DE CONEJOS Y HURONES

Fernando Sánchez Dragó

Se llama en las culturas chamánicas animales de poder al animal simbólico que todo ser humano lleva dentro ‒o sea: en su inconsciente‒ desde que viene al mundo. Su función es la de catalizar la búsqueda del nosce te ipsum y la de equilibrar el peso del zoon politikon aristotélico, que es cultural y por ello artificial y adoptado, con el natural, que es congénito e instintivo. La conducta social depende del primero; la personal, del segundo, determinado por el carácter, que suele ser individual, pero que a veces, en contra de la opinión de Julio Caro Baroja (me remito a su ensayo sobre El mito del carácter nacional), puede ser colectivo y ayuda a entender lo que Unamuno llamaba la intrahistoria de los pueblos.

Ruinas del templo de Apolo en Delfos, que tenía esta inscripción en su frontón

No son conceptos que quepa discernir ni controversias que quepa dirimir en el angosto ámbito de una columna de prensa. Lean a Jung, a Mircea Eliade y a Carlos Castaneda, entre otros, quienes deseen saber algo más acerca de lo que es, en el chamanismo y en la psicología transpersonal, un animal de poder. No hay psicoanálisis posible si no se averigua cuál es el propio del sujeto sometido a esa terapia de introspección radical. Todo ser humano, ya dije, lleva en el subsuelo cerebral uno, por lo menos, de esos animales deícticos y a veces varios. Yo, por ejemplo, siempre exagerado, tengo cinco: el lobo, el oso, el gato, el lagarto y el escarabajo. Pero eso es asunto de mi exclusiva incumbencia que aquí está fuera de lugar y que sólo traigo a metafórica colación por si ayudara a entender la inexplicable (a mis ojos) conducta de mis compatriotas. La mía, desde luego, se entiende a tal trasluz por arcana que pueda parecer a muchos de ellos. ¿Cómo no van a tomarme por loco los hombres de la llanura —así los llama el Marqués de Tamarón en su novela El rompimiento de gloria— si mi forma de ser y de hacer es en tantas cosas similar a la de los cinco animales citados? Por algo decía Dalí, mirando alrededor con sus ojos saltones y tanteando el paisaje con las guías de su bigote, que la única diferencia entre él y un loco consistía en que él no estaba loco. Tampoco, que conste, lo estoy yo como lo estaría si osara compararme al genio de Port Lligat que enseñó a sus paisanos a sentirse catalán sin por ello dejar de ser español. Son o deberían ser círculos concéntricos.

¿Divago? Sí. Discúlpenlo. Soy un flaneur en el callejero del columnismo. También lo eran Camba (gallego), Pla (catalán) y Umbral (castellano). ¿Me estaré comparando a ellos? Al tercero seguro que no. Yo no recurro a las negritas.

¿Por qué Hispania se llamó así? Hay diferentes hipótesis al respecto. La más extendida sostiene que los romanos hicieron suyo ese topónimo de origen cartaginés cuyo significado era el de «tierra abundante en conejos». Así lo atestiguan Cicerón, Julio César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular, Catulo, que se refiere a Hispania como Celtiberia cuniculosa. Algo sabría del asunto, pues pasó por aquí. En algunas monedas acuñadas en la época de Adriano figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada y con un conejo a sus pies.

Han pasado unos cuantos siglos, pero si atiendo a lo que ahora dicen las encuestas, por escasa que su credibilidad sea, llego a la conclusión de que siguen correteando los conejos, animales asustadizos y de granja, por lo que fue el Far West del imperio romano en la época de las guerras púnicas. ¿Cómo entender, si no, que todavía haya en Cataluña tantos españoles cuniculosos dispuestos a votar al ministro Illa, a los sediciosos del separatismo, al procónsul del traicionero Brutus que en la moción de censura apuñaló a su aliado natural en el futuro gobierno del país, a los bolchepodemitos que a todos odian y se odian entre sí, y a quienes so capa de supuesta ciudadanía están dispuestos a pactar con quien sea para sentarse en cualquier trasportín de la Generalidad? ¡Ay, Inés, Inesita, Inés, capaz de pedir la dimisión de Illa y de ofrecerse a renglón seguido para formar gobierno con los socialistas!

Resulta difícil imaginar a los conejos como animales de poder, pero ahí, ratoneando, están. ¡Qué panorama! Sólo queda en Cataluña una opción decente para los votantes que no sean conejiles. Mi madre me decía que yo era un hurón. Eso sí que es un animal de poder. ¡A por ellos, VOX!

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