ALTERNATIVAS EN LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA


En 1976 el destino de España se jugó, sin que casi nadie lo percibiera claramente, en torno al paso de las vías franquista y antifranquista a la democracia. La primera consideraba legítima e históricamente necesaria la «era de Franco», por cuanto había salvado al país de la disgregación y la sovietización, y había creado una sociedad moderada y próspera, ajena a los odios y la miseria que destruyeron la república. Pero para esas fechas el franquismo estaba en descomposición, de modo que podría decirse que «moría de éxito». Fue un año de amplias libertades políticas prácticas y de masivas movilizaciones de la izquierda en demanda de «libertad», amnistía y autonomías.

La vía antifranquista se articulaba en torno a dos organismos: la Junta llamada «democrática», articulada en torno al Partido Comunista, la más totalitaria organización política de la historia de España, aunque apostase a una provisional «democracia burguesa»; y la Plataforma también «democrática», en torno al PSOE, probablemente el partido más corrupto de nuestra  historia y que, al contrario que los comunistas, ni siquiera había hecho oposición reseñable al franquismo…, pero que enarbolaban un antifranquismo y anticapitalismo más extremos que los del PCE. Se asociaban a ambos partidos «demócratas», diversos grupúsculos y personajes irrelevantes dispuestos a hacer carrera política en las nuevas condiciones. Y presionaban también grupos separatistas cuya debilidad les hacía presentarse como meramente autonomistas.

Todos ellos negaban legitimidad al franquismo y se la adjudicaban, por el contrario, a los derrotados en la guerra civil, es decir, al Frente Popular. El cual había destruido la república pero era presentado como «el bando republicano y democrático», en flagrante usurpación o falsificación histórica. Aceptada también por sus contrarios (¡hasta hoy!). Por lo tanto, la democracia debía «romper» con el franquismo y partir del Frente Popular, habiendo sido este, precisamente, una alianza entre sovietizantes (PSOE y PCE principalmente) y separatistas catalanes y vascos. Alianza que por sí misma explica el sentido de la guerra civil..., pero a ella correspondería la legitimidad.

En contra de unos y de otros había grupos decrecientes que creían poder mantener el franquismo, y terroristas de izquierda (ETA, GRAPO, FRAP y otros) que tachaban al PCE y al PSOE de traidores a los principios revolucionarios y al propio Frente Popular, por aceptar una democracia «burguesa»,  aunque fuera provisionalmente Estos grupos recurrieron al terrorismo y causarían al nuevo régimen daños graves, pero no decisivos.

La vía franquista constó de dos fases: la autodisolución de sus Cortes en noviembre, y, en diciembre, un referéndum que reconociera el paso a la democracia «de la ley a la ley», es decir, desde la legitimidad del franquismo. La oposición, unida en la llamada «Platajunta», se  volcó contra esa vía mediante una huelga general, que fracasó por completo, seguida de una campaña de boicot al referéndum, que repitió el fracaso. Y el GRAPO propinó al proceso el golpe más fuerte y violento, prolongado durante dos meses. Nada de ello impidió que la vía franquista a la democracia fuese votada por la  inmensa mayoría de la población, ante todo porque esa mayoría estimaba positiva o muy positivamente tanto al franquismo como a la figura de su Caudillo. Lo habían vivido y ninguna «memoria histórica» podía entonces confundirlos.

Esta vía fue diseñada por Torcuato Fernández Miranda, ex secretario general del Movimiento, el teórico —pero no real— partido único del franquismo. Y fue seguida (y pronto desvirtuada parcialmente)  por Suárez, también ex secretario del Movimiento y hombre de escasa enjundia intelectual y política. Y  por Juan Carlos, designado rey directamente por Franco. Y respaldada o aceptada por la gran mayoría de políticos y militares  del régimen. Cuando hablamos de la transición, hablamos de dicha vía franquista, triunfante entonces sobre la opuesta.

Entender lo que ocurría en 1976 permite entender la evolución posterior, que puede resumirse así: Pese a que su derrota obligó a los antifranquistas a adaptarse a los hechos, nunca dejaron de basar su estrategia en negar el franquismo y legitimar al Frente Popular (al que confundían intencionadamente con la República). Acometieron, pues, una intensa labor de falsificación histórica, que en sí misma socavaba la democracia surgida evidentemente del franquismo. Labor posibilitada por dos factores: el fracaso, ya muy anterior, del franquismo en la universidad, en la que se habían impuesto en gran medida los comunistas, muchos de ellos pasados oportunamente a socialistas; y por la presión ideológica de algunos países europeos que habían apoyado al terrorismo en España y a los que el franquismo había desafiado con éxito  durante casi cuarenta años.

A estos dos factores, universidad y presión exterior, se unió en la propia derecha ex-franquista el dominante sector democristiano, ansioso de distanciarse del anterior régimen y de hacer olvidar su pasado (que le recordaban con fruición sus contrarios). Y ello pese a que aquella tenaz falsificación de la historia corroía la legitimidad y las bases mismas de la transición. Bases, no obstante, lo bastante fuertes para resistir largo tiempo, debido a la inercia de la nueva sociedad creada por el franquismo. La derecha fabricó una versión paralela, igualmente falsaria, según la cual la transición, la democracia y la monarquía nada debían al franquismo, siendo producto de una concordia entre demócratas ex-franquistas (democristianos salidos del Concilio Vaticano II) con los demócratas de la Platajunta.

El proceso llegó a un momento crucial en 2002, cuando el PP condenó el 18 de julio, es decir, el franquismo. Con ello negaba el referéndum de diciembre de 1976, otorgando implícitamente la legitimidad al Frente Popular, quitándosela por tanto a la transición y poniendo en cuestión desde la monarquía hasta la unidad de España. Lo que ha ocurrido después (rescate de la ETA, gran impulso a los separatismos, leyes de memoria o de género contra la democracia, etc., hasta el golpismo actual), viene a ser la consecuencia lógica de aquella condena. Consecuencia a su vez de la inanidad intelectual del PP combinada con el oportunismo democristiano (recuérdese, también eran democristianos los separatistas vascos y catalanes).

Incidentalmente: solo unos pocos francotiradores nos opusimos a aquellas derivas. Que mucha gente sentía o sospechaba la falsedad de la historia impuesta por la izquierda y aceptada o complicada por la derecha, quedó de relieve con el éxito de mi libro Los mitos de la guerra civil, que realmente asustó a unos y a otros y ha conducido al intento de imponer las versiones chequistas del pasado por ley totalitaria y creciente silenciamiento de los disidentes. Algo que muchos ven como hechos secundarios y casi anecdóticos, con escasa influencia actual y real, cuando condensan todo un programa político golpista contra la unidad de España y la democracia, como corresponde a los herederos del Frente Popular. Y  complicado ahora con la llamada agenda 2030. El pueblo debe saberlo y reaccionar.  

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