CORRUPCIÓN Y FIN DE UN PARTIDO

Si quieren un pronóstico de fin de año, se lo daré.

La corrupción endémica del Partido Popular: por favor, desalojen y circulen

2018 supone el inicio del fin de Mariano Rajoy. Generalmente, todo partido político comienza a corromperse cuando sus responsables tienen como único objetivo la supervivencia: que es lo que ocurrió en el famoso congreso de Valencia de 2008, que Rajoy ganó in extremis, inaugurando un liderazgo debilitado. A la crisis moral suele seguir la crisis intelectual: el partido pasa a tener como único objetivo la conquista y mantenimiento del poder, pasando las ideas a ser simple coartada para ello. Lo cual lleva ocurriendo desde 2011, con el ideario del PP al servicio del Gobierno y no al revés. En una última etapa, vacíos de ideas y de programa, convertidos en simples estructuras de poder, los partidos acaban derrumbándose de manera rápida: ocurre tan pronto como sufren un revés importante, para el que no tienen herramientas de respuesta. El último episodio es lo ocurrido en 2017 en Cataluña: el desplome electoral de un partido sin ideas ni principios.

Desde 2008, el PP se ha ido convirtiendo en  simple máquina de poder al servicio de Rajoy. Así ha acabado degenerando en sorayismo: la mezcla de burocracia, tecnocracia y propaganda centrada en un único objetivo, mantener el gobierno a cualquier precio, puro instinto de conservación. Un partido así es un partido sin cerebro, pero también sin alma. El cuerpo aún le sigue, puesto que decenas de miles de buenas personas, militantes y cargos en diputaciones o ayuntamientos, lo mantienen vivo. Por fidelidad al propio partido son infieles a sí mismos, apoyando más socialdemocracia, más ideología de género, más impuestos, más burocracia.

Pero el poder local y las buenas intenciones no salvarán al partido, que entra en una época de autodestrucción. Buena gente se verá sorprendida y arrastrada por el fin del marianismo. En el Gobierno, en el partido y también en la base social.

Del PP a Ciudadanos
El PP tiene dos problemas que le conducen a la crisis: el primero, que sin ideas se sustituye el programa por propaganda. La propaganda es, en el fondo, publicidad construida sobre hechos falsos o banales en los que uno no cree. El PP se define precisamente por carecer de ideas fuertes, y eso lo convierte en algo sumamente débil al pasar por las urnas: el voto del miedo funciona una o dos veces, pero no puede sustituir al programa y los principios. El desastroso desenlace el 21D de la política de Rajoy y Soraya en Cataluña muestra que la propaganda, ante situaciones excepcionales, tiende a derrumbarse fácilmente. Que Arrimadas dejase al PP en la indigencia parlamentaria se explica porque, aunque discutibles, ella al menos tiene ideas y cree en ellas. No hace propaganda, sino política.

Cuando así ocurre, se vence, como el propio PP hizo en los noventa. En 2017 ha ocurrido a nivel regional, pero el desplome ocurrirá a nivel nacional, porque la lógica de la propaganda emana de Génova y Moncloa, y será la base con la que el PP se prepara para 2019.

El segundo problema es que para jugar al modernismo político, naif y superficial, ya está Ciudadanos. En no pocos aspectos, se ha convertido en un partido más de fiar que la gerontocracia pintada de rosa que ocupa La Moncloa: Cataluña lo ha demostrado. El 21D no había ningún motivo para preferir votar al PP antes que a Arrimadas, como no lo habrá para preferir votar a Rajoy antes que a Ciudadanos. En términos electorales, Ciudadanos ha arrebatado al PP el voto urbano, joven y de clase media: justo el que Aznar arrebató a González en 1993. No solo Rivera asaltará los votos populares, sino que vista la deriva del PP, es justo que lo haga ¿para que votar a un partido superficial del siglo XIX si se puede optar por uno igualmente superficial pero del siglo XXI?

La crisis del PP que se nos viene encima puede satisfacer al conservador hastiado de mariano-sorayismo. No obstante, ningún conservador puede estar satisfecho con la sustitución del Partido Popular por Ciudadanos: más allá de cuestiones relacionadas con la unidad nacional, el partido de Rivera se ha convertido en poco tiempo en pilar fundamental del consenso socialdemócrata, sea desde el punto de vista económico, moral, educativo o intelectual. Desde esta perspectiva, Ciudadanos no es, en absoluto, una alternativa válida al moribundo Partido Popular. Tanto si Rajoy llega indemne a las elecciones de 2019, como si el cataclismo ocurre en aquellas elecciones, el voto a los de Rivera no parece una buena decisión para el conservador español actual.

¿Qué hacer?

