Para enfocar debidamente la talla histórica de Franco debemos empezar por los hechos evidentes, que pueden resumirse así: venció siempre a todos sus enemigos militares y/o políticos, incluso partiendo de una situación prácticamente desesperada que habría disuadido a casi cualquier otro. Venció indirectamente a Estalin en España. A continuación evitó entrar en la guerra mundial y luego derrotó a un criminal aislamiento impuesto desde el exterior por regímenes comunistas, ¿democráticos? y dictaduras varias. En pleno aislamiento venció asimismo a una peligrosa guerrilla comunista interior. Tanto la neutralidad en la 2GM como la derrota del aislamiento fueron dos batallas diplomáticas cruciales, libradas con éxito en las más arduas circunstancias; y en otra hazaña diplomática humilló en la ONU a Inglaterra a propósito de Gibraltar. Y presidió la época de mayor prosperidad y con mayor ritmo de crecimiento que haya vivido España antes o después.
Por encima de cualquier matiz, detalle o revés secundario, basta mencionar estos éxitos indudables, alcanzados en las más desfavorables y a menudo peligrosas circunstancias, para concluir que la talla de Franco como estadista y militar descuella ampliamente sobre cualquier otro español en varios siglos.
Sin embargo la pintura que de él traza Varela Ortega y los anglómanos en general, coincidentes en esto (y en otras cosas) con los lisenkianos, es la de un personaje intelectualmente irrisorio, de «carencias culturales estridentes», «cursilería provinciana», «equipaje cultural rancio y raquítico», que «no hablaba idiomas (inglés, claro) ni apenas había viajado fuera de España», aficionado para más inri a «pintorescas incursiones literarias». Se destaca asimismo su mediocre estatura, su voz «atiplada» y cierta pronunciación que «delataba, ante cualquier gallego culto, sus orígenes aldeanos no superados». Varela, como Preston y los anglómanos en general, le conceden inteligencia, pero muy limitada, poco más que una astucia aldeana o «gallega».
Por encima de cualquier matiz, detalle o revés secundario, basta mencionar estos éxitos indudables, alcanzados en las más desfavorables y a menudo peligrosas circunstancias, para concluir que la talla de Franco como estadista y militar descuella ampliamente sobre cualquier otro español en varios siglos.
Sin embargo la pintura que de él traza Varela Ortega y los anglómanos en general, coincidentes en esto (y en otras cosas) con los lisenkianos, es la de un personaje intelectualmente irrisorio, de «carencias culturales estridentes», «cursilería provinciana», «equipaje cultural rancio y raquítico», que «no hablaba idiomas (inglés, claro) ni apenas había viajado fuera de España», aficionado para más inri a «pintorescas incursiones literarias». Se destaca asimismo su mediocre estatura, su voz «atiplada» y cierta pronunciación que «delataba, ante cualquier gallego culto, sus orígenes aldeanos no superados». Varela, como Preston y los anglómanos en general, le conceden inteligencia, pero muy limitada, poco más que una astucia aldeana o «gallega».
De economía no solo lo ignoraba todo, sino que además tenía ideas fantásticas o pueriles al respecto. Y del mundo exterior algo parecido, de ahí sus ilusiones respecto a Hitler, o sus supuestos deseos de entrar en la 2GM, aunque pidiendo demasiado, o sus propuestas ridículas proponiendo al final de la guerra en Europa una alianza con Inglaterra frente al expansionismo soviético. A esta última propuesta habría respondido Eden, según Tusell, otro historiador anglómano: «Lástima que el general Franco tenga una idea de la realidad internacional tan desenfocada». Lo cita con mofa Varela porque «ilustra las limitaciones de nuestro dictador». En realidad ilustra las grandes limitaciones de Eden y del gobierno inglés, que imaginaban garantizar la estabilidad europea mediante el acuerdo entre Londres y Moscú, y poder barrer a Franco sin apenas dificultad. Ilustra también las graves limitaciones intelectuales de los propios Varela, Tusell, Preston, Moradiellos y tantos más.
En otro párrafo, Varela cita al más ecuánime Paul Johnson, que tiene a Franco por «una de las figuras políticas más exitosas del siglo», pero le añade la coletilla: «exitosa en la medida de sus intereses, que eran mandar sin restricciones y durar sin limitaciones». Al parecer, lo único que ocurrió en los cuarenta años de franquismo fue el mando omnímodo del «dictador», que mantuvo su poder gracias a su «astucia aldeana». En fin, no es difícil percibir que en la figura mediocre, gris y aldeana como ven a Franco estos historiadores hay más una proyección inconsciente de sí mismos que un verdadero retrato político del propio Franco.
