El presidente ruso Vladimir Putin anunció la proclamación de un alto al fuego en Siria, acordado con Turquía, país que hasta ahora había sido el principal respaldo operativo de los yijadistas. ¿Cómo se explica este giro inesperado? ¿Logrará el Presidente turco Erdoğan mover su país de la esfera influencia de Estados Unidos a la de Rusia? ¿Cuáles son las causas y consecuencias de este importante cambio de bando?
Desde 2013, Washington ha dejado de ver a Recep Tayyip Erdoğan como un aliado confiable. Debido a ello, la CIA realizó diversas operaciones no contra Turquía sino directamente contra Erdoğan. En mayo-junio de 2013, la CIA organiza y respalda el movimiento de protesta del parque Taksim Gezi. Durante las elecciones legislativas turcas de junio de 2015, la agencia estadounidense financia y maneja el partido de las minorías HDP para limitar los poderes del presidente Erdoğan. Recurre a esa misma táctica en las elección de noviembre de 2015, pero el poder turco logra «arreglarlas». La CIA pasa entonces de la política a la acción secreta. Organiza 4 intentos de asesinato, de los que el más reciente —en julio de 2016— termina muy mal, cuando la agencia estadounidense empuja un grupo de oficiales kemalistas a tratar de dar un golpe de Estado sin ninguna preparación.
Recep Tayyip Erdoğan se halla, por lo tanto, en la misma posición que el primer ministro italiano de los años 1970, Aldo Moro: está a la cabeza de un país miembro de la OTAN y enfrenta la hostilidad de Estados Unidos. A Aldo Moro, la OTAN logró eliminarlo manipulando un grupo de extrema izquierda. Pero no ha logrado liquidar a Erdoğan.
Por otro lado, para ganar las elecciones en noviembre de 2015, Erdoğan tuvo que captar a los supremacistas turco-mongoles reactivando unilateralmente el conflicto con la minoría kurda. De hecho, a su base electoral islamista del AKP le agregó los supuestos «nacionalistas» del MHP. En cuestión de meses mató más de 3.000 ciudadanos turcos, miembros de la etnia kurda y arrasó varias aldeas, incluso barrios de grandes ciudades.
Para terminar, al servir de intermediario para la entrega a al-Qaeda y al Emirato Islámico (Daesh) del armamento que enviaban Arabia Saudita, Qatar y la OTAN, Erdoğan estableció una estrecha relación con las organizaciones yijadistas. No dudó en utilizar la guerra contra Siria para echarse dinero en el bolsillo, a título personal. Primero lo hizo apoderándose de las maquinarias de las fábricas de Alepo —desmontadas y trasladadas a Turquía— y luego traficando con el petróleo y las antigüedades robados por los yijadistas. Todo el clan Erdoğan fue vinculándose paulatinamente a los yijadistas. Por ejemplo, su actual primer ministro, el mafioso Binali Yıldırım, organizó talleres para la fabricación de artículos falsificados en los territorios que administra Daesh.
Pero la intervención del Hezbolá en la segunda guerra contra Siria —a partir de julio de 2012— y después la intervención de la Federación Rusa —en septiembre de 2015— imprimieron un giro al conflicto. La gigantesca coalición de los «Amigos de Siria» ha perdido gran parte del terreno que ocupaba y está encontrando cada vez más dificultades para reclutar nuevos mercenarios. Miles de yijadistas han abandonado el campo de batalla y ya se han replegado hacia Turquía.
Pero la mayoría de esos individuos son incompatibles con la civilización turca. El problema es que los yijadistas no fueron reclutados como un ejército coherente sino para reunir el mayor número posible de elementos armados. Llegaron a ser al menos 250.000, quizás incluso muchos más. Al principio eran delincuentes árabes bajo las órdenes de miembros de la Hermandad Musulmana. Progresivamente, fueron agregándose los sufistas naqchbandis del Cáucaso e Iraq, e incluso jóvenes occidentales sedientos de revolución.
