LA TECNOCRACIA COMO OBSTÁCULO A SUPERAR PARA EL ASCENSO DE UN ORDEN MUNDIAL MULTIPOLAR.

 

Artículo de opinión de Catarina Leiroz sobre los planes occidentales de implantar la tecnocracia global y cómo esta agenda podría afectar al ascenso de un mundo multipolar.

La Antigüedad clásica nos dejó una lección muy importante que simplemente ha sido olvidada por la modernidad desde al menos la Ilustración: la democracia —una parte ya decadente del ciclo del desarrollo político, según Platón— precede a la tiranía.

La implantación y expansión de la democracia liberal, la propaganda masiva del progreso tecnológico universal y unilateral a través de las películas de Hollywood, junto con los delirios transhumanistas de las élites globalistas occidentales, llevaban mucho tiempo preparando el terreno para el anuncio de un objetivo claro: el «reseteo» del orden mundial para la implantación de la tiranía y la tecnocracia «verdes» como una especie de «globalismo 2.0».

La «guerra contra el terrorismo» implementada por Estados Unidos tras el 11 de septiembre, junto con su deseo megalómano de ser la policía del mundo, parece haber sido el punto en el que la «democracia» se convirtió en nada más que un eslogan propagandístico sin ningún contenido real. Las constantes invasiones estadounidenses de los países que conforman el Rimland (las fronteras del Heartland de Mackinder, según Spykman) con esta falsa «justificación democrática» así lo demuestran.

La pandemia del Covid-19, por otra parte, fue más significativa para justificar la aplicación de un «Gran Reset» de facto. Klaus Schwab la utilizó como justificación en la 50ª reunión anual del Foro Económico Mundial con el objetivo de reconfigurar la sociedad y la economía para que fueran más «sostenibles». Plandemias como el Covid-19 ya han sido predichas por multimillonarios como Bill Gates, junto con la defensa de la tiranía sanitaria como solución. «Solución» siempre acompañada, por supuesto, de datos de alta tecnología. Sin embargo, las élites occidentales no previeron el inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania, que sin duda afectó y retrasó sus proyectos.

Como es bien sabido, la conquista del Heartland (que es el centro de la «Isla Mundial» en la teoría de Mackinder) es sin duda uno de los principales objetivos geopolíticos de Occidente. Con esta conquista en mente, Occidente se esforzó por difundir la mentalidad rusófoba y neonazi entre los vecinos de Rusia, creando hostilidades, conflictos y desestabilización. Con ello, las élites y los estrategas occidentales esperaban impedir el ascenso de Rusia como potencia regional en el espacio postsoviético de Eurasia.

Incluso hay razones fundadas para creer que Occidente planeaba impulsar esos planes geopolíticos antirrusos mediante la guerra biológica. No es casualidad que Washington mantuviera sus biolaboratorios militares en Ucrania durante mucho tiempo antes de que Rusia interviniera. Según las conclusiones del Comité de Investigación ruso, el plan de EE.UU. con los biolaboratorios consistía en crear una especie de «arma biológica universal», desarrollando patógenos capaces de afectar a personas, animales y cultivos agrícolas en territorio y fronteras rusas. Con ello, los estrategas occidentales esperaban, al parecer, neutralizar a Rusia como Estado y avanzar en sus planes globalistas y tecnocráticos.

Sin embargo, Rusia reaccionó militarmente, y ahora Occidente parece contar con la derrota de Moscú para que el globalismo 2.0 pueda lograrse finalmente, sólo que esta vez por medios militares. Por eso la OTAN envía sistemáticamente armas a Ucrania y fomenta conflictos en otras regiones de influencia rusa, además de intentar iniciar un conflicto en Asia-Pacífico con China, el principal aliado de Rusia.

Desde el punto de vista occidental, derrotar a Rusia es una necesidad para el éxito de la agenda globalista. Sin embargo, si Rusia vence, estos planes fracasarán y la consecuencia inmediata será el establecimiento de un orden mundial multipolar, lo que el filósofo ruso Alexander Dugin denominó el «Gran despertar» en contraposición al «Gran reinicio».

