PROYECTO PARA UNA GRAN EUROPA

Del Atlántico al Pacífico: «Europa y Rusia juntas podrían convertirse en superpotencia»

Después de la decadencia y desaparición del bloque socialista de Europa Oriental a finales del siglo pasado, se hizo necesaria una nueva visión geopolítica mundial sobre la base de un nuevo foco. Pero la inercia del pensamiento político y la falta de imaginación histórica entre las élites políticas del Occidente victorioso llevaron a tomar una opción simplista: la base conceptual de la democracia liberal occidental, una sociedad de economía de mercado, el dominio estratégico de los Estados Unidos a escala mundial se convirtieron en una única solución ante todo tipo de desafíos emergentes y en el modelo universal que debe ser aceptado por toda la humanidad.

Ante nuestros ojos está surgiendo una nueva realidad: la realidad de un mundo organizado en su totalidad según el paradigma americano. Un influyente think tank neoconservador en los EE.UU. modernos se refiere a él abiertamente mediante un término más apropiado: el «imperio global» (a veces, «imperio benevolente», R. Kagan). Este imperio es unipolar y concéntrico por naturaleza. En el centro se encuentra el «Norte rico», la comunidad atlántica. El resto del mundo (zona de los países subdesarrollados o en desarrollo) está siguiendo la misma dirección y camino que los países centrales de occidente tomaron mucho antes.

En esta visión unipolar, se considera Europa como la periferia de América (la capital del mundo), como cabeza de puente del Occidente americano en el gran continente euroasiático. Europa es vista como parte del Norte rico, no en la toma de decisiones, sino como un socio menor, sin intereses propios y características específicas. Europa, en tal proyecto, se percibe como un objeto y no como un sujeto, como una entidad geopolítica privada de voluntad y de identidad autónoma, de soberanía real y reconocida. La mayor parte de la particularidad cultural, política, ideológica y geopolítica del patrimonio europeo se considera pasada de moda. Todo lo que alguna vez se creyó útil, ya se integró en el proyecto occidental global y lo que queda, se descarta como irrelevante. En tales circunstancias, Europa queda geopolíticamente desnuda, privada de su propio e independiente ser. Siendo geográficamente vecina de regiones con diferentes civilizaciones no europeas y con su propia identidad debilitada o negada directamente por el foco del Imperio Global Americano, Europa puede perder fácilmente su propia forma cultural y política.

Sin embargo, la democracia liberal y la teoría del libre mercado representan sólo una parte del patrimonio histórico europeo, ya que hubo otras opciones, propuestas y temas, tratados por grandes pensadores europeos, científicos, políticos, ideólogos y artistas. La identidad de Europa es mucho más amplia y profunda que algún simple fast food ideológico americano del complejo imperial global, con su mezcla caricaturesca de ultraliberalismo, ideología de libre mercado y democracia cuantitativa. En la época de la Guerra Fría, la unidad del mundo occidental (a ambos lados del Atlántico) tenía la base más o menos sólida de la defensa mutua de valores comunes. Pero ahora este desafío ya no está presente, la vieja retórica ya no funciona. Debe ser revisada y apoyada por nuevos argumentos. Ya no existe un enemigo común claro y real. Una base positiva para un Occidente unido en el futuro es casi totalmente inexistente. La elección social de los países y estados de Europa se encuentra en claro contraste con la anglosajona (hoy americana) por el neoliberalismo.

La Europa de hoy tiene sus propios intereses estratégicos que difieren sustancialmente de los intereses americanos o del foco del Proyecto Global Occidental. Europa tiene su actitud positiva particular con sus vecinos del sur y del este. En algunos casos, los beneficios económicos, los problemas de abastecimiento de energía y de defensa común no coinciden en nada con los americanos.

Estas consideraciones generales nos llevan, como intelectuales europeos preocupados por nuestra patria histórica y cultural, Europa, a la conclusión de que necesitamos desesperadamente de una visión alternativa del mundo futuro, donde el lugar, el papel y la misión de Europa y de la civilización europea sean diferentes, mayores, mejores y más seguros de lo que son dentro del marco del Imperio Global, con características imperialistas demasiados evidentes.

