En su serie de análisis sobre la política de Donald Trump en el Medio Oriente, Thierry Meyssan muestra que, contrariamente a la opinión generalizada, el presidente de Estados Unidos no ha cambiado su estrategia. Rompiendo con sus predecesores, Trump ha tratado de cortar el apoyo de Pakistán a los yijadistas en Afganistán, como ya eliminó el respaldo de Arabia Saudita a los yijadistas en el Levante. El autor explica de paso que, aunque algunos electores de Trump dan muestras de inquietud al verlo desplegar más tropas en Afganistán, la lógica indica que deberían aprobar esa decisión.
En aparente contradicción con sus compromisos electorales, el presidente Donald Trump anunció el despliegue de refuerzos militares en Afganistán.
El proyecto de Donald Trump de modificar la política exterior y militar de Estados Unidos para llevarla del imperialismo a la cooperación comienza a fructificar. Desde sus discursos en Riad y Bruselas, en mayo pasado, casi todos los países musulmanes —exceptuando Pakistán, Qatar, Sudán y Turquía— han cesado su respaldo a la multitud de grupos yijadistas surgidos del seno de la Hermandad Musulmana. Al mismo tiempo, hasta la OTAN ha comenzado a combatir a los yijadistas que hasta ahora había respaldado en varios teatros de operaciones.
Si bien en los últimos 3 meses la situación ha mejorado considerablemente en Iraq, Libia y Siria, no sucede lo mismo en Afganistán, donde sigue deteriorándose.
Es necesario recordar que, en total contradicción con las tranquilizadoras declaraciones de los presidentes Bush hijo y Obama, la presencia de las tropas de la OTAN en Afganistán, desde hace 16 años, no sólo no ha erradicado a los talibanes sino que ha hecho cada vez más precaria y peligrosa la vida de la población civil. Atentados y combates provocan hoy en Afganistán más muertes que en el pasado, en comparación tanto con el periodo comunista como con los tiempos del régimen islámico.
Todos estaban por tanto a la espera de las decisiones de Donald Trump en relación con ese país. Los estadounidenses quedaron tremendamente impresionados con las revelaciones de Michael Hastings sobre el manejo de la situación en Afganistán. Así llegaron a la conclusión de que, al contrario de lo que afirma la retórica de consenso, la causa principal de los problemas actuales en Afganistán es la prolongada presencia de tropas estadounidenses en ese país. Esa idea se difundió a través del film de David Michôd, que llevó a la pantalla el trabajo de Hastings en War Machine (Máquina de guerra). Esa película muestra al general estadounidense Stanley McChrystal (interpretado por Brad Pitt) explicando a los campesinos afganos su deseo de «ganarse sus corazones y mentes»… matando a sus vecinos.
En ese contexto, la prensa estadounidense —y, por imitación, la prensa de los países occidentales— acogió el anuncio del envío de refuerzos a Afganistán como un viraje de Donald Trump en relación con la política que había anunciado durante su campaña electoral y como una muestra de su supuesto alineamiento con la política de sus predecesores Bush hijo y Obama. En efecto, durante su campaña electoral, Trump había anunciado su intención de retirar las tropas estadounidenses de Afganistán.
Existen, en ese aspecto, dos errores de interpretación: el primero es una interpretación errónea de la opinión de los estadounidenses, el segundo es un error de interpretación sobre el objetivo del presidente Trump.
Los comentaristas de moda no han admitido nunca la posición antiimperialista de Donald Trump y han calificado su política de «aislacionista», lo cual no es.
Un estudio de los profesores Douglas Kriner y Francis Shen, publicado en junio, muestra que los condados donde se registraron más votos a favor de Trump son precisamente los que cuentan las mayores cifras de militares muertos en Afganistán e Iraq. El apoyo popular al hoy presidente de Estados Unidos no tiene mucho que ver con la llamada rebelión de los «hombres blancos desclasados», de la que tanto se ha hablado, sino con la depresión de las familias estadounidenses que han perdido uno de sus hijos, jóvenes que creían luchar por la democracia y que murieron en esos países para imponer allí el caos.
Eso quiere decir que los electores de Trump no son «aislacionistas». Son perfectamente capaces de asumir el envío de refuerzos a Afganistán si comprenden y comparten la finalidad de esa decisión, o sea si Washington cambia de política.
Trump contra la manipulación del terrorismo que aplicaron sus predecesores.
En su discurso a las tropas, transmitido en vivo por televisión el 21 de agosto, el presidente fue explícito sobre su estrategia: cortar todo apoyo estatal al terrorismo. En Afganistán, se trata de cortar la ayuda de Pakistán a los talibanes y a los yijadistas en general.
