Varias noticias ocurridas en el mismo día me plantean la pregunta de ¿por qué los progres se ríen tan poco? O lo que es peor ¿por qué se ríen cuando tocaría llorar y, sin embargo, desconocen lo que es la alegría de vivir? Y es que el «progre» es un completo desubicado cuya personalidad es llevada y traída por el viento de la corrección político y, por tanto, debe estar atento a lo que hace o deja de hacer, porque lo que generaba risas ayer, mañana puede sufrir el interdicto y, sin embargo, tendrá que reír cuando lo normal sería abochornarse o, simplemente, mirar al suelo avergonzado. Los ejemplos son muchos, variados y suceden de continuo.
GRETA, LA NIÑA QUE NO DEBERÍA ESTAR AHÍ
Fijaron, sin ir más lejos, en Greta Thunberg, niña enferma convertida en espectáculo mediático. Triste, a ratos patética. De infancia obsesivo-compulsiva que dice que se la han robado. Habitualmente, debería echar la culpa a papá y mamá, actores ambos, que deberían haberle enseñado a no sobreactuar. El «progre» ha convertido lo que es la felicidad propia de la infancia en algo condenable: «¿Cómo va a estar feliz Greta si el planeta muere?» Claro, es dramático. Y, por eso, en lugar de preocuparse de aquello que está al alcance de su mano, (ayudar a sus padres, aprender, formarse y combatir sus minusvalías psíquicas) Greta prefiere pontificar sobre lo que ignora y sobre un terreno en el que solamente la ciencia tiene la última palabra: ¡a ver si vamos a creer que reciclando basura o reutilizando bolsas de plástico vamos a salvar el planeta! Pero Greta, esa obsesiva «activista del planeta», vive rodeada de plásticos, come comida basura (las fotos que se han publicado sobre ella indican estas inconsecuencias) y la única diferencia con cualquier otro adolescente es que, a ella, sus padres —actores mediocres— la han vendido al peso a iniciativas mediático-progres, sacrificando su infancia, a cambio de un futuro seguro subsidiado por ONGs. Papá y mamá y el apoyo mediático progre han convertido en «salvadora del planeta» a una pobre niña con una larga lista de discapacidades mentales. En lugar de eso, deberían haberle enseñado a reír.
Esta campaña mediática para «salvar al planeta» incluye un nuevo elemento. Ser vegano. Si eres carnívoro estás por el genocidio. Fijo. Eres un asesino de seres vivos. El grupo de amigotes que brindaban con tintorro en torno a un estofado de buey o a unas costillas de cabrito, es, desde ahora, sospechoso. Sus risas ofenden la vida de los animales sacrificados. Pero, eso sí, no les toquen a los moros y a su «fiesta del cordero» porque degollar pertenece a su tradición ancestral. Lo vegano aplatana y hoy hacen falta seres aplatanados que no respondan a las crisis ni a esa marcha decidida y firme hacia el precipicio. Yo tuve mi experiencia —breve— vegetariana y todo el personal que acudía a ese tipo de restaurantes pertenecía al mismo modelo: circunspectos, blancuzcos, aspecto enfermizo, como si les faltara vitalidad. ¿Reír? Los he visto, aliñar una ensañada con la gravedad con la que se arrojan una paletada de tierra sobre un cadáver.
VEGANOS, SALVADORES DE POLLOS Y GILIPOLLOS
En realidad, si hubieran consultado a un nutricionista no vegetariano, les había explicado que acumulaban déficits vitamínicos. No me extraña que tengan la misma seriedad que Adán el día del padre. Sin olvidar que, a la vista de cómo se producen alimentos, especialmente vegetales (regados con verdaderos caldos de abonos químicos, vermicidas, fungicidas, herbicidas e insecticidas), comer compulsivamente vegetales supone atizarse una sobredosis de venenos químicos. La «prudencia alimentaria» recomienda comer productos variados para evitar precisamente el absorber determinados agentes químicos entre otras cosas.
Existe un caso extremo del que se ha hablado mucho en los últimos tiempos: esos progres veganos que consideran que su gran misión en la vida es asaltar gallineros y denunciar las condiciones de vida de los cerdos o de las vacas. Se nota que lo ignoran todo sobre los animales. Cuando se les oye decir seriamente que quieren evitar las violaciones de las gallinas o que nadie toque las tetas a las vacas sin su permiso, uno no puede por menos que pensar que nuestra civilización está pero que muy mal. Son progres, son así.
