El individuo que desarrolla una actitud nacionalista cae en una disponibilidad psicológica sectaria, tribal, cuyo antecedente más definido fueron las masas del nazismo, el nacionalismo político alemán de los años 1920-40. Para llegar a ese estadio, el individuo pasa por una situación psíquica de inferioridad que domina toda su vida social y personal. Esta actitud ha sido estudiada por diversos psicólogos, de los que aquí sólo citaremos a Adler y Le Bon.
La «psicología individual» es una teoría psicológica creada en 1911 por Alfred Adler, discípulo y disidente de Freud, opuesta a su psicoanálisis. Consideraba que no es el sexo sino la voluntad de poder la base del comportamiento humano.
Sostenía que la neurosis proviene del complejo de inferioridad, producto de una insuficiencia individual. Nos proponemos demostrar que esa es la base del prototipo de individuo nacionalista vasco-catalán y la génesis del desarrollo de su nacionalismo.
Esta teoría se asienta en tres principios que determinan la conducta humana:
Las personas que lo padecen son sujetos que, aun sintiéndose profundamente inferiores a los demás en uno o varios terrenos, no son capaces de admitirlo y rechazan la idea de su inferioridad, relegándola desde la esfera de lo consciente a la del inconsciente.
Equivale, de hecho, a un subdesarrollo psíquico y a una autorepresión inconsciente. El cuadro psicológico del acomplejado queda configurado por las siguientes características:
Esta egolatría («ombliguismo»), esta envidia enfermiza manifestada en la obsesiva y permanente comparación con lo español (con «Madrid»), apenas oculta por la máscara del constante enfrentamiento y crítica ignorante y malintencionada, un odio ácido hacia nosotros y todo lo nuestro. Y esta sensación agobiante de subordinación, de periferia y de aldeanismo, conforman un complejo de inferioridad que se manifiesta en su fase de compensación («superioridad») como una sobrevaloración («positivación») de elementos negativos: el nacionalismo, que les proporciona un sentimiento de comunidad para llenar su vacío y justificar su complejo.
Nacionalismo que no sólo hace esa labor de tergiversación de la realidad y de las palabras sino que incluso inventa y miente cuando lo requiere, tal y como lo ha descrito el analista del nacionalismo, Ernst Gellner.
La segunda parte del sistema psicoanalítico adleriano es precisamente la compensación, que le sirve al individuo para integrarse en el medio, compensando sus complejos. El complejo de inferioridad se compensa creando psicológicamente un complejo de superioridad (sentirse superior a los demás).
Existen tres grados de compensación:
Si les conocéis, habréis identificado enseguida esas características compensatorias de su complejo de inferioridad, transformado en falsa superioridad, en mentira autogenerada y creída. Esa altanería aldeana, esas exigencias insaciables de «ser» (ser como nosotros), esas pretensiones de engrandecer lo que nació ridículo, triste, mezquino y pequeño, esa constante calumnia, fruto de la envidia que odia y desea a la vez (en abierta y descarnada contradicción) el objeto transformado en enemigo mortal, conforman la obsesión psicológica que les mueve: nosotros, nuestra cultura e idioma y nuestra Historia.
Su vida como colectivo y como individuos está regida por la mentira, por la impostura, por el odio y la represión. El nacionalismo transforma al individuo en hombre-masa. Tal y como lo definió Freud, supone el retorno a la Horda primitiva, liderada por un jefe que la domina.
Según Le Bon en la masa deja de funcionar la peculiaridad de cada individuo, aflorando el inconsciente colectivo que es uniforme en todos, homogeneizándolos y haciendo aparecer un carácter promedio en los individuos de la masa con nuevas propiedades:
Alfred Adler nació en el seno de una familia judía vienesa en el año 1870, un par de décadas antes de que el psicoanálisis empezase a tomar forma a través de los trabajos de Sigmund Freud y Josef Breuer.
Sostenía que la neurosis proviene del complejo de inferioridad, producto de una insuficiencia individual. Nos proponemos demostrar que esa es la base del prototipo de individuo nacionalista vasco-catalán y la génesis del desarrollo de su nacionalismo.
Esta teoría se asienta en tres principios que determinan la conducta humana:
El sentimiento de inferioridad. Puede ser genético, orgánico o condicionado por la situación. (El consentimiento hacia ellos desarrolla aún más su complejo de inferioridad).
El esfuerzo por compensar ese sentimiento de inferioridad mediante la ambición de poder.
El sentimiento de comunidad que atenúa el sentimiento de inferioridad y controla los impulsos de poder.Aunque se configura como una patología menor, está en la base de la intoxicación mental, el desequilibrio psíquico, la desestabilización interpersonal, el sufrimiento humano, problemas educativos y muchas enfermedades orgánicas y síndromes psíquicos.
