La reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) se parece cada vez más a la alfombra roja del Festival de Cannes, pero detrás de la apariencia de una mascarada de feria de las vanidades donde todos ayudan a los demás a aferrarse a sus máscaras, es innegable que Davos tiene una inquietante agenda de poder global.
El formato del evento está diseñado para impresionar, pero en realidad es simplemente una obra de teatro con cinco tipos de personajes: las estrellas, los extras, los periodistas, las caras visibles de la organización y, finalmente: el turbio poder globalista, del cual el WEF es una de sus principales herramientas.
Los personajes de la obra
Los organizadores eligen primero a las estrellas, unas figuras de poder que actúan como cebo y que suelen ser políticos relevantes y multimillonarios, es decir, los Césares y Craso de hoy.
Como polillas irremediablemente atraídas por el brillo de las estrellas, los extras asisten para embellecer sus plumas diciendo que se han codeado con los poderosos, aunque la mayoría de las veces codearse es literalmente eso: rozarse levemente el codo al pasar por un pasillo estrecho. Este es el caso de la mayoría de los asistentes, ejecutivos de multinacionales, burócratas, ONGs, políticos de países sin importancia e intelectuales. Vanitas vanitatum.
La misma vanidad atrae a los periodistas, impulsados también por su proverbial curiosidad y fascinación por el secreto. Se les ofrecen las migajas del poder, aunque su verdadera función en la obra es la de transmitir debidamente las consignas y proteger al poder de cualquier publicidad negativa.
Las caras visibles de la organización son burócratas a los que no se exige necesariamente grandes conocimientos ni profundidad intelectual, pero sí otro tipo de talentos, y que, aunque tienen autoridad, no son la Autoridad.
Finalmente están los caballeros del poder oculto, no en balde la invisibilidad era lo que el Anillo Único de Tolkien otorgaba a su Portador. Sus miembros entran en escena canturreando la primera estrofa de una canción de mi admirado Freddie Mercury: Here we are/Born to be Kings/We are the Princes of the Universe. Hablaremos de ellos más adelante.
Davos es una convención numerosa que reúne alrededor de 2.600 personas. La mayoría de ellas son representantes de ricas empresas y fundaciones, aunque cerca del 10% son representantes de agencias de noticias y medios de comunicación, cifra que muestra la importancia conferida a los periodistas como transmisores de las pertinentes directrices.
Han sido participantes habituales los grandes censores globales (Google, Microsoft y Facebook), representantes de la ONU y la UE, unas pocas universidades anglosajonas (especialmente Harvard) y los poderes «filantrópicos» globales, especialmente Bill Gates (Fundación Bill & Melinda Gates, donante del WEF[1]) y George Soros (Open Society).
Por último, dos tercios de los participantes suelen proceder de EE.UU. y Europa, aunque las dictaduras árabes del Golfo Pérsico ostentan una representación desproporcionada respecto a su PIB[2], lo que implica una sugerente intimidad entre los principales productores de petróleo y los promotores del fraude del cambio climático.
La hipocresía de Davos
Una característica del Foro Económico Mundial es su hipocresía: «las reglas son para ti, no para mí». Por ejemplo, propugna la transparencia, pero ellos son los campeones de la opacidad. Con unos ingresos de 360 millones de francos suizos y una plantilla que roza las 800 personas, su Informe Anual no desglosa sus ingresos por donante ni tampoco sus gastos, de los que sólo dan un par de epígrafes sin mayor detalle[3]. Tampoco se encuentra ningún informe de auditoría independiente.
Asimismo, el mismo Foro Económico Mundial que tanto defiende al Estado como «participante» y propone aumentar los impuestos, es una entidad que no paga impuesto alguno más allá de la seguridad social de sus empleados.
Les gusta hablar de diálogo. Sin embargo, en lugar de organizar un debate entre opiniones opuestas (lo que nunca hacen), se involucran en una repetición constante, similar a un mantra, de sus propios eslóganes. También apoyan la censura impuesta por los medios de comunicación, Big Tech y los verificadores de hechos con nombres irrisorios, posiblemente creados por ellos mismos. En realidad, Davos nunca ha defendido verdaderamente la libertad, término que Klaus Schwab apenas menciona en sus libros (y nunca defiende claramente) al mismo tiempo que suele omitir la expresión «propiedad privada».