Lo mismo puede decirse de un gobierno que en dos años ha conseguido, como única realización, una sentencia favorable al traslado de un cadáver fallecido hace casi medio siglo. Como para estar orgulloso. Se frotan las manos y ríen: «Lo hemos logrado»… Para alguien normal, remover un cadáver de su tumba sería algo terrible, una odiosa profanación. Para los progres es su gran logro. Deberían de imitar a los independentistas catalanes y retorcer la historia como han hecho ellos: a fin de cuentas, si han tomado el 11 de septiembre de 1714 como el día en que se cercenaron las libertades de Cataluña en una guerra que fue de «sucesión a la corona de España» y no de «secesión de España», bien podría establecerse una nueva Ley de Memoria Histórica en la que resulte prohibido afirmar que los franquistas ganaran en la guerra civil. «La verdad es la mentira y la mentira la verdad», escribió Orwell como lema de su «Ministerio de la Verdad» en 1984.
El programa del PSOE y, no digamos, el de Podemos, está plagado de reivindicaciones dramáticas que encubren ese mal estado espiritual interior propio del progre, alejado de la alegría y de la vida. Se sabe que, en los hospitales, desde hace mucho, los médicos practican eutanasia a determinados pacientes aquejados de cáncer terminal y con permiso de pacientes o familiares. No es un plato de gusto, desde luego, para los que hemos pasado por esos trances. Pero el PSOE quiere legislar incluso el dolor como ha legislado los piropos.
LA TRISTEZA SEXUAL DEL PROGRE
Hete aquí otra prueba de que el progre no sabe reír. El piropo. Insultante… especialmente para el que no lo recibe. «¿Crees en el amor a primera vista o tengo que pasar otra vez delante de ti?», «camina por la sombra, no te vayas a derretir, bombón», «¿Desde cuándo las estrellas bajaron a la tierra?», «quien fuera gato para pasar siete vidas contigo»… ¿Algo de todo esto puede considerarse ofensivo, discriminatorio o sexista?
Y, es curioso, porque en el sexo es en donde la izquierda progre pone más el énfasis. El «progre» convierte el placer y la sexualidad en angustia y conflicto. Si por los progres fuera, la heterosexualidad estaría en entredicho y habría que rellenar un cuestionario para garantizar la corrección política del cada coito. Se desconfía del amor y se acepta el sexo sin ninguna restricción… sin embargo, en ningún momento de la historia como en este, esta receta ha generado un número tan elevado de disfunciones sexuales, parafilias, inhibidos y frustrados sexuales que hacen las delicias de la industria psiquiátrica.
Para el progre de estricta observancia, incluso la belleza es sospechosa. Es una exaltación sexista y machista. Mejor ser fea y descuidada, para evitar que te valoren por tu físico y no por tus cualidades (para eso ya está la política de cuotas que algunos proponen que se imponga en todos los puestos de trabajo). El «mens sana in corpore sano», es sexismo puro. La belleza, dicen los progres, puede encubrir bajeza moral. Y es más importante la altura ética (es decir, el progresismo) antes que la belleza siempre engañosa. El ideal femenino progresista es un cuerpo con sobrepeso, descuidado, con más pelo que una orgía de wookies, aspecto iracundo y, eso sí, liberada de cualquier servidumbre sexual…
En una vieja canción de montaña se decía: «Sólo palabras limpias, sólo verdades recias…». Todo eso causa rechazo en el progre que preferiría cantar: «Sólo onomatopeyas, sólo corrección política». Y así hemos llegado a donde estamos.
El valor de la risa es curativo. En los 90 hice un reportaje sobre «terapias de la risa». Pero la risa parece prohibida en la casa del progre: ni chistes de gays, ni de gangosos, ni de tartamudos, ni que contengan arquetipos sociales. Si por los animalistas fuera, se prohibirían incluso los chistes de peces («Que le dice un pez a otro… Nada»). Hay que ir con mucho cuidado, de lo que uno se ríe. La sociedad progre libertaria es la más tiránica y restrictiva que se ha conocido desde el ocaso de los dinosaurios. Durante unos años de mi vida, me relacioné con anarquistas: creedme, no hay nada más autoritario que un anarquista, perpetuamente preocupado de ser víctima de las pulsiones autoritarias reflejas y que impone ese criterio a los que están cerca suyo.
