LA LENTA DERROTA DE UCRANIA

 

En la guerra de Ucrania la clase política y periodística occidental continúa enredándose en una ficción que cada vez se aleja más de la realidad. Sin embargo, hasta la mentira burda propia de la propaganda bélica debería tener sus límites, porque llegará un momento en que caerá el telón y la farsa quedará al descubierto. Veritas filia temporis.

La inevitable caída de Bajmut, que adelanté hace unos meses, es un ejemplo de ello. Los medios occidentales han procurado minimizar la relevancia del hecho argumentando que la ciudad carecía de importancia estratégica y distrayendo al público con la incursión de un pequeño grupo enviado a la muerte al otro lado de la frontera rusa para lograr un titular de un día. Sin embargo, Bajmut es un relevante nudo de carreteras y vías de ferrocarril cuya defensa tenía una «importancia estratégica capital», pues era «clave para la estabilidad de todo el frente», según el comandante en jefe del ejército ucraniano, el competente general Zaluzhny, del que, por cierto, no se tienen señales de vida creíbles desde hace semanas (de estar fuera de combate, el bando ucraniano habría sufrido un serio golpe en un momento crucial).

Por otro lado, Zelensky y sus publicistas hicieron de Bajmut un icono de la defensa ucraniana hasta el extremo de que, cuando Zelensky visitó EE.UU. en diciembre y habló ante el Congreso norteamericano, entregó teatralmente una bandera firmada «por los defensores de la ciudad» y mencionó «Bajmut» nada menos que ocho veces en su discurso. Esto explica que insistiera en defenderla a toda costa entre aparentes discrepancias con su Estado Mayor, que consideraba la defensa desproporcionadamente costosa en vidas humanas. Está claro que enviar a soldados a la muerte desde la seguridad de un búnker en Kiev o mientras se está de tournée por ciudades occidentales es más fácil que ir en persona a primera línea con un fusil de asalto.

Bajmut ha sido tomada exactamente un año después de la toma de Mariúpol, una fecha simbólica para los rusos. La probabilidad de que esto sea una coincidencia es muy baja, lo que hace creer que Rusia podía haber tomado la ciudad mucho antes, pero prefirió dejar un corredor abierto para que Ucrania sacrificara más hombres. La imagen mediática que se ha querido trasladar de oleadas de soldados rusos suicidas chocándose con las defensas ucranianas en ataques frontales es absurda. Los rusos han aprendido de sus errores iniciales y se mueven ahora de forma metódica, sin prisa, siguiendo criterios militares y no políticos, al contrario que Ucrania. Así, el papel de la infantería del grupo mercenario Wagner ha sido más bien identificar dónde se encontraban las fuerzas ucranianas para que la artillería del ejército regular ruso machacara su posición antes de avanzar. Ése es el motivo de que en Bajmut no haya quedado piedra sobre piedra y de que la ratio de bajas del atacante frente al defensor haya sido la inversa a lo habitual.

Según algunas fuentes, al atraer y lograr concentrar e inmovilizar tantas tropas ucranianas en un área tan pequeña, Rusia habría logrado aniquilar el equivalente a cuatro divisiones del ejército ucraniano (unos 60.000 hombres) gracias a su vasta superioridad en artillería, cuyo volumen de fuego es diez veces superior a la de Ucrania, como reconocen fuentes occidentales. No olviden que entre el 65% y el 75% de las bajas en un conflicto de estas características están causadas por la artillería.

Dado que gran parte de las fuerzas entrenadas por países de la OTAN han sido reservadas para una eventual ofensiva, muchos defensores ucranianos enviados a la ciudad eran reclutas novatos, adolescentes, mayores de 50 o pobres de zonas rurales lanzados a la muerte sin ningún entrenamiento previo, como denunció el Wall Street Journal la semana pasada. En la misma línea, hace un par de meses el Washington Post entrevistó a un teniente coronel ucraniano que describió la falta de munición y de experiencia de combate de las tropas y confesó el sombrío estado de ánimo en el frente. Su batallón de 500 hombres había sufrido un 100% de bajas (100 muertos y 400 heridos), y los nuevos soldados novatos que le enviaban «tiraban sus armas y echaban a correr» al primer sonido de disparos. El teniente coronel «confiaba en un milagro» en la cacareada ofensiva ucraniana, que daba por hecho que se realizaría, aunque acabara «en una masacre».

