Al lanzarse a las calles, los franceses son el primer pueblo del mundo occidental que se decide a correr riesgos físicos para oponerse a la globalización financiera, estima Thierry Meyssan. Aunque no tengan conciencia de ello y sigan creyendo que sus problemas son de naturaleza exclusivamente nacional, el enemigo de los franceses es el mismo que ha ensangrentado la región africana de los Grandes Lagos y parte del Gran Medio Oriente. Occidente atraviesa una crisis existencial y sólo lograrán sobrevivir a ella los pueblos que comprendan la lógica que los destruye y la rechacen.
Insurrección en París, el 1º de diciembre de 2018
La causa de la recesión occidental
Las relaciones internacionales sufrieron un profundo cambio con la parálisis de la Unión Soviética, en 1986, cuando el Estado soviético no logró actuar con eficacia ante el accidente de Chernóbil, más tarde, con la desaparición del Pacto de Varsovia, en 1989, cuando el partido comunista de la República Democrática Alemana (RDA) destruyó el muro de Berlín y, finalmente, con la disolución de la URSS, en 1991.
En aquel momento, el presidente de Estados Unidos, George Bush padre, decidió desmovilizar un millón de soldados y consagrar los esfuerzos de su país a la prosperidad de los estadounidenses.
George Bush padre quiso convertir la hegemonía que Estados Unidos ejercía sobre su zona de influencia en un papel de líder del mundo en su conjunto y de garante de su estabilidad. Enunció entonces las bases de un «Nuevo Orden Mundial». Lo hizo primeramente en el discurso que pronunció junto a la primer ministro británica Margaret Thatcher en el Aspen Institute —el 2 de agosto de 1990— y también en su discurso del 11 de septiembre de 1990 ante el Congreso estadounidense, donde anunció la operación «Tormenta del Desierto».
El mundo posterior a la desaparición de la Unión Soviética es el mundo de la libre circulación, ya no sólo de las mercancías sino también de los capitales mundiales, sin otro control que el de Estados Unidos. Se trata, en otras palabras, del paso del capitalismo a la financierización, no al logro del libre intercambio para todos sino a una forma exacerbada de la explotación colonial en todo el mundo, incluso en Occidente. En 25 años, las grandes fortunas estadounidenses se multiplicaron varias veces y la riqueza global del mundo aumentó considerablemente.
Al dar rienda suelta al capitalismo, el presidente Bush padre esperaba extender la prosperidad a todo el mundo. Pero el capitalismo no es un proyecto político, es sólo una lógica sobre cómo obtener ganancias. Y la lógica de las transnacionales estadounidense no era otra que incrementar sus ganancias produciendo en China, cuyos trabajadores eran los peor pagados del mundo.
Son muy pocos los que lograron ver el costo que ese avance tuvo para Occidente. Es cierto que en países del Tercer Mundo empezaron a aparecer clases medias —aunque menos ricas que las clases medias de los países occidentales— lo cual permite a nuevos Estados, principalmente asiáticos, desempeñar un papel en la escena internacional. Pero, simultáneamente, las clases medias comienzan a desaparecer en Occidente, haciendo imposible la supervivencia de las instituciones democráticas que esas clases habían conformado.
Lo más importante es que las poblaciones de regiones enteras van a ser diezmadas, comenzando par las de los Grandes Lagos africanos. Esta primera guerra regional deja 6 millones de muertos en Angola, Burundi, Uganda, en la República Democrática del Congo, Ruanda y Zimbabwe, sin que el mundo se preocupe por entender lo que sucede. El objetivo era seguir apoderándose de los recursos naturales de esos países… pero pagando aún menos que antes. ¿Cómo? Negociando esos recursos con pandillas armadas en vez de tratar con Estados que tienen la obligación de alimentar a sus ciudadanos.
La transformación sociológica del mundo es muy rápida y sin precedente. No disponemos actualmente de las herramientas estadísticas necesarias para evaluarla correctamente. Pero todos percibimos el progreso de Eurasia —no de la Eurasia que evocaba De Gaulle, «de Brest a Vladivostok», sino de una Eurasia que sólo incluye a Rusia y Asia, sin Europa occidental ni Europa central— hacia la búsqueda de libertad y prosperidad, mientras que las potencias occidentales —incluyendo a Estados Unidos— se apagan poco a poco, limitando las libertades individuales y encerrando a la mitad de su población en zonas de pobreza.