Entre tanto, vale la pena comparar a Franco con Churchill venerado con absoluta falta de sentido crítico por la literatura anglómana, Moradiellos en particular. De que era más viajado y más culto y un poco más alto que Franco, no cabe duda; también de que estaba muy alcoholizado, etc. Pero estos aspectos son irrelevantes en cuanto a su significación histórica y política. Ciertamente la influencia mundial de Churchill fue también muy superior a la de Franco, porque Inglaterra era hasta 1939 la primera potencia mundial con un imperio gigantesco, mientras que Franco partía de una España inferiorizada por más de un siglo de profunda decadencia muy agravada por el Frente Popular. Nunca tuvo Churchill, como Franco, que afrontar una guerra partiendo de una situación de inferioridad material desastrosa, debiendo además improvisar al mismo tiempo un nuevo estado y un nuevo ejército. Pero Churchill sufrió en su carrera graves derrotas militares y políticas, y aunque vencedor en la 2GM, dejó a su país prácticamente en quiebra, endeudado hasta las orejas y con racionamiento. Siendo él mismo un producto típico del imperialismo inglés, tuvo que presenciar el comienzo de la disolución del imperio, la sumisión de su país a la tutela useña, a menudo humillante, muy condicionado también por el poderío soviético; y además fue expulsado del poder en las elecciones hacia el final de la contienda. Si los medimos por el modo de conducir la guerra, resultó sin duda bastante más cruel que el español.
En otro párrafo, Varela cita al más ecuánime Paul Johnson, que tiene a Franco por «una de las figuras políticas más exitosas del siglo», pero le añade la coletilla: «exitosa en la medida de sus intereses, que eran mandar sin restricciones y durar sin limitaciones». Al parecer, lo único que ocurrió en los cuarenta años de franquismo fue el mando omnímodo del «dictador», que mantuvo su poder gracias a su «astucia aldeana». En fin, no es difícil percibir que en la figura mediocre, gris y aldeana como ven a Franco estos historiadores hay más una proyección inconsciente de sí mismos que un verdadero retrato político del propio Franco.
Entre tanto, vale la pena comparar a Franco con Churchill venerado con absoluta falta de sentido crítico por la literatura anglómana, Moradiellos en particular. De que era más viajado y más culto y un poco más alto que Franco, no cabe duda; también de que estaba muy alcoholizado, etc. Pero estos aspectos son irrelevantes en cuanto a su significación histórica y política. Ciertamente la influencia mundial de Churchill fue también muy superior a la de Franco, porque Inglaterra era hasta 1939 la primera potencia mundial con un imperio gigantesco, mientras que Franco partía de una España inferiorizada por más de un siglo de profunda decadencia muy agravada por el Frente Popular. Nunca tuvo Churchill, como Franco, que afrontar una guerra partiendo de una situación de inferioridad material desastrosa, debiendo además improvisar al mismo tiempo un nuevo estado y un nuevo ejército. Pero Churchill sufrió en su carrera graves derrotas militares y políticas, y aunque vencedor en la 2GM, dejó a su país prácticamente en quiebra, endeudado hasta las orejas y con racionamiento. Siendo él mismo un producto típico del imperialismo inglés, tuvo que presenciar el comienzo de la disolución del imperio, la sumisión de su país a la tutela useña, a menudo humillante, muy condicionado también por el poderío soviético; y además fue expulsado del poder en las elecciones hacia el final de la contienda. Si los medimos por el modo de conducir la guerra, resultó sin duda bastante más cruel que el español.
Después de ser derrotado en las elecciones generales de 1945 frente a los laboristas de Clement Attlee, Churchill lideró la oposición. En 1951 consiguió volver a ser primer ministro, hasta su retiro en 1955. A su muerte en 1965, la reina Isabel II le concedió el honor de un funeral de estado en el que se dio una de las mayores reuniones de jefes de Estado nunca antes vistas. Churchill es recordado como uno de los hombres más influyentes en la historia del Reino Unido.
Si comparamos a las dos figuras por sus logros políticos y económicos, no parece difícil concluir que, salvando la diferencia de escala de uno y otro en cuanto a proyección mundial, Franco no solo tuvo que afrontar mayores y más difíciles retos, sino que también tuvo un éxito mucho mayor en todas sus empresas políticas y militares. Claro que para los anglómanos, todos los fallos, incluso crímenes, de Churchill, quedan disculpados porque era demócrata y Franco no. Por eso es necesario un comentario al respecto.
Si comparamos a las dos figuras por sus logros políticos y económicos, no parece difícil concluir que, salvando la diferencia de escala de uno y otro en cuanto a proyección mundial, Franco no solo tuvo que afrontar mayores y más difíciles retos, sino que también tuvo un éxito mucho mayor en todas sus empresas políticas y militares. Claro que para los anglómanos, todos los fallos, incluso crímenes, de Churchill, quedan disculpados porque era demócrata y Franco no. Por eso es necesario un comentario al respecto.
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