El caso de Georges Ibrahim Abdallah

Nuestro amigo y colaborador libanés, Hassan Hamadé, quien participó personalmente en la mediación del arzobispo Hilarion Cappuci en favor de la liberación del combatiente Georges Ibrahim Abdallah, aporta su testimonio sobre la lucha de este militante libanés por la causa palestina.

Georges Ibrahim Abdallah

El militante libanés Georges Ibrahim Abdallah pasó 41 años bajo régimen de aislamiento en las cárceles de Francia, acusado de crímenes que no cometió.

El caso montado alrededor de Georges Ibrahim Abdallah fue una enorme falsificación, política y mediática orquestada por las autoridades de Francia y por las fuerzas políticas de este país. Georges Ibrahim Abdallah fue presentado a un jurado francés sordo y ciego, totalmente acondicionado para no ver ni escuchar otra cosa que los gritos y lamentos de los familiares de las víctimas de los atentados de 1986 en París, mientras que públicamente se decía: «Dejad que esta “justicia” se exprese, ella es fiel a la divisa de la República: Libertad. Igualdad y Fraternidad».

La situación de Georges Ibrahim Abdallah recuerda la de los primeros cristianos que las autoridades imperiales romanas ponían ante las fieras hambrientas en el Coliseo… mientras que el público aplaudía.

Fue exactamente eso lo que le sucedió a Georges Ibrahim Abdallah, militante palestino-libanés, nacionalista, internacionalista, un hombre profundamente humano, defensor de los oprimidos de la tierra.

Las autoridades francesas lo arrestaron en 1984, a raíz de los atentados que habían costado la vida a 2 diplomáticos —un diplomático estadounidense y otro israelí— abatidos a tiros en París, en 1982: el agregado militar adjunto de la embajada de Estados Unidos, Charles Ray, y el segundo consejero de la embajada de Israel, Yaakov Bar-Simentov.

Georges Ibrahim Abdallah no tenía nada que ver con aquellos atentados. Naturalmente, él negó toda responsabilidad, subrayando que nunca negaría un acto que realmente hubiese cometido, sobre todo si lo hubiese cometido guiado por principios morales y políticos. Los investigadores se vieron entonces ante un tipo de hombre que nunca antes habían conocido —de una gran cortesía, suave como la seda y al mismo tiempo duro como el acero. Desde el primer momento, Georges Ibrahim Abdallah no dudó en decir a los investigadores que para él aquellos atentados eran parte de una lucha legítima de resistencia. Era una manera de decirles: «Sería un honor, pero no fui yo».

Los guardianes de la «justicia», sus superiores y quienes los manipulaban desde la sombra comprendieron entonces que había que destruir a un revolucionario de su estatura, íntegro e inquebrantable. Y decidieron pisotear la ley, acusarlo injustamente y meterlo en la cárcel por el resto de su vida. Pero sólo lograron convertirlo en un ejemplo, porque George Ibrahim Abdallah es indomable.

Entendieron algo: él los conocía a ellos mejor que ellos a él. Y sintieron ante él un complejo de inferioridad, acentuado por la claridad del compromiso de aquel hombre, por la fuerza de su voluntad y por el brillo de sus sentimientos. Un ser «extraño», decían…

LOS ATENTADOS DE PARÍS, EN 1986
En París, el año 1986 estuvo marcado por múltiples atentados. Y dijeron que este hombre tenía forzosamente algo que ver con la organización revolucionaria responsable de aquellos hechos. Y si nada demostraba su implicación… ¡no importa! Igualmente le echarían encima las acusaciones, aunque hubiese que ignorar la ley, para impedir que Georges Abdallah escapara a las garras del sionismo. Y si la ley no bastaba, habría que pisotearla.

Basta con recordar aquí el papel espantosamente manipulador de los medios franceses en el acondicionamiento de la opinión pública, dando un aspecto de legitimidad a una forma de «justicia popular» que recordaba las horas más sombrías de la Revolución Francesa —la madre de todas las revoluciones sangrientas—, una justicia callejera que impuso su sentencia a los tribunales. Y la calle resonaba con los gritos de las víctimas y de sus familias, siguiendo la pauta marcada por la propaganda sionista que los medios difundían sin filtro.