No podemos perder de vista que los tercos números siempre han apuntado a una inevitable victoria rusa, más aún en una guerra de desgaste. Ambos contendientes han demostrado probado valor y espíritu de lucha, pero los rusos gozan de una vasta superioridad militar y de enormes reservas, con una ventaja demográfica de 5 a 1, una ventaja en artillería de 10 a 1, clarísima superioridad aérea y electrónica y un sorprendente arsenal de misiles de precisión.

La guerra siempre es un horror. Aunque las siguientes cifras deban tomarse con cautela, fuentes solventes estiman que los ucranianos han podido sufrir alrededor de 180.000-220.000 muertos y los rusos entre 30.000 y 40.000, proporción inversa a lo que cuentan los medios, pero congruente con la diferencia de volumen de fuego. De ser ciertos estos datos, Ucrania habría perdido tres cuerpos de ejército en un año y le quedaría un último cartucho, una fuerza «ofensiva» constituida por los pocos carros de combate occidentales (de muy distinto estado operativo) y las divisiones recompuestas por hombres entrenados por la OTAN en estos meses, pero sigue careciendo de apoyo aéreo y artillero digno de tal nombre.

«Si tus enemigos son más poderosos y fuertes que tú, no los atacarás, sino que evitarás con sumo cuidado toda posibilidad de enfrentamiento directo». La advertencia de Sun-Tzu no parece haber sido escuchada por los titiriteros de Zelensky, que parecen creer que una ofensiva, por pírrica que sea, puede convertirse en un éxito propagandístico y desequilibrar a Rusia. Quizá tengan razón, pero creo que en el mejor de los casos será como la fallida ofensiva alemana de las Ardenas de 1944 y, en el peor, como la suicida Carga de la Brigada Ligera británica en la guerra de Crimea (1854).

Napoleón decía que la clave «de las grandes batallas» se resumía en saber esperar, trasladarse con rapidez y concentrarse oportunamente. Con un frente de 1.500 kilómetros en el que los defensores rusos se encuentran dispersos, el contendiente ucraniano, aun siendo más débil, puede abrir una brecha en un golpe de audacia si cuenta con el efecto sorpresa y concentra adecuadamente sus fuerzas. Sin embargo, el necesario secreto dificulta la preparación, la habitual maniobra de distracción diluye la potencia del ataque y la imprescindible rapidez de avance puede verse comprometida de modo impredecible. Además, si Rusia detectara una concentración de fuerzas en retaguardia éstas serían diezmadas antes de entrar en combate, como quizá esté ocurriendo ya.

Según fuentes rusas ayer se produjo un primer ataque ucraniano que fue repelido con grandes bajas entre los atacantes, incluyendo 1/3 de los carros de combate utilizados. Este ataque puede haber sido el comienzo de la ofensiva o la típica maniobra de distracción. En cualquier caso, si la ofensiva finalmente se produce y es inicialmente exitosa, los medios occidentales lo publicitarán como un éxito rotundo, pero sería ésta una conclusión precipitada: antes o después dicha ofensiva perderá fuelle y será detenida en seco. Con su frialdad característica, Rusia absorberá, detendrá, contraatacará y arrollará. Lejos de defender territorio a toda costa (salvo en ciudades estratégicas), realizará retiradas tácticas y se centrará en destruir metódicamente la capacidad militar ucraniana, que es su verdadero objetivo.

Ante el horror de esta guerra hay que denunciar una y otra vez que el provocador de este conflicto ha sido el gobierno de EE.UU., que despreció los intentos por parte de Rusia de alcanzar un acuerdo de seguridad mutua ante una amenaza que consideraba existencial. En palabras de alguien tan poco sospechoso como el norteamericano John Mearsheimer, graduado en West Point y conocido teórico en relaciones internacionales, «Putin estaba profundamente comprometido a lograr un acuerdo negociado e hizo todo lo posible durante años para explicar a EE.UU. por qué [una Ucrania hostil] no era aceptable para Rusia».

