Inicios de la Quinta Raza (aria) desde una perspectiva teosófica...

El primer paso decisivo en la fundación de la Quinta Raza (aria) se produjo hace unos 100.000 años, cuando una tribu de la quinta subraza atlante, los (semitas), de piel blanca, fue aislada en las montañas al Norte de la isla de Ruta. Esta 5º subraza atlante estaba asentada en regiones montañosas y su religión difería de la de los toltecas del llano de la isla. El Manú aprovechó esta circunstancia para aislar la subraza.

Entonces, el Bodhisattva, su hermano, que más tarde fue el señor Gautama el Buda, fundó una nueva religión, y a las gentes que la aceptaban se les ordenó mantenerse separadas y no mezclarse en matrimonio con las demás tribus atlantes. Se les dijo que algún día habrían de emigrar a una tierra muy lejana, que sería para ellos «la tierra prometida», y que estarían bajo el gobierno de un señor y rey, a quien no conocerían físicamente.

La causa fundamental de esta emigración era que esta 5ª subraza blanca, la semita, estaba a punto de caer bajo el dominio del ¿señor Tenebroso?, de cuya influencia quería substraer el Manú a su pueblo. En consecuencia, el año 79.797 a.C. los reunió en la costa del norte de Ruta para embarcar desde allí en una travesía sobre el mar de Sahara hasta las costas egipcias, para seguir después a pie hasta Arabia.

Para ello, se dispuso de una flota de treinta naves de unas 500 toneladas, de las cuales tres servían tan sólo para el transporte de provisiones. Conducía la flota en cada viaje unas dos mil novecientas personas para desembarcarlas en la costa oriental del Sahara y volver al punto de partida, a fin de embarcar otro contingente. De esta forma, la flota realizó tres viajes hasta transportar los 9.000 hombres, mujeres y niños que formaban la pequeña nación que desde allí emprendería la marcha hacia oriente.
De las 9000 personas, cinco sextas partes pertenecían a la 5ª subraza atlante (semita), una duodécima parte a la 6ª subraza atlante (acadiana), y una duodécima parte a la 2ª subraza atlante (tolteca); cada grupo era lo mejor de su progenie.

Las operaciones de embarco, desembarco y acampamento en espera de los contingentes y preparativos de la caminata duraron algunos años, a cuyo término el Manú inició la marcha hacia la meseta arábiga.

Por aquella época Egipto estaba dominada por pueblos atlantes «toltecas» que habían erigido las pirámides a que Keops dio su nombre muchos miles de años después. Como los emigrantes atravesaban ese país, los egipcios procuraban sobornarlos para que se quedasen. Pocos sucumbieron a la tentación, desafiando el mandato expreso del Manú, convirtiéndose lamentablemente después en esclavos de los toltecas.

La mayoría del resto del contingente, conducido por el Manú, llegó a los altiplanos árabes, atravesando el paso que actualmente se conoce como el canal de Suez. Los valles del altiplano de la península arábiga eran fértiles una vez eran irrigados. Toda la zona estaba habitada por una pequeña población de raza negroide.

En uno de los valles se estableció una gran cantidad de servidores. Algunos de ellos estaban tan fanáticamente consagrados al Manú que concitaron sobre sí la ira de los egipcios, quienes casi los combatieron y exterminaron, aunque eventualmente el Manú consiguió expulsarlos. Después de estos graves contratiempos los colonos vivieron en paz durante algún tiempo, cultivando su tierra y usando diversas clases de semillas que habían traído desde la Atlántida.

En unos 2.000 años sumaron varios millones. Todos los asentamientos estaban aislados del resto del continente por el mismo actual cinturón de arena existente en la península arábiga.

El Manú, consciente de la proximidad del futuro cataclismo en el año 75.025 a.C. que desfiguraría completamente la faz y estructura continental del planeta, siguiendo las instrucciones de Sanat Kumara, seleccionó a unos 700 de sus propios descendientes, y los preparó para un largo viaje en caravana y hacia el Norte de Asia. Para facilitar la travesía, el Manú buscó y obtuvo el paso pacífico a través de los dominios del gobernante del imperio Sumerio-Acadiano, que abarcaba lo que actualmente es Turquía, Irán y países colindantes. En Turkestán trató con la Confederación de Estados Turanios feudatarios (4ª subraza atlante), incluyendo lo que es ahora el Tíbet, y se les permitió pasar. Después de unos años de travesía llegaron al, entonces, Mar de Gobi (actualmente desierto de Gobi); internándose en las colinas en dirección Norte, donde este gran mar, poco profundo, se extendía hasta el Polo.