Hoy en día la tasa de encarcelación de los chinos es cuatro veces inferior a la de los estadounidenses, mientras que su poder adquisitivo es ligeramente superior al de los estadounidenses. Objetivamente, con todos sus defectos, China se ha convertido un país más libre y próspero que Estados Unidos.
Ese proceso era previsible desde el principio. Su instauración se discutió por mucho tiempo. Por ejemplo, el 1º de septiembre de 1987, un cuadragenario estadounidense publicaba una página publicitaria a contracorriente en el New York Times, el Washington Post y el Boston Globe. En ella advertía a sus compatriotas en contra del papel que el presidente Bush padre iba a hacer asumir a Estados Unidos haciendo a esa nación responsable, asumiéndolo sola, del «Nuevo Orden Mundial» que se construía. Mucha gente se rió del autor de aquel artículo… el promotor inmobiliario Donald Trump.
Ya no se trataría de utilizar las fuerzas armadas de Estados Unidos para defender principios o intereses sino de servirse de los ejércitos estadounidenses para reorganizar el mundo… dividiéndolo en dos: de un lado estarían los Estados integrados a la economía globalizada, del otro lado quedarían los demás. El Pentágono ya no libraría guerras para apoderarse de los recursos naturales sino que pasaría a controlar el acceso de los países globalizados a esos recursos. Esa división se inspira directamente en el proceso de globalización que ya había marginado a la mitad de la población occidental. Sólo que en adelante lo que se preveía era la exclusión de mitad de la población mundial.
La reorganización del mundo se inició en la zona política definida como el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente», o sea la que va desde Afganistán hasta Marruecos, exceptuando Israel, Líbano y Jordania. Fue esa la supuesta epidemia de guerras civiles que ya ha dejado varios millones de muertos en Afganistán, Iraq, Sudán, Libia, Siria y Yemen.
Como un monstruo que devora a sus hijos, el sistema financiero global, con base en Estados Unidos, sufrió su primera crisis en 2008, cuando estalló la crisis de las hipotecas subprime. Al contrario de lo que afirma el mito, aquello no fue una crisis global sino una crisis exclusivamente occidental. Por primera vez, los países de la OTAN fueron los primeros en sufrir las consecuencias de las políticas que respaldaban. Pero las clases superiores occidentales no modificaron su comportamiento en nada, se limitaron a mirar compasivamente el naufragio de la clase media.
La única modificación notable fue la adopción de la «regla Volcker», que prohíbe a los bancos utilizar informaciones obtenidas de sus clientes para especular contra los intereses de estos. Ahora bien, aunque es cierto que los conflictos de intereses han permitido a muchos inescrupulosos enriquecerse rápidamente, también hay que decir que no son ellos el problema de fondo. Este es mucho más amplio.
La revuelta de los occidentales
La revuelta de las clases medias y populares de Occidente contra la clase superior globalizada comenzó en realidad hace 2 años.
Consciente de que, en relación con Asia, Occidente está en recesión, el pueblo británico fue el primero en tratar de salvar su nivel de vida saliendo de la Unión Europea y acercándose a China y a la Commonwealth («Sí» al Brexit como resultado del referéndum realizado el 23 de junio de 2016). Por desgracia, los dirigentes del Reino Unido no lograron concretar el acuerdo que esperaban obtener con China y están enfrentando graves dificultades para reactivar sus vínculos con la Commonwealth.
Más tarde, viendo como su industria civil se derrumbaba, una parte de los estadounidenses votó el 8 de noviembre de 2016 por el único candidato a la presidencia que se oponía al Nuevo Orden Mundial: Donald Trump. Se trataba de volver al «sueño americano»). Por desgracia para esos estadounidenses, Donald Trump no tiene un equipo en torno a él —exceptuando a su familia— y solamente está logrando intervenir —pero sin cambiar del todo— la estrategia militar de su país, donde la casi totalidad de los generales del Pentágono y de los altos funcionarios son hostiles a su política.
Ya ante el fin de su industria nacional y con la certeza de que están siendo traicionados por su clase alta, los italianos votaron el 4 de marzo de 2018 por los partidos antisistema: la Liga y el Movimiento 5 Estrellas. Esos dos partidos constituyeron una alianza de gobierno para poner en práctica una política social. Por desgracia para ellos, la Unión Europea se opone a esa política .
