El Gobierno húngaro vaticina el fin del orden mundial socialdemócrata.


Las autoridades magiares, no acostumbran a almibarar la realidad con palabras políticamente correctas, se han tornado en un quebradero de cabeza para la UE.

Desde hace años, el Gobierno húngaro constituye uno de los principales quebraderos de cabeza de la Unión Europea. Así, el Ejecutivo del conservador Viktor Orbán se ha opuesto a determinadas medidas impelidas por la institución comunitaria, tales como el establecimiento de cuotas de refugiados, y ha acaudillado el ya famoso Grupo de Visegrado, esa alianza de cuatro países centroeuropeos que hogaño centra sus esfuerzos en bloquear esas decisiones de la UE perniciosas para las naciones del Viejo Continente.

Presidentes del Grupo de Visegrado en Budapest (2003)

Pero las autoridades magiares, que no acostumbran a almibarar la realidad con palabras políticamente correctas, resultan también molestas por sus declaraciones; declaraciones en las que reivindican el cristianismo, el Estado-Nación y la importancia de proteger la familia.

En este sentido se ha pronunciado precisamente el portavoz del Gobierno, Zoltan Kovacs, quien ha vaticinado el fin del orden mundial socialdemócrata en una entrevista concedida a un medio local húngaro. «La realidad finalmente se ha abierto camino frente al muro del silencio y del sinsentido (…) Gracias a Hungría y al Gobierno húngaro —entre otros— hemos desmantelado el muro que esconde la realidad de la mirada de la opinión pública europea», ha aseverado Kovacs, que no duda en señalar a su Gobierno como líder de la rebelión contra el establishment.

Este derribo del muro del silencio y de la corrección política, argumenta el político magiar, ha permitido a las sociedades europeas expresar su rechazo al orden mundial izquierdista-liberal en las elecciones nacionales del pasado año: la pujanza del Frente Nacional, el resultado de los comicios austriacos o el declive de Merkel en Alemania prueban esta realidad.

Europa occidental vs. Europa oriental
Pese a estas aseveraciones, Kovacs estima que Europa occidental se halla en un proceso delicuescente difícilmente resoluble; un proceso que encuentra su origen en una fe ciega en el progreso y en una pérdida tanto de referentes como de afán de supervivencia: Europa occidental cree que la historia concede tiempo libre. Desea que todo se pueda enmarcar en una ola de progreso humano. Piensa que los organismos no mueren. Considera que el objetivo de la vida es adquirir más y más cosas y disfrutar de unas buenas vacaciones.

Una realidad que contrasta con la de Europa oriental, un conjunto de pueblos que, después de sobrevivir a la tiranía comunista, no se resigna a morir: «Los europeos orientales han recordado que la historia no concede tiempo libre. Puede que te arrastren en una dirección y te alejen de otra y, por eso, deberías tener cuidado con tu sociedad», ha concluido el portavoz del Gobierno húngaro.

La reivindicación del cristianismo
Este afán de supervivencia de los pueblos centroeuropeos —y del húngaro, en concreto— se manifiesta en su respeto por lo sagrado y la tradición. Así, el primer ministro magiar, Viktor Orbán, no desperdicia oportunidad de reflexionar sobre el basamento cristiano de la civilización occidental.

En su discurso de Navidad, por ejemplo, expresó la necesidad de proteger la cultura cristiana: «El cristianismo es una cultura y una civilización. Vivimos en ella. No se trata de cuánta gente va a la iglesia o reza con devoción. La cultura es la realidad de la vida cotidiana. La cultura cristiana define nuestra moral, nuestra ética, diaria».

Julio Llorente

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