—PAPÁ, PAPÁ, YO NO SE REÍR.
—PUES HAZTE TERRORISTA, IDIOTA...
Si se hubiera realizado un estudio taxonómico sobre el terrorismo político, hubiera resultado, sin duda, que la cara de todos ellos era el reflejo de su alma. No he visto rostros de personas más amargadas y con mayor intensidad de amargura y hundimiento interior, que el de algunos terroristas vascos, cuya opción era simplemente una forma de huir de su triste cotidianeidad y canalizar sus pulsiones de matarifes. Josu Ternera, sin ir más lejos, era el arquetipo del hombre que se olvidó de reír. Y no digamos algunos de los rostros más habituales del independentismo catalán de nuestros días.
Los «indepes», progres entre los progres, son seguramente el fenómeno político que más carcajadas ha generado en los últimos tiempos. Su exigencia de «democracia» y «libertad» cuando ellos mismos quieren imponer a más de la mitad del electorado, la voluntad de menos de la mitad del electorado, su negativa a reconocer que el «procés» ha concluido hace tiempo y nunca tuvo la más mínima posibilidad de prosperar, su defensa de la «identidad catalana» en unos momentos en los que ellos mismos la han desfigurado impulsando el proceso de islamización de Cataluña y esa interpretación de la historia de la que el Institut Nova Història es la quintaesencia, acumulan más carcajadas que las que pueda generar la colección completa de clips de Leo Harlem, Ernesto Sevilla o Faemino y Cansado…
GRETA, LA NIÑA QUE NO DEBERÍA ESTAR AHÍ
Fijaron, sin ir más lejos, en Greta Thunberg, niña enferma convertida en espectáculo mediático. Triste, a ratos patética. De infancia obsesivo-compulsiva que dice que se la han robado. Habitualmente, debería echar la culpa a papá y mamá, actores ambos, que deberían haberle enseñado a no sobreactuar. El «progre» ha convertido lo que es la felicidad propia de la infancia en algo condenable: «¿Cómo va a estar feliz Greta si el planeta muere?» Claro, es dramático. Y, por eso, en lugar de preocuparse de aquello que está al alcance de su mano, (ayudar a sus padres, aprender, formarse y combatir sus minusvalías psíquicas) Greta prefiere pontificar sobre lo que ignora y sobre un terreno en el que solamente la ciencia tiene la última palabra: ¡a ver si vamos a creer que reciclando basura o reutilizando bolsas de plástico vamos a salvar el planeta! Pero Greta, esa obsesiva «activista del planeta», vive rodeada de plásticos, come comida basura (las fotos que se han publicado sobre ella indican estas inconsecuencias) y la única diferencia con cualquier otro adolescente es que, a ella, sus padres —actores mediocres— la han vendido al peso a iniciativas mediático-progres, sacrificando su infancia, a cambio de un futuro seguro subsidiado por ONGs. Papá y mamá y el apoyo mediático progre han convertido en «salvadora del planeta» a una pobre niña con una larga lista de discapacidades mentales. En lugar de eso, deberían haberle enseñado a reír.
Esta campaña mediática para «salvar al planeta» incluye un nuevo elemento. Ser vegano. Si eres carnívoro estás por el genocidio. Fijo. Eres un asesino de seres vivos. El grupo de amigotes que brindaban con tintorro en torno a un estofado de buey o a unas costillas de cabrito, es, desde ahora, sospechoso. Sus risas ofenden la vida de los animales sacrificados. Pero, eso sí, no les toquen a los moros y a su «fiesta del cordero» porque degollar pertenece a su tradición ancestral. Lo vegano aplatana y hoy hacen falta seres aplatanados que no respondan a las crisis ni a esa marcha decidida y firme hacia el precipicio. Yo tuve mi experiencia —breve— vegetariana y todo el personal que acudía a ese tipo de restaurantes pertenecía al mismo modelo: circunspectos, blancuzcos, aspecto enfermizo, como si les faltara vitalidad. ¿Reír? Los he visto, aliñar una ensañada con la gravedad con la que se arrojan una paletada de tierra sobre un cadáver.
