Trump y el Estado profundo global. La escisión de Occidente.

 

Tras la llegada de Donald Trump y su equipo a la Casa Blanca, toda la arquitectura de las relaciones internacionales empezó a cambiar de manera fundamental. Uno de los fenómenos más importantes de esta nueva imagen global del mundo fue la escisión acelerada de Occidente. Mucha gente escribe y habla sobre ello, pero este fenómeno aún no ha recibido un análisis geopolítico e ideológico exhaustivo.

En primer lugar, la división de Occidente es de naturaleza ideológica. Los aspectos geopolíticos son secundarios. El hecho es que Trump y sus partidarios, que ganaron las elecciones estadounidenses en otoño de 2024, se oponen radicalmente al globalismo liberal. Y no se trata de una circunstancia momentánea o partidista, sino de una cuestión seria e importante. El actual jefe de la Casa Blanca basa toda su ideología, su política y su estrategia en una tesis central: la ideología liberal de izquierdas que dominó Occidente (y el mundo en su conjunto) durante varias décadas hasta la llegada de Trump y el inicio de los movimientos populistas en la UE, y que se vio especialmente reforzada tras el colapso del Bloque de Varsovia y la URSS, ha agotado por completo su potencial, no ha sabido hacer frente a las tareas de liderazgo mundial, ha socavado la soberanía de EEUU, que era el principal motor y cuartel general de la globalización, y ahora debe ser descartada de forma decidida e irreversible. Trump, a diferencia de los republicanos clásicos de las últimas décadas (por ejemplo, George W. Bush Jr.), no iba a corregir el globalismo en el espíritu de los neoconservadores, que insistían en el imperialismo agresivo directo para promover la democracia y fortalecer la unipolaridad sin contradecir a los demócratas en lo esencial. Trump, en cambio, está decidido a abolir por completo la globalización liberal en todas sus dimensiones proponiendo su propia visión de una arquitectura mundial. Si logrará hacer realidad sus ideas es una incógnita: la resistencia a las políticas de Trump crece día a día, pero la posición del presidente estadounidense es lo suficientemente fuerte y su apoyo popular lo suficientemente grande como para al menos intentarlo. Trump lo está intentando.

El trumpismo —al menos en teoría y en las expectativas de sus representantes más radicales— rechaza sistemática y consecuentemente el liberalismo de izquierda global. El sujeto para los liberales es toda la humanidad, que debe estar unida bajo un Gobierno Mundial (formado por liberales). Para ello es necesario fortalecer la hegemonía global de las democracias occidentales según el modelo de la unipolaridad y cuando todos sus oponentes (Rusia, China, Irán, Corea del Norte) y los que dudan sean derrotados y desmembrados, crear un mundo no polar.

Los Estados-nación deberán transferir gradualmente sus atribuciones a una autoridad supranacional (el Gobierno Mundial), que no será sólo el Estado profundo estadounidense u occidental, sino un Estado profundo mundial. De hecho, ya existe en la actualidad este Estado profundo en red: sus agentes y partidarios existen en prácticamente todas las sociedades, a menudo en puestos clave de la política, la economía, los negocios, la educación, la ciencia, la cultura y las finanzas. De hecho, la élite internacional moderna (mayoritariamente liberal, sea cual sea la sociedad a la que pertenezca) es la infraestructura en la que se basa dicho proyecto globalista.

La ideología de los liberales promueve el individualismo extremo, negando toda forma de identidad colectiva —étnica, religiosa, nacional, de género— e incluso la pertenencia a la propia especie humana, como se refleja en el programa de los transhumanistas y los defensores de la ecología profunda. Por lo tanto, la promoción de la migración ilegal, la política de género y la protección de cualquier minoría, hasta e incluyendo la teoría racial crítica (es decir, el racismo al revés), es parte integrante de la ideología liberal. Aquí, en lugar de naciones y pueblos, aparecen conjuntos puramente cuantitativos.

Mientras tanto, las élites liberales internacionales son cada vez más intolerantes con cualquier intento de criticarlas. Por eso están promoviendo activamente técnicas de control totalitario de la sociedad, entre ellas la creación de un perfil biológico de cada individuo, almacenado en Big Data. Bajo el lema de la «libertad», los liberales pretenden establecer, en esencia, una dictadura de tipo orwelliano.

Es precisamente esta ideología y las instituciones globales basadas en ella —tanto legales como ocultas— las que dominaban EEUU, Occidente y el mundo en general hasta la llegada de Trump. Naturalmente, con la excepción de Rusia, China, Irán y Corea del Norte, así como en parte Hungría, Eslovaquia y otros países que tomaron el camino de preservar y fortalecer su propia soberanía contra la presión de las estructuras globalistas.

El principal enfrentamiento se produjo entre los liberal-mundialistas, por un lado, y los países orientados a la multipolaridad, por otro. En su forma más radical, esto se manifestó en el conflicto ucraniano, donde el régimen nazi de Kiev fue especialmente creado, armado y apoyado por los liberal-globalistas para infligir una «derrota estratégica» a Rusia como polo de un orden mundial multipolar alternativo. En los países islámicos, las fuerzas islamistas radicales como ISIS, Al-Qaeda y sus derivados se utilizan con el mismo fin. De hecho, el régimen político globalista títere de Taiwán entra en la misma categoría.

Esto era lo que se llamaba comúnmente el Occidente colectivo antes de la llegada de Trump. En esta configuración, las posiciones de los países individuales y los gobiernos nacionales no jugaban un gran papel. El Estado profundo global tenía sus propios programas, objetivos y estrategias, donde los intereses nacionales simplemente no se tenían en cuenta. Esto se aplicó también a los Estados Unidos: los globalistas liberales del Partido Demócrata aplicaron sus políticas sin tener en cuenta los intereses de los estadounidenses de a pie. De ahí el crecimiento de la desigualdad social, los experimentos salvajes en política de género, la inundación de EE.UU. con inmigrantes ilegales, la desindustrialización del país, la degradación catastrófica del sistema sanitario, el fracaso de la educación, el fuerte aumento de la delincuencia, etcétera. Todo esto fue secundario frente a la dominación global de las élites liberales del mundo, que han puesto rumbo hacia una singularidad política, es decir, una transición universal hacia una nueva imagen posthumana del futuro, cuando la tecnología tenga que suplantar finalmente a los humanos.

Por supuesto, los países del Sur Global se resistieron pasivamente y el papel de Rusia de promover activamente un mundo multipolar planteó un desafío existencial al globalismo liberal. Pero, en general, el Occidente colectivo actuó de forma bastante sincronizada y consiguió consolidar en torno a sí, si no a la mayoría, sí a una parte significativa de la humanidad.

El Occidente colectivo siguió estas pautas hasta el último momento y se habría consolidado si Kamala Harris, la candidata del Estado profundo global, hubiera ganado las elecciones estadounidenses. Pero algo salió mal para los globalistas y Trump ganó: él no es su protegido. Además, el programa de Trump es directamente opuesto a los planes de los liberal-globalistas.

En primer lugar, Trump se opuso al Estado profundo, aunque, al principio, sólo en relación con Estados Unidos, contra la cúpula del Partido Demócrata y el ecosistema que los globalistas habían construido en la sociedad estadounidense durante las décadas de su gobierno. Sus redes lo han impregnado todo: el aparato administrativo, las agencias de inteligencia, el poder judicial en todos los niveles, la economía, el gobierno, el Pentágono, el sistema educativo, las escuelas, la medicina, las grandes empresas, la diplomacia, los medios de comunicación, la cultura. Durante años Estados Unidos ha sido un puesto avanzado del Occidente colectivo y la influencia de Estados Unidos en Europa y el resto del mundo se ha identificado firmemente con el liberalismo y el globalismo. Trump, sin embargo, ha declarado la guerra contra esas ideas.

Los primeros pasos de su administración estuvieron dirigidos a desmantelar el Estado profundo. La creación del DOGE bajo la dirección de Elon Musk, el cierre de la USAID, las reformas radicales en educación y medicina, el nombramiento de asociados (Vance, Hegseth, Patel, Gabbard, Bondi, Savino, Homan, Kennedy Jr.) convencidos y comprometidos con la ideología de Trump en puestos clave del Gobierno, el Pentágono y los servicios de inteligencia, se convirtieron en auténticas operaciones políticas e ideológicas dirigidas contra los liberales.

En su primer día en la Casa Blanca, Trump abolió por orden ejecutiva la política de género, la ideología woke y el DEI (promoción activa de las minorías). Inmediatamente comenzó la lucha contra la inmigración ilegal, la delincuencia y la entrada sin trabas de los cárteles mexicanos de la droga en Estados Unidos.

Una vez en el poder, Trump comenzó esencialmente a sacar a Estados Unidos del sistema colectivo occidental, colapsando las estructuras del Estado profundo global y destrozando el ecosistema de redes creado por los liberales durante décadas.

Al principio lo hizo de forma abierta y dramática. Elon Musk, en su red social X.com, asumió el papel del anti-Soros y comenzó a apoyar activamente a las fuerzas populistas de derechas en Europa y África, oponiéndose directamente a los globalistas. Los antiglobalistas recibieron el apoyo tanto del ideólogo de Trump Stephen Bannon como del vicepresidente Vance.

