Aunque puede parecer inconcebible, Israel ha iniciado un proyecto de expansión territorial que incluye anexar… ¡la capital de Siria! El presidente autoproclamado de este último país, ya parece haber buscado refugio en Idlib, con su familia, bajo la protección de Turquía.
El «Corredor David», ofensiva de Israel para balcanizar Siria e imponer los «Acuerdos de Abraham».
En la etapa del «colectivo Biden» —grupo impostor de la Casa Blanca que suplió con la tramposa cuan ilegal «auto-pen» (apócrifa «auto firma» automatizada) del discapacitado ex presidente—, el corredor geoeconómico proyectado desde la India, pasando por Emiratos Árabes Unidos (EAU), Arabia Saudita hasta Israel y Europa fue descarrilado por el extraño ataque de la guerrilla palestina gazatí Hamas, hoy diezmada al máximo.
El corredor geoeconómico India-EAU-Arabia Saudita-Israel-Europa «respaldado por Estados Unidos» y anunciado en la cumbre del G20, en Nueva Delhi, buscaba «rivalizar con la Nueva Ruta de la Seda de China»[1]. Se conjetura que uno de los objetivos de la «guerra de 12 días» de Israel/Estados Unidos contra Irán era sabotear la encrucijada geoeconómica del país persa, alma del BRICS, para desconectarla tanto de la Ruta de la Seda con China, como del Corredor de Transporte Internacional Norte-Sur, desde Rusia pasando por Azerbaiyán e Irán hasta la India[2].
El Medio Oriente es presa de la colisión de corredores geoeconómicos de las tres superpotencias (Estados Unidos, Rusia y China) que definirán la conectividad tricontinental entre Asia/Medio-Oriente (y África) con Europa. En paralelo, la potencia regional (Israel), apoyada por Trump, como nunca antes en la historia de Estados Unidos, busca imponer su «Corredor David»[3], que conecta a sus dos aliados étnicos y teológicos: los drusos y los kurdos del noreste de Siria (la región de Rojava)[4].
En mi entrevista con NegociosTV, de España[5], expliqué que a Israel le convienen las balcanizaciones en Medio-Oriente con el fin de desmembrar a los países y controlarlos óptimamente. El objetivo del «Corredor David» es posicionar a Israel en la frontera de Iraq para intentar balcanizarlo en tres pedazos, y así alcanzar los límites de Irán para asestarle un jaque nuclear en una de sus 7 fronteras terrestres, que son 9 si se agregan sus otras dos fronteras marítimas en el mar Caspio (antiguo mar de los Jázaros), Rusia y Kazajistán.
El premier Netanyahu choca a destiempo con el golpista sirio Al-Jolani, decapitador profesional —ayer condenado por Estados Unidos por ser líder de una de las ramas de Al-Qaeda/ISIS y por cuya captura se premiaba con 10 millones de dólares, pero hoy santificado como «héroe» por Europa y Washington—, quien aniquila sin distinción a las minorías alauitas, cristianas y drusas.
Israel destruyó el ministerio de Defensa en Damasco, lo cual obligó a la huida del decapitador al-Jolani con su familia a la región norteña de Idlib bajo protección de Turquía. Tanto los multimedia árabes como los de Turquía han empezado a develar el plan israelí y su «Corredor David», que anhela incorporar al mayor número de países desmembrados a los «Acuerdos Abraham».
Abraham, aceptado por las tres religiones monoteístas, fue oriundo de Ur, a 16 kilómetros del río Eufrates, y luego emigró a lo que hoy se conoce como Israel. Cabe señalar que la bandera de Israel ostenta dos franjas azules que representan los dos ríos, el Nilo y el Éufrates, pretendidas fronteras del «Gran Israel»: proyecto talmúdico escatológico del jázaro Netanyahu, de origen polaco y cuyo apellido original es Mileikowsky, cuyo padre fue colaborador de Jabotinsky, doctrinario del revisionismo sionista.
Los kurdos del noreste de Siria, aliados de Israel, se asientan en la cuenca del río Éufrates —el mayor río de Asia sudoccidental de 2800 kilómetros— que nace en Turquía y atraviesa Siria e Iraq. Mediante la anexión de la región drusa siria de las Alturas del Golán y su nueva penetración alrededor del Monte Hermon, Israel emplaza sus tropas a 10 kilómetros de Damasco[6], la capital siria, que su ministro de Finanzas Bezalel Smotrich exige invadir[7].
En plan bromista, en Líbano se maneja que Netanyahu se dispone a colocar una tercera franja azul en su bandera, franja que representaría el río Litani, todavía bajo control de Hezbollah.
ESCUELA DE CALOR 2025.
Publicar bajo este título un artículo sobre cambio climático en plena canícula veraniega se ha convertido en una tradición. Así combatimos la habitual campaña de alarmismo climático, que hiberna como los osos para resurgir con fuerza cada verano aprovechando las olas de calor propias de la estación (verano: «época más calurosa del año»).