Turquía es un país miembro de la OTAN, aliado de Arabia Saudita, amo del yijadismo internacional desde que el príncipe saudita Bandar bin Sultán tuvo que ser hospitalizado —en 2012— y padrino de la Hermandad Musulmana desde el derrocamiento de Mohamed Morsi en Egipto y la discrepancia entre Doha y Riad, en 2013 y 2014. En noviembre de 2015, Turquía llegó incluso a atacar a Rusia, derribando un Sukhoi Su-24 y provocando con ello una ruptura de relaciones diplomáticas con Moscú.
Pero esa misma Turquía acaba de apadrinar el alto al fuego en Siria, diseñado por Rusia. ¿Por qué?
Desde 2013, Washington ha dejado de ver a Recep Tayyip Erdoğan como un aliado confiable. Debido a ello, la CIA realizó diversas operaciones no contra Turquía sino directamente contra Erdoğan. En mayo-junio de 2013, la CIA organiza y respalda el movimiento de protesta del parque Taksim Gezi. Durante las elecciones legislativas turcas de junio de 2015, la agencia estadounidense financia y maneja el partido de las minorías HDP para limitar los poderes del presidente Erdoğan. Recurre a esa misma táctica en las elección de noviembre de 2015, pero el poder turco logra «arreglarlas». La CIA pasa entonces de la política a la acción secreta. Organiza 4 intentos de asesinato, de los que el más reciente —en julio de 2016— termina muy mal, cuando la agencia estadounidense empuja un grupo de oficiales kemalistas a tratar de dar un golpe de Estado sin ninguna preparación.
Recep Tayyip Erdoğan se halla, por lo tanto, en la misma posición que el primer ministro italiano de los años 1970, Aldo Moro: está a la cabeza de un país miembro de la OTAN y enfrenta la hostilidad de Estados Unidos. A Aldo Moro, la OTAN logró eliminarlo manipulando un grupo de extrema izquierda. Pero no ha logrado liquidar a Erdoğan.
Por otro lado, para ganar las elecciones en noviembre de 2015, Erdoğan tuvo que captar a los supremacistas turco-mongoles reactivando unilateralmente el conflicto con la minoría kurda. De hecho, a su base electoral islamista del AKP le agregó los supuestos «nacionalistas» del MHP. En cuestión de meses mató más de 3.000 ciudadanos turcos, miembros de la etnia kurda y arrasó varias aldeas, incluso barrios de grandes ciudades.
Para terminar, al servir de intermediario para la entrega a al-Qaeda y al Emirato Islámico (Daesh) del armamento que enviaban Arabia Saudita, Qatar y la OTAN, Erdoğan estableció una estrecha relación con las organizaciones yijadistas. No dudó en utilizar la guerra contra Siria para echarse dinero en el bolsillo, a título personal. Primero lo hizo apoderándose de las maquinarias de las fábricas de Alepo —desmontadas y trasladadas a Turquía— y luego traficando con el petróleo y las antigüedades robados por los yijadistas. Todo el clan Erdoğan fue vinculándose paulatinamente a los yijadistas. Por ejemplo, su actual primer ministro, el mafioso Binali Yıldırım, organizó talleres para la fabricación de artículos falsificados en los territorios que administra Daesh.
Pero la intervención del Hezbolá en la segunda guerra contra Siria —a partir de julio de 2012— y después la intervención de la Federación Rusa —en septiembre de 2015— imprimieron un giro al conflicto. La gigantesca coalición de los «Amigos de Siria» ha perdido gran parte del terreno que ocupaba y está encontrando cada vez más dificultades para reclutar nuevos mercenarios. Miles de yijadistas han abandonado el campo de batalla y ya se han replegado hacia Turquía.