Las personas que lo padecen son sujetos que, aun sintiéndose profundamente inferiores a los demás en uno o varios terrenos, no son capaces de admitirlo y rechazan la idea de su inferioridad, relegándola desde la esfera de lo consciente a la del inconsciente.
Equivale, de hecho, a un subdesarrollo psíquico y a una autorepresión inconsciente. El cuadro psicológico del acomplejado queda configurado por las siguientes características:
Necesita llamar la atención.
Manifiesta creer que nunca hará o dará lo mejor de si mismo.
Le gusta destruir la imagen de otros para resaltar la suya.
Muestra y abusa de su autoridad sobre los más indefensos.
Siente intensa envidia hacia otros.
Busca apartarse de los demás.
Se dedica a alguna actividad que le puede ayudar a ocultar su inferioridad.
Se intimida fácilmente.Los que vivimos en uno de los territorios dominados por los nacionalistas hemos reconocido inmediatamente estas características del complejo de inferioridad de Adler: convivimos con sus portadores.
Esta egolatría («ombliguismo»), esta envidia enfermiza manifestada en la obsesiva y permanente comparación con lo español (con «Madrid»), apenas oculta por la máscara del constante enfrentamiento y crítica ignorante y malintencionada, un odio ácido hacia nosotros y todo lo nuestro. Y esta sensación agobiante de subordinación, de periferia y de aldeanismo, conforman un complejo de inferioridad que se manifiesta en su fase de compensación («superioridad») como una sobrevaloración («positivación») de elementos negativos: el nacionalismo, que les proporciona un sentimiento de comunidad para llenar su vacío y justificar su complejo.
Nacionalismo que no sólo hace esa labor de tergiversación de la realidad y de las palabras sino que incluso inventa y miente cuando lo requiere, tal y como lo ha descrito el analista del nacionalismo, Ernst Gellner.
Ernest Gellner (París, 9 de diciembre de 1925-Praga, 5 de noviembre de 1995) fue un filósofo y antropólogo social británico de origen checo.
La segunda parte del sistema psicoanalítico adleriano es precisamente la compensación, que le sirve al individuo para integrarse en el medio, compensando sus complejos. El complejo de inferioridad se compensa creando psicológicamente un complejo de superioridad (sentirse superior a los demás).
Existen tres grados de compensación:
Las de primer grado consistirían en intentar disminuir o suprimir el defecto o sus consecuencias. Por ejemplo, una persona que se sienta inferior por considerarse demasiado obesa, intentaría adelgazar y cuidar su aspecto externo para resultar más atractiva.
Las de segundo grado consisten en intentar compensar el presunto defecto destacando en un plano diferente, como es el caso del niño que saca malas notas en el colegio y lo intenta compensar siendo un gran deportista.
Y en las de tercer grado se intenta adoptar un falso sentimiento de superioridad que sirva para ocultar el problema de fondo ante uno mismo y ante los demás.
Cuando el individuo adopta esta última vía de compensación, se muestra altanero, presuntuoso, arrogante, inflexible y vanidoso, aparentando, a simple vista, un cierto complejo de superioridad. Se muestra indiferente ante las actitudes y opiniones de los demás, pero en realidad es muy susceptible ante las mismas, ya que hieren fácilmente su sensibilidad, influyendo notablemente sobre su exagerada necesidad de autoestima. Se ha forjado una imagen idealizada de sí mismo, mediante la cual pretende demostrar su supremacía sobre los demás y ocultar el profundo desprecio que siente hacia sí mismo. El problema principal es su falta de adaptación al medio social que le rodea: ante fracasos o críticas severas de los demás, se rompe este esquema compensatorio y surge de nuevo la inferioridad de fondo, lo que constituye una intensa fuente de angustia y sufrimiento que imposibilita las relaciones personales o sociales. Es una «sobre compensación».En la Historia, el naZionalista vasco-catalán ha pasado por las dos primeras compensaciones de puntillas, siempre insolidario, siempre «otro» (los fueros, el control del comercio americano, la exigencia de proteccionismo económico, la falta de reinversión, la inexistente resistencia al invasor napoleónico o en la Guerra Civil...) y se ha instalado directamente en la tercera.
Si les conocéis, habréis identificado enseguida esas características compensatorias de su complejo de inferioridad, transformado en falsa superioridad, en mentira autogenerada y creída. Esa altanería aldeana, esas exigencias insaciables de «ser» (ser como nosotros), esas pretensiones de engrandecer lo que nació ridículo, triste, mezquino y pequeño, esa constante calumnia, fruto de la envidia que odia y desea a la vez (en abierta y descarnada contradicción) el objeto transformado en enemigo mortal, conforman la obsesión psicológica que les mueve: nosotros, nuestra cultura e idioma y nuestra Historia.