La creatividad nunca ha sido el fuerte de la ideología climática, así que ya conocen las consignas: temperaturas jamás registradas, voraces incendios forestales, insectos transmisores de enfermedades que jamás habrían aparecido de no ser por el cambio climático…en fin, un rosario de desgracias. La escala cromática de los mapas en los telediarios continúa su evolución alarmista: del azul, naranja y rojo ha pasado a una constelación de rojos cuyos tonos más oscuros son prácticamente marrones.
La temperatura del mar tampoco se libra. Verano tras verano, los medios publican el mismo artículo con datos inventados: el Mediterráneo «hierve». En realidad, medir la temperatura de un fluido sujeto a todo tipo de corrientes horizontales y verticales y con un volumen tan inmenso no es tan fácil. La mejor estimación nos la ofrece el sistema de boyas Argo, disponible sólo desde hace unos 20 años, según el cual el ritmo de calentamiento del Mediterráneo (0-700 m profundidad) es de 0,04ºC al año (4 centésimas de grado)[1]. De continuar esta tendencia, en una década supondría un calentamiento de 0,4ºC (cuatro décimas de grado centígrado), cifra absolutamente imperceptible para los peces y para el ser humano. Disfruten del baño.
Un mal año para la ideología climática
Este año, sin embargo, los publicistas del cambio climático andan cabizbajos. El apagón de abril puso de manifiesto la estupidez y peligrosidad de la obsesión por las energías renovables, intermitentes, inestables, caras e ineficientes. Asimismo, la sequía, utilizada recurrentemente como eslogan climático, acabó sin que la AEMET hubiera sabido predecir ni su comienzo ni su final. Así, como colofón de las lluvias que comenzaron el otoño pasado, el mes de marzo fue el tercer marzo más lluvioso desde 1961.
Antes de entrar en materia, me gustaría dar primero las buenas noticias climáticas, ésas que alegran a las personas normales e irritan a los caraduras que viven del cuento climático y a sus pobres víctimas sugestionadas. En efecto, durante este año se han publicado algunos estudios interesantes que continúan desmontando la propaganda climática.
Recientemente, la revista Science se hacía eco de una reconstrucción paleoclimática de temperaturas que muestra que «la mayor parte de Europa era más templada y húmeda en el período preindustrial del Holoceno de lo que es hoy»[2]. El estudio lo achacaba a variaciones en la radiación solar, ese elefante en la habitación ignorado por la ideología climática, obsesionada por ese maravilloso gas residual llamado CO2, sin el que no habría vida en nuestro planeta. Además, el aumento de CO2, alimento por antonomasia de las plantas, facilita el crecimiento de las mismas: por cada aumento de CO2 de 100 ppm (0,01%) aumenta la producción de alimentos vegetales un 40%[3].
Por otro lado, el último informe del Instituto Meteorológico Danés, que cubre Groenlandia (por el momento, según Trump), muestra que las temperaturas en la estación occidental de la isla son hoy muy parecidas a las que había hace casi un siglo[4]:
Asimismo, otro estudio publicado hace pocos meses reconocía que «en las últimas dos décadas, la pérdida de hielo marino en el Ártico se ha ralentizado considerablemente, sin que se haya registrado una disminución estadísticamente significativa desde 2005 en la superficie de hielo marino de septiembre»[5]. Recuerden que, cuantitativamente, el hielo ártico es bastante irrelevante, pues supone sólo el 0,07% del hielo del planeta. Además, al estar flotando en el océano su eventual derretimiento no afectaría al nivel de los mares (principio de Arquímedes).
La masa de hielo verdaderamente relevante del planeta (1.250 veces superior a la del Ártico) es la de la Antártida, pero al tener el hielo un grosor medio de más de 2 km, protegido por una temperatura media del aire de -55ºC (sí, bajo cero), parece que podemos dormir tranquilos. De hecho, la Antártida posee uno de los climas más estables del planeta y su temperatura se ha mantenido constante desde que hay registros. Es más: un estudio publicado en Nature sugiere que hace unos 1.000 años (durante el Período Cálido Medieval) la temperatura en el continente era superior a la actual[6].
Volviendo a la AEMET
En mi anterior artículo sobre cambio climático citaba extensamente a Ignacio Font (1914-2003), uno de los más prestigiosos meteorólogos del s.XX, quien, tras casi medio siglo en activo, primero en el Servicio Meteorológico Nacional y luego en el Instituto Nacional de Meteorología que acabaría dirigiendo (hoy AEMET), nos legó en su magnífica obra Climatología de España y Portugal un apéndice de gran valor para comprender por qué el problema de la predicción climática «es irresoluble»[7]. En aquel entonces la AEMET no era la agencia de propaganda que es hoy, sino una institución científica seria.
En la mencionada obra, Font desmitificaba los poco fiables modelos matemáticos de predicción del clima y la pretenciosidad de científicos que apenas tienen un conocimiento «precario» sobre un problema complejo y multifactorial como es el clima. Este asunto tiene enorme relevancia, pues esos modelos son la base de la propaganda de la ideología del cambio climático, que ha encontrado en esta sociedad cientificista el caldo de cultivo perfecto para hacer pasar por ciencia lo que no es más que ciencia-ficción, y por científicos serios a charlatanes entregados a inconfesables intereses (entre ellos, los suyos propios).
