Nuestro viejo y querido planeta Tierra sigue girando ajeno por completo a las pretensiones de sus habitantes, pero para quienes viven del floreciente negocio del fraude climático el 2022 ha sido un mal año.
Nadie lo diría, leyendo los mismos medios que repiten las mentiras sobre el COVID-19 o las sandeces sobre la guerra de Ucrania, pero los iconos del cambio climático han ido quedando al desnudo como lo que siempre fueron: mentira, propaganda, humo.
¿Sabe usted que los satélites muestran que la Tierra es cada vez más verde? A pesar del crecimiento de la población, cada vez hay más superficie cubierta por árboles[1], es decir, que no existe ya un problema de deforestación en el planeta gracias a la disminución de la superficie quemada por incendios forestales[2], a la reforestación y al aumento del maravilloso CO2, alimento por antonomasia de plantas y árboles, sinónimo de vida.
Para empeorar las cosas, diciembre ha terminado con un frío polar sin precedentes en EEUU, que los obedientes periodistas achacan a la tormenta «Elliot» como hace dos años fue «Filomena». Ya saben, cuando hace mucho frío sólo es meteorología (una simple «ola de frío» con «vientos árticos»), pero cuando hace calor ya no hay «olas de calor» naturales y recurrentes, sino «calentamiento global».
Por cierto, ningún «científico» supo predecir este frío siquiera con un par de semanas de antelación, pero saben a ciencia cierta lo que pasará en el planeta dentro de 100 años.
El Ártico y el oso polar
El primer ídolo climático caído es la reducción del hielo del Ártico, un mantra constante a pesar de su irrelevancia, pues sólo supone el 0,07% del hielo del planeta. Además, su potencial derretimiento no implicaría un aumento del nivel de los océanos, pues flota ya en la superficie del mar (principio de Arquímedes). El hecho es que, tras algunos años reduciéndose, la superficie media de hielo en el Ártico se está estabilizando e incluso ha crecido
[3]:
Por primera vez desde el 2008 este año la ruta marítima del Norte que bordea la costa de Eurasia no ha estado libre de hielos, y en su mínimo estival la superficie de hielo del Ártico ha superado los 6 millones de km² (12 veces la superficie de España), casi la mayor cifra desde 2007
[4], año en que el periodista y político Al Gore hizo caja profetizando que en el 2013 el Ártico estaría sin hielo. Nadie ha sabido predecir este aumento, y nadie sabe por qué se ha producido.
Hablar del Ártico es hablar del oso polar, icono ecologista por excelencia convertido en víctima del «calentamiento global». La imagen (¡de dibujos animados!) de un pobre osito ahogándose fue tan efectiva en una sociedad tan infantilizada como la nuestra que conocidas organizaciones ecologistas la utilizaron para sablear al personal en exitosas campañas.
Esto no dejaba de resultar extraño, pues el oso polar es el mamífero terrestre que tiene menos probabilidad de ahogarse: su récord de natación ininterrumpida en mar abierto es de 687 km durante casi 10 días de travesía en aguas gélidas.
Mensaje para adultos: el oso polar no es un osito de peluche sino un peligroso y despiadado depredador que despelleja a sus presas antes de comérselas (a veces, aún vivas) en una sangrienta orgía de rojo sobre blanco. También practica el canibalismo matando y comiendo crías de su propia especie
[5]. Pues bien: para desmayo de sus presas, su población crece sin parar y se estima hoy en 32.000 ejemplares
[6]. Uf, qué alegría.
Groenlandia y la Antártida, cada vez más fría
Groenlandia es un reservorio de hielo 125 veces más importante que el Ártico. La superficie de esta enorme isla, cuatro veces el tamaño de España, está cubierta por una capa de hielo de 3 km de espesor. Durante algunos años su hielo disminuyó ligeramente, pero también se está recuperando y este año ha estado por encima de la media desde 1980
[7].
La Antártida es la mayor reserva de hielo del planeta (un 90% del total) con un volumen 1.250 veces superior al del Ártico. Como es el caso de Groenlandia, la mayor parte del hielo está cubriendo el continente con un espesor medio de más de 2 km y una pequeña parte flota libremente en sus costas.
En conjunto, la Antártida está ganando hielo según un estudio de la NASA
[8], pero incluso la pequeña parte que flota, mucho más inestable y objeto habitual de filmaciones en las que grandes trozos de hielo caen al mar, crece ligeramente desde hace 40 años
[9].
En definitiva, parece que no deberíamos perder el sueño por el hielo del «continente helado» (llamado así por algún motivo), cuya temperatura media es de -57°C y cuyo Polo Sur se enfría ligeramente desde hace 60 años
[10], habiendo sufrido su invierno más gélido en el 2021
[11]:
Nadie supo predecir este enfriamiento, y nadie sabe por qué se ha producido.
La resurrección de los corales
Otro icono de la propaganda climática ha sido el blanqueamiento y destrucción de los corales causado, claro está, por el calentamiento. Dado que la primera referencia al blanqueamiento de los corales australianos data del año 1575, que los océanos apenas están mostrando calentamiento desde que se miden con las boyas Argo y que los corales son impresionantemente longevos y resistentes, la relación causa-efecto disparaba las alarmas habituales de las mentiras del fraude climático.
Esto ha quedado demostrado este año cuando, contrariamente a las cansinas profecías catastrofistas, la superficie de coral en la Gran Barrera australiana ha crecido hasta batir el récord de los últimos 36 años, especialmente en la zona norte
[12].
Nadie supo predecir este aumento y nadie sabe por qué se ha producido.