En consecuencia, la geopolítica de Trump presenta un panorama muy diferente al de los globalistas. Rechaza el internacionalismo liberal, exige un giro hacia el realismo en las relaciones internacionales y proclama que el objetivo supremo es la soberanía nacional de Estados Unidos como gran potencia. No reconoce ningún argumento a favor de la prioridad de promover el liberalismo a escala mundial en detrimento de los intereses estadounidenses. Endureció la política de inmigración hasta llegar a extremos, intentando que las industrias críticas vuelvan a Estados Unidos, sanear el sistema financiero y hacer realidad los intereses estratégicos en las inmediaciones de Estados Unidos, lo que significa que Canadá, Groenlandia y la seguridad de la frontera sur con México son la prioridad.

Es en este contexto general en el que debe verse la tan cacareada guerra de Rusia en Ucrania. Para Trump, como ha dicho muchas veces, esta no es su guerra. Fue preparada, instigada y luego librada por el Estado profundo global (esencialmente el Occidente colectivo). Al convertirse en presidente de Estados Unidos, Trump heredó esta guerra, pero dado que su ideología, políticas y estrategia se construyen casi en completa oposición a los globalistas, esta guerra es una guerra que quiere terminar lo antes posible. No sólo no es su política, sino que es lo contrario de su propio programa. Está mucho más preocupado por China que por Rusia, que no amenaza los intereses nacionales estadounidenses desde ninguna dirección en absoluto.

Los primeros pasos hacia la adopción de una estrategia liberal-globalista de la política exterior estadounidense fueron dados por Woodrow Wilson inmediatamente después del final de la Primera Guerra Mundial. Y desde entonces, con diversos giros y episodios, ha sido dominante en EEUU. Trump está decidido a abandonar esta política en favor del realismo clásico, la prioridad incondicional de la soberanía nacional y, de hecho, el reconocimiento de un mundo multipolar en el que pueden existir otras grandes potencias junto a Estados Unidos, aunque sus sistemas políticos no tengan que ser necesariamente liberal-democráticos. Y Trump niega categóricamente la idea de abolir los Estados-nación en favor de un gobierno mundial. En cuanto a la política de género, la migración, la cultura de la abolición y la legalización de la perversión, todo esto le resulta francamente repugnante a Trump, cosa que no oculta.

¿Qué conclusión podemos sacar de nuestro breve repaso? En primer lugar: la escisión del Occidente colectivo está en pleno apogeo y poco a poco un nuevo orden mundial, que recuerda mucho más a la multipolaridad, está ocupando el lugar de un sistema liberal-globalista único y monolítico con sus ramificaciones planetarias (de hecho, también en Rusia, desde finales de 1980 y sobre todo desde 1990, las redes liberales han penetrado hasta lo más alto y casi dominado el Estado hasta la llegada de Putin). En general, este giro corresponde a los intereses de Rusia tanto a corto como a largo plazo y la crisis del proyecto liberal-globalista, el debilitamiento y probable colapso del Estado profundo mundial sólo nos beneficiaran. De hecho, esto es por lo que estamos luchando: por un mundo en el que Rusia sea una gran potencia soberana, un sujeto y no un objeto.

La gravedad y profundidad de los cambios en la política mundial desde la llegada de Trump es un fenómeno muy importante. No es seguro que todo esto sea irreversible, pero, en cualquier caso, lo que Trump ha hecho, está haciendo y probablemente hará para dividir al Occidente colectivo, contribuye objetivamente al establecimiento y fortalecimiento de la multipolaridad. Dicho esto, no hay que subestimar las fuerzas de resistencia. El Estado profundo global es un fenómeno poderoso, muy serio, minucioso y profundamente escalonado. Y sería errado descartarlo precipitadamente. Estas estructuras siguen controlando los principales países europeos y siguen siendo extremadamente fuertes en Estados Unidos, y es el estado profundo global el que creó la Ucrania nazi moderna como estructura terrorista. Es con el Estado profundo global con el que estamos realmente en guerra. No con Occidente ni con Estados Unidos. Sólo el liderazgo en los Estados ha cambiado y con ello cambia el panorama. Pero el Estado profundo global no es reducible a Estados Unidos, la CIA, el Pentágono o Wall Street, sigue existiendo y continúa aplicando su política a escala mundial. Es muy probable —e incluso seguro— que los representantes del Estado profundo traten de influir en Trump, empujarlo a cometer errores y dar pasos fatales, sabotear sus esfuerzos e iniciativas, o simplemente eliminarlo en algún momento. Tales intentos, como sabemos, ya se han producido.

Por lo tanto, hoy más que nunca, valdría la pena emprender un examen serio y profundo de lo que realmente nos ocupa en la democracia liberal, sus teorías, sus valores, sus programas, sus objetivos, estrategias e instituciones. Esto no es tan fácil como parece: nosotros mismos estuvimos hasta hace poco bajo su control e influencia y quizá en cierto modo todavía lo estemos. Hasta que no comprendamos la verdadera naturaleza del enemigo, tendremos pocas posibilidades de derrotarlo. En Ucrania no estamos en guerra con los ucranianos, ni con Estados Unidos, ni siquiera con el Occidente colectivo, que se está derrumbando ante nuestros ojos. La naturaleza de nuestro enemigo es diferente. Queda por ver cuál es.

Los imperialistas estadounidenses frenan la revolución trumpista.


Numerosos periodistas fingen no entender la partida que se está jugando en Washington. Para ellos, Elon Musk y Donald Trump son advenedizos que sólo se apropian de lo que pueden en el Estado federal sin modificar las estructuras. Pero la realidad es diferente: el presidente Donald Trump está tratando de desmantelar el imperialismo enraizado en su país. Trump destruye las agencias, secretas o públicas, que bajo pretextos diversos financiaban legalmente a los organizadores de revoluciones de colores y de otras formas de golpes de Estado.

El presidente Donald Trump se había fijado el desmantelamiento del «Imperio estadounidense» como objetivo inicial de su primer mandato presidencial. Ya en la Casa Blanca, designó al general Michael Flynn para ser su consejero de seguridad nacional[1] y suprimió la presencia permanente del director de la CIA y del jefe del Estado Mayor Conjunto en el Consejo de Seguridad Nacional[2]Los imperialistas estadounidenses se unieron entonces a los demócratas para enfrentarse a Trump y en solamente 2 semanas, lo obligaron a destituir al general Flynn e iniciaron contra él mismo todo tipo de operaciones tendientes a desacreditarlo, incluyendo 2 procedimientos de destitución (impeachment), llegando a acusarlo de ser un agente ruso.

Es con toda esa experiencia previa que Donald Trump aborda su segundo mandato, en 2025, siempre con el mismo objetivo: desmantelar el «Imperio estadounidense». Pero esta vez, Trump ha mencionado ese tema de fondo sólo en su nuevo discurso de Riad, el 13 de mayo. Después de recordar el discurso que pronunció hace 8 años, en la misma sala, donde exhortaba los Estados musulmanes a poner fin al apoyo que aportaban a las organizaciones terroristas[3], Trump llamó esta vez a reemplazar la guerra por el comercio, denunció los «constructores de naciones», los «neoconservadores», las «ONGs liberales» y «otros intervencionistas que pretenden reformar sociedades complejas que ellos mismos no entienden» y elogió la vitalidad de los pueblos del Medio Oriente ampliado o Gran Medio Oriente. Trump declaró: «Como ya lo he demostrado en numerosas ocasiones, estoy dispuesto a poner fin a los pasados conflictos y a forjar nuevas asociaciones en aras de un mundo mejor y más estable, aunque nuestras divergencias pueden ser muy profundas. (…) En los últimos años, demasiados presidentes estadounidenses se han sentido acosados por la idea de que nuestro deber sería examinar las almas de los dirigentes extranjeros y utilizar la política de Estados Unidos para hacerles pagar sus pecados. (…) Si las naciones responsables de esta región aprovechan este momento, dejan de lado sus diferencias y se concentran en los intereses que los unen a ustedes, la humanidad entera se asombrará pronto de lo que verá aquí, en este centro geográfico del mundo, el corazón espiritual de sus más grandes religiones».

Pero, fuera del ojo de las cámaras, es ante los tribunales donde el presidente Donald Trump lucha por disolver los órganos del imperialismo. Por ejemplo, el Departamento de Eficacia Gubernamental (DOGE) rápidamente despidió a los funcionarios de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), de la National Endowment for Democracy (NED) y sobre todo a los del Instituto de la Paz de Estados Unidos (USIP). Pero no ha logrado limpiar el extremadamente opaco Buró del Servicio Fiscal.

En un primer momento, Elon Musk estuvo encargado de mostrar a todos que la USAID no es el órgano de ayuda humanitaria que se decía sino una verdadera «organización criminal». Musk sacó a la luz gastos turbios en el exterior por un total de 200 millones de dólares, incluyendo 1,5 millones de dólares asignados a los medios de prensa anticubanos, 2 millones de financiamiento para un film de animación transgénero en Perú, 2,1 millones de dólares para financiar la BBC en Libia, 8 millones de dólares para la compra de suscripciones a Politico Pro, 10 millones de dólares para comidas destinadas a grupos terroristas vinculados a al-Qaeda, 15,4 millones de dólares para asociaciones LGTBQI+, 20 millones de dólares para producir una versión iraquí de la serie de televisión Sesame Street, 75 millones de dólares para financiar programas de diversidad, equidad e inclusión y 150.000 millones asignados a la construcción de «un mundo equitativo con cero emisiones de gases de efecto invernadero» de aquí al año 2030.

