En nuestra sociedad la ideología progresista ha alcanzado un puesto hegemónico, hasta el punto de amenazar con convertirse en una forma de pensamiento único que muchos asumen sin rechistar. Entre esos muchos, por supuesto, incluyo a la mayor parte de las personas que se consideran a sí mismas como de derecha, liberales o conservadoras. Hay muchas formas de liberarse del candado ideológico que ha impuesto el pensamiento único progre. Os propongo cinco ideas:
I. Progreso y bondad no son lo mismo que progresismo
Con mucha frecuencia leo y escucho a diversas personas decir que una medida o un determinado político de izquierdas en realidad no son progresistas porque no fomentan el progreso, una idea que procede de una clara confusión entre un concepto, el progreso, con una ideología, el progresismo. Esto es tan erróneo como lo sería confundir la defensa del Bien común con el comunismo. Esto se debe a que muchos partidos y la mayoría de los medios tratan de convencernos de que ser progresista te convierte en buena persona y ser conservador te convierte en alguien odioso, intolerante y cargado de prejuicios, cuyas ideas merecen el rechazo de toda la sociedad. Es una forma descarada de impedir el libre debate de ideas, criminalizando al que discrepa de ese pensamiento único. Declararte progresista no te convierte en buena persona ni hace que tus ideas sean mejores. Lo que convierte a alguien en buena persona es la bondad de sus acciones, y no la supuesta buena intención de sus ideas. Unas ideas son mejores si se ajustan a criterios de verdad, justicia y respeto por los más débiles y por los derechos de la persona, y precisamente hay muchos conceptos del progresismo que casan mal con esos criterios o los contradicen abiertamente.
II. Justicia y solidaridad no equivalen a socialismo
Es una confusión parecida a la del punto anterior. Por ejemplo, no es infrecuente escuchar que tal político en realidad no es socialista porque es poco solidario o comete injusticias. Esta mezcla de conceptos se deriva, claro está, de la insistencia con que el socialismo se ha venido presentando a sí mismo como el movimiento político que lucha por los más débiles, los más necesitados y los que tienen sed de justicia. Sin embargo, políticos, partidos y regímenes socialistas han cometido enormes injusticias y han sembrado la miseria en diversos países, a menudo mientras la élite política socialista vivía a cuerpo de rey. Esto no significa que hayan dimitido de sus ideas socialistas, como inocentemente piensa mucha gente (incluso muchas personas de derechas). Al contrario: el socialismo es, en realidad, el férreo control de la sociedad por parte del Estado, asfixiando libertades con la excusa de la igualdad. Un fin que se cumple de mala manera —haciendo a todos igual de pobres, a lo sumo—, pero con el que se engaña a muchos incautos.
III. Comunista es un adjetivo tan peyorativo como nazi
La derrota del nazismo en la 2GM hizo que sus horrendos crímenes quedasen expuestos ante todo el mundo. «Fascista» se convirtió en uno de los peores insultos que te pueden lanzar. La paradoja es que mucha gente, a la hora de señalar a un comunista como un enemigo de la libertad, lo llama fascista o nazi. Esto se debe, en gran medida, a que hubo unos Juicios de Núremberg que sacaron a la luz los crímenes del nazismo ante todo el mundo, pero no ha habido un proceso similar con los crímenes del comunismo. La propia izquierda, incluso en sus vertientes más moderadas, sigue blanqueando el comunismo, rechazando tajantemente toda equiparación moral entre el totalitarismo rojo y el nazi. A estas alturas tenemos ya sobrada documentación histórica como para concluir que el comunismo es una ideología tan perversa, letal y enemiga de la libertad como el nazismo, y que los crímenes de los regímenes marxistas no son el fruto de desviaciones doctrinales, sino consecuencias directas de sus planteamientos ideológicos colectivistas. Llamar comunista a alguien debería ser tan negativo como llamarle nazi.
IV. Dilo sin miedo: son ultraizquierdistas
El desplazamiento constante de la derecha parlamentaria hacia posiciones de centro-izquierda ha dado lugar a un tratamiento curioso en los medios: la derecha ya no existe, y se tacha como ultraderechista, sin más, a toda opción que es meramente derechista, liberal o conservadora. Lo mismo pasa en el ámbito de la religión. La izquierda política y mediática llevan muchos años presionando a los cristianos para que ajusten sus creencias a la ideología progresista, aunque esto implique contradecir abiertamente la Palabra de Cristo. Los católicos que se mantienen fieles a la doctrina de la Iglesia son estigmatizados y tachados de ultracatólicos, con lo que se da a entender que son unos fanáticos, unos fundamentalistas y unos intolerantes. Sin embargo, es muy raro encontrar en los medios referencias a la ultraizquierda, ni siquiera para referirse a aquella parte de la izquierda que mantiene postulados totalitarios y sigue prestando apoyos a dictaduras. Para muchos ser de izquierdas te convierte automáticamente en buena persona y, por tanto, no hay sitio para referencias negativas como la ultraizquierda. Pues no es así. La ultraizquierda existe y es más abundante que la ultraderecha. Y debemos señalarla sin miedo.