La única alternativa viable en las actuales circunstancias, se encuentra en el contexto de un mundo multipolar. La multipolaridad puede ofrecer a cualquier país o civilización del planeta el derecho y la libertad para desarrollar su propio potencial, para organizar su propia realidad interna de acuerdo con la identidad específica de su cultura y de su pueblo, para proponer una base confiable de relaciones internacionales justas y equilibradas entre las naciones del mundo. La multipolaridad debe basarse en la equidad entre los diferentes tipos de organizaciones políticas, sociales y económicas de estas naciones y estados. El progreso tecnológico y una creciente apertura de los países deben fomentar el diálogo y la prosperidad de todos los pueblos y naciones. Pero al mismo tiempo, esto no debería poner en peligro sus respectivas identidades. Las diferencias entre civilizaciones no tienen que culminar necesariamente en choque inevitable entre ellas, en contraste con la lógica simplista de alguno autores americanos. El diálogo, o mejor, el «poliálogo», es en este sentido una posibilidad realista y viable que todos debemos considerar explotar.


En lo que respecta a Europa y en contraste con otros planes para la creación de algo «grande» en el ya pasado de moda sentido imperialista de la palabra, sea el proyecto del Gran Oriente Medio o el plan pan-nacionalista de la «Gran Rusia» o de una «Gran China», sugerimos, como concretización del enfoque multipolar, una visión equilibrada y abierta de la «Gran Europa» como un nuevo concepto para el futuro desarrollo de nuestra civilización en sus dimensiones estratégica, social, cultural, económica y geopolítica.

La Gran Europa consiste en el territorio contenido dentro de unos límites que coinciden con los confines de una civilización. Este tipo de frontera es algo completamente nuevo, como lo es el concepto de civilización-estado. La naturaleza de estos límites supone una transición gradual, no una línea abrupta. Por lo que esta Gran Europa debe estar abierta para la interacción con sus vecinos del oeste, este o sur.

Una Gran Europa en el contexto general de un mundo multipolar se concibe como rodeada por otros grandes territorios, basando su unidad respectiva en la afinidad de civilización. Entonces, podemos postular la aparición de una Gran América del Norte, una Gran Eurasia, una Gran Asia-Pacífico y, en un futuro más distante, una Gran América del Sur y una Gran África. Tal y como están las cosas actualmente, ningún país (excepto los Estados Unidos) puede darse el lujo de defender su soberanía real contando sólo con sus propios recursos internos. Ninguno de ellos podría ser considerado como un polo autónomo capaz de hacer de contrapeso del poder atlantista. Por tanto, la multipolaridad requiere la integración a gran escala. Podría llamarse una «corriente de globalizaciones» (pero globalización dentro de límites concretos) que coinciden con los límites aproximados de las diferentes civilizaciones

Imaginamos esta Gran Europa como un poder geopolítico soberano, con su propia identidad cultural, con sus propias opciones políticas y sociales (sobre la base de los principios de la tradición democrática europea), con su propio acceso a recursos energéticos y minerales (tomando sus propias decisiones independientes sobre la paz o la guerra con otros países o civilizaciones), todo ello en función de una voluntad europea común y de un procedimiento democrático para la toma de decisiones.

A fin de promover nuestro proyecto de una Gran Europa y nuestro concepto de la multipolaridad, hacemos una llamada a las diferentes fuerzas en los países europeos y a los rusos, americanos o asiáticos para que, yendo más allá de sus respectivas opiniones políticas, diferencias culturales y opiniones religiosas, apoyen activamente nuestra iniciativa, creando en cualquier lugar o región Comités para una Gran Europa u otro tipo de organizaciones que compartan el enfoque multipolar, que rechacen el mundo unipolar y el creciente peligro del imperialismo norteamericano, así como la elaboración de un concepto similar para otras civilizaciones. Si trabajamos juntos, afirmando fuertemente nuestras diferentes identidades, seremos capaces de encontrar un mundo equilibrado, justo y mejor, un Gran Mundo en que cualquier digna cultura, sociedad, fe, tradición y creatividad humana encontrarán su propio y merecido lugar.

LA CUARTE TEORÍA POLÍTICA | Alexander Dugin, páginas 249-253

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