EL CHOQUE ENTRE OCCIDENTE Y RUSIA

 

La sucesión de acontecimientos continúa día tras día en Europa y la posibilidad de un choque directo entre el Occidente liderado por los anglo-estadounidenses y Rusia parece inevitable, tras los ataques a Crimea llevados a cabo, como parece confirmarse, por las fuerzas especiales británicas. Rusia ha prometido una respuesta a las acciones encubiertas de Gran Bretaña, incluido el sabotaje de los gasoductos Nord Stream en el Báltico, llevado a cabo por las fuerzas especiales submarinas de la Marina Real Británica.

De las últimas informaciones filtradas desde los círculos del Pentágono se desprende que la maniobra que prepara Washington es la creación de una fuerza multinacional extra-OTAN que se utilizará en Ucrania para atacar a Rusia en su territorio. Esta propuesta ha sido presentada por el ex jefe del Estado Mayor estadounidense David Petraeus y todo indica que ha sido aceptada por los círculos del Pentágono para evitar una derrota en Ucrania. Como había declarado el secretario de la OTAN, Stoltenberg, una derrota en Ucrania sería una derrota para la OTAN y tendría consecuencias fatales para la Alianza.

Toda la cuestión radica en los objetivos finales de la empresa, que son extremadamente vagos. ¿Cuál debería ser el resultado? ¿Sería expulsar a las fuerzas rusas de Ucrania, reforzar las defensas ucranianas y lograr un alto el fuego con una transición posterior para mantener una posición fuerte en las negociaciones?

Todavía no está claro cómo se posicionaría EE.UU. en esta coalición, teniendo en cuenta que, si está ahí, Rusia determinará quién toma el mando en el futuro inmediato y actuará en consecuencia.

Es de esperar que Moscú responda a la amenaza concentrándose en la destrucción de la estructura militar estadounidense, incluyendo el mando espacial, el centro de mando y control, la inteligencia y la vigilancia, por lo que la iniciativa occidental parece estar cargada de riesgos de desencadenar un conflicto mayor cuyo resultado sería imposible de predecir. EE.UU. necesita esta estratagema por razones políticas o simplemente quiere transferir parte de la responsabilidad y el compromiso a sus aliados, mientras que se plantea la cuestión de cómo las fuerzas estadounidenses y aliadas podrán proteger las numerosas rutas de transporte, aeropuertos y bases en Europa de los ataques de las fuerzas rusas. Además, en este tipo de operaciones es necesario especificar hasta qué punto está justificado el riesgo; la falta de claridad sobre el objetivo concreto puede tener graves consecuencias.

No es difícil prever cuál sería la reacción rusa si su seguridad se viera amenazada, y no se puede descartar el uso de armas nucleares tácticas en este caso, de acuerdo con la doctrina militar rusa.

Por otra parte, Estados Unidos no puede aceptar una nueva debacle en Ucrania que le expondría a una pérdida de prestigio y liderazgo ante los aliados y a la posibilidad de una ruptura de la Alianza Atlántica. En consecuencia, Washington estaría dispuesto a asumir el riesgo de un conflicto directo con Rusia, que hasta ahora se ha pospuesto. Esto explica por qué el alto mando del Pentágono lo ve como una posible salida al estancamiento.

El conflicto que se avecina entre la OTAN y Rusia surge de un contraste entre ambas partes, el Occidente liderado por los anglo-estadounidenses y Rusia, que no es sólo geopolítico y militar, sino también en esencia un contraste ideológico y sistémico. El contraste es entre el mundo occidental empeñado en el totalitarismo liberal-globalista y los países que quieren mantener su soberanía e identidad nacional intactas, negándose a someterse a las reglas dictadas por EEUU y sus aliados.

El presidente Biden y su secretario de Estado, Antony Blinken, han intentado repetidamente calificar este contraste como una «división entre democracias y autocracias». En realidad, esta terminología es el típico doble lenguaje orwelliano.

Por «democracias», los propagandistas de Washington se refieren a Estados Unidos y a las oligarquías financieras occidentales aliadas. Su objetivo es centralizar la planificación económica en manos de los gobiernos elegidos en Wall Street y otros centros financieros bajo el control de Estados Unidos.

Bajo el manto retórico de los exponentes estadounidenses, por «autocracias», Biden y Blinken se refieren a los países que se resisten a esta toma de control dirigida a la financiarización y la privatización. En la práctica, la propaganda estadounidense acusa a Rusia y a China de ser regímenes autocráticos en la regulación de sus propias economías y en la promoción de su propio crecimiento económico y nivel de vida, especialmente a China en el mantenimiento de las finanzas y la banca como servicios públicos para apoyar la economía de producción y consumo tangible.

Es bien sabido que los diplomáticos estadounidenses utilizan los organismos supranacionales bajo su control, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, para pedir la privatización de las infraestructuras, la minería y las empresas de servicios del mundo, y para conseguir que los países emergentes dependan de las exportaciones de tecnología, petróleo y alimentos a través de las multinacionales estadounidenses.

Este enfoque se denomina «democracia liberal» y «sociedad abierta», pero en realidad esconde una forma de neocolonialismo encubierto que se impone a través de la presión económica, el chantaje y las amenazas de sanciones a los gobiernos que no cumplen.

Todo se reduce a la fractura entre la visión unipolar del mundo de Estados Unidos y la visión multipolar hacia la que tienden no sólo Rusia y China, sino también la India y una serie de países de los distintos continentes que se adhieren a este nuevo bloque emergente organizado en los BRICS y el Acuerdo de Shanghai. Acuerdos que están uniendo a un número mayoritario de países en el mundo, marcando el desmantelamiento del orden mundial prefigurado por Estados Unidos y sus vasallos.

Lo que está ocurriendo en esta coyuntura histórica es un punto de inflexión epocal que sugiere que será imposible volver atrás, ya que asistimos al desmantelamiento pieza a pieza del antiguo sistema y orden mundial que se basaba en la supremacía imperial de Estados Unidos.

Serán los próximos meses los que determinen si el punto de inflexión será pacífico o si el mundo se verá sometido a un gran conflicto por parte de la potencia anglosajona que no se resigna al cambio y al nuevo equilibrio de poder.

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