El último ejercicio de hipocresía del WEF obsesionado con el cambio climático es que, mientras que en sus menús los insectos y las hamburguesas sintéticas probablemente no se encuentren por ninguna parte, pero sí los solomillos, el presidente de Siemens, miembro de la junta del WEF, exige que mil millones de personas en el mundo dejen de comer carne para tener un impacto en el clima[4]. Finalmente, sus asistentes no llegan en coches eléctricos ni en los troncomóviles de los Picapiedra, sino en un hipócrita enjambre de aviones privados altamente contaminantes.
Un deseo de dominación total
¿Quiénes son los que ejercen el poder en las sombras, o mejor dicho, en el crepúsculo? En términos generales, son individuos e instituciones multimillonarios para quienes el dinero ya tiene una utilidad marginal decreciente (pero no el poder) ayudados por un grupo de burócratas ilustrados (o mercenarios). Todos ellos están vinculados por su mesianismo, su complejo de dios y su megalomanía, y su objetivo es privar al hombre del don de la libertad, concepto que desprecian al considerar que sólo ellos, los elegidos, seres superiores, saben lo que debe hacerse.
Políticamente, su modelo de ensueño está mucho más cerca de China que de la democracia, a la que reservan el papel de decidir solo sobre cuestiones irrelevantes mientras que las principales líneas de pensamiento y acción las decide la «élite». Así, en este movimiento globalista, los políticos electos no pertenecen al oficialismo sino a la base. Ellos no mandan; son comandados, pues quienes aspiran a la dominación global no pueden exponerse al escrutinio público ni rotar cada cuatro años. Como bien resume Elon Musk (uno de los pocos que rechazó una invitación para asistir a Davos), «el Foro Económico Mundial se está convirtiendo en un gobierno mundial no electo que la gente nunca pidió y la gente no querría por su naturaleza».
Al igual que Sauron, los forjadores de este Anillo Único globalista sufren de la libido dominandi descrita por San Agustín en el siglo V, es decir, de una lujuria febril por la dominación universal. Su voluntad de poder no conoce límites, pues su proyecto, como veremos, es nada menos que una Nueva Creación en la que rivalizan con el mismo Dios. Sin embargo, a diferencia de Dios, no quieren un ser humano libre capaz de amar, sino un siervo asustado que se limita a obedecer. Por lo tanto, el establecimiento gradual de la Cultura del Miedo en las sociedades occidentales, como lo atestiguan la histeria COVID-19 y el apocalipsis climático, no es una coincidencia.
Debemos entender que consideran una fuerza hostil cualquier estructura de poder ajena a ellos. Por un lado, su vocación globalista hace de las organizaciones supranacionales no electas (como la ONU o la UE) su sistema de gobierno preferido y el Estado-nación su enemigo declarado, por lo que siempre pintan el patriotismo como un nacionalismo radical o fascista.
Por otro lado, también declaran la guerra a la familia, que para ellos es simplemente otra estructura de poder rival que protege a sus miembros y obstaculiza su objetivo de aislar al individuo para controlarlo más fácilmente. Esto explica por qué esta institución secular, una fortaleza fundada sobre una fuerza que no controlan (el amor) y que alguna vez fue considerada inexpugnable, está bajo un asedio diabólico, sujeto a constantes bombardeos, es decir, incitando a la Lucha Sexual (el sustituto de la Lucha de Clases) y la perversa ideología de género, mientras sus muros van siendo minados por ese signo de los tiempos llamado falta de compromiso (concubinato, divorcio exprés, aborto, etc.).
Finalmente, consideran la creencia en Dios y la religión (especialmente el cristianismo) otra estructura de poder hostil, algo natural dado su ateísmo militante, residual en la población general estadounidense y muy minoritaria en Europa[5] pero claramente mayoritaria en este grupo de poder, un punto clave que a menudo se pasa por alto.