Los siete Kumaras son bien conocidos en el hinduismo, incluyendo a Sanat Kumara. HPB habla extensamente sobre ellos en «La Doctrina Secreta» y afirma que son el mismo grupo de Seres que los siete Dhyani-Budas, los siete Arcángeles y los siete Elohim, y que éstos son sólo nombres diferentes para los mismos SIETE. 

El Manú apostó algunos de sus seguidores en un promontorio orientado hacia el Noreste, pero la mayoría la estableció en una depresión fértil y semejante a un cráter. La Isla Blanca, dentro del Mar de Gobi, se ubicaba en dirección Sud-Este. El pueblo permaneció aquí hasta después de la gran catástrofe acaecida el año 75.025 a.C.
Durante el cataclismo, la comunidad permaneció a salvo aunque la población estaba aterrorizada por los reiterados terremotos y por la invisibilidad del Sol a causa de las nubes de fino polvo existentes en la atmósfera. Hubo innumerables lluvias incesantes y masas de vapor y nubes de polvo que oscurecieron el ambiente, de forma que la vegetación no podía crecer apropiadamente y el grupo estuvo expuesto a severas privaciones.
De las 700 personas que iniciaron el viaje, aumentaron hasta 1.000 personas, pero sólo 300 personas sobrevivieron a la catástrofe.
Una vez pasó la catástrofe y, al cabo de cinco años, se volvieron a recuperar, dado que el tiempo se tornó cálido, y prosperó la agricultura y la ganadería. El Manú, para esta época un anciano, recibió órdenes de llevar a su pueblo hasta la Isla Blanca. Allí se le mostró el plan del futuro, que se alargaría durante decenas de miles de años. De acuerdo con este plan, su pueblo iba a vivir en las costas del Mar de Gobi, aumentaría y se fortalecería. La nueva raza se fundaría en la Isla Blanca, y se construiría una gran ciudad en la costa opuesta, sugiriéndose un plan para su desarrollo.

Asimismo, en una cordillera que corría a lo largo de las costas del mar de Gobi, a unos 32 km. de distancia, y con bajas colinas que se extendían hasta la costa, existían cuatro valles separados uno del otro, que corrían hacia abajo, hasta el mar. Se instruyó al Manú para que radicase ciertas familias escogidas en cada uno de estos valles, con el objeto de desarrollar en cada uno de ellos a futuras cuatro subrazas, para ser enviadas posteriormente a diferentes partes del mundo.
De esta forma, así se formarían las cinco primeras subrazas de la raza Aria: el tipo principal original y cuatro subtipos.
Ubicación hipotética de los valles





Alrededor del año 70.000 a.C. el Manú instruyó a su pueblo para que se radicase y construyese pueblos en el continente. Aquí vivirían y desarrollarían durante miles de años. El Manú, el Rey reconocido, residía en Shamballa, en la Isla Blanca.
Unos años después el Manú instruyó a Júpiter, Corona (que después se convirtiera en Julio César), Marte y Vajra (que después se convirtiera en HPB) para que escogieran algunos de los mejores niños, enviándolos a Shamballa.
Poco después de esta migración infantil las tribus turanias (4º subraza atlante) de la zona barrieron la comunidad, una horda tras otra, y eventualmente la aniquilaron. Los descendientes de los niños salvados fundaron, en su tiempo, otra civilización populosa y floreciente, la cual sería la génesis del nuevo imperio.

Sobre el año 60.000 a.C. puede decirse que empezó la Raza-Raíz Aria, como cimiento realmente logrado, porque jamás fue destruida como la anterior. Los descendientes del Manú permanecieron en la Isla hasta que sumaron 100; luego se dirigieron al continente donde empezaron a construir la Ciudad que el Manú planeara como futura capital de su Raza.