De esa manera, los expedientes fueron voluntariamente mezclados en la mente de un público adoctrinado. Georges Ibrahim Abdallah se vio así en medio de todas las acusaciones, en el centro de la arena. La persecución policial, el acoso y las sospechas comenzaron a ahogar a los extranjeros, juzgados según el color de su piel. Una segregación racial flagrante se instaló en las calles y los lugares públicos. Se impuso el terrorismo de Estado —oficial y organizado. Los partidos políticos, sus jefes y sus asociaciones se lanzaron entonces en una competencia abyecta. El que más ruidosamente acusaba al «enemigo de la humanidad», Georges Ibrahim Abdallah, marcaba más puntos en la batalla entre los politiqueros.

EL «ENEMIGO DE LA HUMANIDAD»
Era la época en que empezaban a caer las líneas rojas entre el este y el oeste. La Unión Soviética, con Mijaíl Gorbachov a la cabeza del Partido Comunista, iniciaba grandes reformas estructurales, la famosa perestroïka, acompañada de la glasnost («transparencia»). Aquellas reformas precipitarían el derrumbe de la URSS y de todo su sistema de alianzas.

Mientras tanto, se imponían las guerras:

• En Afganistán, donde Occidente apoyaba por todos los medios a los muyahidines contra el ejército soviético, que había penetrado en el país a finales de 1979. Los fondos árabes financiaban aquel esfuerzo militar. Los medios occidentales elogiaban a aquellos «combatientes de la libertad», mientras que los señores de la guerra, como Ahmad Shah Massud, alias el «León de Panchir», eran presentados como héroes en la prensa parisina. La religión islámica no parecía incomodar a los occidentales… con tal de que el llamado a la yihad apuntara contra la URSS.

• Paralelamente, la guerra entre Irán e Iraq, iniciada en 1980 por el ataque Sadam Hussein contra Irán, estaba en su apogeo. Occidente se alineaba unánimemente del lado de Bagdad, financiándolo, armándolo, supervisando sus campañas militares, con el respaldo financiero de las monarquías del Golfo Pérsico. Irán había cometido el crimen más «imperdonable»: romper con Israel, posicionarse como líder del antisionismo y convertir la embajada de Israel en Teherán en embajada de Palestina. Había que castigar a Irán y así comenzó la campaña «Qadissiyat Saddam». En aquel contexto, los anglosajones reavivaron el viejo conflicto —surgido hace 1400 años— entre los musulmanes sunitas y los musulmanes chiitas, conflicto que los anglosajones sabían prometedor para sus propios intereses.

El «Qadisiyah Saddam», el superyate que el presidente iraquí Sadam Hussein se hizo construir para competir con sus amigos sauditas.

INSULTO CULTURAL A OCCIDENTE Y SUMISIÓN POLÍTICA
O sea, cada guerra tenía su «yihad», cada combate tenía sus «muyahidines». Aquella yihad se apoyaba en 2 pilares contradictorios pero íntimamente vinculados: la hostilidad cultural hacia Occidente y, simultáneamente, la dependencia política hacia él. Una verdadera esquizofrenia alimentada por Occidente mismo.

Mientras se agravaban las guerras en Afganistán y en el Golfo Pérsico, Israel emprendía —en 1982— su agresión contra Líbano y llegaba hasta Beirut, provocando así el nacimiento de una resistencia frente a la ocupación. Así surgió el Yumhuriyat al-Muqawama al-Wataniyya al-Lubnaniyya (el «Frente de Resistencia Nacional Libanesa»), y después Hezbolá, surgido del movimiento Amal, fundado por el imam Mussa Sadr, misteriosamente desaparecido después de haber sido traicionado por los suyos. Hezbolá se convirtió rápidamente en una de las fuerzas de resistencia más poderosas del mundo, cercana a Irán.

GEORGES IBRAHIM ABDALLAH,
SÍMBOLO DE AQUELLAS LUCHAS
Georges Ibrahim Abdallah es resultado de la conjunción de todos aquellos contextos, vinculados entre sí, con Palestina como columna vertebral.

Vinieron después los atentados violentos en pleno París, que sacaron a la luz el papel malsano de la clase política francesa en aquella «partida macabra». Todos [los políticos franceses] trataron de sacar partido de aquella importante crisis en materia de seguridad utilizándola a su favor en la lucha política, oponiendo una derecha dura a una izquierda socialista totalmente sumisa ante Israel.