La senadora republicana Joni Ernst (Iowa) reveló por su parte que la USAID, supuestamente dedicada al trabajo humanitario, entregó en Ucrania 1 millón de dólares a una empresa de tapices, 300.000 dólares a la Ukraine Pet Alliance —dedicada a la comercialización de collares para perros—, 148.000 dólares a una empresa de producción de encurtidos, 319.000 dólares a una fábrica de procesamiento de carne y 89.000 dólares a un viñedo.

Todos estos ejemplos resultan sorprendentes cuando hablamos de gastos supuestamente vinculados a «trabajo humanitario». Pero tampoco se trata de casos de simple corrupción sino más bien de la creación de «fachadas» para la realización de actividades encubiertas.

Como resultado de una denuncia presentada por Democracy Forward y Public Citizen Litigation Group a nombre de los sindicatos American Foreign Service Association y American Federation of Government Employees, un juez federal de Columbia suspendió el despido administrativo inminente de 2.200 empleados de la USAID. El mismo juez de Columbia, Carl Nichols, ordenó también la reintegración temporal a sus puestos de otros 500 empleados de la USAID que ya habían sido despedidos.

Las reacciones, tanto en Estados Unidos como a nivel internacional, ante el intento de la administración Trump de cortar los presupuestos de la USAID fueron coordinadas por Nina Jankowicz, quien, después de haber trabajado como responsable de la censura impuesta por la administración Biden, hoy trabaja desde Londres. Según Elon Musk, Nina Jankowicz también recibía financiamiento de la USAID. Ella dice que no.

Los partidarios de Donald Trump han subrayado que el Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP), suministrador de las «informaciones» falsas que permitieron iniciar contra Trump un procedimiento de impeachment durante su primer mandato presidencial, el UkraineGate, también era una creación de la USAID. Varios medios de diferentes países —Mediapart en Francia, Drop Site News y Reasonator en Estados Unidos, Il Fatto Quotidiano en Italia y Reporters United en Grecia— eran utilizados por la USAID, quizás sin que sus propios dirigentes lo supieran, para difundir las «noticias» o «informaciones» que la CIA estadounidense quería hacer públicas.

La administración Trump no ha podido disolver el USIP y la NED, dos agencias creadas por el presidente Ronald Reagan para garantizar una fachada legal a ciertas operaciones de la CIA. El problema es que el USIP y la NED no dependen de la Casa Blanca sino que son entidades jurídicas autónomas, aunque su presupuesto anual es aprobado por el Congreso como parte de los gastos del Departamento de Defensa y del Departamento de Estado. El USIP y la NED son fondos de capital-riesgo dedicados a la «democracia». Al igual que la OTAN, creada oficialmente para luchar contra el comunismo —aunque su primer secretario general, el general británico Hasting Ismay, confesó que en realidad tenía un objetivo muy diferente[4]—, el USIP y la NED fueron creados oficialmente para aportar medios a quienes defienden la democracia ante el comunismo. Sin embargo, también al igual que la OTAN, el USIP y la NED no fueron disueltos cuando desapareció la URSS. Actualmente, tanto la OTAN como el USIP y la NED no son otra cosa que órganos del imperialismo anglosajón. Es por eso que el tándem Estados Unidos-Reino Unido dirige la OTAN, mientras que el USIP y la NED han sido incorporados a la alianza de los servicios secretos anglosajones, los «Cinco Ojos» (The Five Eyes) (Australia, Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y Nueva Zelanda).
[4] En los años 1950, el general británico Hasting Ismay, como secretario general de la alianza atlántica (desde 1952 hasta 1957) describía los objetivos de la OTAN de la siguiente manera: «Mantener a los estadounidenses dentro, a los rusos afuera y a los alemanes bajo tutela».

Después del despido de la mayoría de los empleados de la USAID, muchos lograron ser reintegrados gracias a decisiones judiciales. Varios tribunales han considerado que la reforma decidida por el DOGE era ilegal y la han anulado. El presidente Trump esperaba librar el mundo de la influencia nefasta de la USAID, el USIP y la NED, pero ahora resulta que la Casa Blanca, el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado no cuentan con la autoridad necesaria para disolver esas agencias, ni siquiera teniendo en cuenta que sus actividades no corresponden con sus objetivos supuestos.

En todo caso, en este momento ya está definitivamente demostrado que el USIP y la NED utilizaron fondos federales, asignados por el Congreso, para intervenir no sólo en la vida política de otros países sino incluso en el escenario político de Estados Unidos. Por ejemplo, el USIP y la NED participaron en la creación del Digital Forensic Research Laboratory (DFRLab), que censuró las opiniones de los estadounidenses que denunciaban la manipulación de la elección presidencial de 2020 a favor de Joe Biden. También financiaron el Global Disinformation Index, una asociación británica que desató una campaña mundial para cortar los ingresos publicitarios a medios de difusión que luchan contra el «imperialismo estadounidense», principalmente medios estadounidenses favorables a Donald Trump.

El DOGE también se esforzó por penetrar en el Buró del Servicio Fiscal. Estructuralmente hablando, ese Buró es una administración dependiente del Departamento del Tesoro, así que los empleados del DOGE tendrían que tener acceso a sus oficinas y deberían haber tenido acceso a los expedientes que contienen todos los pagos que realizan las diferentes instituciones y órganos estadounidenses… incluyendo los pagos a responsables políticos extranjeros. Es importante tener en cuenta que el «Imperio estadounidense» paga salarios a ciertos jefes de Estado y/o de gobiernos extranjeros, así como a ministros, diputados y otros líderes políticos del mundo entero para que defiendan los intereses del imperio… en lugar de los intereses de sus propios países. Al menos una veintena de dirigentes franceses figuran en esas listas de asalariados —que cobran como mínimo 7.500 euros. Pero, ¡sorpresa!, al principio un juez prohibió al DOGE todo acceso a ese fichero argumentando que también contiene información confidencial sobre ciudadanos estadounidenses. En un segundo tiempo, el DOGE obtuvo permiso para que al menos uno de sus empleados pudiera consultar ese fichero… pero sin poder copiarlo, sólo fue autorizado a tomar notas con papel y lápiz. Resultado: todavía habrá que esperar para enterarnos de quiénes son los dirigentes que traicionan a sus conciudadanos.

El «Imperio estadounidense» cuenta todavía con muchas más estructuras opacas, como la U.S. African Development Foundation, cuya sede está a pocos metros de la Casa Blanca. Esa organización es independiente de la administración… pero vive sólo de los fondos federales. Cuando el DOGE trató de entrar en su sede, un servicio armado de seguridad privada le cerró el paso.

La oposición imperialista a la revolución trumpista no ha dicho aún su última palabra. De hecho está obstaculizando la aplicación de las decisiones presidenciales en espera de las próximas elecciones de medio mandato (las llamadas mid-term election), abrigando la esperanza de que los partidarios del presidente Trump salgan derrotados. Pero, mientras tanto, va creando nuevas estructuras que le permitan mantener su influencia, aunque el Congreso actual no le apruebe nuevos financiamientos.

Los neoconservadores son la herramienta usada por los globalistas para intentar controlar a Trump.

 

La élite liberal de la UE y EEUU quieren crear un Gobierno Mundial y su objetivo actual es obligar a EEUU a seguir luchando contra Rusia para perjudicar tanto a Putin como a Trump. Zelensky y su Organización Terrorista Internacional (OTI) son la vanguardia de este Gobierno Mundial.

En Europa, el Estado Profundo ha establecido una dictadura directa, burlándose abiertamente de sus propios principios democráticos al atacar al turo-trumpismo de AfD, Marine Le Pen, Georgeascu, Simion y demás. Todavía no han conseguido acabar con Orbán, Fico, Meloni o Vučić, pero lo están intentando.

La conversación entre Putin y Trump ayudará a Trump a entender mejor contra quién está luchando realmente en Ucrania. Esto es clave. Los neoconservadores en Estados Unidos forman parte del Estado Profundo globalista. Durante el primer mandato de Trump, bloquearon muchas de sus iniciativas o casi todas.

La influencia de los neoconservadores es mucho más débil ahora, pero todavía existen y están empujando desesperadamente a Trump hacia la guerra con Rusia, apoyando a terroristas como Zelensky e imponiendo nuevas sanciones. Los neoconservadores son la herramienta de los globalistas para controlar intentar controlar a Trump.

La conversación Trump-Putin es un paso crucial para aclarar la situación real, al menos por parte de Trump. Putin ya la comprende perfectamente esto y está ayudando a Trump a que lo entienda. Esto pone furioso al Estado Profundo. Se trata del tango de las grandes potencias.

¿Qué significa la paz en Ucrania para Trump? Significa que Estados Unidos no participe en esta guerra y despejar cualquier duda sobre una escalada nuclear. Y esto es fácil de lograr. Estados Unidos puede declarar unilateralmente la paz y retirarse y la escalada terminará. Sí, así de simple.

Donald Trump desvincula a Estados Unidos de Israel.