VEGANOS, SALVADORES DE POLLOS Y GILIPOLLOS
En realidad, si hubieran consultado a un nutricionista no vegetariano, les había explicado que acumulaban déficits vitamínicos. No me extraña que tengan la misma seriedad que Adán el día del padre. Sin olvidar que, a la vista de cómo se producen alimentos, especialmente vegetales (regados con verdaderos caldos de abonos químicos, vermicidas, fungicidas, herbicidas e insecticidas), comer compulsivamente vegetales supone atizarse una sobredosis de venenos químicos. La «prudencia alimentaria» recomienda comer productos variados para evitar precisamente el absorber determinados agentes químicos entre otras cosas.
Existe un caso extremo del que se ha hablado mucho en los últimos tiempos: esos progres veganos que consideran que su gran misión en la vida es asaltar gallineros y denunciar las condiciones de vida de los cerdos o de las vacas. Se nota que lo ignoran todo sobre los animales. Cuando se les oye decir seriamente que quieren evitar las violaciones de las gallinas o que nadie toque las tetas a las vacas sin su permiso, uno no puede por menos que pensar que nuestra civilización está pero que muy mal. Son progres, son así.
Lo mismo puede decirse de un gobierno que en dos años ha conseguido, como única realización, una sentencia favorable al traslado de un cadáver fallecido hace casi medio siglo. Como para estar orgulloso. Se frotan las manos y ríen: «Lo hemos logrado»… Para alguien normal, remover un cadáver de su tumba sería algo terrible, una odiosa profanación. Para los progres es su gran logro. Deberían de imitar a los independentistas catalanes y retorcer la historia como han hecho ellos: a fin de cuentas, si han tomado el 11 de septiembre de 1714 como el día en que se cercenaron las libertades de Cataluña en una guerra que fue de «sucesión a la corona de España» y no de «secesión de España», bien podría establecerse una nueva Ley de Memoria Histórica en la que resulte prohibido afirmar que los franquistas ganaran en la guerra civil. «La verdad es la mentira y la mentira la verdad», escribió Orwell como lema de su «Ministerio de la Verdad» en 1984.
El programa del PSOE y, no digamos, el de Podemos, está plagado de reivindicaciones dramáticas que encubren ese mal estado espiritual interior propio del progre, alejado de la alegría y de la vida. Se sabe que, en los hospitales, desde hace mucho, los médicos practican eutanasia a determinados pacientes aquejados de cáncer terminal y con permiso de pacientes o familiares. No es un plato de gusto, desde luego, para los que hemos pasado por esos trances. Pero el PSOE quiere legislar incluso el dolor como ha legislado los piropos.
LA TRISTEZA SEXUAL DEL PROGRE
Hete aquí otra prueba de que el progre no sabe reír. El piropo. Insultante… especialmente para el que no lo recibe. «¿Crees en el amor a primera vista o tengo que pasar otra vez delante de ti?», «camina por la sombra, no te vayas a derretir, bombón», «¿Desde cuándo las estrellas bajaron a la tierra?», «quien fuera gato para pasar siete vidas contigo»… ¿Algo de todo esto puede considerarse ofensivo, discriminatorio o sexista?
Y, es curioso, porque en el sexo es en donde la izquierda progre pone más el énfasis. El «progre» convierte el placer y la sexualidad en angustia y conflicto. Si por los progres fuera, la heterosexualidad estaría en entredicho y habría que rellenar un cuestionario para garantizar la corrección política del cada coito. Se desconfía del amor y se acepta el sexo sin ninguna restricción… sin embargo, en ningún momento de la historia como en este, esta receta ha generado un número tan elevado de disfunciones sexuales, parafilias, inhibidos y frustrados sexuales que hacen las delicias de la industria psiquiátrica.
