¿Dónde hemos visto antes esta película? ¿Por qué no hay ‘primavera saudí’ o ‘primavera china’? Vamos a verlo…
Irán empieza el año caliente. Una súbita oleada de manifestaciones multitudinarias y ¿pacíficas? por todo el país contra la tiranía del régimen de la que se hacen inmediatamente eco las redes sociales y los grandes medios; los líderes políticos norteamericanos —exactamente igual el Gobierno y la oposición— animan a los rebeldes y se comprometen a no dejarles solos. El régimen reacciona violentamente, hay muertos y heridos.
¿Dónde hemos visto antes esta película? ¡Oh!, en Ucrania, Túnez, Egipto, Libia, Siria… Y en el propio Irán, contra el (ya lejano) gobierno de Ahmadineyad, aquella Marcha Verde de jóvenes fotogénicos con lacitos de los que se hicieron vídeos muy logrados.
Yo no sé exactamente si seguirá funcionando el invento, o el ‘deja vu’ es demasiado evidente en esta ocasión en la que, por otra parte, se ha ido demasiado deprisa, sin la preparación propagandística previa de otras ‘primaveras’ y ‘revoluciones de colores’. Probablemente sí, no somos un público exigente ni el ciudadano occidental se distingue por su memoria.
Irán, el premio gordo
¿Estoy insinuando que todo es paz y calma en Irán y que los ciudadanos no están hartos de la teocracia en que viven desde la revolución que derrocó al Shah y entronizó a Jomeini? No, en absoluto. Mi pregunta es por qué precisamente ahora, y también si la cosas son como nos las están contando. Tampoco sería ocioso preguntar por qué, si todo es ansia de libertad, no hay protestas masivas televisadas más que en aquellas tiranías que le hacen sombra a Estados Unidos. ¿Dónde está la ‘Primavera Saudí’, dónde la ‘Primavera China’?
Vamos por partes. Irán es, al menos desde Reagan, el Premio Gordo para Estados Unidos y su principal aliado en la zona, Israel, cuyo primer ministro, Benjamín Netanyahu, ¡¡¡lleva años profetizando que Teherán está a pocos meses de conseguir la bomba atómica!!!
La derrota de su aliado sirio tendría que haber sido una fase intermedia, pero, como sin duda sabrán, la cosa salió mal. La ‘Primavera Siria’ se convirtió pronto en una guerra civil con muchos bandos, algunos de ellos formados por extranjeros y entrenados, armados y financiados por Estados Unidos y Arabia Saudí. Las cosas pintaban mal para el régimen de Bashar al Asad, con toda la opinión pública occidental en contra y la ayuda americana, pero entonces entró en guerra Moscú, aliado de Damasco y operador de la base de Tartús, la única que tiene Rusia en el Mediterráneo, y el rumbo de la guerra cambió dramáticamente.
También intervinieron a favor del régimen el propio Irán y su ‘representante’ libanés, las milicias chiíes de Jezbolá. Asad ganó, Siria está prácticamente entera en sus manos e Irán se ha apuntado el tanto. En el vecino Iraq, que tanto tiempo, esfuerzo y fondos —billones de dólares— lleva costados al contribuyente americano, gobierna la mayoría chií, que está a partir un piñón con los ayatolás. Un desastre humillante para Estados Unidos.
Hay motivos para la protesta
Y justo entonces salta la revuelta. Ni cronometrada podría haber sido más oportuna. Hay motivos, y no solo una irritante teocracia que, por lo demás, estaba empezando a abrir la mano. El principal, bastante más prosaico que los infinitos anhelos de libertad que se nos vende, es económico (como, si recuerdan, sucedió en el Egipto de Mubarak). Las sanciones norteamericanas están haciendo daño a la economía iraní, y el ciudadano medio empieza a notarlo.
De ahí las primeras protestas, que fueron dispersas, sin liderazgo ni organización y no demasiado multitudinarias. Nada que ver con lo que nos han contado a modo de levantamiento popular masivo. A estas manifestaciones contra el régimen, por cierto, respondieron otras contramanifestaciones a favor. Todo mucho más matizable y confuso que el limpio cuadro que transmiten los medios. Rouhaní, por cierto, respondió públicamente diciendo que las protestas eran legítimas, siempre que fueran pacíficas.
Naturalmente, la ocasión la pintan calva, y se han ido sumando nuevos actores que no son exactamente ciudadanos protestando espontáneamente contra la teocracia. Entran elementos opositores, minorías étnicas y religiosas —Irán es un país extraordinariamente diverso— monárquicos del Shah e incluso grupos yijadistas como Al-Furqan, responsable de un acto de sabotaje en el Oeste al incendiar un oleoducto. Crece la violencia.