Por su parte, el consejero presidencial de seguridad nacional, general H. R. McMaster, declaró a la prensa que la administración Trump no quiere convertir Afganistán en un «Estado a la imagen de Estados Unidos» sino respetar la cultura de ese país, declaración que sale al paso no sólo a las obsesiones del general Stanley McChrystal sino también a las manipulaciones de la CIA.
El comandante de las tropas de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, general John W. Nicholson, indicó mientras tanto que ya no tiene instrucciones de combatir a los talibanes sino de atraerlos a la vida civil.
Es importante observar que el presidente Trump ha confiado esa misión a sus tropas, no a las de la OTAN. Pudo haber solicitado la cooperación de la alianza atlántica, pero prefirió no hacerlo porque no está seguro de las intenciones de sus aliados.
El caso particular de Pakistán.
Para conferir una identidad a Pakistán, cuyo territorio los británicos arrancaron a la India agitando la supuesta amenaza de un Estado confesional hindú, la CIA envió a ese país uno de sus agentes: Said Ramadán. Este difundió allí la doctrina de la Hermandad Musulmana. Posteriormente, con ayuda de Abul Ala Maududi, Said Ramadan constituyó en Pakistán la milicia de la Jamaat-e-Islami, que redactó la Constitución pakistaní.
Cuando el consejero estadounidense de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski decidió derrocar el gobierno afgano aliado de la URSS, recurrió a la Hermandad Musulmana y esta envió a Osama bin Laden y sus muyahidines. Simultáneamente, derrocó en Pakistán a Zulfikar Ali Bhutto y puso en el poder al general Muhammad Zia-ul-Haq. Este último era miembro de la Jamaat-e-Islami, la rama pakistaní de la Hermandad Musulmana.
Desde entonces, y a pesar de alguna que otra peripecia, Pakistán ha servido de base de retaguardia a los yijadistas, no sólo para la acción de estos en Afganistán sino también para las que realizan por todo el mundo. Sin embargo, a fuerza de participar en el doble juego de los anglosajones, el Estado pakistaní ha sufrido un grave proceso de descomposición.
En respuesta a esa situación, China ha iniciado un amplio programa de ayuda a Pakistán, donde invertiría 50.000 millones de dólares. Actualmente, 3.000 chinos están construyendo rápidamente el tramo pakistaní de la «ruta de la seda», mientras que Pekín va armando el país. La influencia estadounidense está por tanto en pleno retroceso, a pesar de los 30.000 millones ya invertidos allí por Washington desde los tiempos de Bush hijo.
En los últimos meses, Nawaz Sharif, el primer ministro islamista de Pakistán, sucesor del general Zia-ul-Haq, se ha visto cuestionado a causa del viraje de su padrino, Arabia Saudita. Fue bruscamente destituido bajo la acusación de evasión fiscal, basada en los Panama papers, después de haber difundido una serie de documentos falsos para tratar de justificarse, y lo sustituyó «temporalmente» Shahid Khaqan Abbasi, cuyo padre por alianza dirigía los servicios secretos pakistaníes en tiempos de la guerra secreta contra los comunistas afganos. Después del discurso del presidente Trump, Abbasi viajó apresuradamente a Riad, el 23 de agosto, donde fue recibido por el príncipe Mohammed bin Salman, rey de facto de Arabia Saudita, quien le ordenó cooperar con Washington, actitud confirmada de inmediato por el embajador pakistaní en Washington.
Es poco probable que el hermano de Nawaz Sharif, Shehbaz Sharif, sea designado primer ministro en septiembre. Shahid Khaqan Abbasi debería mantenerse en ese cargo al menos hasta las elecciones generales de 2018, gracias al doble respaldo de Arabia Saudita y Estados Unidos. Habrá que ver si en los próximos meses cumple sus promesas en materia de lucha contra los yijadistas.
Incidencia sobre la India.
Desde el punto de vista pakistaní, las cosas parecen difíciles de manejar. En 1893, sir Mortimer Durand trazó la frontera entre Afganistán y el actual Pakistán, dividiendo las tribus pashtunes entre los dos países. Durante la guerra secreta contra los comunistas afganos, los anglosajones empujaron los servicios secretos de Pakistán a utilizar esa etnia, de la que provienen los talibanes. Por consiguiente, cuando los indios trataron de desempeñar un papel en ese teatro de operaciones, se apoyaron en otras etnias, principalmente en los tayikos. Teniendo en cuenta que si Pakistán se aleja de Estados Unidos, la India se aleja de Rusia para acercarse a Israel —que se ha convertido en su principal proveedor de armamento—, Donald Trump recurrió a Nueva Delhi para presionar a Islamabad.