Su vida como colectivo y como individuos está regida por la mentira, por la impostura, por el odio y la represión. El nacionalismo transforma al individuo en hombre-masa. Tal y como lo definió Freud, supone el retorno a la Horda primitiva, liderada por un jefe que la domina.
Según Le Bon en la masa deja de funcionar la peculiaridad de cada individuo, aflorando el inconsciente colectivo que es uniforme en todos, homogeneizándolos y haciendo aparecer un carácter promedio en los individuos de la masa con nuevas propiedades:
En la masa el individuo adquiere un sentimiento de poder invencible. Desaparece la responsabilidad individual, el hombre en la masa es anónimo. En la masa puede exteriorizar sus pulsiones inconscientes, habitualmente reprimidas, ya que desaparece la conciencia moral.
Contagio de sentimientos y actos. Se sustituye el interés personal por el de la masa. El contagio hace que en las masas los rasgos especiales se exterioricen y sean orientados.
Sugestión. El individuo cae en estado hipnótico dentro de la masa y baja su rendimiento intelectual.
Transformación inmediata de las ideas en actos.
El sociólogo francés Gustave Le Bon, hacia finales del siglo XIX o principios del XX
La masa es impulsiva y manipulable, guiada por el inconsciente, no tiene voluntad perseverante ni admite posponer la satisfacción de sus necesidades, se cree omnipotente, es sumamente crédula y acrítica. Simplemente no piensa, es un falso idealismo.
Todo ello conecta con las teorías de movilización de las masas. Según la más básica teoría generada en los años 60, Smelser ya afirma en su «Teoría del comportamiento colectivo» que «...las creencias que sirven de base al comportamiento colectivo se asemejan a las creencias mágicas».
Y según el modelo de la «privación relativa» representado fundamentalmente por Gurr en «Why Men Rebel» (1970), esta privación relativa experimentada por los individuos no es una realidad objetiva, sino basada en la percepción que cada uno tiene de dicha realidad, o sea, considerando lo que se tiene y lo que se cree merecer.
Expectativas creadas que no se refieren solo a bienes materiales sino también a la participación política o a probabilidades de desarrollo personal. La frustración generada por el sentimiento de privación se traducirá en descontento.
Se trata de teorías más centradas en los actores colectivos que las más modernas (años 80-90) basadas en la movilización de recursos, o las de Touraine o Melucci.
La culminación exitosa de este proceso de dominio/exclusión sería que lo concluyera la propia comunidad-víctima del nacionalismo separatista (nosotros, los españoles), generando autoodio hacia nosotros mismos, hacia lo que somos, imbuidos de la presión social y manipulación propagandística del nacionalismo. La víctima asume entonces la visión del verdugo y sus presupuestos y mentiras. Este proceso se dio en parte de la comunidad judía alemana frente al ascenso del antisemitismo nazi en los años 30.
En resumen, los nacionalistas no pueden parar su dinámica destructiva, sin ella desaparecerían, como individuos y como grupo. Sin nosotros nada son, con nosotros tampoco. Una banda fascista, primitiva, facultada sólo para construir una tiranía permanente. Un virus corrosivo que sólo existe para ser eliminado como tal virus.
Y según el modelo de la «privación relativa» representado fundamentalmente por Gurr en «Why Men Rebel» (1970), esta privación relativa experimentada por los individuos no es una realidad objetiva, sino basada en la percepción que cada uno tiene de dicha realidad, o sea, considerando lo que se tiene y lo que se cree merecer.
Expectativas creadas que no se refieren solo a bienes materiales sino también a la participación política o a probabilidades de desarrollo personal. La frustración generada por el sentimiento de privación se traducirá en descontento.
Se trata de teorías más centradas en los actores colectivos que las más modernas (años 80-90) basadas en la movilización de recursos, o las de Touraine o Melucci.
La culminación exitosa de este proceso de dominio/exclusión sería que lo concluyera la propia comunidad-víctima del nacionalismo separatista (nosotros, los españoles), generando autoodio hacia nosotros mismos, hacia lo que somos, imbuidos de la presión social y manipulación propagandística del nacionalismo. La víctima asume entonces la visión del verdugo y sus presupuestos y mentiras. Este proceso se dio en parte de la comunidad judía alemana frente al ascenso del antisemitismo nazi en los años 30.
En resumen, los nacionalistas no pueden parar su dinámica destructiva, sin ella desaparecerían, como individuos y como grupo. Sin nosotros nada son, con nosotros tampoco. Una banda fascista, primitiva, facultada sólo para construir una tiranía permanente. Un virus corrosivo que sólo existe para ser eliminado como tal virus.
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