V. Contradecir a la izquierda no es un «delito de odio»
La dificultad de la izquierda para encajar las opiniones distintas se está traduciendo en acusaciones políticas y mediáticas de «odio» contra los que no suscriben las distintas franquicias ideológicas del progresismo, un señalamiento que está dando lugar a una ola de insultos, amenazas e incluso agresiones contra el que discrepa. Si no estás de acuerdo con la ideología de género te llaman «transfóbico», aunque te limites a afirmar obviedades biológicas como que la especie humana tiene dos sexos y las diferencias entre ambos tienen un origen mayoritariamente biológico. Si discrepas de cualquier cosa que diga un grupo de presión LGTB te llaman «homófobo», aunque te limites a defender las libertades frente a ciertas leyes que, con la excusa de proteger a ese colectivo, están recortando nuestros derechos fundamentales. Si discrepas del multiculturalismo y criticas determinados planteamientos del Islam, te llaman «islamófobo», mientras se tolera que los fundamentalistas islámicos impongan la sharia en barrios enteros de diversas ciudades europeas. Sin embargo, los reiterados insultos, amenazas y ataques de grupos de izquierda contra el Cristianismo casi nunca se traducen en titulares hablando de «cristianofobia». Y es que la izquierda está utilizando las acusaciones de «odio» para impedir que la gente discrepe de sus dogmas. Lo más patético es ver a políticos y medios de derechas colaborando con esa burda censura ideológica. Esto implica asumir que el ejercicio del derecho a la libertad de expresión sólo ampara a las ideas de izquierda, algo inaceptable, pues nos llevaría a una dictadura del pensamiento. Debemos responder sin rodeos a quienes acusan de «odio» y buscan criminalizar a otros por expresar ideas que no coinciden con las izquierdistas: ese izquierdista te acusa de «odio» porque quiere imponerte sus ideas.
Fuente: https://borakruo.blogspot.com/2019/07/5-consejos-practicos-para-liberarte-del.html
Con mucha frecuencia leo y escucho a diversas personas decir que una medida o un determinado político de izquierdas en realidad no son progresistas porque no fomentan el progreso, una idea que procede de una clara confusión entre un concepto, el progreso, con una ideología, el progresismo. Esto es tan erróneo como lo sería confundir la defensa del Bien común con el comunismo. Esto se debe a que muchos partidos y la mayoría de los medios tratan de convencernos de que ser progresista te convierte en buena persona y ser conservador te convierte en alguien odioso, intolerante y cargado de prejuicios, cuyas ideas merecen el rechazo de toda la sociedad. Es una forma descarada de impedir el libre debate de ideas, criminalizando al que discrepa de ese pensamiento único. Declararte progresista no te convierte en buena persona ni hace que tus ideas sean mejores. Lo que convierte a alguien en buena persona es la bondad de sus acciones, y no la supuesta buena intención de sus ideas. Unas ideas son mejores si se ajustan a criterios de verdad, justicia y respeto por los más débiles y por los derechos de la persona, y precisamente hay muchos conceptos del progresismo que casan mal con esos criterios o los contradicen abiertamente.
II. Justicia y solidaridad no equivalen a socialismo
Es una confusión parecida a la del punto anterior. Por ejemplo, no es infrecuente escuchar que tal político en realidad no es socialista porque es poco solidario o comete injusticias. Esta mezcla de conceptos se deriva, claro está, de la insistencia con que el socialismo se ha venido presentando a sí mismo como el movimiento político que lucha por los más débiles, los más necesitados y los que tienen sed de justicia. Sin embargo, políticos, partidos y regímenes socialistas han cometido enormes injusticias y han sembrado la miseria en diversos países, a menudo mientras la élite política socialista vivía a cuerpo de rey. Esto no significa que hayan dimitido de sus ideas socialistas, como inocentemente piensa mucha gente (incluso muchas personas de derechas). Al contrario: el socialismo es, en realidad, el férreo control de la sociedad por parte del Estado, asfixiando libertades con la excusa de la igualdad. Un fin que se cumple de mala manera —haciendo a todos igual de pobres, a lo sumo—, pero con el que se engaña a muchos incautos.