Finalmente, cabe mencionar que la evidencia empírica tampoco muestra un aumento de fenómenos meteorológicos extremos: no hay ninguna tendencia apreciable en sequías, ni olas de calor, ni inundaciones, ni huracanes, como ven en el siguiente gráfico
[13]:
La difícil medición de temperaturas globales
La temperatura atmosférica sólo se ha podido medir con cierta precisión desde que se desplegaron los primeros satélites en 1979, y la del mar sólo desde 2007, cuando concluyó el despliegue inicial de boyas Argo (un termómetro por cada 100.000 km² de océano).
Así, desde 1979 (un año frío) los satélites han mostrado un aumento de temperatura de 0,13°C por década
[14], variación que quizá caiga dentro del rango de error instrumental, aunque desde finales del s. XX la temperatura atmosférica apenas ha variado:
La medición de temperaturas de esa inmensidad de volumen que es la atmósfera del planeta tiene enormes limitaciones, a pesar de la seguridad con que se manifiestan algunos.
Para observaciones muy anteriores a 1979 sólo existe un limitado número de termómetros que cubren un porcentaje ridículo de la superficie del planeta (y sólo en el hemisferio norte), y que además están contaminados por el llamado «efecto de isla urbana de calor» (UHI), es decir, por mediciones hechas con termómetros que hace 100 años estaban en mitad del campo y que hoy están en medio de la ciudad (con asfalto, coches y calefacciones).
Para mediciones de temperatura en series paleoclimáticas (de miles o cientos de miles de años) la principal fuente son las estimaciones derivadas de los isótopos de oxígeno atrapados en el hielo antártico y, en menor medida, groenlandés, que dan una idea de la temperatura local (sólo en dos puntos de la Tierra) y que además se comportan de modo asíncrono.
Pues bien, coincidiendo con este ligerísimo aumento de temperaturas la concentración de CO2 en la atmósfera ha pasado del 0,025% al 0,04%. Los instigadores del fraude climático (los yonquis del poder globalistas y grandes intereses económicos) han desarrollado una simplista relación causa-efecto que, contrariamente al mantra del «consenso», es cuestionada por muchos científicos de enorme prestigio.
Así, han culpado a una pobre criatura llamada hombre, que pasaba por ahí, del «cambio climático», como si el clima no hubiera cambiado siempre de forma natural, y pronostican que de seguir aumentado la temperatura unos pocos grados más llegará el apocalipsis.
No sé si a ustedes les pasa, pero yo sobrevivo sin problemas a diferencias de temperatura de 10°C todos los días del año entre la mañana y la tarde y de 30°C entre el invierno y el verano. ¿Creen que el hombre y el planeta no pueden adaptarse a un suave aumento de temperatura de 1 o 2°C en los próximos dos siglos, si es que llega a producirse?
¿Qué solución proponen para evitar el Apocalipsis? Lo de siempre: más poder y más dinero para unos pocos y el empobrecimiento y la servidumbre para el resto.
El clima es cíclico y sabemos poco de él
El principio fundamental del clima es la ciclicidad, y al igual que la marea primero sube y luego baja, ni el día ni la noche, ni el frío ni el calor, ni la lluvia ni la sequía, ni el verano ni el invierno, ni siquiera los gobernantes psicópatas son eternos.
Lo mismo pasa con el clima: es cíclico y lleva cambiando desde el albor de los tiempos con glaciaciones en las que el nivel de los océanos era 120 m inferior al actual y calentamientos posteriores, pero la propaganda climática ha aprovechado estos ciclos naturales para crear su relato apocalíptico extrapolando ad infinitum tendencias de corto plazo.
El clima terrestre es un sistema multifactorial, complejo y caótico sobre el cual el hombre apenas comprende una pequeña parte. De ahí que las predicciones meteorológicas fallen estrepitosamente más allá de unos pocos días o que esta increíble ola de frío y nieve en EEUU haya llegado casi por sorpresa.
Cualquier físico atmosférico honrado reconoce que lo que ignoramos del clima es mucho más de lo que conocemos. Afectado por la radiación solar, los movimientos de traslación y rotación, por las grandes masas oceánicas y sus corrientes, por las nubes, sujetas a retroalimentaciones de distinto signo, y por gases de efecto invernadero (de los que el más importante es el vapor de agua), simplemente no conocemos bien su funcionamiento.
La tendencia de las temperaturas, además, depende del punto de partida elegido. Como dice el geólogo
Ian Plimer, «si usted quiere mostrar que hay calentamiento, tome el período 1979-1998; si quiere mostrar que no lo hay, escoja los últimos 24 años; si quiere demostrar que hay calentamiento por causas naturales, escoja los últimos 300 años; si quiere demostrar que hay enfriamiento, escoja los últimos 6.000; y si quiere demostrar que el clima es cíclico por causas naturales, tome el último millón de años, como hago yo».
El fraude climático
Querido lector: cuando le asusten con el cambio climático, recuerde la manipulación masiva que hemos sufrido con el COVID-19. La táctica es similar: el miedo como herramienta de control, la ocultación de datos, el abuso de la mentira, la censura, la manipulación y corrupción de «la Ciencia», el falso consenso, la persecución del disidente (¡negacionista!), la servil complicidad de los medios y el afán de poder.
Y no olviden que el fraude del cambio climático («calentamiento global») tiene un alto precio: la pérdida de la libertad y un empobrecimiento masivo, del que la inflación es un ejemplo. El objetivo final es concentrar el poder y el dinero en unos pocos.
«No existe ninguna emergencia climática» afirman más de 1.400 científicos en la World Climate Declaration
[15]. Sin duda. Esa pretenciosa criatura llamada hombre no tiene el poder de determinar el clima de su planeta ni, por ahora, la capacidad para comprenderlo. Qué más quisiera.
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