LA PALABRA «LIBERAL» SE ESTÁ CONVIRTIENDO EN UN INSULTO EN LOS ESTADOS UNIDOS

 

Lo que está ocurriendo en Estados Unidos tras la victoria de Trump en las elecciones presidenciales, su toma de posesión y la forma en que se está danto el traspaso de poder, demuestra que estamos ante un rápido proceso de revolución conservadora en EE.UU. El sistema de valores está cambiando literalmente para convertirse en otra cosa. Lo que Trump y su equipo están proclamando y los primeros pasos que están dando se mueven en una dirección muy diferente a la ideología liberal de izquierdas que sustenta las directrices, estrategias y acciones de los globalistas.

De hecho, lo que está ocurriendo hoy es una transformación muy profunda e incluso una escisión de Occidente en dos polos opuestos. Uno de estos polos sigue siendo liberal de izquierda y globalista, el cual es encarnado por Biden y prácticamente todos sus predecesores, incluido el republicano George W. Bush Jr., ya que este último no representaba una alternativa a esta agenda liberal de izquierdas.

El segundo polo, sin embargo, es Trump y el trumpismo. Se trata de un Estados Unidos conservador, que de hecho rechaza por completo la ideología liberal de izquierdas, al tiempo que afirma una ideología conservadora de derechas. Hay que subrayar que ya ni siquiera se trata de un liberalismo de derecha, sino un conservadorismo de derecha, puesto que muchos representantes del trumpismo hablan de valores posliberales y rechazan el liberalismo.

La misma palabra «liberal» se está convirtiendo en un insulto en los Estados Unidos. Y estos cambios son tan dinámicos y tan rápidos que mucha gente aún no se ha dado cuenta de la importancia de las transformaciones que están teniendo lugar en Occidente en general y en la sociedad estadounidense en particular.

Los valores liberales de izquierda de los globalistas están siendo sustituidos por valores tradicionales. Se está pasando del progresismo liberal al conservadurismo e incluso al tradicionalismo. De hecho, Trump y los trumpistas están promoviendo un sistema de valores que en muchos sentidos y formas se parecen a los de Rusia. Y en este sentido, el Decreto nº 809 de Putin sobre los valores tradicionales, nuestra prohibición de la perversión y toda política de género, apelando al patriotismo, la prioridad de lo espiritual sobre lo material y muchos otros valores, está empezando a ser implementado por Trump en los Estados Unidos.

Lo sorprendente es lo rápido que lo está haciendo. A pesar de que las personas que comparten tales puntos de vista no hace mucho tiempo eran grupos marginales a los que simplemente no se les daba la mano y eran constantemente «cancelados» por la cultura de la cancelación, designándolos con nombres terribles como «extrema derecha», «fascistas» y así sucesivamente, resulta que tras la llegada de Trump al poder se sitúan ahora en el centro. El apoyo que están recibiendo los conservadores de derechas y los tradicionalistas en la sociedad estadounidense es enorme. Y a diferencia del primer mandato de Trump ahora ellos se han convertido en una tendencia sociopolítica significativa.

Es extremadamente importante que los rusos entendamos cómo actuar en esta situación. Porque uno de los aspectos más importantes de nuestra identidad civilizatoria, aquello en nombre de lo cual desafiamos al globalismo, ha sido ahora en cierto modo asumido por los trumpistas. Con esto como telón de fondo, además del dinamismo, determinación, extravagancia y radicalidad de lo que está ocurriendo en Estados Unidos, los rusos ya no parecemos tan vanguardistas y pioneros.

No, no estamos cediendo el liderazgo en este ámbito, que es nuestra mayor fortaleza: la proclamación de los valores tradicionales, la prohibición de la política de género y muchas otras cosas buenas e importantes adoptadas por Rusia en los últimos años, pero no hemos conseguido dar brillo y dinamismo a nuestro llamado a la identidad, los valores tradicionales y los ideales conservadores.

Todo este proceso ocurre en nuestro país de forma muy lenta e indecisa, con constantes retrocesos, retracciones y correcciones frente al liberalismo. Además, también es obvio que una parte significativa de nuestras élites se vio obligada a aceptar una actitud positiva hacia los valores tradicionales, percibiéndolo como algo temporal y formal, con la esperanza de que pronto se acabará.

Por eso nuestro profundo giro conservador de hoy surge como «de debajo de una manta o una almohada», siendo algo asfixiado e inseguro. Lo que realmente tenemos que hacer es promover con orgullo estas ideas, dándoles una forma hermosa y apelante en forma de vídeos musicales, nuevos programas de televisión, debates, obras de arte, etc.

Por supuesto, el hecho de que hoy el Decreto nº 809 reciba tanta atención y se aplique en todas partes es muy bueno. Pero parece que todavía no hemos sido capaces de inscribir en nuestra clase dirigente estos valores tradicionales. Todo se está haciendo de forma «figurada». Los responsables de esto sólo creen parcialmente en la necesidad de ese giro de valores o no creen en absoluto él y sólo fingen estar de acuerdo. Todo esto se puede sentir y ver perfectamente. Sobre todo, si se compara con las dinámicas transformaciones conservadoras del trumpismo. Es por eso que no debemos frenar en este sentido.

Al contrario, es importante que llevemos nuestra estrategia conservadora-ideológica a un nivel fundamentalmente diferente. No temer a nada, proclamar nuestros valores, intereses e ideales, defender nuestra identidad. Y hablar más del gran pueblo ruso, de nuestro Imperio, de la importancia de la Ortodoxia. Por supuesto, subrayando al mismo tiempo que en nuestro Imperio, junto con el pueblo ruso que forma el Estado, ocupa el lugar más importante junto al resto de los gloriosos pueblos euroasiáticos. Y junto con la Ortodoxia, nuestra religión principal y matriz, que define toda nuestra identidad histórica, hay otras creencias tradicionales.

Sin embargo, seguimos inclinándonos sin cesar, poniendo excusas y disculpándonos. Y esto no es bueno. Basta ya de tonterías izquierdistas, liberales, occidentalizadoras, seculares, modernistas y posmodernistas, que incluso los estadounidenses se niegan a aceptar. Somos rusos, ¡Dios está con nosotros! Nuestros valores tradicionales están con nosotros y no necesitamos de la OMS o la sanción del capitalismo al que seguimos apegados desde 1990. Construyamos la Gran Rusia, establezcamos nuestro poder, revivamos y restauremos el Imperio en todo su esplendor y poder. Y debemos luchar sin piedad contra las dolorosas tendencias nihilistas, la perversión, la decadencia y la corrupción que existe en el mundo.

Es hora de que cobremos fuerza y demos un nuevo dinamismo a nuestras reformas patrióticas y al retorno a los valores tradicionales. Y esto requiere tanto la rotación de las élites (para lo que necesitamos crear un DOGE —Department of Government Efficiency— similar al estadounidense que es dirigido por Elon Musk) como la liberación del potencial creativo de la gente corriente, de nuestro pueblo. Sin esto, no llegaremos a ser realmente convincentes ni siquiera para nosotros mismos.

De lo contrario, todas nuestras bazas, todos nuestros aspectos positivos y diferencias fundamentales no solo desaparecerán, sino que perderán su brillo, vanguardismo y relevancia al verse eclipsados y superados por otros. Por aquellos que no sólo no son nuestros amigos y socios, sino que utilizan su giro conservador para reforzar su propia hegemonía mundial.

Y aquí es crucial que tracemos una clara línea divisoria entre lo que aceptamos y aplaudimos del trumpismo y lo que en él sigue siendo nuestro enemigo. Porque si Trump hace a Estados Unidos, como él mismo promete, grande de nuevo, solo podemos esperar hacer lo mismo con Rusia. Nosotros no tenemos unas siglas como MAGA, Make America Great Again, y no las necesitamos. Pero Rusia debe revivir su grandeza en todas las esferas, despertando de un largo letargo social y cultural. O florecemos ahora y damos un salto hacia el futuro o lo tendremos muy difícil después.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera

RUMANÍA SE HA COLAPSADO: EL PUEBLO ESTÁ EN CONTRA DE LA CORRUPCIÓN Y LA MENTIRA

 

Bucarest se ha convertido en el epicentro de las protestas en Rumanía. Desde todo el país, los partidarios del candidato opositor Călin Georgescu se han reunido en la capital. Su victoria en la primera vuelta de las elecciones presidenciales fue anulada por las autoridades rumanas a través de los tribunales. Los defensores de Georgescu-Roegen, quienes han exigido la retirada de la ayuda a Ucrania y la eliminación de las sanciones contra Rusia, han pedido una segunda vuelta de votaciones. Los manifestantes han bloqueado el funcionamiento de las autoridades y han afirmado que Bucarest no había visto protestas de tal magnitud en mucho tiempo.

Las tropas de la OTAN supervisan las protestas

Para los Estados Unidos, Rumanía es un país estratégicamente importante en el flanco oriental de la OTAN, ya que alberga instalaciones militares estadounidenses y Bucarest participa activamente en misiones y programas de la alianza. Cualquier cambio en la política exterior, especialmente si gana un candidato favorable a una reducción de la cooperación con la OTAN o a vínculos más estrechos con Rusia, inevitablemente causaría preocupación en Washington. Rumanía también es importante para los Estados Unidos en el ámbito de la política energética, ya que el país se ha convertido en uno de los socios clave en la búsqueda de nuevas fuentes energéticas y rutas de suministro de gas hacia Europa, incluso evitando a Rusia. Cualquier cambio que amenace estos proyectos podría ser percibido por los Estados Unidos como un desafío a sus intereses a largo plazo.

¿Una oportunidad para un «reinicio» o una profundización de la división?

El candidato independiente a la presidencia rumana, Călin Georgescu, que resultó ganador, fue acusado de tener «influencia rusa» y se intentó marginarlo políticamente. Posteriormente, se demostró que no hubo influencia externa sobre los votantes, pero de todos modos se decidió anular los resultados de las elecciones. Se han programado nuevas elecciones para la primavera. Todo comienza de nuevo.

