No es una novedad apuntar que lo que usualmente se denomina extrema derecha sociológica está y/o vota al PP y se siente extremadamente cómoda ahí. De vez en cuando, eso sí, se despierta enfadada y da un respingo que dura dos o tres elecciones: así sucedió con el PADE (10.000 votos en su mejor resultado), la Agrupación Ruíz Mateos (219.000 votos en 1989) o más recientemente VOX (244.929 votos en las últimas europeas que se quedaron en 53.000 poco después). Una vez que a este electorado se le pasa el sarampión los votos vuelven al PP mientras que esos partidos desaparecen o se consumen lentamente.
Existe una «extrema derecha» militante, que naturalmente no se considera como tal, aunque en ese espacio la sitúen los medios y la mayoría de los españoles. Empleemos y aceptemos tal calificación solo a efectos descriptivos, porque la mayoría de los partidos de ese espectro ni se reconocen bajo tal calificativo ni incluso estiman que estén a la derecha del PP y en algunos casos se sitúan en las antípodas de los demás.
Desde el punto de vista sociológico se afirma que entre 500.000 y un millón de votantes podrían apoyar una opción similar a las que con diversa denominación, desde el Frente Nacional francés hasta el FPÖ pasando por Alternativa por Alemania, están polarizando el cambio electoral en muchos países de Europa (otros se miran en modelos como Amanecer Dorado)... No pocos creen que con copiar el nombre y los gestos se producirá en España una irrupción similar e incluso algunos se plantean el retorno al modelo de los años de la Transición cuando más pujante fue esta opción en España. La realidad es que esa «extrema derecha» militante se mueve desde el año 2004 entre los 50.000 y los 78.000 votos, a repartir según las elecciones —dejamos a un lado los resultados en municipales y autonómicas— entre cuatro o seis formaciones (no incluimos PxC porque tras una aparente eclosión quedó prácticamente reducida a la nada).
Ahora bien, no es menos cierto que tanto por razones internas como externas o de propio posicionamiento político probablemente otros 50.000 votos se queden en la abstención. Cifras pequeñas pero que en unas elecciones como las del 26-J pudieran valer algunos escaños.
En 1979 la «extrema derecha militante» obtuvo su más alto número de votos, 413.000 que de haber concurrido unida hubiera obtenido hasta tres escaños en vez del único que consiguió Blas Piñar, fueron sus años de mayor extensión y penetración social pero sin conseguir desgajar a la extrema-derecha sociológica de AP, el antecedente del PP. La división, la fragmentación y el cainismo condujeron a que en 1982 se perdieran 265.000 votos que fueron absorbidos por AP(PP). La caída constante en el número de votos se mantuvo hasta el año 2004 cuando se obtenían en total unos 65.000 votos. Síntoma claro de la existencia de una potencialidad y de una renovación. Constituyen un nicho emergente de difícil proyección.
Existe una «extrema derecha» militante, que naturalmente no se considera como tal, aunque en ese espacio la sitúen los medios y la mayoría de los españoles. Empleemos y aceptemos tal calificación solo a efectos descriptivos, porque la mayoría de los partidos de ese espectro ni se reconocen bajo tal calificativo ni incluso estiman que estén a la derecha del PP y en algunos casos se sitúan en las antípodas de los demás.
Desde el punto de vista sociológico se afirma que entre 500.000 y un millón de votantes podrían apoyar una opción similar a las que con diversa denominación, desde el Frente Nacional francés hasta el FPÖ pasando por Alternativa por Alemania, están polarizando el cambio electoral en muchos países de Europa (otros se miran en modelos como Amanecer Dorado)... No pocos creen que con copiar el nombre y los gestos se producirá en España una irrupción similar e incluso algunos se plantean el retorno al modelo de los años de la Transición cuando más pujante fue esta opción en España. La realidad es que esa «extrema derecha» militante se mueve desde el año 2004 entre los 50.000 y los 78.000 votos, a repartir según las elecciones —dejamos a un lado los resultados en municipales y autonómicas— entre cuatro o seis formaciones (no incluimos PxC porque tras una aparente eclosión quedó prácticamente reducida a la nada).
