LOS SECESIONISTAS COMO AMENAZA


El secesionismo ha tenido a lo largo de la historia diversas motivaciones, pero siempre ha sido un trauma, cuando no una tragedia, porque los movimientos independentistas españoles, son sencillamente inexplicables y no tienen ninguna razón de ser: ni histórica, ni étnica, ni económicamente hablando.

Las regiones vasca y catalana nunca han sido independientes ni soberanas. No hay más que ver los escudos de España, que se remontan a más de 500 años, y como en ninguno están representados el reino vasco o catalán, sino León, Castilla (incluye los señoríos de las Vascongadas), Navarra, Aragón (incluye los condados catalanes) y Granada. Todo lo demás es una falsificación burda de la Historia, pero ya sabemos que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad.

Tratar de realidades nacionales en España recurriendo a valores étnicos es otra mixtificación, además de ser un criterio trasnochado y totalmente totalitario que, por cierto, España nunca lo tuvo como lo demuestra su concepción de la Hispanidad. Los genocidios de indios (mapuches, tehuelches y otros) los hicieron las nuevas naciones emancipadas, a modelo y semejanza que hizo Estado Unidos con los apaches, comanches, etc.

La desmembración de una nación siempre tiene consecuencias traumáticas para la economía, de ambos territorios. Aunque siempre favorece a un tercero que, de forma abierta o solapada, la alienta y sostiene. La independencia de los virreinatos españoles de América supuso automáticamente su desmembración política de América Central y Sur, con la correspondiente debilidad política y militar (México perdió en pocos años la mitad de su territorio), proliferación de regímenes tiránicos, guerras civiles y pasar de la prosperidad a la depresión económica, de la que todavía no se han recuperado. Esta situación propició la debilidad de las nuevas naciones hispanoamericanas, en beneficio de las potencias anglosajonas, alentadoras de la secesión, que las colonizaron económicamente de forma descarada y políticamente de forma subrepticia.

Los movimientos separatistas españoles solo se han dado en momentos de debilidad del estado y de su gobierno. Como pasó al final del reinado de los austrias, con el ¡Viva Cartagena! en el siglo XIX con la 1Re y a causa de la Tercera Guerra Carlista, y durante la 2Re que renegó a la esencia de España como nación.

Es un axioma que ha llegado a la nuestra época, el de las pujanzas separatistas por la debilidad del estado en los sucesivos gobiernos nacionales. Los embriones centrífugos se inocularon, no inocentemente, en la Constitución de 1978. Embriones que durante 40 años se han incubado y alimentado, sin límite alguno, hasta convertirse en monstruos insaciables que quieren devorar a la madre. La solución no pasa por una mayor descentralización nacional que ineludiblemente y progresivamente provocará menos cohesión, sino todo lo contrario.

No es casualidad que precisamente las regiones en las que más han arraigado los gérmenes separatistas son las más favorecidas económicamente, y no solo por sus propios méritos, sino porque históricamente, desde principios del siglo XVIII, siempre han sido beneficiadas por políticas proteccionistas para su industria y comercio. El nacionalismo es por naturaleza insolidario, y no reconoce los favores y privilegios recibidos.

Las naciones se rigen por un destino común y porque sus ciudadanos son gobernados por las mismas leyes. Ninguna de esas dos cosas se da en España. Restringir la ambición nacional a una simple cuestión económica es de una pobreza de espiritual deplorable, porque «no solo de pan vive el hombre». La renuncia de los políticos nacionales al sano patriotismo español (sistemáticamente rehuyen decir el nombre de España) ha dado lugar al renacimiento de patriotismos periféricos, ridículos si no los hicieran temibles la debilidad estatal, moral que no física. Es significativo que los miembros del actual gobierno siempre hablen en futuro sobre Cataluña: restableceremos la legalidad…, no dejaremos indefensos a los ciudadanos… Reconocimiento explícito de que han incumplido, al menos hasta la fecha de sus declaraciones, con su deber de respetar y hacer respetar la ley. No podemos de dejar de citar la ley de banderas, la persecución del idioma oficial en toda España (incluidas las prohibiciones de rotular el castellano) etc. Los antecedentes de las Vascongadas no nos permiten ser optimistas.

El estado actual de las autonomías nos ha retrotraído a los tiempos feudales, donde los derechos y deberes no eran comunes a los ciudadanos (iguales ante la ley), sino que eran y son diferentes según cada territorio. Además de multiplicar innecesariamente el gasto público y escandalosamente los casos de corrupción. Se puede descentralizar la administración pero de ninguna de las maneras las relaciones internacionales, defensa, seguridad, hacienda, sanidad y educación.

La revuelta catalana de 1640 evolucionó en un movimiento de secesión, que provocó que el Principado de Cataluña se incorporara a la corona francesa, mucho más autoritaria y centralista que la española (lo que se llama salir de «guatemala» para caer en «guatapeor»), que fue una de las causas principales para poner fin a una larga guerra de recuperación (1640–1652). Este conflicto supuso, además del desgaste en vidas humanas y financiero, la pérdida definitiva del Rosellón para Cataluña y para España.

Vistos los antecedentes, y como a cada acción le corresponde una reacción, la situación política de la autonomía catalana no puede seguir como si nada hubiera pasado, porque antes o después volveríamos a las andadas, con graves o catastróficos perjuicios para todos los españoles, incluidos catalanes. No debemos dejarnos engañar por una aparente vuelta a la legalidad de los líderes revolucionarios y separatistas, porque la experiencia demuestra que volverán a reincidir, traicionando sus promesas, en cuanto la situación les sea propicia

Una posible solución sería, ya que anhelan recuperar su pasado glorioso, volver a los condados medievales a modo de los actuales cantones franceses, separar el valle de Arán, los territorios al este del río Ebro, o crear TABARNIA como nueva entidad administrativa.

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