En Francia, en momentos en que decenas de miles empresas pequeñas y medianas que trabajaban en el sector industrial han ido a la quiebra durante los 10 últimos años, los impuestos —que ya clasificaban entre los más elevados del mundo— han aumentado en un 30% en ese mismo periodo de tiempo. Ahora cientos de miles de franceses han salido a las calles para protestar contra un alza de los impuestos que les parece abusiva. Por desgracia para ellos, la clase alta francesa se ha contaminado con el discurso que los estadounidenses rechazan. Esa clase privilegiada está tratando ahora de adaptar su política a la revuelta popular, en vez de cambiar de política.
Si se abordan por separado los casos de cada uno de esos cuatro países, seguramente aparecerán explicaciones diferentes para lo que en ellos sucede. Pero si los analizamos como un fenómeno único que se produce en culturas diferentes, veremos que los mecanismos son los mismos. En esos cuatro países, las clases medias están desapareciendo con mayor o menor rapidez —como consecuencia del capitalismo— y con ellas desaparece el régimen político que esas clases encarnaban: la democracia.
Los dirigentes occidentales van a tener que renunciar al sistema financiero que han construido y volver al capitalismo productivo de los tiempos de la guerra fría, o inventar una organización diferente en la que nadie haya pensado hasta ahora. Si no lo hacen, el Occidente que ha dirigido el mundo desde hace 5 siglos acabará hundiéndose en una serie de conflictos internos.
Los sirios han sido el primer pueblo no globalizado capaz de sobrevivir y de resistir a la destrucción que reinaría en el inframundo de Rumsfeld y Cebrowski.
Los franceses son el primer pueblo globalizado que se revela contra la destrucción de Occidente, aunque no tengan conciencia de que están luchando contra el enemigo único de toda la humanidad. El presidente Emmanuel Macron no es el «hombre de la situación», no porque sea responsable de un sistema que ya existía antes que él sino porque él mismo es producto de ese sistema. Ante los motines que estallaron en su país, este presidente de la República Francesa no encontró nada mejor que decir —desde la cumbre del G20 realizada en Buenos Aires— que la reunión le había parecido un éxito —en realidad no lo fue— y que él mismo avanzaría más rápidamente que sus predecesores… en la dirección equivocada.
Cómo salvar los privilegios
La clase dirigente británica parece haber hallado su propia solución. Si Occidente en general, y Londres en particular, ya no está en condiciones de gobernar el mundo, lo conveniente es resignarse y tratar de salvar lo que sea posible salvar dividiendo el mundo en dos zonas. Esa fue la política que aplicó la administración Obama durante sus últimos meses en el poder, es la política de la primer ministro británica Theresa May y también la de Donald Trump, política que aplica con su negativa a cooperar y sus acusaciones estruendosas, primero contra Rusia y ahora contra China.
También parece que Rusia y China, a pesar de su rivalidad histórica, han tomado conciencia de que nunca podrán tener como aliados a las potencias occidentales que siempre han querido desmembrarlas. Esa es la idea que ha dado lugar a su proyecto de «Asociación de la Eurasia Ampliada»: si el mundo va a dividirse en dos, cada bando tiene que organizar su parte del mundo. Para Pekín, eso significa concretamente abandonar la mitad de su proyecto de «Ruta de la Seda» y redesplegarse junto a Moscú en la Eurasia ampliada.
Fijar la línea divisoria
Tanto para Occidente como para la Eurasia ampliada lo más conveniente sería fijar sin demora la línea divisoria. Por ejemplo, ¿de qué lado quedará Ucrania? Al construir el puente sobre el Estrecho de Kerch, Rusia buscaba cortar el país, absorber la región de Donbass, la cuenca del Mar de Azov y, posteriormente, Odesa y Transnistria. El incidente organizado en Kerch por el bando de los occidentales apunta a meter toda Ucrania en la OTAN antes de que el país se divida.
Viendo que el bando de la globalización financiera se hunde, muchos comienzan a tratar de salvar sus intereses personales sin preocuparse por los demás. De ahí viene, por ejemplo, la actual tensión entre la Unión Europea y Estados Unidos. Y el movimiento sionista siempre lleva la ventaja en ese juego, lo cual explica la rápida mutación de la estrategia israelí, que ahora está dejando Siria a Rusia para volverse simultáneamente hacia el Golfo Pérsico y el este de África.
Perspectivas
Teniendo en cuenta todo lo que está en juego, es evidente que la insurrección en Francia es sólo el comienzo de un proceso mucho más amplio que se extenderá a otros países occidentales.