Donald Trump propuso pacientemente a Benyamin Netanyahu que negociara con la resistencia palestina. Pero lo único que encontró en el primer ministro de Israel fue una ciega obstinación por masacrar a los palestinos, anexar Gaza y el sur de Siria y desatar una guerra contra Irán. Así que la administración Trump pasa ahora a otro registro. Hoy ya es evidente para Trump, como para todos los que nos interesamos por lo que ha venido ocurriendo en el Medio Oriente durante los 80 últimos años, que los sionistas revisionistas son enemigos de la paz… y que también son enemigos del propio Israel.

Cuando era el presidente electo de Ucrania, Volodimir Zelenski y el primer ministro de Israel Benyamin Netanyahu, quien preparaba entonces la reforma de las Leyes Fundamentales israelíes —calificada por la oposición de «golpe de Estado jurídico»— ya mostraban gran empatía. Ahora hace 3 años que Zelenski y Netanyahu hacen avanzar la agenda de los sionistas revisionistas, mintiendo al mundo entero y sumiendo a Occidente en una guerra contra Rusia mientras impulsan la masacre contra los civiles palestinos.

El principal obstáculo que Donald Trump está encontrando en sus negociaciones de paz, tanto con Irán como frente a Ucrania, es el papel de los sionistas revisionistas que hoy ejercen el poder en Israel[1].

Hace 2 semanas que presenté aquí, de forma detallada y con las pruebas necesarias, las presiones que los sionistas revisionistas ejercen constantemente sobre Washington tratando de hacer fracasar las negociaciones del presidente Trump con la República Islámica de Irán[2]. Pero en aquella crónica no abordé las presiones de los sionistas revisionistas israelíes en favor de los nacionalistas integristas ucranianos[3]Esas presiones sólo se hicieron públicas el 3 de mayo, con los elogios enfáticos del ex-ministro israelí Natan Sharanski hacia Volodimir Zelenski[4].

Yo había explicado antes cómo y por qué los sionistas revisionistas y los nacionalistas integristas se habían unido, en 1921, contra los bolcheviques y contra numerosos judíos ucranianos. Ante aquella alianza, la Organización Sionista Mundial ordenó una investigación y Vladimir «Zeev» Jabotinsky tuvo que renunciar al cargo que ocupaba en el consejo de administración de la organización[5]Aunque existen algunas excepciones, como los trabajos de Grzegorz Rossolinski-Liebe, es obvio que los historiadores judíos prefieren ignorar aquel asunto —no les entusiasma estudiar cómo los judíos fueron masacrados por otros judíos. Además, el propio Natan Sharanski, desde su posición como presidente del Centro de Conmemoración del Holocausto de Babi Yar, en Ucrania, impide que los historiadores estudien ese tema.

Y no debemos olvidar los contactos de los sionistas revisionistas judíos con el Obersturmbannfuher SS Adolf Eichmann, contactos que se mantuvieron hasta que el Ejército Rojo tomó Berlín, el 2 de mayo de 1945[6].

Al principio de la operación militar especial rusa, el entonces primer ministro israelí, Naftali Bennett, exhortó Volodimir Zelenski a reconocer las justas exigencias de Moscú en cuanto a «desnazificar Ucrania» y el general Benny Gantz, en aquel momento ministro de Defensa, declaró rotundamente que, mientras él estuviese vivo, Israel no suministraría armas a «los asesinos de judíos ucranianos», aludiendo así a los nacionalistas integristas ucranianos, cuyos predecesores participaron junto a las SS alemanas en la masacre de Babi Yar[7]. En cambio, el actual primer ministro de Israel, Benyamin Netanyahu, no tardó en autorizar las empresas israelíes a vender armas al régimen de Kiev.
[7] El 29 y el 30 de septiembre de 1941, precisamente dos semanas después del traslado de Stepan Bandera de Kiev a Berlín, los Einsatzgruppen de las SS alemanas y los nacionalistas integristas ucranianos de Stepan Bandera —considerado un héroe por el actual régimen de Kiev— masacraron a tiros 33.771 judíos ucranianos en Babi Yar.


En 2022, el ministro de Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, respondía a quienes afirmaban que, dado el hecho que Zelenski es judío, era absurdo hablar de nazismo en Ucrania: «¿Zelenski es judio? Eso no contradice los elementos del nazismo en Ucrania. Hitler también tenía sangre judía. Eso no significa absolutamente nada. El pueblo judío, en su sabiduría, ha dicho que los antisemitas más fervorosos son generalmente judíos. Como se suele decir, cada familia tiene su oveja negra».

En aquel momento, el líder de la oposición israelí, Yair Lapid, respondió a Lavrov: «Esas observaciones son a la vez imperdonables y escandalosas. Pero son también un terrible error histórico. Los judíos no se mataron entre sí durante la Shoah. El nivel más bajo del racismo contra los judíos es acusar a los mismos judíos de antisemitismo».

Pero no debemos equivocarnos. La Historia no se divide en comunidades buenas o malas. La Historia la hacen los hombres y estos pueden asumir comportamientos diferentes. ¡Tenemos que abrir los ojos ante la realidad!

Hoy convertido en enviado especial de su amigo Donald Trump, el promotor inmobiliario Steve Witkoff es de cultura judía, pero ha entendido perfectamente las explicaciones del presidente Putin sobre los sionistas revisionistas israelíes y los nacionalistas integristas ucranianos. Ahora, los medios de prensa occidentales acusan a Witkoff de hacerse eco del enfoque ruso sobre la cuestión ucraniana.

Pero volvamos al tema que nos ocupa. Donald Trump es el presidente de Estados Unidos, país cuyo mito fundacional afirma que fue fundado por los «Padres peregrinos» que huyeron del «faraón» de Inglaterra atravesando el Atlántico, como los hebreos que cruzaron el Mar Rojo, y que instalaron una colonia en Plymouth, como los hebreos que fundaron la «Tierra prometida». Los estadounidenses de hoy celebran anualmente ese mito el Día de Acción de Gracias. Todos los presidentes estadounidenses, sin excepción, desde George Washington hasta el propio Donald Trump mencionan ese mito fundacional en sus discursos oficiales. Por consiguiente, la alianza entre Estados Unidos e Israel es algo que no se discute.

En Estados Unidos, país donde proliferan las sectas, país que proclama la libertad de culto pero no la libertad de conciencia, y que denuncia el laicismo francés sin entenderlo, existe un movimiento «cristiano sionista». Ese movimiento se compone de cristianos que ven en el Israel bíblico el actual Estado de Israel. Y ese movimiento votó masivamente por Donald Trump, quien ahora tiene una especie de deuda con estos «cristianos sionistas». Ya convertido nuevamente en presidente, Donald Trump designó a la pastora Paula Blanche —también vinculada a los «imperialistas japoneses»— como directora de la nueva Oficina de Fe en la Casa Blanca.

En todo caso, si bien es cierto que nadie en Estados Unidos puede cuestionar la alianza con Israel, eso no implica de ninguna manera un apoyo invariable a los sionistas revisionistas que están en el poder en Tel Aviv.
El movimiento yemenita Ansar Allah, encabezado por Abdul-Malik al-Houthi ha resistido la embestida estadounidense. Ansar Allah llegó con Washington a un acuerdo de libre circulación. En virtud de ese acuerdo, el movimiento yemenita ya no atacará los barcos estadounidenses. Pero ese acuerdo no incluye los barcos de Israel, que seguirán siendo atacados como expresión del apoyo de Ansar Allah a la población de Gaza.

Lentamente, el presidente Donald Trump va estableciendo una importante diferencia entre Israel y la persona del primer ministro Benyamin Netanyahu. Al recibirlo en la Casa Blanca —a pesar de la orden internacional de arresto que pesa sobre él—, Trump hizo que su secretario de Estado, Marco Rubio, proclamara que su administración es la más proisraelí de la historia.

Pero al mismo tiempo, aun recibiendo a Netanyahu en la Casa Blanca, Trump se opuso firmemente al plan de Netanyahu, que finalmente interrumpió el acuerdo de paz firmado con el Hamas y que pretende ocupar militarmente Gaza. Trump incluso llegó a contradecir públicamente a Netanyahu al afirmar que tropas de Estados Unidos —no de Israel— podrían asumir el control de Gaza. Ahora, después de comprobar que sus provocaciones no surten efecto en Tel Aviv, el presidente Trump acaba de dar un paso decisivo. Sin prevenir al aliado israelí, la administración Trump acaba de negociar una paz separada con Ansar Allah, precisamente cuando ese movimiento yemenita atacaba el aeropuerto Ben Gurion, en Tel Aviv.

Restaurando la división entre el Yemen del Norte y el del Sur, el movimiento Ansar Allah, liderado por la familia al-Huti (de ahí viene la denominación peyorativa de «hutis» o «hutistas» que los medios occidentales utilizan para designar a los miembros de ese movimiento), logró poner fin a la guerra (con ayuda de Irán) y ahora apoya a los civiles palestinos atacando los barcos israelíes, o vinculados a intereses israelíes, que transitan por las aguas del Mar Rojo. Importante: el Consejo de Seguridad de la ONU nunca ha condenado esos ataques sino el hecho que perturban la libertad de navegación de los barcos que nada tienen que ver con lo que sucede en Gaza. En una actitud de franco desprecio hacia la ONU, Estados Unidos y Reino Unido inicialmente crearon una coalición militar para responder a los ataques de Ansar Allah y prestar ayuda a Israel… mientras que el ejército israelí continuaba la matanza de civiles en Gaza. Los ataques contra los objetivos militares de Ansar Allah nunca arrojaron resultados significativos, porque se hallan en su mayoría protegidos en fortificaciones subterráneas. Los militares estadounidenses y británicos comenzaron entonces a atacar directamente a personalidades yemenitas, matando al mismo tiempo gran número de civiles.

