Al rebelarse, en medio de un conflicto militar, tratando de conservar para sí mismo los bienes que se le habían confiado, Evgueni Prigozhin puso en peligro la cohesión de su país. El resultado hubiese podido ser dramático, pero todo terminó bien. Sin embargo los servicios secretos occidentales habían previsto lo que podía suceder y cómo podían sacar provecho de la situación. Claro, los servicios especiales rusos también habían hecho sus propias previsiones.
Evgueni Prigozhin deja sus hombres y se marcha a Bielorrusia
Tanto los servicios secretos de Rusia como los de las potencias occidentales venían observando la degradación de las relaciones entre Evgueni Prigozhin y el general Serguéi Shoigú, el ministro de Defensa de la Federación Rusa. Por supuesto, no la interpretaban de la misma manera y sus pronósticos eran diferentes.
Para los servicios secretos occidentales, el «amo del Kremlin» alimentaba la oposición entre el empresario y el ministro, para empujarlos a dar lo mejor de sí mismos. Pero también calculaban que aquella rivalidad no podía menos que agravarse y que, en definitiva, llegaría a dividir las fuerzas rusas en lugar de fortalecerlas. Sería entonces el momento de aprovechar la debilidad de Moscú para iniciar el programa de desmantelamiento de Rusia, trazado desde julio de 2022, utilizando a diversas minorías [1]. Ese es el sentido de la presentación que hizo la CIA ante un selecto grupo de miembros del Congreso sólo días antes de la rebelión de Prigozhin.
Para los servicios rusos, que no se permitían inmiscuirse en la manera como el presidente Putin manejaba aquella rivalidad, era inevitable que la oposición entre Prigozhin y el ministro de Defensa se agravara cada vez más. En algún momento, los oficiales y altos funcionarios contrarios al régimen tomarían posición, no por uno u otro bando sino por un hipotético cambio de sistema. Habría entonces que identificar a esos elementos y prepararse para sacarlos del aparato estatal.
Claro, nadie sabía que Prigozhin actuaría como lo hizo, ni cuándo lo haría. Así que, cuando Prigozhin puso rumbo al cuartel general de Rostov del Don –en la madrugada del 23 al 24 de junio–, nadie sabía todavía si aquello era parte de la prueba de fuerza entre Wagner y el ministerio de Defensa o si estaba sucediendo algo diferente. Sólo en la noche, cuando Prigozhin ya había tomado el control de Rostov del Don (a las 07h30) y había iniciado su marcha sobre Moscú, todos comprendieron que había llegado el momento de actuar[2].
La CIA, el MI6 y el Mossad pusieron entonces en movimiento sus contactos, no sólo en Rusia sino también en las demás repúblicas exsoviéticas que siguen siendo aliadas de Moscú, sobre todo en Bielorrusia, Kazajstán y Uzbekistán, tres Estados donde las potencias occidentales han fracasado, durante los dos últimos años, al tratar de organizar nuevas «revoluciones de colores».
Los dirigentes ucranianos dieron instrucciones al millar de bielorrusos miembros del Batallón Kastos-Kalinowski, que lucha del lado de Kiev, para que se pusieran en contacto con sus familiares en Bielorrusia y los empujaran a tratar de derrocar al presidente bielorruso Alexander Lukashenko. También hicieron exhortaciones idénticas contra los presidentes de Kazajstán, Kassym-Jomart Tokayev, y de Uzbekistán, Shavkat Mirziyoyev. Los contactos de Occidente en Chechenia no parecen haber respondido a las exhortaciones de Occidente.
En Moscú, el presidente Vladimir Putin, después de su alocución —a las 10h—, telefoneó a los presidentes de Bielorrusia, Kazajstán y Uzbekistán —a las 13h30— y les recordó que ellos también habían tenido que enfrentar revueltas estimuladas por los occidentales y que habían logrado salir victoriosos. Les hizo saber que Rusia no daría ni un paso atrás y los invitó a redoblar la vigilancia en sus propios países.
La oposición rusa en el exilio —o sea, la que cuenta con el apoyo de Occidente— llamó a iniciar un «cambio de régimen» en Moscú. El oligarca Mijaíl Jodorkovski, arrestado por evasión de impuestos en 2003, cuando iniciaba una intentona golpista[3], afirmó a través de Twitter que la rebelión de Prigozhin demostraba que Putin podía ser derrocado y que todos debían prepararse para ese momento. Lo mismo hizo el ex-campeón de ajedrez Gary Kasparov, quien en su momento apoyó a Boris Yeltsin. Kasparov parece haber creído que le había llegado el momento de la revancha. Desde su prisión en Siberia, Alexei Navalni proclamó su apoyo al movimiento.
Esos tres individuos —Jodorkovski, Kasparov y Navalni— son las tres principales cartas de Occidente en Rusia. Pero, aunque numerosos medios de difusión internacionales les atribuyen altos índices de popularidad, lo cierto es que ninguno de ellos es popular entre los rusos, no más que los jefes de la oposición proestadounidense en Libia o en Siria, durante las guerras de Occidente contra esos países.
Esos tres personajes denuncian la intervención rusa en Ucrania como una «injerencia imperialista», llaman al cese de las hostilidades y afirman que los dirigentes rusos tendrían que ser juzgados por un tribunal penal internacional. Al inicio de la operación militar especial rusa en Ucrania, fundaron en Lituania un «Russian Action Committee», sin hallar eco en su propio país.
Para sorpresa de todos, la rebelión se terminó aquella misma noche —a las 20 horas, hora local— sin que nadie supiese qué tipo de acuerdo había firmado Prigozhin. Todo sucedió en 18 horas, demasiado poco tiempo para que los servicios secretos de ninguna de las partes lograsen concretar sus objetivos respectivos.
En todo caso, Occidente movilizó a sus agentes bielorrusos. Svetlana Tijanovskaya, la candidata perdedora de la última elección presidencial en Bielorrusia, creó un gobierno en el exilio, como planeaba hacerlo desde el 24 de febrero de 2022 —al inicio de la operación especial rusa. Tijanovskaya fue recibida por las autoridades de la Unión Europea, que sin embargo pusieron especial cuidado en no reconocer su gobierno títere.
Los servicios secretos ucranianos han afirmado que Prigozhin está ahora en la lista de personas por liquidar del FSB ruso. Se trata, evidentemente, de un intento de desinformar —en realidad, el presidente Putin prometió que Prigozhin no será perseguido.
Por su parte, The Moscow Times, diario proestadounidense publicado en Ámsterdam, aseguró que el general Serguéi Surovikin fue arrestado como cómplice de la rebelión de Prigozhin. Surovikin fue simplemente interrogado por el FSB ya que era miembro honorario de Wagner desde que sirvió como comandante de las fuerzas rusas en Siria.
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