Es absurdo creer que en estos tiempos de globalización financiera, algún gobierno —sea cual sea— logrará resolver los problemas de su país sin afectar las relaciones internacionales y recuperar simultáneamente su capacidad de reacción. El problema es precisamente que la política exterior ha sido mantenida fuera del ámbito democrático desde que desapareció la Unión Soviética. Es por lo tanto urgente salir de casi todos los tratados y compromisos pactados en los 30 últimos años. Sólo los Estados capaces de recobrar su soberanía tendrán posibilidades de recuperarse.
Fuente: http://www.voltairenet.org/article204232.html
La aplicación del modelo económico a las relaciones internacionales
Un mes después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, el secretario estadounidense de Defensa, Donald Rumsfeld, designó al almirante Arthur Cebrowski como director de la nueva Oficina de Transformación de la Fuerza (Office of Force Transformation). La misión de Cebrowski era modificar la cultura de los militares estadounidenses para que pudieran adaptarse a un cambio total de su misión. Ya no se trataría de utilizar las fuerzas armadas de Estados Unidos para defender principios o intereses sino de servirse de los ejércitos estadounidenses para reorganizar el mundo… dividiéndolo en dos: de un lado estarían los Estados integrados a la economía globalizada, del otro lado quedarían los demás. El Pentágono ya no libraría guerras para apoderarse de los recursos naturales sino que pasaría a controlar el acceso de los países globalizados a esos recursos. Esa división se inspira directamente en el proceso de globalización que ya había marginado a la mitad de la población occidental. Sólo que en adelante lo que se preveía era la exclusión de mitad de la población mundial.
La reorganización del mundo se inició en la zona política definida como el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente», o sea la que va desde Afganistán hasta Marruecos, exceptuando Israel, Líbano y Jordania. Fue esa la supuesta epidemia de guerras civiles que ya ha dejado varios millones de muertos en Afganistán, Iraq, Sudán, Libia, Siria y Yemen.
Como un monstruo que devora a sus hijos, el sistema financiero global, con base en Estados Unidos, sufrió su primera crisis en 2008, cuando estalló la crisis de las hipotecas subprime. Al contrario de lo que afirma el mito, aquello no fue una crisis global sino una crisis exclusivamente occidental. Por primera vez, los países de la OTAN fueron los primeros en sufrir las consecuencias de las políticas que respaldaban. Pero las clases superiores occidentales no modificaron su comportamiento en nada, se limitaron a mirar compasivamente el naufragio de la clase media.
La única modificación notable fue la adopción de la «regla Volcker», que prohíbe a los bancos utilizar informaciones obtenidas de sus clientes para especular contra los intereses de estos. Ahora bien, aunque es cierto que los conflictos de intereses han permitido a muchos inescrupulosos enriquecerse rápidamente, también hay que decir que no son ellos el problema de fondo. Este es mucho más amplio.
La revuelta de los occidentales
La revuelta de las clases medias y populares de Occidente contra la clase superior globalizada comenzó en realidad hace 2 años.
Consciente de que, en relación con Asia, Occidente está en recesión, el pueblo británico fue el primero en tratar de salvar su nivel de vida saliendo de la Unión Europea y acercándose a China y a la Commonwealth («Sí» al Brexit como resultado del referéndum realizado el 23 de junio de 2016). Por desgracia, los dirigentes del Reino Unido no lograron concretar el acuerdo que esperaban obtener con China y están enfrentando graves dificultades para reactivar sus vínculos con la Commonwealth.
Más tarde, viendo como su industria civil se derrumbaba, una parte de los estadounidenses votó el 8 de noviembre de 2016 por el único candidato a la presidencia que se oponía al Nuevo Orden Mundial: Donald Trump. Se trataba de volver al «sueño americano»). Por desgracia para esos estadounidenses, Donald Trump no tiene un equipo en torno a él —exceptuando a su familia— y solamente está logrando intervenir —pero sin cambiar del todo— la estrategia militar de su país, donde la casi totalidad de los generales del Pentágono y de los altos funcionarios son hostiles a su política.
Ya ante el fin de su industria nacional y con la certeza de que están siendo traicionados por su clase alta, los italianos votaron el 4 de marzo de 2018 por los partidos antisistema: la Liga y el Movimiento 5 Estrellas. Esos dos partidos constituyeron una alianza de gobierno para poner en práctica una política social. Por desgracia para ellos, la Unión Europea se opone a esa política .