Más allá de la política de tierra quemada de Génova y Moncloa en el PP, Rajoy dejará en los próximos meses una derecha social fraccionada en lo social, desmoralizada en lo intelectual y desorientada en lo político. Ciertamente, Rajoy va a dejar un Partido Popular sin personalidad política, sin ardor, sin cohesión social. Dicen los expertos que lo normal en estas circunstancias es la guerra civil: pero de una guerra civil protagonizada por los restos flotantes del marianismo —Feijoo, Casado, Cifuentes, Soraya— no puede salir un partido fuerte y con ideas. Dado el grado de relativismo, de cinismo político y de degradación intelectual y moral, no hay regeneración posible del PP. No al menos regeneración que sirva a valores y principios y no al revés.

Quedan así dos alternativas: o buscar un nuevo partido de la derecha construido desde fuera aglutinando esfuerzos diversos; o es VOX quien debe por fin aglutinar el voto conservador frente al progresismo liberal de Ciudadanos, con un espacio en la derecha ciertamente fraccionado.

En ambos casos, tras los años tristes de Rajoy, la derecha se la juega en los próximos dos años. A diferencia del periodo 1996-2004, poco hay en la política de este Gobierno que merezca ser recuperado para el futuro. Pero hay que afirmar además que los problemas no se limitan a esta derecha política. La derecha social, intelectual o mediática es también culpable, o si se prefiere, tiene también no pocos problemas que debe afrontar. Si quiere sobrevivir al desastre que va a provocar el marianismo y salvaguardar principios y valores, deberá solucionar al menos tres cuestiones.

El primer problema es que la derecha española una derecha reaccionaria, en el sentido estricto del término: se posiciona políticamente sólo cuando la nueva izquierda pone sobre la mesa cualquiera de sus locuras, sean transexuales, alianza de civilizaciones o nuevos impuestos. Da igual que se trate de liberales, de conservadores o de tradicionalistas: todos carecen a día de hoy de un discurso propio, y sólo reaccionan ante estímulos izquierdistas, a menudo tarde y sin alternativas. De esto no tiene la culpa el PP: no cuesta observar como es la izquierda quien lleva la iniciativa intelectual y política en España, y la derecha tiende a conceder este privilegio llegando después a la discusión. Pues bien, mientras la derecha no política no sea capaz de arrebatar esta iniciativa, y construir su propia cosmovisión, el partido de la derecha será incapaz de resistirse la presión progresista.

El segundo problema es ser una derecha excesivamente política, con tendencia a buscar en los partidos políticos su razón de ser y de actuar. Por esta razón, cuando un partido se suicida hace tanto daño a su base social e intelectual: es lo que ocurre con el PP de Rajoy. La derecha española en sentido genérico, muy al contrario, debe aprender a vivir al margen de la política, incluso frente a ella. La cercanía a la política corrompe los valores. Pero el lobbismo y el asociacionismo liberal-conservador en España está poco desarrollado, poco extendido socialmente, y poco independiente del dinero público. Muy pocos medios, organizaciones o think-tanks en España son realmente independientes del poder político: sin serlo se pierde la capacidad de pedir o exigirle determinadas ideas o comportamientos. Más bien al contrario, son los partidos los que acaban usando asociaciones cívicas para su propio uso: el PP del futuro o VOX no deben ser más que vehículos de un conglomerado social fuerte.

El tercer problema es la dificultad que los españoles encuentran para utilizar los canales alternativos de comunicación: paradójicamente, en esto también la izquierda lleva la iniciativa. La derecha española no ha encontrado aún la capacidad creativa, organizativa e intelectual para ejercer el activismo político en la era de Internet. Los medios, blogs y portales se caracterizan por estar fraccionados y aún enfrentados, por su escasa capacidad ofensiva, y por cierta desconfianza de las redes sociales. El resultado es que los políticos del PP temen más a la izquierda que a ellos mismos ¿cómo extrañarse de su comportamiento? 
 
Creo que 2018 marca el inicio del fin de Rajoy. No sé si llegará como candidato a unas elecciones generales de las que no saldrá indemne, o si la debilidad electoral que ya se percibe acabará con él antes de esa fecha. Visto con perspectiva, eso ya es secundario: se trata de salvaguardar y recuperar el terreno perdido ante el progresismo en la última década. Por eso el momento es delicado para la derecha en su significado más amplio: hay que preparar ya el postRajoyismo. El estado limitado, la familia, el patriotismo, la religión, la defensa de los valores occidentales debe ser cimentada, antes que en política, fuera de ella, y frente a ella. El éxito de Trump es un buen ejemplo de ello: se puede a veces frenar la tendencia izquierdista. Pero para ello, la tarea pendiente es rearmar intelectual, mediática y socialmente los principios conservadores.

Óscar Elía Mañú

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