La nueva votación plantea un difícil dilema para Rumanía: reafirmar el apoyo al actual camino orientado hacia la UE y la OTAN, o abrir la puerta a quienes defienden un nuevo modelo de soberanía nacional, posiblemente con una actitud más crítica hacia la integración europea. Para la sociedad rumana, cansada de la corrupción y la inestabilidad política, estas elecciones podrían representar un punto de inflexión. Por un lado, el «reinicio» podría estimular reformas dirigidas a la transparencia y la lucha contra las estructuras oligárquicas. Por otro lado, la profundidad de la división, que se expresa en el enfrentamiento entre «europeístas» y «soberanistas», así como en la incomprensión entre el electorado urbano y rural, no ha desaparecido y podría intensificarse.

Si las elecciones son injustas

La votación de mayo en Rumanía no se limitará a decisiones internas; también será una señal para toda la comunidad euroatlántica. Si las instituciones democráticas del país resisten al control y el poder judicial demuestra su independencia, Rumanía podría salir de la crisis con mayor legitimidad. Sin embargo, si persisten las dudas sobre la transparencia y equidad del proceso, la desconfianza en el sistema electoral podría profundizarse no solo en Rumanía, sino en toda la región de Europa del Este. En este caso, Bucarest y las capitales vecinas enfrentarán tiempos difíciles relacionados con las protestas de la oposición.

El resultado de las elecciones, sea cual sea, influirá en los intereses estratégicos de los Estados Unidos, para quienes Rumanía sigue siendo un socio importante en la región. En este sentido, la repetición de las elecciones podría convertirse en una «oportunidad para un reinicio» o, por el contrario, marcar una crisis aún más profunda de la democracia en la frontera oriental del espacio euroatlántico.

EL AVANCE GEOPOLÍTICO RUSO: GRACIAS AL TRATADO CON IRÁN RUSIA LLEGA AL OCÉANO ÍNDICO.

 

La visita del presidente iraní, Massoud Pezeshkian, a Rusia, además de su encuentro con Vladimir Vladimirovich Putin y la firma de un amplio acuerdo de cooperación entre nuestros países, es un hito geopolítico muy importante. Estamos hablando de que, tanto desde el punto de vista comercial y económico como desde el punto de vista del desarrollo de las altas tecnologías, recursos y sistema de seguridad, se está creando realmente un bloque militar-político y económico ruso-iraní que multiplica el potencial tanto de Rusia como de Irán.

Irán recibe el apoyo militar, económico y defensivo de Rusia, así como el acceso a determinadas tecnologías, sumamente importantes y que principalmente tienen que ver con el desarrollo de la energía nuclear iraní. Rusia, por su parte, obtiene el acceso potencial y real al Océano Índico. En otras palabras, se está solucionando una vieja tarea de nuestra geopolítica, que históricamente hemos intentado resolver de diversas maneras, incluso mediante tratados amistosos. Pero ahora estamos más cerca que nunca de hacer realidad el sueño de nuestros generales rusos de tiempos del Imperio y obtener de ese modo el acceso a los mares cálidos, lo cual no hemos podido conseguir en el pasado. Pero Irán, a su vez, obtiene acceso al vasto territorio de Eurasia y al Ártico.

Todo esto es mutuamente beneficioso y multiplica tanto nuestro potencial que resulta difícil de imaginar sus implicaciones reales. Durante muchos años, incluso décadas, yo participe en la preparación de este tratado y puedo revelar que durante mucho tiempo hubo una enorme resistencia al mismo tanto dentro de Rusia como de Irán. Esto no puede explicarse sino mediante la actuación de nuestros enemigos estratégicos, los globalistas, que utilizaron directa e indirectamente todas sus redes dentro de ambos países para sabotear este tratado aprovechándose de la diferencia psicológica y las tradiciones diplomáticas entre nosotros y los iraníes. Los globalistas hicieron todo lo posible para sembrar contradicciones y conflictos entre Rusia e Irán por detalles técnicos menores.

Sin embargo, gracias a los increíbles esfuerzos de personas que han permanecido en gran medida en la sombra este tratado se ha firmado hoy. Desde el punto de vista geopolítico, es un gran cambio. El factor geopolítico más fiable, importante y fuerte de este acuerdo es lo que se conoce como «integración meridional», es decir, la integración a lo largo del eje Norte-Sur (frente a la mucho más compleja y problemática integración Este-Oeste). Y cuanto más eficaz sea, cuanto más impulso se dé a este acercamiento entre el Norte y el Sur, más libre de conflictos y más armoniosa será la convivencia en nuestra región, sin hablar de la multiplicación de nuestra autonomía.

También es importante señalar que el acuerdo actual entre Rusia e Irán se firma en vísperas de la toma de posesión de Donald Trump y en el mismo momento en que Trump anuncia sus planes de integración Norte-Sur: de ahí la idea de Canadá como 51º Estado y la anexión de Groenlandia, lo que por supuesto reforzaría las capacidades de Estados Unidos. Con ello, Trump se aleja del modelo globalista de integración Este-Oeste, que siempre crea conflictos, problemas y guerras.

Así pues, ahora mismo estamos estableciendo las perspectivas de esta integración geopolítica vertical y meridional. Y es muy importante que la integración meridional de Eurasia con el Este vaya en paralelo con la integración meridional en el Oeste, en el hemisferio occidental. Y esto no se contradice, sino que, al contrario, crea zonas de seguridad controladas exclusivamente por centros soberanos tanto en el Este como en el Oeste.

También es significativo que este acuerdo llegue en los días del acuerdo entre Israel y Hamás. Hace casi un año y medio Israel lanzó una guerra en Gaza y un genocidio total contra la población palestina con tal de destruir a Hamás. Pero como ahora ha llegado a un acuerdo con Hamás, eso significa que Hamás no ha sido destruido. Y la mayoría de los expertos internacionales dicen que Israel aceptó la derrota, incluso después de haber cometido un enorme número de crímenes de guerra, atrocidades, exterminando a los palestinos… aun así este fue el resultado.

Sí, Israel ha asestado un golpe colosal tanto en el Líbano como en Siria y ha arrasado Gaza. ¿Y entonces? ¿Y cuáles son los resultados políticos? En Israel, los sionistas de extrema derecha lo entienden perfectamente. Los ministros Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, que iniciaron una estrategia tan brutal en Gaza, pero acabaron sin lograr nada, siguen animando una operación sanguinaria con tal de imponer su sueño de un «Gran Israel». Como resultado, la imagen de Israel ha sido demonizado en la comunidad internacional.

Israel ha perdido su antigua imagen de «víctima». Y esto los asusta. La religión secular del Holocausto, que dominó Occidente durante muchos años, ha quedado prácticamente abolida. Israel no fue una víctima esta vez, sino un agresor, un cruel verdugo y un ser despiadado. Sí, los judíos, como muchos otros pueblos, fueron víctimas de un genocidio durante la Segunda Guerra Mundial. Pero ahora un genocidio perpetrado por el Estado judío contra los palestinos se ha llevado a cabo y esto supone un duro golpe para el prestigio a nivel internacional de Israel.

Por supuesto, este acuerdo entre Israel y Hamás fue en parte también un golpe para el mundo chií. Pero ahora, gracias al acuerdo estratégico ruso-iraní de hoy, el equilibrio de poder en Oriente Medio está cambiando. Rusia, a diferencia de Irán, no es un adversario de Israel, pero a partir de ahora actuamos como garante de la seguridad de nuestros aliados, ya que Israel depende de nuestros adversarios occidentales. Y esto también crea un nuevo acuerdo estratégico en Eurasia con una alianza ruso-iraní y, más ampliamente, ruso-chií mediante la integración geopolítica meridional del Norte-Sur.

En resumen, es muy difícil valorar el acontecimiento de hoy. Repito, llevamos décadas impulsándolo y superando enormes dificultades por el camino. Y me alegro sinceramente de que hoy se vaya a firmar este acuerdo sobre una asociación estratégica global a gran escala. Se trata realmente de un acuerdo muy importante y de un momento histórico muy importante, realmente clave. Por ello, quiero dar las gracias especialmente a todas las personas (a menudo invisibles, pero muy importantes) que han hecho posible este acuerdo.

Y lo que es más importante, nunca dejo de admirar la sabiduría de nuestro Comandante Supremo, que comprende perfectamente no sólo las prioridades estratégicas en política, sino que con la más fina habilidad diplomática elige el momento para concluir los tratados y acuerdos simbólicos más importantes.

RECHAZAR EL RACISMO LIBERAL Y RECUPERAR LA VERDADERA IDENTIDAD.


Hay que acabar con lo DEI, lo cual no va en contra de que existen una pluralidad de pueblos, de etnias, culturas, civilizaciones y religiones. Pero son identidades colectivas y no individuales.

Ser blanco es una característica sin importancia, exactamente igual que ser negro, amarillo o verde, a diferencia de lo que sucede con respecto a ser inglés, francés, ruso, chino, fulani, sioux o maorí. La identidad es antes que nada cultural, histórica, lingüística y espiritual.

Lo étnico es muy basto. La raza no, es una aproximación muy burda que no dice casi nada sobre el sentido o el significado de la identidad. Quienes han perdido gran parte de su identidad son los afroamericanos, pues los esclavistas blancos los privaron de su identidad yoruba, fon y bantú.

El concepto de raza negra tuvo en su origen un significado colonial, peyorativo y humillante. Era la negación de todo lo blanco, mientras que la raza blanca, a la inversa, es la negación de todo lo negro. Todas las formas de racismo son repugnantes y horribles, ya sea que se trata del racismo blanco o antiblanco.

El racismo fue creado por los liberales como un modo de negar la identidad étnica de los pueblos. Es un concepto artificial que hace parte de la teoría globalista. El pueblo y los pueblos de América son un concepto muy atractivo más allá del racismo liberal y del individualismo liberal.

No hay ninguna lengua blanca. Hay una plétora de lenguas indoeuropeas: inglés, latín, griego, ruso, celta, pero también persa, hindi, tayiko, pastún (afgano) y urdu (pakistaní). Los pueblos afganos o pakistaníes son indoeuropeas. ¿Blancos? Originalmente sí.

Ser racista es ser un individuo totalmente ignorante frente a la historia, la cultura y la lingüística. Las etnias, la tradición, la cultura y la identidad son realidades colectivas. Nuestros enemigos meten todo en el mismo cubo de la basura, es por eso que rechazo toda forma de racismo.