En aras de presentar a Irán como un actor de esa guerra, los anglosajones acusaron constantemente a Teherán de estar proporcionando el armamento que utiliza Ansar Allah. La realidad es que el general iraní Qassem Soleimani (asesinado el 3 de enero de 2020, por orden de Donald Trump) ayudó a Ansar Allah a reorganizarse para que fuese capaz de producir localmente su propio armamento y poder continuar sus operaciones militares sin depender de Irán. El gobierno iraní ha señalado constantemente que ya no está implicado en la guerra en Yemen, pero los anglosajones siguen repitiendo que Ansar Allah es sólo un «proxi» de Irán, lo cual es hoy absolutamente falso.

Llegados a este punto, es muy importante tratar de entender el enfoque de Trump sobre los conflictos del «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente». Mediante el uso de la fuerza, Trump trata de obligar las partes implicadas en guerras, tengan o no causas justificadas para ello, a parar sus operaciones militares. Pero su objetivo no es entrar en guerra con este o con aquel actor sino obligarlos a negociar compromisos que permitan en cada caso instaurar una paz justa y duradera.

Siguiendo esa forma de razonar, Trump ordenó en 2020 el asesinato del general iraní Qassem Soleimani, justo después de haber eliminado al «califa» de Daesh, Abu Bakr al-Baghdadi; autorizó las operaciones de guerra contra Ansar Allah y ahora acaba de detenerlas —después de darse cuenta de que Ansar Allah no es un grupo terrorista sino una fuerza política realmente legítima que está administrando un Estado todavía no reconocido—; autorizó las entregas de armas a Israel… pero ahora ha comenzado a apoyar el movimiento pacifista surgido en el seno de las fuerzas armadas israelíes, de manera que en este momento los sionistas revisionistas comienzan a carecer de medios para continuar la masacre contra los civiles de Gaza. Es por eso que optan ahora por tratar de matarlo de hambre.

Todo eso confirma que el acuerdo separado de Estados Unidos con Ansar Allah debe interpretarse como una ruptura del alineamiento de Washington tras las posiciones de Tel Aviv y como un paso hacia el acuerdo con Teherán. A mediados de marzo, cuando el gobierno de Israel vislumbró el posible paso atrás de Estados Unidos, Netanyahu no se planteó la eventualidad de una paz separada y se lanzó de nuevo en una escalada militar, con 131 bombardeos contra Yemen.

Ron Dermer, quien tiene doble nacionalidad —es estadounidense e israelí— y está además muy vinculado al ya mencionado Natan Sharansky —escribieron un libro juntos—, fue nombrado embajador de Israel en Estados Unidos y ahora es ministro de Exteriores. Ron Dermer es, por consiguiente, el principal responsable de los planes de anexión de Gaza y de la masacre allí emprendida contra la población civil. Ante el hecho consumado de la paz separada entre Estados Unidos y Yemen, este sionista revisionista visitó la Casa Blanca el 8 de mayo. Allí fue recibido, «a título privado», por propio Donald Trump[8]. Y no fue precisamente una visita exitosa porque Ron Dermer trató de decirle al presidente Trump lo que tenía que hacer… y Trump no dudó en ponerlo en su lugar.

Al día siguiente, el 9 de mayo, Thomas Friedman, editorialista del New York Times, escribió: «No dudo, de manera general, que el pueblo israelí sigua considerándose un aliado inquebrantable del pueblo estadounidense y viceversa. Pero este gobierno israelí, ultranacionalista y mesiánico, no es aliado de Estados Unidos. (…) Podemos seguir ignorando el número de palestinos muertos en la franja de Gaza —son más de 52.000, incluyendo 18.000 niños—, cuestionando la credibilidad de las cifras, utilizando todos los mecanismos de represión, de denegación, de apatía, de distanciamiento, de normalización y de justificación. Pero nada de todo eso podrá cambiar el amargo hecho: los matamos, lo hicimos con nuestras propias manos. No podemos cerrar los ojos. Tenemos que despertar y gritar alto y fuerte: ¡Paren la guerra!»[9]

El enviado especial estadounidense, Steve Witkoff no se dejó embaucar por Benyamin Netanyahu. De regreso en Washington, Witkoff, puso sobreaviso a su amigo, el presidente Donald Trump, sobre el historial fascista de los sionistas revisionistas.

Por otra parte, el presidente Donald Trump tiene previsto reunirse esta semana con los dirigentes de Arabia Saudita, de Emiratos Árabes Unidos y de Qatar. Pero no se reunirá con Benyamin Netanyahu. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, incluso anuló un viaje suyo a Israel que estaba planeado para el mismo momento. Esa anulación refuerza el mensaje de la administración Trump.

La agencia Reuters reveló el 8 de mayo que, al negociar con el heredero del trono saudita, el príncipe Mohamed bin Salman, el presidente Trump ya no plantea el reconocimiento de Israel como condición previa para cualquier acuerdo[10]. De confirmarse, eso significaría que reconocer que el Estado hebreo se ha convertido en un Estado racista judío dejaría de ser un delito en Occidente.

A principios de marzo, supimos que el presidente Trump había autorizado Adam Boehler, su negociador para la liberación de los rehenes estadounidenses, a establecer un contacto directo con Hamás, a pesar de que esta sigue siendo considerado una «organización terrorista». El 12 de mayo, ese cambio de actitud estadounidense se vio recompensado por el anuncio de la liberación del israelo-estadounidense, Edan Alexander, que había sido apresado por los combatientes palestinos el 7 de octubre de 2023, siendo portador de armas. Además, desde principios de mayo, se rumorea que, durante su viaje a Arabia Saudita, Donald Trump podría anunciar que Estados Unidos reconoce el Estado de Palestina.


EL SISTEMA DEL MIEDO

 

Por una vez, tomémoslo con calma. Es decir, no nos detengamos en describir, y analizar en la medida de lo posible, hechos individuales, sino que observémoslos con una mirada más amplia. A vista de pájaro, si se quiere.

La guerra. Guerra en todas partes. Guerra en Palestina, la masacre de Gaza, el Líbano acorralado por la ofensiva israelí, Siria hecha pedazos y, al menos en parte, en manos de ese carnicero que es Al Yolani y sus milicias. Y la ofensiva turca contra los kurdos, la amenaza de un enfrentamiento directo entre Israel e Irán, todo el Gran Oriente Medio en estado febril.

Luego Ucrania. Enviada al matadero por intereses financieros no tan ocultos. Y dirigida por una especie de caricatura de dictador del Estado Libre de Bananas. Que, sin embargo, no es ni gracioso ni sonriente como el de Woody Allen. Porque está masacrando innecesariamente a lo que debería ser su pueblo. Al que está intimidando con un sistema policial y tiránico que tiene muy pocas comparaciones en la historia.

Y los vientos de guerra soplan sobre Rumanía. Un golpe interno, con el apoyo de un poder judicial servil, que ha cumplido la voluntad de Bruselas. Para impedir el ascenso a la presidencia de un candidato independiente que había ganado las elecciones. Acusado de estar a sueldo de Moscú, pero, en realidad, sólo consciente del desastre que representa una guerra con el coloso ruso. Y Transnistria declarándose independiente, y pidiendo la ayuda de Moscú. Como los gagauzi, una minoría perseguida.

Luego Serbia. Asediada por una Unión Europea cada vez más hostil. Que ha favorecido al componente albanés de Kosovo, ignorando la historia, y distorsionando la realidad. Para entregar la inquieta región a bandas criminales, detestadas, incluso temidas por la propia Albania. Y convertir Kosovo en una especie de isla Tortuga, un reino de filibusteros, útil sólo a las mafias internacionales. Y cada vez más penetrado por elementos del yihadismo islámico.

Y Bulgaria sumida en el caos. Y Eslovaquia casi desestabilizada por el intento de asesinato de su primer ministro, Fico.

Y los vientos de guerra que se avivan a diario en la zona del Pacífico. Taiwán utilizado como avanzadilla de una futura, quizá inminente, guerra con China. Una guerra que los estrategas de Pekín, aunque no la desean, consideran (casi) inevitable.

Y podría seguir, echando un vistazo a los tormentos de África. Al desastre militar que acabó con lo que era Libia. A los conflictos en la región del Sahel. Al Sudán atormentado por guerras civiles y religiosas...

Y, luego, un paso atrás. Unos cuantos años. Al terror —porque eso fue— sembrado con covid-19. El pánico, casi generalizado, que pareció paralizar al mundo, por lo que, bien mirado, no era más que una epidemia de gripe un poco más fuerte. De esas que llegan cada diez años, más o menos. Y acaba, por desgracia, con muchos ancianos y enfermos.

Pero, esta vez, cierre, o más bien segregación en casa. Vacunas que no eran vacunas y que, si acaso, debilitaban a los sanos, causando miles de muertos. Y, sobre todo, una especie de tara inminente, una angustia sorda, esencialmente inmotivada, pero de la que se lucha por salir.