Algunos podrían pensar que las conclusiones de Font, escritas en el año 2000 y en aquel entonces completamente ortodoxas, habrían quedado obsoletas un cuarto de siglo después. Sin embargo, no es así. En efecto, un extenso artículo de 2023 de Richard Lindzen, doctorado en Harvard y catedrático de Ciencias Atmosféricas en el MIT durante 30 años (hoy emérito), y su colega William Happer, catedrático emérito de Física de la universidad de Princeton, manifiesta las mismas preocupaciones que manifestaba Font en aquel entonces[8].
El artículo de Lindzen y Happer primero critica la política de cero emisiones de CO2, tildándola de «desastrosa para millones de personas en todo el mundo», pues «eliminaría los fertilizantes basados en nitrógeno, esenciales para alimentar a la mitad de la humanidad, reduciendo así la cantidad de alimento en el mundo, especialmente en las zonas más proclives a las sequías, y eliminaría la fuente de energía más fiable, eficiente y barata». Esto es lo que Font resumía como «el colapso de la economía mundial».
Lo segundo que hacen Lindzen y Happer es criticar los modelos matemáticos que pretender predecir el clima y cuyos resultados se presentan a los medios como profecías de inevitable cumplimiento. En este sentido, Lindzen cita a otros prestigiosos físicos atmosféricos, como Christy y Koonin, que ponen el dedo en la llaga: las predicciones de los modelos fallan cuando se comparan con las observaciones reales. Por lo tanto, «son inapropiados para ser utilizados como predictores del clima». Font lo denominaba «el irresoluble problema de la predicción climática».
Tal y como mencionaba antes, a mayor complejidad del modelo, peor capacidad predictiva tiene. En este sentido, Lindzen y Happer afirman que «uno de los problemas más sorprendentes» es que los modelos más recientes (utilizados en el AR6 del IPCC) «son en realidad más inciertos que los anteriores».
Asimismo, Font describía en su libro los múltiples y complejos factores que incidían en el clima de nuestro planeta a largo plazo, de los que el CO2 es sólo uno de ellos. Lindzen y Happer van más allá y ponen de manifiesto que la evidencia paleoclimática muestra dos datos muy relevantes.
El primero es que el nivel de CO2 en la atmósfera es hoy de los más bajos de los últimos 600 millones de años. En este período, la concentración de CO2 en la atmósfera se ha movido entre un mínimo del 0,02% (por debajo de 0,015% no hay vida vegetal) y un máximo del 0,7%. Hoy se encuentra en el 0,04% (casi 20 veces por debajo del máximo), cifra sólo un poco superior al umbral de supervivencia por debajo del cual no habría vida vegetal ni vida humana por falta de alimento. En este sentido, el aumento del CO2 resulta tranquilizador.
El CO2 no determina la temperatura del planeta
El segundo elemento es que, con todas sus limitaciones, la evidencia paleoclimática muestra en determinadas épocas una relación inversa entre CO2 y temperatura. Cuando el CO2 estaba en sus máximos históricos de concentración atmosférica, las temperaturas del planeta se encontraban cerca de sus mínimos. En otros momentos de la historia de la Tierra, el CO2 tendía a subir unos 800 años después de la subida de la temperatura. Esto indicaría una correlación temporal inversa a la que se proclama, es decir, que podría ser el aumento de temperatura el que produciría casi un milenio después un aumento del CO2, y no al revés. Por lo tanto, «ni las observaciones contemporáneas ni los registros geológicos apoyan la afirmación de que el CO2 sea el elemento de control del clima terrestre».
De hecho, en su primer informe (AR1, 1990), el propio IPCC incluía gráficos de temperaturas en distintas escalas temporales que mostraban con claridad períodos en los que la temperatura del planeta era claramente superior a la que tenía a finales del s.XX a pesar de que las concentraciones de CO2 fueran mínimas[9]. En el primer gráfico (aprox. últimos 10.000 años) se identifica con claridad el Máximo del Holoceno, mientras que en el segundo (aprox. desde el año 1.000 d.C hasta hoy) se identifica con claridad el Período Cálido Medieval, tras el que sobrevino, por razones que aún se ignoran, la Pequeña Edad de Hielo (aprox. 1350-1850), de la que estamos afortunadamente recuperándonos:
Este último gráfico del IPCC fue ratificado veinte años después en un conocido estudio de temperaturas del hemisferio norte (Ljungqvist, 2010)[10]:
Lindzen y Happer también coinciden con Font en dos cuestiones adicionales. La primera es en considerar que, en todo caso, el calentamiento global coadyuvado por un aumento de gases de efecto invernadero sería «pequeño y benigno», puesto que la Historia muestra que los períodos con una temperatura de unos pocos grados centígrados más «han sido buenos para la Humanidad».
La saturación del CO2
El segundo aspecto es el de la llamada «saturación del CO2», es decir, el hecho de que el CO2 se vuelve menos eficaz como gas invernadero a concentraciones más altas: «cada aumento de su concentración atmosférica de 50 ppm (0,005%) produce cada vez un menor cambio en forzamiento de la radiación o en la temperatura, de modo que si se dobla la concentración de CO2 en la atmósfera (de 400 ppm a 800 ppm), éste tendrá muy poco efecto de calentamiento. Este fenómeno de saturación explicaría por qué las temperaturas terrestres no eran catastróficamente altas con concentraciones de CO2 10 y 20 veces superiores a las actuales». Lo mismo afirmaba Font: «aunque las emisiones de gases invernadero sigan creciendo, el calentamiento tendrá un límite, alcanzado el cual (…) la temperatura media global se mantendría constante, independientemente de cualquier incremento posterior en la concentración de dichos gases».
