UNA DEMOCRACIA «SUI GENERIS»

Desde la experiencia que da la edad y la ventaja de haber vivido casi al cincuenta por ciento las dos últimas formas de Gobierno en España, intento analizar la triste situación en que se encuentra actualmente el Estado español y el inquietante futuro que se adivina para España.

Lo vivido directa y presencialmente en mi infancia y juventud desde la inmediata posguerra civil, seguido de los sucesivos avances de todo tipo que acompañaron mi adolescencia, creo que me proporciona suficiente crédito para evaluar la evolución muy positiva que vivió mi generación, partiendo de la peor de las situaciones por la devastación que ocasionó una guerra enorme seguida de un aislamiento injusto durante más de diez años por el «terrible crimen» de haber derrotado al comunismo, aliado de los vencedores de la 2GM.

Por ser Historia muy reciente, sin necesidad de estudios profundos es fácil encontrar gran cantidad de datos que muestran como una vez descubierta la auténtica intención del Comunismo internacional liderado por la Unión Soviética, la actitud de las Democracias Occidentales hacia España fue cambiando sin pausa, levantando el aislamiento inicial hasta considerarla un aliado relevante durante el periodo de la Guerra Fría.

Lenin hace anotaciones en los escalones de la tribuna en una sesión del III Congreso de la Internacional Comunista, en 1921

En los primeros años de penuria hasta la década de los cincuenta fue el empeño del pueblo español y su carácter resistente a la dificultad, así como la confianza en los nuevos dirigentes del Estado, lo que inició la reconstrucción en todos los sectores sin más ayuda que su voluntad de vencer. Los mayores recordarán aquella frase de orgullo y autosuficiencia de los españoles durante el aislamiento: «Si ellos tienen ONU nosotros tenemos dos», posiblemente incomprensible en estos tiempos pero tan importante entonces.

Superada la terrible precariedad de aquellos primeros años y tras el ejemplo de los Estados Unidos, las democracias vencedoras fueron reconociendo y ayudando al nuevo Régimen español salido de la derrota del comunismo que en los años cincuenta se mostró como enemigo común de todas ellas. Aquella oportunidad, bien aprovechada e inteligentemente dirigida por técnicos por encima de criterios políticos, incluidos los participantes en las filas nacionales, facilitó el impresionante desarrollo español reconocido dentro y fuera de nuestras fronteras, salvo para los irredentos comunistas y sus socios derrotados en la guerra civil. Ello supuso que en los siguientes treinta años España alcanzara el mayor estado de bienestar desde siglos, fundamentado en el sentimiento de unidad nacional y el mantenimiento del mayor periodo de paz, no solo de ausencia de guerra, sino de paz social con la superación de la lucha de clases por la creación de una amplia clase media.

En dicha situación y la previsión del Generalísimo para el relevo de su régimen personal mediante la instauración de la monarquía tradicional y sin dar continuidad ni familiar ni de partido, que nunca existió, todo hacía presagiar un fácil paso a la nueva situación facilitada por el desarrollo realizado en los cuarenta años de recuperación general experimentada por España.

Sin embargo, después de los cuatro decenios transcurridos desde el comienzo de la denominada transición hemos asistido al deplorable espectáculo que ofrecieron en lo ético y estético los diputados representantes del pueblo español el pasado 21 de mayo.

En lo estético, basta compararlo con las imágenes que se pueden contemplar hoy de todos los países del mundo, desde los más tradicionales: Francia, Reino Unido o EE.UU., hasta las repúblicas más bananeras, la vestimenta y actitud de muchos de los que tomaban posesión de sus escaños en la sesión que abría la XIII Legislatura de nuestra democracia, incluyendo leyendas absolutamente anticonstitucionales, cosa que dejaba clara la calidad de sus portadores, pero que producía vergüenza ajena, pensando sobre todo en le difusión global de aquellas imágenes.  