Piense en todo esto por un momento. Y absténgase del inútil juego de culpar a unos o a otros. Eviten tomar partido, al menos por una vez. Y abstraeros de la propaganda masiva que os condiciona.

Haciéndose una pregunta. Sólo una pregunta.

¿Cuál es la causa de todo esto? ¿Cuál es el resultado? Cuál es el propósito, por encima de todo. Porque un propósito, un propósito primario del que derivan todos los demás, tiene que haber. Lo que ha ocurrido, y sigue ocurriendo, no es, no puede ser el producto aleatorio de, insólitas, casualidades. Por el contrario, si se observa la escena general como... desde arriba, a vista de pájaro, sin juicios artificiales a priori, se puede vislumbrar un diseño general.

Y este diseño no es otro que... el miedo.

Pero no un miedo normal, natural, instintivo...

Más bien un miedo inducido, sistémico.

Un miedo que sirve para esclavizar a los hombres. Para privarlos de toda libertad. De todo impulso.

Sí, pero ¿inducido por quién? Este sigue siendo el enigma suspendido... porque los que aparecen, políticos, funcionarios, periodistas esclavizados... son, evidentemente, sólo herramientas.

De algo más. De algo que no puedo, o no me atrevo, a definir.



Lo que está en juego en las negociaciones de Donald Trump con Ucrania.

El presidente estadounidense Donald Trump no ha logrado restaurar la paz en Ucrania como creía que podría hacerlo. Se ha encontrado frente una situación mucho más compleja de lo que él creía. Tratando de no ponerse de parte de uno u otro de los beligerantes, Donald Trump se ha visto inmerso en un conflicto que ya tenía un siglo de existencia, un conflicto que sus predecesores —Barack Obama y Joe Biden— alimentaron y manipularon. El presidente Trump tendrá ahora que aclarar el panorama a sus conciudadanos antes de poder desbloquear la situación.

 
El 26 de abril de 2025, Donald Trump oye «en confesión» a Volodimir Zelenski en la basílica San Pedro de Roma

Después de haber analizado las negociaciones del presidente estadounidense Donald Trump con Irán[1]hoy estudiamos en este artículo sus negociaciones con Ucrania. En el caso de Irán disponíamos de la documentación de los sionistas revisionistas israelíes sobre la negociación del presidente Trump con la República Islámica, pero, desgraciadamente, no tenemos la documentación de los nacionalistas integristas ucranianos sobre sus conversaciones con el presidente estadounidense. ¿Por qué? Porque el régimen de Kiev es realmente una dictadura militar, mientras que en Israel el ejército es todavía el garante de lo que queda de la democracia frente a los sionistas revisionistas de Benyamin Netanyahu.

La cuestión ucraniana es muy diferente de la cuestión iraní ya que en Estados Unidos no existen ideas preconcebidas sobre ese país, al menos no como las que existen sobre Irán, y las relaciones estadounidenses con Kiev no están viciadas por la influencia de Israel. De hecho, en el Medio Oriente, el présidente Trump trata de negociar una paz duradera protegiendo los intereses de Israel —no las pretensiones de los sionistas revisionistas israelíes, que sueñan con el Gran Israel.

En Ucrania, en cambio, Donald Trump se niega a tomar partido a favor de una de las partes y mantiene una posición de estricta neutralidad, mientras que sus predecesores —Barack Obama y Joe Biden— habían concluido un acuerdo secreto con los nacionalistas integristas ucranianos para utilizarlos contra Ucrania. En este caso, Trump también tiene que descubrir la realidad, pero tendrá que también lograr que su propia administración tome conciencia sobre esa realidad antes de poder alcanzar algún tipo de acuerdo.


CUANDO DONALD TRUMP
PUSO LOS PUNTOS SOBRE LAS ÍES

El 3 de febrero pasado, el Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia (SVR) revelaba que la OTAN estaba preparando la difusión de 3 informaciones sorprendentes[2]:

• La presidencia de Ucrania malversó 1500 millones de euros, provenientes de fondos inicialmente destinados a la compra de municiones;

• el jefe del régimen de Kiev, Volodimir Zelenski, no vendió sino que cedió bienes inmobiliarios ucranianos a empresas extranjeras, que a su vez lo recompensaron con «compensaciones» enviadas a sus cuentas personales fuera del país.

El 7 de febrero, Zelenski reaccionaba, en entrevista concedida a la agencia británica Reuters, afirmando que su país dispone de grandes volúmenes de las llamadas «tierras raras» y proponiendo comenzar a explotarlas con sus aliados[3]. A pesar de su denominación, las llamadas «tierras raras» no lo son tanto como se cree, lo que sí es difícil de encontrar son las instalaciones capaces de refinar esos elementos, que son indispensables para la fabricación de dispositivos vinculados a las nuevas tecnologías, ya sean de uso civil o militar.

Después de aquellas declaraciones de Zelenski, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, viajó a Kiev con un proyecto de tratado en el que Ucrania cedía a Estados Unidos la explotación de su subsuelo como compensación por las entregas de armamento estadounidense. La parte ucraniana recibió el proyecto con desagrado ya que la administración Biden finalmente había cedido el armamento enviado.

El mundo entero asistió después, con estupefacción, a la trifulca del 28 de febrero en la Oficina Oval de la Casa Blanca, entre Zelenski, de un lado, y del otro el presidente Trump y el vicepresidente J. D. Vance. La disputa estalló cuando el ucraniano hizo varios intentos de imponer su narrativa afirmando que Rusia había invadido Ucrania para anexarla. No está de más observar que, aunque esa sigue siendo la narrativa de la OTAN, el presidente y el vicepresidente de Estados Unidos rápidamente le hicieron saber a Zelenski que no estaba en una «gira de propaganda» y le solicitaron que respetara los esfuerzos que la administración Trump estaba haciendo por evitar la destrucción de Ucrania.

En definitiva, el encuentro terminó en «encontronazo» y Zelenski, prácticamente expulsado de la Casa Blanca, se fue sin firmar el acuerdo sobre las «tierras raras».

El 5 de marzo, mientras Reino Unido, Francia y otros países miembros de la Unión Europea se reunían alrededor de Zelenski (Eslovaquia y Hungría no participaron), Washington suspendía la entrega a Kiev de sus datos de inteligencia militar. Al verse ciego y sordo en medio del campo de batalla, Kiev retrocedía, tratando penosamente de hacer lo que podía en el terreno. Pero en sólo 4 días pudo comprobarse que sin los datos de inteligencia que Estados Unidos les aportaba, las fuerzas ucranianas y sus aliados no podían hacer gran cosa frente a los rusos.

Tremendamente inquietos ante esa constatación, los aliados europeos de Kiev procedieron entonces a una serie de reuniones para ponerse de acuerdo sobre cómo recuperar la eficacia de sus ejércitos.


FIN DE LAS GARANTÍAS... PARA LOS EUROPEOS

Después del grave incidente de la Casa Blanca, Kiev trató de reemplazar el respaldo estadounidense por el de la Unión Europea, Reino Unido y Canadá… que no cuentan con medios comparables a los del tío Sam.

El presidente Trump se limitó a dejar que las potencias europeas —en el sentido más amplio de la expresión— trataran de concertarse entre sí para ver qué podían hacer sin Estados Unidos. Inicialmente, defendió como pudo la supuesta representatividad de Zelenski ante Rusia, mientras que Moscú resaltaba que el payaso convertido en jefe de Estado no ha organizado elecciones en su país y sigue ocupando la presidencia ilegalmente ya que su mandato expiró en mayo de 2024. Basándose en ese hecho, Moscú señala que todo acuerdo de paz firmado por un dirigente no electo podría ser considerado después como nulo.

Kiev argumentó que la Constitución actual impide la realización de elecciones bajo la ley marcial. Pero el enviado presidencial estadounidense, Steve Witkoff, informó a Trump que Zelenski extiende la ley marcial cada 3 meses para no organizar elecciones[4]. Washington comenzó entonces a buscar posibles candidatos a la presidencia de Ucrania, para reemplazar a Zelenski… y descubrió que la mayoría de los soldados ucranianos muertos en el frente todavía aparecen en las listas de electores, lo cual hace casi imposible la realización de elecciones. Rusia propuso realizar las elecciones bajo la responsabilidad de la ONU, pero el asunto sigue en suspenso.

En una entrevista publicada el 27 de marzo en el diario francés Le Figaro, Zelenski proclamaba: «La segunda motivación [que me sostiene] es el odio a los rusos, que han matado tantos ciudadanos ucranianos. Yo sé que en tiempo de paz no es correcto utilizar esa palabra. Pero cuando estamos en guerra, cuando vemos soldados entrar en el territorio y matar personas inocentes, yo juro que uno puede sentir ese odio».[5]

Está muy lejos de ser la primera vez que Zelenski usa ese tipo de lenguaje, pregonando su «odio a los rusos». En la entrevista publicada en Le Figaro, cuando le preguntan si lo que quiere decir es que odia a Vladimir Putin, Zelenski responde: «¡No, a todos los rusos!»

Con esas palabras, Zelenski adopta el discurso de los nacionalistas integristas ucranianos, cuyo fundador, Dimitro Dontsov, aseguraba que los ucranianos nacieron para acabar con la cultura y con el pueblo «moscovita», principio que por cierto el propio Dontsov puso en práctica junto a sus aliados nazis, quienes lo pusieron a la cabeza del Instituto Reinhard Heydrich, en tiempos del III Reich.