Para el progre de estricta observancia, incluso la belleza es sospechosa. Es una exaltación sexista y machista. Mejor ser fea y descuidada, para evitar que te valoren por tu físico y no por tus cualidades (para eso ya está la política de cuotas que algunos proponen que se imponga en todos los puestos de trabajo). El «mens sana in corpore sano», es sexismo puro. La belleza, dicen los progres, puede encubrir bajeza moral. Y es más importante la altura ética (es decir, el progresismo) antes que la belleza siempre engañosa. El ideal femenino progresista es un cuerpo con sobrepeso, descuidado, con más pelo que una orgía de wookies, aspecto iracundo y, eso sí, liberada de cualquier servidumbre sexual…
«El ideal de belleza del progre»
En una vieja canción de montaña se decía: «Sólo palabras limpias, sólo verdades recias…». Todo eso causa rechazo en el progre que preferiría cantar: «Sólo onomatopeyas, sólo corrección política». Y así hemos llegado a donde estamos.
El valor de la risa es curativo. En los 90 hice un reportaje sobre «terapias de la risa». Pero la risa parece prohibida en la casa del progre: ni chistes de gays, ni de gangosos, ni de tartamudos, ni que contengan arquetipos sociales. Si por los animalistas fuera, se prohibirían incluso los chistes de peces («Que le dice un pez a otro… Nada»). Hay que ir con mucho cuidado, de lo que uno se ríe. La sociedad progre libertaria es la más tiránica y restrictiva que se ha conocido desde el ocaso de los dinosaurios. Durante unos años de mi vida, me relacioné con anarquistas: creedme, no hay nada más autoritario que un anarquista, perpetuamente preocupado de ser víctima de las pulsiones autoritarias reflejas y que impone ese criterio a los que están cerca suyo.
—PAPÁ, PAPÁ, YO NO SE REÍR.
—PUES HAZTE TERRORISTA, IDIOTA...
Si se hubiera realizado un estudio taxonómico sobre el terrorismo político, hubiera resultado, sin duda, que la cara de todos ellos era el reflejo de su alma. No he visto rostros de personas más amargadas y con mayor intensidad de amargura y hundimiento interior, que el de algunos terroristas vascos, cuya opción era simplemente una forma de huir de su triste cotidianeidad y canalizar sus pulsiones de matarifes. Josu Ternera, sin ir más lejos, era el arquetipo del hombre que se olvidó de reír. Y no digamos algunos de los rostros más habituales del independentismo catalán de nuestros días.
Los «indepes», progres entre los progres, son seguramente el fenómeno político que más carcajadas ha generado en los últimos tiempos. Su exigencia de «democracia» y «libertad» cuando ellos mismos quieren imponer a más de la mitad del electorado, la voluntad de menos de la mitad del electorado, su negativa a reconocer que el «procés» ha concluido hace tiempo y nunca tuvo la más mínima posibilidad de prosperar, su defensa de la «identidad catalana» en unos momentos en los que ellos mismos la han desfigurado impulsando el proceso de islamización de Cataluña y esa interpretación de la historia de la que el Institut Nova Història es la quintaesencia, acumulan más carcajadas que las que pueda generar la colección completa de clips de Leo Harlem, Ernesto Sevilla o Faemino y Cansado…
De acuerdo con el autor Miquel Izquierdo i Perán del Institut Nova Història, el El caballero de la mano en el pecho de El Greco sería un retrato de Joan Miquel Servent, es decir, de Cervantes y Shakespeare a la vez, nada más y nada menos.
Entiendo perfectamente que los progres sean los principales defensores del «cigarrillo de la risa». Usted y yo, seguramente, encontramos cada día miles de motivos para estallar en carcajadas (sólo con ver los informativos). Pero cuando se ha convertido la vida en un drama y se han asumido prejuicios y actitudes excéntricas, hace falta un estímulo para reír. De ahí que los progres desde hace 50 años hayan reivindicado el porro como tabla de salvación. Reír a cambio de un número en el sorteo de la esquizofrenia. Buena opción.
SEMBRAR TRISTEZA, EL GRAN LOGRO DEL PROGRESISMO
Los que somos padres, sabemos la satisfacción que produce en la pareja, la gestación y el nacimiento de un hijo. Educarlo siempre es un reto. Hoy, una de las pocas tareas heroicas que se pueden asumir es la de ser padres. Y digo «padres»: es decir, padre y madre. Pero esta fuente de satisfacción es rechazada por el progre, en beneficio de aquella mucho más triste y dramática que es la lucha por el aborto. Quizás este caso sea el más claro en el que el progre opta por la tristeza y lo negativo, antes que por la felicidad y la dicha de ser padres. Por eso, cuando alguien pone ante cualquier otro valor, la discusión sobre el aborto, sospecho de él y de las coordenadas mentales en las que se sitúa: es un progre, es decir, un tipo tristón.