III. Comunista es un adjetivo tan peyorativo como nazi
La derrota del nazismo en la 2GM hizo que sus horrendos crímenes quedasen expuestos ante todo el mundo. «Fascista» se convirtió en uno de los peores insultos que te pueden lanzar. La paradoja es que mucha gente, a la hora de señalar a un comunista como un enemigo de la libertad, lo llama fascista o nazi. Esto se debe, en gran medida, a que hubo unos Juicios de Núremberg que sacaron a la luz los crímenes del nazismo ante todo el mundo, pero no ha habido un proceso similar con los crímenes del comunismo. La propia izquierda, incluso en sus vertientes más moderadas, sigue blanqueando el comunismo, rechazando tajantemente toda equiparación moral entre el totalitarismo rojo y el nazi. A estas alturas tenemos ya sobrada documentación histórica como para concluir que el comunismo es una ideología tan perversa, letal y enemiga de la libertad como el nazismo, y que los crímenes de los regímenes marxistas no son el fruto de desviaciones doctrinales, sino consecuencias directas de sus planteamientos ideológicos colectivistas. Llamar comunista a alguien debería ser tan negativo como llamarle nazi.
IV. Dilo sin miedo: son ultraizquierdistas
El desplazamiento constante de la derecha parlamentaria hacia posiciones de centro-izquierda ha dado lugar a un tratamiento curioso en los medios: la derecha ya no existe, y se tacha como ultraderechista, sin más, a toda opción que es meramente derechista, liberal o conservadora. Lo mismo pasa en el ámbito de la religión. La izquierda política y mediática llevan muchos años presionando a los cristianos para que ajusten sus creencias a la ideología progresista, aunque esto implique contradecir abiertamente la Palabra de Cristo. Los católicos que se mantienen fieles a la doctrina de la Iglesia son estigmatizados y tachados de ultracatólicos, con lo que se da a entender que son unos fanáticos, unos fundamentalistas y unos intolerantes. Sin embargo, es muy raro encontrar en los medios referencias a la ultraizquierda, ni siquiera para referirse a aquella parte de la izquierda que mantiene postulados totalitarios y sigue prestando apoyos a dictaduras. Para muchos ser de izquierdas te convierte automáticamente en buena persona y, por tanto, no hay sitio para referencias negativas como la ultraizquierda. Pues no es así. La ultraizquierda existe y es más abundante que la ultraderecha. Y debemos señalarla sin miedo.
V. Contradecir a la izquierda no es un «delito de odio»
La dificultad de la izquierda para encajar las opiniones distintas se está traduciendo en acusaciones políticas y mediáticas de «odio» contra los que no suscriben las distintas franquicias ideológicas del progresismo, un señalamiento que está dando lugar a una ola de insultos, amenazas e incluso agresiones contra el que discrepa. Si no estás de acuerdo con la ideología de género te llaman «transfóbico», aunque te limites a afirmar obviedades biológicas como que la especie humana tiene dos sexos y las diferencias entre ambos tienen un origen mayoritariamente biológico. Si discrepas de cualquier cosa que diga un grupo de presión LGTB te llaman «homófobo», aunque te limites a defender las libertades frente a ciertas leyes que, con la excusa de proteger a ese colectivo, están recortando nuestros derechos fundamentales. Si discrepas del multiculturalismo y criticas determinados planteamientos del Islam, te llaman «islamófobo», mientras se tolera que los fundamentalistas islámicos impongan la sharia en barrios enteros de diversas ciudades europeas. Sin embargo, los reiterados insultos, amenazas y ataques de grupos de izquierda contra el Cristianismo casi nunca se traducen en titulares hablando de «cristianofobia». Y es que la izquierda está utilizando las acusaciones de «odio» para impedir que la gente discrepe de sus dogmas. Lo más patético es ver a políticos y medios de derechas colaborando con esa burda censura ideológica. Esto implica asumir que el ejercicio del derecho a la libertad de expresión sólo ampara a las ideas de izquierda, algo inaceptable, pues nos llevaría a una dictadura del pensamiento. Debemos responder sin rodeos a quienes acusan de «odio» y buscan criminalizar a otros por expresar ideas que no coinciden con las izquierdistas: ese izquierdista te acusa de «odio» porque quiere imponerte sus ideas.
Fuente: https://borakruo.blogspot.com/2019/07/5-consejos-practicos-para-liberarte-del.html
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