O sea, lejos de ser un elemento de propaganda, el argumento de Moscú sobre la necesidad de desnazificar Ucrania es una realidad.

A principios de abril, el presidente Trump había enviado su amigo Steve Witkoff a San Petersburgo para concertar con Kirill Dimitriev un primer intercambio de prisioneros de guerra. Dimitriev dirige el fondo ruso de inversión directa, pero también se presentó al estadounidense Witkoff como un ruso-ucraniano que ve con interés los esfuerzos de paz de la administración Trump. Ya de acuerdo en cuanto a concretar el intercambio de prisioneros, Kirill Dimitriev organizó, además, para Witkoff una entrevista —que no estaba programada— con el presidente Vladimir Putin.

Durante esa entrevista, el 11 de abril, el presidente Putin presentó a Witkoff la versión rusa sobre las causas del conflicto ucraniano. Witkoff verificó rápidamente las informaciones y, ya de regreso en Washington, expuso al presidente Trump la envergadura del problema: los presidentes demócratas Barack Obama y Joe Biden se habían puesto de acuerdo con los neonazis para apoderarse de Ucrania; los neonazis ucranianos arremetieron contra las poblaciones ucranianas rusoparlantes; Rusia no «invadió» Ucrania para anexarla sino que aplicó la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU (los acuerdos de Minsk), en su condición de garante de la aplicación de esa resolución. Pero, en vez de ayudar a imponer la resolución 2202, Francia y Alemania (los otros dos países garantes), fieles a las administraciones Obama y Biden, acusaron a Rusia de «invadir» Ucrania.

Donald Trump, que conoce personalmente a Steve Witkoff desde hace mucho y confía en él, comprendió instantáneamente la manipulación de las administraciones demócratas. Habiendo observado como Zelenski actuaba personalmente contra él en el momento del Rusiagate y como el mismo Zelenski se implicó en la campaña electoral del dúo Biden-Harris, el presidente estadounidense llegó inmediatamente a nuevas conclusiones.

El 14 de abril, basándose en las averiguaciones de Steve Witkoff, el presidente Trump deploró el hecho que Zelenski favoreciera la guerra. «Uno no comienza una guerra contra alguien 20 veces superior y espera luego que la gente venga a donarle misiles», observó Trump, y el 17 de abril hizo llegar a las dos partes una propuesta de paz que Ucrania rechazó mientras que Rusia la aceptaba con reservas.

Hoy subsisten 4 puntos de desacuerdo entre Estados Unidos y Rusia:

• Moscú sigue bombardeando objetivos militares en zonas civiles durante las negociaciones. Desde las conferencias de La Haya (en 1899 y 1907) se supone que las naciones civilizadas no ubican instalaciones militares en medio de asentamientos civiles. Pero Kiev utiliza los civiles ucranianos como «escudos humanos».

También se supone que, durante las negociaciones, los beligerantes se abstienen escrupulosamente de realizar acciones que puedan poner en peligro a los civiles, o sea Rusia tampoco actúa enteramente bien.

• Washington afirma que aceptaría la desmilitarización de Ucrania únicamente si hay allí fuerzas extranjeras que garanticen la seguridad del país. Moscú propone el despliegue de cascos azules de la ONU, pero los aliados de Kiev pretenden desplegar sus propias fuerzas militares. Basándose en experiencias anteriores, Moscú considera que las tropas de los aliados de Kiev, lejos de velar por la paz, favorecerían la continuación de la guerra.

Moscú tiene intenciones de conquistar todos los oblast que votaron a favor de integrarse a la Federación Rusa. Pero Washington considera que las zonas de esos oblast que todavía no están bajo control ruso deben seguir siendo ucranianas y que las fronteras definitivas seguirían el trazado de las líneas de contacto en el momento de la proclamación del hasta ahora hipotético alto al fuego.

Hace años que Ucrania organiza una manifestación internacional anual de reafirmación de su soberanía sobre Crimea, la península que regresó a la Federación Rusa en 2014. Pero, en el momento del derrumbe de la Unión Soviética, Crimea proclamó su independencia antes que Ucrania. Moscú siguió pagando durante años los sueldos de los funcionarios y las jubilaciones en Crimea, hasta que el presidente Boris Yeltsin decidió poner fin a aquel gasto, lo cual llevó a que Crimea aceptara volver a Ucrania.

En 2014, cuando los nacionalistas integristas derrocaron en Kiev al presidente electo, la población de Crimea votó nuevamente por su independencia, y posteriormente solicitó, mediante un referéndum, regresar a la Federación Rusa.

El presidente Trump considera que el regreso de Crimea a la Federación Rusa es legal por 2 razones:

1- Porque es el resultado de un referéndum realizado según las reglas del derecho internacional.

2- Porque Ucrania no emitió ningún reclamo en aquel momento.

• Kiev pretende que le sean devueltas la central nuclear de Zaporiyia y el embalse (con capacidad de generación eléctrica) de Kajovka, cuyas aguas son indispensables para garantizar el enfriamiento de los reactores nucleares de la central nuclear, pretensión que Moscú rechaza de manera terminante.

Este reclamo de Kiev incluso contradice uno de los puntos anteriores ya que tanto la central nuclear como el embalse están bajo control ruso. Según el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), cuando Rusia inició su operación militar especial, en la central nuclear de Zaporiyia estaban almacenados enormes volúmenes de plutonio y de uranio enriquecido, acumulado allí en violación de lo establecido en los tratados internacionales. Considerando la central nuclear como un objetivo prioritario, las fuerzas rusas la tomaron desde el inicio de su operación militar especial. Rusia ocupó aquel material y trasladó una parte al territorio ruso. Los numerosos combates que se han desarrollado desde entonces alrededor de la central nuclear hacen pensar que es posible que aún quede allí parte de aquel material.

El 26 de abril, cuando asistían en Roma al funeral del papa Francisco, Trump y Zelenski sostuvieron una breve conversación (de 15 minutos) en la basílica San Pedro. Y al parecer decidieron retomar todo desde cero y bajo un nuevo enfoque: Estados Unidos y Ucrania ya no abordarían la cuestión de la guerra, sino que buscarían una tregua de un mes y se implicarían juntos en el proceso de reconstrucción. Claro está, se trata de una «reconciliación» que no arregla gran cosa, pero que al menos permitía retomar las conversaciones desde un ángulo diferente.

Teniendo en cuenta las experiencias anteriores —como el no respeto de la resolución 2202 del Consejo de Seguridad y de la reciente tregua de la Pascua— Rusia rechazó inmediatamente la posibilidad de una tregua prolongada. Ahora, sin embargo, Moscú acaba de anunciar unilateralmente una interrupción de los combates en ocasión de la celebración de la Victoria sobre el nazismo, el 9 de mayo. Pero esa celebración es una afrenta para los nacionalistas integristas ucranianos —cuyos ideólogos colaboraron con el III Reich— así que Zelenski se apresuró a rechazar esta nueva propuesta rusa de tregua.


LA CREACIÓN DEL «FONDO DE REINVERSIÓN
ESTADOS UNIDOS-UCRANIA»

El 30 de abril, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, y la viceprimera ministro de Ucrania, Yulia Svyrydenko, firmaron en Washington un acuerdo que crea un «Fondo de Reinversión Estados Unidos-Ucrania». Aunque las agencias de prensa (cuyas informaciones repercutimos en la breve 3394 de nuestro boletín informativo confidencial Voltaire, Actualidad Internacional) dijeron lo contrario, el texto firmado no es una simple reformulación de la proposición estadounidense para la explotación de las «tierras raras». Se trata de un sistema radicalmente nuevo.

Al estudiar el texto, ahora disponible, puede verse que Estados Unidos renuncia a reclamar el pago del armamento entregado a Ucrania, mientras que Ucrania renuncia a las garantías de seguridad[6]. En ese acuerdo, Washington propone a los ucranianos administrar con ellos tanto la continuación de la guerra como la reconstrucción del país. Pero Kiev sólo recibiría dinero «fresco» en la medida en que las empresas ucranio-estadounidenses ganen dinero en Ucrania: el Fondo Común manejará el 50% de los beneficios que obtengan esas empresas. Kiev podrá utilizar el dinero fresco que obtenga por esa vía para comprar armas —y perderlas en combate— o para reconstruir el país.

Según el primer ministro ucraniano, Denys Shmyhal, Ucrania conservaría «un control total de su subsuelo, de sus infraestructuras y de sus recursos naturales». La creación del fondo tampoco obstaculizaría la adhesión de Ucrania a la Unión Europea.

Al dirigirse a la nación, el 1º de mayo, Volodimir Zelenski, declaró: «Nos entrevistamos con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sobre nuestra voluntad de concluir el acuerdo —lo conversamos en nuestra reunión en el Vaticano. De hecho, es el primer resultado tangible de nuestra reunión en el Vaticano, lo que la hace verdaderamente histórica».[7]

El parlamento ucraniano tendría que ratificar el acuerdo entre el 13 y el 15 de mayo.