En 1986, Francois Mitterrand terminaba la primera mitad de su mandato presidencial —iniciado en 1981. Pero después de la derrota de los socialistas y los comunistas en las elecciones legislativas de 1986, el poder ejecutivo quedó en manos de la derecha: Jacques Chirac volvía al cargo de primer ministro.

Francia entró entonces en la fase de «cohabitación» —un presidente socialista [cohabitaba] con un primer ministro de derecha, fuertemente hostil al presidente. La Constitución de la Quinta República Francesa, hecha a la medida de Charles de Gaulle, pone las riendas del ejecutivo en manos del primer ministro en cuanto a los asuntos internos, limitando el papel del presidente a la diplomacia y la defensa.

Los atentados de diciembre de 1985 y septiembre de 1986 se convirtieron en el tema de seguridad más sensible. El presidente Mitterrand y el primer ministro Chirac se disputaban ya la elección presidencial de 1988. Cada uno de ellos contaba con el apoyo de redes financieras y diplomáticos poderosos, incluso en el mundo árabe.

GEORGES IBRAHIM ABDALLA, REHÉN DE LAS
MANIOBRAS DE LOS POLITIQUEROS FRANCESES
El caso de Georges Ibrahim Abdallah, utilizado por cada bando, se convirtió entonces en eje de las rivalidades y excesos políticos franceses. Y, en ambos casos, era el lobby sionista, poderoso y transversal, el que manejaba los hilos. Ese lobby controla desde hace mucho los centros de decisión en Francia y actúa por encima de las diferencias de las tendencias partidistas.

Su agenda es clara: mantener la sociedad en estado de movilización permanente contra Palestina y contra toda persona —ciudadano, intelectual, militante o artista— que muestre algún tipo de simpatía por la causa palestina. No es casualidad que el poder real en Francia se haya desplazado de las instituciones republicanas hacia firmas del mundo de la finanza, en lo que constituye un golpe de Estado silencioso orquestado en enero de 1973.

En aquel momento, el presidente francés Georges Pompidou —ex director del banco Rothschild— y su ministro de Finanzas, Valery Giscard d’Estaing, impusieron discretamente una ley que prohíbe al Banco de Francia emitir la moneda nacional para financiar el Estado. Esa prerrogativa fue transferida a bancos privados… como el banco Rothschild, como se hizo en Estados Unidos en 1913. Los iniciados llamaron aquella medida «Ley Pompidou-Giscard-Rothschild».

Aquel cambio abrió el camino a la oligarquía financiera, facilitando que intereses privados tomaran control del Estado y reduciendo la soberanía popular al rango de simulacro. Obsérvese de paso que el actual presidente, Emmanuel Macron, fue —él también— cuadro en el banco Rothschild, perpetuando esa tradición.

En el marco de esa lógica, Georges Ibrahim Abdallah es visto en los círculos sionistas como la viva encarnación de Palestina y, por consiguiente, como un hombre al que hay que eliminar —no físicamente sino moralmente, políticamente, judicialmente. Georges Ibrahim Abdallah es la encarnación de lo que Occidente quiere erradicar: la dignidad que resiste.

Eso hace imposible contar con el buen sentido, con la ley o simplemente con la razón en un clima donde los medios instrumentalizan la emoción colectiva, donde la «búsqueda de terroristas» sirve de pretexto para perseguir exclusivamente a los extranjeros, prioritariamente a los musulmanes.

Volvemos entonces a los métodos de la Francia de Vichy[1]: la delación, la sospecha y la creación de fichas de «sospechosos». Hasta los judíos antisionistas, hostiles a Israel, encuentran las mayores dificultades para publicar sus escritos, que denuncian las similitudes entre el comportamiento del Estado francés y el régimen de Vichy. Esos escritos son objeto de la censura. La policía francesa de hoy a menudo trae a la memoria el celo de los policías franceses que perseguían a los judíos junto a la Gestapo.
[1] La ciudad francesa de Vichy fue la sede del gobierno francés de colaboración con la Alemania nazi. Nota del Traductor.

En aquel contexto, la exageración política alcanzó máximos. El Partido Socialista no vacilaba en avivar las brasas, con la esperanza de hacer caer el gobierno de derecha y de garantizar así la elección de Mitterrand y el regreso de sus redes al poder.

El imam Ruhollah Khomeini y monseñor Hilarion Capucci

MEDIACIÓN DEL ARZOBISPO CAPUCCI Y
DUPLICIDAD DEL ESTADO
Ante una situación explosiva en el plano de la seguridad y temiendo perder sus posibilidades en la elección presidencial de 1988, Jacques Chirac y su entorno político deciden, basándose en los informes de los servicios de inteligencia, que había que buscar una solución… en el extranjero. Más exactamente, designaron un «enemigo oficial» de Francia —Siria— como, paradójicamente, la única capaz de frenar las organizaciones mencionadas en los informes de seguridad.

Pero, en aquella época, las relaciones franco-sirias estaban en su punto más bajo desde las luchas de los años 1940 por la independencia. Así que era necesario hallar un mediador que tuviese el respeto de todos, capaz de hablar con Siria pero manteniendo cierta proximidad con Occidente. El elegido fue monseñor Hilarion Capucci, exarzobispo de Jerusalén, conocido por su compromiso con la causa palestina, hombre respetado tanto en Teherán, como en Damasco y en todo el Magreb y ya reconocido por su exitosa negociación entre Teherán y Washington alrededor de los rehenes estadounidenses y por haber entregado personalmente a la Cruz Roja, en Ginebra, los cuerpos de los soldados estadounidenses muertos en la fracasada operación de Tabas[2].
[2] El autor se refiere a la operación «Eagle Claw» de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos. Nota de la Redacción.

Una noche, sonó el teléfono en el modesto apartamento de monseñor Capucci, en Roma. Al otro lado de la línea:

—«Soy Robert Pandraud, ministro de Seguridad de la República Francesa».

Después de algunas fórmulas de cortesía, el ministro francés entró directamente en materia.

—«Los atentados de París, los asesinatos, Georges Ibrahim Abdallah, la amenaza de nuevos baños de sangre… La República Francesa cuenta con usted para salvar vidas».

Fiel a sus principios, el arzobispo Capucci aceptó el papel de mediador y llamó inmediatamente a dos de sus próximos colaboradores (incluyendo al autor de este texto):

—«Mañana a las 13 horas aterrizo en el aeropuerto Charles de Gaulle. Estén allí. Más detalles, mañana».

Al día siguiente, en el aeropuerto parisino, monseñor Capucci no salió con los demás pasajeros. Después de una larga espera, un agente de seguridad se acercó a los colaboradores que lo esperaban:

—«Ustedes esperan al monseñor, ¿cierto? Ya está en París. Él los llamará».

La llamada llegó a las 8 de la noche. Monseñor Capucci había sido llevado discretamente a una residencia privada, pero rechazó la propuesta de ser alojado en la residencia de honor y prefirió quedarse en un alojamiento modesto. Precisó entonces:

—«Somos un equipo de 3 personas. Y mañana solicitaré a los ministros Charles Pasqua y Robert Pandraud que me autoricen a visitar a Georges Ibrahim Abdallah en la cárcel, como condición previa para cualquier mediación seria entre París y Damasco. Después de lo que ya he visto con los estadounidenses ya no confío en promesas verbales».

Al día siguiente, el ministro Pandraud, muy incómodo, presentó excusas por la ausencia del ministro Pasqua, supuestamente ocupado con «asuntos de Estado». Pandraud criticó violentamente a la oposición socialista, acusada de anteponer sus intereses electorales a la seguridad nacional. Insistió en el carácter confidencial de la visita y en la necesidad de observar el más absoluto secreto para evitar que la misión fracasara.

Pero el ministro Pasqua nuevamente brilló por su ausencia. En realidad, Pasqua había prometido públicamente a la opinión pública francesa que nunca negociaría con terroristas, ni directa ni indirectamente, y temía que la revelación de aquella mediación acabara con la credibilidad del gobierno y con sus ambiciones personales.

Pero la noticia de la presencia de monseñor Capucci en París se filtró a los medios vinculados al lobby sionista, provocando pánico en el equipo de Jacques Chirac. La izquierda socialista, bajo la dirección de Mitterrand, aprovechó la oportunidad para acusar el gobierno de «negociar secretamente con los terroristas responsables del derramamiento de sangre francesa», llegando incluso a designar a Capucci como «el obispo terrorista». Los ataques mediáticos se hicieron cada vez más violentos y al segundo día ya llovían los insultos.

Ante aquella presión, el ministro Pandraud cedió y aceptó la condición que había planteado el prelado: poder visitar a Georges Ibrahim Abdallah en la prisión de La Santé, a pocos cientos de metros del modesto apartamento que ocupaba Capucci, en la calle Arago, del 14º distrito de París.

EL ENCUENTRO EN LA PRISIÓN DE LA SANTÉ, 
LA PERSONALIDAD DE GEORGES ABDALLAH 
CONQUISTA A MONSEÑOR CAPUCCI EL 
ABOGADO VERGES
El día de la visita, personal del protocolo francés acompañó al arzobispo Capucci a la prisión de La Santé, en un barrio residencial de París. Y se produjo un hecho «accidental»: los vehículos oficiales, con los girofaros encendidos y haciendo sonar sus sirenas, se detuvieron justo frente a las oficinas de la agencia Gamma, una de las agencias de fotos y televisión más importantes del mundo. Los periodistas pudieron ver con sus propios ojos a monseñor Capucci abordar el auto que lo llevaba a la prisión.

Aquello no era precisamente un «error». Los sionistas infiltrados en las oficinas de los ministros Pasqua y Pandraud habían montado deliberadamente aquella grieta en la seguridad, alimentando así el fuego mediático. Enseguida estalló la polémica, según la cual, a pesar de sus promesas, la derecha estaba «pactando» con grupos extremistas.

Pero el encuentro entre Georges Ibrahim Abdallah y monseñor Capucci tuvo lugar. Se reunieron así dos combatientes que luchaban por una misma causa: Palestina.

Antes de verse habían intercambiado algunas palabras por escrito. Ya en persona, hablaron en voz baja, debido a la existencia de 2 peligros:
1. La presencia de sofisticados dispositivos de escucha y
2. de cámaras que permitían leer los labios, procedimiento del que monseñor Capucci había oído hablar en el momento del encuentro del papa Juan Pablo II y Mehmet Alí Agca, en la prisión romana de Rebibbia.

Al terminar su visita, monseñor Capucci estaba muy impresionado y dijo a sus colaboradores:

«Georges es inocente. Inocente. Inocente. Es una de las personalidades más excepcionales que he conocido nunca. Me ha impresionado profundamente».

Del lado del gobierno [francés], el dúo Chirac-Pasqua se daba cuenta de que estaba perdiendo pie. La situación se les escapaba de las manos y la manipulación política se volvía contra ellos.

Los observadores lúcidos de aquella época vieron entonces toda la bajeza de la clase política occidental, dispuesta a pisotear la ley, los derechos fundamentales y los principios morales en nombre de intereses partidistas o financieros. Sin escrúpulos ni lealtad. Hasta los intereses estratégicos de la nación podían ser sacrificados ante las ambiciones personales.

En primer plano, el abogado Jacques Verges, con su cliente y amigo Georges Ibrahim Abdallah

TRAICIONES EN SERIE, SE PONE DE MANIFIESTO 
LA DUPLICIDAD DE FRANCIA
Hecho revelador: Roland Dumas, ex ministro de Exteriores y amigo personal de monseñor Capucci —incluso había participado en su defensa cuando el prelado fue llevado a los tribunales en Israel—, se negó a apoyar la mediación. ¿Por qué? Porque quería garantizar la reelección del presidente Francois Mitterrand, para convertirse él nuevamente en ministro. Y traicionó tanto a su amigo Capucci como sus propios principios.

El abogado Jacques Verges, uno de los más célebres abogados penalistas del siglo XX, aceptó asumir la defensa de Georges Ibrahim Abdallah. Y también se sintió fuertemente impresionado por la personalidad de su defendido. Un día dijo a Capucci y al autor de este texto:

«No estamos enfrentándonos a instituciones o gobiernos. Son mafias. Y la oposición [el Partido Socialista] está dispuesta a hacer correr ríos de sangre con tal de favorecer sus intereses».

Otro incidente vino a confirmarlo. Yves Bonnet, exdirector de la DST [la inteligencia interior de Francia], contó al periodista Bassam Kantar que había llegado a un acuerdo con el jefe de la inteligencia argelina, Lakhal Ayat, para obtener la liberación de Georges Ibrahim Abdallah. Pero, cuando regresó a Francia, sus superiores lo contradijeron brutalmente: «No, el acuerdo no funciona. Olvídelo».

Todo eso muestra hasta qué punto el expediente de Georges Ibrahim Abdallah es un caso de escuela en materia de injusticia y de manipulación mediática. Todo aquel que ha tenido la oportunidad de conocer a George Ibrahim Abdallah ha sentido hacia él admiración y respeto.

Pero, a pesar de todo, a lo largo de más de 25 años, el Departamento de Estado de Estados Unidos ha ejercido sistemáticamente presiones sobre la justicia francesa para impedir su liberación, pisoteando así, una y otra vez, la separación de poderes en la «patria de los derechos humanos y de las Luces».

Georges Ibrahim Abdallah está pagando —todavía hoy— el precio por su comportamiento digno y su compromiso por Palestina. Él sostiene esa causa con la nobleza de sus posiciones. Es un mártir viviente.

EL EMISARIO DE FRANCIA PARA HAFFEZ EL-ASSAD,
UN SABOTAJE ORGANIZADO
A aquellas alturas, los dirigentes de Francia ya actuaban como si no les importara el interés nacional de su propio país.

Primero trataron de convencer a monseñor Capucci para que viajara a Damasco para pedir al presidente de Siria, Haffez el-Assad, que interviniera para «frenar las organizaciones extremistas» vinculadas a la causa de Palestina. El arzobispo se negó categóricamente y dijo al ministro francés Padraud:

«¿Qué me garantiza que ustedes van a respetar sus compromisos con Assad, si él les tiende la mano a ustedes? Yo he aprendido a no confiar en las promesas verbales. En el momento de la crisis de los rehenes, los estadounidenses me prometieron villas y castillos a cambio de una mediación ante el imam Khomeini. Pero mintieron y traicionaron. Incluso después de que los iraníes demostraron su buena voluntad entregándome los cuerpos de los soldados [estadounidenses] muertos en la operación de Tabas.
Son ustedes, los franceses, quienes tienen que ir a Damasco. Y cesen los insultos públicos si tratan de negociar en secreto».

Capucci planteó a los franceses una condición firme:

«El emisario de ustedes debe ser un ministro de alto rango, respetado, influyente».

Pero fuerzas invisibles, moviéndose entre bastidores, propusieron designar como enviado especial… a Michel Aurillac, ministro de Cooperación, maniobra claramente destinada a hacer fracasar la operación ya que, en Siria, habrían entendido inmediatamente que un ministro a cargo de las colonias francesas no tenía ningún peso. La reacción de Assad habría sido explosiva y la iniciativa diplomática se iría a pique.

VERGES: «NOS ENFRENTAMOS A UN SISTEMA MAFIOSO»
En una cena confidencial entre monseñor Capucci, el abogado Jacques Verges, Sarkis Abou Zeid y el autor de este texto, Verges lanzó esta frase aterradora:

«Los sionistas están presentes en todos los engranajes del Estado francés.
Estamos lidiando con pandillas, no con Estados. La oposición presidencial [los socialistas franceses] está dispuesta a hacer estallar las calles de París si eso puede favorecer sus intereses despreciables».

Y los acontecimientos vendrían a darle la razón.

CONCLUSIÓN PROVISIONAL
El caso de Georges Ibrahim Abdallah sobrepasa ampliamente el de un preso político olvidado. Se ha convertido en un asunto de Estado, en una falla moral, es un espejo puesto frente a la República Francesa y que refleja su lado más vergonzoso.

Durante más de 40 años, el Estado francés, bajo la presión directa de Estados Unidos y del lobby sionista, ha mantenido un hombre inocente tras las rejas. No por lo que hizo sino por lo que ese hombre representa.

El 17 de julio de 2025, la corte de apelaciones de París autorizó la liberación de Georges Ibrahim Abdallah, con expulsión inmediata hacia Líbano. La Fiscalía general presentó un recurso, no suspensivo, lo cual no impidió su liberación y su inmediata expulsión.

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