La agencia TASS reporta que el día que Putin visitó la región rusa de Kursk, ya liberada de las fuerzas ucranianas que la habían invadido, el helicóptero en el que viajaba estuvo en el epicentro de una oleada de drones ucranianos, finalmente destruidos por la defensa antiaérea rusa.

El nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, ha asegurado que «Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido ya no impodrán restricciones de radio de acción al uso por parte de Ucrania de las armas que sus aliados occidentales le suministran, lo cual significa que Ucrania podrá apuntar a objetivos situados más profundamente en Rusia».

Mientras tanto, «la crema» de Occidente —los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales de los países del G7— se reunía en Canadá con los jefes del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y de la Financial Stability Board (la Junta de Estabilidad Financiera). El ministro de Finanzas de Ucrania fue invitado a participar en ciertos momentos del encuentro.

En el comunicado final, los participantes declaran: «Condenamos la guerra continua y brutal de Rusia contra Ucrania y elogiamos la inmensa capacidad de recuperación del pueblo y de la economía de Ucrania. El G7 mantiene su compromiso de apoyar incondicionalmente a Ucrania en la defensa de su integridad territorial y de su derecho a existir, así como de su libertad, su soberanía y su independencia hacia una paz justa y duradera. Estamos de acuerdo en el hecho que la movilización del sector privado será importante para la recuperación y la reconstrucción de Ucrania, con costos que el Grupo del Banco Mundial ha estimado en 524 millardos de dólares».

Esta futura y colosal asignación de fondos públicos, en detrimento de los gastos sociales, se decidirá definitivamente en la conferencia que tendrá lugar en Roma, el 10 y el 11 de julio próximos.