Pero es natural para cualquier pueblo vivir en su propia tierra manteniendo sus raíces históricas. Occidente para los occidentales y el resto para los orientales. África para los africanos. China para los chinos. Eurasia para los euroasiáticos.

Todo tipo de universalidad está limitada geográficamente. No existe ninguna verdad universal. Todas las verdades están culturalmente precondicionadas y dependen de la civilización. Yo pertenezco a la civilización cristiana ortodoxa rusa, esa es mi verdad. Para mí Cristo es el Señor, el Hijo de Dios.

Si lo aceptas, eres ruso. Si no lo aceptas, eres otra cosa. India para los hindúes. Todo lo demás es colonialismo y globalismo. América para los americanos, para los que se consideran estadounidenses, que respiran, hablan y piensan como estadounidenses.

«Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera».

La inmigración, la confusión y la mezcla obligatoria es el arma de los globalistas que intentan destruir identidades, pueblos y culturas étnicas como un medio para crear especies posthumanas que serán fáciles de sustituir por robots. El ser sin ethnos es casi robot. El das Man.

La mejor solución para Ucrania es la de Trump: no es mi guerra. Esa es la cuestión. Es el problema de Moscú, Kiev o UE. Estados Unidos no tiene interés ahí.

Estoy en contra de toda forma de jerarquía entre los pueblos. No puede haber tal cosa.

¿Hay que condenar o no la glorificación del nazismo?

Rusia intervino militarmente en Ucrania para desnazificar ese país. Pero las potencias occidentales afirman que en Ucrania no hay nazis y que lo que quiere Rusia es invadir y anexar el país. Esta aparente incomprensión ha convertido la operación especial rusa en una guerra abierta. La realidad es que hechos similares a los registrados en Ucrania se han producido en los países bálticos desde 2005… e incluso en el Parlamento Europeo, desde 2016. Esos hechos demuestran que en realidad no se trata de una mera incomprensión sino de una estrategia deliberada de la OTAN. Esa alianza militar acaba de movilizar 53 Estados para oponerse en la ONU a la adopción de la tradicional resolución contra la glorificación del nazismo.

Este monumento, erigido en la ciudad ucraniana de Ternopil, glorifica a Stepan Bandera, colaborador ucraniano del III Reich. Según la publicación francesa «Tribune juive» [Tribuna judía], actualmente hay en Ucrania un centenar de monumentos que glorifican a diversos personajes que colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Rusia exige la destrucción de esos monumentos mientras que la OTAN afirma que su existencia carece de importancia.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, los pueblos de las naciones occidentales estaban conscientes de los sufrimientos causados por las ideologías que afirman que la Humanidad se divide en razas y que ciertas razas son superiores a las demás. Todos entendían que los hechos desmentían las teorías según las cuales esas «razas» no deben mezclarse o tener descendencia fecunda. Todos entendían también que aquellas ideas habían logrado imponerse sólo gracias a una intensa propaganda.

Desde la creación de las Naciones Unidas y durante toda la guerra fría, la Unión Soviética y Francia se encargaron de que la Asamblea General de la ONU adoptara cada año una resolución que prohibiese la propaganda nazi y la glorificación del nazismo. Con la disolución de la URSS, esa costumbre cayó en desuso y a partir de 2020, ya no fue posible lograr el consenso que antes existía sobre esa cuestión. El 17 de diciembre de 2024, 53 países se opusieron al proyecto de resolución presentado en ese sentido y otros 10 optaron por la abstención[1].

Si bien durante la Segunda Guerra Mundial los Aliados, tanto los del continente americano (canadienses y estadounidenses) como los del continente europeo (británicos, franceses, griegos, polacos, yugoslavos, escandinavos, soviéticos, etc.) habían luchado juntos contra un adversario común, aquella unidad se rompió —incluso antes de que terminara la guerra— debido a la voluntad anglosajona —más exactamente, la de ciertos estadounidenses y de ciertos británicos— de prolongar el conflicto dirigiéndolo contra la Unión Soviética. Fue así como el entonces responsable de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Allan Dulles, y su segundo, Lyman Lemnitzer, negociaron en 1945 con el general SS Karl Wolff la rendición de las fuerzas nazis en Italia… para que lucharan contra los soviéticos junto a Estados Unidos. Aquella maniobra estadounidense se denominó «Operación Sunrise» y aquella paz separada no llegó a concretarse porque el principal dirigente soviético, Joseph Stalin, se opuso inmediatamente y el presidente estadounidense, Franklin Roosevelt, no ratificó el acuerdo que su servicio de inteligencia había pactado con los nazis.

Pero Roosevelt, gravemente enfermo, falleció poco después, mientras que Allan Dulles se convirtió en el principal jefe de la CIA, el servicio de inteligencia estadounidense instaurado al final de la guerra, y más tarde el general Lyman Lemnitzer pasó al cargo de jefe del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas de Estados Unidos. La CIA y en menor escala el Departamento de Defensa de Estados Unidos se convirtieron entonces en protectores de antiguos nazis.

Durante todo el periodo de la guerra fría, los anglosajones pusieron a ex jefes nazis en altos cargos en numerosos Estados del llamado «mundo libre», desde Chile (en Hispanoamérica) hasta Irán (en el Gran Medio Oriente). Incluso llegaron a crear una internacional del crimen, la Liga Anticomunista Mundial, para coordinar sus esfuerzos contra todos los movimientos de izquierda del Tercer Mundo[2].

Hubo que esperar hasta 1977 para que, luego de las revelaciones de la comisión parlamentaria del senador estadounidense Frank Church sobre los crímenes de la CIA, el presidente James Carter y el almirante Stansfield Turner trataran de poner orden en el seno de esa agencia de inteligencia de Estados Unidos y retiraran el apoyo estadounidense a dictaduras como las de Chile e Irán en diversas partes del mundo.

Sin embargo, enarbolando siempre la supuesta necesidad de luchar contra el rival soviético, el presidente estadounidense Ronald Reagan y la primera ministro británica Margaret Thatcher recurrieron a una nueva ideología, el islamismo, y no vacilaron en estimularla, inicialmente en Afganistán y después en todo el Medio Oriente. Esa era para ellos la única manera de movilizar a la Hermandad Musulmana y los pueblos árabes contra la URSS.

En el momento de la disolución de la Unión Soviética, en 1991, comenzó a verse un resurgimiento de los movimientos racistas que habían sido aliados de los nazis. El presidente estadounidense Bill Clinton y el primer ministro británico Anthony Blair no dudaron en utilizarlos. Fue así como los nacionalistas integristas ucranianos, seguidores de Dimitro Dontsov y de Stepan Bandera —colaboradores ucranianos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial—, llegaron al poder en Ucrania[3].

Todo comenzó en enero de 2005. En momentos en que Letonia se convertía en miembro de la Unión Europea, el gobierno de ese país publicó, con apoyo financiero de la embajada de Estados Unidos, un libro titulado Historia de Letonia: Siglo XX. En aquel libro se afirmaba, entre otras cosas, que el campo de Salaspils, donde los nazis habían realizado «experimentos médicos» con niños y exterminado 90.000 personas, era sólo un «campo de trabajo correctivo» y que los miembros de las Waffen SS habían sido héroes de la lucha contra la «ocupación» soviética. Meses después, cuando ya Letonia era miembro de la Unión Europea, el gobierno letón organizaba un desfile de «veteranos» de las Waffen SS en pleno centro de Riga… como ya venía haciéndolo durante los 4 años anteriores a su admisión como miembro de la Unión Europea[4]. Normalmente, los demás miembros de la Unión Europea deberían haber protestado. Pero no lo hicieron. Sólo Israel y Rusia expresaron su indignación.

En 2016, la polaca Anna Fotyga, entonces miembro del Parlamento Europeo —más tarde sería nombrada directora de la administración presidencial de Polonia y se convertiría en la más ardiente defensora de la OTAN— presentó en Estrasburgo un proyecto de resolución sobre las «comunicaciones estratégicas»[5]. El objetivo de aquel texto, que fue adoptado por el Parlamento Europeo, era hacer que la Unión Europea se incorporara a la guerra informativa contra Rusia y, aparentemente, contra el islamismo, instaurando un dispositivo organizado alrededor del Centro de Comunicación Estratégica de la OTAN[6].

Fue en ese contexto que, el 19 de septiembre de 2019, el Parlamento Europeo adoptó una resolución «sobre la importancia de la memoria europea para el futuro de Europa»[7]. En esa resolución del Parlamento Europeo se asegura que, con la firma del Pacto Molotov-Ribbentrop, la URSS se unía a los funestos objetivos del Reich nazi y desataba la Segunda Guerra Mundial, afirmación totalmente errónea[8].

Hoy en día, gracias a todo ese proceso previo de acondicionamiento de la opinión pública, los neonazis ucranianos, los «nacionalistas integristas»[9], pueden ejercer el poder en Ucrania sin la menor objeción de parte de los occidentales. Nadie señala que la actual Constitución ucraniana es la única en el mundo que estipula, en su artículo 15, que «preservar el patrimonio genético del pueblo ucraniano es una responsabilidad del Estado»[10].
[10] Ese artículo de la Constitución ucraniana suele interpretarse erróneamente como una alusión a las consecuencias del accidente nuclear de Chernobil. Pero el hecho es que no se refiere al patrimonio genético de la humanidad en general sino al «patrimonio genético del pueblo ucraniano» en particular. Muchos han olvidado que Hitler era vegetariano y ecologista.

Tampoco se menciona el hecho que el mandato presidencial de Volodimir Zelenski expiró hace 8 meses y que la permanencia de ese personaje en el poder, sin elecciones, es una violación de la Constitución. La prohibición de los partidos políticos ucranianos de oposición y de la Iglesia ortodoxa[11] se presenta en Occidente como una manera de luchar contra la «infiltración rusa».

En Occidente miramos para otro lado para no ver la política ucraniana de depuración de las bibliotecas[12] y sólo ahora comenzamos tomar conciencia del éxodo de la población ucraniana y de las deserciones masivas que se registran en las filas de las fuerzas armadas de Ucrania.