Pero la mayoría de esos individuos son incompatibles con la civilización turca. El problema es que los yijadistas no fueron reclutados como un ejército coherente sino para reunir el mayor número posible de elementos armados. Llegaron a ser al menos 250.000, quizás incluso muchos más. Al principio eran delincuentes árabes bajo las órdenes de miembros de la Hermandad Musulmana. Progresivamente, fueron agregándose los sufistas naqchbandis del Cáucaso e Iraq, e incluso jóvenes occidentales sedientos de revolución.
Esta increíble mezcolanza no puede mantenerse si se desplaza a Turquía. En primer lugar, porque los yijadistas ahora quieren tener su propio Estado, y parece imposible que puedan proclamar otra vez el Califato en Turquía. Y también por todo tipo de razones de orden cultural. Por ejemplo: los yijadistas árabes han adoptado el wahabismo de los donantes sauditas. Según esa ideología del desierto, la Historia no existe. Por eso han destruido numerosas ruinas antiguas, supuestamente porque el Corán prohíbe los ídolos. Si bien esa óptica no ha encontrado problemas en Ankara, nadie concibe que los dejen tocar el patrimonio turco-mongol.
De hecho, en este momento Erdoğan tiene —además de Siria— otros 3 enemigos:
1. Estados Unidos y sus aliados turcos —el FETO, organización del islamista burgués Fethullah Gulen;
2. Los kurdos independentistas, sobre todo el PKK;
3. Las pretensiones de los yijadistas, principalmente los de Daesh, de crear un Estado sunita.
El interés de Turquía sería aplacar prioritariamente sus conflictos internos con el PKK y con el FETO. Pero el interés personal de Erdoğan es encontrar un nuevo aliado. Después de haber sido aliado de Estados Unidos, durante el ascenso estadounidense, ahora quiere convertirse en aliado de Rusia, que ya es la primera potencia militar del mundo en materia de guerra convencional.
Operar este cambio de bando parece particularmente difícil en la medida en que Turquía es miembro de la OTAN, organización de la que nadie ha logrado salir. Quizás pudiera, en un primer momento, salir del mando militar integrado, como hizo Francia en 1966. Y hay que recordar que en aquella época Charles De Gaulle tuvo enfrentar un intento de golpe de Estado y fue objeto de numerosos intentos de asesinato por parte de la OAS, organización financiada… por la CIA.
Suponiendo que Turquía lograse manejar ese cambio, todavía tendría que hacer frente a otros dos grandes problemas.
En primer lugar, aunque no se conoce con precisión la cantidad de yijadistas desplegados en Siria e Iraq, es posible estimar que ya queden sólo entre 50.000 y 200.000. Sabiendo que esos mercenarios son masivamente irrecuperables, ¿qué se puede hacer con ellos? El acuerdo de alto al fuego, redactado de manera voluntariamente imprecisa, deja abierta la posibilidad de atacarlos en Idlib. Esa gobernación siria se halla bajo la ocupación de una serie de grupos armados, sin vínculos entre sí pero bajo la coordinación de la OTAN, desde el LandCom, instalado en Esmirna —precisamente en Turquía—, a través de ONGs «humanitarias». Contrariamente a Daesh, esos yijadistas no han sabido organizarse correctamente y siguen dependiendo de la ayuda de la OTAN. Esa ayuda les llega a través de la frontera turca, que podría cerrarse de un momento a otro. Sin embargo, si bien resulta fácil controlar los camiones que siguen rutas bien definidas, no es posible cortar el paso a los hombres que se mueven a campo traviesa. Miles, quizás decenas de miles de yijadistas, podrían huir próximamente hacia Turquía y desestabilizar ese país.
Turquía ya inició su cambio de retórica. El presidente Erdoğan acusó a Estados Unidos de seguir apoyando a los yijadistas en general y a Daesh en particular, dando a entender que si él mismo lo hizo en el pasado fue bajo la mala influencia de Washington. Ankara espera ganar dinero poniendo la reconstrucción de Homs y Alepo en manos de sus empresas constructoras. Pero es difícil imaginar que, después de haber pagado a cientos de miles de sirios para que abandonaran su país, después de haber saqueado el norte de Siria y de haber respaldado a los yijadistas que han destruido el país y asesinado a cientos de miles de sirios, Turquía logre evadir todas sus responsabilidades.