Finalmente, Lindzen y Happer coinciden también con Font en la importancia de las nubes y en la dificultad que entraña «un sistema complejo y multifactorial» como es el clima, que Lindzen define sumariamente como «un sistema que consiste en dos fluidos turbulentos interactuando entre sí (la atmósfera y los océanos) en un planeta rotatorio que está calentado por el sol».
Cuando la AEMET era una institución científica seria y no una asociación de propagandistas podía producir científicos de la talla de Font. Pretender eso hoy es imposible.
Que disfruten de las cálidas temperaturas del verano, que tanto echamos de menos en invierno, de sus fiables y eficientes coches de combustión, con autonomía sobrada, y de las agradables barbacoas estivales. Sin culpa.
ES HORA DE QUE MAGA SE CONVIERTA EN LÍDER.
MAGA debe evolucionar hasta convertirse en un poder independiente con una cultura y filosofía propias.
Parece que los republicanos están más involucrados en las oscuras orgías de Epstein que los demócratas. Un descubrimiento repugnante.
Los republicanos están muy desacreditados a estas alturas. Son belicistas chantajeados por servicios especiales extranjeros y moralmente corruptos. MAGA necesita convertirse en un movimiento con una ideología y líderes intransigentes. ¿Qué van a hacer los demócratas?
Nunca se había demostrado tanta imbecilidad en el modo de gobierno de Estados Unidos. Pensaba que Biden era lo peor, pero me equivoque.
La clase dirigente estadounidense está totalmente podrida.
La clase dirigente estadounidense se ha deshecho de MAGA después de explotar al movimiento para sus propios fines. Vergonzoso y un poco posmoderno. Algo así como las cínicas películas de los hermanos Cohen. Ser maníaco es la forma de ganar.
Trump le dio a Rusia 50 días para conquistar Kiev. No creo que sea realista. Necesitamos más tiempo. Quizás 500 días o algo así.
La doble moral es repugnante. Si realmente te importan las personas asesinadas, preocúpate por todos los casos, no solo por aquellos que se ajustan políticamente a tus intereses. Si no te importa (y la doble moral revela que no te importa), dilo abiertamente y utiliza argumentos estratégicos en su lugar.
Las bases populares de MAGA son un poder político autónomo en los Estados Unidos. Ya es hora de constituirla más allá de una clase política totalmente degenerada.
He visto la película Sovereign. Una repugnante parodia de MAGA y del despertar estadounidense realizada por detractores liberales de izquierda bastantes sesgados.
MAGA tiene que tomar el control de la cultura, el arte y la narrativa filosófica en los Estados Unidos. De lo contrario, será engañada una y otra vez como ha sucedido ahora.
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
Netanyahu busca(ba) desmantelar nuclearmente a Irán y Pakistán ¡desde hace 14 años!
Una serie de declaraciones que Benyamin Netanyahu hizo en 2011 arrojan toda la luz que se puede desear sobre la política del actual primer ministro de Israel hacia Irán. Parece que los sionistas revisionistas israelíes se ven a sí mismos como protectores de Occidente. En ese caso, la aspiración iraní de producir energía civil a partir de la fusión nuclear sería vista como una grave amenaza para las transnacionales petroleras y la reciente agresión de Israel contra Irán tendría que ser interpretada como el preludio de un ataque contra Pakistán.
Hace 14 años (¡mega-sic!) el talmúdico escatológico Netanyahu fue inquirido por la displicente Dana Weiss en una entrevista que aparece en el portal del gobierno israelí[1]. La pregunta era: ¿Cuál es el máximo problema que enfrenta la próxima generación y qué debemos hacer para resolverlo hoy? A lo que responde el pugnaz Netanyahu: «La mayor misión que tenemos es prevenir que un régimen islámico militante obtenga armas nucleares o de que las armas nucleares se reúnan en un régimen islámico militante. El primero es Irán, el segundo es Pakistán, o más específicamente que los Talibanes capturen Pakistán. (…) Así que la primera cosa es impedirles que obtengan armas nucleares. Esa es nuestra primera misión y la segunda es encontrar un sustituto para el petróleo».
¡Queda claro que la desvirtuada «Agenda Verde», hoy en caída libre con el petrolero Trump, es de etiología jázara! La entrevista del locuaz Netanyahu fue hace 14 años, mucho antes de la derrota y retirada de Estados Unidos de Afganistán durante la presidencia de Biden... ¡hace 4 años!, y llevaba 10 años la apocalíptica entrevista de Netanyahu, cuando hoy es menos probable la captura de Pakistán por los Talibanes que reinan en Kabul.
