Europa, la Unión Europea y España
Dentro de la UE, España debe exigir el cese de la injuria permanente de Gibraltar, contrapesar a las grandes potencias que realmente deciden (Alemania y Francia), apoyándose en gobiernos como los de Polonia y Hungría.
Casi todas las medidas en marcha en la UE (homosexualismo, abortismo, multiculturalismo, etc.) se dirigen de lleno a destruir la herencia cristiana, centrando en el dinero y el sexo los valores que dan contenido a la vida humana.
La cuestión de Europa tiene para nosotros dos partes: una es la relación entre Europa y la UE. Otra, la relación entre España y la UE. En cuanto a lo primero, ya partimos de un equívoco o usurpación, que iguala Europa con la UE. Son conceptos no solo distintos, sino que van camino de hacerse antagónicos. La principal sustancia cultural europea es el cristianismo, y precisamente la UE trabaja sistemáticamente por arruinarla desde la política. Casi todas las medidas en marcha en la UE (homosexualismo, abortismo, multiculturalismo, etc.) se dirigen de lleno a destruir la herencia cristiana, centrando en el dinero y el sexo los valores que dan contenido a la vida humana. Al cristianismo se le oponen argumentos de libertad y democracia, pero seguramente no es casual que la UE se vaya convirtiendo en una oligarquía burocrática que intenta moldear a la gente regulando no ya su conducta, sino hasta sus sentimientos y vida íntima. Intelectuales lúcidos como Vladímir Bukovski, antigua víctima del sistema soviético, vienen denunciando la deriva totalitaria de Bruselas, que ya pronosticó en el siglo XIX el gran teórico liberal Tocqueville, definiéndola como «despotismo democrático». Asimismo se intenta disolver las naciones, otra esencial característica histórica y cultural europea, corroyendo poco a poco su soberanía e imponiendo el inglés como idioma superior y de cultura.
Tal deriva es curiosa, porque la Unión Europea surgió después de la 2GM como un designio cristiano-demócrata, que heredaba la idea del Sacro Imperio: un continente políticamente unificado y cristiano. Pero esa idea va, una vez más, contra toda la historia real europea. No es casual que se haya declarado a Carlomagno padre de Europa y que le hayan dado al papa Bergoglio el premio de dicho nombre. Pero, sin subestimar la importancia histórica de Carlomagno, este representa también una tendencia contraria a lo europeo: la identificación del poder político y el religioso. Claro que desde los primeros proyectos cristiano-demócratas la religión ha cambiado, y ahora predomina una «religión» socialdemócrata. Los que la UE llama «valores europeos» son más bien antieuropeos.
Como un mérito históricamente excepcional, la UE se atribuye haber superado las guerras internas europeas desde 1945, pero no es cierto. Quien ha mantenido la paz en Europa ha sido la tutela militar useña. Y cuando estallaron las guerras internas en la europea Yugoslavia, fue nuevamente USA quien les puso fin. Fuera de Europa, países como Holanda, Francia, Bélgica, Inglaterra y Portugal han sostenido contiendas por Asia y África, a menudo de gran crueldad y que casi siempre perdieron. Y el actual caos y sangrientas guerras civiles en los países árabes deben mucho a la desestabilización propiciada por la UE, que luego quiere lavarse las manos.
En mi opinión, nunca debió haberse superado el nivel de la CEE (Comunidad Económica Europea) y de acuerdos de defensa mutua. La UE es el intento de crear una superpotencia en contra del espíritu y las tradiciones europeas, y que solo puede causar grandes dificultades en su propio seno y contribuir a crear más problemas en el mundo, como por lo demás viene haciendo.
Por lo que respecta a la posición de España con respecto a la UE, no me extenderé mucho. Los políticos y unos intelectuales incultos («Entre los intelectuales los hay que tienen cerebro. Es un hecho», dijo Iván en El maestro y Margarita) dicen que España entró en «Europa» por haberlo hecho en la CEE-UE. Y que a ello debemos nuestra prosperidad y consolidación de la democracia. La realidad es que estando fuera de la CEE-UE (que no de Europa), la economía española creció de modo mucho más sostenido, rápido y sano (con muy poco paro y deuda), que después de entrar; y que desde la entrada ha ido a trompicones, con frecuentes crisis y un desempleo muy alto. Sin contar la última depresión, en la que seguimos sumergidos. En cuanto a la democracia, se olvida un dato clave. Casi todos los países de Europa occidental deben su actual democracia a la intervención bélica y tutela militar de USA. España se la debe a sí misma, a su propia evolución después de superar una república caótica, un proceso revolucionario totalitario, una guerra civil, un intento de reavivar la guerra (jaleado por Europa occidental) y un criminal aislamiento propiciado por esos países que presumen de demócratas. Se nos trata de convencer de que debemos todo a la CEE-UE, y la verdad es que en el intercambio político-moral de la historia salimos con gran superávit. Sin olvidar lo que significa la presencia en nuestro territorio, y en el punto más estratégico de Gibraltar, colonia de un país «amigo». Amigo, más bien, de nuestros corruptos, incultos y sobornados políticos.
España no tenía necesidad alguna de entrar en la CEE-UE, aparte de la sandez acomplejada de nuestros políticos gibraltarizados. Pero una vez dentro, ¿qué hacer? Tres cosas, por lo menos: exigir el cese de la injuria permanente de Gibraltar; contrapesar a las grandes potencias que realmente deciden (Alemania y Francia), apoyándose en gobiernos como los de Polonia, Hungría y cuantos vayan ofreciendo resistencia al «despotismo democrático» en marcha; y dejar claro que la soberanía española no se vende ni se regala, y que las decisiones tomadas de modo oscuro y poco representativo en Bruselas o Estrasburgo solo serán aplicadas en España si no contrarían nuestros intereses.