Este breve recuento de los hechos permite llegar a la conclusión de que el presidente Trump no ha modificado su política ni adoptado la que aplicaron Bush hijo y Obama. Trump sigue adelante con su propia política contra los yijadistas, en evidente coordinación con Moscú y Pekín.
Fuente: http://www.voltairenet.org/article197616.html#nh5
El proyecto de Donald Trump de modificar la política exterior y militar de Estados Unidos para llevarla del imperialismo a la cooperación comienza a fructificar. Desde sus discursos en Riad y Bruselas, en mayo pasado, casi todos los países musulmanes —exceptuando Pakistán, Qatar, Sudán y Turquía— han cesado su respaldo a la multitud de grupos yijadistas surgidos del seno de la Hermandad Musulmana. Al mismo tiempo, hasta la OTAN ha comenzado a combatir a los yijadistas que hasta ahora había respaldado en varios teatros de operaciones.
Si bien en los últimos 3 meses la situación ha mejorado considerablemente en Iraq, Libia y Siria, no sucede lo mismo en Afganistán, donde sigue deteriorándose.
Es necesario recordar que, en total contradicción con las tranquilizadoras declaraciones de los presidentes Bush hijo y Obama, la presencia de las tropas de la OTAN en Afganistán, desde hace 16 años, no sólo no ha erradicado a los talibanes sino que ha hecho cada vez más precaria y peligrosa la vida de la población civil. Atentados y combates provocan hoy en Afganistán más muertes que en el pasado, en comparación tanto con el periodo comunista como con los tiempos del régimen islámico.
Todos estaban por tanto a la espera de las decisiones de Donald Trump en relación con ese país. Los estadounidenses quedaron tremendamente impresionados con las revelaciones de Michael Hastings sobre el manejo de la situación en Afganistán. Así llegaron a la conclusión de que, al contrario de lo que afirma la retórica de consenso, la causa principal de los problemas actuales en Afganistán es la prolongada presencia de tropas estadounidenses en ese país. Esa idea se difundió a través del film de David Michôd, que llevó a la pantalla el trabajo de Hastings en War Machine (Máquina de guerra). Esa película muestra al general estadounidense Stanley McChrystal (interpretado por Brad Pitt) explicando a los campesinos afganos su deseo de «ganarse sus corazones y mentes»… matando a sus vecinos.
En ese contexto, la prensa estadounidense —y, por imitación, la prensa de los países occidentales— acogió el anuncio del envío de refuerzos a Afganistán como un viraje de Donald Trump en relación con la política que había anunciado durante su campaña electoral y como una muestra de su supuesto alineamiento con la política de sus predecesores Bush hijo y Obama. En efecto, durante su campaña electoral, Trump había anunciado su intención de retirar las tropas estadounidenses de Afganistán.
Existen, en ese aspecto, dos errores de interpretación: el primero es una interpretación errónea de la opinión de los estadounidenses, el segundo es un error de interpretación sobre el objetivo del presidente Trump.
Los electores de Trump votaron por él para poner fin a la política terrorista de Bush hijo y Obama.
Los comentaristas de moda no han admitido nunca la posición antiimperialista de Donald Trump y han calificado su política de «aislacionista», lo cual no es.
Un estudio de los profesores Douglas Kriner y Francis Shen, publicado en junio, muestra que los condados donde se registraron más votos a favor de Trump son precisamente los que cuentan las mayores cifras de militares muertos en Afganistán e Iraq. El apoyo popular al hoy presidente de Estados Unidos no tiene mucho que ver con la llamada rebelión de los «hombres blancos desclasados», de la que tanto se ha hablado, sino con la depresión de las familias estadounidenses que han perdido uno de sus hijos, jóvenes que creían luchar por la democracia y que murieron en esos países para imponer allí el caos.
Eso quiere decir que los electores de Trump no son «aislacionistas». Son perfectamente capaces de asumir el envío de refuerzos a Afganistán si comprenden y comparten la finalidad de esa decisión, o sea si Washington cambia de política.
Trump contra la manipulación del terrorismo que aplicaron sus predecesores.
En su discurso a las tropas, transmitido en vivo por televisión el 21 de agosto, el presidente fue explícito sobre su estrategia: cortar todo apoyo estatal al terrorismo. En Afganistán, se trata de cortar la ayuda de Pakistán a los talibanes y a los yijadistas en general.
Por su parte, el consejero presidencial de seguridad nacional, general H. R. McMaster, declaró a la prensa que la administración Trump no quiere convertir Afganistán en un «Estado a la imagen de Estados Unidos» sino respetar la cultura de ese país, declaración que sale al paso no sólo a las obsesiones del general Stanley McChrystal sino también a las manipulaciones de la CIA.