Hoy, la mayoría de multimedia que el lobby israelí controla en Occidente se la ha pasado tergiversando y reinterpretando en forma bizantina la hermenéutica talmúdica escatológica del pugnaz y mendaz contumaz Netanyahu. Resulta axiomático que para Israel y sus patrones banqueros occidentales (los cuatro jinetes jázaros que son BlackRock, Rothschild, George Soros, Bloomberg), los principales enemigos del Gran Israel resultan ser las 6 petromonarquías árabes, los países islámicos nucleares, Irán (con su proyecto civil) y Pakistán, y los países musulmanes que posean petróleo, gas y agua (v.gr. Líbano).
El verdadero cisne negro de la guerra de 12 días de Israel/Estados Unidos contra Irán —una genuina primera guerra global de desinformación repleta de engaños y mentiras— resultó el apoyo irrestricto de la sunita Pakistán, potencia nuclear mediana, a la república islámica chiíta de Irán.
Hoy, conforme se van develando los resultados, primordialmente ocultados por la censura en Israel, se puede aducir que Pakistán representa ya, más que un cisne negro, un «rinoceronte gris que está allí y no se desea ver»[2]. Mientras se despeja la opacidad desinformativa de la «Guerra de los 12 días», resulta ilustrativo cómo los países regionales se posicionan ante el escenario nada improbable de la próxima guerra de Israel/Estados Unicos contra Irán[3].
Irfan Raja del rotativo turco Daily Sabah (30/6/25) indaga si «Pakistán se encuentra próximo en la lista del proyecto del “Gran Israel”»[4]. Irfan Raja cita a Julian Spencer-Churchill —estratega militar de la anglósfera con su disfraz académico de experto en Pakistán— quien sentencia sin rubor: «una vez que Israel derrote a Irán, sigue Pakistán»[5].
Irfan Raja comenta que la destrucción de los activos nucleares de Pakistán ha estado en la lista de los «encargos» de Israel, tal y como incitó a la destrucción de Iraq y sus inexistentes armas de destrucción masiva y refiere que durante el Festival de las Ideas de Aspen... ¡de hace 11 años! el zelote jázaro, Jeffrey Goldberg —quien sirvió en el ejército israelí— preguntó al almirante retirado Mike Mullen quién entre Pakistán e Irán era más peligroso para Estados Unidos, a lo que el almirante respondió: «probablemente Pakistán».[6] Obviamente que ninguno de los dos iba a decir que Israel es hoy más peligroso para la democracia en Estados Unidos.
A propósito, el rotativo monárquico globalista neoliberal Financial Times exhibe su angustia de que «Arabia Saudita se aferra a Irán después de la guerra de Israel»[7]. No sería nada descabellado vislumbrar un eje sunnita-chiíta de Arabia Saudita-Pakistán-Irán bajo los auspicios de China.
El fin de la supuesta supremacía moral de Occidente.
Mientras crece la tensión en Oriente Medio y la posibilidad de una guerra total, sin exclusión de golpes, se hace cada vez más realista, una consideración cultural de carácter general podría parecer fuera de lugar, pero creo que es útil para evaluar los acontecimientos a largo plazo.
En todos los principales conflictos actuales asistimos a una configuración de oposición bastante clara, con pocos casos ambiguos: la línea divisoria es aquella en la que Occidente, culturalmente hegemónico por los Estados Unidos de América, se opone a todo el mundo que no está directa o indirectamente sometido a él.
Se trata, es decir, de una franca oposición a lo largo de LÍNEAS DE PODER en la que un «imperio» consolidado se opone a otros polos de poder autoritarios no sometidos (Rusia, China, Irán, etc.).
Pero todo poder necesita siempre una COBERTURA IDEAL, ya que todo poder requiere un cierto grado de consentimiento generalizado de sus súbditos: el poder solo puede ejercerse en forma de control y represión hasta cierto punto, pero para la gran mayoría de la población debe valer una adhesión ideal máxima.
La cobertura ideal de los polos de resistencia antioccidental es variada. Salvo una cierta desconfianza general hacia la idea del «mercado autorregulado», no existe una ideología común entre China, Rusia, Irán, Venezuela, Corea del Norte, Sudáfrica, etc. Su única «ideología» común es el deseo de poder desarrollarse de forma autónoma, sobre una base regional, según sus propias líneas de desarrollo cultural, sin interferencias externas. Esto no los convierte necesariamente en abanderados de la paz, ya que siempre hay disparidades de proyectos incluso en el plano de las relaciones regionales, pero en cualquier caso hace que todos estos bloques sean reacios a las proyecciones agresivas globales.
Esto representa una limitación en términos de pura y simple proyección de poder con respecto al «bloque occidental» que, en el marco de la OTAN o fuera de él, sigue actuando siempre de manera concertada en todos los escenarios conflictivos. Al igual que en Ucrania, Rusia se enfrenta de hecho a las fuerzas del Occidente unificado, aunque sea de forma indirecta, lo mismo ocurre con Irán en estos días (acaban de llegar a Israel suministros militares de Alemania, además de los Estados Unidos). En cambio, las alianzas y los vínculos de apoyo mutuo entre los bloques de la «resistencia antioccidental» son mucho más ocasionales, eventualmente con acuerdos bilaterales y limitados.