Sin embargo, mientras Occidente tiene problemas para «neutralizar» a Rusia, derrotar la hegemonía occidental tampoco es tarea fácil para Moscú y las potencias multipolares. Las dificultades son muchas, más aún teniendo en cuenta la existencia de tecnologías de vigilancia y datos en manos de empresas prooccidentales como Google, Apple, Microsoft, Meta, Amazon. El complejo Big Tech es un importante activo estadounidense y actualmente trabaja al servicio de la agenda del Gran Reinicio.

Además del probable espionaje global que llevan a cabo estas empresas (con la recogida de diversos datos, incluidos audio y vídeo de usuarios sin consentimiento), su capacidad para la propaganda, la guerra de la información y la influencia sobre las masas es absolutamente innegable. Por tanto, sería analíticamente ingenuo hablar del auge de la multipolaridad sin mencionar estos poderosos obstáculos que hay que superar.

La solución, sin embargo, no debe residir en la competencia tecnocrática. No se puede jugar el juego del enemigo para evitar caer en el mismo paradigma occidental. El eje no occidental no debe tragarse la idea de la digitalización total de la sociedad. Rusia, China y otras potencias multipolares deben oponerse firmemente a la implantación de dinero y documentos exclusivamente electrónicos (como proponen algunos), así como evitar sumarse a cualquier pacto global establecido en la línea de la agenda del Gran Reinicio y la profecía de Klaus Schwab sobre «no tener nada y ser feliz». Precisamente con la decisión soberana de decir «no» a las pretensiones occidentales será posible alcanzar plenamente la multipolaridad.

En verdad, se trata de pasos difíciles de dar. Existe un riesgo, sobre todo para los países en desarrollo que dependen exclusiva o casi exclusivamente de la tecnología estadounidense y occidental. Sin embargo, mi objetivo no es proponer la utopía de un mundo anterior a la alta tecnología, ya que obviamente no es algo que pueda llevarse a la práctica. La tecnología ha alcanzado un nivel tan alto que no puede —ni debe— ser ignorada. Por lo tanto, debe ser tratada con absoluta responsabilidad por los distintos pueblos del mundo. La propuesta de «soberanía tecnológica», puesta en práctica de forma bien planificada y responsable, es un paso interesante hacia la independencia de las redes tecnológicas bajo control occidental.

Ya tenemos algunos casos de países importantes que han optado por seguir el camino de la soberanía tecnológica, siendo los principales Rusia, China e India. Por ejemplo, la gran mayoría de los países del mundo dependen exclusiva o parcialmente del GPS estadounidense. Pero Rusia y China son ejemplos de soberanía en este sentido, ya que ambos disponen de sistemas de posicionamiento, navegación y geolocalización por satélite totalmente nacionales (GLONASS y Beidou, respectivamente). En la misma línea, India se encuentra en un proceso muy avanzado de obtención de sistemas independientes de alta tecnología, dependiendo cada vez menos del GPS estadounidense. Además, estos tres países también son entusiastas en otras áreas, como el desarrollo aeroespacial, invirtiendo en alta tecnología con claros fines soberanos.

Como puede ver, esta vía parece la más realista en la coyuntura actual. Mientras se trabaje sin pretensiones ni agendas ideológicas universales, sino al servicio de cada pueblo dentro de los límites impuestos por su propia cosmovisión cultural, religiosa e histórico-civilizatoria, la tecnología recuperará el estatus de herramienta subordinada al hombre, y no al revés.

Para que esto ocurra, sin embargo, es muy necesaria la cooperación entre los países que quieran formar parte de los futuros polos del mundo multipolar. Ejemplos de ello son —una vez más— Rusia y China, que han mostrado esta voluntad de solidaridad, especialmente con los países africanos, proporcionándoles ayuda técnica, financiera y militar para que puedan alcanzar una verdadera soberanía. En otras palabras, es necesario impulsar la cooperación internacional para que los países alcancen un desarrollo tecnológico suficiente para lograr sus objetivos nacionales, rechazando cualquier tipo de agenda global.

Por lo tanto, es imperativo que los países busquen la independencia y la soberanía y no teman asumir riesgos. De lo contrario, seguirán estando a merced de lo que dicten las élites comprometidas con la tiránica agenda tecnocrática occidental.

Fuente: Catarina Leiroz

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