Lo que está ocurriendo en Estados Unidos tras la victoria de Trump en las elecciones presidenciales, su toma de posesión y la forma en que se está danto el traspaso de poder, demuestra que estamos ante un rápido proceso de revolución conservadora en EE.UU. El sistema de valores está cambiando literalmente para convertirse en otra cosa. Lo que Trump y su equipo están proclamando y los primeros pasos que están dando se mueven en una dirección muy diferente a la ideología liberal de izquierdas que sustenta las directrices, estrategias y acciones de los globalistas.
De hecho, lo que está ocurriendo hoy es una transformación muy profunda e incluso una escisión de Occidente en dos polos opuestos. Uno de estos polos sigue siendo liberal de izquierda y globalista, el cual es encarnado por Biden y prácticamente todos sus predecesores, incluido el republicano George W. Bush Jr., ya que este último no representaba una alternativa a esta agenda liberal de izquierdas.
El segundo polo, sin embargo, es Trump y el trumpismo. Se trata de un Estados Unidos conservador, que de hecho rechaza por completo la ideología liberal de izquierdas, al tiempo que afirma una ideología conservadora de derechas. Hay que subrayar que ya ni siquiera se trata de un liberalismo de derecha, sino un conservadorismo de derecha, puesto que muchos representantes del trumpismo hablan de valores posliberales y rechazan el liberalismo.
La misma palabra «liberal» se está convirtiendo en un insulto en los Estados Unidos. Y estos cambios son tan dinámicos y tan rápidos que mucha gente aún no se ha dado cuenta de la importancia de las transformaciones que están teniendo lugar en Occidente en general y en la sociedad estadounidense en particular.
Los valores liberales de izquierda de los globalistas están siendo sustituidos por valores tradicionales. Se está pasando del progresismo liberal al conservadurismo e incluso al tradicionalismo. De hecho, Trump y los trumpistas están promoviendo un sistema de valores que en muchos sentidos y formas se parecen a los de Rusia. Y en este sentido, el Decreto nº 809 de Putin sobre los valores tradicionales, nuestra prohibición de la perversión y toda política de género, apelando al patriotismo, la prioridad de lo espiritual sobre lo material y muchos otros valores, está empezando a ser implementado por Trump en los Estados Unidos.
Lo sorprendente es lo rápido que lo está haciendo. A pesar de que las personas que comparten tales puntos de vista no hace mucho tiempo eran grupos marginales a los que simplemente no se les daba la mano y eran constantemente «cancelados» por la cultura de la cancelación, designándolos con nombres terribles como «extrema derecha», «fascistas» y así sucesivamente, resulta que tras la llegada de Trump al poder se sitúan ahora en el centro. El apoyo que están recibiendo los conservadores de derechas y los tradicionalistas en la sociedad estadounidense es enorme. Y a diferencia del primer mandato de Trump ahora ellos se han convertido en una tendencia sociopolítica significativa.
Es extremadamente importante que los rusos entendamos cómo actuar en esta situación. Porque uno de los aspectos más importantes de nuestra identidad civilizatoria, aquello en nombre de lo cual desafiamos al globalismo, ha sido ahora en cierto modo asumido por los trumpistas. Con esto como telón de fondo, además del dinamismo, determinación, extravagancia y radicalidad de lo que está ocurriendo en Estados Unidos, los rusos ya no parecemos tan vanguardistas y pioneros.
No, no estamos cediendo el liderazgo en este ámbito, que es nuestra mayor fortaleza: la proclamación de los valores tradicionales, la prohibición de la política de género y muchas otras cosas buenas e importantes adoptadas por Rusia en los últimos años, pero no hemos conseguido dar brillo y dinamismo a nuestro llamado a la identidad, los valores tradicionales y los ideales conservadores.
Todo este proceso ocurre en nuestro país de forma muy lenta e indecisa, con constantes retrocesos, retracciones y correcciones frente al liberalismo. Además, también es obvio que una parte significativa de nuestras élites se vio obligada a aceptar una actitud positiva hacia los valores tradicionales, percibiéndolo como algo temporal y formal, con la esperanza de que pronto se acabará.