El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, comunicó: «Estados Unidos está decidido a facilitar el fin de esta guerra cruel e insensata. Este acuerdo indica claramente a Rusia que la administración Trump está comprometida en un proceso de paz centrado en una Ucrania libre, soberana y próspera a largo plazo. El presidente Trump planteó esta asociación entre el pueblo estadounidense y el pueblo ucraniano para mostrar el compromiso de ambas partes a favor de una paz y de una prosperidad duraderas en Ucrania. Y para ser claro, ningún Estado o persona que haya financiado o alimentado la máquina rusa de guerra será autorizado a beneficiarse de la reconstrucción de Ucrania».[8]

Según Reuters, habida cuenta de la inestabilidad política y de los plazos necesarios para la creación de las minas e instalaciones necesarias, Estados Unidos y Ucrania podrían tener que esperar al menos una década, o incluso más tiempo antes de comenzar a obtener ingresos provenientes de un acuerdo sobre minerales[9].

En una entrevista concedida a Fox News Digital, el vicepresidente estadounidense J. D. Vance declaró que él prevé que en 100 días, a partir de la firma del acuerdo, se alcanzará la paz entre Ucrania y Rusia.

Fuente: Thierry Meyssan

Comienza las primeras etapas del choque: ¿quién sobrevivirá?

 

La guerra de los aranceles no es un mero episodio de las relaciones económicas; es el comienzo de un nuevo mundo. Trump quiere crear las condiciones dentro de Estados Unidos para traer de vuelta del extranjero los activos económicos que han abandonado el país, especialmente la industria. El objetivo es restaurar la soberanía económica y generar impulso para el desarrollo interior.

Pero la cuestión es saber si ya es demasiado tarde para hacer esto. Los deseos de Trump podrían dañar o incluso destruir la economía estadounidense, dado lo arraigada que está la mentalidad parasitaria en su sociedad. Pocos quieren producir y todos quieren consumir. Es una nación parasitaria moldeada por el liberalismo, la perversión, el hedonismo y la decadencia. Quizá los estadounidenses ya se hayan transformado irreversiblemente en una masa degenerada de ciudadanos subalternos o puede que no. Ya veremos: ésta es la prueba de fuego.

Imagínense dos coches acercándose a toda velocidad a un muro: uno chino y otro estadounidense. Uno sobrevivirá y el otro no. Es así de simple.

En mi opinión, China podría sobrevivir al choque debido a su fuerte identidad cultural y a la resistencia del pueblo chino. China no existe únicamente en el mundo material, sino también en un mundo confuciano, ético y espiritual. Incluso si las cosas empeoran, China ha acumulado una vasta base tecnológica y desarrollado un mercado enorme. En caso necesario, puede valerse por sí misma.

Otros países sufrirán las consecuencias de esta guerra arancelaria. Se verán obligados a reposicionarse. Si ceden a la presión de Trump, se verán empujados hacia la independencia, no de Trump, irónicamente, sino del sistema globalista que engendró su dependencia. En ese sentido, Trump está atacando a la iglesia de la globalización liberal: su parasitismo, sus perversiones y su dictadura oculta.

Irónicamente, puede acabar obligando a los países —incluida la UE— a redefinirse. Las naciones con aranceles deben responder. Deben reestructurar sus economías. Aquí, China podría desempeñar un papel fundamental, ayudando a estas naciones a recuperar algún tipo de independencia, pero de una forma muy diferente a la anterior. Se necesitará una China diferente. Un enfoque diferente.

Trump podría imponer aranceles a Europa y, al mismo tiempo, tratar de impedir que se relacione con China o Rusia. Puede que les permita sobrevivir, pero solo bajo sus condiciones. Eso es la guerra. Es una guerra económica. Los países bajo el régimen arancelario de Trump no se independizarán de la noche a la mañana. Al principio, estarán confundidos. Estarán perplejos. Pensarán que esto es temporal. No captan la seriedad ni la profundidad de la visión de Trump: reconstruir completamente el sistema mundial bajo ideales muy diferentes a los esgrimidos por los liberal-globalistas. Su nuevo paradigma es el de los «grandes espacios», donde los bloques de poder afirman el control sobre regiones enteras.

Trump, sin embargo, no tiene forma real de influir en dos potencias: China y Rusia. Todos los demás se pliegan a su voluntad. Usted y nosotros somos las excepciones. Por eso debemos ser aliados. Debemos permanecer cerca, apoyando a nuestros amigos en Irán, Corea del Norte y otros lugares, es decir, aquellos que luchan por reclamar su soberanía como lo hemos hecho nosotros.

Tenemos muchos aliados. Pero también debemos aceptar que ya no podemos jugar con las viejas reglas de la globalización. Ese juego se ha acabado. Las élites liberales, tanto en China como en Rusia, deben ser descartadas. Ya no son útiles. Pueden ser sacrificadas sin lugar a dudas.

Washington caput mundi

Mientras que el presidente Trump negocia con Ucrania y con Irán en busca de una paz hipotética, su administración sigue adelante con la política asesina de su predecesor. Los intentos de restaurar la paz no deben evitar que veamos que, en esta lucha contra el tiempo y suspendiendo el financiamiento a las agencias de las Naciones Unidas, Estados Unidos provoca más sufrimiento que cuando financia directamente las guerras.


«Trump y Zelenski se hablan, ensayos de paz en San Pedro», anuncia [la agencia italiana] ANSA al publicar la «foto histórica del encuentro», definido este como «una obra maestra de la diplomacia vaticana». Los representantes de Estados Unidos y Ucrania posaron así ante el mundo como los dirigentes que quieren la paz, mientras que Putin sigue haciendo la guerra.

Trump escribe: «Esto me hace pensar que [Putin] no quiere parar la guerra, sólo está entreteniéndome y quizás hay que combatirlo con sanciones».

El secretario de Estado estadounidense Marco Rubio advierte: «Estados Unidos pondrá fin a su mediación a menos que lleguen proposiciones concretas de Rusia y de Ucrania». De esa manera se sigue ignorando el insistente reclamo de Rusia sobre la necesidad de resolver, en el marco de negociaciones oficiales, las cuestiones de fondo que originaron la guerra.

Y al mismo tiempo siguen divulgándose las fake news afirmando que Rusia pretende invadir Europa. El Wall Street Journal clama en un titular: «Los movimientos militares rusos que crean alarma en Europa: Putin está extendiendo las bases y se prepara para mover más tropas en las regiones europeas fronterizas, lejos de Ucrania». En realidad es la OTAN la que acerca cada vez más sus bases, incluso bases nucleares, al territorio ruso, mientras que las potencias europeas se preparan para enviar tropas a Ucrania y siguen armando al régimen de Kiev.

La administración Trump dice querer poner fin al conflicto en Europa llevando adelante «la mediación en el conflicto», pero en el Medio Oriente esa misma administración entra en guerra contra Yemen —una guerra que los medios de prensa esconden cuidadosamente.

El CentCom, el mando de las fuerzas estadounidenses en el Medio Oriente anuncia oficialmente haber destruido en un solo mes más de 800 objetivos en Yemen. Esos ataques estadounidenses contra Yemen no sólo han matado combatientes, miembros del movimiento Ansar Allah, sino que también han causado las muertes de numerosos civiles. Se trata de una guerra que da continuidad a la estrategia de la administración Biden y que prepara otro conflicto muchos más peligroso: el que Estados Unidos e Israel están planificando contra Irán.

Simultáneamente, la administración, también dando continuidad a la administración Biden, intensifica su política contra China, la potencia que Estados Unidos ve con más aprehensión. En Río de Janeiro, durante la reunión de los ministros de Exteriores del grupo BRICS, el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, declaró: «Por mucho tiempo, Estados Unidos se benefició inmensamente con el libre intercambio. Pero ahora utiliza los derechos de aduana como herramienta para imponer precios muy altos a otros países. Si hacemos compromisos y concesiones en silencio, el arrogante, después de haber ganado un centímetro, se apropiará de 3 millas».

Incapaz de bloquear el avance económico de China, país que tiene de su lado a Rusia y a un número creciente de naciones del Sur Global, miembros del grupo BRICS, Estados Unidos recurre a las herramientas militares, intensificando el despliegue de sus propias fuerzas y las de sus aliados alrededor de China.

Al mismo tiempo, Estados Unidos y las demás potencias occidentales siguen adelante con la destrucción sistemática de las Naciones Unidas, cuya autoridad es completamente ignorada por Israel, que mantiene bloqueada la ayuda en alimentos destinada a la población de la franja de Gaza. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) anuncia que se han agotado las reservas de alimentos en Gaza, donde más de 65.000 niños y adolescentes se hallan en un estado de salud crítico y son víctimas de malnutrición aguda. En total, 1,1 millones de niños y adolescentes palestinos sufren cotidianamente a causa del hambre.

Las agencias de las Naciones a cargo de la alimentación y de los refugiados se ven obligadas a restringir duramente sus presupuestos a causa de un derrumbe sin precedente del financiamiento por parte de los principales donantes —sobre todo de parte de Estados Unidos, pero también de parte de otros países, como Alemania, Reino Unido y los miembros de la Unión Europea, que ahora «han dado la prioridad a los gastos en el sector de la defensa, empujados por sus crecientes temores ante Rusia y China».

El Programa Mundial de Alimentos, que proporciona ayuda alimentaria urgente a más de 340 millones de personas que luchan contra el hambre, ha advertido que 58 millones de personas corren peligro de morir de hambre en todo el mundo. El derrumbe del financiamento internacional a esas agencia de la ONU está dejando más víctimas que las guerras.

Fuente: Manlio Dinucci