¿A quién besa la mano, Francisco?
La línea errática, las tautologías idiotas, la búsqueda del titular fácil y la permanente confusión sobre cuestiones doctrinales, hace que cada vez más cardenales se muestren cada vez más hartos de Jorge Bergoglio.
Religión en Libertad ha publicado una crónica de Jaime Escolar en el que reseña esta creciente oposición, aunque adopta una posición de denuncia contra los que consideran que defienden el poder del cardenalato contra la «revolución» de Bergoglio, que más parece sumisión pacata a la corrección política y coqueteos con dos rancias herejías: el irenismo y el modernismo, la herejía compendio de todas las herejías.
Según Religión en Libertad, «se sabe con certeza que después del Sínodo de la Familia y la carta de los 13 prelados disidentes, son varios los cardenales de curia vaticana que manifiestan más que una simple oposición y, veladamente, reconocen que no toleran más los intentos reformistas del Papa Francisco. Muchos pensaron que esta oposición al Papa Bergoglio disminuiría al concluir el Sínodo, pero muy por el contrario, este año se han producido una seguidilla de hechos que dan cuenta de que cardenales como Angelo Sodano, Tarcisio Bertone, Marc Ouellet, George Pell, Camilo Ruini, Carlo Cafarra, Giovanni Batista Re, Angelo Scola, Elio Sgreccia, Walter Brandmüller, Antonio Rouco…, encabezados por los purpurados-prefectos de dicasterios, Gerhard Müller y Roberto Sarah, están pasando desde sus posiciones ultraconservadoras de la oposición directa a la silenciosa conspiración anti-Bergoglio».
A los cardenales hartos se ha sumado el cardenal Robert Sarah, de Guinea, que llegó a Roma desde África en 2001, llamado por San Juan Pablo II, que en el 2010 fue creado cardenal por el añorado Benedicto XVI y que en el 2014, Bergoglio lo nombra Prefecto para la Congregación del Culto Divino y la disciplina de los sacramentos.
Recientemente se repite la acción de los «cardenales inquietos». Fue cuando Francisco en su viaje a Armenia alabó la reforma de Lutero como «una medicina para la Iglesia».
A tres meses del arribo de Francisco a la ciudad sueca de Lund para participar de la conmemoración de los 500 años de la Reforma iniciada por Lutero, en un tono desafiante Müller señaló que «nosotros los católicos no tenemos ningún motivo para festejar el 31 de octubre de 1517, es decir, el comienzo de la Reforma que llevó a la ruptura de la cristiandad occidental».
También el cardenal Müller aprovechó su viaje a Madrid y Oviedo en que presentó su polémico libro «INFORME SOBRE LA ESPERANZA (BAC)» para reafirmar posiciones doctrinales diferentes a las que postula Papa Francisco en Amoris Laetitia, reafirmando allí que es «una contradicción» estar divorciado y vuelto a casar y querer comulgar y ha insistido que «ningún Papa puede cambiar la doctrina sobre los sacramentos del matrimonio y la Eucaristía».
El cardenal Müller, contra lo indicado por Religión en Libertad, tiene más razón que un santo. El Papado es una autocracia, pero sometida a velar por la Revelación transmitida; no puede cambiar la Revelación, ni adecuarla a los tiempos ni a la conducta de los hombres, que es el núcleo central de la energía modernista condenada por San Pío X.
Bergoglio, además, está haciendo un escalada de hundimiento en la estricta estupidez, con connotaciones irenistas. Estupidez supina es afirmar que «es injusto relacionar islam con violencia», pero irenismo de tautología idiota es —a su regreso de Lesbos, donde dejó tiradas a dos familias cristianas, como está dejando tirados a los cristianos perseguidos en las sociedades musulmanas, como en Iraq y Siria, donde se ha perpetrado un auténtico genocidio— decir que «no he hecho diferencia entre musulmanes y cristianos». ¡Pues que dimita, ya que desconoce el mínimo lógico de responsabilidad en su misión! ¿Es el buen pastor o un frívolo vanidoso? Es el Santo Padre, ¿de quién?
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