Lo que eran originalmente protestas contra el encarecimiento de los productos básicos y el paro se convierten pronto en manifestaciones que piden la cabeza de Rouhaní. Hay choques con la policía, muertos. La minoría suní de Ahwez llama abiertamente a la insurrección.
Bombardear Irán
Sin intervención exterior, las protestas no tienen visos de ir a más. En la mayoría de los casos no han reunido ni a un millar, y la más multitudinaria, en Teherán, ha llegado a los cien mil, en una ciudad de 16 millones. No hay organización, ni propuestas claras, ni unión de las distintas facciones ni líderes visibles.
Pero no es probable que Estados Unidos, Arabia Saudí e Israel vayan a dejar escapar la ocasión, y las declaraciones de sus líderes y la cobertura de sus medios indican por dónde van a ir, literalmente, los tiros.
Hay una confluencia que se ha producido hace relativamente poco y que es esencial para entender el panorama: el acercamiento de los árabes del Golfo con Israel. Cuando se fundó la Liga Árabe, Israel era el Gran Satán, echarles al mar una consigna que todos firmaban y la solidaridad con los hermanos palestinos, posición obligada.
Todo eso ha cambiado, radicalmente. Ahora árabes e israelíes se han unido contra el enemigo común que, por feliz casualidad, también lo es del hegemón mundial, Estados Unidos, cuyos influyentes neoconservadores llevan décadas vociferando para que se bombardee Irán.
La guerra abierta es posible, pero improbable. Si países paupérrimos y menores como Irak y Afganistán siguen dando dolores de cabeza a los militares americanos, el enorme Irán, mucho más rico y poderoso, sería una pesadilla inimaginable que acabaría de desangrar al imperio. Por no hablar del daño que podría hacer a la economía mundial al perturbar el tráfico en esa zona vital del comercio marítimo, el Mar Rojo.
Más probable, en cambio, es una acción desde dentro, a la siria o a la libia: azuzar a las facciones opositoras, financiarlas y armarlas. Con suerte, una ‘revolución’ que derroque el régimen; si no es posible, una ‘primavera’ que lo desgaste.
Carlos Esteban
Irán empieza el año caliente. Una súbita oleada de manifestaciones multitudinarias y ¿pacíficas? por todo el país contra la tiranía del régimen de la que se hacen inmediatamente eco las redes sociales y los grandes medios; los líderes políticos norteamericanos —exactamente igual el Gobierno y la oposición— animan a los rebeldes y se comprometen a no dejarles solos. El régimen reacciona violentamente, hay muertos y heridos.
¿Dónde hemos visto antes esta película? ¡Oh!, en Ucrania, Túnez, Egipto, Libia, Siria… Y en el propio Irán, contra el (ya lejano) gobierno de Ahmadineyad, aquella Marcha Verde de jóvenes fotogénicos con lacitos de los que se hicieron vídeos muy logrados.
Yo no sé exactamente si seguirá funcionando el invento, o el ‘deja vu’ es demasiado evidente en esta ocasión en la que, por otra parte, se ha ido demasiado deprisa, sin la preparación propagandística previa de otras ‘primaveras’ y ‘revoluciones de colores’. Probablemente sí, no somos un público exigente ni el ciudadano occidental se distingue por su memoria.
Irán, el premio gordo
¿Estoy insinuando que todo es paz y calma en Irán y que los ciudadanos no están hartos de la teocracia en que viven desde la revolución que derrocó al Shah y entronizó a Jomeini? No, en absoluto. Mi pregunta es por qué precisamente ahora, y también si la cosas son como nos las están contando. Tampoco sería ocioso preguntar por qué, si todo es ansia de libertad, no hay protestas masivas televisadas más que en aquellas tiranías que le hacen sombra a Estados Unidos. ¿Dónde está la ‘Primavera Saudí’, dónde la ‘Primavera China’?
Vamos por partes. Irán es, al menos desde Reagan, el Premio Gordo para Estados Unidos y su principal aliado en la zona, Israel, cuyo primer ministro, Benjamín Netanyahu, ¡¡¡lleva años profetizando que Teherán está a pocos meses de conseguir la bomba atómica!!!