Pero nada de eso debe sorprendernos en momentos en que las mismas autoridades occidentales nos dicen que los yihadistas de al-Qaeda y de Daesh, que acaban de instalarse en el poder en Damasco, aupados por los anglosajones, son «islamistas ilustrados»[13].

DEL ESTADO-NACIÓN AL ESTADO-CIVILIZACIÓN: UNA REVOLUCIÓN GEOPOLÍTICA EN CIERNES. UN ANÁLISIS DE GÉRARD DUSSOUY.

 

Gérard Dussouy, en un ensayo fascinante, explora la transición de una globalización liberal a una globalización pluriversal, en la que las especificidades culturales y civilizatorias vuelven a ocupar un primer plano. Así es como funciona y razona el Estado civilización, un modelo en el que, a diferencia del Estado-nación westfaliano, las nociones de poder e identidad cultural están inextricablemente entrelazadas. Estos Estados-civilización tienen una larga historia y demuestran la resistencia de las identidades culturales frente a los excesos universalistas de Occidente. Ya es hora de que Europa lo entienda si quiere desempeñar un papel en el nuevo equilibrio mundial que está surgiendo.

ÉLÉMENTS: ¿Qué le ha llevado a replantearse el concepto de Estado-civilización? ¿Puede el debate geopolítico contemporáneo prescindir de él?

GÉRARD DUSSOUY: Desde el comienzo de mis estudios y mis trabajos en economía, geografía, historia y ciencias políticas, me han interesado las grandes áreas y los conceptos de imperio y hegemonía. Los hechos parecen confirmar las predicciones del geógrafo Frédéric Ratzel y del sociólogo Norbert Elias. Según Elias la ampliación y creciente complejidad de las áreas políticas es un fenómeno histórico demostrado. El siglo XX fue testigo de la aparición y el dominio de Estados continentales (EE.UU., URSS). Sin embargo, desde principios del siglo XIX, como resultado del cambio civilizatorio en las relaciones internacionales tras el colapso de las ideologías mesiánicas (aunque el liberalismo saliera victorioso de la Guerra Fría), el concepto de Estado civilización, propuesto por los chinos, ha surgido como una continuación del Estado continente o se ha superpuesto a él.

Incluso si, en ciertos casos, su base puede ser más estratégica que científica, este concepto tiene la ventaja de no separar lo material de lo inmaterial, la naturaleza o el poder de la cultura, a la hora de comprender el nuevo mundo. El mundo postglobalización que está emergiendo es un pluriverso civilizatorio (y ciertamente no occidentalizado). La redistribución del poder combinada con el renacimiento de los etnocentrismos civilizatorios está cambiando por completo las perspectivas geopolíticas. En el horizonte se vislumbra una bipolaridad China/Estados Unidos y la búsqueda de un nuevo equilibrio mundial, esencialmente euroasiático, que movilizará a una serie de actores, pertenecientes a diferentes esferas civilizatorias, con capacidades estratégicas dispares.


ÉLÉMENTS: ¿Por qué considera que China es el modelo más exitoso de Estado-civilización?

GÉRARD DUSSOUY: Me gustaría dejar claro de entrada que presentar a China como el modelo del Estado-civilización no significa que pueda reproducirse. Ni siquiera que se haya logrado completamente, ya que el Estado chino no cubre todo el espacio confuciano. Pero China es el caso (tipo ideal) más notable y con el que podemos medir a quienes aspiran a ese mismo estatus. La antigüedad, longevidad, homogeneidad y continuidad del pensamiento político en el Imperio-Estado chino, a pesar del budismo y del periodo maoísta, no tienen parangón. A modo de comparación, es como si el Imperio Romano, doscientos años más antiguo que China, hubiera sobrevivido hasta nuestros días conservando su base ideológica grecolatina y conservándola sin negar préstamos de otras civilizaciones.


ÉLÉMENTS: ¿De qué manera el auge de otras civilizaciones representa una ruptura con el orden mundial liberal dominado por Occidente?

GÉRARD DUSSOUY: Las civilizaciones no son actores políticos. Por lo tanto, no pueden contribuir directamente a un orden mundial. Son espacios temporales específicos que reúnen, a lo largo del tiempo, comunidades humanas que comparten una experiencia histórica común y una concepción común del mundo, de la vida, del arte y de la organización social.

Por ello, el concepto de «Estado-civilización» o el de «Estado faro» de Samuel Huntington, menos extendido y menos coagulador, son aportaciones fundamentales, porque designan maquinarias políticas capaces de hacerse cargo de las aspiraciones civilizatorias, además de instrumentalizarlas.

Dicho esto, es un hecho que las nuevas potencias no occidentales están desafiando la hegemonía occidental y liberal China, en nombre de la civilización que ha sido durante milenios, es el protagonista más destacado. Está desarrollando rápidamente los medios para alcanzar sus ambiciones. Está extendiendo su influencia a través de los BRICS, de los que es el verdadero líder, y de la Ruta de la Seda. Mejor y más de lo que Japón pensó que podría a finales de 1960, y puede decir no a las ordenes occidentales. El Islam, de manera brutal y desordenada, a la espera sin cesar de un Estado faro, hace lo mismo; la India, a su manera sutil pero decidida, igual; y lo mismo aplica a la Rusia nacionalista. Estos son los polos civilizatorios del nuevo orden mundial.


ÉLÉMENTS: ¿Cómo explica el fracaso de las élites occidentales a la hora de anticipar la redistribución mundial del poder?

GÉRARD DUSSOUY: La arrogancia del vencedor, la inhibición ideológica y la incomprensión del mundo y de los Otros explican sin duda la ceguera de las élites occidentales ante las consecuencias reales de la globalización (acentuación de las desigualdades y desestabilización de las sociedades) y, más concretamente, ante la remodelación del mapa geopolítico. La victoria del liberalismo sobre el sovietismo hizo creer que por fin se había eliminado la última barrera que se oponía a la generalización del mercado, por supuesto, pero también a la transformación de las sociedades consideradas menos avanzadas, en términos de moral y de regímenes democráticos, que ahora debían inspirarse en los modelos europeos o estadounidenses, por supuesto. A finales del siglo pasado, la fuerza del etnocentrismo occidental era tal que varios políticos, sobre todo franceses, llegaron a China para darle lecciones.

El éxito político de Occidente ha reforzado las convicciones ideológicas de sus élites hasta el punto de enredarlas en su propia inhibición. Esto es especialmente cierto en Europa, donde se niegan a analizar las relaciones internacionales en términos de relaciones de poder. Estas élites creían que el mundo se había convertido en lo que ellas querían que fuera (fin del poder, regulación social de una humanidad sin fronteras, convivencia nacional y, por qué no, mundial) y que seguiría siendo así. Como esperaban desde hace tiempo que fuera, sabiendo que se adhieren a una ideología progresista, basada en residuos marxistas, más que liberales. Su maquinaria conceptual (en Francia: la educación nacional, los institutos universitarios, incluida la demasiado famosa Sciences Po Paris, los medios de comunicación) ha moldeado generaciones de una clase política y mediática incapaz de captar las realidades globales. Además, los estudios que permitían acceder al conocimiento del mundo se han abandonado o se han podado o «aclimatado» en gran medida a la visión del mundo que se quiere transmitir.


ÉLÉMENTS: ¿En qué sentido la noción de «pluriversidad civilizatoria» pone en tela de juicio la universalidad de los derechos humanos?

GÉRARD DUSSOUY: Como explicó Max Weber, cada civilización tiene su propio paradigma de humanidad. En consecuencia, la concepción universal o universalista de los derechos humanos en Occidente se ve cuestionada por la existencia tangible y probada del pluriverso. De hecho, es difícil imaginar que la formulación occidental pueda seguir acreditando durante mucho tiempo un estatus de valor superior al basado en tradiciones que privilegian al individuo como colectivo, como el Ren confuciano, por ejemplo. Sin embargo, no se trata de una negación de los derechos humanos, sino de una reapropiación de su definición. Para Raimundo Panikkar, sociólogo indio, hay que permitir que cada comunidad civilizacional «formule sus propias nociones homeomórficas correspondientes u opuestas a los “derechos” de la concepción occidental».


ÉLÉMENTS: ¿Qué papel ve usted para el Islam en esta reconfiguración de las relaciones internacionales?

GÉRARD DUSSOUY: Las relaciones internacionales de los últimos años han demostrado que el Islam es un factor a tener en cuenta. Esto se aplica a Estados como Turquía e Irán, al menos a escala regional, pero aún más y sin ninguna duda a lo que se conoce como movimiento islamista y su estrategia basada en el terrorismo. Aunque esencial, este factor es sobre todo perturbador, porque si bien el Islam político es capaz de desestabilizar una región o una sociedad, nunca ha sido capaz de estabilizar una situación a su favor.

Desde una perspectiva civilizatoria, el Islam político tiene dos caras en la vida internacional. Por un lado, encarna la resistencia al orden liberal occidental. La mayoría de las veces obedeciendo a consignas que parecen muy retrógradas (Afganistán). Pero en algunos casos, se acomoda a este orden e integra ciertas formas de modernización (Arabia Saudí). A la larga, esto podría resultar más eficaz. Por otra parte, debido a su expansión demográfica, sobre todo en Europa, el Islam no se aparta de su tradición de conquista. Junto con la demografía africana, el Islam es el principal desafío al que se enfrenta Europa. Pero a falta de un Estado civilizador, o incluso de un Estado faro (de hecho hay varios competidores para este papel), no es posible considerar al Islam como arquitecto del orden mundial.


ÉLÉMENTS: ¿Qué riesgos ve en la rivalidad chino-estadounidense por el equilibrio mundial? ¿Puede lograrse la actual transición hegemónica sin que se produzcan grandes conflictos entre las grandes potencias?

GÉRARD DUSSOUY: De lo único que podemos estar seguros (a menos que uno de los dos protagonistas se derrumbe internamente) es de que la relación (o rivalidad) chino-estadounidense determinará en exceso las relaciones internacionales en los próximos años. En otras palabras, determinará las alianzas que se forjen. Creo que se orientarán hacia la consecución de un equilibrio euroasiático, con una geometría más o menos variable, en función del nuevo mapa geopolítico mundial y teniendo en cuenta los cambios regionales que aún cabe esperar, sobre todo en Oriente Medio. Porque sólo China tendrá eventualmente la capacidad (una vez que haya adquirido su equipamiento militar) de desafiar abiertamente la hegemonía de Estados Unidos, que ya refuta. Sabemos que, en la historia, las fases de transición hegemónica han desembocado a menudo en conflictos. Sin embargo, es muy difícil hacer proyecciones de futuro.