Fuente: http://gaceta.es/noticias/europa-union-europea-espana-09052016-0026
La cuestión de Europa tiene para nosotros dos partes: una es la relación entre Europa y la UE. Otra, la relación entre España y la UE. En cuanto a lo primero, ya partimos de un equívoco o usurpación, que iguala Europa con la UE. Son conceptos no solo distintos, sino que van camino de hacerse antagónicos. La principal sustancia cultural europea es el cristianismo, y precisamente la UE trabaja sistemáticamente por arruinarla desde la política. Casi todas las medidas en marcha en la UE (homosexualismo, abortismo, multiculturalismo, etc.) se dirigen de lleno a destruir la herencia cristiana, centrando en el dinero y el sexo los valores que dan contenido a la vida humana. Al cristianismo se le oponen argumentos de libertad y democracia, pero seguramente no es casual que la UE se vaya convirtiendo en una oligarquía burocrática que intenta moldear a la gente regulando no ya su conducta, sino hasta sus sentimientos y vida íntima. Intelectuales lúcidos como Vladímir Bukovski, antigua víctima del sistema soviético, vienen denunciando la deriva totalitaria de Bruselas, que ya pronosticó en el siglo XIX el gran teórico liberal Tocqueville, definiéndola como «despotismo democrático». Asimismo se intenta disolver las naciones, otra esencial característica histórica y cultural europea, corroyendo poco a poco su soberanía e imponiendo el inglés como idioma superior y de cultura.
Tal deriva es curiosa, porque la Unión Europea surgió después de la 2GM como un designio cristiano-demócrata, que heredaba la idea del Sacro Imperio: un continente políticamente unificado y cristiano. Pero esa idea va, una vez más, contra toda la historia real europea. No es casual que se haya declarado a Carlomagno padre de Europa y que le hayan dado al papa Bergoglio el premio de dicho nombre. Pero, sin subestimar la importancia histórica de Carlomagno, este representa también una tendencia contraria a lo europeo: la identificación del poder político y el religioso. Claro que desde los primeros proyectos cristiano-demócratas la religión ha cambiado, y ahora predomina una «religión» socialdemócrata. Los que la UE llama «valores europeos» son más bien antieuropeos.
Como un mérito históricamente excepcional, la UE se atribuye haber superado las guerras internas europeas desde 1945, pero no es cierto. Quien ha mantenido la paz en Europa ha sido la tutela militar useña. Y cuando estallaron las guerras internas en la europea Yugoslavia, fue nuevamente USA quien les puso fin. Fuera de Europa, países como Holanda, Francia, Bélgica, Inglaterra y Portugal han sostenido contiendas por Asia y África, a menudo de gran crueldad y que casi siempre perdieron. Y el actual caos y sangrientas guerras civiles en los países árabes deben mucho a la desestabilización propiciada por la UE, que luego quiere lavarse las manos.
En mi opinión, nunca debió haberse superado el nivel de la CEE (Comunidad Económica Europea) y de acuerdos de defensa mutua. La UE es el intento de crear una superpotencia en contra del espíritu y las tradiciones europeas, y que solo puede causar grandes dificultades en su propio seno y contribuir a crear más problemas en el mundo, como por lo demás viene haciendo.
Por lo que respecta a la posición de España con respecto a la UE, no me extenderé mucho. Los políticos y unos intelectuales incultos («Entre los intelectuales los hay que tienen cerebro. Es un hecho», dijo Iván en El maestro y Margarita) dicen que España entró en «Europa» por haberlo hecho en la CEE-UE. Y que a ello debemos nuestra prosperidad y consolidación de la democracia. La realidad es que estando fuera de la CEE-UE (que no de Europa), la economía española creció de modo mucho más sostenido, rápido y sano (con muy poco paro y deuda), que después de entrar; y que desde la entrada ha ido a trompicones, con frecuentes crisis y un desempleo muy alto. Sin contar la última depresión, en la que seguimos sumergidos. En cuanto a la democracia, se olvida un dato clave. Casi todos los países de Europa occidental deben su actual democracia a la intervención bélica y tutela militar de USA. España se la debe a sí misma, a su propia evolución después de superar una república caótica, un proceso revolucionario totalitario, una guerra civil, un intento de reavivar la guerra (jaleado por Europa occidental) y un criminal aislamiento propiciado por esos países que presumen de demócratas. Se nos trata de convencer de que debemos todo a la CEE-UE, y la verdad es que en el intercambio político-moral de la historia salimos con gran superávit. Sin olvidar lo que significa la presencia en nuestro territorio, y en el punto más estratégico de Gibraltar, colonia de un país «amigo». Amigo, más bien, de nuestros corruptos, incultos y sobornados políticos.
España no tenía necesidad alguna de entrar en la CEE-UE, aparte de la sandez acomplejada de nuestros políticos gibraltarizados. Pero una vez dentro, ¿qué hacer? Tres cosas, por lo menos: exigir el cese de la injuria permanente de Gibraltar; contrapesar a las grandes potencias que realmente deciden (Alemania y Francia), apoyándose en gobiernos como los de Polonia, Hungría y cuantos vayan ofreciendo resistencia al «despotismo democrático» en marcha; y dejar claro que la soberanía española no se vende ni se regala, y que las decisiones tomadas de modo oscuro y poco representativo en Bruselas o Estrasburgo solo serán aplicadas en España si no contrarían nuestros intereses.
Fuente: http://gaceta.es/noticias/europa-union-europea-espana-09052016-0026
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