El comandante de las tropas de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán, general John W. Nicholson, indicó mientras tanto que ya no tiene instrucciones de combatir a los talibanes sino de atraerlos a la vida civil.
Es importante observar que el presidente Trump ha confiado esa misión a sus tropas, no a las de la OTAN. Pudo haber solicitado la cooperación de la alianza atlántica, pero prefirió no hacerlo porque no está seguro de las intenciones de sus aliados.
El caso particular de Pakistán.
Para conferir una identidad a Pakistán, cuyo territorio los británicos arrancaron a la India agitando la supuesta amenaza de un Estado confesional hindú, la CIA envió a ese país uno de sus agentes: Said Ramadán. Este difundió allí la doctrina de la Hermandad Musulmana. Posteriormente, con ayuda de Abul Ala Maududi, Said Ramadan constituyó en Pakistán la milicia de la Jamaat-e-Islami, que redactó la Constitución pakistaní.
Cuando el consejero estadounidense de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski decidió derrocar el gobierno afgano aliado de la URSS, recurrió a la Hermandad Musulmana y esta envió a Osama bin Laden y sus muyahidines. Simultáneamente, derrocó en Pakistán a Zulfikar Ali Bhutto y puso en el poder al general Muhammad Zia-ul-Haq. Este último era miembro de la Jamaat-e-Islami, la rama pakistaní de la Hermandad Musulmana.
Desde entonces, y a pesar de alguna que otra peripecia, Pakistán ha servido de base de retaguardia a los yijadistas, no sólo para la acción de estos en Afganistán sino también para las que realizan por todo el mundo. Sin embargo, a fuerza de participar en el doble juego de los anglosajones, el Estado pakistaní ha sufrido un grave proceso de descomposición.
En respuesta a esa situación, China ha iniciado un amplio programa de ayuda a Pakistán, donde invertiría 50.000 millones de dólares. Actualmente, 3.000 chinos están construyendo rápidamente el tramo pakistaní de la «ruta de la seda», mientras que Pekín va armando el país. La influencia estadounidense está por tanto en pleno retroceso, a pesar de los 30.000 millones ya invertidos allí por Washington desde los tiempos de Bush hijo.
En los últimos meses, Nawaz Sharif, el primer ministro islamista de Pakistán, sucesor del general Zia-ul-Haq, se ha visto cuestionado a causa del viraje de su padrino, Arabia Saudita. Fue bruscamente destituido bajo la acusación de evasión fiscal, basada en los Panama papers, después de haber difundido una serie de documentos falsos para tratar de justificarse, y lo sustituyó «temporalmente» Shahid Khaqan Abbasi, cuyo padre por alianza dirigía los servicios secretos pakistaníes en tiempos de la guerra secreta contra los comunistas afganos. Después del discurso del presidente Trump, Abbasi viajó apresuradamente a Riad, el 23 de agosto, donde fue recibido por el príncipe Mohammed bin Salman, rey de facto de Arabia Saudita, quien le ordenó cooperar con Washington, actitud confirmada de inmediato por el embajador pakistaní en Washington.
Es poco probable que el hermano de Nawaz Sharif, Shehbaz Sharif, sea designado primer ministro en septiembre. Shahid Khaqan Abbasi debería mantenerse en ese cargo al menos hasta las elecciones generales de 2018, gracias al doble respaldo de Arabia Saudita y Estados Unidos. Habrá que ver si en los próximos meses cumple sus promesas en materia de lucha contra los yijadistas.
Incidencia sobre la India.
Desde el punto de vista pakistaní, las cosas parecen difíciles de manejar. En 1893, sir Mortimer Durand trazó la frontera entre Afganistán y el actual Pakistán, dividiendo las tribus pashtunes entre los dos países. Durante la guerra secreta contra los comunistas afganos, los anglosajones empujaron los servicios secretos de Pakistán a utilizar esa etnia, de la que provienen los talibanes. Por consiguiente, cuando los indios trataron de desempeñar un papel en ese teatro de operaciones, se apoyaron en otras etnias, principalmente en los tayikos. Teniendo en cuenta que si Pakistán se aleja de Estados Unidos, la India se aleja de Rusia para acercarse a Israel —que se ha convertido en su principal proveedor de armamento—, Donald Trump recurrió a Nueva Delhi para presionar a Islamabad.
Este breve recuento de los hechos permite llegar a la conclusión de que el presidente Trump no ha modificado su política ni adoptado la que aplicaron Bush hijo y Obama. Trump sigue adelante con su propia política contra los yijadistas, en evidente coordinación con Moscú y Pekín.
Fuente: http://www.voltairenet.org/article197616.html#nh5
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