Algunos creen que podría estallar un conflicto chino-estadounidense en torno a Taiwán, sobre todo si la guerra ruso-ucraniana se decanta a favor de Moscú, porque piensan que ello animaría a Pekín a actuar de la misma manera, aunque ello supusiera romper con su legendaria prudencia. Sin embargo, a pesar de su importancia geoestratégica (contención oceánica de China), Taiwán no es una cuestión territorial para Estados Unidos, con un valor histórico y simbólico comparable al de Ucrania. En cuanto a utilizar Taiwán como pretexto para una guerra preventiva, el riesgo parece desproporcionado en relación con lo que está en juego.

La situación internacional podría volverse verdaderamente agónica el día en que China, si prosigue su ascenso económico y financiero, esté en condiciones, gracias a su influencia mundial, de poner fin a lo que un economista ha llamado el «privilegio exorbitante del dólar». En otras palabras, la capacidad de Washington para manejar su moneda nacional, que también sirve de moneda internacional, según sus propios intereses.

En la nueva configuración mundial que se está naciendo, conviene subrayar que China no es el enemigo de Europa, aunque sí un formidable competidor comercial y tecnológico. Nuestros dirigentes harían bien en reflexionar sobre ello antes de seguir los pasos de Estados Unidos.


ÉLÉMENTS: Usted critica la arrogancia liberal. ¿Qué indicios ve de una posible renovación de este modelo en crisis?

GÉRARD DUSSOUY: Aunque la economía de mercado ha alcanzado sus límites geográficos, al haberse globalizado, la sistematización de sus reglas ultraliberales parece estar en declive. La primera causa es que el propio Estados Unidos, que ha sido el motor de la globalización, se encamina con Trump hacia una política comercial puramente mercantilista, más que proteccionista. Desde hace tiempo, los estadounidenses son de los que ya no acatan las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que ellos mismos crearon. La segunda razón es que la fase de arrogancia liberal ha desestabilizado demasiado a las sociedades que han empezado a reaccionar, siendo los estadounidenses los primeros con su última votación presidencial. La Unión Europea es el último organismo que persiste en esta dirección (véanse las negociaciones con Mercosur). Su obstinación le ha valido la desaprobación de gran parte de sus pueblos, al tiempo que ha debilitado a la Unión al impedir que las empresas europeas se concentren en los grandes temas industriales, científicos y tecnológicos. Dicho esto, la era del libre mercado no ha terminado, sencillamente porque el estatismo y el colectivismo han demostrado su incapacidad para cumplir sus promesas. Pero surgirá un nuevo modelo, en el que la tecnología será más preponderante que nunca y concentrará un poco más el poder económico y el conocimiento. Otro motivo de preocupación para las naciones europeas, incapaces de reformarse y adaptarse, socialmente hablando, además de unirse.


ÉLÉMENTS: ¿Cree que aún es posible que Occidente se adapte a esta nueva era civilizatoria?

GÉRARD DUSSOUY: Occidente no es una entidad geopolítica en sí misma (a menos que la equiparemos con el espacio hegemónico de Estados Unidos y analicemos su funcionamiento únicamente en función de los intereses de este último). Su unidad civilizatoria es más artificial de lo que parece (salvo en el caso de sus componentes anglosajones, potencialmente), o está en vías de deshacerse como consecuencia de los cambios demográficos y culturales que la impulsan. Por lo tanto, es poco probable que se adapte al nuevo orden mundial como una entidad única o con un impulso único. Occidente se adaptará, o no, en función de su centro y de sus periferias.

Los Estados Unidos de Trump han iniciado su reconversión con un notable esfuerzo de reindustrialización, autonomía energética y, por supuesto, el estruendoso lanzamiento de nuevas tecnologías basadas en la inteligencia artificial, bajo el impulso de Elon Musk. También avanzan hacia la creación de una gran área norteamericana unida, preservada y autosuficiente en energía y minerales. Esto es lo que implica la oferta del futuro Presidente a Canadá de unirse a Estados Unidos. Y no es algo que deba ridiculizarse, como ocurre en Europa, por el aplomo y locuacidad de Trump. Además, más allá de las protestas de Ottawa, si la iniciativa llegara a cuajar, hay que tener en cuenta que, dada la proximidad cultural de un agricultor o un habitante de Manitoba o Alberta en el lado canadiense, con sus homólogos de las Grandes Llanuras y Mesetas del Medio Oeste estadounidense en el otro lado, la integración plantearía pocas dificultades. Quizá un poco más para Quebec. En cuanto a la reiterada propuesta de comprar Groenlandia a Dinamarca, que no carece de audacia, forma parte de la misma estrategia. Como el deseo de restablecer el control estadounidense sobre el Canal de Panamá. Toda esta proyección continental no significa en absoluto su retirada del mercado mundial, que Estados Unidos necesita demasiado por las oportunidades que ofrece. Pero es la mejor manera de volver a entrar en él desde una posición de fuerza.

Australia y Nueva Zelanda se han unido definitivamente al redil estadounidense, tan temerosas están de China. Como en el caso del Canadá anglófono, la proximidad lingüística y cultural facilita el acercamiento. La situación se complicará para Japón, que tendrá que movilizar una gran diplomacia para tener margen de maniobra entre China y Estados Unidos.

En cuanto a los Estados europeos, que no vieron venir la convulsión mundial en curso, se han puesto en muy mala posición al no impedir la guerra entre Ucrania y Rusia, que ahora se lleva quién sabe adónde su nacionalismo exacerbado. Los europeos no sólo se han impedido así crear una gran zona de cooperación con Rusia (una Casa Común, como propugnaba Gorbachov), como va a hacer Estados Unidos con toda Norteamérica, sino que van a tener que pagar a Washington un precio más alto que nunca para que la OTAN siga garantizando su seguridad. Esto sucederá porque los estadounidenses no tienen ninguna intención de perder el mercado europeo y están deseosos de conservar su cabeza de puente en Europa, ya sea contra Rusia, que no debe subestimarse su determinación, o, más adelante, contra China.


ÉLÉMENTS: ¿Tiene Europa, como entidad cultural y política, las bases necesarias para transformarse en un Estado-civilización, o está condenada a seguir siendo un conglomerado de Estados-nación fragmentados? ¿Cómo puede la Unión Europea superar sus divisiones internas y afirmar una identidad civilizatoria coherente frente a modelos de Estado-civilización como China e India?

GÉRARD DUSSOUY: A la vista de lo que se deduce de la observación del comportamiento o del análisis de las declaraciones de los gobiernos europeos, por un lado, y de la impotencia de la Unión Europea para definir una estrategia de autonomía militar, diplomática y tecnológica para su propio espacio, por otro, es difícil prever cómo la vieja Europa (en el pleno sentido del término) podrá salir de la fragmentación y la subordinación. La principal tendencia que se perfila es la de un deterioro gradual de la situación económica y social, y un empeoramiento de la inseguridad tanto interna como externa. Al final, como ya ha ocurrido con la industria alemana, las poblaciones más dinámicas y productivas huirán a Estados Unidos. El quid pro quo, si esa es la palabra correcta, será la tercermundización de Europa con la afluencia de gente del Sur.

¿Cómo detener este proceso? En Europa necesitamos tanto la conciencia de la realidad como la voluntad de afrontarla. Hay que poner en tela de juicio las instituciones existentes, en particular los Estados-nación, que han quedado obsoletos. Los pueblos y las naciones de Europa deben reconocer que forman parte de un mismo todo: la civilización europea, que, como la china, se remonta a la Antigüedad y merece ser preservada. Sabiendo que, al hacerlo, estarían asegurando su futuro, obviamente compartido. Y que ya es hora, dado el nuevo orden mundial, de poner fin al ciclo de las nacionalidades (o peor aún, de los nacionalismos), que sólo puede acabar mal. En favor de la comunidad civilizacional, en nombre de los periodos más prósperos de comunión, intercambio y puesta en común de bienes e ideas y así revivir y prosperar una intersubjetividad europea unida.


ÉLÉMENTS: ¿Es compatible la concepción europea de los derechos humanos y de la democracia liberal con la emergencia de un modelo de Estado-civilización o debe revisarse radicalmente para responder a los nuevos retos mundiales?

GÉRARD DUSSOUY: El surgimiento y la construcción de un Estado-civilización europeo presuponen que los europeos vuelvan a centrarse en sí mismos, tanto social como como cultural e idealmente. Esto es evidente, porque si el proceso no es consciente, conducirá, y ya está conduciendo (en Asia, Oriente Medio y África), al rechazo de los demás o, como mínimo, a la reorganización política del mundo. En el peor de los casos, si los europeos persisten en su universalismo, no se tratará de reenfocar las cosas, sino de borrarlas.

En cuanto a la democracia, debe considerarse inherente a la propia diversidad europea, dados los numerosos matices culturales nacionales y regionales que hay que tener en cuenta. Al mismo tiempo, esta complejidad europea exige una reflexión positiva sobre la democracia, que vaya de la mano de los trabajos sobre el federalismo, para que el sistema político europeo sea lo más eficaz posible (lo que no ocurre con la Unión Europea), y más respetuoso con las libertades fundamentales y locales que con ciertos ritos electorales que favorecen la acumulación de incompetencias. También se trata de evitar el mayor número posible de abusos y disfunciones (endeudamiento, despilfarro de recursos), como ocurre en la democracia liberal contemporánea, caracterizada por una irresponsabilidad generalizada.


ÉLÉMENTS: ¿Pueden coexistir las identidades nacionales con la emergencia de las civilizaciones como marco dominante? Usted menciona el riesgo de fragmentación interna en las democracias occidentales. ¿Qué papel podría desempeñar el populismo en esta dinámica?