La subversión antropológica del Gran Reinicio
Siendo real la agenda de poder mundano antes mencionada, vale la pena detenerse en el trasfondo de la batalla que están librando, que es de naturaleza antropológica. De hecho, el objetivo de los nuevos dioses es recrear el mundo de acuerdo con sus delirios distópicos.
Para lograrlo, su estrategia es primero deconstruir al hombre para luego reconstruirlo. La deconstrucción se logra desdibujando las referencias morales y antropológicas que constituyen su verdadero centro de gravedad, para que, debilitado y sin brújula, pueda convertirse en un títere desmantelado. Así, más allá de los cambios mata-libertades que proponen (sociales, políticos y económicos), su Gran Reinicio es en realidad una Nueva Creación con un Hombre Nuevo, un clon obediente y amoral, un sirviente silencioso y sumiso, sin voz ni voto, que que te digan qué hacer, punto.
Naturalmente, esta distopía, presentada al desnudo, es muy poco atractiva, por lo que para «atraerlos a todos y atarlos en la oscuridad» necesitan usar el engaño prometiendo el aparente opuesto de la servidumbre: el Homo Deus, el hombre-Dios, lo que explica la paulatina imposición del cientificismo en las sociedades occidentales. La ciencia (o, mejor dicho, la pretensión de la ciencia) se ha transformado en un ídolo que permitirá al hombre convertirse en Dios, conocer el futuro y dominar la vida y la muerte, por lo que las enormes limitaciones del conocimiento humano (en clima, ciencia , o medicina) se ocultan sistemáticamente.
El siguiente paso es el transhumanismo, que promete la superación a través de la tecnología de las mencionadas limitaciones humanas (físicas y mentales). Así se explica la campaña mediática que intenta permear, como una lluvia fina y constante, la quimera del inminente descubrimiento del secreto de la longevidad y la inmortalidad, reflejo de una arrogancia que se niega a aceptar el límite ineludible de la muerte.
Una amenaza real para la libertad
La estrategia de quienes mueven los hilos del Foro Económico Mundial es el hecho consumado. Nadie ha debatido ni votado la Agenda 2030, ni el pasaporte COVID-19, ni la ideología de género, ni el suicidio económico incrustado en el bulo del cambio climático, ni la censura infame y generalizada, ni la reducción de la población mundial a toda costa, que es su verdadera obsesión. Estas «ideas» simplemente aparecieron un día como por arte de magia, se apoderaron de los medios y se impusieron como pensamiento único.
Quizás el caso más paradigmático sea el de la UE, el laboratorio por excelencia de la globalidad, cuya autodenominada «élite», que no responde ante nadie y actúa con creciente despotismo, la convierte en el ámbito idóneo para promover estos programas de hechos consumados.
Sin embargo, a pesar del poder evidente que ostentan ostentosamente, debemos mantenernos alejados de la trampa del derrotismo. El mal siempre trata de intimidar aparentando ser omnipotente cuando en realidad esconde una impotencia radical, ya que sabe que puede ganar batallas pero siempre perderá la guerra. Habiendo dicho esto, ¿cuál es la mejor manera de combatirlo?
Dada su preferencia por el secreto y la censura, debemos señalar con el dedo y ponerle el foco para disipar la oscuridad en la que le gusta operar y alzar la voz para romper el silencio que quiere imponer, despojándola de todos sus disfraces seductores y privándolo hasta de sus perfumes, para mostrarlo en toda su fealdad y en todo su hedor.
El Foro Económico Mundial y los poderes detrás de él se están convirtiendo en una parodia de sí mismos y fracasarán por completo en su intento de dominación global tan pronto como sus siniestros y locos delirios salgan a la luz como realmente son. Mientras tanto, sin embargo, debemos estar seguros de que nos enfrentamos a la amenaza más importante a la libertad y la verdad desde los totalitarismos comunista y nazi del siglo pasado. Debemos tomar esta amenaza en serio.
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