La ciudad se extendía, en abanico, en torno al borde de la costa, remontándose hasta las colinas, a unos 32 km. de distancia. Las calles, que eran muy anchas, apuntaban todas hacia la Isla Blanca. Toda la Ciudad fue planeada así, cuidadosamente, con 1.000 años de adelanto respecto de la gente que allí viviría.
De las colinas obtenían metales, y piedras de diversos colores —blancas, grises, rojas y verdes—, al igual que pórfido de púrpura espléndida. Los constructores trabajaban contentos, como una hermandad, sabiendo que llevaban a cabo los deseos de quien, a un tiempo, era su Padre y su Rey.
Utilizaron piedras mayores que las de Karnak; las transportaron sobre rodillos, con ayuda de máquinas; algunas medían unos 49m. de largo. El Manú y sus lugartenientes aligeraban las piedras mediante poder oculto para que pudiesen ser izadas hasta sus respectivos lugares.
Los edificios tenían las proporciones egipcias, pero eran de apariencia más liviana. Esto ocurría especialmente en la Isla Blanca, donde las cúpulas abultadas en la base y rematadas en una punta, como el cerrado brote de un loto, en el que las hojas plegadas hacia adentro dan una especie de giro, como si fuesen dos hélices, a la derecha y a la izquierda, estaban superimpuestas de modo tal que las líneas se cruzaban unas con otras. Las partes inferiores de los enormes edificios eran inmensamente sólidas; luego seguía una corona de minaretes y arcos con una curva graciosísima, y por último el feérico brote de loto, la cúpula, en la cima.
La labor de edificación duró bastantes cientos de años. La Isla Blanca, al completarse, fue de una belleza maravillosa. La Isla ascendía hasta un punto en el que fueron construidos templos estupendos, todos de mármol blanco incrustado en oro, que cubrían toda la Isla convirtiéndola en una singular ciudad sagrada, con un enorme templo central.

La cúpula estaba sobre la gran sala, donde aparecían los cuatro Kumaras en ocasiones especiales. Las calles estaban dispuestas como cuatro rayos, convergiendo en el templo central. el panorama desde el extremo de una de las calles de la ciudad, a una distancia de unos 16 km, era bello e impresionante en exceso.

Vista desde el Noroeste, toda la ciudad parecía el gran ojo del simbolismo masónico, escorzado de modo tal que las curvas se tornaban cilíndricas, y las líneas de la ciudad, sobre el continente, formaban el iris.
tanto en el interior como en el exterior los templos estaban adornados con numerosos esculpidos, de los cuales, gran cantidad contenía símbolos posteriormente masónicos.

Había una serie de grabados que ilustraban los átomos físicos y químicos. Otros átomos y partículas, como los de la vitalidad, estaban modelados en alto relieve.

Esta capital estuvo construyéndose durante 1.000 años para un pueblo destinado a ser imperial. Se empleó mucho el oro, especialmente incrustado sobre mármol blanco. También se usaron las gemas en la decoración, al igual que lajas de calcedonia y una piedra parecida al ónix mexicano. Una decoración preponderante consistía en una combinación de jade verde con pórfido púrpura.

No se utilizaban pinturas, tampoco dibujos sobre superficie chata, ni perspectiva. Los frisos eran en alto relieve, muy bien confeccionados, con figuras frecuentemente pintadas.
Un puente macizo y espléndido conectaba a la Isla Blanca con el continente; la Ciudad era conocida como la Ciudad del Puente. Era una construcción de contrapeso, muy graciosa, y decorada con grandes grupos de estatuas. Las piedras de la calzada eran de 49m. de largo y proporcionalmente anchas.

En el año 45.000 a.C. la Ciudad estaba en su cenit, y era la capital de un inmenso Imperio que incluía todo el este y el Asia central, desde el Tíbet hasta la costa y desde Manchuria hasta Siam, además de proclamar la soberanía sobre todas las islas desde Japón hasta Australia.

Los edificios ciclópeos fueron terminados con gran delicadeza y pulidos hasta un alto nivel. Se dice que sus ruinas colosales son la maravilla de quienes las vieron hoy en día en Shamballa. El Puente todavía está en pie, aunque ahora sólo fluyen debajo de él las movedizas arenas del desierto.

Esa fue la poderosa Ciudad planeada por Vaivasvata Manú y construida por sus hijos.
Muchas y grandes fueron las ciudades de Asia, pero la Ciudad del Puente las eclipsó a todas y en ella siempre se cobijaron las poderosas Presencias que tuvieron, y todavía tienen, Su morada terrena en la sagrada Isla Blanca, brindándole a ésta, aparte de todas las ciudades de la tierra, la bendición sempiterna de su proximidad inmediata.

Así fue los inicios de la quinta raza Aria.

2 comentarios:

  1. Saludos,
    El motivo de esta comunicación es respecto al blog de Moa, donde usted interviene desde tiempos inmemoriales.
    Mi pregunta es: ¿No están ustedes cansados de las continuas humillaciones a las que les somete? ¿No están cansados de que se burle de ustedes? Solo las falacias, insultos y mentiras que ha proferido este hombre en las últimas intervenciones, despreciándoles, insultándoles y falseando todo dato y concepto, incluso auto-renegando de sí mismo y de su trayectoria, es para despedirse no sin antes ponerle en su sitio.
    ¿Se creen ustedes que acaso es un dios? ¿Le tienen miedo? Lo digo porque lo parece. En fin, pueden seguir auto-flagelándose pero el espectáculo es de vergüenza ajena.

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