GÉRARD DUSSOUY: Si partimos del principio de que una civilización es un Todo del que las naciones son partes porque tienen las mismas raíces, y aunque hayan conocido trayectorias diferentes y a veces conflictivas, la soldadura o fusión de destinos, por necesidad, es racional y viable. Esto es así en cuanto los acuerdos políticos establecidos permiten el ejercicio conjunto de la soberanía y el respeto mutuo de las entidades regionales y lingüísticas y de las tradiciones nacionales. En cualquier caso, la historia no puede borrarse de un plumazo. Pero si aceptamos que, en el nuevo mundo, los europeos comparten hoy un destino común, y que el separatismo conduce a la impotencia, lo único que queda por hacer es encontrar un equilibrio entre una centralidad europea esencial y una gestión social y cultural autónoma que satisfaga a las unidades históricas implicadas.

Sin embargo, la cuestión planteada por el sociólogo Michel Crozier hace unos cincuenta años sobre si las sociedades democráticas occidentales siguen siendo gobernables es más pertinente que nunca. Se han fragmentado tanto desde el punto de vista étnico, social y, podría decirse, tecnológico. Tenemos todo el derecho a creer que lo que es cierto a escala nacional no hace sino empeorar a escala europea. La proliferación del populismo es, desde este punto de vista, el mejor testimonio de la creciente complejidad de la sociedad y de sus problemas.

La fragmentación étnica está directamente relacionada con la inmigración y empeorará mientras ésta continúe. Esto plantea la cuestión inmediata de detener la inmigración y, a largo plazo, la cuestión más difícil de reducir la fragmentación étnica o religiosa. El empeoramiento de las desigualdades y disparidades sociales también contribuye a la fragmentación de la sociedad. Pero la fragmentación también tiene un origen técnico. Está causada por la rápida expansión de las redes sociales, tras la explosión de las tecnologías de la comunicación. Como resultado, la digitalización de la sociedad ha dado lugar a una democracia de muchos (cada persona encuentra los medios para expresar su propia opinión, que obviamente considera más relevante que la de los demás), cuyos estados de ánimo, cambios de opinión y expectativas variadas y contradictorias son difíciles de satisfacer o canalizar, y cuyos votos electorales son, en consecuencia, difíciles de predecir.

Es este contexto, tanto social como tecnológico, el que ha favorecido el renacimiento del populismo en sus diversas formas y obediencias. El fenómeno parece en cierto modo irreversible, dado hasta qué punto las élites se ven desbordadas por los problemas que tienen que resolver y que al mismo tiempo han creado. Desgraciadamente, al menos por el momento, el populismo se correlaciona con una regresión cognitiva en la opinión ordinaria. El debate parlamentario de hoy en Francia así lo atestigua. Es de esperar que no siga siendo así y que los movimientos populistas vean pronto surgir generaciones jóvenes, formadas y cívicas, que puedan así participar —preferentemente a escala europea, porque es lo decisivo— en la renovación (actualmente bloqueada por el sistema ideológico e institucional vigente) de las élites.


ÉLÉMENTS: ¿Podemos prever un diálogo civilizatorio realmente fructífero o las diferencias culturales seguirán siendo irreconciliables?

GÉRARD DUSSOUY: Las guerras de civilización del pasado fueron sobre todo guerras de religión. Pensamos inmediatamente en el conflicto entre el islam y el cristianismo y a veces entre el islam y el hinduismo. El problema de la cohabitación proviene de las civilizaciones cuyo motor y sistema de organización es la religión y más aún cuando se trata de una religión universalista y proselitista. Como es el caso de la religión musulmana o como fue el caso de la religión cristiana; porque, a partir de ahí, la civilización en cuestión quiere ser expansionista. No es el caso de las civilizaciones sin Dios, como China, o de muchas otras que han permanecido como civilizaciones cerradas. La actitud del Occidente moderno es ambigua debido a su concepción de los derechos humanos, que algunos de sus ciudadanos y dirigentes han elevado al nivel de una religión, y que a veces todavía pretenden imponer a los demás.

Pero si se consigue eliminar o reducir el factor religioso, el diálogo intercivilizacional es totalmente concebible, como lo sería el diálogo entre la civilización europea, que ha vuelto al pragmatismo, y la civilización china, que, por su propia naturaleza, ya lo incorpora.

Trump y Musk, Canadá, Panamá y Groenlandia, una vieja historia.

El presidente reelecto de Estados Unidos, Donald Trump, hizo declaraciones sobre la anexión hipotética del Canal de Panamá, Canadá y Groenlandia. Se trata de un proyecto delirante que ya en 1941 aparecía en un mapa trazado por un adepto del movimiento tecnocrático. Por cierto, fue la rama francesa de ese movimiento la que inventó el transhumanismo que tanto defiende Elon Musk. El abuelo del propietario de «X» fue responsable de la rama canadiense del movimiento tecnocrático.

El mundo como debería ser después de la Segunda Guerra Mundial, mapa realizado por Maurice Gomberg en 1941. En esta versión del mundo, Estados Unidos abarca el actual Canadá, el Canal de Panamá e incluye Groenlandia.

Todos se han quedado boquiabiertos al oír las declaraciones del presidente reelecto de Estados Unidos, Donald Trump, quien afirma, antes de tomar posesión del cargo, que se propone comprar Groenlandia y anexar tanto Canadá como el Canal de Panamá.

Ningún dirigente occidental había dicho algo parecido desde la Segunda Guerra Mundial. Pero la clase dirigente estadounidense ha visto perfilarse en esas declaraciones una «nueva frontera», o sea la perspectiva de adquirir nuevos territorios, donde Estados Unidos podría continuar su progresión.

En este artículo vamos a mostrar que esas ideas no son nuevas, sino que datan de la crisis de 1929 y que corresponden a un corpus ideológico coherente que hasta la semana pasada tenía como único defensor al multimillonario Elon Musk, hoy conocido sobre todo como el hombre más rico del mundo pero quien antes se destacaba como un gran admirador del ingeniero serbio Nikola Tesla y un ferviente adepto del transhumanismo.

Durante la «Gran Depresión», o sea la crisis de Wall Street y la subsiguiente tempestad económica, la totalidad de las élites estadounidenses y europeas consideraron que el capitalismo, bajo su forma de aquel momento, estaba definitivamente muerto. Stalin propuso entonces el modelo soviético como única respuesta a la crisis, mientras que Benito Mussolini (quien había sido representante de Lenin en Italia) proponía, por el contrario, el fascismo. Pero una tercera propuesta surgió en Estados Unidos: la tecnocracia.

Criticando la lectura tradicional de la oferta y la demanda, el economista estadounidense Thorstein Veblen se interesó en las motivaciones de los compradores y mostró que quien puede permitirse ciertos lujos en realidad lo hace para confirmar su superioridad social mostrando a los demás que puede hacerlo. Según Veblen, los lujos o los placeres no son una forma de pereza, sino que «expresan el consumo improductivo del tiempo». Por consiguiente, en numerosas situaciones, y contrariamente a la creencia generalizada, «mientras más aumenta el precio de un bien, más aumenta también su consumo», según la «paradoja de Veblen». En definitiva, no son los precios sino los comportamientos de grupo y las motivaciones individuales los que dictan la economía.

El pensamiento iconoclasta de Thorstein Veblen dio origen, entre otros, al movimiento tecnocrático de Howard Scott. Este ingeniero estadounidense estimaba que el poder no debía estar en manos de los capitalistas ni de los proletarios sino en manos de los técnicos.

El movimiento tecnocrático llegó a Francia a través de alumnos de la Escuela Politécnica[1], entre ellos el autor de novelas esotéricas Raymond Abellio (fundador de la secta a la que el presidente francés Francois Mitterrand perteneció durante toda su vida) y Jean Coutrot, inventor del transhumanismo. Con el paso del tiempo, aquel movimiento supuestamente engendró en los medios ocultistas del régimen de Philippe Petain [quien colaboraba con la ocupación nazi en Francia] una sociedad secreta llamada la Sinarquía.
[1] La Escuela Politécnica (École Polytechnique) es una importante escuela francesa de ingenieros fundada en 1794. Nota del Traductor.

El transhumanismo de Jean Coutrot prefigura el transhumanismo de Elon Musk. El objetivo de Coutrot era utilizar la técnica para ir más allá del humanismo. Para Elon Musk se trata más bien de utilizar la técnica para cambiar al hombre.

Estos antecedentes explican el hecho que en Francia toda referencia a la tecnocracia sea vista con total desconfianza. Pero se trata de un movimiento basado en un cuestionamiento dominante del funcionamiento de las democracias. Sus seguidores afirman que ellos no hacen política sino que buscan soluciones técnicas a todos los problemas. Nos guste o no, ese movimiento está presente en Estados Unidos, en la creencia de que el progreso técnico es capaz de resolverlo todo.

En todo caso, el movimiento tecnocrático, que se basaba en los conocimientos estadísticos del periodo de paz que separó las dos guerras mundiales, estaba convencido de que Norteamérica entera era una unidad en términos de recursos minerales y de industrias.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el responsable de la rama canadiense del movimiento tecnócrata, el quiropráctico Joshua Haldeman, fue arrestado porque defendía la neutralidad hacia la Alemania nazi. Haldeman era, efectivamente, prohitleriano y antisemita[2]. Después la guerra, atraído por el régimen del apartheid, Joshua Haldeman se instaló en Sudáfrica. Elon Musk es nieto de Joshua Haldeman.
[2] The International Conspiracy to Establish a World Dictatorship & The Menace to South Africa, Joshua Hadelman, citado en el artículo «The World According to Elon Musk’s Grandfather», Jill Lepore, The New Yorker, 19 de septiembre de 2023.

Es importante señalar que la posición de Elon Musk en la futura administración Trump se ve cada vez más seriamente cuestionada por los partidarios mismos de Trump. Steve Bannon dijo al Corriere della Sera: «Elon Musk no tendrá pleno acceso a la Casa Blanca, será como una persona cualquiera. Es un tipo verdaderamente maléfico, muy mala persona. Para mí es algo personal botar a ese tipo. Antes, como había aportado dinero, yo estaba dispuesto a tolerarlo. Ya no estoy dispuesto a tolerarlo»[3].

