Como bien me enseñaron Canales, Callejo y Cebrián, la mayoría de leyendas y mitos consiguen mantenerse en el recuerdo colectivo cuando contienen algún tipo de enseñanza o lección que permanezca vigente y continúe siendo de utilidad para la sociedad que la transmite. En el caso de las leyendas urbanas, fijadas a un espacio físico y a un tiempo concretos, no suele ocurrir. Normalmente, su formato suele ser el de un cuento más o menos de terror que pervive unos decenios.
El caso de la leyenda de Zoya es una de las excepciones: un hecho ocurrido en Samara en los años 50 que se extendió por todo el país y cuyo relato continúa vigente hasta el día de hoy. Puede que la razón principal por la que esta historia se siga contando y creando fascinación es porque contiene, más allá de una enseñanza, una terrible advertencia. Conozcamos la misteriosa historia de la venganza del icono de San Nicolás...
Al poco de llegar a Samara, donde acabaría viviendo más de diez años, empecé a sentir una fascinación brutal por aquel entorno. Según muchos locales, esta ciudad del Volga está ubicada en un territorio cuyas extrañas energías han marcado siempre el destino de sus habitantes. Me sorprendió mucho la cantidad de misterios que guardaba mi nuevo hogar. Uno de ellos me pareció particularmente extraño, ocurrió a mediados del siglo pasado y absolutamente toda la gente que me cruzaba en Samara conocía aquel misterio, y les gustaba narrarlo...
En el #84 de la calle Chkalova vivía una mujer madura llamada Claudia Bolokina. Su hijo había invitado a varios amigos a pasar la última noche de 1955 con ellos. Entre los invitados se encontraba Zoya Karnaújova. La joven esperaba reunirse esa Nochevieja con un chico llamado Nicolás que había conocido recientemente.
el #84 de la calle Chkalova
Todos los presentes en la fiesta estaban emparejados y Zoya permanecía un poco al margen esperando a su cita, que llegaba tarde. Cuando comenzaron a bailar algunas de las parejas, la joven dijo en voz alta: «Pues si no está mi Nicolás, ¡bailaré con este otro!», y se dirigió a un rincón de la sala donde había un pequeño altar con iconos, entre ellos el de San Nicolás de Bari. Varios jóvenes de la casa se sorprendieron y le espetaron: «Zoya, ¡eso es un pecado!», a lo que ella respondió: «Pues, si hay un Dios... ¡que me castigue!».
Icono de San Nicolás de Bari
La joven tomó el icono y se lo acercó al pecho. A continuación, se acerco al grupo de jóvenes que bailaba y, de repente, sus movimientos cesaron, se había quedado totalmente petrificada. Los chicos intentaron hacerle reaccionar, pero Zoya no hacía el más mínimo movimiento. A duras penas lograron moverla unos centímetros del lugar donde se había detenido. Como una estatua de mármol, su cuerpo se erguía inmóvil en mitad de la estancia, aferrado al icono. El único signo de vida que mostraba era el latido de su corazón.
Aquella noche se extendió por toda la ciudad el relato del supuesto hecho con los típicos adornos y añadidos incluidos: La policía tenía miedo a acercarse a la petrificada Zoya, los médicos no encontraban solución, las agujas se rompían sin llegar a atravesar la piel de la joven. Todas las versiones contaron que hasta la casa acudieron varios sacerdotes que no pudieron hacer nada; y todos los relatos coinciden en que horas después apareció en el lugar un hieromonje. Se cuenta que este personaje, de apellidos cambiantes y del que no quedó registro en los archivos eclesiásticos, tomó el icono de las manos de Zoya y vaticinó que en Pascua dejaría de ser la estatua en la que se había convertido. Y, según el relato, así lo hizo:
Tras permanecer en esa posición durante 128 días, tres jornadas después del Domingo de Resurrección, la joven abandonó su letargo cayendo secamente al suelo. La joven Zoya había fallecido...
Para muchos amigos que suelen preguntarme cómo Rusia ha pasado en tan poco tiempo de ser un país ateo a convertirse en una nación volcada en la fe ortodoxa, esta leyenda les puede servir para comprobar que no fue exactamente eso lo que pasó y que muchos rusos se sentían culpables por haber dejado de lado la ortodoxia cristiana.
Puede sorprender a algunos que unos jóvenes educados en el país de los soviets se ofendieran así ante una blasfemia, pero tanto eso como la presencia de un lugar de oración discretito dentro de la casa no era nada extraño en aquellos años. El cristianismo ruso seguía siendo una parte intrínseca de la cultura y modo de pensar de los continuadores de la fe bizantina. Los rusos no tardarían más de 30 años en sacar a la calle aquellas cruces que habían besado a escondidas durante tantos años.