Los argumentos esgrimidos sobre un supuesto expansionismo ruso nostálgico de la extinta URSS son construcciones realizadas a posteriori con fines propagandísticos. ¿Dónde está la evidencia del expansionismo de Rusia en los 22 años que llevaba el autócrata Putin en el poder antes de la invasión? ¿En qué documentos de seguridad y estrategia occidentales –España incluida– se mencionaba el expansionismo ruso como la gran amenaza para Europa antes de febrero del 2022? Déjenme que les responda: en ninguno. Rusia ha sido un enemigo artificialmente creado, y su pasado reciente como miembro del G8 parece querer olvidarse:


Los norteamericanos contaban con que las sanciones económicas iban a dañar seriamente a Rusia, pero éstas han fracasado (al menos a corto plazo), pues su PIB apenas descendió un 2% en 2022 y se espera que crezca muy ligeramente en 2023. Por su lado, las sanciones autoimpuestas por la sumisa UE, gobernada por una burocracia inepta que vive en su torre de marfil, han golpeado a los ciudadanos europeos con una gran inflación y una inestabilidad energética estructural, de modo que la recíproca dependencia de Rusia ha sido sustituida por una asimétrica y mucho más cara dependencia de EE.UU. Las sanciones también han dañado a las empresas europeas, que se han visto obligadas a malvender sus activos en Rusia a toda prisa y a precio de saldo a compradores rusos. Pero si en Bruselas no están sobrados de inteligencia, en Berlín no le andan a la zaga: tras torpedear su propia economía, el gobierno alemán ha aceptado la humillación de mirar hacia otro lado mientras EE.UU. o sus «socios» presuntamente le saboteaban su más importante infraestructura energética, el gaseoducto Nord Stream 2.

Los amagos occidentales sobre la potencial incorporación de Ucrania a la OTAN, desde que en la Cumbre del 2008 ésta acordara —a iniciativa de EEUU— que Ucrania y Georgia se incorporaran a la organización, sólo pueden calificarse de peligrosa provocación. EE.UU. siempre ha sabido que la pertenencia de Ucrania a la OTAN era «la más roja de las líneas rojas para la élite rusa y no sólo para Putin», como escribió el actual director de la CIA y ex-embajador en Moscú, William Burns, en sus memorias (publicadas en 2019), en las que añadía: «En más de dos años y medio de conversaciones con personajes clave de Rusia, desde los más cavernícolas del Kremlin hasta los liberales más críticos con Putin, aún no me he encontrado con nadie que no viera la entrada de Ucrania en la OTAN como una desafío directo a los intereses de Rusia» ¿Qué hacía la «defensiva» OTAN entrenando y armando desde el 2014 a Ucrania, un país no miembro con una política agresiva hacia una potencia nuclear?

Asimismo, hay que denunciar que esta guerra pudo haber acabado en pocas semanas, pero EE.UU. y Reino Unido (Anglonia) decidieron alargarla y boicotearon las negociaciones entre las partes que tuvieron lugar en marzo del 2022 en Turquía. En efecto, Occidente intervino para «bloquear» cualquier acuerdo y levantar a Ucrania de la mesa, en palabras del ex-primer ministro de Israel, corroboradas por el ministro de Asuntos Exteriores turco. Hasta entonces el conflicto apenas había causado muertos, pero para algunos debilitar a Rusia bien valía sacrificar un país pobre y lejano del que nadie se acordará cuando todo haya acabado y la vida de centenares de miles de personas. Naturalmente, nada de esto podría haber ocurrido sin la inmoral complicidad del corrupto gobierno ucraniano, que traicionó sus promesas electorales de distensión con Rusia y arrojó a su propio pueblo al precipicio ante un adversario implacable que no podía perder.

En resumen, caben pocas dudas de que EE.UU. provocó el conflicto y alargó innecesariamente la guerra. Por eso, no debe sorprendernos que el 85% del planeta que no es Norteamérica o sus colonias europeas contemple estupefacto la hipocresía anglosajona. ¿Éstos son «los valores» de los que presume Occidente y afirma defender la OTAN?

El conflicto entre EE.UU. y Rusia que se desarrolla sobre suelo ucraniano no sólo ha puesto de manifiesto el frío horror de la guerra o la impasibilidad de los psicópatas del poder de ambos bandos frente a la pérdida de vidas humanas, sino el estado de mentira permanente que ha alcanzado nuestra sociedad y la inmoralidad de un Occidente que ha perdido el juicio.

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