Sin embargo, la superioridad de la coordinación occidental en el uso de la fuerza va de la mano de otro proceso, eminentemente cultural, que nos cuesta percibir desde dentro del propio Occidente. Durante mucho tiempo, el Occidente posilustrado se ha presentado al mundo y a sí mismo como la encarnación de una racionalidad universalista, de una legalidad internacional, de derechos generalmente humanos. La lectura opuesta de Occidente como lugar de la razón y el derecho, frente a la «jungla» del resto del mundo, donde prevalecerían la violencia y la prepotencia, sigue siendo hoy en día un elemento estándar en el adoctrinamiento occidental: se repite en todas partes, desde los periódicos hasta los libros de texto.
La situación paradójica es que el único elemento verdaderamente fundamental para la unidad ideológica de Occidente no tiene nada que ver con la razón o el derecho, sino que tiene todo que ver con la idea de la legitimación conferida por la FUERZA. La ideología real de Occidente se basa, por un lado, en la idea de la fuerza anónima del capital, que se expresa, por ejemplo, a través de los mecanismos de endeudamiento internacional, y, por otro, en la idea de la fuerza industrial-militar, justificada como el gendarme necesario para «hacer cumplir los contratos» y «hacer pagar las deudas».
La paradoja de la situación radica en el hecho de que Occidente se presenta al resto del mundo, pero también a su interior, de una forma que solo puede definirse como MENTALMENTE DISOCIADA.
Por un lado, se presenta como defensor de los débiles, de los oprimidos, como guardián mundial de los derechos humanos, como severo tutor de las libertades, como encarnación de una justicia con pretensiones universales.
Y, por otro lado, adopta constantemente un doble rasero («serán unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta»), rompe las promesas hechas (véase el avance de la OTAN hacia el este), fomenta cambios de régimen (lista interminable), mentira internacionalmente sin pudor y sin disculparse nunca (el frasco de Powell), utiliza la diplomacia para bajar la guardia del adversario y luego golpearlo (negociación de Trump con Irán), ejerce también internamente todas las formas de vigilancia y represión que considera útiles (pero siempre «por una buena causa»), etc., etc.
Lo terrible y desestabilizador es que hemos interiorizado tanto esta forma de «doblepensar» que podemos seguir produciendo un discurso público delirante en el que, para permitir que las mujeres iraníes caminen tranquilamente con el pelo suelto, nos parece razonable bombardear sus ciudades. O bien es sensato, y no se percibe ningún doble rasero, justificar que un país repleto de bombas atómicas clandestinas bombardee preventivamente a otro para evitar que, tarde o temprano, este último también las tenga.
El verdadero gran problema por el que Occidente pagará en las próximas décadas es que toda la gran tradición cultural occidental, su racionalismo, su universalismo, su apelación a la justicia, a la ley, etc., ha demostrado ante la prueba de la historia ser pura palabrería, disfraces verbales incapaces de construir una civilización en la que se pueda confiar en la palabra.
Desde fuera de esta misma tradición, solo se puede llegar a una simple conclusión: toda nuestra charla educada, nuestros llamamientos al rigor científico, a la verdad, a la razón, a la justicia universal, al final no valen ni el aire caliente con el que se pronuncian. Son meras tapaderas del ejercicio de la Fuerza (el «Ideenkleid» marxista).
Por mucho que nos esforcemos en decir que no siempre ha sido así, que no tiene por qué ser así, nuestra pérdida de credibilidad frente al resto del mundo es colosal y difícilmente recuperable (solo podría recuperarse si esos llamamientos a la razón y a la justicia demostraran tener las riendas del poder en las democracias liberales occidentales, pero estamos a años luz de esa perspectiva).
La no-oposición.
Hace casi 2.500 años Heródoto advertía al lector de su Historia que en ella se ocuparía por igual «de las pequeñas y de las grandes ciudades, ya que las que antaño eran grandes, en su mayoría son ahora pequeñas; y las que en mis días eran grandes, fueron antes pequeñas, pues el bienestar humano nunca es permanente».
En efecto, el destino de los pueblos ―como el de los individuos― no está escrito en piedra. A lo largo de los tiempos, países e imperios poderosos desaparecieron de la faz de la Tierra y de la memoria de los hombres. Sociedades que gozaban de una avanzada civilización cayeron en la barbarie, y pueblos que daban por sentada una vida normal amanecieron un día para comprobar asombrados que la ley y la justicia habían desaparecido y la libertad les había sido arrebatada.
La Historia, por tanto, nos enseña que no podemos dar nada por sentado. El progreso civilizacional, económico o social de un país no es constante ni lineal, sino que está sometido a grandes cambios. Algunos de ellos son fruto del azar, pero la mayoría son fruto de la acción humana.
Nadie garantiza la supervivencia de España
En este sentido, nadie garantiza que nuestra vieja y querida España continúe existiendo tal y como la conocemos, o que mantenga las fronteras peninsulares que, con la excepción del nacimiento de Portugal, son hoy prácticamente idénticas a las que tenía hace casi 1.500 años en tiempos del rey visigodo Suintila, el primero en reinar «sobre toda la Hispania peninsular», en palabras de su coetáneo San Isidoro de Sevilla. Tampoco tenemos garantizado que la relativa paz, unidad y libertad de que gozamos se mantengan.