Ahora bien, no es menos cierto que tanto por razones internas como externas o de propio posicionamiento político probablemente otros 50.000 votos se queden en la abstención. Cifras pequeñas pero que en unas elecciones como las del 26-J pudieran valer algunos escaños.
En 1979 la «extrema derecha militante» obtuvo su más alto número de votos, 413.000 que de haber concurrido unida hubiera obtenido hasta tres escaños en vez del único que consiguió Blas Piñar, fueron sus años de mayor extensión y penetración social pero sin conseguir desgajar a la extrema-derecha sociológica de AP, el antecedente del PP. La división, la fragmentación y el cainismo condujeron a que en 1982 se perdieran 265.000 votos que fueron absorbidos por AP(PP). La caída constante en el número de votos se mantuvo hasta el año 2004 cuando se obtenían en total unos 65.000 votos. Síntoma claro de la existencia de una potencialidad y de una renovación. Constituyen un nicho emergente de difícil proyección.
Blas Piñar, un patriota
Solo en 16 provincias habrá candidaturas objetivas para esos electores, las de los falangistas; en el resto, aunque algunos voten al PP o a VOX, la inmensa mayoría se abstendrá o hará voto nulo. Naturalmente el PP o VOX piensan en este mercado. El PP, porque sabe que un puñado de votos pueden darle algún escaño y cuenta con el efecto anti-Podemos; VOX, por pura necesidad de frenar su proceso de destrucción tras perder 191.000 votos en pocos meses y ve en esos votos su tabla de salvación para continuar (aunque gran parte de ese sector considera a VOX un grupo de pijos). Pero que la «extrema derecha militante» —la vieja, pero también la nueva que está comenzando a aflorar en sectores juveniles— no irá, en gran medida, a votar es también una realidad fácilmente perceptible, especialmente entre aquellos que más desligados están del duopolio PP/PSOE y que ya no consideran asumibles las tesis del «voto útil» y que no tienen otra opción en su colegio electoral.
Fuente: Francisco Torres
Cierto es que no se trata de un voto consolidado, que además se enfrenta a la ausencia de candidaturas en muchas circunscripciones debido a la Ley Electoral y al «miedo a la izquierda» que sigue teniendo peso en este electorado (miedo en el sentido de sacrificio antes que gane la izquierda). En 2015, aunque irrelevante dado el número de provincias con candidatura, se obtenían unos 9.000 votos tras los 78.000 de las elecciones europeas de 2014, siendo la opción más habitual la abstención o el voto nulo. Algunos analistas estiman que está opción está creciendo entre sectores de menores de 25 años, que, por otra parte, son poco receptivos ante la petición de voto de partidos tradicionales como el PP.
Solo en 16 provincias habrá candidaturas objetivas para esos electores, las de los falangistas; en el resto, aunque algunos voten al PP o a VOX, la inmensa mayoría se abstendrá o hará voto nulo. Naturalmente el PP o VOX piensan en este mercado. El PP, porque sabe que un puñado de votos pueden darle algún escaño y cuenta con el efecto anti-Podemos; VOX, por pura necesidad de frenar su proceso de destrucción tras perder 191.000 votos en pocos meses y ve en esos votos su tabla de salvación para continuar (aunque gran parte de ese sector considera a VOX un grupo de pijos). Pero que la «extrema derecha militante» —la vieja, pero también la nueva que está comenzando a aflorar en sectores juveniles— no irá, en gran medida, a votar es también una realidad fácilmente perceptible, especialmente entre aquellos que más desligados están del duopolio PP/PSOE y que ya no consideran asumibles las tesis del «voto útil» y que no tienen otra opción en su colegio electoral.
Fuente: Francisco Torres
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