La derrota de su aliado sirio tendría que haber sido una fase intermedia, pero, como sin duda sabrán, la cosa salió mal. La ‘Primavera Siria’ se convirtió pronto en una guerra civil con muchos bandos, algunos de ellos formados por extranjeros y entrenados, armados y financiados por Estados Unidos y Arabia Saudí. Las cosas pintaban mal para el régimen de Bashar al Asad, con toda la opinión pública occidental en contra y la ayuda americana, pero entonces entró en guerra Moscú, aliado de Damasco y operador de la base de Tartús, la única que tiene Rusia en el Mediterráneo, y el rumbo de la guerra cambió dramáticamente.
También intervinieron a favor del régimen el propio Irán y su ‘representante’ libanés, las milicias chiíes de Jezbolá. Asad ganó, Siria está prácticamente entera en sus manos e Irán se ha apuntado el tanto. En el vecino Iraq, que tanto tiempo, esfuerzo y fondos —billones de dólares— lleva costados al contribuyente americano, gobierna la mayoría chií, que está a partir un piñón con los ayatolás. Un desastre humillante para Estados Unidos.
Hay motivos para la protesta
Y justo entonces salta la revuelta. Ni cronometrada podría haber sido más oportuna. Hay motivos, y no solo una irritante teocracia que, por lo demás, estaba empezando a abrir la mano. El principal, bastante más prosaico que los infinitos anhelos de libertad que se nos vende, es económico (como, si recuerdan, sucedió en el Egipto de Mubarak). Las sanciones norteamericanas están haciendo daño a la economía iraní, y el ciudadano medio empieza a notarlo.
De ahí las primeras protestas, que fueron dispersas, sin liderazgo ni organización y no demasiado multitudinarias. Nada que ver con lo que nos han contado a modo de levantamiento popular masivo. A estas manifestaciones contra el régimen, por cierto, respondieron otras contramanifestaciones a favor. Todo mucho más matizable y confuso que el limpio cuadro que transmiten los medios. Rouhaní, por cierto, respondió públicamente diciendo que las protestas eran legítimas, siempre que fueran pacíficas.
Naturalmente, la ocasión la pintan calva, y se han ido sumando nuevos actores que no son exactamente ciudadanos protestando espontáneamente contra la teocracia. Entran elementos opositores, minorías étnicas y religiosas —Irán es un país extraordinariamente diverso— monárquicos del Shah e incluso grupos yijadistas como Al-Furqan, responsable de un acto de sabotaje en el Oeste al incendiar un oleoducto. Crece la violencia.
Logotipo de la Fundación Al-Furqan Islamic Heritage
Lo que eran originalmente protestas contra el encarecimiento de los productos básicos y el paro se convierten pronto en manifestaciones que piden la cabeza de Rouhaní. Hay choques con la policía, muertos. La minoría suní de Ahwez llama abiertamente a la insurrección.
Bombardear Irán
Sin intervención exterior, las protestas no tienen visos de ir a más. En la mayoría de los casos no han reunido ni a un millar, y la más multitudinaria, en Teherán, ha llegado a los cien mil, en una ciudad de 16 millones. No hay organización, ni propuestas claras, ni unión de las distintas facciones ni líderes visibles.
Pero no es probable que Estados Unidos, Arabia Saudí e Israel vayan a dejar escapar la ocasión, y las declaraciones de sus líderes y la cobertura de sus medios indican por dónde van a ir, literalmente, los tiros.
Hay una confluencia que se ha producido hace relativamente poco y que es esencial para entender el panorama: el acercamiento de los árabes del Golfo con Israel. Cuando se fundó la Liga Árabe, Israel era el Gran Satán, echarles al mar una consigna que todos firmaban y la solidaridad con los hermanos palestinos, posición obligada.
Todo eso ha cambiado, radicalmente. Ahora árabes e israelíes se han unido contra el enemigo común que, por feliz casualidad, también lo es del hegemón mundial, Estados Unidos, cuyos influyentes neoconservadores llevan décadas vociferando para que se bombardee Irán.
La guerra abierta es posible, pero improbable. Si países paupérrimos y menores como Irak y Afganistán siguen dando dolores de cabeza a los militares americanos, el enorme Irán, mucho más rico y poderoso, sería una pesadilla inimaginable que acabaría de desangrar al imperio. Por no hablar del daño que podría hacer a la economía mundial al perturbar el tráfico en esa zona vital del comercio marítimo, el Mar Rojo.
Más probable, en cambio, es una acción desde dentro, a la siria o a la libia: azuzar a las facciones opositoras, financiarlas y armarlas. Con suerte, una ‘revolución’ que derroque el régimen; si no es posible, una ‘primavera’ que lo desgaste.
Carlos Esteban
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