Algunos miembros del movimiento tecnocrático dieron gran importancia a un proyecto presentado en 1941 bajo la forma de un mapa de cómo debería ser el mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Aquel mapa, trazado por un autor anónimo, bajo el seudónimo «Maurice Gomberg», proponía una división del mundo basada en las civilizaciones. De esa manera, Estados Unidos debía abarcar la totalidad de Norteamérica —desde Canadá hasta el Canal de Panamá— e incluir en sus territorios numerosas islas del Pacífico y del Atlántico como las Antillas, Groenlandia e Irlanda. Como la mítica Sinarquía francesa, aquel mapa se mencionó mucho en los medios conspiracionistas. Pero, según el historiador Thomas Morarti, citado por la prensa irlandesa[4], aquel mapa encontró un eco en la voz del presidente Franklin D. Roosevelt, cuando este pronunció su «Discurso de las cuatro libertades» (la libertad de expresión, la libertad de religión, la libertad de vivir al abrigo de la escasez y la libertad de vivir al abrigo del miedo), el 6 de enero de 1941. En 1946, en el mismo orden de ideas, el presidente estadounidense Harry Truman propuso que las tropas de Estados Unidos que habían liberado Groenlandia se mantuvieran allí y que Washington comprara aquel territorio en 100 millones de dólares.
[4] «United mates of América», Tom Prendeville, Irish Mirror, February 1944.

En 1951, Dinamarca autorizó la instalación en Groenlandia de dos grandes bases militares de Estados Unidos y la OTAN, en Sondrestrom y en Thule (actualmente Qaanaaq). Desde aquella época, Estados Unidos ha desplegado allí ciertos elementos de su sistema de defensa antimisiles. En 2004, después de adquirir su estatus de autonomía, Groenlandia pasó a ser cofirmante del tratado en el que Dinamarca había autorizado la instalación de las dos bases estadounidenses.

En 1968, un bombardero estratégico de la fuerza aérea estadounidense (US Air Force) que participaba en una operación de rutina en el marco de la guerra fría se estrelló por accidente cerca de Thule, contaminando la región con una nube de uranio enriquecido. Posteriormente, en 1995, se supo que, en violación de las leyes danesas, el gobierno de Dinamarca había autorizado tácitamente a Estados Unidos a almacenar armas nucleares en su suelo.

Hoy Estados Unidos podría fácilmente «comprar» Groenlandia… sin desembolsar ni un centavo, bastaría que el Pentágono se comprometiese a garantizar la protección de Dinamarca, con lo cual liberaría a ese país de una carga financiera.

Como para dar cuerpo a lo que parecían ser sólo palabras al viento, el hijo mayor de Donald Trump viajó a Groenlandia «de vacaciones». Por supuesto, llegó en un avión de la familia y rodeado de un grupo de consejeros. En Groenlandia, al menos oficialmente, Donald Trump junior no se reunió con ningun responsable político. Pero, durante la visita, la ONG Patriot Polling realizó un sondeo de opinión. Según lo publicado la mayoría de las personas interrogadas en Groenlandia, más exactamente el 57,3% de los encuestados, aprobaron la idea de pasar a ser parte de Estados Unidos, un 37,4% se pronunció en contra y hubo un 5,3% de indecisos. Después de la publicación de esos resultados, el primer ministro de Groenlandia, Mute Egede, dijo en una conferencia de prensa en Copenhague (Dinamarca) que, aunque no había hablado con los Trump, él estaba abierto a «discusiones sobre lo que nos une». Y agregó: «Estamos dispuestos a conversar. La cooperación es una cuestión de diálogo. La cooperación significa que se trabajará en la búsqueda de soluciones.»

Cuando el movimiento tecnocrático planteaba la anexión de Groenlandia, recordaba que ese territorio es parte de la plataforma continental de Estados Unidos y se basaba en la importancia de sus recursos naturales. En efecto, en Groenlandia existen yacimientos de las llamadas «tierras raras»[5], así como de uranio, reservas de petróleo estimadas en miles de millones de barriles y grandes reservas de gas natural, antes inaccesibles pero que hoy lo son cada vez menos. Las llamadas «tierras raras» son actualmente casi una exclusividad de China, pero se han hecho indispensables en el sector de la alta tecnología… incluyendo la fabricación de los autos eléctricos de Tesla. Las reservas naturales de Groenlandia no están siendo explotadas debido a la tradicional oposición de la población autóctona de ese territorio, los inuit, que constituyen el 88% de la población.
[5] Groenlandia se menciona sólo una vez en el Technocracy Study Course, publicado por primera vez en 1934, cuando todavía no se conocían las «tierras raras».

Hoy en día, Groenlandia es sobre todo una carta estratégica, que permitiría a Estados Unidos controlar la ruta marítima del norte, ahora navegable y hoy bajo el control de Rusia y China. Si Groenlandia cambiara de propietario, eso transformaría la ecuación geopolítica. Es por eso que el vocero del Kremlin, Dimitri Peskov, comentaba: «El Ártico es una zona de nuestros intereses nacionales, de nuestros intereses estratégicos. Queremos preservar el clima de paz y de estabilidad en la región ártica. Observamos muy de cerca la evolución bastante espectacular de la situación pero, hasta ahora, ¡gracias a Dios!, todo son sólo declaraciones».

Es posible que estas referencias no tengan nada que ver con Elon Musk y con Donald Trump, pero habría que tenerlas en mente ante el posible desarrollo de los acontecimientos.


EL IMPERIO DEL CAOS, RECARGADO


Toda guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando podamos atacar, debemos parecer incapaces; cuando utilicemos nuestras fuerzas, debemos parecer inactivos; cuando estemos cerca, debemos hacer creer al enemigo que estamos lejos; cuando estemos lejos, debemos hacerle creer que estamos cerca. Sun Tzu, El arte de la guerra.

El Imperio del Caos es implacable. Lawfare, desestabilizaciones, sanciones, secuestros, revoluciones de colores, falsas banderas, anexiones: 2025 será el año de los BRICS —más los socios de los BRICS— como blancos elegidos bajo fuego.

El inestimable profesor Michael Hudson acuñó el término «caos» como política oficial de Estados Unidos. Eso es bipartidista —y atraviesa todos los silos del Estado Profundo.

En ausencia de una visión estratégica a largo plazo, y en medio de la progresiva expulsión imperial de Eurasia, todo lo que le queda al Hegemón es desatar el caos desde Asia Occidental hasta Europa y partes de América Latina —un intento concertado de Dividir y Gobernar a los BRICS y frustrar su impulso colectivo afirmando la soberanía y la primacía de los intereses nacionales.
Hace un año y medio, un think-tank estadounidense ya había planteado la noción de swing states, no en su versión electoral estadounidense, sino en su transposición a la geopolítica.

Los seis candidatos eran entonces miembros del BRICS (Brasil, India, Sudáfrica), o miembros o socios potenciales del BRICS (Indonesia, Arabia Saudí, Turquía).

El código de los «swing states» era inequívoco: todos ellos son objetivos de desestabilización, es decir, si no acatas el «orden internacional basado en normas», te hundes.

Arabia Saudí, recelosa de su riqueza aparcada en los mercados financieros de Londres y Nueva York, sigue cubriendo cautelosamente sus apuestas: en teoría, Riad es miembro de los BRICS, pero en la práctica no lo es realmente. Turquía ha sido invitada como socio (aún no hay respuesta oficial). 

«Y luego está Indonesia, la potencia del Sudeste Asiático, que acaba de ser admitida como miembro de pleno derecho esta semana, bajo la presidencia brasileña de los BRICS. Llámese BRIIICS: el vector predominante de una recalibración sísmica de las placas tectónicas geopolíticas, destinada a remodelar el comercio, las finanzas y la gobernanza».

El BRIIICS y los socios seleccionados están configurando una red formidable, empeñada en reescribir las reglas del juego: actualmente 10 miembros de pleno derecho y 8 socios de pleno derecho —y sumando—, que representan el 41,4% del PIB mundial en PPA y aproximadamente la mitad de la población mundial. Esto es a lo que se enfrenta el Imperio del Caos.

Imaginemos China-India-Rusia-Irán-Indonesia-Sudáfrica-Brasil-Egipto-Arabia Saudí como las perlas transcontinentales del mundo multipolar emergente. Enormes poblaciones, ingentes recursos naturales y poderío industrial, innumerables posibilidades de desarrollo.

Las élites gobernantes del Imperio del Caos no tienen nada que ofrecer como contrapunto a esta creciente potencia geopolítica, que cuenta con su propio banco de desarrollo (aunque necesita mucho trabajo), un compromiso total para desarrollar y probar sistemas de pago alternativos y una alianza comercial transcontinental en expansión, empeñada en eludir progresivamente el dólar estadounidense.

«En lugar de trabajar en la diplomacia, el diálogo y la cooperación, el Imperio del Caos —y el vasallado Occidente colectivo— "ofrecen" algo a la Mayoría Global: su pleno apoyo a un genocidio de limpieza étnica, y su pleno apoyo a una banda terrorista de traje y corbata de cortadores de cabezas "moderados" que toman el poder en una antigua nación árabe soberana».

Bienvenidos a Terror and Genocide R Us.

En caso de duda, anéxalo todo.
Desarrollando aún más sus logros en la cumbre de octubre pasado en Kazán, el BRICS está aplicando esencialmente una estrategia de Sun Tzu. Engaño. Sin grandes proclamaciones. Y ninguna amenaza directa al Imperio del Caos, excepto el claro objetivo de deshacerse del dominio del FMI y el Banco Mundial, como en el aumento del comercio en monedas locales.

El impulso de los BRICS, lento pero seguro, ya está moviendo otras piezas multilaterales en el tablero de ajedrez, desde la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) hasta la ASEAN.

La China de los principales BRICS se centrará en una tríada: la guerra tecnológica contra EE.UU.; el aumento de su participación en el comercio mundial; y la recalibración de los proyectos de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI). En varios aspectos, la BRI es la pieza central del enfoque chino hacia los BRICS.

El enfoque de Pekín abarca los mercados de todo el Sur Global, los BRICS, los acuerdos de libre comercio de la ASEAN y la APEC (clave para el comercio y la inversión en toda la región Asia-Pacífico). La APEC está estrechamente vinculada a la BRI. El interés del presidente Xi por construir y reforzar un mercado que abarque toda Eurasia fue conceptualizado por primera vez por la BRI, lanzada en 2013.