Por eso nuestro profundo giro conservador de hoy surge como «de debajo de una manta o una almohada», siendo algo asfixiado e inseguro. Lo que realmente tenemos que hacer es promover con orgullo estas ideas, dándoles una forma hermosa y apelante en forma de vídeos musicales, nuevos programas de televisión, debates, obras de arte, etc.
Por supuesto, el hecho de que hoy el Decreto nº 809 reciba tanta atención y se aplique en todas partes es muy bueno. Pero parece que todavía no hemos sido capaces de inscribir en nuestra clase dirigente estos valores tradicionales. Todo se está haciendo de forma «figurada». Los responsables de esto sólo creen parcialmente en la necesidad de ese giro de valores o no creen en absoluto él y sólo fingen estar de acuerdo. Todo esto se puede sentir y ver perfectamente. Sobre todo, si se compara con las dinámicas transformaciones conservadoras del trumpismo. Es por eso que no debemos frenar en este sentido.
Al contrario, es importante que llevemos nuestra estrategia conservadora-ideológica a un nivel fundamentalmente diferente. No temer a nada, proclamar nuestros valores, intereses e ideales, defender nuestra identidad. Y hablar más del gran pueblo ruso, de nuestro Imperio, de la importancia de la Ortodoxia. Por supuesto, subrayando al mismo tiempo que en nuestro Imperio, junto con el pueblo ruso que forma el Estado, ocupa el lugar más importante junto al resto de los gloriosos pueblos euroasiáticos. Y junto con la Ortodoxia, nuestra religión principal y matriz, que define toda nuestra identidad histórica, hay otras creencias tradicionales.
Sin embargo, seguimos inclinándonos sin cesar, poniendo excusas y disculpándonos. Y esto no es bueno. Basta ya de tonterías izquierdistas, liberales, occidentalizadoras, seculares, modernistas y posmodernistas, que incluso los estadounidenses se niegan a aceptar. Somos rusos, ¡Dios está con nosotros! Nuestros valores tradicionales están con nosotros y no necesitamos de la OMS o la sanción del capitalismo al que seguimos apegados desde 1990. Construyamos la Gran Rusia, establezcamos nuestro poder, revivamos y restauremos el Imperio en todo su esplendor y poder. Y debemos luchar sin piedad contra las dolorosas tendencias nihilistas, la perversión, la decadencia y la corrupción que existe en el mundo.
Es hora de que cobremos fuerza y demos un nuevo dinamismo a nuestras reformas patrióticas y al retorno a los valores tradicionales. Y esto requiere tanto la rotación de las élites (para lo que necesitamos crear un DOGE —Department of Government Efficiency— similar al estadounidense que es dirigido por Elon Musk) como la liberación del potencial creativo de la gente corriente, de nuestro pueblo. Sin esto, no llegaremos a ser realmente convincentes ni siquiera para nosotros mismos.
De lo contrario, todas nuestras bazas, todos nuestros aspectos positivos y diferencias fundamentales no solo desaparecerán, sino que perderán su brillo, vanguardismo y relevancia al verse eclipsados y superados por otros. Por aquellos que no sólo no son nuestros amigos y socios, sino que utilizan su giro conservador para reforzar su propia hegemonía mundial.
Y aquí es crucial que tracemos una clara línea divisoria entre lo que aceptamos y aplaudimos del trumpismo y lo que en él sigue siendo nuestro enemigo. Porque si Trump hace a Estados Unidos, como él mismo promete, grande de nuevo, solo podemos esperar hacer lo mismo con Rusia. Nosotros no tenemos unas siglas como MAGA, Make America Great Again, y no las necesitamos. Pero Rusia debe revivir su grandeza en todas las esferas, despertando de un largo letargo social y cultural. O florecemos ahora y damos un salto hacia el futuro o lo tendremos muy difícil después.
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