El progre vive y proclama todo lo que ha sido considerado durante 3.000 años de historia de Europa como superfluo, estúpido o, simplemente, aberrante. El progre vive de todo lo que ha sido desechado. No es raro: en tiempo de telebasura, de comida-basura, de cultura-basura, de política-basura, de información-basura, los valores que comparte deben ser, necesariamente, basura. Se alimentan hoy de lo que nadie ha querido consumir ayer. Que les aproveche.
Termino con una imagen espeluznante. Esa analfabeta estructural, verdadera tonta del bote, que ejerce como alcaldesa de Barcelona, ofreció en las fiestas de la Merced un espectáculo absurdo: un estriptís gay para niños. Claro está que la mente de alguien que ya colocó como «asesora de prensa» a una individua cuyo único mérito había sido orinar ante la Puerta de Brandenburgo, o colocar hace unos meses un tobogán, también para niños, en forma de vagina en la Festa de la Terra, demuestra que su cerebro no da más de sí. Es la alcaldesa bajo cuyo mandato Barcelona se ha convertido en capital mundial de la delincuencia. Entiendo perfectamente que cada vez menos barceloneses rían… Sembrar la tristeza, finalmente, es el único logro, el gran logro del progresismo. Yo creo, incluso, que es su única intención.
Fuente: Ernesto Milá
Entiendo perfectamente que los progres sean los principales defensores del «cigarrillo de la risa». Usted y yo, seguramente, encontramos cada día miles de motivos para estallar en carcajadas (sólo con ver los informativos). Pero cuando se ha convertido la vida en un drama y se han asumido prejuicios y actitudes excéntricas, hace falta un estímulo para reír. De ahí que los progres desde hace 50 años hayan reivindicado el porro como tabla de salvación. Reír a cambio de un número en el sorteo de la esquizofrenia. Buena opción.
SEMBRAR TRISTEZA, EL GRAN LOGRO DEL PROGRESISMO
Los que somos padres, sabemos la satisfacción que produce en la pareja, la gestación y el nacimiento de un hijo. Educarlo siempre es un reto. Hoy, una de las pocas tareas heroicas que se pueden asumir es la de ser padres. Y digo «padres»: es decir, padre y madre. Pero esta fuente de satisfacción es rechazada por el progre, en beneficio de aquella mucho más triste y dramática que es la lucha por el aborto. Quizás este caso sea el más claro en el que el progre opta por la tristeza y lo negativo, antes que por la felicidad y la dicha de ser padres. Por eso, cuando alguien pone ante cualquier otro valor, la discusión sobre el aborto, sospecho de él y de las coordenadas mentales en las que se sitúa: es un progre, es decir, un tipo tristón.
El progre vive y proclama todo lo que ha sido considerado durante 3.000 años de historia de Europa como superfluo, estúpido o, simplemente, aberrante. El progre vive de todo lo que ha sido desechado. No es raro: en tiempo de telebasura, de comida-basura, de cultura-basura, de política-basura, de información-basura, los valores que comparte deben ser, necesariamente, basura. Se alimentan hoy de lo que nadie ha querido consumir ayer. Que les aproveche.
Termino con una imagen espeluznante. Esa analfabeta estructural, verdadera tonta del bote, que ejerce como alcaldesa de Barcelona, ofreció en las fiestas de la Merced un espectáculo absurdo: un estriptís gay para niños. Claro está que la mente de alguien que ya colocó como «asesora de prensa» a una individua cuyo único mérito había sido orinar ante la Puerta de Brandenburgo, o colocar hace unos meses un tobogán, también para niños, en forma de vagina en la Festa de la Terra, demuestra que su cerebro no da más de sí. Es la alcaldesa bajo cuyo mandato Barcelona se ha convertido en capital mundial de la delincuencia. Entiendo perfectamente que cada vez menos barceloneses rían… Sembrar la tristeza, finalmente, es el único logro, el gran logro del progresismo. Yo creo, incluso, que es su única intención.
Fuente: Ernesto Milá
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