En Francia, en momentos en que decenas de miles empresas pequeñas y medianas que trabajaban en el sector industrial han ido a la quiebra durante los 10 últimos años, los impuestos —que ya clasificaban entre los más elevados del mundo— han aumentado en un 30% en ese mismo periodo de tiempo. Ahora cientos de miles de franceses han salido a las calles para protestar contra un alza de los impuestos que les parece abusiva. Por desgracia para ellos, la clase alta francesa se ha contaminado con el discurso que los estadounidenses rechazan. Esa clase privilegiada está tratando ahora de adaptar su política a la revuelta popular, en vez de cambiar de política.
Si se abordan por separado los casos de cada uno de esos cuatro países, seguramente aparecerán explicaciones diferentes para lo que en ellos sucede. Pero si los analizamos como un fenómeno único que se produce en culturas diferentes, veremos que los mecanismos son los mismos. En esos cuatro países, las clases medias están desapareciendo con mayor o menor rapidez —como consecuencia del capitalismo— y con ellas desaparece el régimen político que esas clases encarnaban: la democracia.
Los dirigentes occidentales van a tener que renunciar al sistema financiero que han construido y volver al capitalismo productivo de los tiempos de la guerra fría, o inventar una organización diferente en la que nadie haya pensado hasta ahora. Si no lo hacen, el Occidente que ha dirigido el mundo desde hace 5 siglos acabará hundiéndose en una serie de conflictos internos.
Los sirios han sido el primer pueblo no globalizado capaz de sobrevivir y de resistir a la destrucción que reinaría en el inframundo de Rumsfeld y Cebrowski.
Los franceses son el primer pueblo globalizado que se revela contra la destrucción de Occidente, aunque no tengan conciencia de que están luchando contra el enemigo único de toda la humanidad. El presidente Emmanuel Macron no es el «hombre de la situación», no porque sea responsable de un sistema que ya existía antes que él sino porque él mismo es producto de ese sistema. Ante los motines que estallaron en su país, este presidente de la República Francesa no encontró nada mejor que decir —desde la cumbre del G20 realizada en Buenos Aires— que la reunión le había parecido un éxito —en realidad no lo fue— y que él mismo avanzaría más rápidamente que sus predecesores… en la dirección equivocada.
Cómo salvar los privilegios
La clase dirigente británica parece haber hallado su propia solución. Si Occidente en general, y Londres en particular, ya no está en condiciones de gobernar el mundo, lo conveniente es resignarse y tratar de salvar lo que sea posible salvar dividiendo el mundo en dos zonas. Esa fue la política que aplicó la administración Obama durante sus últimos meses en el poder, es la política de la primer ministro británica Theresa May y también la de Donald Trump, política que aplica con su negativa a cooperar y sus acusaciones estruendosas, primero contra Rusia y ahora contra China.
También parece que Rusia y China, a pesar de su rivalidad histórica, han tomado conciencia de que nunca podrán tener como aliados a las potencias occidentales que siempre han querido desmembrarlas. Esa es la idea que ha dado lugar a su proyecto de «Asociación de la Eurasia Ampliada»: si el mundo va a dividirse en dos, cada bando tiene que organizar su parte del mundo. Para Pekín, eso significa concretamente abandonar la mitad de su proyecto de «Ruta de la Seda» y redesplegarse junto a Moscú en la Eurasia ampliada.
Fijar la línea divisoria
Tanto para Occidente como para la Eurasia ampliada lo más conveniente sería fijar sin demora la línea divisoria. Por ejemplo, ¿de qué lado quedará Ucrania? Al construir el puente sobre el Estrecho de Kerch, Rusia buscaba cortar el país, absorber la región de Donbass, la cuenca del Mar de Azov y, posteriormente, Odesa y Transnistria. El incidente organizado en Kerch por el bando de los occidentales apunta a meter toda Ucrania en la OTAN antes de que el país se divida.
Perspectivas
Teniendo en cuenta todo lo que está en juego, es evidente que la insurrección en Francia es sólo el comienzo de un proceso mucho más amplio que se extenderá a otros países occidentales.
Es absurdo creer que en estos tiempos de globalización financiera, algún gobierno —sea cual sea— logrará resolver los problemas de su país sin afectar las relaciones internacionales y recuperar simultáneamente su capacidad de reacción. El problema es precisamente que la política exterior ha sido mantenida fuera del ámbito democrático desde que desapareció la Unión Soviética. Es por lo tanto urgente salir de casi todos los tratados y compromisos pactados en los 30 últimos años. Sólo los Estados capaces de recobrar su soberanía tendrán posibilidades de recuperarse.
Fuente: http://www.voltairenet.org/article204232.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario