El caso de Georges Ibrahim Abdallah

Nuestro amigo y colaborador libanés, Hassan Hamadé, quien participó personalmente en la mediación del arzobispo Hilarion Cappuci en favor de la liberación del combatiente Georges Ibrahim Abdallah, aporta su testimonio sobre la lucha de este militante libanés por la causa palestina.

Georges Ibrahim Abdallah

El militante libanés Georges Ibrahim Abdallah pasó 41 años bajo régimen de aislamiento en las cárceles de Francia, acusado de crímenes que no cometió.

El caso montado alrededor de Georges Ibrahim Abdallah fue una enorme falsificación, política y mediática orquestada por las autoridades de Francia y por las fuerzas políticas de este país. Georges Ibrahim Abdallah fue presentado a un jurado francés sordo y ciego, totalmente acondicionado para no ver ni escuchar otra cosa que los gritos y lamentos de los familiares de las víctimas de los atentados de 1986 en París, mientras que públicamente se decía: «Dejad que esta “justicia” se exprese, ella es fiel a la divisa de la República: Libertad. Igualdad y Fraternidad».

La situación de Georges Ibrahim Abdallah recuerda la de los primeros cristianos que las autoridades imperiales romanas ponían ante las fieras hambrientas en el Coliseo… mientras que el público aplaudía.

Fue exactamente eso lo que le sucedió a Georges Ibrahim Abdallah, militante palestino-libanés, nacionalista, internacionalista, un hombre profundamente humano, defensor de los oprimidos de la tierra.

Las autoridades francesas lo arrestaron en 1984, a raíz de los atentados que habían costado la vida a 2 diplomáticos —un diplomático estadounidense y otro israelí— abatidos a tiros en París, en 1982: el agregado militar adjunto de la embajada de Estados Unidos, Charles Ray, y el segundo consejero de la embajada de Israel, Yaakov Bar-Simentov.

Georges Ibrahim Abdallah no tenía nada que ver con aquellos atentados. Naturalmente, él negó toda responsabilidad, subrayando que nunca negaría un acto que realmente hubiese cometido, sobre todo si lo hubiese cometido guiado por principios morales y políticos. Los investigadores se vieron entonces ante un tipo de hombre que nunca antes habían conocido —de una gran cortesía, suave como la seda y al mismo tiempo duro como el acero. Desde el primer momento, Georges Ibrahim Abdallah no dudó en decir a los investigadores que para él aquellos atentados eran parte de una lucha legítima de resistencia. Era una manera de decirles: «Sería un honor, pero no fui yo».

Los guardianes de la «justicia», sus superiores y quienes los manipulaban desde la sombra comprendieron entonces que había que destruir a un revolucionario de su estatura, íntegro e inquebrantable. Y decidieron pisotear la ley, acusarlo injustamente y meterlo en la cárcel por el resto de su vida. Pero sólo lograron convertirlo en un ejemplo, porque George Ibrahim Abdallah es indomable.

Entendieron algo: él los conocía a ellos mejor que ellos a él. Y sintieron ante él un complejo de inferioridad, acentuado por la claridad del compromiso de aquel hombre, por la fuerza de su voluntad y por el brillo de sus sentimientos. Un ser «extraño», decían…

LOS ATENTADOS DE PARÍS, EN 1986
En París, el año 1986 estuvo marcado por múltiples atentados. Y dijeron que este hombre tenía forzosamente algo que ver con la organización revolucionaria responsable de aquellos hechos. Y si nada demostraba su implicación… ¡no importa! Igualmente le echarían encima las acusaciones, aunque hubiese que ignorar la ley, para impedir que Georges Abdallah escapara a las garras del sionismo. Y si la ley no bastaba, habría que pisotearla.

Basta con recordar aquí el papel espantosamente manipulador de los medios franceses en el acondicionamiento de la opinión pública, dando un aspecto de legitimidad a una forma de «justicia popular» que recordaba las horas más sombrías de la Revolución Francesa —la madre de todas las revoluciones sangrientas—, una justicia callejera que impuso su sentencia a los tribunales. Y la calle resonaba con los gritos de las víctimas y de sus familias, siguiendo la pauta marcada por la propaganda sionista que los medios difundían sin filtro.

De esa manera, los expedientes fueron voluntariamente mezclados en la mente de un público adoctrinado. Georges Ibrahim Abdallah se vio así en medio de todas las acusaciones, en el centro de la arena. La persecución policial, el acoso y las sospechas comenzaron a ahogar a los extranjeros, juzgados según el color de su piel. Una segregación racial flagrante se instaló en las calles y los lugares públicos. Se impuso el terrorismo de Estado —oficial y organizado. Los partidos políticos, sus jefes y sus asociaciones se lanzaron entonces en una competencia abyecta. El que más ruidosamente acusaba al «enemigo de la humanidad», Georges Ibrahim Abdallah, marcaba más puntos en la batalla entre los politiqueros.

EL «ENEMIGO DE LA HUMANIDAD»
Era la época en que empezaban a caer las líneas rojas entre el este y el oeste. La Unión Soviética, con Mijaíl Gorbachov a la cabeza del Partido Comunista, iniciaba grandes reformas estructurales, la famosa perestroïka, acompañada de la glasnost («transparencia»). Aquellas reformas precipitarían el derrumbe de la URSS y de todo su sistema de alianzas.

Mientras tanto, se imponían las guerras:

• En Afganistán, donde Occidente apoyaba por todos los medios a los muyahidines contra el ejército soviético, que había penetrado en el país a finales de 1979. Los fondos árabes financiaban aquel esfuerzo militar. Los medios occidentales elogiaban a aquellos «combatientes de la libertad», mientras que los señores de la guerra, como Ahmad Shah Massud, alias el «León de Panchir», eran presentados como héroes en la prensa parisina. La religión islámica no parecía incomodar a los occidentales… con tal de que el llamado a la yihad apuntara contra la URSS.

• Paralelamente, la guerra entre Irán e Iraq, iniciada en 1980 por el ataque Sadam Hussein contra Irán, estaba en su apogeo. Occidente se alineaba unánimemente del lado de Bagdad, financiándolo, armándolo, supervisando sus campañas militares, con el respaldo financiero de las monarquías del Golfo Pérsico. Irán había cometido el crimen más «imperdonable»: romper con Israel, posicionarse como líder del antisionismo y convertir la embajada de Israel en Teherán en embajada de Palestina. Había que castigar a Irán y así comenzó la campaña «Qadissiyat Saddam». En aquel contexto, los anglosajones reavivaron el viejo conflicto —surgido hace 1400 años— entre los musulmanes sunitas y los musulmanes chiitas, conflicto que los anglosajones sabían prometedor para sus propios intereses.

El «Qadisiyah Saddam», el superyate que el presidente iraquí Sadam Hussein se hizo construir para competir con sus amigos sauditas.

INSULTO CULTURAL A OCCIDENTE Y SUMISIÓN POLÍTICA
O sea, cada guerra tenía su «yihad», cada combate tenía sus «muyahidines». Aquella yihad se apoyaba en 2 pilares contradictorios pero íntimamente vinculados: la hostilidad cultural hacia Occidente y, simultáneamente, la dependencia política hacia él. Una verdadera esquizofrenia alimentada por Occidente mismo.

Mientras se agravaban las guerras en Afganistán y en el Golfo Pérsico, Israel emprendía —en 1982— su agresión contra Líbano y llegaba hasta Beirut, provocando así el nacimiento de una resistencia frente a la ocupación. Así surgió el Yumhuriyat al-Muqawama al-Wataniyya al-Lubnaniyya (el «Frente de Resistencia Nacional Libanesa»), y después Hezbolá, surgido del movimiento Amal, fundado por el imam Mussa Sadr, misteriosamente desaparecido después de haber sido traicionado por los suyos. Hezbolá se convirtió rápidamente en una de las fuerzas de resistencia más poderosas del mundo, cercana a Irán.

GEORGES IBRAHIM ABDALLAH,
SÍMBOLO DE AQUELLAS LUCHAS
Georges Ibrahim Abdallah es resultado de la conjunción de todos aquellos contextos, vinculados entre sí, con Palestina como columna vertebral.

Vinieron después los atentados violentos en pleno París, que sacaron a la luz el papel malsano de la clase política francesa en aquella «partida macabra». Todos [los políticos franceses] trataron de sacar partido de aquella importante crisis en materia de seguridad utilizándola a su favor en la lucha política, oponiendo una derecha dura a una izquierda socialista totalmente sumisa ante Israel.

En 1986, Francois Mitterrand terminaba la primera mitad de su mandato presidencial —iniciado en 1981. Pero después de la derrota de los socialistas y los comunistas en las elecciones legislativas de 1986, el poder ejecutivo quedó en manos de la derecha: Jacques Chirac volvía al cargo de primer ministro.

Francia entró entonces en la fase de «cohabitación» —un presidente socialista [cohabitaba] con un primer ministro de derecha, fuertemente hostil al presidente. La Constitución de la Quinta República Francesa, hecha a la medida de Charles de Gaulle, pone las riendas del ejecutivo en manos del primer ministro en cuanto a los asuntos internos, limitando el papel del presidente a la diplomacia y la defensa.

Los atentados de diciembre de 1985 y septiembre de 1986 se convirtieron en el tema de seguridad más sensible. El presidente Mitterrand y el primer ministro Chirac se disputaban ya la elección presidencial de 1988. Cada uno de ellos contaba con el apoyo de redes financieras y diplomáticos poderosos, incluso en el mundo árabe.

GEORGES IBRAHIM ABDALLA, REHÉN DE LAS
MANIOBRAS DE LOS POLITIQUEROS FRANCESES
El caso de Georges Ibrahim Abdallah, utilizado por cada bando, se convirtió entonces en eje de las rivalidades y excesos políticos franceses. Y, en ambos casos, era el lobby sionista, poderoso y transversal, el que manejaba los hilos. Ese lobby controla desde hace mucho los centros de decisión en Francia y actúa por encima de las diferencias de las tendencias partidistas.

Su agenda es clara: mantener la sociedad en estado de movilización permanente contra Palestina y contra toda persona —ciudadano, intelectual, militante o artista— que muestre algún tipo de simpatía por la causa palestina. No es casualidad que el poder real en Francia se haya desplazado de las instituciones republicanas hacia firmas del mundo de la finanza, en lo que constituye un golpe de Estado silencioso orquestado en enero de 1973.

En aquel momento, el presidente francés Georges Pompidou —ex director del banco Rothschild— y su ministro de Finanzas, Valery Giscard d’Estaing, impusieron discretamente una ley que prohíbe al Banco de Francia emitir la moneda nacional para financiar el Estado. Esa prerrogativa fue transferida a bancos privados… como el banco Rothschild, como se hizo en Estados Unidos en 1913. Los iniciados llamaron aquella medida «Ley Pompidou-Giscard-Rothschild».

Aquel cambio abrió el camino a la oligarquía financiera, facilitando que intereses privados tomaran control del Estado y reduciendo la soberanía popular al rango de simulacro. Obsérvese de paso que el actual presidente, Emmanuel Macron, fue —él también— cuadro en el banco Rothschild, perpetuando esa tradición.

En el marco de esa lógica, Georges Ibrahim Abdallah es visto en los círculos sionistas como la viva encarnación de Palestina y, por consiguiente, como un hombre al que hay que eliminar —no físicamente sino moralmente, políticamente, judicialmente. Georges Ibrahim Abdallah es la encarnación de lo que Occidente quiere erradicar: la dignidad que resiste.

Eso hace imposible contar con el buen sentido, con la ley o simplemente con la razón en un clima donde los medios instrumentalizan la emoción colectiva, donde la «búsqueda de terroristas» sirve de pretexto para perseguir exclusivamente a los extranjeros, prioritariamente a los musulmanes.

Volvemos entonces a los métodos de la Francia de Vichy[1]: la delación, la sospecha y la creación de fichas de «sospechosos». Hasta los judíos antisionistas, hostiles a Israel, encuentran las mayores dificultades para publicar sus escritos, que denuncian las similitudes entre el comportamiento del Estado francés y el régimen de Vichy. Esos escritos son objeto de la censura. La policía francesa de hoy a menudo trae a la memoria el celo de los policías franceses que perseguían a los judíos junto a la Gestapo.
[1] La ciudad francesa de Vichy fue la sede del gobierno francés de colaboración con la Alemania nazi. Nota del Traductor.

En aquel contexto, la exageración política alcanzó máximos. El Partido Socialista no vacilaba en avivar las brasas, con la esperanza de hacer caer el gobierno de derecha y de garantizar así la elección de Mitterrand y el regreso de sus redes al poder.

El imam Ruhollah Khomeini y monseñor Hilarion Capucci

MEDIACIÓN DEL ARZOBISPO CAPUCCI Y
DUPLICIDAD DEL ESTADO
Ante una situación explosiva en el plano de la seguridad y temiendo perder sus posibilidades en la elección presidencial de 1988, Jacques Chirac y su entorno político deciden, basándose en los informes de los servicios de inteligencia, que había que buscar una solución… en el extranjero. Más exactamente, designaron un «enemigo oficial» de Francia —Siria— como, paradójicamente, la única capaz de frenar las organizaciones mencionadas en los informes de seguridad.

Pero, en aquella época, las relaciones franco-sirias estaban en su punto más bajo desde las luchas de los años 1940 por la independencia. Así que era necesario hallar un mediador que tuviese el respeto de todos, capaz de hablar con Siria pero manteniendo cierta proximidad con Occidente. El elegido fue monseñor Hilarion Capucci, exarzobispo de Jerusalén, conocido por su compromiso con la causa palestina, hombre respetado tanto en Teherán, como en Damasco y en todo el Magreb y ya reconocido por su exitosa negociación entre Teherán y Washington alrededor de los rehenes estadounidenses y por haber entregado personalmente a la Cruz Roja, en Ginebra, los cuerpos de los soldados estadounidenses muertos en la fracasada operación de Tabas[2].
[2] El autor se refiere a la operación «Eagle Claw» de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos. Nota de la Redacción.

Una noche, sonó el teléfono en el modesto apartamento de monseñor Capucci, en Roma. Al otro lado de la línea:

—«Soy Robert Pandraud, ministro de Seguridad de la República Francesa».

Después de algunas fórmulas de cortesía, el ministro francés entró directamente en materia.

—«Los atentados de París, los asesinatos, Georges Ibrahim Abdallah, la amenaza de nuevos baños de sangre… La República Francesa cuenta con usted para salvar vidas».

Fiel a sus principios, el arzobispo Capucci aceptó el papel de mediador y llamó inmediatamente a dos de sus próximos colaboradores (incluyendo al autor de este texto):

—«Mañana a las 13 horas aterrizo en el aeropuerto Charles de Gaulle. Estén allí. Más detalles, mañana».

Al día siguiente, en el aeropuerto parisino, monseñor Capucci no salió con los demás pasajeros. Después de una larga espera, un agente de seguridad se acercó a los colaboradores que lo esperaban:

—«Ustedes esperan al monseñor, ¿cierto? Ya está en París. Él los llamará».

La llamada llegó a las 8 de la noche. Monseñor Capucci había sido llevado discretamente a una residencia privada, pero rechazó la propuesta de ser alojado en la residencia de honor y prefirió quedarse en un alojamiento modesto. Precisó entonces:

—«Somos un equipo de 3 personas. Y mañana solicitaré a los ministros Charles Pasqua y Robert Pandraud que me autoricen a visitar a Georges Ibrahim Abdallah en la cárcel, como condición previa para cualquier mediación seria entre París y Damasco. Después de lo que ya he visto con los estadounidenses ya no confío en promesas verbales».

Al día siguiente, el ministro Pandraud, muy incómodo, presentó excusas por la ausencia del ministro Pasqua, supuestamente ocupado con «asuntos de Estado». Pandraud criticó violentamente a la oposición socialista, acusada de anteponer sus intereses electorales a la seguridad nacional. Insistió en el carácter confidencial de la visita y en la necesidad de observar el más absoluto secreto para evitar que la misión fracasara.

Pero el ministro Pasqua nuevamente brilló por su ausencia. En realidad, Pasqua había prometido públicamente a la opinión pública francesa que nunca negociaría con terroristas, ni directa ni indirectamente, y temía que la revelación de aquella mediación acabara con la credibilidad del gobierno y con sus ambiciones personales.

Pero la noticia de la presencia de monseñor Capucci en París se filtró a los medios vinculados al lobby sionista, provocando pánico en el equipo de Jacques Chirac. La izquierda socialista, bajo la dirección de Mitterrand, aprovechó la oportunidad para acusar el gobierno de «negociar secretamente con los terroristas responsables del derramamiento de sangre francesa», llegando incluso a designar a Capucci como «el obispo terrorista». Los ataques mediáticos se hicieron cada vez más violentos y al segundo día ya llovían los insultos.

Ante aquella presión, el ministro Pandraud cedió y aceptó la condición que había planteado el prelado: poder visitar a Georges Ibrahim Abdallah en la prisión de La Santé, a pocos cientos de metros del modesto apartamento que ocupaba Capucci, en la calle Arago, del 14º distrito de París.

EL ENCUENTRO EN LA PRISIÓN DE LA SANTÉ, 
LA PERSONALIDAD DE GEORGES ABDALLAH 
CONQUISTA A MONSEÑOR CAPUCCI EL 
ABOGADO VERGES
El día de la visita, personal del protocolo francés acompañó al arzobispo Capucci a la prisión de La Santé, en un barrio residencial de París. Y se produjo un hecho «accidental»: los vehículos oficiales, con los girofaros encendidos y haciendo sonar sus sirenas, se detuvieron justo frente a las oficinas de la agencia Gamma, una de las agencias de fotos y televisión más importantes del mundo. Los periodistas pudieron ver con sus propios ojos a monseñor Capucci abordar el auto que lo llevaba a la prisión.

Aquello no era precisamente un «error». Los sionistas infiltrados en las oficinas de los ministros Pasqua y Pandraud habían montado deliberadamente aquella grieta en la seguridad, alimentando así el fuego mediático. Enseguida estalló la polémica, según la cual, a pesar de sus promesas, la derecha estaba «pactando» con grupos extremistas.

Pero el encuentro entre Georges Ibrahim Abdallah y monseñor Capucci tuvo lugar. Se reunieron así dos combatientes que luchaban por una misma causa: Palestina.

Antes de verse habían intercambiado algunas palabras por escrito. Ya en persona, hablaron en voz baja, debido a la existencia de 2 peligros:
1. La presencia de sofisticados dispositivos de escucha y
2. de cámaras que permitían leer los labios, procedimiento del que monseñor Capucci había oído hablar en el momento del encuentro del papa Juan Pablo II y Mehmet Alí Agca, en la prisión romana de Rebibbia.

Al terminar su visita, monseñor Capucci estaba muy impresionado y dijo a sus colaboradores:

«Georges es inocente. Inocente. Inocente. Es una de las personalidades más excepcionales que he conocido nunca. Me ha impresionado profundamente».

Del lado del gobierno [francés], el dúo Chirac-Pasqua se daba cuenta de que estaba perdiendo pie. La situación se les escapaba de las manos y la manipulación política se volvía contra ellos.

Los observadores lúcidos de aquella época vieron entonces toda la bajeza de la clase política occidental, dispuesta a pisotear la ley, los derechos fundamentales y los principios morales en nombre de intereses partidistas o financieros. Sin escrúpulos ni lealtad. Hasta los intereses estratégicos de la nación podían ser sacrificados ante las ambiciones personales.

En primer plano, el abogado Jacques Verges, con su cliente y amigo Georges Ibrahim Abdallah

TRAICIONES EN SERIE, SE PONE DE MANIFIESTO 
LA DUPLICIDAD DE FRANCIA
Hecho revelador: Roland Dumas, ex ministro de Exteriores y amigo personal de monseñor Capucci —incluso había participado en su defensa cuando el prelado fue llevado a los tribunales en Israel—, se negó a apoyar la mediación. ¿Por qué? Porque quería garantizar la reelección del presidente Francois Mitterrand, para convertirse él nuevamente en ministro. Y traicionó tanto a su amigo Capucci como sus propios principios.

El abogado Jacques Verges, uno de los más célebres abogados penalistas del siglo XX, aceptó asumir la defensa de Georges Ibrahim Abdallah. Y también se sintió fuertemente impresionado por la personalidad de su defendido. Un día dijo a Capucci y al autor de este texto:

«No estamos enfrentándonos a instituciones o gobiernos. Son mafias. Y la oposición [el Partido Socialista] está dispuesta a hacer correr ríos de sangre con tal de favorecer sus intereses».

Otro incidente vino a confirmarlo. Yves Bonnet, exdirector de la DST [la inteligencia interior de Francia], contó al periodista Bassam Kantar que había llegado a un acuerdo con el jefe de la inteligencia argelina, Lakhal Ayat, para obtener la liberación de Georges Ibrahim Abdallah. Pero, cuando regresó a Francia, sus superiores lo contradijeron brutalmente: «No, el acuerdo no funciona. Olvídelo».

Todo eso muestra hasta qué punto el expediente de Georges Ibrahim Abdallah es un caso de escuela en materia de injusticia y de manipulación mediática. Todo aquel que ha tenido la oportunidad de conocer a George Ibrahim Abdallah ha sentido hacia él admiración y respeto.

Pero, a pesar de todo, a lo largo de más de 25 años, el Departamento de Estado de Estados Unidos ha ejercido sistemáticamente presiones sobre la justicia francesa para impedir su liberación, pisoteando así, una y otra vez, la separación de poderes en la «patria de los derechos humanos y de las Luces».

Georges Ibrahim Abdallah está pagando —todavía hoy— el precio por su comportamiento digno y su compromiso por Palestina. Él sostiene esa causa con la nobleza de sus posiciones. Es un mártir viviente.

EL EMISARIO DE FRANCIA PARA HAFFEZ EL-ASSAD,
UN SABOTAJE ORGANIZADO
A aquellas alturas, los dirigentes de Francia ya actuaban como si no les importara el interés nacional de su propio país.

Primero trataron de convencer a monseñor Capucci para que viajara a Damasco para pedir al presidente de Siria, Haffez el-Assad, que interviniera para «frenar las organizaciones extremistas» vinculadas a la causa de Palestina. El arzobispo se negó categóricamente y dijo al ministro francés Padraud:

«¿Qué me garantiza que ustedes van a respetar sus compromisos con Assad, si él les tiende la mano a ustedes? Yo he aprendido a no confiar en las promesas verbales. En el momento de la crisis de los rehenes, los estadounidenses me prometieron villas y castillos a cambio de una mediación ante el imam Khomeini. Pero mintieron y traicionaron. Incluso después de que los iraníes demostraron su buena voluntad entregándome los cuerpos de los soldados [estadounidenses] muertos en la operación de Tabas.
Son ustedes, los franceses, quienes tienen que ir a Damasco. Y cesen los insultos públicos si tratan de negociar en secreto».

Capucci planteó a los franceses una condición firme:

«El emisario de ustedes debe ser un ministro de alto rango, respetado, influyente».

Pero fuerzas invisibles, moviéndose entre bastidores, propusieron designar como enviado especial… a Michel Aurillac, ministro de Cooperación, maniobra claramente destinada a hacer fracasar la operación ya que, en Siria, habrían entendido inmediatamente que un ministro a cargo de las colonias francesas no tenía ningún peso. La reacción de Assad habría sido explosiva y la iniciativa diplomática se iría a pique.

VERGES: «NOS ENFRENTAMOS A UN SISTEMA MAFIOSO»
En una cena confidencial entre monseñor Capucci, el abogado Jacques Verges, Sarkis Abou Zeid y el autor de este texto, Verges lanzó esta frase aterradora:

«Los sionistas están presentes en todos los engranajes del Estado francés.
Estamos lidiando con pandillas, no con Estados. La oposición presidencial [los socialistas franceses] está dispuesta a hacer estallar las calles de París si eso puede favorecer sus intereses despreciables».

Y los acontecimientos vendrían a darle la razón.

CONCLUSIÓN PROVISIONAL
El caso de Georges Ibrahim Abdallah sobrepasa ampliamente el de un preso político olvidado. Se ha convertido en un asunto de Estado, en una falla moral, es un espejo puesto frente a la República Francesa y que refleja su lado más vergonzoso.

Durante más de 40 años, el Estado francés, bajo la presión directa de Estados Unidos y del lobby sionista, ha mantenido un hombre inocente tras las rejas. No por lo que hizo sino por lo que ese hombre representa.

El 17 de julio de 2025, la corte de apelaciones de París autorizó la liberación de Georges Ibrahim Abdallah, con expulsión inmediata hacia Líbano. La Fiscalía general presentó un recurso, no suspensivo, lo cual no impidió su liberación y su inmediata expulsión.

OCCIDENTE SE HA DIVIDIDO EN TRES PARTES

 

Últimamente se han producido una serie de acontecimientos importantes en la política mundial. Por un lado, el asesinato del conservador cristiano Charlie Kirk, una de las figuras clave del movimiento MAGA, y posteriormente su funeral, al que asistieron cientos de miles de personas, incluido todo el Gobierno estadounidense (donde se produjo la histórica reconciliación entre Trump y Musk) y que simbolizó la determinación de la mitad conservadora de la sociedad estadounidense de cambiar radicalmente todo el sistema ante la amenaza de que se desate un terrorismo liberal a gran escala.

Por otro lado, tenemos el hecho de que Gran Bretaña, Canadá, Australia (es decir, la Commonwealth) y Portugal (aliado tradicional del Imperio Británico) han reconocido a Palestina. El primer ministro Netanyahu, que está llevando a cabo una política agresiva de expansión del Gran Israel y práctica un auténtico genocidio contra la población palestina en Gaza, ha maldecido a estos países y a sus gobernantes, prometiéndoles un terrible castigo.

Al mismo tiempo, Trump y Estados Unidos están totalmente del lado de Netanyahu, mientras que los países europeos de la OTAN parecen estar en contra. ¿Qué está pasando?

Es evidente que el Occidente colectivo está dividido en muchos frentes y posiciones. En particular, en lo que respecta al Gran Israel.

Aquí el panorama es el siguiente: los globalistas de izquierda, las redes de Soros y el Partido Demócrata de Estados Unidos, están a favor de Palestina y en contra de Netanyahu. Son ellos quienes enviaron la flotilla Sumud con Greta Thunberg a Gaza. Del lado de Palestina están los musulmanes de Europa y Estados Unidos, los salafistas y los izquierdistas: el marxismo cultural, los transgéneros, los furries, el BLM, el LGBT* y los inmigrantes ilegales (todos ellos prohibidos en Rusia). Este es el frente de los oponentes a Trump.

El otro polo: AIPAC (Comité Americano-Israelí de Asuntos Políticos, un influyente lobby israelí), neoconservadores, sionistas de derecha, parte de MAGA (una minoría, por cierto, frente a figuras como Tucker Carlson, Candace Owens, Steve Bannon, Alex Jones, Matt Gaetz e incluso, últimamente, Charlie Kirk, se oponían a Netanyahu) y, lo más importante, el mismo Trump. En general, todos ellos también se muestran críticos con el islam debido a su expansión cultural y con China debido a su increíble crecimiento económico y tecnológico.

Por cierto, los líderes de los movimientos populistas de derecha en la UE, que en casi todas partes se han convertido en los más populares candidatos en cuanto al apoyo político de la población, están a favor de Netanyahu y Trump.

Pero... la mayoría de los seguidores de MAGA en Estados Unidos, aunque no están a favor de Palestina, sí están en contra del lobby israelí en Estados Unidos. Al igual que la mayoría de los populistas de derecha en Europa.

Este es el tercer polo que se levanta contra Soros y contra Netanyahu. Esta es la posición que mantiene la población occidental en general. Pero las élites han optado por un camino diferente.

Hay una contradicción evidente: en la cima de la vida política, incluso teniendo en cuenta la oposición populista de derecha, existe un enfrentamiento entre las redes de Soros y el lobby proisraelí. Entre la población, sin embargo, existe la firme convicción de que ambos son inaceptables. Así surge una clara incoherencia.

En Estados Unidos, esta tercera posición, contraria tanto a Soros como a Netanyahu, ha adquirido su máxima expresión y es defendida por figuras como Tucker Carlson, Candace Owens, Steve Bannon y Alex Jones, es decir, por prácticamente todos los principales ideólogos de MAGA. Elon Musk se opone firmemente a Soros y es claramente crítico con Netanyahu, pero intenta no hacer demasiado hincapié en esto último.

En Europa, a los representantes de esta tercera postura no se les permite expresarse. Allí, la censura liberal es extrema. MAGA en Estados Unidos, sintiéndose más poderosa, comenzó a comportarse con mayor libertad. El mismo Charlie Kirk, poco antes de su muerte, expresó su legítima sorpresa: ¿por qué en Estados Unidos existe menos libertad para criticar a Netanyahu que en el propio Israel? Los enemigos acérrimos de Netanyahu del bando MAGA dedujeron de ello la hipótesis de que los servicios especiales israelíes podrían estar implicados en el asesinato de Kirk. Pero esta hipótesis no recibió un amplio apoyo, incluso fue rechazada por el político estadounidense más radical, Nick Fuentes, que hace declaraciones verdaderamente extremistas y excesivas. Por cierto, a pesar de su extremismo, su audiencia está creciendo rápidamente y, a pesar de su corta edad, está pasando de ser un marginal a convertirse en una figura política influyente.

Tras el acontecimiento histórico en el estadio de Arizona en la ceremonia de despedida de Kirk, todas estas tendencias no harán más que radicalizarse. Nadie duda de que los culpables del asesinato de Kirk son los liberales globalistas, una especie de Soros colectivo. Y las masas exigen el arresto de Soros y la confiscación de sus fondos por medio del RICO, que permite a las fuerzas del orden actuar en régimen de emergencia: arrestar, interrogar, confiscar documentación, rastrear transacciones financieras, etc. En esencia, Trump ha equiparado a Soros padre y a su hijo con «enemigos públicos».

Es interesante que, en lo que respecta a Rusia, se observe la misma división entre los países occidentales y las fuerzas políticas. Las redes de Soros, los globalistas, se oponen dura y agresivamente a Rusia y apoyan totalmente a Zelenski. Esa es la posición de las élites globalistas liberales de la UE: Starmer, Macron, Merz, en esencia, las mismas fuerzas que reconocieron a Palestina. En Estados Unidos, es precisamente el Partido Demócrata el que sigue insistiendo en nuevos suministros de armas a Kiev, en la imposición de nuevas sanciones a Rusia y en una escalada directa. Trump dice que la guerra en Ucrania es «la guerra de Biden», no la suya, de los globalistas, no de MAGA. Por eso quiere terminarla lo antes posible, pero no sabe cómo.

Los que apoyan a Netanyahu prestan mucha menos atención a Rusia. Es un problema en comparación con el Gran Israel e incluso con China, que es el número tres. Hay algunas figuras en el lobby abiertamente proisraelí de Estados Unidos (el terrorista Lindsey Graham* y Richard Blumenthal, otro terrorista, pero del Partido Demócrata, además de Mark Levine de Fox, etc.), que insisten en continuar la guerra con Rusia y presionan a Trump en esa dirección.

Trump se balancea y vacila entre MAGA y los neoconservadores, que representan ese mismo «Estado profundo», cuyo núcleo son precisamente los globalistas de izquierda. Es revelador que Netanyahu, en uno de sus discursos, arremetiera precisamente contra el «Estado profundo», subrayando una vez más que el sionismo de derecha (por mucho que nos guste o nos disguste) es una cosa, y el globalismo de izquierda, otra. Para Soros, Netanyahu es un enemigo ideológico igual que Trump, Putin, Orbán, Xi Jinping y Modi.

La situación no es sencilla y debe analizarse detenidamente.

Antes de Trump, todo era más fácil. El Occidente colectivo era liberal de izquierdas y globalista: la ideología, la política y la estrategia de Soros eran, en general, comunes a todos. Era una dictadura unánime del «Estado profundo» internacional.

Ahora todo es más complicado.

Por supuesto, el polo globalista de izquierda y el «Estado profundo» internacional mantienen sus posiciones. Este «Estado profundo» controla prácticamente por completo Europa y mantiene posiciones importantes en Estados Unidos. No se trata solo del Partido Demócrata propiamente dicho, sino también de un gran número de funcionarios, entre ellos jueces, sheriffs, gobernadores, militares de alto rango, burócratas, personas del mundo de la cultura, periodistas, blogueros y oligarcas. Bajo su control se encuentran la Reserva Federal, Larry Fink, de BlackRock (que recientemente se ha convertido en el presidente del Foro de Davos, sustituyendo a otro globalista, Schwab), la mayoría de los magnates de Silicon Valley y los financieros de Wall Street. Sus posiciones en la CIA y el FBI son extremadamente fuertes.

Pero también se está fortaleciendo el polo MAGA, que se ha vuelto a unir tras el asesinato de Charlie Kirk. Y aquí es simbólica la reconciliación entre Elon Musk y Donald Trump. Elon Musk no solo hizo mucho por la victoria de Trump, sino que, inmediatamente después de la toma de posesión de Trump, llevó a cabo reformas, eliminando toda una serie de estructuras globalistas de izquierda: USAID, el Ministerio de Educación, etc.

Es importante señalar que el Occidente colectivo no se ha dividido en dos, sino en tres partes:

—los globalistas de izquierda (Soros, la UE, el Partido Demócrata);

—el influyente lobby sionista (que controla en parte el populismo de derecha);

—los movimientos del «pueblo profundo» como MAGA, que se muestran críticos tanto con los globalistas como con los sionistas.

Tanto ideológica como geopolíticamente, lo más cercano a nosotros es precisamente el «pueblo profundo». Ha salido de las sombras y poco a poco se está convirtiendo en una fuerza independiente.

Todos estos son factores nuevos a los que no estamos acostumbrados. Tradicionalmente, las fuerzas de izquierda eran cercanas a la URSS, pero hoy en día, en el Occidente moderno, o simplemente no existen o se han degenerado hasta convertirse en una parodia del trotskismo, obsesionadas por el género y los inmigrantes ilegales, convirtiéndose en instrumentos en manos de los globalistas de izquierda (el mismo Soros). Es por eso que no solo son inútiles para nosotros, sino directamente hostiles.

Los aliados objetivos de Rusia en Occidente son los partidarios de la revolución conservadora popular, cristiana y tradicionalista. Hay que reconocerlo y seguir adelante.

Netanyahu y el nazismo

Plantear que un judío pueda ser nazi puede parecer chocante. Pero los hubo y Adolf Hitler les concedió el título de «arios honorarios». El jefe de los sionistas revisionistas, Ze'ev Jabotinsky, no llegó a recibir ese «honor» pero compartió con los nazis su concepción racial del nacionalismo. Jabotinsky propuso fundar junto al III-Reich un «imperio judío» y recibió ayuda del partido nazi para concretar esa idea. Uno de los discípulos de Jabotinsky incluso negoció con el tristemente célebre Adolf Eichmann el exterminio de 450.000 judíos húngaros a cambio de la emigración de un millar de sionistas revisionistas.

El mes pasado, poco antes de que la ONU lo acusara de genocidio, Benyamin Netanyahu declaró públicamente que no se considera un «sionista» a secas sino un sionista revisionista.

Benyamin Netanyahu siempre ha presentado a Ze'ev Jabotinsky como un héroe judío, pero durante mucho tiempo se abstuvo de proclamarse seguidor de sus ideas.

El «Comité Especial encargado de Investigar las Prácticas Israelíes que Afectan los Derechos Humanos del Pueblo Palestino y Otros Habitantes Árabes de los Territorios Ocupados» entregó a la Asamblea General de la ONU su informe (A/79/363), el 20 de septiembre[1].

Haciendo gala de la mayor prudencia, ese Comité nombra lo que pudo comprobar. En las Conclusiones puede leerse:
«Los acontecimientos expuestos en el presente informe llevan el Comité Especial a concluir que las políticas y prácticas de Israel aplicadas durante el periodo sobre el que se informa se ajustan a las características del genocidio».

Ahora es evidente para todos: el Estado de Israel, bajo el gobierno de Benyamin Netanyahu, está cometiendo un genocidio. Una tercera parte de la población israelí participa en las manifestaciones contra el gobierno de Netanyahu y 2 terceras partes de los israelíes se oponen a sus actuales acciones militares. ¿Cómo ha llegado a esta situación el Estado que se autoproclama «única democracia del Medio Oriente»?

Para entender esa situación debemos, primero que todo, establecer la diferencia entre las diferentes comunidades judías de la diáspora y la población judía de Israel. Las reacciones de esos dos sectores son muy diferentes, a pesar de que el conjunto de las comunidades judías sigue viendo en Israel su posible «refugio» en caso de amenaza antisemita.

Habiendo precisado lo anterior, es fundamental reconocer también que el gobierno de coalición de Benyamin Netanyahu, en el poder desde diciembre de 2022, no tiene absolutamente nada que ver con los gobiernos israelíes anteriores. Los únicos que siguen sin entender esto son los judíos de la diáspora que viven en Europa. Los de la diáspora residente en Estados Unidos, por ejemplo, ya se han separado masivamente de los crímenes de Benyamin Netanyahu.

Tres meses después de su llegada al poder, a principios de marzo de 2023, yo explicaba en este mismo sitio web que la coalición gubernamental de Netanyahu se había fijado como hoja de ruta la realización de un golpe de Estado paulatino, cuyas principales etapas futuras yo mismo describía. También señalaba yo al grupo que se movía detrás de ese proyecto: los sionistas revisionistas —seguidores de las doctrinas de Vladimir «Ze'ev» Jabotinsky (1890-1940) y sus aliados, los straussianos estadounidenses. También explicaba que aunque los supremacistas judíos Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional, y Bezalel Smotrich, se presentan más bien como seguidores del rabino Meir Kahane, en realidad son también sionistas revisionistas ya que el mismo Kahane era un agente de los sionistas revisionistas en Estados Unidos.

Ahora bien, a pesar de sus intensas querellas internas, todas las comunidades judías viven convencidas de que nunca hubo judíos aliados del nazismo. La realidad es diferente, los judíos son como los demás humanos y entre ellos hubo algunos que se aliaron a los nazis. El ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, abordó ese tema en una entrevista concedida a la televisión italiana, en mayo de 2022. Pero cometió la imprudencia de referirse al ucraniano Volodimir Zelenski y no al israelí Benyamin Netanyahu. El hecho es que tanto Zelenski como Netanyahu representan hoy la misma ideología y lo que se señalaba al primero también podría señalársele a Netanyahu.

En todo caso, las relaciones entre los sionistas revisionistas y los fascistas nunca se han estudiado como tales. Pero sí se sabe que David Ben Gurión calificó en su momento a Jabotinsky como «seguramente fascista y quizás nazi».

El fascismo es un culto a la violencia. El nazismo, por su parte, es una ideología según la cual existe una jerarquía racial. El fascismo comete masacres, el nazismo impone el genocidio.
  • Sigue siendo muy difícil abordar las relaciones de Jabotinsky con el Duce Benito Mussolini, aunque fue con el apoyo de Mussolini que Jabotinsky fundó el Betar en un suburbio de Roma.
  • Las relaciones de los nazis con los judíos no fueron de total hostilidad. El propio Reinhard Heydrich se expresó en ese sentido en Das Schwarze Korps, en mayo de 1935, diferenciando a los enemigos —los judíos «asimilacionistas»— de los amigos —los judíos favorables a la emigración hacia Palestina. Heydrich reiteró esa diferencia en varias ocasiones, incluso cuando ya organizaba la «Solución Final». Para Reinhard Heydrich no se trataba de exterminar a todos los judíos sino sólo a los que no aceptaban las tesis raciales de los nazis y no soñaban con instaurar un «imperio judío».
  • De 1933 a 1939, los nazis autorizaron los judíos alemanes a emigrar a Palestina —entonces bajo el mandato británico— a condición de que vendieran los bienes que poseían en Alemania, recuperando su valor en forma de exportaciones alemanas en Palestina. Los sionistas revisionistas fueron los principales promotores de aquel acuerdo, denominado «Acuerdo de Haavara» o «acuerdo de transferencia» y criticado por la mayoría de la diáspora[2]
[2] Según el Instituto Jabotinsky de Tel Aviv, las diferentes organizaciones del movimiento sionista revisionista introdujeron en Palestina 72 inmigrantes en 1937, 3.240 en 1938, 14.476 en 1939 y 3.609 en 1940 (Fuente: correspondencia del Instituto Jabotinsky con Francis Nicosia, nº 469 del 28 de septiembre de 1976).

En 1934, Leopold von Mildenstein, oficial de las SS, viajó a Palestina, donde fue recibido por Ben Gurión, quien le entregó una medalla. En esa medalla puede leerse, en alemán: «Un nazi viaja a Palestina y no aparece en Der Angriff». Posteriormente, Von Mildenstein reclutó a Eichmann para garantizar la organización de los convoyes de la muerte de la «Solución Final».

  • En abril de 1935, las autoridades nazis autorizaron los judíos miembros del Betar a portar uniformes negros, considerando que el Betar era el mejor apoyo de los acuerdos antes mencionados[3].
[3] The Third Reich and the Palestine Question, Francis R. Nicosia, University of Texas Press, 1985.

  • En una entrevista publicada en Der Angriff («El Ataque»), el diario de Joseph Goebbels, en septiembre de 1935, el banquero sionista revisionista Georg Kareski defendía las leyes raciales de Nuremberg. Kareski explicaba que aquellas leyes racistas de los nazis iban en el mismo sentido que las leyes que proponían los sionistas revisionistas: «Las leyes de Nuremberg del 15 de septiembre de 1935, además de sus disposiciones constitucionales, me parecen orientadas enteramente en el sentido del respeto mutuo de la especificidad de cada pueblo. La interrupción del proceso de disolución de numerosas comunidades judías, favorecido por los matrimonios mixtos, es, desde un punto de vista judío, totalmente bienvenida. Para el establecimiento de una existencia nacional judía en Palestina, esos factores, religión y familia, revisten una importancia decisiva».
  • En 1936, en una entrevista concedida al diario comunista New Masses, Jabotinsky declara: «El revisionismo es ingenuo, brutal y primitivo. Es salvaje. Usted sale a la calle y le pregunta a cualquiera —a un chino— lo que responderá, en un 100%. Nosotros. Queremos un imperio judío. Igual que hay imperios, italiano y francés en el Mediterráneo, nosotros queremos un imperio judío. (…) Palestina debe ser la patria de 10 o 12 millones de judíos»[4].
Los sionistas soñaban con un «hogar judío», los sionistas revisionistas quieren un «imperio judío».

  • En 1937, los sionistas revisionistas apoyaron también el proyecto franco-polaco denominado «Plan de Madagascar». También en ese caso se trataba de oponerse al asimilacionismo y de estimular el traslado de judíos a Madagascar para instaurar allí un imperio judío.
  • No fue sino en 1938 que se disolvió el partido sionista revisionista alemán Staatszionisten.
  • Jabotinsky murió en el exilio, en Nueva York, al principio de la 2GM —por cierto, Ben Gurión impidió que se le diese sepultura en Israel. Pero los sionistas revisionistas siguieron trabajando con los nazis.
  • Durante toda la 2GM, el sionista revisionista húngaro Rezso Kasztner negoció en secreto con los nazis. Hasta llegó a reunirse con Adolf Eichmann, probablemente en 1944, e informó de esa reunión a personalidades como David Ben Gurión. Kasztner afirmó haber obtenido autorizaciones para que pudieran huir los judíos que fuesen capaces de comprar su salvación. Y, en efecto, recolectó 8,6 millones de francos suizos, pero de todas maneras envió a la muerte los judíos que habían pagado. Al final de la guerra, Kasztner se convirtió en portavoz del ministro de Comercio e Industria de Israel. Pero en 1953 fue acusado de haber engañado a los judíos húngaros y de haberles robado. Se convirtió así en un personaje odiado en Israel y fue asesinado durante su juicio. El historiador Nadav Kaplan escribió en su libro, de reciente publicación[5], que la eliminación física de Kasztner fue una operación de los servicios secretos israelíes, ordenada por David Ben Gurión. Ahora se plantea la interrogante de saber quién se beneficiaba con los manejos de Rezso Kasztner. ¿Sólo los nazis? ¿O también benefició a los sionistas revisionistas? En otras palabras: ¿será que los nazis y los sionistas revisionistas trabajaron juntos en contra de los judíos húngaros? En 1960, al ser entrevistado por la revista estadounidense Life, Eichmann afirmó que Kasztner «había aceptado hacer todo lo posible para que los judíos no opusieran resistencia a su deportación e incluso para que se portaran bien en los campos de concentración, si yo miraba para otro lado y permitía que algunos cientos o algunos miles de judíos emigraran a Palestina. Era un buen negocio». Dicho claramente, parece que Kasztner sacrificó 450.000 judíos húngaros para salvar 1.684 judíos revisionistas.
[5] « מדוע חוסל קסטנר » (¿Por qué fue asesinado Kastner?), Nadav Kaplan, Steimatzky, 2024.
  • Todo eso salió nuevamente a la luz cuando el juez israelí Benjamin Halevy, el mismo juez que se había ocupado del juicio de Rezso Kasztner, presidió el juicio del SS Adolf Eichmann [secuestrado en Argentina por el Mosad en 1960 y juzgado en Jerusalén en 1961. Nota de la Redacción.]. Y el SS Eichmann confirmó ser miembro de una asociación sionista revisionista, algo que era imposible de verificar, pero que Anna Arendt, presente en el juicio, estimó perfectamente posible. A partir de aquel momento [en 1960], los soviéticos denunciaron la complicidad entre los sionistas revisionistas y los nazis. Pero las potencias occidentales prefirieron calificar a los dirigentes soviéticos de «antisemitas».
Hasta ahora, Benyamin Netanyahu no había reconocido ser un seguidor de las ideas de Zeev Jabotinsky, pero siempre presentó como su mentor a Yitzhak Shamir… el sucesor de Jabotinsky.

Después de la 2GM, los sionistas revisionistas se refugiaron en el Mosad, que entonces estaba bajo la dirección de Yitzhak Shamir. Durante la guerra fría y, bajo la protección de la CIA estadounidense, perpetraron crímenes en Latinoamérica, en África y en Asia. Fue entonces cuando reclutaron al ex jefe de las fuerzas especiales de las SS, Otto Skorzeny.

Ahora, mientras somos testigos de las matanzas de civiles palestinos, masacres que el gobierno de Israel justifica alegando que tiene que acabar con Hamás, es natural preguntarse: ¿está Netanyahu comportándose como un nazi?

Benyamin Netanyahou es hijo de Benzion Netanyahu, el secretario particular del fascista y «quizás nazi», según palabras de David Ben Gurión, Vladimir «Zeev» Jabotinsky. Foto: Gobierno de Israel.

Para más claridad, el propio Benyamin Netanyahu, quien siempre había evitado hablar del «Gran Israel», mencionó ese concepto hace un mes, el 23 de agosto de 2025, en una entrevista en hebreo concedida al canal de televisión israelí i24News. Cuando el entrevistador, Sharon Gal, ex diputado de Israel Beytenou, le entregó un amuleto, que no se vio en pantalla y que representaba «un mapa de la Tierra Prometida», el «Gran Israel», preguntándole si se sentía cercano a esa idea, Netanyahu respondió que se sentía investido de una «misión histórica y espiritual» y «muy» apegado a la visión del «Gran Israel»[6].
[6] Boletín confidencial Voltaire, Actualidad Internacional, N° 140-141, 5 de septiembre de 2025.

El 23 de agosto de 2025, Benyamin Netanyahu declara en i24News que su «misión histórica y espiritual» es hacer realidad el «Gran Israel, del Nilo al Éufrates». Netanyahu se convirtió así en el único jefe de gobierno del mundo que anuncia su intención de anexar los territorios de sus vecinos.

El informe del Comité Especial de la ONU no es una simple opinión de experto en la que pueden apoyarse los jueces de la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Más bien nos plantea una pregunta: ¿Hemos sacado las conclusiones que se imponen sobre el paulatino cambio de régimen en Israel?

Las próximas víctimas de Netanyahu serán los israelíes que se nieguen a enfrentar la verdad. Como cuando los nazis mataron a los demócratas alemanes, los sionistas revisionistas también serán implacables con los verdaderos demócratas.


EL FIN DE LAS ÉLITES LIBERALES

 

Emmanuel Todd, el intelectual francés más acertado de la actualidad (sin contar al mucho mejor Alain de Benoist) acaba de escribir que los líderes europeos, obsesionados con el cambio de régimen en Rusia e Irán, muy probablemente causarán que muy pronto sean ellos mismos los que dejen la política. Los regímenes de Rusia e Irán, así como las economías de estos países, solo se fortalecerán y adquirirán un nuevo impulso.

Emmanuel Todd ha estado haciendo últimamente predicciones que se cumplen invariablemente. Nadie puede negarlo.

También propone abandonar los términos «populistas», «extrema derecha» y «nacionalistas» para referirse a quienes se oponen a las élites globalistas y pide que se les llame simplemente «fuerzas del pueblo». «Las fuerzas del pueblo» contra las élites globalistas liberales.

Todd afirma que la idea de las élites de dirigir la agresividad que siente el pueblo, descontento con ellas, a más bien contra los rusos ha fracasado por completo. Este tema no funciona y cuanto más intentan avivar la ola de rusofobia, más se les odia a ellas.

También señaló que, en principio, es imposible reunir a los británicos en una manifestación, y si varios millones acudieron a protestar contra Starmer, eso significa que Starmer está acabado. Acabado igual que Macron y Merz.

A Rusia la confrontación con las élites liberales solo le ha beneficiado.

Según Todd, a Ucrania le queda muy poco tiempo. Sus gobernantes apostaron por los ganadores equivocados y lo perdieron todo estrepitosamente.

Todd rara vez se equivoca, y cuando lo hace, es en cosas sin importancia.

Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera



El Pentágono (hoy Departamento de Guerra) desempolva el «Mediterráneo estadunidense» de Spykman.

 

Es mi hipótesis que la Estrategia Nacional de Defensa (END) de Estados Unidos —elaborada por el Pentágono, rebautizado Departamento de Guerra[1]—, que se concentrará en México y el Caribe, exhuma las teorías del holandés-estadunidense Nicholas Spykman.

El estratega civil del Pentágono, Elbridge Colby, alineado hoy al vicepresidente JD Vance —a quien se ha sumado también el magnate Elon Musk a cambio de cesar la creación de un nuevo partido—, busca ahora el repliegue militar de Estados Unidos de varias partes del mundo con el fin de estabilizar su volátil frente doméstico y de defender su frontera con México y su «soft belly (bajo vientre)»: en el Golfo de México/Golfo de Estados Unidos (Trump dixit) y en el sensible Caribe.

Cabe señalar que durante Trump 1.0, Colby había publicado su libro seminal Estrategia de negación: La defensa estadounidense en la era del conflicto de las grandes potencias, de 2022[2], con el fin de detener el ascenso irresistible de China, a la que eran más amigables los demócratas con el exasesor de seguridad nacional, el polaco-canadiense-estadounidense Brzezinski.
[2] The Strategy of Denial: American Defense in an Age of Great Power Conflict, Elbridge Colby, ‎ Yale University Press (2022).

Tres años más tarde, Colby aboga por el repliegue del ejército de Estados Unidos en varias partes del mundo y se inspira, a mi juicio, de los conceptos de Spykman.

Descubrí a Spykman cuando fui a impartir una conferencia al Departamento de Geografía de la Universidad de Sao Paulo[3]. —la mejor cotizada en el ranking de las universidades latinoamericanas— donde es ampliamente citado.

Dos conceptos de Spykman —el Rimland («tierra ribereña»[4]) y el Mediterráneo estadunidense— han tenido fuerte impacto en el pensamiento de estrategas y es probable que Colby se haya inspirado en ambos.

El Rimland no es mencionado específicamente en la END de 2025, pero hay una referencia ulterior[5]. Baste comentar que Spykman vislumbró la batalla de Estados Unidos y China por el control de la costa ribereña asiática (El concepto y características del Mediterráneo estadunidense[6]).

En contrapunto, el enfoque de Colby, diseñador de la END, se podría interpretar como una inspiración de Spykman y su mar Mediterráneo de Estados Unidos, al enfatizar, amén del reforzamiento militar doméstico, su predilección estratégica con su transfrontera con México, y el inicio de su sitio militar/civil del Caribe, con la costa de Venezuela.

En mis presentaciones previas he manejado que el Mediterráneo estadunidense —que comporta el Golfo de México/Golfo de Estados Unidos (Trump dixit) sumado del mar Caribe—, constituye una cuenca de 4.2 millones de km2[7], que sería prácticamente el doble del territorio mexicano.

Hace 13 años (sic), el israelí-estadounidense Robert Kaplan, quien fue militar en Israel, publicó La fuente del poder estadounidense[8], donde asevera que «Estados Unidos domina el Gran Caribe, pero no puede garantizar su estabilidad ahí (…)», lo cual comenté en Bajo la Lupa días después: «EU y la ‘anarquía que viene’ en Colombia y Venezuela, según Robert D. Kaplan, de Stratfor»[9].

En ese momento reproduje el aserto de Ka-plan: «pese a la hegemonía estadunidense en el Gran Caribe y a su control geopolítico hasta la frontera del Amazonas, donde ningún poder significativo puede desafiar a EU», paradójicamente «EU no puede contar con la estabilidad de Colombia o Venezuela, aun cuando la guerra de las drogas continúa en su frontera».

Kaplan define el Gran Caribe desde Yorktown hasta las Guyanas (¡súper sic!); es decir, «desde los estados a la mitad del océano Atlántico de Estados Unidos hasta las selvas del norte de Sudamérica (¡súper sic!)», con base en una extensión del concepto de «hemisferio occidental» del geoestratega Spykman en 1942.

El Gran Caribe de Kaplan colisiona con la definición «Sudamérica» que tanto gusta a los geopolíticos de Brasil.

A propósito, la línea Yorktown-Guyanas llega a la frontera de Brasil y deglute a todas las islas del Gran Caribe.

¿Funciona la democracia?

 

En mi anterior artículo describía cómo las sociedades occidentales están llevando a cabo cinco experimentos que se consideran avances indiscutibles de la civilización y cuyos resultados, por tanto, no están siendo sometidos a un juicio objetivo. Los tres primeros experimentos, que desarrollaba en ese texto, son el aumento desorbitado del tamaño del Estado, que ha conducido a una abusiva presión fiscal, un endeudamiento gigantesco, que hipoteca nuestro futuro, y un sistema económico-monetario que está minando la capacidad adquisitiva de la población, la cual ve cómo sus padres o abuelos eran capaces de mantener una familia de cuatro hijos con un solo sueldo y ellos no pueden mantener dos hijos con dos sueldos.

Esos tres experimentos, muy recientes en términos históricos, son un corolario lógico del cuarto experimento, igualmente reciente, pues su generalización es cosa de los últimos 50-100 años.

El cuarto experimento
Este cuarto experimento se ha convertido además en la vaca sagrada más intocable de nuestra época: la corrección política nos exige adorarlo ciegamente como un tótem y nos prohíbe analizarlo a la luz de la verdad y de la experiencia. En efecto, su divinización ―utilizada como coartada para que la clase dirigente obtenga un poder casi sin paragón en la Historia― impide cualquier crítica, por razonable que ésta sea. Sin embargo, el surgimiento del explotador Estado Gigante o Estado Leviatán, con sus impuestos, normas y regulaciones asfixiantes, con su deuda impagable y su inflación empobrecedora, ha coincidido con el desarrollo de este experimento. Aunque correlación no implique necesariamente causalidad, en este caso existen argumentos para defender que sí la hay.

El cuarto experimento es la democracia, o, más concretamente, la versión actual hacia la que ha evolucionado desde sus orígenes, y que se apoya en dos pilares: el sufragio universal incondicional y el poder ilimitado de la mayoría. El primero implica que el derecho a voto está basado exclusivamente en una edad mínima bastante baja, lo que de por sí describe bien la escasa importancia que se le da (en Reino Unido va a rebajarse hasta los 16 años, una edad muy madura para decidir sobre cuestiones importantes, como todo el mundo sabe).

El segundo implica que la mayoría parlamentaria es omnipotente para decidir y redefinir todo a voluntad como si fuera Dios, aunque ello contradiga la dignidad y derechos inherentes del hombre, la ley natural, la propia definición de vida, la biología, los hechos históricos probados, la moral, la lógica, la física o los derechos de las minorías.

La mayoría es una regla problemática, como describía en «el ejemplo de la cuenta del bar» Huemer, profesor de filosofía de la Universidad de Colorado. Imagine que sale con unos amigos a tomar una cerveza. Cuando llega el momento de pagar usted propone que se pague a escote, pero un amigo suyo sugiere que usted lo pague todo y somete esta propuesta a votación. Todos votan a favor de que pague usted, menos usted. ¿Tiene obligación de pagar? ¿Están los demás legitimados para obligarle?[1]
[1] M. Huemer. El problema de la autoridad política. Deusto, 2019.

Hans-Hermann Hoppe, profesor emérito de la Universidad de Nevada y discípulo de Murray Rothbard, lo plantea de otra manera: si existiera un gobierno mundial, gobernarían los chinos y los indios con mayoría absoluta y decidirían enseguida redistribuir hacia sus cofres la riqueza que acumula Occidente[2]. De hecho, en nombre de las mayorías, los gobiernos actuales, elegidos un día cada cuatro años, tienen durante el resto del cuatrienio tal poder que harían palidecer de envidia a los reyes absolutistas. Como decía John Adams, segundo presidente de EEUU, «cuando las elecciones terminan, la esclavitud comienza».
[2] H-H. Hoppe, Democracy, the God that Failed. Routledge, 2017.

Ello quizá explica la prudencia con la que se manifestaba el filósofo británico del s.XIX Herbert Spencer: «La gran superstición política del pasado fue el derecho divino de los reyes, y la gran superstición política del presente es el derecho divino de los parlamentos», es decir, de las mayorías[3].
[3] H. Spencer. El Hombre contra el Estado. Unión Editorial, 2019.

Muchas cuestiones comunes pueden reexaminarse a la luz del abuso de la mayoría. Con la fiscalidad progresiva, la mayoría decide que la minoría más rica debe pagar tipos impositivos más elevados. Con la legislación laboral se dificulta el despido para «proteger» a la mayoría empleada socavando las posibilidades de encontrar trabajo a la minoría desempleada. Con las políticas que encarecen artificialmente el precio de la vivienda se beneficia a los propietarios de vivienda (una mayoría) a costa de la minoría que desea acceder a ella por primera vez. Con el aumento de las pensiones más allá de su sostenibilidad, se beneficia a las generaciones mayores a costa de las más jóvenes, que son minoría dada la inversión de la pirámide demográfica. Finalmente, con el aborto, la mayoría ya nacida priva de su derecho a existir a la minoría indefensa y sin voz que aún se encuentra en el útero de sus madres.

Tres ideas cruciales
Dado el halo que aún rodea a la diosa democracia, antes de continuar debemos aclarar tres ideas importantes. La primera es que democracia no es sinónimo ni garante de libertad, y a veces puede ser su antónimo.

En efecto, las dos ventajas de la democracia poco tienen que ver con la libertad: dar cierta voz a los gobernados (tampoco mucha: un día cada cuatro años) y propiciar una alternancia del poder pacífica y previsible.

Sin embargo, se ha querido confundir a la población equiparando libertad política con libertad personal. En realidad, son conceptos muy diferentes, como podrá ver enseguida. Imagínese que le ofrecen dejar de pagar impuestos durante ocho años a cambio de no votar en las dos próximas elecciones. ¿Lo aceptaría? Apuesto a que sí. De hecho, un tercio de los votantes decide habitualmente abstenerse en las elecciones y, por tanto, desprecia su libertad política.

Ahora imagine que le ofrecen dejar de pagar impuestos durante ocho años, pero esta vez a cambio de no poder salir de casa sin permiso previo de la policía, a la que tiene que informar de todos sus movimientos y que tiene potestad para decidir dónde puede pasar las vacaciones. ¿Lo aceptaría? Apuesto a que no.

La divergencia entre democracia y libertad queda probada en la experiencia de los democráticos Estados de Bienestar (particularmente en la UE), que están protagonizando una creciente restricción de las libertades personales. Asimismo, existen ejemplos históricos de democracias que incubaron tiranías, como la Alemania de Hitler en 1933, la Venezuela de Chávez en 1998 o la dictadura impuesta durante el covid, con el Parlamento cerrado, los encierros domiciliarios, los toques de queda y los controles policiales.

La segunda idea importante es que, como escribió el historiador de Oxford Ronald Syme, «en todas las épocas, cualquiera que sea la forma y el nombre del gobierno, ya sea monarquía, república o democracia, una oligarquía se esconde detrás de la fachada (…)»[4]. Por lo tanto, no existe una democracia ideal etimológicamente perfecta en la que el pueblo ostenta el poder, sino una oligarquía democrática sometida a un mayor o menor control por parte del pueblo. Entender esto resulta crucial.
[4] R. Syme, La Revolución Romana, Ed. Crítica, 2010.

Finalmente, la tercera idea es que todo sistema político (incluida la democracia) es un instrumento y no un fin en sí mismo. Un instrumento, ¿para qué? Para preservar el bien común, es decir, las condiciones sociales que permiten a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección. Esto se concreta en el respeto a la libertad, al orden y a la justicia dentro de un marco ético que promueva la virtud y, por tanto, la felicidad.

Hay democracias y democracias
La democracia es muy frágil. Puede ser un buen sistema político, pero sólo si reúne ciertas condiciones; si no, puede convertirse en un sistema político enemigo de la libertad, de la propiedad, de la justicia y del bien común. Por lo tanto, resulta engañoso hablar de «democracia», en singular; hay democracias y democracias. Por ejemplo:

—no es lo mismo una democracia con elecciones limpias que con elecciones amañadas;

—tampoco es lo mismo una democracia con prensa libre y veraz que sin ella;

—no es lo mismo una democracia sujeta al imperio de la ley con una Constitución respetada que una democracia en la que el gobierno carece de límites;

—tampoco es lo mismo una democracia que aprueba leyes justas que una que aprueba leyes injustas, o una en la que apenas hay corrupción que otra en la que la corrupción es rampante;

—no es lo mismo una democracia con separación de poderes que sin ella: no es lo mismo una democracia con un Tribunal Constitucional independiente que otra en la que éste esté corrompido y politizado;

—tampoco es lo mismo una democracia con instituciones independientes que otra donde las instituciones están colonizadas por la clase política.

—no es lo mismo una democracia con un Estado Gigante que una democracia con un Estado mínimo en el que los gobernantes apenas puedan interferir en la vida de los gobernados.

—tampoco es lo mismo una democracia directa que una democracia representativa, y no es lo mismo que los representantes sean elegidos directamente por los electores a que sean elegidos a dedo por el líder del partido;

no es lo mismo una democracia con una policía independiente que puedan investigar las corruptelas del gobierno que una democracia en la que la policía está controlada por el poder político;

—tampoco es lo mismo una democracia con una población bien formada que con una población ignorante, o con una población económicamente independiente que con una población que vive del Estado;

—no es lo mismo una democracia con una población cohesionada (que vive las elecciones sin temor a la victoria del contrario) que una democracia con una población enfrentada en la que la victoria del adversario se percibe como una amenaza;

—finalmente, no es lo mismo una democracia sujeta a una clara moral pública que otra donde ésta haya desaparecido; por ejemplo, no es lo mismo una democracia en la que la mentira o la traición a las promesas electorales se castigan que otra en la que dichas conductas queden impunes.

A mayor democracia, ¿menos libertad?
Paradójicamente, la generalización de la democracia ha conllevado una preocupante disminución de la libertad personal en todo Occidente, por lo que los defensores de la libertad tenemos la obligación de señalar el elefante en la habitación, como hicieron Aristóteles, los Padres Fundadores de EEUU, Tocqueville, o, más recientemente, pensadores liberales como Hoppe, Brennan o Caplan. La alucinante disminución a la libertad de expresión y la generalización de la autocensura deberían encender todas las alarmas.

En cualquier caso, no podemos caer en la intimidación de considerar la democracia como una diosa ante la que sólo cabe inclinarse, sino como un sistema político más que debe ser objeto de crítica y escrutinio y al que debemos exigir que ofrezca los resultados prometidos.

Con su inteligente ironía, el pensador colombiano Nicolás Gómez-Dávila definía la democracia como «el régimen político donde el ciudadano confía los intereses públicos a quienes no confiaría jamás sus intereses privados». Los Padres Fundadores de EEUU la definían como como «dos lobos y una oveja votando qué hay para cenar esta noche». Efectivamente, les preocupaba que la democracia degenerara en la «dictadura de la mayoría».

Entonces, ¿qué ha ocurrido? ¿Se ha corrompido el concepto de democracia o es que nunca fue ninguna panacea?

La breve historia de la democracia
La realidad es que la historia de la democracia es tan breve que puede considerarse algo prácticamente episódico en la Historia de la Humanidad. Tras su origen en la Antigua Grecia y algunos guiños de la República de Roma (en ambos casos, sin sufragio universal), apenas volvió a utilizarse prácticamente en los siguientes 1.800 años.

Al llegar a principios del siglo XIX, la mera idea de igualar el poder de voto de un joven inexperto y frívolo con el de un anciano experimentado y sabio, o de personas educadas con personas ignorantes, o de aquellos que pagan impuestos para financiar subsidios con los que reciben esos mismos subsidios, era considerada una idea extraña. Quizá por ello, en el Reino Unido sólo el 7% de la población mayor de 20 años tenía derecho a voto en 1832.

Hubo que esperar hasta el primer cuarto del siglo XX para que se adoptara el sufragio universal en parte de Europa, aunque algunos grupos de la población sufrieron retrasos aún mayores (en Brasil los analfabetos no pudieron votar hasta 1988), a veces por razones puramente discriminatorias. Por ejemplo, en Suecia los católicos no pudieron votar hasta 1860 y tuvieron que esperar hasta 1950 para poder ser miembros del gobierno; en Italia, las mujeres no pudieron votar hasta 1945 (y en algunos cantones suizos hasta 1990); y las minorías étnicas o raciales en Canadá, Australia o EEUU no pudieron hacerlo hasta 1965, aproximadamente.

¿Un sistema disfuncional?
¿Por qué han devenido las democracias en sistemas disfuncionales? ¿Podemos establecer una relación con los otros experimentos? Yo creo que sí. Los yonquis del poder adulan y seducen a las masas con todo tipo de promesas de dinero público hasta convertir el proceso electoral en una subasta de votos. Quizá eso explique por qué el tamaño del Estado (y la consecuente disminución de la libertad del individuo) ha aumentado de forma paralela al desarrollo democrático.

Cualquier análisis racional del proceso de formación del voto conduce a conclusiones muy sobrias que moderan el entusiasmo democrático, pues las tres características fundamentales del voto son la frivolidad, la inercia y la ignorancia. Además, el voto, lejos de ser racional y libre, está condicionado por las pasiones (particularmente por el miedo y la envidia) y por la propaganda[5]. Churchill defendía que «el mejor argumento contra la democracia es una conversación de un cuarto de hora con el votante medio». Esta ignorancia no tiene por qué reflejar pereza o indolencia, sino un simple argumento lógico, el llamado «efecto de ignorancia racional» de Downs.

En efecto, como explica el profesor de la Universidad de Georgetown Jason Brennan en su provocadora obra Contra la Democracia, «cuando se trata de política, algunas personas saben mucho, la mayoría de la gente no sabe nada y muchas personas saben menos que nada». No debería sorprendernos. El sufragio universal incondicional implica que «una abrumadora mayoría de personas carece incluso de un conocimiento elemental sobre la política, y muchas de ellas están mal informadas». Sin embargo, estas personas «ejercen su poder político sobre los demás, pues el sufragio universal incondicional concede poder político de una manera indiscriminada». Brennan se pregunta: «Yo puedo señalar al votante medio y preguntarme con razón: ¿por qué debería esta persona tener cierto grado de poder sobre mí? Puedo igualmente volverme hacia el conjunto del electorado y preguntar: ¿Quién ha decidido que esa gente mande sobre mí?»[6].
[6] J. Brennan, Contra la Democracia. Ed. Deusto, 2018.

El sufragio universal conduce además a una politización exagerada de la sociedad. Los medios de comunicación no hablan de otra cosa que no sea de lo que dicen y hacen en cada momento los políticos, motivo por el que, cuando éstos están de vacaciones, la prensa adelgaza y sólo nos hablan de desastres naturales. A su vez, esta simbiosis entre política y periodismo facilita que los políticos promuevan a través de sus altavoces mediáticos la polarización de la sociedad, pues el teatro político fomenta el miedo e incluso el odio hacia el que piensa diferente. De este modo, conforme las democracias envejecen, las opiniones políticas se convierten en difícilmente reconciliables y enfrentan a los ciudadanos entre sí empujados por sus irresponsables líderes, aunque el enfrentamiento entre ciudadanos sea mucho más enconado que el que tienen los políticos entre ellos en privado. La violencia política —llegando a la eliminación física del adversario— puede aumentar, como hemos visto recientemente en EEUU.

Hay otras explicaciones de por qué las democracias no están dando los resultados apetecidos. Aristóteles argumentaba que las democracias caían por culpa de los «demagogos rastreros y sin escrúpulos (…) que en realidad aspiran a la tiranía». Puede ser. Tenemos, sin duda, ejemplos muy cercanos. También es posible que la democracia lleve en sí misma inherente el germen de su propia destrucción.

Pero el hecho irrebatible es que nunca en la Historia se había utilizado la democracia a una escala tan masiva, y, paradójicamente, salvo en regímenes totalitarios, nunca la oligarquía gobernante (la clase política) había ostentado tal poder. A mayor poder de la oligarquía gobernante, menor libertad del pueblo gobernado, por lo que la libertad política ha ido acompañada de una grave pérdida de libertad personal.

¿Acertaba, por tanto, el gran Jouvenel al afirmar que «la soberanía del pueblo no deja de ser una ficción, una ficción que a la larga no puede menos que destruir las libertades individuales»[7]? ¿Ha sido la democracia una distracción por la que, mientras con una mano nos permitían votar un día cada cuatro años, con la otra nos quitaban nuestro dinero y nos restringían cada vez más nuestras libertades diarias?
[7] B. de Jouvenel. Sobre el Poder. Unión Editorial 2011, p. 343.

Por qué terminó la democracia en la Antigua Grecia
El fin del primer experimento democrático de la Antigua Grecia hace 2.500 años puede encerrar alguna lección para las sociedades modernas, tal y como lo explicó la historiadora y helenista Edith Hamilton en su maravilloso libro The Echo of Greece, publicado en 1957. Esta larga, pero portentosa cita, pertenece al capítulo titulado «El fracaso de Atenas»:

«Lo que el pueblo quería era un gobierno que le proporcionara una vida cómoda, y con este objetivo primordial, las ideas de libertad y autosuficiencia quedaron oscurecidas hasta el punto de desaparecer. Atenas se consideraba cada vez más como una cooperativa de la que todos los ciudadanos tenían derecho a beneficiarse. Los fondos que ello exigía, cada vez más cuantiosos, hacían necesaria una fiscalidad cada vez más pesada, pero eso sólo preocupaba a los ricos, que siempre eran una minoría. La política estaba ahora estrechamente relacionada con el dinero, tanto como con el voto. Los votos estaban en venta (…).

Atenas había llegado al punto de rechazar la independencia, y la libertad que ahora quería era que la liberaran de la responsabilidad. Solo podía haber un resultado. Si los hombres insistían en liberarse de la carga de una vida autosuficiente y de la responsabilidad, dejarían de ser libres. La responsabilidad era el precio que todo hombre debía pagar por la libertad. No había otra forma de obtenerla. (…)

Pero, para entonces, Atenas había llegado al fin de la libertad y nunca volvería a tenerla».

¿Será éste el destino de las democracias occidentales?