En este contexto, el régimen del 78, debilitado por sus propias carencias y carcomido por el subrepticio cambio de régimen ocurrido en marzo de 2004, está siendo sistemáticamente demolido por el PSOE de Sánchez. Así, España ha pasado de rodar con extraordinaria suavidad pendiente abajo ―como diría Dickens― a ser empujada rápidamente hacia el precipicio.
Como saben mis lectores, no suelo escribir sobre política española, pero la situación se ha deteriorado tanto ―como era previsible tras el resultado de las elecciones del 2023― que consideraría casi una omisión de deber no hacerlo. No es hipérbole: bajo la apariencia externa de normalidad y el espejismo de una economía dopada, España se dirige hacia una crisis existencial.
La demolición de Sánchez
Naturalmente, la causa próxima es la malignidad de un gobierno completamente subversivo que se parece cada vez más a una banda organizada para la que la ley, el pudor, la ética, la verdad, la justicia y el interés nacional no significan absolutamente nada. Los rasgos psicopáticos del presidente permean toda la acción gubernamental, aunque, sin duda, existirá alguna excepción: incluso en la familia de los Golfos Apandadores, en la que todos eran delincuentes, había un primo honrado que era considerado la oveja negra de la familia. Plagado de personajes chabacanos y sin escrúpulos, de confirmarse todos sus presuntos escándalos es probable que este gobierno pase a la historia como el más corrupto de nuestra democracia.
La situación es tan grave que ya no resulta inimaginable que el propio Sánchez acabe siendo investigado. Conceptualmente, esto no debería sorprendernos: como escribí al respecto hace un lustro, «al psicópata no le frenan argumentos morales o lógicos, ni el miedo a producirse daño a sí mismo o a otros, ni tampoco el pudor ante el descubrimiento de sus felonías: al psicópata sólo le frena la ley».
Sánchez no sólo carece de límites, sino que posee una marcada ideología de extrema izquierda que suele pasarse por alto y que convierte en natural su alianza con los comunistas. Asimismo, para mantenerse en el poder, no duda en sacrificar los intereses nacionales y retorcer la Constitución con la complicidad del presidente (¿comisario político?) del Tribunal Constitucional, que parece bordear la prevaricación con frecuencia.
Por lo tanto, librarnos de este gobierno constituye ya una emergencia nacional, algo en lo que coincide una mayoría creciente de españoles. Dicho eso, descorazona que la mayoría no sea casi unánime, pero muchos votantes son carne de cañón para las manipulaciones más simplonas y otros se muestran susceptibles de vender su voto a cambio de un subsidio. También existe una masa de votantes de izquierda que, como perros de Pávlov, votan cegados por reflejos condicionados al oír la consigna de «que viene la ultraderecha», por encima de cualquier otra lógica o consideración.
Todo ello conduce a que se esté normalizando una situación que causa estupor. El goteo de escándalos es incesante. El fiscal general y un ex ministro de Sánchez (su ex lugarteniente en el PSOE) están investigados por el Tribunal Supremo; además de los graves delitos por los que se les investiga, este último presuntamente mantenía con dinero público un harén de prostitutas. La esposa y el hermano del presidente —que aparentemente goza del privilegio de ser defendido por el propio Ministerio de Hacienda— también están investigados por presuntos delitos. Finalmente, de acuerdo con informaciones públicas, parece haber militantes del PSOE ocupadas en obtener información para desacreditar a jueces y guardias civiles. Mientras, varios ministros calumnian a un ex oficial de la UCO acusándole burda y falsamente de insinuar un atentado contra el presidente del gobierno. Todo muy normal.
Sin embargo, el problema se agudiza cuando quien normaliza esta situación tan profundamente anormal es el principal partido de la oposición.
El PP: ¿un partido inútil?
Comencemos por el elefante en la habitación: es un secreto a voces que el actual líder de la oposición no está cualificado para el puesto. Su historial en Galicia generaba dudas, pues sus mayorías absolutas se apoyaban en ser casi tan socialista como el PSdeG y casi tan nacionalista como el BNG. De hecho, no fue elegido por sus ideas o convicciones (claramente socialdemócratas), sino porque supuestamente ganaba elecciones. Asimismo, durante el covid se convirtió en el campeón liberticida de aquel experimento totalitario imponiendo multas de hasta 60.000 euros a quienes decidieran no vacunarse. Fue el único que hizo algo así, lo que me parece relevante para comprender su concepto de libertad.
Con escaso tirón e inseguro, con buenas razones para serlo, se ha convertido en especialista en desperdiciar balones a puerta vacía: no es que falle, es que renuncia a tirar. Como Rajoy, cree que la oposición consiste en coger turno, ponerse a la cola y esperar a que te toque mientras organizas estériles manifestaciones para fingir que haces algo. Tras el fracaso de 2023 debió haber dimitido, pero no lo hizo.
Por otro lado, el nivel de preocupación real de Feijoo y los suyos por la situación de España resulta dudoso. Así, parecen limitarse a observar la destrucción del país con humor gallego, chascarrillos inoportunos y poco más. Denuncian a «la mafia» gubernamental, pero al día siguiente se reúnen con ella con total normalidad en la ampulosamente llamada Conferencia de presidentes, donde manifiestan mayor incomodidad con un gesto de la presidente de Madrid ―harta de la estupidez de la traducción simultánea entre españoles― que con el vandalismo de Sánchez.