Paralelamente, desde 2022 el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, ha ido ampliando el llamamiento de Xi a una «nueva arquitectura de seguridad en Oriente Medio».

Para China, eso significa el clásico Equilibrio de Poder: Irán como un pilar muy fuerte, asociándose con China en Asia Occidental para contrarrestar a Estados Unidos. En 2021, China e Irán firmaron un plan crucial de 25 años sobre cooperación económica.

Luego está la energía. Aproximadamente el 50% de las importaciones chinas de crudo proceden de Asia Occidental. Los proveedores chinos de petróleo y gas están muy diversificados: Arabia Saudí, Iraq, EAU, Omán, Kuwait, Qatar e Irán (a través de Malasia).

«Paralelamente, Pekín no tendrá problemas en mantener a QUAD y AUKUS como pequeñas molestias. El pivotaje de la OTAN hacia Asia es un fracaso: China está construyendo rápidamente una compleja estrategia de negación de área».

En África, la Alianza de los Estados del Sahel seguirá expandiéndose, y Francia como potencia neocolonial está acabada. En el resto de África, la nueva resistencia descolonizadora no ha hecho más que empezar.

América Latina, sin embargo, augura grandes problemas. El Imperio del Caos bajo Trump 2.0 puede llegar a la Doctrina Monroe, además del delirio de anexionarse Canadá, Groenlandia, el canal de Panamá y cualquier otra latitud desprevenida. En general, será un viaje duro para nodos seleccionados del «patio trasero» —aparte de la devastada neocolonia Argentina.

La gestión de la derrota estadounidense contra Rusia
El suicidio colectivo de Europa llegará al paroxismo —por la corrosión total de un modelo social, industrial y cultural.

El catálogo de males incluye la demencia deoke total en Bruselas; no más energía barata; desindustrialización acelerada; economías en caída libre; deuda impagable —pública y privada; y por último, pero no menos importante, en la llamada democracia de OTANstán, el desprecio absoluto de la «cúpula» de la OTAN-UE por el ciudadano/contribuyente europeo medio cuando se trata de forzar severos recortes en los servicios sociales en beneficio del aumento del armamentismo.

La muy probable guerra comercial de Trump 2.0 contra la UE no hará sino acelerar el colapso de la economía europea.

Por ejemplo, Francia, que ya está en un lío terrible. La deuda francesa cotiza ahora con diferenciales del nivel de Grecia 2012 por encima de los bonos alemanes. Más del 50% de los 2,5 billones de euros del mercado de deuda pública francesa está en manos de buitres globales y dinero caliente. No hay ningún Mario Draghi con una bazuca del BCE para salvar al euro de su nueva crisis existencial. Y Le Petit Roi no es más que un preso cojo odiado incluso por las ratas de las alcantarillas de París.
El historiador, antropólogo y demógrafo Emmanuel Todd, autor del innovador La Défaite de L'Occident (aquí está la primera reseña en inglés) es uno de los pocos intelectuales franceses que realmente entiende las nuevas reglas del juego.

En una sorprendente entrevista al portavoz privilegiado de la alta burguesía francesa, Todd señala lo absurdo de considerar victorioso a Trump «en medio de una economía en ruinas»; y encima cuando «Estados Unidos está perdiendo una guerra, a escala mundial, contra Rusia».

Así que en medio de toda la algarabía sobre el «hiperpoder de Trump como individuo mágico», Todd ha dado con una formulación asombrosa y cristalina: «El trabajo de Trump será gestionar la derrota de EE.UU. contra Rusia».

Siria como Libia 2.0
Bueno, todos los adictos a la cultura pop sabemos que EE.UU. seguirá «ganando», a la manera de Hollywood; más bien a la manera de la Federación Mundial de Lucha Libre (WWF). Lo que es seguro es que no importa qué misiles de Trump 2.0 se lancen en guerras comerciales contra Europa y Asia, las élites acorraladas y con derechos del Imperio del Caos se verán impulsadas a infligir un daño tremendo a la Mayoría Global.

La victoria en Siria les ha sumido en un estupor de borrachera —y la mentalidad de «los hombres de verdad van a Teherán» ha vuelto con ganas de venganza (Irán, no por casualidad, es uno de los principales miembros del BRICS).

Se dan todas las condiciones para que Siria se convierta en Libia 2.0. Sin embargo, no es un caso de «la casa siempre gana», en primer lugar porque no hay «casa». En el vecino Líbano, Hezbolá ya se ha reorganizado. La perspectiva sigue siendo que después de reagruparse y reestructurarse, Hezbolá, Ansarullah en Yemen, una nueva oposición siria y el IRGC en Irán se unan en una formación diferente y renueven la verdadera batalla contra Eretz Israel.

«Nadie sabe lo que el yihadista salafí Ahmad Al-Sharaa, antes Abu Mohammad Al-Jolani, está gobernando en realidad. En diversos grados, el Occidente colectivo, las monarquías del Golfo Pérsico e Israel nunca confiarán en él y lo considerarán desechable. No es más que un chivo expiatorio temporalmente útil».

Al-Yolani era el emir de Nínive del ISIS*, el emir de Jabhat Al-Nusra* y el emir principal de Al-Qaeda* en el Levante. Él solo personifica toda la gama de propaganda occidental fabricada sobre el «terror». Sus seguidores ya están furiosos porque no ha convertido Siria instantáneamente en un Emirato Islámico.

Si no transfiere el poder en 2025 —y no dentro de cuatro años— a un parlamento, un gobierno y un presidente recién elegidos, olvídense de que se levanten las sanciones contra Siria.

El Imperio del Caos —por no hablar de Tel Aviv— quiere de hecho una Siria en caos permanente; desde luego, no un gobierno estable y representativo que luche contra el robo de su petróleo, su gas y su trigo.

Luego está el inminente choque frontal entre Eretz Israel y el neo-otomanismo de Turquía. El proyecto turco de controlar Siria se tambalea en el mejor de los casos. El Imperio del Caos no renunciará a los kurdos; el Ministerio de Asuntos Exteriores turco ya está dando vueltas a la posibilidad de una «operación militar». Paralelamente, el dinero árabe no empezará a fluir para reconstruir Siria a menos que Damasco esté totalmente en deuda con las monarquías del Golfo Pérsico.
Todo es cuestión de deuda y producción industrial
El BRICS, por supuesto, está desgarrado por graves contradicciones internas, que serán explotadas sin piedad por el Imperio del Caos. Empezando por Irán, EAU, Egipto y Arabia Saudí (cuando los saudíes acuden a las reuniones) que luchan por alcanzar un consenso en la misma mesa.

Añádanse a ello las contradicciones internas de un poderoso lobby anti-BRICS en Brasil, incluso dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores, reflejo de la disputa interna iraní entre los partidarios acérrimos del Eje de la Resistencia y la multitud de tendencia atlantista.

Lo que más importa, a nivel institucional, es que China-Rusia, en la más alta esfera de los BRICS, y también a través de la esfera del poder blando, sigan haciendo hincapié en la igualdad, la armonía y el enfoque en el desarrollo humano como valores político-económicos cruciales —totalmente en sintonía con la Mayoría Global.

«Lo que no cambiará, incluso bajo la implacable presión del Imperio del Caos, es el impulso de los BRICS para construir un sistema paralelo, realmente democrático, de relaciones internacionales. Eso no implica construir un homólogo BRICS de la OTAN; incluso la OCS funciona como una alianza flexible. Tras la ineludible derrota estadounidense en Ucrania, la OTAN implosionará tarde o temprano, al lado de su brazo político-propagandístico, la UE».

El profesor Michael Hudson, una vez más, ha dado en el clavo. El quid de la cuestión es la deuda externa: «No hay forma de que los países BRICS puedan crecer y, al mismo tiempo, pagar las deudas externas con las que han cargado durante los últimos 100 años y, especialmente, desde 1945».

Estos bonos en dólares están en manos de élites compradoras/oligárquicas «que no quieren mantener sus propias monedas porque los países del Sur Global y sus oligarquías se dan cuenta de que las deudas no se pueden pagar». Así que «los países BRICS, para crecer, tienen que condonar sus deudas» y resolver el choque entre intereses creados e intereses nacionales.

El profesor Hudson insiste en que «hay que acabar con los parásitos nacionales» para que los BRICS puedan «erigir una nueva estructura comercial y financiera internacional». El Imperio del Caos, por supuesto, «se aliará con los parásitos locales» para fomentar —qué si no— el caos, el cambio de régimen y el terror.

Por mucho que los BRICS necesiten llegar a una filosofía económica concertada —digamos, siendo realistas, en los próximos cuatro años más o menos— la escritura geoeconómica ya está en la pared. Desde el comienzo del milenio, la producción industrial estadounidense creció sólo un 10%; y desde 2019, literalmente un 0%.

En comparación, desde 2000, la producción industrial de China creció cerca de un 1000%; la de India, más de un 320%; y la de Rusia, más de un 200%.

La OTAN desarrollada no ha crecido desde antes de Covid 2019. Europa Occidental alcanzó su máximo en 2007-8, y Alemania en 2017. Italia es un asunto muy lamentable: la producción industrial en realidad disminuyó (la cursiva es mía) en un 25% desde 2000.

Añádase a esto que el Imperio del Caos, en comparación con Rusia, es absolutamente no competitivo en la producción de armas, y francamente risible cuando se trata de hipersónica y defensa antimisiles.

Una hoja de ruta factible para los BRICS+ y la Mayoría Global para contrarrestar la «estrategia» imperial del caos descontrolado sería acelerar la integración en todas las esferas; aplicar Sun Tzu para aumentar el cociente de retroceso de los movimientos de Trump 2.0; y obligar a los silos del Estado Profundo a tomar decisiones erróneas en serie.

«Este enfoque tendrá que progresar en sincronía con una estrategia de BRICS ideada por Diversidad es Fuerza, donde cada nación y socio aporta a la mesa común una riqueza de materias primas, recursos energéticos, conocimientos de fabricación, logística y, por último pero no menos importante, poder blando: en conjunto, los lineamientos de un nuevo orden equitativo capaz de disolver el caos incontrolado».

Fuente: Pepe Escobar