Respecto a lo ético, resulta insoportable la presencia de quienes están siendo juzgados por delitos muy graves contra la Nación y que la incomprensible permisividad de nuestra llamada democracia les permitió optar a ser electos como representantes de los españoles, de todos que eso es lo que se reúne en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. Si unimos a dicha presencia con el desayuno especial que les ofreció la presidenta de la Cámara y la posterior formula de compromiso de cumplimiento de la Constitución por muchos diputados especialmente por los que la han despreciado públicamente de forma manifiesta y están a la espera de que la Justicia determine el grado del delito cometido.

La Carrera de San Jerónimo, con la Puerta del Sol al fondo

Los más legalistas, más bien conformistas, criticaran esta aseveración, argumentando que la ley lo permite, por lo que no queda más remedio que aceptarlo sin que ello suponga que nos tranquiliza. Inquietud que no es fruto de las tres últimas y desgraciadas legislaturas, por el contrario se viene fraguando desde los primeros pasos del cambio de régimen que todos esperábamos confiados en aquello de que sería una transferencia «de la Ley a la Ley» mediante la Reforma política que refrendamos confiadamente, pero que terminó siendo realmente una ruptura con el sistema que había facilitado un cambio con todas las garantías.

Muchos han sido los pasos dados en esa dirección; sirvan de ejemplo: la poco democrática ley electoral que ha dado alas a las comunidades secesionistas hasta llegar a la actual situación de desmembramiento territorial, el tratamiento dado al criminal terrorismo, lo que le ha  permitido la consecución de muchos de sus fines con injusto desprecio a sus victimas, la corrupción institucionalizada... etc. Todo por una mala praxis de los partidos políticos que después de cuarenta años poco han hecho por remediar los fallos que han hecho desvirtuar sino fracasar, la democracia que el conjunto de la ciudadanía esperaba confiada.

Las aspiraciones perdidas por el afán de revancha de unos y de oportunismo de otros, olvidándose del deseo auténtico del pueblo, en aras de los propios intereses de partido, hace que el concepto antiguo y moderno de la democracia haya dejado mucho que desear y no se haya cumplido ni aquello de que «la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, una vez descartados los demás» ni que «la democracia es el gobierno de las mayorías con el respeto a las minorías».

Sin embargo quienes tienen la obligación de conocer estas aseveraciones parecen desoírlas sin atreverme a prejuzgar sus motivos. No les vendría mal leer las palabras que de antiguo sentencian: «Nuestra democracia se autodestruye porque ha abusado del derecho de igualdad, porque ha enseñado al ciudadano a considerar la impertinencia como un derecho, el no respeto de las leyes como libertad, la imprudencia en las palabras como igualdad y la anarquía como felicidad...» Isócrates (436-338 a.C.)

Herma de Isócrates. Pushkin Museum

No cabe duda que los principales actores parece que confunden la democracia con el todo vale, para ellos claro está, a sus representados les colocan la palabra mágica junto al Estado de Derecho como algo insuperable para su bienestar y así obrar a su criterio, olvidando los versos que el asesinado en Paracuellos don Pedro Muñoz Seca nos dejó en su obra inmortal: «La venganza de don Mendo» y que en una escena con su amada Magdalena la explica:

«Las siete y media es un juego
y un juego vil
pues juegas cien veces mil
y de las mil ves febril
que o te pasas o no llegas
y el no llegar da dolor
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor
más ¡ay! De ti si te pasas
si te pasas es peor»

Y eso es lo que nos sucede. En 40 años nuestros representantes se han pasado en muchas ocasiones en su forma de entender la democracia y lo han hecho apostando con nuestros valores, a su entender e interés, sin dar cuentas a nadie y haciendo caso omiso de los avisos de la antigüedad y de los más recientes y sin tener en cuenta las normas de la siete y media.

A juicio de muchos de esos representados nuestro sistema podría denominarse DICTOCRACIA o DEMODURA, aunque para que los «centrados en el futuro» no me califiquen de algo indefinido, podemos llamarla DEMOCRACIA SUI GENERIS.

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