En definitiva, el gobierno más destructivo de los últimos 80 años se felicita incrédulo todas las mañanas por tener enfrente a la oposición flower power más meliflua de la historia, que, como toro manso, se defiende en lugar de atacar y tiene una permanente querencia a tablas. Para una masa creciente de sus propios votantes, esta carencia de osadía resulta inexplicable y desconcertante.
Sin embargo, erraríamos si nos limitamos a personalizar este problema en la actual dirección del partido. En efecto, desde 2004 el PP adolece de unas patologías que desgraciadamente lo han transformado, por ahora, en un partido inútil para reformar España. En realidad, no es un partido, sino una agrupación de poder que se disuelve y vacía cuando la esperanza de alcanzarlo se apaga y se reúne de nuevo cuando se reaviva.
¿Tiene el PP como objetivo revertir la demolición institucional de Sánchez? Porque faltan horas de trabajo, pero sobre todo falta agenda, ideas o principios que le distinga del socialismo (¿cambio climático, impuestos, deuda, aborto, ideología de género, cultura del subsidio, tamaño del Estado, identidad nacional?). Este insondable vacío ideológico le lleva a asumir el lenguaje, terreno e ideario impuestos por su adversario, al que cede casi siempre la iniciativa.
Tampoco realizan un diagnóstico claro de la gravedad de la situación que atravesamos, que tiene carácter estructural y sistémico y, por tanto, precede y trasciende las tropelías de este gobierno.
Por lo tanto, no debe sorprender que desde 2004 la aparente alternancia en España encubra un unipartidismo real del cártel PP-PSOE: unas veces gobierna el equipo rojo y otras el equipo azul, con el PP convertido en la marca blanca del PSOE.
La falsa alternancia
El precedente de Rajoy es elocuente y preocupante. Desperdició miserablemente su mayoría absoluta traicionando a sus votantes. No derogó ni una sola ley ideológica de Zapatero (Memoria Histórica, ampliación del aborto, ideología de género, etc.) ni revirtió el proceso de blanqueamiento de ETA. Tampoco modificó la ley para garantizar la independencia del poder judicial, como había prometido en su programa, y subió los impuestos entre risotadas de su ministro de Hacienda tras prometer bajarlos. Todo ello le convirtió —hábil estratega— en el verdadero fundador de VOX.
En resumen, Rajoy consolidó el cambio de régimen de Zapatero, de profundo calado. Pues bien, temo que Feijoo sea Rajoy II y haga exactamente lo mismo.
Quede claro que desalojar del poder a este gobierno es lo prioritario, pero la pregunta que surge es: y luego ¿qué? Porque si no se derogan las leyes inicuas, si no se defienden ideas contrarias, ¿de qué sirve cambiar de gobierno? ¿No estaremos ante una falsa alternancia? España necesita urgentemente un cambio de rumbo, blindar la independencia de las instituciones de la contaminación partidista, eliminar la inmoral compra de votos mediante subsidios, reducir el peso del Estado y la tiranía burocrática, revertir la destructiva ingeniería social ZP-Rajoy-Sánchez y fomentar el bien común y un ethos que nos una a todos alrededor de una historia y unos valores comunes, de una celebración de nuestros éxitos compartidos desde el respeto a nuestras diferencias —con naturalidad y sin falsos victimismos—. ¿Cómo se va a abordar esta reforma desde el aldeanismo, el continuismo y la molicie?
El destino de España depende de nosotros
Nos acercamos a una encrucijada existencial y nuestro destino es incierto, pero la clase política parece incapaz de verlo. El régimen del 78 está exhausto. Los partidos han fagocitado todas las instituciones; el Estado de las Autonomías ha resultado ser una bomba de relojería en el centro de nuestro sistema político; los impuestos y las regulaciones sofocan nuestro gran potencial económico y una gigantesca deuda pública hipoteca a las futuras generaciones; los jóvenes no encuentran oportunidades ni acceso a la vivienda y se está fraguando un conflicto generacional con los pensionistas, perceptores de ese esquema Ponzi llamado Seguridad Social. Y finalmente, ni siquiera existe consenso respecto a nuestra propia identidad nacional.
Para más inri, contamos con poderosos adversarios que nos lastran, externos (algunos «socios y aliados») e internos, como es el nacionalismo provinciano y esa parte de la izquierda que se avergüenza de nuestra historia y cuestiona el propio concepto de España.
Decía Gibbon en su obra magna Decadencia y Caída del Imperio Romano que «la historia de la ruina del Imperio Romano es simple y obvia, y, en lugar de preguntarnos por qué fue destruido, deberíamos más bien sorprendernos de que hubiera subsistido tanto tiempo». Gibbon apuntaba como causa más relevante a «las hostilidades internas de los propios romanos». No querría que en los libros de Historia que leyeran las futuras generaciones la destrucción de España viniera precedida del mismo párrafo. España puede autodestruirse o renacer como el ave fénix. Depende de nosotros, pero ambas opciones están sobre la mesa.
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