«La frente alta» de Italia en materia de gastos de guerra.

El balance anual del comercio de armas internacional que hace el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute) confirma en 2016 un fuerte crecimiento de las exportaciones italianas en ese sector. Ese resultado hay que relacionarlo con los insistentes llamados de Washington a los demás miembros de la OTAN para que gasten más dinero en el sector militar, exigencia que el presidente Trump repitió nuevamente, y con la mayor insistencia, al recibir al primer ministro italiano.


«Italia participa con la frente en alto en la alianza atlántica, en cuyo seno es el quinto mayor contribuyente, y confirma el objetivo de alcanzar un 2% del PIB dedicado a los gastos militares». Eso declaró el presidente del Consejo [primer ministro] Paolo Gentiloni, al recibir en Roma al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, el pasado 27 de abril. Gentiloni repetía así algo ya había dicho al presidente estadounidense Donald Trump, que está «orgulloso de la contribución financiera de Italia a la seguridad de la alianza», garantizando además que «a pesar de ciertas limitaciones presupuestarias, Italia respetará el compromiso que ha contraído».


Los datos que acaba de publicar el SIPRI sobre los gastos militares a nivel mundial confirman que Gentiloni tiene razón al sentir que puede andar con la frente en alto: el gasto militar de Italia, número 11 a nivel mundial en ese rubro, se elevó en 2016 a 27.900 millones de dólares. Calculado en euros, eso corresponde a un promedio de alrededor 70 millones de euros diarios gastados en el sector militar, cifra a la que todavía habría que agregar otros gastos igualmente vinculados a ese sector, como el costo de las misiones militares en el exterior, pero que no provienen del presupuesto del ministerio de Defensa.


Sin embargo, bajo la presión de Estados Unidos, la OTAN exige que Italia dedique al sector militar al menos un 2% de su PIB, o sea 100 millones de euros diarios. Trump fue tajante al respecto.

El propio Trump dijo, en una entrevista concedida a la agencia AP, que al recibir a Gentiloni en la Casa Blanca, le dijo: «Vamos, tienes que pagar, tienes que pagar…». Trump agrega después, en la misma entrevista, que está seguro de que Gentiloni «pagará».

Pero quien paga no es Gentiloni sino la gran mayoría de los italianos. Pagan, directa o indirectamente, a través de los recortes que hace el gobierno en los gastos sociales.

Por supuesto, algunos se benefician con eso.

En 2016, la exportación de armamento italiano aumentó en más del 85% en relación con 2015, alcanzando los 14.600 millones de euros. Un verdadero salto que se debe fundamentalmente a la venta de 28 cazabombarderos Eurofighter a Kuwait, país que se convierte así en el primer importador de armamento italiano. Se trata de un enorme contrato de 8.000 millones de euros, obtenido gracias a la ministra [italiana de Defensa] Roberta Pinotti, eficiente representante del comercio de armas. La mitad de esos 8.000 millones irá al bolsillo de Finmeccanica, que obtiene el mayor contrato de toda su historia, garantizado además con un financiamiento por un grupo de bancos, entre los que se encuentran UniCredit e Intesa Sanpaolo, y por la SACE (Sección para el Seguro del Crédito para la Exportación) del grupo Cassa Depositi e Prestiti (Caja de Depósitos y Préstamos).

Así se acelera, con resultados excitantes para los grandes inversionistas, la reconversión de Finmeccanica en industria militar. Esa firma italiana, que ya estaba entre las 100 primeras del mundo que se dedican a la fabricación de material de guerra, según la clasificación del SIPRI, pasó en 2015 al 9º lugar a nivel mundial con un total de ventas ascendente a 9.300 millones de dólares, lo cual representa dos tercios del total de sus transacciones.

Finmeccanica eleva sus ingresos y ganancias apostando por empresas como Oto Melara, productora de sistemas de armamento terrestre y naval —como el vehículo blindado Centauro, cuyo poder de fuego es similar al de un tanque de asalto, y cañones automáticos tipo Vulcano que se venden a las marinas de guerra de al menos 55 países—; Wass, líder mundial en la producción de torpedos —como el Black Shark, de largo alcance—; Mbda, líder mundial en la fabricación de misiles —como el misil anti-buque Marte o el misil aire-mar Meteor—; Alenia Aermacchi, que además de la fabricación de aviones de guerra —como el caza de entrenamiento avanzado M-346, que se vende a Israel— maneja el complejo industrial de Faco di Cameri, seleccionado por el Pentágono como polo técnico para los cazabombarderos F-35 desplegados en Europa.

Poco importa que Finmeccanica —a pesar del Tratado sobre el Comercio de Armas (el Arms Trade Treaty) que prohíbe la venta de armamento que pueda ser utilizado contra los civiles— venda armas a países como Kuwait y Arabia Saudita, que cometen masacres de civiles en Yemen. Como se precisa en el Libro Blanco sobre la Seguridad Internacional y la Defensa, elaborado bajo la dirección de la ministra Pinotti y convertido en proyecto de ley, es fundamental que la industria militar sea un «pilar del Sistema País» que «contribuye, a través de las exportaciones, a reequilibrar la balanza comercial y a promover productos de la industria nacional en sectores de alta remuneración», creando además «empleos calificados».

Tampoco importa que gastemos en el sector militar —usando fondos públicos— más de 70 millones de euros al día, cifra que por demás se mantiene en constante aumento. Lo esencial —según el Libro Blanco— es que Italia sea militarmente capaz de proteger, donde sea necesario, los «intereses vitales del país», o más exactamente los intereses vitales de quienes se enriquecen con la guerra.

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