Cada día me maravillo al descubrir nuevos detalles de la Creación (así, con mayúsculas). Encuentro la foto de un colibrí en la red, que se mantiene en el aire mientras sorbe el néctar de una flor. Es una imagen preciosa. Mi hija me llama para que vea la puesta de sol, con todo el cielo anaranjado, hermoso.
Entonces, sin duda que existe un Creador (así con mayúsculas), que «creó» muchas cosas, desde los planetas, que se mueven sin andar chocando unos con otros, hasta los diseños de las plantas, las jirafas, los leones, los tigres, nuestro sistema intestinal, y nuestro cerebro, cuyo funcionamiento todavía no se descubre por completo.
Yo no tengo duda alguna de que Dios existe. Y uso este término en general, ya que para algunos será el dios de los cristianos, para otros, el dios de los musulmanes, o de los judíos, o cualquiera de las deidades del hinduismo. Otros dirán que no existe ningún dios. Perfecto. Eso no quita que podamos ver las estrellas en una noche despejada, o que el Sol siga saliendo todos los días. Es como desconocer la ley de gravitación universal, formulada por Newton. Alguien puede no creer en ella, pero si cae desde el balcón de un décimo piso, es muy posible que se quiebre varios huesos.
Hay muchas leyes en la física. Y muchas más que no se han descubierto aún, y que dejan a los científicos sin explicación, como ocurre con la física cuántica. Entonces, si existen leyes más potentes que la ley de gravitación universal, ¿cómo podríamos negar que detrás de todo se encuentra ese Creador, sin importar cómo la llamemos?
Además, esa Creador es amoroso. Ha «implantado» en todos los seres la posibilidad de multiplicarse. Las semillas son algo asombroso. Un minúsculo grano puede convertirse en un gran árbol. Y, si observamos bien, todo es así: el cuerpo de las madres fabrica la leche precisa para sus crías. Son muchas las maravillas como para enumerarlas aquí. ¡Si ninguna flor es igual a otra! ¡Ni una hormiga es igual a otra!
Entonces, ¿cómo podría este Creador amoroso limitarnos a una sola vida? Una sola vida puede ser precaria, o terrible, no porque ese Creador lo haya determinado así, sino porque los humanos, en nuestra ambición y avaricia, hemos abusado de otros humanos, apropiándonos de las riquezas de sus tierras, explotándolos como esclavos. Y en definitiva faltando a las normas que determinados seres de mayor elevación nos han transmitido, como el Decálogo que recibió Moisés.
Lo que hay en la Tierra podría alcanzar para alimentarnos y protegernos a todos, pero bien sabemos que la distribución la manejan unos pocos.
¿Cómo podría ese Creador limitarnos a una sola vida, que a veces dura diez años, o incluso menos? ¿Y por qué algunos nacen ricos y bellos mientras otros solamente conocen la escasez y la pobreza? No sería justo, de ninguna manera. Y Dios no puede ser injusto, porque a mí me consta que tenemos muchas vidas, con abundancia, con honores, en algunas; con sufrimiento y dolor en otras.
Como periodista, he conocido a miles de personas, todas distintas, cada una de ellas con sus propios problemas, ambiciones, decepciones. Cada una de ellas emite una vibración particular, una especie de aroma, diría yo, que me atrae o me repele. Algunas son obstinadas; otras, tímidas; y hay quienes tienen una imagen desproporcionada de sí mismas, como si se vieran en un espejo que los engrandece.
Vivimos y morimos. Pero al morir, dejamos este cuerpo físico, cuando ya está muy gastado, como si fuera un vestido viejo. Y nuestra alma, nuestro verdadero «Yo», va hacia otros espacios, para seguir aprendiendo. ¿Aprendiendo qué? Lo que corresponde a cada uno: más generosidad, más compasión, lo que sea. Siempre aprendemos más de lo bueno. Y luego regresamos, en otro cuerpo y posiblemente en otro lugar del planeta (o de otro planeta), a practicar lo que debemos entender.
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