Para muchos amigos que suelen preguntarme cómo Rusia ha pasado en tan poco tiempo de ser un país ateo a convertirse en una nación volcada en la fe ortodoxa, esta leyenda les puede servir para comprobar que no fue exactamente eso lo que pasó y que muchos rusos se sentían culpables por haber dejado de lado la ortodoxia cristiana.
Puede sorprender a algunos que unos jóvenes educados en el país de los soviets se ofendieran así ante una blasfemia, pero tanto eso como la presencia de un lugar de oración discretito dentro de la casa no era nada extraño en aquellos años. El cristianismo ruso seguía siendo una parte intrínseca de la cultura y modo de pensar de los continuadores de la fe bizantina. Los rusos no tardarían más de 30 años en sacar a la calle aquellas cruces que habían besado a escondidas durante tantos años.
Lo que me sorprendió mucho de la historia fue descubrir hasta qué punto traspasó las fronteras de aquella región. Casi todo el país acabó conociendo el hecho en pocos días. De poco sirvieron las declaraciones de Mikhail Yefremov, Primer Secretario del Comité del Partido Comunista de Kuybyshev (Samara en época soviética), en las que decía que Claudia, para deshonra de la nación soviética, había salido en plena noche a la calle a decir tonterías y muchos crédulos habían dado pábulo a aquella ridícula historia. Las páginas del MK de Moscú recogieron sus nerviosas palabras, y no hay nada mejor para mantener vivo una mito que alguien interesado trate de negarlo. La leyenda de la «chica petrificada» acabaría echando raíces en toda la URSS.
Mikhail Yefremov, el típico idiota comunista. Sectario y dogmático hasta la náusea
Es posible que a ello ayudara además la propia iglesia. Aunque la historia de Zoya dentro de mucho tiempo deje de ser conocida por una buena parte de los rusos, la permanencia del relato está asegurada al pasar de leyenda a milagro semioficial para los ortodoxos. Aunque un poco más tétrico, este prodigio es para los creyentes uno más de los cientos obrados por Nicolás de Bari. Este santo, que dio origen a la leyenda de Santa Claus, fue muy importante en el cristianismo primitivo bizantino y eslavo, e incluso fue considerado en algunas tradiciones místicas más que un santo; en alguno casos, una expresión de la divinidad y parte de la Santísima Trinidad.
En lo que sí coincide toda la cristiandad es en adjudicar a Nicolás de Bari muchas hechos milagrosos, como la salvación de marinos, la constante ayuda a parejas jóvenes que lo popularizó, e incluso alguna resurrección. Después de muerto, continuaría haciendo de las suyas, apareciéndose y protegiendo a niños en los bombardeos en Bari durante la 2GM, por ejemplo. Y no solo su espíritu sino también su icono es origen de muchísimas leyendas en toda Rusia. Una de ellas cuenta que en 1812 su imagen, colocada en la torre del Kremlin que lleva su nombre (Nikólskaya), permanecería intacta bajo el fuego de los cañonazos del ejercito napoleónico. Con este historial, no es de extrañar que su icono sea uno de los más reverenciados en toda Rusia
Torre de San Nicolás
Junto a la casa donde teóricamente aconteció este milagro, se instaló un monumento a San Nicolás en 2009. Durante la ceremonia de inauguración, el obispo metropolitano de Samara, Sergiy, comentó que «...a menudo los hombres pueden llegar a perder la cabeza de tal modo que es requerida una fuerza superior que los detenga en su error. Por ello, el milagro de Nicolái no debe interpretarse como un castigo de Dios, sino como una muestra de su amor por nosotros». Junto al pequeño altar, las flores no faltan.
Junto a la casa donde teóricamente aconteció este milagro, se instaló un monumento a San Nicolás en 2009
Si visitas Samara y quieres encontrar la casa, no te fíes demasiado de las indicaciones que te puedan dar. La gente suele confundir el lugar del suceso con la casa de madera de dos pisos que está junto al monumento. La casa de Claudia Bolokina, la número 86, está una línea por detrás de la calle. Desafortunadamente, sufrió un incendio hace unos años y se mantiene a duras penas en pie.
Aunque este lugar mítico acabe cayendo más pronto que tarde, esperemos que no lo haga la tenebrosa leyenda de Zoya, que dejó su impronta en cada habitante de una de las ciudades más divertidas y misteriosas de este sorprendente país.
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