El cambio de bando de Turquía —si se confirma en los próximos meses— traerá toda una cadena de consecuencias. Comenzando por el hecho que el presidente Erdoğan se presenta ahora no sólo como aliado de Rusia sino también como socio del Hezbolá y de la República Islámica de Irán, o sea de los héroes del mundo chiita. Termina con ello el sueño de una Turquía líder del mundo sunita, que lucha contra los «herejes» con el dinero de Arabia Saudita. Pero el conflicto artificial entre musulmanes, desatado por Washington, no terminará hasta que Arabia Saudita también renuncie a la ilusión.
El extraordinario giro de Turquía resulta probablemente difícil de entender para los occidentales, que creen que la política es siempre pública. Sin entrar a mencionar el arresto de varios oficiales turcos en un búnker de la OTAN en el este de Alepo, hace 2 semanas, es más fácil de interpretar para quienes recuerdan, por ejemplo, el papel personal de Recep Tayyip Erdoğan durante la primera guerra de Chechenia, cuando él mismo dirigía la Millî Görüş, papel del que Moscú nunca habló pero que está ampliamente documentado en los archivos de los servicios de inteligencia de la Federación.
Vladimir Putin ha preferido convertir un enemigo en aliado, en vez de hacerlo caer y tener que seguir batallando contra el Estado que hoy dirige. El presidente Bashar al-Asad, Hasan Nasrallah y el ayatolá Alí Jamenei han comprendido que es mejor hacer lo mismo.
Fuente: http://www.voltairenet.org/article194810.html
Turquía ya inició su cambio de retórica. El presidente Erdoğan acusó a Estados Unidos de seguir apoyando a los yijadistas en general y a Daesh en particular, dando a entender que si él mismo lo hizo en el pasado fue bajo la mala influencia de Washington. Ankara espera ganar dinero poniendo la reconstrucción de Homs y Alepo en manos de sus empresas constructoras. Pero es difícil imaginar que, después de haber pagado a cientos de miles de sirios para que abandonaran su país, después de haber saqueado el norte de Siria y de haber respaldado a los yijadistas que han destruido el país y asesinado a cientos de miles de sirios, Turquía logre evadir todas sus responsabilidades.
El cambio de bando de Turquía —si se confirma en los próximos meses— traerá toda una cadena de consecuencias. Comenzando por el hecho que el presidente Erdoğan se presenta ahora no sólo como aliado de Rusia sino también como socio del Hezbolá y de la República Islámica de Irán, o sea de los héroes del mundo chiita. Termina con ello el sueño de una Turquía líder del mundo sunita, que lucha contra los «herejes» con el dinero de Arabia Saudita. Pero el conflicto artificial entre musulmanes, desatado por Washington, no terminará hasta que Arabia Saudita también renuncie a la ilusión.
El extraordinario giro de Turquía resulta probablemente difícil de entender para los occidentales, que creen que la política es siempre pública. Sin entrar a mencionar el arresto de varios oficiales turcos en un búnker de la OTAN en el este de Alepo, hace 2 semanas, es más fácil de interpretar para quienes recuerdan, por ejemplo, el papel personal de Recep Tayyip Erdoğan durante la primera guerra de Chechenia, cuando él mismo dirigía la Millî Görüş, papel del que Moscú nunca habló pero que está ampliamente documentado en los archivos de los servicios de inteligencia de la Federación.
Vladimir Putin ha preferido convertir un enemigo en aliado, en vez de hacerlo caer y tener que seguir batallando contra el Estado que hoy dirige. El presidente Bashar al-Asad, Hasan Nasrallah y el ayatolá Alí Jamenei han comprendido que es mejor hacer lo mismo.
Fuente: http://www.voltairenet.org/article194810.html
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